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Ezio por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Me tearde mucho con este cap. Tengo idea lo que quiero que suceda desde aquí, pero no sabía como llegar ahí, termine con un trio hahahaha... cielos. Disfrutenlo

Si se trataba de Ezio causando profundo daño emocional todo en la vida de Leonardo parecía venir en triadas. 3 días después del carnaval de Florencia habían pasado hasta que el Maestro finalmente se animó a salir del pequeño nido de sabanas en que se había enterrado, sin comer y sin hablar. El miedo de Francesco había mutado rápidamente en sorpresa. Esperaba que Leonardo se sintiera deprimido o despechado, pero su forma de expresarlo lo tomó desprevenido. Cuando finalmente accedió a asearse y comer, las renovadas fuerzas parecieron avivar lo reflexivo de su mente y Leonardo se negó a ser partícipe de semejante monólogo.

No expreso sus sentimientos, Francesco no sabía si se sentía solo, herido, traicionado. Lo que sí supo, y él no era nadie para negarse a ayudarlo, era que el dolor ponía a Leonardo extremadamente caliente. Había intentado hacerle hablar, pero el rubio se negó educadamente, tumbándolo contra la silla de su estudio y enfrascándose, como estaba ahora muchas horas después, en excitarlo para sus propios fines egoístas. A Francesco no le importaba, y Leonardo se sentía en confianza de actuar como un niño y obtener de él sólo lo que deseaba, en este momento sentirse nublado por la bruma del sexo.

Con el pintor entre sus piernas y su boca alrededor de su sexo endurecido se sentía en algo parecido al cielo. La mente de Leonardo era un caos, y por primera vez en su vida no deseaba darle un orden. Tomó un poco del líquido pre seminal de la cabeza para lubricar el tronco usando su mano resbaladiza por el contacto. Su otra mano se había perdido tiempo atrás en masturbar su propio miembro. En un movimiento rápido se sentó sobre el regazo ajeno, presionando suavemente su entrada ansiosa contra su miembro y disfrutando de la cadencia en aumento en sus jadeos mientras se enterraba hasta la base. Eso era lo que necesitaba. No quería amor, no quería consuelo, quería sentirse entumido por el placer y sobre todo por saber que Ezio no era el único que podía dárselo.

Su venganza era joder con Francesco hasta el orgasmo y luego repetirlo una y otra vez, cabalgarlo como hacia ahora, mientras las ásperas manos del escultor separaban sus nalgas en un desesperado intento por sentirse más profundo dentro de él. Y el respondía aferrándose a su cuello y gimiendo tortuosamente en su oído cuando este aumentaba el ritmo de sus embestidas, golpeando su próstata cada vez más rápido, jadeando su nombre como un ruego que siempre era respondido.

—Leo… tócate para mí—. Susurró Francesco, su voz ronca por la concentración.

Leonardo obedeció, soltó una mano de su cuello y la llevo a su propio miembro, ansioso y enrojecido. Estaba húmedo pero eso no era sorpresa, la presión de sus dedos alrededor del tronco envió una descarga eléctrica por todo su cuerpo. Arqueó la espalda y se mordió los labios en un último intento por contener el inevitable orgasmo que el golpeteo constante de su compañero en su interior provocaba.

—No… Déjate ir, para mí Leo, vente para mí…

—Gio…

Susurró su nombre como en reclamo, no podía pedirle algo así y esperar que conservara su auto control. Su mano aceleró sus movimientos mientras sentía liberarse al fin la presión en su vientre, su orgasmo escurrió entre sus dedos y explotó contra el pecho ajeno. No detuvo sus movimientos, al contrario, tomo su mano con la propia y uso su semilla tibia para ponerlo a mil de nuevo, igualando el ritmo de sus movimientos con él de las embestidas que daba cada vez más salvajes en su interior, saboreando lo estrecho que Leonardo se sentía luego de venirse.

—Gio… ¡Ah! Gio, espera…

—No lo haré. ¿Lo sientes? ¿Lo sensible que estás aquí?

Remarcó la última palabra con una embestida profunda contra su próstata y Leonardo apenas atino a balbucear un “sí”.

—Sería mucho más fácil con un amigo más, Leo— Leonardo negó con la cabeza, incapaz de articular palabras coherentes. — Piénsalo,  ya lo hemos hecho antes… ah, dejarte tan sensible que puedo hacerte venir usando sólo mis dedos… ¿lo recuerdas?

Una vez más un balbuceo, Francesco lo conocía perfectamente, sabía lo que la vívida imaginación del rubio hacía cuando estaba así de excitado. Leonardo no era elegante con él, le gustaba el sexo duro y las palabras vulgares susurradas en su oído en el momento preciso. Su miembro estaba duro casi contra su voluntad, brutalmente sacudido por la mano experta de su amigo.

— ¿No te gustaría que alguien me ayudara cuando estés así? Húmedo, abierto, cubierto y lleno a rebosar con mi semen y el de alguien más… podemos buscar un hombre grande y grueso como te gustan… para que se encargue de ti cuando yo ya no pueda… 

—Gio, Per favore

Cuando Leonardo se vino de nuevo, presionando dolorosamente su miembro en su interior apenas pudo balbucear una advertencia ante su propio orgasmo.  No detuvo sus embestidas mientras Leonardo se vaciaba entre sus dedos, pero sí cuando sintió su propio miembro amenazando con estallar. Salió de su cuerpo pese a sus protestas y se puso de pie, el rostro de Leonardo, perlado por el sudor y con la boca abierta y lista para recibir su inevitable descarga sólo hicieron de esto una experiencia más deliciosa. Leonardo no cerró los labios hasta que el cuerpo de Francesco dejó de convulsionarse y disfruto del sabor salado que bajo por su garganta cuando decidió tragar. El pelirrojo dejó escapar un ronroneo de satisfacción cuando lo vio, sacudiendo la cabeza.

—No hay remedio para ti.

—Lo siento—. Susurró con lo más parecido a una sonrisa que había soltado en días.

—No lo hagas, prefiero cientos de veces esto a tenerte como muerto en vida.

—No me he sentido yo mismo.

— ¿Vas a decirme que sucedió?

—No. No quiero pensar en eso. Además, tú ya lo sabes.

Sólo podía asumir, asumir que tenía que ver con Ezio Auditore. Lo que hubiese sucedido había sacudido a Leonardo hasta los cimientos, transformándolo en ese ser frágil que se acurrucaba contra él cuando volvieron al nudo de sabanas en que se había convertido su cama.

— ¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?

—Me estas echando de tu casa.

—No, Leo, eres bienvenido. Pero tienes que ocuparte de tu trabajo, tienes encargos y aprendices.

— ¿Cuánto tiempo he estado aquí?

—Veamos, pasaste 3 días en estado catatónico, y llevas dos más exprimiendo cada gota de semen que he sido capaz de producir…

— ¡Francesco, Per Dio! —Finalmente una sonrisa sincera afloró en sus labios y Francesco sintió que perdía 30 kilos que cargaba sobre sus hombros. — Pero en algo tienes razón, no puedo seguir así. Aún si eres tan generoso como para permitirme abusar de tu tiempo y de tu cuerpo… no es correcto. Tengo responsabilidades aún si no me gustan. Será mejor que me vaya a casa.

—Y ¿Auditore?

Leonardo cerró los ojos, finalmente meditando su siguiente paso. Enterró el rostro y las manos en el pecho de su amigo, jugueteando distraídamente con el vello y llenándose de la familiaridad de su aroma.

—Ezio no me ama, no va a amarme nunca. Me ha costado mucho dolor entender su posición. Me va a costar aún más definir la mía. No puedo dejar de amarlo de la noche a la mañana. Y muy a mi pesar sé que en cuanto me quede solo en la habitación con él esa extraña chispa de deseo que enciendo en él va a contagiarme y terminaré en su cama…

—Podrías evitarlo, pero no quieres. Tu amor por él es una tontería, especialmente si ya sabes que no es correspondido, Leonardo.

—Quiero tener con él la relación que tengo contigo. Cómoda, cariñosa, sensual, íntima y cordial. Lo que hacemos aquí nunca ha interferido con nuestras vidas o nuestra relación.

—Yo no te amo, y tú no me amas. No así. Si tuviera que definirnos nos consideraría hermanos, eso claro si follar con tu hermano fuera una práctica común. —Ambos rieron pero el pelirrojo continuó. — Lo que quiero decir, es que la única razón por la que estar con él te lastima es porque ambos están en diferentes páginas, me atrevo a decir que no están ni en el mismo libro.

— ¿Qué sugieres que haga?

—Habla con él. Dile lo que sientes, y escucha cuando te diga lo que él siente. Pónganse de acuerdo en los límites de su relación. Acepta para variar lo que esos límites significan.

— ¿Sin peros? Me sorprendes, Francesco.

—Si realmente quieres un pero, te diré que podrías tener algo mejor.

— ¿Mejor que un Auditore? Aún en desgracia Ezio es joven, rico, apuesto, educado, inteligente, carismático…—Cerró la boca de golpe. Francesco suspiró.

—Sé por qué lo amas. Pero no vale la pena si te hace sufrir así.

— ¿Qué sería del hombre sin sufrimiento? No tiene las reflexiones filosóficas a las que esta experiencia les abre paso.

—Desearía que no tuvieras que reflexionarlas en lo absoluto, amico.

—Desearía haberme enamorado de ti.

—Uno no puede controlar de quien se enamora.

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Cuando Ezio despertó el día siguiente al festival era casi medio día, la cabeza le dolía como si lo hubieran golpeado con un ladrillo hasta dejarlo inconsciente. ¿Cuándo había bebido? No podía recordarlo, jamás en su vida se había emborrachado de ese modo, alguien decía que las penas de amor no debían beberse porque se pagaban al día siguiente. No podía darse el lujo de volver a llorar, o beber, por Cristina.

Se incorporó en la cama y se dio cuenta de que estaba completamente desnudo, con las sabanas enredadas y cubierto de semen. ¿Estaba con alguien? Hizo un esfuerzo por recordar, sí. Leonardo había pasado con él. Ezio no lo recordaba claramente pero habían tenido sexo.  Le había ido a rogar por compañía o Leonardo se la había ofrecido, fuera cual fuera la verdad el pintor había demostrado una vez más su total devoción a Ezio aceptándolo en ese estado tan miserable. Ah en ese momento realmente desearía follárselo hasta hacerle perder la razón, como puro agradecimiento por tolerar su borrachera. O tal vez simplemente porque tener sexo con Leonardo era una experiencia plena y salvaje y la adoraba, se había vuelto adicto a su cuerpo. Pero era diferente con Cristina. Muy diferente.  Amaba a Cristina, y hacer el amor con ella era increíble. No que eso fuera a repetirse.

Leonardo estaba en un nivel platónico e inalcanzable para muchos, donde la amistad y el placer pueden fundirse sin que nadie salga herido, o eso pensaba Ezio. Era sexo ardiente, apasionado, sin el cuidado que le dedicas a una dama. Era mejor que muchas damas que Ezio había probado.

Pero Leonardo no estaba en la cama, ni en la habitación ni en la posada. Se había ido. Aunque Ezio espero cerca de su casa los dos días siguientes, este nunca volvió. Estaría en peligro… O muerto. No, no podía pensar así. Lo buscaría en todas partes. En las casas de sus clientes, a las afueras de Venecia, en los canales más alejados, en el mercado. Nada. Su última pista era aquél hombre que había encontrado en su casa una vez. Francesco… Francesco Rusticci. Leonardo lo consideraba su amigo y Ezio tenía la impresión de que eran mucho más íntimos de lo que Leonardo quería admitir. Preguntó dónde vivía y se dirigió ahí decidido.

El edificio estaba en una buena zona de la ciudad, no muy rica pero definitivamente no cualquiera podría permitirse vivir ahí, llamó a la puerta pero no recibió respuesta. Recordaba vagamente que Francesco era escultor, tal vez su estudio era mucho más grande que el del mismo Leonardo y no podía escucharlo, tal vez las sirvientas no tenían permiso de abrir la puerta. Bueno, entraría de una forma u otra y averiguaría si Leonardo había estado ahí… Si algo le sucedía, no se lo perdonaría.

La fachada, como la de la gran mayoría de las casonas venecianas, no ofreció mucha resistencia, llegó fácilmente al segundo piso, en unos minutos encontró una ventana abierta que le dio acceso. Era una bonita casa, con hermosas alfombras, cortinas y jarrones con flores decorando los muros y el suelo de mármol. Abrió un par de puertas pero llevaban a un baño y a una bodega. Siguió el pasillo hasta una nueva serie de puertas, escucho voces detrás de una de ellas. Fueran los sirvientes o el dueño de la casa alguien ahí podría decirle si Leonardo había pasado por ahí.

No prestó verdadera atención a las voces hasta que fue muy tarde, tampoco se preocupó por espantar a los inquilinos con su inesperada presencia, simplemente abrió la puerta. Y bueno, de más está decir que no se esperaba aquello. La habitación era muy elegante y cómoda, se notaba que alguien vivía ahí, are acogedora, las cortinas estaban cerradas, sin duda para darle privacidad a la pareja que hasta su entrada se reía despreocupadamente en la cama. Estaban completamente desnudos, acurrucados uno contra él otro mientras comían algo de queso,  era una charla cómoda, casual, íntima.

 Miró con una expresión de sorpresa casi ridícula en su rostro, a Leonardo que en cosa de segundos había lanzado una sábana sobre su cuerpo y el del hombre a su lado. Balbuceando su nombre, sonrojado y claramente avergonzado, como si lo hubiera encontrado haciendo algo malo. Pero bueno, Ezio no tenía derecho a reclamarle nada, no se habían prometido en ningún momento fidelidad. No, esa no era la palabra correcta, Leonardo siempre le sería fiel. Exclusividad funcionaba mejor.

— ¡Ezio! Per dio, ¿qué haces aquí?

—Iba a preguntarte lo mismo… pero creo que está de más. Quería saber si estabas bien, y claramente lo estás. —Respondió irritado. Leonardo bajo la vista, se sentía culpable, pero no entendía el motivo. Francesco no les permitió continuar con aquella actitud repulsiva y aferró a Leonardo para besarle.

—Bueno, está bien, creo que eso significa que puedes irte. — Leonardo se sonrojó aún más y Ezio sintió el impulso de arrancárselo de las manos o apuñalarlo.

— ¡Francesco! ¡Basta! —Intentó soltarse de su abrazo, pero el pelirrojo le besaba cariñosamente el cuello y los hombros, hasta terminar arrancándole una risita tonta que Ezio jamás había escuchado. Leonardo recuperó la compostura tanto como pudo. — ¿Qué pretendes?

—Muy simple, ya que viniste a buscarme hace días, con la intención de hacer exactamente lo que Auditore cree que hemos estado haciendo, pretendo continuar. —Ezio dio un paso, sin saber si quería salir por la puerta o sólo lanzarse por la ventana. Sintió mucha confusión, como si le rompieran el corazón una vez más. — O, puedes invitarlo a quedarse y jugar con nosotros Leo.

— ¿Qué? —Chillaron Ezio y Leonardo al unísono.

—Los dos son perfectos idiotas. —Dijo Francesco, aquél juego tonto en que estaban atrapados le había causado ya bastante dolor a Leonardo. — Es fácil. ¿Quieres a Leonardo? Tendrás que compartirlo está vez. ¿Estás profundamente ofendido y no quieres volverlo a ver? Ahí está la puerta.

Ezio miró a Leonardo y la puerta, confuso por aquella elección. Quería a Leonardo, claro que sí. Pero ¿por qué? No eran una pareja, no eran amigos, no estaba seguro de que eran. Leonardo intentó decir algo pero fue acallado por un beso, Francesco no dejó de besarlo hasta que dejó escapar un ronco gemido que le puso a Ezio los pelos de punta. Fue como un trance mirarle, mientras ese hombre recorría su cuerpo con sus labios y su mano se perdía bajo las sabanas, robándole otro gemido de placer cuando los movimientos le dejaron claro lo que hacía ahí abajo.

Podía irse. Sería muy sencillo. Olvidarse de este momento, ir a buscar a Leonardo la próxima vez que necesitara ayuda, ser amigos, amigos normales no de la clase que tiene sexo. Sexo maravilloso. Apenas se dio cuenta de que no respiraba, tomó una gran bocanada de aire y ante la boca abierta de Leonardo se quitó la ropa y se escurrió en la cama detrás de él.

Si Leonardo hubiera podido decir algo, seguramente habría sido un improperio. Estaba dormido, eso debe ser. Esto era un sueño extraño y sucio en el que Francesco devoraba su cuello mientras Ezio besaba su espalda y delineaba sus pezones con los brazos enredados a su alrededor, como una especie de competencia en la que de algún modo él era el premio. El comportamiento le pareció de lo más primitivo, algo ofensivo incluso, pero la verdad es que por una vez decidió no razonar y ver a dónde llegaba aquello.

Los hombres a su alrededor compartieron una mirada intensa. Cómo decidiendo si debían competir y cuál sería el indicativo de que uno de ellos había ganado. Pero esa misma mirada se suavizó cuando Leonardo dejó escapar otro melodioso gemido, con  los ojos cerrados y las mejillas teñidas de rojo. En silencio acordaron que lo único que importaba era llevar a la locura al hombre entre sus cuerpos. Ese parecía un buen trato. Francesco desapareció entre las sábanas, arrojándolas para descubrir sus cuerpos,  dejando un sendero de besos por su pecho hasta su pelvis, Leonardo se retorció, jadeante, cuando sus labios rodearon su miembro ansioso.

Habría gritado pero Ezio ya había reclamado sus labios, llenándolos con su lengua, Leonardo la sintió arder en su boca mientras su mano era guiada a la entre pierna del asesino. De inmediato comenzó a masturbarla, mientras jadeaba entre sus besos. Oh, Aquello era algo que Leonardo no intentaba en muchos años. Alguna vez, claro, había jugado con varios compañeros a la vez, pero sin duda nunca en su vida se había sentido tan excitado. Aquello no podía ser bueno para la salud. Francesco siguió bajando, separando sus piernas con sus largos dedos pálidos y lamiendo su entrada.

—No tienes idea lo caliente que estás aquí. —Susurró segundos antes de abrirse paso a su interior.

 Esta vez Leonardo no pudo contener un gritito de placer, él no podía pero Ezio veía la cara de satisfacción en Francesco mientras enterraba sus dedos en sus muslos y lentamente lo follaba con su lengua. La habitación comenzó a llenarse de ruido. Oh eso estaba mal a tantos niveles. Ezio se incorporó en la cama y tras un beso fugaz llevó su cara a su propia hombría, palpitante y necesitada. No fue necesario decir nada para que Leonardo lo lamiera suavemente de la punta, húmeda de líquido preseminal, hasta la base, bajando suavemente para hacer lo mismo con sus testículos, Ezio dejó ir un gruñido, acariciándole el cabello cómo incentivo.

Leonardo subió lentamente hasta la punta, casi cómo una tortura, mirando a Ezio con picardía, el menor sonrió con maldad, golpeándole la mejilla con su erección.

—Venga, Leonardo, deja de jugar…

El rubio hizo una mueca, pero abrió la boca, tragándose la mitad de su extensión en un movimiento, Ezio gimió suavemente mientras sus manos empujaban para que llegara hasta la base. Aquello no habría sido difícil para Leonardo si Francesco no hubiera decidido de pronto que ya estaba lo bastante húmedo, presionando su erección enrojecida contra él, aprovechando que el pintor retrocedió para respirar lo ensartó sin mucha ceremonia, acomodándolo sobre sus brazos y piernas para comenzar a bombear en su interior a un ritmo enloquecedor, lo bastante lento para evitarle un orgasmo, pero lo bastante activo para golpear ese punto de delicada presión dentro de su cuerpo.

—Hey, no te detengas. —Demandó el castaño, siendo apenas lo suficientemente cuidadoso para volver a la boca de Leonardo, tan profundo como fue posible. El movimiento de Francesco guiaba la fiesta, así que se limitó a enredar sus dedos en las hebras rubias y llevarlo tan profundo como era posible. Leonardo tenía los ojos entrecerrados, sus gemidos apenas convertidos en una serie de  gorjeos extraños mientras Ezio golpeaba el fondo de su garganta sin piedad alguna, follando su boca tan intensamente como Francesco. Sí aquello debía ser un sueño, estaba demasiado caliente, su propia erección ardía mientras goteaba hasta la cama los resultados del placer que sentía.

— ¿Lo ves? Esto realmente le gusta. —Le dijo el pelirrojo a Ezio, jadeante. — ¿No es cierto, Leonardo?

Leonardo respondió con una especie de extraño gruñido, su boca muy llena para articular palabra. Ezio sonrió, divertido y horriblemente excitado.

—No le tengas tanta consideración… Así es  él. —Continuó Francesco. — Mmm, es una bestia insaciable…—Remarcó lo último con una estocada especialmente profunda, Leonardo tuvo que dejar salir a Ezio para no vomitar. Este le dio una buena mirada y casi se vino ante su rostro enrojecido, con los labios húmedos e hinchados y las mejillas llenas de lágrimas que el esfuerzo sobre su garganta había hecho salir.

— ¿Quién dijo que podías detenerte, Leonardo?

—E… Ezio…—Leonardo intentó decir algo, pero Francesco fue más rápido, dándole una buena nalgada.

—Hey, el caballero te hizo una pregunta, Leonardo. Abre la boca…

Leonardo obedeció, Ezio no se sintió mal, fundiéndose de nuevo en ella y cerrando los ojos para disfrutar de la sensación. Aquello se alargó varios minutos, Leonardo tenía la mandíbula adolorida pero no se comparaba con el placer de estar justo así, lleno y bien cuidado. Cuando Francesco aumento el ritmo, golpeando su próstata violentamente, supo que estaban por venirse, Ezio se endureció aún más en su boca. ¿Cómo podía saber aún mejor de lo que recordaba?

Francesco dejó ir un gemido ronco y animal, aferrándose a sus caderas cuando se vino en su interior, Leonardo no pudo decir nada, estaba muy ocupado tratando de respirar cuando Ezio hizo lo mismo, jadeando roncamente mientras llenaba su garganta de semen caliente. Leonardo se separó, un hilito de la semilla de Ezio bajando por su barbilla. Francesco se había replegado también, sudoroso y jadeante, y sintió su orgasmo escurrir entre sus piernas.

—Eh, pero si no ha tenido suficiente…—Susurró Ezio cuando pudo volver a hablar. La realidad es que Leonardo había estado muy excitado, incluso para venirse.

—Leonardo… ¿una polla más en mi cama y en esto te conviertes? — Susurró Francesco, tomándole del rostro y besándole la mejilla. — Eres una puta golosa… venga dilo…

Aquello no era un insulto, Leonardo lo sabía, pero no dijo nada, jadeando y recibiendo sus besos.

—Creo que no hablará, debe hacerle falta un poco más de diversión.

—Creo que tienes razón… Así quieres jugar, Leonardo. Bien. Abre bien las piernas, amico. No vas a irte de aquí hasta decirme lo que eres.

El último pensamiento racional de Leonardo fue darse cuenta de que estaba metido en un buen lío.


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