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Ezio por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Ha tardado un poco, estoy pensando que quiero para el final de este fic, también que puede cambiar para hacer sus vidas más interesantes. 

Leonardo durmió como un bebé esa noche. No había estado tan cansado y tan relajado desde que era un niño pequeño, o no podía recordar haberlo estado. Su cuerpo probablemente enviaría señales de dolor al día siguiente. Ya no era un muchachito, incluso si estaba hasta cierto punto acostumbrado al sexo nadie podía acostumbrarse a tener dos compañeros tan devotos a hacerlo perder la cordura.

Sentía la piel ardiendo por sus besos y su entrada y su trasero entumidos por la constante presión a la que lo habían sometido. Tendría que bañarse en la mañana, podía sentir su cuerpo sudoroso, su cabello y su rostro pegajosos por el semen. Quería dormir un poco más pero despertó abruptamente cuando sintió una fuerte embestida. Oh, mierda, no había descansado lo suficiente, su error.

—Sh… No queremos despertar a los vecinos. —Susurró Ezio, sonriendo malicioso, Leonardo asintió torpemente mientras el moreno terminaba de introducirse en su cuerpo. No se había molestado en prepararlo, no había forma de que su maltratado agujero no estuviera suave y listo luego de horas con ellos dentro. La lubricación tampoco había sido un problema, estaba tan desbordantemente lleno de su semen que casi podía perderse en el vulgar sonido de salpicadura que el vaivén de Ezio provocaba en su cuerpo.

Oh ese debía ser el mejor estado que podía vivir un ser humano, ese limbo de lujuria y placer dónde todos han recibido más que suficiente pero nadie quiere parar. Esa forma casi animal de continuar más allá de la moral y la decencia, más allá de las obligaciones y el sentido común.

Ezio golpeaba dentro de él lentamente, pero mientras se inclinaba para se unieron en un beso ardiente que impactó contra sus labios entumidos por el abuso, saboreando la lengua del moreno en su interior casi tanto como  su miembro que se abría paso a un ritmo lúdico. No había nada de romántico en el sexo como ese. En el abuso y la humillación que seguía, pero que lo volvía inevitablemente loco.

—Dígame, maestro ¿Cuál es s secreto? Nos ha tomado por horas y aún se siente estrecho y delicioso… — Susurró Ezio mordiéndole suavemente el cuello, añadiendo la marca de sus dientes a los múltiples  moretones que presentaba el pintor por todo el cuerpo. Marcas de dedos que se aferraban a él firmemente hasta el orgasmo.  Leonardo ya no podía concebir la idea de darle fin a la situación en la que estaba envuelto. Quería irse a casa, pero no quería que se detuvieran, aquella forma en que lo adoraban como un extraño  tótem, con la devoción de un santo; ofrendas de placer que apenas podía procesar, todo en conjunto era tan erótico que se habría venido sólo  de pensar en ello. No que pudiera pensar.

Sabía que Francesco estaba despierto mucho antes de que  Ezio se viniera, llenando aún más su desbordada entrada, dejándolo dolorosamente cerca del orgasmo, abierto y escurriendo hasta que una nueva polla igual de dura comenzara de nuevo, volteándolo sobre la cama y  follándolo violentamente contra el colchón, muy sensible cómo para emitir las palabras consientes que ellos querían.

—Temprano en la mañana y ya estás listo para tomarla entera ¿eh? —Susurró el pelirrojo en su oído, Leonardo se estremeció, gozando de su tamaño y del delicioso ritmo con el que lo taladraba contra la cama, mucho más rápido y mucho menos cuidadosamente que Ezio un momento antes. Su aliento estaba ardiente y errático, Leonardo lo sentía en su cuello y lo saboreaba como el regalo que era, lúdico y entregado, terriblemente íntimo.

Los tres se quedaron peligrosamente quietos cuando escucharon una serie de golpes en la puerta. Ezio cubrió la boca de Leonardo con su mano para acallar sus jadeos incluso si Francesco se había detenido.

—Señor… ¿Señor? El señor Ricci ha enviado por su encargo, quiere que llevemos hoy mismo lo que pidió, señor…

—Sí, entiendo prepara la vianda, te alcanzaré en un momento…

—Puedo ayudarle a vestirse señor.

— ¡No! Paola, espera abajo.

Escucharon pasos apresurados por las escaleras. De más está decir que el ambiente estaba ahora cargado de una tensión completamente diferente. Francesco fue el primero en alejarse.

—Será mejor que se vayan, creo que ya he pospuesto mucho mis asuntos, salgan de aquí cuando nos escuchen retirarnos, pueden lavarse si quieren.

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Que Leonardo pudiera caminar como si nada hubiera pasado tenía tan sorprendido al mismo Leonardo como a Ezio, volvieron a casa del pintor cuando Francesco se hubo marchado en un silencio agradable y reflexivo, era una tarde cálida y agradable, la gente que paseaba en la calle y su constante parloteo sumado a los gritos de los vendedores y el ajetreo de una gran ciudad se le antojaban nostálgicos al asesino, perdido en los recuerdos de su juventud. Leonardo siempre le recordaba las mejores cosas, las que había perdido.

Mirándolo así, con el cabello húmedo brillante a la luz del sol veneciano, Ezio encontró su belleza enigmática y turbadora, reconfortante, agradable, cautivadora. Pero estaba muy confundido, sin la lujuria segando su juicio no sabía cómo nombrar lo que sentía. Podía apreciar la belleza de Leonardo como ninguna otra, no era femenino, no era delicado como una mujer, pero era bellísimo, inteligente, sensual, suave y agradable. Nadie se sentía como él, ni siquiera Cristina.

Apenas llegaron Leonardo se lanzó a la cama, agotado. Ezio arrojó lejos las botas antes de recostarse a su lado. El silencio, agradable como era, sólo se mantenía mientras evadían conversar.

— ¿Cómo terminaste ahí?

—Francesco siempre es mi consuelo cuando me siento abatido, hemos sido amigos por demasiados años para dejar que el pudor se interponga entre nosotros. ¿Cómo terminaste tu ahí?

—Estaba buscándote.

— ¿Por qué?

—No quería que me guardaras resentimiento por lo que sucedió, bebí demasiado.

—Aceptaste su invitación. —Dijo Leonardo, girando el rostro para mirarle, Ezio tenía la vista pérdida en el horizonte. — Pudiste irte, pero no lo hiciste.

—No, cuando te vi ahí con él algo se sintió terriblemente mal. No quería compartirte.

—Eso fue exactamente lo que hiciste.

—No así… no es lo que quise decir… — Murmuró sonrojado, Leonardo se dio cuenta de que era la primera vez que veía a Ezio sonrojarse de vergüenza. — Per Dio…

—Te amo, Ezio. —Soltó Leonardo de pronto, Ezio lo miró con los ojos muy abiertos, pero no parecía realmente sorprendido. — Pero no pretendo que estemos en la misma página.

—No sé qué siento por ti. —Respondió el moreno. Leonardo trató de no lucir tan dolido y esperanzado como se sentía. — Sé que te apreció como amigo, pero que quiero algo más, sé que cuando estoy contigo las cosas lucen mucho mejor, sé que siento celos de saber que has estado con alguien más.

—Ezio…

—Quiero saber si estoy enamorado de ti, no es algo para lo que esté preparado, es un riesgo, es una locura y es una posibilidad.

—No… no puedo ayudarte con eso.

—Si puedes. Ven conmigo.

—¿A dónde?

—Mi madre y hermana están en un convento en la Toscana, mi tío Mario está enfrentándose a las tropas del norte. Debo volver a Monterigionni y atender la casa Auditore, ven conmigo. Lejos de Florencia, Lejos de Venecia, lejos de todo lo que es nuestro pasado.

—Ezio, es un viaje largo…

—Quiero saber si estamos en la misma página, creo que mereces al menos eso. No soy un hombre celoso, pero no soporto la idea de saberte con nadie más, estoy confundido, Leonardo, y no me gusta no saber lo que debo hacer, que paso debo tomar. Te lo pido, dame gusto y acompáñame, sin muertes, sin presión, el tiempo que sea necesario.

Ezio ahora lo miraba a los ojos, decidido, firme, poderoso. Leonardo no podía despegar la mirada, tampoco podía controlar su corazón que latía desbocado y amenazaba con abrirle el pecho y correr hacia Ezio. Apenas cuando asumía que su amor no era correspondido Ezio volvía con palabras de duda, con una oferta. Sin nadie que emita juicios, sin presiones de terceros, en un lugar que no conoce, en una tierra nueva, en un impulso espontáneo de parte de Ezio, sin que tuviera que pedirlo, o esperarlo siquiera. Era una locura, estaba lanzándose de lleno a que le rompiera el corazón de nuevo.

—Yo no soy Cristina Vespucci, no soy Caterina Sforza, no puedo darte nada más que lo que te he ofrecido hasta ahora.

—No te estoy pidiendo nada, sólo lo que me has dado hasta ahora por tu propia voluntad, quiero lo que quieras darme, quiero entender porque y para que lo quiero. Quiero saber porque teniendo a Caterina Sforza a mis pies preferiría someterte a ti a mi voluntad.

—Porque yo no voy a caer sin luchar.

—Sí, probablemente.

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Leonardo no sabía anda sobre la casona de la familia de Ezio, sólo que era muy antigua y que Ezio la había devuelto a su viejo esplendor con su buen aprovechamiento de la riqueza y una adecuada administración, la vieja ciudad amurallada que él sabía en ruinas no era  como la gente la describía. Era hermosa y llena de vida, y la Villa Auditore era una espléndida recompensa luego de varios días de viaje.

No sabía cuánto tiempo estaría allí, tal vez semanas, tal vez meses. Había empacado mucha ropa, materiales de trabajo, incluso un par de planos, estaría listo para todo. Cruzando las murallas de la ciudad todo dentro parecía un mundo nuevo, diferente, ajeno a las reglas de todas las otras ciudades y poblados. La gente estaba feliz, agradecida con Ezio por cambiar sus vidas. Había toda clase de personas ahí, cortesanas recorriendo las calles por sí solas, una iglesia diminuta que parecía ejercer mínimo poder sobre el pueblo, y en lo más alto, dominante sobre todo lo demás estaba la Villa, hermosa, con sus docenas de ventanitas y hermoso jardín. Sus pasos hicieron eco en el mármol del recibidor, a lo lejos escuchaba correr el agua de una fuente. Había hermosas alfombras y tapices en las habitaciones y jarrones llenos de flores fragantes  a dónde mirara.

Tenía una galería llena de exquisitas pinturas, incluyendo varias suyas, y una armería llena de objetos maravillosamente trabajados, armas que por sí mismas eran obras de arte. Ezio le dio un recorrido completo de la casa y le ofreció una habitación de huéspedes que desbordaba lujo, en minutos estaba instalado y se sentía cómo en casa. Luego,  no sin algunos problemas, lo llevó al último piso, un cuarto oculto en lo más alto de la casa, en la torrecilla, una habitación de madera con un escritorio, un sinfín de libros  pergaminos, lienzos en blanco y una cómoda cama.

—Esta es mi habitación, no suelo pasar tanto tiempo aquí, es mi centro de comando, mi guarida… Es un lugar íntimo, nadie ha subido aquí antes.

—Es un poco… deprimente. — Dijo Leonardo, pensando en lo poco personal y habitado de la habitación, Ezio rio.

—Se parece un poco a mí, entonces.

—No estoy de acuerdo. —Dijo el rubio. Ezio no era así en lo absoluto, era apasionado, salvaje, intenso en todo lo que hacía. Esa habitación era probablemente parte de la fachada de orden que Ezio mostraba al mundo. Se sentó en la cama, meditando sobre las motivaciones de Ezio, la venganza, disfrazada de justicia parecía ser la principal. Definitivamente no era saludable, no para Leonardo que detestaba la violencia.

—Ves partes de mí que no existen, Leonardo.

—No, soy artista Ezio, tengo mucho mejor ojo que tú, veo las cosas como son, veo lo que tú crees que has perdido.

—He perdido muchas cosas en el camino que he tomado, amico, nada puede cambiar eso, no soy el mismo muchacho que conociste aquél día en Florencia, cargando paquetes para mi madre, sin saber que haría de mi vida.

— ¿Ahora sí lo sabes?

—No. —Respondió Ezio, contrariado, se había quitado la armadura, Leonardo no recordaba haberlo visto en ropa casual desde que se conocieron, ese hermoso chaleco bordado, la camisa blanca de algodón debajo. — Pero sé que hay cosas que tengo que hacer para descubrirlo.

—No tienes que pelear esta guerra Ezio, tienes una opción. —Susurró, moviéndose por la cama hasta estar sentado sobre él, rodeo su cuello con los brazos y le beso la frente. — Tienes la opción de vivir una vida completamente diferente.

—Puede que tengas razón, pero yo elegí esta. —Respondió Ezio, sus manos recorrieron la espalda y la delgada cintura del pintor, mordiéndole suavemente el labio y disfrutando del jadeo que escapó de sus labios. — No puedo renunciar a la batalla de mis padres y mis abuelos, a la que mi tío está luchando ahora mismo. Tengo un papel que cumplir.

—Hay formas de hacer las cosas, formas que no implican que te persigan disparándole flechas en llamas a tu carruaje.

— ¿Dónde estaría la diversión en eso?

—En no morir.

—No voy a morir, no aún…— Un nuevo beso, ahora en el cuello, Leonardo sintió la carne romperse cuando Ezio mordió suavemente, dejando sus marcas en su cuello, le desnudo el pecho y dejó marcas sobre su clavícula y sus hombros.

—No… No creas que esto va a distraerme, Ezio, puedo seguir…ah, varias líneas de pensamiento al mismo tiempo.

—Mmm, si sigues pensando coherentemente es que lo estoy haciendo mal. —Dijo el asesino, pero Leonardo no pudo darle la mordaz respuesta que había paneado. Los besos de Ezio siempre eran salvajes, apasionados y casi dolorosos cuando había sexo en su futuro inmediato, a pesar de su cultura, educación e inteligencia Ezio era un ser físico, un ser que necesitaba tocar, morder, joder para entender sus emociones, pero que se entregaba ciegamente a ellas sin importar lo irracionales que fueran.

Comiéndolo a besos en aquella habitación casi secreta en su propia casa Leonardo se sentía más de Ezio de lo que jamás había sido. Algo debía provocar también en el menor, sus besos no se detuvieron hasta que la falta de oxígeno los obligó. Leonardo sentía los labios maltratados y un poco hinchados, pero aceptó los ajenos de nuevo cuando Ezio lo tumbó contra la cama y termino de desnudarlo. Sintió sus dedos, la piel ardiente de la yema de sus dedos, delineando cada centímetro de su cuerpo.

Su erección se rozó dolorosamente contra la tela cuando Ezio profundizo su beso, una mano soportando su peso junto a su cabeza, la otra desabrochando su propio pantalón. Leonardo le beso cariñosamente la mano que tenía cerca del rostro y recibió un beso en la mejilla. Podía sentir el calor contra el vientre cuando su polla hizo finalmente su aparición. De pronto la necesitaba más que cualquier otra cosa.  Ezio llevo dos dedos a su boca y los lubricó con pasividad, mientras hacían lo suyo, delicadamente preparándolo para la mole que era Ezio dentro de su cuerpo, lo miró. Su mano fuerte llena de cicatrices rodeo la punta del glande, jalando la humedad de la punta por toda su extensión, dejándola brillante y vulgarmente apetitosa. Aunque Leonardo se relamió los labios Ezio negó suavemente con la cabeza.

—No es esa la boca que quiero, Leonardo… Hoy no.

Ese Ezio, tan vulgar y dulce al mismo tiempo.  Leonardo se aferró a las sábanas mientras sentía su miembro caliente abriéndose paso, el anillo de su entrada ligeramente forzada ardió, pero el calor que trajo sólo logro excitarlo más, abriendo las piernas y levantando la cadera en un acto de total ofrecimiento. Ezio se aferró a sus muslos antes de comenzar a golpear. Podía gritar si quisiera, podría soltar toda clase de obscenidades, decirle lo bien que se sentía su enorme polla dentro, lo delicioso que era joder en esa cama que Ezio nunca había compartido con nadie más. Por algún motivo tenía esa certeza.

—Ah… Leonardo, déjame oírte…

Leonardo cerró los ojos como negativa, su boca abierta pero muda, no que su cuerpo pudiera ocultar los espasmos de placer que sentía, no que el sudor de su frente y su rostro contorsionado por el éxtasis fueran una buena máscara para su placer, pero no iba a hablar, encontraba el silencio, roto sólo por el sucio golpeteo del cuerpo sobre él contra su pelvis, extrañamente turbador y jodidamente caliente. Ezio pareció entenderlo, pero no por eso se rindió. Se acurrucó contra su cuello, susurrándole cuanto deseaba oírlo, cómo se vendría de inmediato con oírlo gritar su no nombre. Consiguió llevarlo mucho antes el límite, pero no le sacó una sola palabra. La tensión sobre su miembro sí le arranco un gemido ronco al moreno, que dio un par de perezosas estocadas más mientras se vaciaba en su interior.  

La cama estaría hecha un desastre cuando Ezio saliera de su cuerpo, pero no parecía importarles, se acurrucaron juntos, compartiendo besos perezosos en l íntima penumbra de aquél refugio, muy agotados por el viaje como para si quiera pensar en ir por una segunda ronda. Leonardo, por una vez, no estaba preocupado por otra cosa que la desbordante sensación de pertenecerle a Ezio que lo inundaba en ese momento.


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