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Ezio por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

No he muerto! Pero la Universidad no deja tiempo para dedicarlo a mis OTPs...pero no me voy a rendir, mi proposito de año nuevo es terminar de narrarles está historia con Ezio y Leonardo que le dan razón a mi vida Yaoista XD

Es un Capítulo caliente, están advertidos, no hay lemon per se, pero creo que es un capítulo erótico, sobre todo para Leonardo!

Disfrutenlo!

 

El plan era simple, Leonardo no tenía que ser un estratega militar para saber cómo mover a Ezio por la ciudad de Florencia, que era su hogar, aunque por supuesto la estrategia militar si era uno de los múltiples temas que el maestro había estudiado a lo largo de su productiva vida.

Un carruaje pequeño y discreto llevaría a Ezio del estudio hasta la Rosa Colta, no tenía ninguna escolta más que el mismo Ezio, oculto bajo una tupida capa de paja y telas, que no llamarían la atención de los guardias cansados por el turno de noche. No eran más de las 10 pero las calles Florentinas estaban tranquilas y calladas, más de lo normal. Era la mañana perfecta para transportar mercancías ilegales y prófugos de la justicia.

El rubio recordó lo sucedido momentos antes con un dejo de tristeza.

-Leonardo, te agradezco mucho lo que haces por mí, no quiero traerte más molestias.

-Me trae más problemas el moverte por ahí que tenerte en mi casa Ezio, pero no voy a discutir con tu cabeza dura y herida- dijo el pintor con un ligero reproche en la voz que Ezio fingió no notar.

-Graccie Amico.

-No lo menciones, iré a verte en cuanto pueda.

Esas habían sido sus últimas palabras: “Iré a verte en cuanto pueda” ¿Pero en que estaba pensando? ¿Qué clase de despedida es esa? ¿Dónde estaban la emoción, la expectativa los deseos ardientes que tenía de mirar a Ezio todo el día? De estudiar su cuerpo, sus formas, sus colores, su textura, su olor, su sabor, todo… Todo eso que ahora se había alejado y el sólo había podido responderle con eso. “Qué vergüenza Leonardo!” Pensó para sí mientras se tiraba boca abajo en su cama, aún deshecha por su huésped anterior.

Su almohada olía a Ezio, era un olor fuerte, marcado y varonil, que se distinguía directamente del suyo que era mucho más denso, a huevo, pintura y aceite. Pero ese aroma, ese embriagador perfume que inundaba su cama era terroso, orgánico, casi sucio. Olía a plantas y tierra húmeda, a colonia y a sangre, a vino y a veneno por igual. Esa era la esencia de Ezio. Reflejaba la dualidad y el misterio que encerraban al asesino y atacaban en conjunto a Leonardo haciéndole perder la razón.

¿Cuánto tiempo duraría ese olor sobre su cama? Un día a lo mucho… Daría lo que sea porque ese olor se impregnara de su cuerpo, de su alma. Pero no, él había dicho “Iré a verte cuando pueda”. Bravo, Maestro.

Se enterró en la mullida superficie ocultando su vergüenza de los muebles y considero seriamente quedarse dormido, llevaba ya más de media hora olisqueando cada cm de su cama y estaba comenzando a excitarse, pero él no era un animal ni un mundano e irracional vendedor de pescado.

Podía controlarse y lo hacía porque así era más fácil, porque ocultar el deseo inmenso que sentía por Ezio, era más fácil que asumirlo.

Levantó la mirada considerando que si no pensaba dormir era mejor ponerse a trabajar, su vista paseo entre un cuadro con apenas unas cuantas pinceladas hasta un montón de papeles arrugados llenos de bocetos y de ahí a una botellita de vidrio verde con un saquito de tela amarrado en el cuello.

“Esa botella no es mía” –Pensó adormilado mirando la botella fijamente- “Y si lo es…¿Qué hay ahí dentro?

-¡Ezio! – Gritó exaltado al darse cuenta de lo que el asesino había dejado atrás. Su medicamento, la botella de analgésico y las hierbas para su herida, lo había dejado todo. Pero que imprudencia, no sólo rechazaba su hogar también la medicina que se había ocupado de comprar para él. Furioso se puso de pie tan súbitamente que se sintió mareado, pero determinado a romperla tomo la botellita de la mesa y realizo un ademán de tirarla al suelo con violencia. Pero no pudo hacerlo.

Suspirando se pasó los dedos por el cabello alborotado y trato de calmarse. Eran las 12 de la mañana cuando mucho, aún si Ezio se había ido hace casi 2 horas no había manera de que comprar la medicina antes de que Leonardo llegara caminando a la Rosa Colta. Lo mínimo que podía usar como excusa para verle un último momento era ese pequeño recado.

No había terminado de pensar esto cuando ya estaba frente a la puerta de madera rojiza del burdel, la miro dudando, y ligeramente asqueado.

A Leonardo no le gustaban las mujeres, es decir le gustaba pintarlas, eran un epitome de belleza y una maravilla anatómica, pero… no. Las mujeres no eran lo suyo, nunca lo habían sido. Si frecuentaba lugares como aquel era siempre por negocios, que variaban en suciedad pero nunca en su total privacidad. O bien porque tenían algún bribón joven y apetecible para distraerlo de su vida de trabajo y escrutinio público.

Tocó 2 veces arriba y 3 debajo de la rosa blanca pintaba en la puerta y una cortesana abrió sonriéndole.

-Buenos días, Messere. ¿Ha venido a ver a la Signiora Paola?

-Hoy no. Ha venido un amigo mío antes, estoy seguro que ha sido su primer huésped del día, he traído un encargo para él, algo que ha olvidado.

-Bene, la signiora Paola ha dejado a su amigo en una de nuestras habitaciones principales, si gusta yo puedo darle su mensaje.

-No, no se moleste, tomará unos minutos que vaya yo mismo a entregarle lo que ha olvidado, es importante que no olvide las instrucciones que vienen con él. No puedo confiarle esa responsabilidad, madonna.

-Comprendo, por favor pase, su amigo se encuentra  el tercer piso, segunda puerta a su izquierda, al final del pasillo.

-Grazzie.

¡Una habitación principal! No sabía que había habitaciones ahí, mucho menos que había de varios tipos. Ezio debía frecuentar ese lugar más de lo que el mismo creía saber, el pensamiento le desagrado pero ya estaba subiendo las escaleras como si realmente supiera lo que estaba haciendo.

Los pasillos eran rojo y blanco, llenos de floreros, tapices y un fuerte olor a incienso que hacía de la atmosfera algo pesado y denso. Si se quedaba mucho tiempo podría marearse, era mejor que se diera prisa.

Segunda puerta…a la izquierda. Bien, todo iba bien, todo perfecto. Se acercó a la puerta con intención de tocar cuando escucho ruidos extraños. Curioso como buen artista se acercó a la puerta y cuidadosamente reposo su oído contra ella.

Se alejó sonrojado y de golpe cuando comprendió que era lo que escuchaba. Gemidos, de mujeres, por lo menos dos de ellas. No le había tomado nada de tiempo a Ezio empezar a divertirse, probablemente bajo influencia de Paola que nunca dejaba a nadie ir sin compañía. Maldita…

“No creo que necesite su medicina si tiene la fuerza para tomarse no una sino dos flores de este basurero”- Pensó rencorosamente mientras apretaba la botellita con fuerza entre sus dedos, decidió dejarla ahí y fingir que no había oído nada. Pero no podía dejarla frente a la puerta ¿ y si alguien lo confundía con alcohol y se envenenaba? No podría vivir con eso en su conciencia.

Trago saliva y relamió sus labios para humedecer su boca súbitamente seca. Abrió la puerta lentamente, sin hacer ruido y agradeció a un grueso biombo bordado por su existencia, pasando lentamente por detrás de él hasta una mesita cercana. Pese a sus esfuerzos no pudo evitar echar una mirada. Sólo sería un momento, sólo un vistazo, nada más. Eso no le haría daño. Pero ¡Vaya que vista!

Leonardo no era un pervertido, bueno si lo era cuando el que estaba encamado con un hombre más joven era él, pero nunca había disfrutado de mirar a otros. Pero los otros no eran Ezio.

Casi parecía que no escuchaba los gemidos de las 2 mujeres que rodeaban al moreno con sus cuerpos sinuosos y pálidos, una de ellas reposando sobre su pecho y la otra inclinada frente a sus rodillas…. Ezio estaba sentado, con la pierna entablillada recta hacia un lado y la cabeza echada hacia atrás, con una sonrisa en los labios y la mano sobre la cabeza de la cortesana a sus pies.

“Vete de aquí Leonardo, no seas imprudente…” –Su mente era racional, pero un instinto más bajo lo controlaba ahora y sus ojos comenzaron a vagar, oculto entre la mesa y el biombo, entre las sutiles reacciones en el rostro de Ezio…luego su torso desnudo que subía y bajaba agitadamente. ¿Cuán delicioso podía ser ese hombre?

Con su piel bronceada de un delicioso color miel, con esos abdominales, duros y fibrosos, con sus hombros anchos y su piel llena de cicatrices y golpes…y luego podía bajar más, a su estómago, a su pelvis y finalmente, no sin antes tragar saliva, se fijó finamente en la realidad de una de una de sus fantasías más recurrentes. Y es que ahora entendía porque Ezio eran tan popular entre las mujeres.

Leonardo había visto a muchos hombres, muchos. Vivos, muertos, excitados hasta niveles impensables dentro y fuera de su cama. Pero sólo Ezio podía turbarlo de ese modo, porque lo que tenía Ezio entre las piernas era por sí mismo una obra de arte. Soltó un jadeo mudo mirando ese miembro grande, excitado y palpitante, aunque no estaba cerca de él podía imaginarse el calor que despedía y el olor que debía emanar de él. Le era incluso posible ignorar a aquellas mujeres que lo acariciaban devotamente, porque con cada caricia parecía cobrar más vida y más fuerza y porque cada segundo el líquido pre seminal que brotaba de la punta le daba renovado brillo.

No sabría nunca cuando fue que llevo sus manos a su cuerpo, tocándose con desesperación de colegial, Leonardo rara vez se masturbaba, cuando eres famoso no hay necesidad de complacerte tu sólo, pero esta vez era diferente.

Porque su fantasía lo inundaba a muchos niveles, podía verlo, podía dibujar en su memoria cada detalle de ese miembro erecto y sensual al mismo tiempo que lo imaginaba sobre él, jadeando su nombre, suplicando que no se detuviera. Los gemidos roncos de Ezio alimentaban su fantasía…porque era Leonardo quien lo tocaba ahora, quien le dedicaba toda su atención y que recorría incansablemente con su lengua cada cm de esa caliente piel. Era el quien succionaba, quien se ensartaba su hombría hasta lo más profundo de la garganta, y esos gemidos graves y masculinos era para él, para rogarle que no se detuviera, que pronto se vendría.

El orgasmo fue brutal pero insatisfactorio, aún estaba oculto así que tenía que acallar sus gemidos con la mano libre que le quedaba. Se sentía extrañamente sólo y vacío pese a que su cuerpo aún se convulsionaba por el placer. Ezio no ayudaba, sonriendo con pícaro desdén a la muchacha que había bañado con su leche caliente. ¿Qué no daría por estar en su lugar ahora?

Pero tenía problemas más graves, se arregló la ropa como pudo, y los minutos pasaron mientras buscaba la forma de salir de ahí sin ser visto, dejaría la botella y se iría de ahí rápido, justo como entró.

¿Y la botella? Miro desesperado por todos lados y casi chilla cuando vio que la inoportuna había rodado hasta la silla en la que Ezio despedía su compañía. Se agacho para recogerla y una sombra de arrepentimiento inundo sus ojos, para ser rápidamente reemplazada por la sorpresa.

Era el fin, lo era sin duda. Leonardo perdió su característica compostura y se tapó los oídos con las manos y ocultó el rostro entre las piernas. Lo había arruinado, ahora Ezio sabría que era un pervertido, un voyerista enfermo que gustaba de verlo follar con mujeres extrañas, pensaría cosas que no eran, del todo, ciertas. Su gran amor, su más viejo amigo y lo había arruinado todo en cosa de segundos.

-¿Leonardo? – Susurró Ezio, cojeando apoyado de los muebles hasta donde el pintor se ocultaba cobardemente. Levantó la vista sólo un poco con la cara tan roja como su boina preferida.

-Lo lamento…sólo quería darte tus medicamentos, para…para que te mejores pronto y…

El rostro de Ezio estaba pálido y confundido, soltó un suspiro y se pasó la mano por el cabello antes de volver a mirarlo.

-¿Me odias no es cierto?

-¿Cómo? –Balbuceo confundido el Maestro.

- ¡Soy un idiota! Olvide la medicina, nunca pensé que serías tan buen amigo para traérmela, debí pensarlo porque tú siempre eres considerado y yo estaba muy ocupado ocupándome de mí. Ahora te he puesto en una situación de mal gusto.

-¡¿Cómo?!

- ¿Has visto eso  no es cierto? Debes pensar que soy un cerdo, estoy herido, acabo de irme de tu casa ignorando tu amabilidad, amico, y lo primero que hago es ponerte en una situación vergonzosa y desagradable.

-N…No Ezio, yo

-Lo lamento, Leonardo –Dijo recuperando un poco de su jovialidad despreocupada- Si decides que ya no quieres ser amigo mío lo entenderé, sería más seguro para ti que vagar por ahí con un asesino, siempre te lo he dicho.

-Ezio…no pasa nada en serio…yo… tengo que irme.

Confundido como estaba se puso de pie y lo empujo para salir corriendo de ahí. ¿Qué mierda había pasado? No sólo se había dejado llevar como un animal, además había dejado que Ezio pensara que era su culpa que el fuera un pervertido… ¿Cómo había pasado eso?  Pudo ver su rostro, estaba arrepentido, nunca se había arrepentido de nada antes, ¿porque lo hacía ahora?     

Porque no podía gritarle, reprocharle su imprudencia, exigirle privacidad… ¿Por qué tenía que confundirlo tanto? Tanto que se sentía un muchachito de 15 años, masturbándose hasta el orgasmo por la persona que amaba en secreto, como un caballero enamorado de una mujer casada.

¿Porque tenía que apreciarlo hasta el punto de avergonzarse de presentar su lado más oscuro frente a él?

Porque tenía que ser su amigo, porque no podía amarlo con la misma urgencia, con la misma pasión con la misma desesperación que el sentía por él…

“Ezio va a ser tu fin, Leonardo”- Pensó mientras entraba de nuevo a su estudio y cerraba con seguro puertas y ventanas. No quería a nadie cerca, al menos por hoy.

Notas finales:

Espero la próxima semana subir un capítulo más...habrá lemon...probablemente sí, hay mucho que quiero hacer con ellos!


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