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Ezio por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Espero perdonen mi demora con este capítulo, tiene un poquito de romance, y el primer lemon de la serie!

Disfrutenlo, yo disfrute escribirlo.

Tres días. Tres días en que no había comido casi nada. Tres días. Había cancelado sus citas, sus entregas, había enviado a casa a sus aprendices, a sus modelos… por casi 3 días Leonardo no había hecho más que entregarse a una dolorosa y recriminatoria meditación, hundido en su cama, con el rostro enterrado en la almohada pero incapaz de dormir.

Había dos cosas que le mantenían insomne, ambas, está de más decirlo, tenían que ver con Ezio Auditore. Como siempre.  Desde su “visita” a “La Rosa Colta” No tenía un momento de paz, si no vivía atormentado por dejar que Ezio se sintiera culpable era sólo porque algo aún más poderoso que la culpa desbordaba su mente y amenazaba con llevarlo a la perpetua locura.

La suave luz ocre del atardecer entraba por su ventana cerrada, la chimenea estaba apagada pero algunas brasas aún crujían por el fuego que el pintor había descuidado y había terminado por apagarse, todo lo contrario al señor de la casa, que por tercera, tal vez cuarta, vez en el día estaba enfrascado en sumirse en una fantasía profunda y dañina. Pero no podía sacarlo de su cabeza, era imposible. Sus gemidos resonaban en su cabeza, tan claros como si su emisor estuviera a su lado.

Sus manos no acariciaban su cuerpo, su pecho, su miembro, no. Acariciaban esa piel bronceada y esos músculos firmes, ese pecho curtido por la batalla y ese miembro imponente, viril y completamente erecto que estaba tatuado en su memoria. ¡Qué Humillante! Pero inevitable, no importaba cuantas veces se liberara, Leonardo no podía olvidarlo, no podía dejarlo ir, no podía sacar de su mente ese visión casi divina de Ezio, sudando y entregándose a un acto pasional y físico. Sintió alivio y su mano húmeda de su propia semilla.

¡Qué Humillante!

Tal vez nunca tendría el valor de ver a Ezio a la cara nuevamente, de perderse en su sonrisa, en sus ojos almendrados, en lo simétrico de su mandíbula. Maldito sea el día que decidió hacer semejante tontería. Ezio había tratado de contactarlo, estaba preocupado. Le había mandado palomas mensajeras, emisarios, cortesanas, su mesa de trabajo estaba llena de una desordenada pila de pergaminos, entre las cartas de Ezio rogándole una visita, y sus propios estudios, cientos de bocetos en carboncillo de su musa: Su rostro, su espalda, su cuerpo, su hombría, sus expresiones. Había plasmado todo con tanto amor y tanto cuidado como sus recuerdos le permitían, y era imposible olvidar cuando alguien de semejante maestría se asegura de dejar para la posteridad un trabajo tan detallado y preciso. Pensó en quemarlos múltiples veces, pero no se armaba de valor para hacerlo, no podía ni quería hacerlo, nunca tendría oportunidad de verlo de nuevo.

Se aseo un poco y luego de ponerse pantalones y una camisa bajó al estudio a comer algo, corto un poco de pan y una rebanada de queso y lo mastico lentamente mientras manoseaba un racimo de uvas de olor embriagante.  De reojo podía ver la mesa de trabajo rebosante de Ezio, y sintió otra punzada de culpa. Tal vez debería disculparse…ser su amigo y su confidente, su contacto con gente importante, limitarse a ser lo que Ezio quería que fuera, y  compartir con él una amistad sincera.

— ¡Merda! La has metido hasta el fondo esta vez… — Le dijo al pan, que permaneció inmóvil e inerte, sin dignarse a responderle— Menos mal, ya estoy muy viejo para volverme loco cuando mi merienda me responda los insultos…

Pensaba dedicar su tarde a reflexionar sobre la locura cuando golpearon a la puerta, 3 veces. Su corazón latió con fuerza, pero no se movió de su lugar frente a la mesa. No estaba listo para enfrentarse a él. Trago saliva, su mano temblaba, pero trato de calmarla pasándola por su cabello, las hebras rubias opusieron resistencia porque no se había molestado en asearse apropiadamente en días. 3 golpes más. Corrió escaleras arriba, buscando refugio entre su ropa, libros y consideró seriamente saltar por la ventana. En eso estaba cuando escucho el crujir de la madera.

Ezio había votado la cerradura y estaba parado frente a la mesa de trabajo, tenía una muleta bajo el brazo y usaba una capa que no le pertenecía. Leonardo tuvo que morderse los labios para no soltar un chillido de asombro al verle ahí. Se había escondido en las escaleras, y cerró los ojos intentando ignorar esa voz que lo llamaba.

—Leonardo… ¡Leonardo, per dio! Dime algo, amico. No quiero subir y encontrarme con tu cuerpo— murmuró para sí mismo el moreno mientras se frotaba el puente de la nariz y recorría la estancia con la vista. Su mirada pasó de las uvas al pan a medio comer y luego a la mesa de trabajo.

—Pero… ¿Qué es…?—

Leonardo reacciono muy lentamente, Ezio se había entretenido con algo… Pero claro, no podía ser más inepto. ¡Si su cara estaba por toda la mesa! Sintió un impulso feroz de azotarse contra el muro, pero salió de su escondite, jadeante y avergonzado.

—Ezio… por favor, yo… yo no pretendía causarte ninguna vergüenza…sólo…
—Sólo ¿Qué? —Dijo Ezio mirándolo, y botando bruscamente un puñado de bocetos sobre la mesa.

Leonardo se había quedado sin palabras, cosa muy inusual en él, y la cerró de golpe cuando noto que no dejaba de balbucear incoherencias. Suspiro profundamente y lo miro a los ojos esperando encontrar odio o repulsión en su mirada. Pero Ezio no parecía molesto, parecía genuinamente confundido. Miraba a Leonardo, como tratando de ver a través de él y entender lo que estaba sucediendo.

— ¿En esto has estado ocupado estos tres días? Creí que habías muerto, nadie sabía nada de ti…
—Lo…Lo lamento. No quería ver a nadie, no quería preocuparte. — No podía seguirlo mirando, se aferró a su camisa, tirando de un borde descosido con afán obsesivo.
— ¿No querías preocuparme? Por favor, Leonardo. ¿Qué está sucediendo? No te atrevas a mentirme porque me tomó casi una hora caminar hasta aquí y te mataré con mis propias manos si tan sólo intentas…
— ¡Te deseo!- Gritó Leonardo tan súbitamente que se tapó la boca sorprendido por su propio atrevimiento.

Ezio lo miro aún más confundido, Leonardo estaba sudoroso, avergonzado y sonrojado, Esa había sido una pobre elección de palabras. “Te deseo” ni se acercaba a lo que sentía por Ezio, a esa pasión desenfrenada que lo tenía al borde de la locura y le alimentaba las más salvajes fantasías. Ezio meditó un momento, mirando los pergaminos de la mesa con aire distraído.

—Eso no es algo reciente ¿verdad?-Preguntó lentamente, le daba la espalda y no podía ver su rostro, pero debía lucir tan confundido como sonaba su voz.
— No.
— ¿Por qué nunca me lo dijiste?
— Porque creí que me odiarías… No… no espero nada de tu parte, eso sería completamente inapropiado y extraño, porque, benne, somos amigos hace tantos años que yo…
— Va Benne, te daré lo que quieres.
— Ezio, no digas tonterías.
— No me insultes, Leonardo — Ezio se había volteado a mirarlo, no era una broma, Leonardo podía ver la honestidad en su rostro y una sombra de deseo y curiosidad en sus ojos. — Tú eres mi amigo desde tiempos en que yo era mucho más feliz y también me has ayudado en incontables ocasiones. Eres la única razón por la que no he detenido mis visitas a Florencia por completo. Mi deuda contigo es inmensa, buen amigo, y si es así como puedo pagarte, me sentiré honrado de que me permita compartir su lecho, Maestro.

Leonardo no daba crédito a sus oídos, soltó un jadeo desesperado y se golpeó el rostro con los puños hasta que el mismo Ezio lo detuvo. No era un sueño, no estaba en su cama, drogándose con el aroma de sus almohadas y alucinando un mundo donde Ezio lo hacía suyo. Estaba tan cerca, podía sentir su calor, y al levantar la vista se encontró mirándolo directamente a los ojos. Ezio parecía conforme, si no es que resignado, con la decisión que había tomado. Y Leonardo no pensaba rechazar una oportunidad única como esta. Ezio quería darle un revolcón de consolación, pero él no era un hombre cualquiera.

Leonardo llevaba la excelencia a todo lo que hacía, y está era sólo otra oportunidad de demostrarlo. Cuando terminará con él, Ezio volvería rogando a su cama, rogándole que le entregue su cuerpo una vez más.

Sumidos en un silencio incómodo lo ayudo a subir hasta sus aposentos y a desprenderse de la capa y la pesada armadura de asesino. Su pie parecía estar mejor, pero no se arriesgaría a causarle más daño, con un gemido lastimero de expectativa lo sentó sobre la cama y se armó de valor para cumplir uno de sus más grandes deseos. Se inclinó sobre su rostro y le dio un beso en los labios. Un beso que comenzó casto y temeroso, deleitándose con el sabor que tanto había deseado probar, pero luego mutó en un intercambio tan abrasador de saliva y carne que ni Ezio pudo evitar el pequeño gemido ronco que escapo de sus labios cuando se separaron para recuperar el aliento. Ese tacto áspero y caliente, pero con sabor salado, no quería vivir sin él. Había esperado tanto para besarlo, y no podía detenerse.

Recorrió su rostro y su cuello con sus labios, llenándole de besos y mordidas, casi arrancándole la camisa para delinear con su boca cada cm de esa piel tostada que era su perdición, aspirando ese aroma terroso y varonil y sintiendo su propio cuerpo tensarse dolorosamente dentro de su ropa. Bajó hasta su vientre y cuando libero su erección de la prisión que le era la ropa, levantó la vista para mirarlo. Ezio tenía los ojos cerrados y a pesar de lo rojo de sus mejillas, parecía algo tenso, tal vez incómodo.

Leonardo se relamió los labios, no sería tonto pensar que Ezio nunca lo había hecho con un hombre, bueno, no lo haría con cualquiera. Él le mostraría un nivel completamente nuevo de placer. Comenzó a lamerlo delicadamente, memorizando su forma y su textura, saboreando cada sabor cambiante y cada gota de líquido que brotaba de su cabeza hinchada. De un solo movimiento se tragó su miembro caliente hasta la base y le arrancó finalmente un gemido ruidoso y sincero que recibió como un premio.

—L… ¡Leonardo! PER DIO

En su mente había una enorme sonrisa de victoria, sin detenerse a pensarlo se dio a la tarea de darle la mejor mamada de su vida, cubriéndolo hasta la base una y otra vez, mientras su lengua jugaba con sus pliegues y sus dientes presionaban suavemente cuando tenía la punta entre los labios. Cada jadeo, cada gemido lo ayudaban a relajarse y en unos minutos estaba tan entregado como lo había visto 3 noches antes. Leonardo casi desfallecía de felicidad, saboreando ese cuerpo que tanto había deseado, inhalando de primera mano su aroma embriagador a sexo y muerte, sintiéndose en control y al mismo tiempo su esclavo mientras su mano firme le obligaba a ir aún más lejos, aún más profundo.

Sin importar sus súplicas no se detuvo hasta que su boca se llenó de semen caliente y salado. Mientras Ezio recuperaba la respiración, se tragó hasta la última gota, soltando un suspiro de gusto, antes de despojarse de su propio pantalón que parecía estorbar ahora. Estaba excitado, como nunca antes, pero no había terminado aún.

—Leo… Leonardo… ¡Eres Increíble!... — Murmuró el asesino , sonriéndole sorprendido.
— Soy muy talentoso, Ezio. No tienes una idea…

Acalló su respuesta con un nuevo beso, salvaje y lleno de deseo, está vez por ambas partes, con su mano masturbaba el miembro semi erecto del moreno que recuperó de inmediato su vigor ante las atenciones. Pero que hombre tan enérgico. Leonardo estaba más que encantado.

—No te preocupes, amore, yo me haré cargo de todo…— Susurró en su oído y llevo sus manos a sus caderas. Con una maestría precisa y firme dejo que su miembro duro lo penetrara lentamente. Su tamaño le arrancó un grito de gozo y debajo de él sintió a Ezio apretar su agarre tratando de controlarse, estaba entregado al momento al cien por ciento, perdido en aquella entrada caliente que lo apresaba violentamente. No podía pensar con claridad, Ezio era tan grande, tan caliente, tan duro, era mucho mejor de lo que jamás había imaginado.

Se despojó del resto de la ropa antes de comenzar un vaivén lento y tortuoso, casi dejándolo ir por completo antes de volver a enterrarse en su cuerpo hasta el fondo. Mientras aumentaba el ritmo de su cabalgata no podía dejar de pensar en cosas terriblemente vulgares. ¡Qué ganas de gritarle lo bien que se sentía tenerlo enterrado en su cuerpo hasta los huevos! Pero jamás podría decirlo, Ezio no era uno de los pastores idiotas o un pintorcillo de cuarta como los que Leonardo estaba acostumbrado a tirarse. Demasiado ocupados en disfrutar de su cuerpo como para olvidar la compostura y los modales.

Ezio parecía seguir su propia línea de pensamiento, demasiado excitado por sus movimientos, y sorprendido por lo mucho que lo estaba disfrutando, por lo caliente que se sentía, por lo hermoso y sensual que lucía Leonardo mientras derramaba gotas de sudor sobre su pecho. Apreso las manos del pintor en un agarre firme y las sujeto sobre su cabeza mientras se incorporaba y le robaba el aliento con un beso abrasivo y violento, reposándolas finalmente contra su espalda mientras le dedicaba embestidas fuertes y enloquecidas, al tiempo que recorría esa carne nueva para él hasta llegar a uno de sus delicados pezones y torturarlo con su lengua.

—E…Ezio, per dio, Ezio no te detengas… Si te detienes creo que moriré….

—No… no me detendré— Jadeo Ezio, articulando las palabras con los restos de su aliento descontrolado. Su vientre había comenzado a tensarse y de lo más profundo de su ser surgía una llama que le quemaba y amenazaba con hacerlo estallar en cualquier segundo. — Leonardo, no puedo más… ¿Qué debo hacer? —

—Ah… Adentro— Balbuceó Leonardo, perdido en sus propias sensaciones— ¡Vente dentro, Ezio!

Y así lo hizo, de un segundo para otro lanzo un último gemido grueso y decadente, llenando y desbordando a Leonardo que no pudo más que unírsele en un orgasmo tan doloroso como deseado. Tener a Ezio así, sobre él, jadeante, sudoroso, completamente complacido, con la mirada nublada por el placer que el mismo había provocado era su más oscuro sueño hecho realidad.

No se quejó cuando Ezio cayó rendido sobre su pecho, y casi chilló de felicidad cuando este, relajado pero finalmente enfermo, se quedó dormido en su pecho, con el cabello castaño enmarañado acariciándole el torso desnudo. Paso los dedos entre sus hebras castañas, acariciándolo con dulzura hasta que su respiración se hubo tranquilizado y su mente se librase del sopor del clímax. Aquella hermosa visión lo llevo de la mano a un sueño tranquilo y refrescante, en comparación a las tres noches anteriores en que aquello era sólo un sueño. Mientras cerraba los ojos para dormir, deseo que una vez más sus sueños fueran una premonición. 

Notas finales:

Gracias por leer y por todos sus comentarios!


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