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Ezio por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

 Lamento mucho la demora con este capìtulo,en realidad habìa escrito dos capìtulos màs, que me aprecieron en exceso violentos y tenían un contenido sexual muy alto. Para ser honesta me divertí escribiendolos pero no los creí adecuados para el rumbo que quería darle a la historia, que es más enfocado al romance, así que los deseche y empèze de nuevo. Tal vez los comparta con ustedes en otro momentos XD

Como sea, al fin nuevo cap y pronto uno más, ya que quiero compensar por la alrga espera.

 Cristina

En unos cuantos meses habían sucedido muchísimas cosas. Ezio se había ido, Leonardo no tenía idea de cuando volvería y al paso de las semanas simplemente decidió que sería menos doloroso dejar de preguntárselo. Convirtió cada día en una rutina que lo mantuviera ocupado y que salvará su mente de pensar en Ezio cada minuto consciente de su vida. Trabajaba como poseso, terminando cuadros que tenían años de atraso, o construyendo complejas maquinas que a menudo terminaban en desastre. Considero seriamente buscar a alguien nuevo, y aunque tuvo un par de encuentros de carácter bastante íntimo con un muchacho tras una fiesta privada, encontró más lamentable esa situación que permanecer solo y caliente.

Se había preparado emocionalmente,quisiera o no ese día tenía que llegar.  Lo extrañaba, extrañaba su aroma, su voz, su cuerpo pegado al suyo. Pero la auscencia de cartas hacia evidente que para Ezio no había nada más importante que su causa y su venganza, que parecían hacerse cada vez más complejas mientras descubría el nido de ratas en que se había metido.

Y Leonardo, apasionado del arte y las ciencias y determinado a cambiar el mundo a su manera, entendia demasiado bien la pasión y la motivación de Ezio, jamás podría reclamarle ni pedirle nada. Era su amante, su manera de soltar el cuerpo, de relajarse… Y más importante aún era su amigo, que lo apoyaba y lo entendía cuando no había en quien más confiar. Y aunque la idea era algo deprimente era mejor permanecer así.

Al final Ezio había hecho lo que Leonardo sabía que haría, había recibido noticias, y a pesar de que apenas unos días antes había trastabillado en el entrenamiento que realizaba en el patio del pintor cada día, se había marchado al amanecer con rumbo desconocido y sin dar señal alguna de vida. Lo que le sorprendió al Maestro no fue su partida, fue su perfecta capacidad para asimilarla y lo libre que se sintió de dolor cuando se dio cuenta de que se había preparado para ella hasta el punto de una ordenada indiferencia que transformó en una necesidad compulsiva de trabajo.

Y ahora enfrentaba una última y difícil decisión, le habían ofrecido vivir en Venecia. Venecia! La sola mención de la ciudad lo llenaba de emoción, pues aunque Florencia era la capital de la cultura y había sido su hogar durante años, Venecia parecía construida para las artes y las ciencias y era un centro mercantil rebosante de culturas y novedades que alguien con su genio no podía esperar a asimilar y diseccionar para incorporarlas a su cambiante trabajo. Era una oportunidad única, incluso le habían comprado un estudio nuevo, y habían ofrecido transferir la mitad de sus cosas antes incluso de que el mismo llegara, asegurando que se sentiría como en casa desde que cruzara el umbral.

Pero no había dicho que sí de inmediato, lo que había ofendido a su benefactor, había dudado y Ezio era el único culpable. Sí partía rumbo a Venecia, Ezio no sabría dónde buscarle. Claro que podía escribirle, pero no tenía idea dónde estaba, no sabía con certeza si estaba en Italia. Podía dejarle un mensaje, pero ¿con quién? ¿Paola? No quería pedirle nada a aquella mujer, mucho menos algo que tuviera que ver con Ezio. Y no podía dejar una nota pegada en la pared avisándole a cualquiera su nuevo paradero, sus amigos y clientes lo sabían y eso era suficiente.  Sólo podía esperar que el moreno se interesara lo suficiente por él como para buscarlo hasta dar con su paradero, claro que bastaría con preguntar en los alrededores para dar con el rastro del pintor rumbo a Venecia, pero Leonardo no quería enfrentarse a la posibilidad de que tal vez Ezio lo considerara una molestia o un desperdicio de su tiempo y buscara a alguien nuevo para ayudarle… incluso temía saber si consideraba ayuda las sesiones diarias de sexo que tenían en aquella casa. Sin duda echaría de menos los recuerdos que habían sembrado en ese estudio.

Incapaz de seguirse cuestionando cuánto valía su relación, o que relación tenían, aceptó trasladarse a Venecia y en cosa de dos días había empacado su vida, la mitad lo precedió y un par de días después y completamente sólo emprendió el largo viaje rumbo a su nueva vida.

Pero Ezio era como un tifón que azota una costa tranquila, arrancando arboles de raíz y destruyendo todo lo que se pone en su camino. Había ido a buscarlo después de todo. Y se habían encontrado mientras el rubio luchaba por reparar su vieja carreta en su viaje rumbo a Forli para tomar el barco que finalmente lo llevaría a Venecia. Ezio, además de una oleada de sentimientos y deseos, había traído consigo una parvada de guardias que trataron de derrumbarlos hasta que se hubo desecho de todos y cada uno. Para Leonardo que vivía una vida apacible y acomodada aquello era mucha acción y deseaba nunca más sentirse tan cerca de la muerte y tan lejos de la paz.

Peor aún, cuando arribaron a Forli, un pueblo afectado por el hambre y la pobreza que Leonardo consideraba un decadente y mal oliente pantano fangoso lleno de sapos y moscas, Ezio dio a su galantería e innata sensualidad un uso práctico y se ganó el favor de la Señora de Forli, Caterina Sforza, que parecía ansiosa de entregarse al adulterio junto a Ezio. Leonardo mantuvo su perfectamente pulida máscara de diplomática amabilidad y educada curiosidad hasta que ambos estuvieron en el barco y este partió en un viaje que se le antojaba largo y borró la falsa sonrisa de sus labios.

—Aún no puedo creer que te encontrará a tiempo. —Comenzó Ezio mientras caminaban rumbo al elegante camarote que habían asignado a Leonardo— Cuando supe que partiste con rumbo a Venecia temí no poder encontrarte nunca más.

—No me digas, amico,  eso debería decir yo, para ser honesto me fui porque estaba cansado de esperarte como un perro junto a la puerta sin saber si tendrías la decencia de venir a despedirte de mí antes de alejarte para siempre. — Las palabras sonaron frías e indiferentes, pero en sus ojos, normalmente alegres y curiosos, podía verse una sombra velada de resentimiento y de celos.

—No fue mi intención lastimarte. —Se limitó a decir cuando finalmente entraron al elegante camarote y se hubo sentado uno en cada una de las suaves camas con colchón de pluma que sobresalían de la pared y que junto con una bonita mesa y un par de sillas conformarían su mundo por los siguientes días.

—Ah, Ezio. Te sorprendería con cuanta frecuencia tus intenciones no concuerdan con tus acciones, pero no debes preocuparte de nada, al igual que planeas hacer con la Señora Caterina, conmigo te has asegurado de construir una relación con límites tan confusos que jamás podré recriminarte nada, no sin quedar como un perfecto tonto y te aseguro que no lo soy.

—Lo que decida hacer o no son Caterina es asunto mío. —Respondió tajante— Pero temo que no puedo darte lo que sea que estés esperando si no me lo dices.

—He tenido un día lleno de emociones Ezio… la mayoría terribles. Casi morí mientras una docena de hombres disparaban flechas en llamas apuntando a mi cabeza. Si te soy honesto no estoy del mejor humor para darte lo poco que me queda de paciencia.

—Leonardo… Prego, no hagas esto ahora. Al fin he podido verte luego de tantos problemas…— Ezio había bajado el volumen de su voz, convirtiéndola en un susurro suave mientras le acariciaba el rostro cariñosamente con una mano cálida y varonil.

Leonardo sintió flaquear su voluntad, la mano en su mejilla era tan cálida y ahora ese olor embriagante que emanaba de Ezio amenazaba con hacerle perder la compostura. Terminarían en la cama revolcándose como animales hasta el orgasmo, y luego volverían a dónde estaban, a ese limbo perpetuo y frágil en el que eran uno del otro pero no eran nada. Leonardo sabía ahora, a causa de su ausencia, que amaba a Ezio de un modo tan sincero y total, que aquella unión tan libre y tan etérea no le era suficiente.

Ezio no le daba tiempo para reflexionar, conocía demasiado bien su juego, y le beso dulcemente la mejilla, tanteando el terreno. Leonardo aún no había decidido que hacer así que el asesino le regalo uno y otro beso, cada vez más cerca de sus labios, pero cuando los abrió suavemente, listo para invadirlo y doblegar su voluntad, Leonardo lo empujo suavemente con la mirada baja.

—No, Ezio. No puedo.
— ¿Por qué no? Sabes que lo deseas tanto como yo…Leonardo.

Dijo su nombre casi como una caricia, Ezio midió sus acciones, besando con dulzura la curva entre su cuello y so oreja, provocándole un estremecimiento que utilizó para aprisionarlo contra la pared.

—No…Ezio…
—Shh… Leonardo…
—Ezio, Per favore… No hoy…

Lo deseaba, sí claro, cada célula de su ser vibraba al contacto del cuerpo caliente del otro. Pero su mente estaba concentrada en el dolor que le provocaba saber que para Ezio no se traba de nada más que de un intercambio físico, cuando en cada beso Leonardo le daba un poco más de su corazón.

Ezio clavó en él sus ojos, fijos, escrutando dentro de él para encontrar el origen de su rechazo, pero no lo cuestionó.

Va Bene, si eso es lo que quieres entonces no voy a tocarte. —Su rostro estaba sereno, pero Leonardo podía notar un tinte de molestia en su voz, y maldijo por lo bajo la estupidez que había cometido.

—Quiero que me toques. Quiero que me hagas sentir en las nubes cada momento de cada día! Y es por eso que no puedo…

—No te entiendo, Leonardo. Creí que funcionábamos así… nos deseamos mutuamente y eres por mucho el mejor amante que he tenido. ¿Qué es diferente? ¿Es que ya no te gusta mi compañía? ¿Es que has encontrado a alguien que te hace gozar más que yo?

—No… No eso es una locura, nadie me hace sentir como tú. — Susurró el pintor, sabiendo de antemano que había perdido la primera de muchas batallas en una guerra contra sí mismo. — Es… Es sólo que te extrañe…

—Entonces déjame compensarte por el tiempo perdido…—Susurró Ezio, su sonrisa pícara le hizo sonrojar y le recordó lo grande e irracional de su amor por él.  Pero no le dio tiempo de meditarlo, finalmente autorizado a atacar Ezio lo besó como sólo él sabía hacerlo, robándole el aliento hasta hacerlo gemir de placer. Su ropa tampoco opuso resistencia, y tuvo la sensación de que no lo haría en los días que durara su viaje.

Ezio recorría ahora su piel, bajando sus besos húmedos y acariciando con sus labios sensuales su cuello, su clavícula y su pecho, bajando hasta llevarse su miembro duro y expectante a los labios que le arrancó al rubio un desesperado gemido de sorpresa y de ansiedad.

Ninguno se molestó en decir una palabra mientras Ezio disfrutaba de su sabor, haciéndole perder lentamente todo sentido de decoro o de dignidad que pudiera florecer en su ausencia. El roce de sus cuerpos sudorosos y el golpeteo del agua contra las paredes externas del barco eran  todo lo que se escuchaba en la habitación. Habría deseado gritar de placer, o profesarle su amor eterno, pero apenas logró soltar una suave queja cuando sus brazos fuertes lo obligaron a darse la vuelta, una mano clavando su cabeza en la mullida cama y la otra sosteniendo en alto su pelvis, mientras sus dedos paseaban desde su miembro hasta su entrada y se enterraban en él, abriéndole paso a su palpitante erección que le siguió poco después, y que finalmente logró arrancarle a Leonardo un gemido de doloroso placer.

—Uh…Leonardo ¡Merda! — Gimió Ezio detrás de él, enterrado hasta la base en su cuerpo, tratando de mantener su propia compostura. — ¿Te has estado guardando para mí? Nunca te había sentido tan estrecho… ¿Lo sientes? ¿Me sientes dentro de ti?

—Ez….Ezio no…no hables así… harás que me venga. —Susurró aferrándose a las sabanas, Ezio podía creerlo un hombre educado y propio, pero en realidad le gustaba cuando sus compañeros le hablaban de aquella manera vulgar y sucia, y jamás podría mostrarle un lado tan desagradable— Ezio…Prego…muévete.

No tuvo que decirlo dos veces. En cosa de segundos él mismo presionaba el rostro contra la almohada, mordiéndola con furia para tratar de callar los gemidos descontrolados que escapaban de sus labios. Ezio se sentía tan grande, tan dolorosamente justo y rudo dentro de él, sus dedos se aferraban con fuerza a las caderas del rubio y lo sometían a un vaivén que fue aumentando en intensidad y violencia. Sus cuerpos emitían un ruido seco al chocar mutuamente y Leonardo pensó que podría llorar, aquella intrusión tan profunda y tan decadente le obligo a arrodillarse hasta que se vino, empapando la cama con un chorro de semen caliente en el que Ezio le obligo a recostarse antes de meter su miembro aún vivo en su boca.  

Para Leonardo, que no era ningún amateur, el movimiento salvaje de Ezio no era ningún problema, acompaso a él su respiración y cuando lo sintió al borde del orgasmo se aferró a sus fuertes muslos para evitar que se alejara, bebiendo su producto caliente y recibiendo con gusto un poco más en su rostro cuando finalmente lo dejo ir, mirándole desde abajo con el rostro sonrojado y su esencia escurriendo por sus labios. Aquella visión tan erótica despertó nuevamente a Ezio, y los sumió a ambos en una sesión intermitente de sexo que duró hasta el anochecer.

—Ezio…
—Dime…— Finalmente se habían vestido, al menos se habían puesto los pantalones, mientras Leonardo descansaba en el pecho firme y cubierto de cicatrices del moreno que recorría cada peca de su espalda con aire distraído.

—Tengo hambre.
—Mmm… No creo que sea hora de la cena, Leonardo.
—Eso no fue lo que dije.
—Lo sé. Ven, busquemos el comedor y veamos si algo ha quedado.

Amparados por la oscura noche salieron del cuarto, siguiendo a tientas, al menos Leonardo pues Ezio parecía ver perfectamente en la oscuridad,  un pasillo que los llevó al comedor. A pesar de la hora estaba abarrotado de gente que parecía estar terminando una fiesta, había botellas de vino vacias por todas partes y los invitados hablaban y reían a sonoras carcajadas. Mientras Ezio meditaba como entrar por comida, Leonardo tropezó con una botella perdida y estuvo a punto de caer, siendo detenido apenas por Ezio que lo sostuvo con fuerza contra su cuerpo.

Gracie!
—Prego…
Pero te costará un beso. — Susurró Ezio, sonriéndole coqueto, y mientras se besaban tiernamente casi sintió de vuelta al Ezio que prácticamente se había mudado a su casa meses atrás. Sin embargo su momento fue bruscamente interrumpido cuando Ezio lo empujo detrás de un tapiz cercano. Los invitados habían empezado a salir y ahora estaban ocultos de su vista en el resguardo de las sombras. Quiso preguntar, pero Ezio le tapó la boca y negó suavemente con la cabeza. Fue cuando trató de insistir que lo vio.

Había hablado con el hombre un par de veces, Manfredo Soderini, no era especialmente inteligente o guapo, pero era de buena familia, y era especialmente envidiado por su esposa, La Belleza de Firenze, Cristina Vespucci.

— ¿Ezio? ¿Qué sucede? — Se atrevió a susurrar cuando Manfredo y sus invitados de perdieron en la noche.
Mi perdoni.
— ¿Conocidos tuyos?
— Sí, del tipo que le hablarían a su familia si me hubieran visto. A donde Manfredo va, Cristina no puede estar muy lejos.

¿Si lo hubieran visto? Cristina, la familiaridad en su voz y el súbito cambio en su postura fueron suficientes para entender lo que sucedía.

— ¿Qué importancia tendría si Cristina Vespucci supiera que te han visto con alguien, Ezio?
— No, amico, no puede saberlo… — Su voz era ahora seria y sus ojos no lo miraban a él, miraban a lo lejos, a dónde fuera que Cristina estuviera— La amo demasiado.

Las palabras taladraron su mente y se enterraron en su corazón como un puñal al rojo vivo. Se llevó una mano al pecho, como temiendo en verdad haber sido apuñalado. Ezio no era suyo, no lo sería nunca. Sin importar lo que hicieran juntos, o lo compatibles que fueran. Porque ese corazón grande y cálido, estaba lleno de alguien más.

De Cristina


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