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Ezio por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Es triste, se los advertí. Es un momento clave para Leonardo, lo que suceda de aquí en adelante depende sólo de él. Para ser honesta no se bien como darle fin a este fic así que creo quedará abierto hasta que  encuentre su camino. Es un cambio diferente a mi otro fic que ya esta perfectamente planeado.

Espero lo disfruten y me perdonen-

Carnaval

No era el mejor plan. Leonardo esperaba que Cristina se entregara a Ezio y ambos se fundieran en el inmenso amor que se tenían. Pero su desprecio por la mujer y su ciega vocación de hacer feliz a Ezio habían nublado su juicio. Él lo había puesto en esta situación.

Disfrutar el festival había sido lo más fácil. El distrito estaba lleno de música, de juegos, de gritos de  felicidad y gemidos de placer. El aire era una mezcla de sexo, comida y pólvora. El cielo brillaba iluminado por las miles de farolas, las líneas de fuego de los hombres lanzallamas  y los fuegos artificiales. Todos bailaban, todos reían, todos cantaban, corrían, jugaban. Era una inmensa Bacanal en la que todos los estratos sociales se mezclaban para convivir y disfrutar.

Leonardo no era un gran fiestero, pero no podía rechazar ninguna invitación y paso casi todo el día de banquete en banquete, de baile en baile. Todos querían a Leonardo en su fiesta, saludando a sus invitados, aceptando sus encargos. Leonardo tal vez nunca terminaría esos encargos, algunos otros serían trascendentales en la historia, pero todos surgían de  la ciega convicción de algún noble ebrio veneciano.

La única distracción de Leonardo en esta vida era Ezio. Normalmente no perdía el tiempo, incluso si así parecía sentado frente a un árbol y dibujándolo durante casi 3 horas. Leonardo era metódico y cuidadoso, así que socializar era algo que hacía por negocios, no por placer. Despreciaba la atención y la cháchara estúpida de los nobles vulgares o las amantes jóvenes y embarazadas de los hombres ricos que buscaban distraerse de una esposa infértil.

Su última fiesta lo había obligado a encontrarse con Cristina. Había ido a supervisar su trabajo, los escenarios y los hermosos disfraces que en los que había puesto una parte de sí. Algo había de hermoso en lo efímero de este trabajo. Cuando el Carnaval terminara todos esos hermosos trajes, máscaras y tocados terminarían en algún baúl acumulando polvo, o directo en el fuego. Horas de trabajo destruidas en segundos. Pero ahora, en su momento de esplendor, Leonardo no recibía más que cumplidos por sus originales diseños y él estaba de acuerdo en que esta era por mucho la mejor fiesta de la ciudad.

El ambiente festivo, y la conclusión de que Cristina lucía hermosa en su vestido rojo con bordado de oro y una hermosa mascara dorada, lo habían orillado a la bebida. No era común en él, pero había tomado casi 3 copas de vino cuando vio a Ezio acercarse a Cristina sigilosamente, confundiéndose entre los bailarines y sus damas de compañía, para meter en su bolsillo un papelito arrugado.

Sin que ella lo imaginara Leonardo la siguió al sucio callejón donde Ezio la abordó, besándola apasionadamente. ¡Qué mujer tan estúpida si confundía el cuerpo alto y fornido de Ezio con el fideo escuálido que tenía por esposo! Pero así fue.

Leonardo estuvo a punto de irse, hirviendo de celos, cuando ella se dio cuenta de su error. Ezio se mostró ante ella y Leonardo pudo leer en Cristina emociones conflictivas. Primero sorpresa, luego amor, luego nostalgia y finalmente ira. Y era comprensible. Ezio la había abandonado, había permitido que otro hombre se casara con ella a pesar de que se amaban y nunca había hecho el menor intento por reclamarla, hasta ahora. ¿Cómo podía Ezio pasar todo eso por alto?

No podía ver a Ezio, su rostro estaba enmascarado y obscuro. Pero apenas pudo ocultarse tras una columna cuando Cristina salió furiosa de la escena, en la oscuridad Leonardo podía sentir su furia, pero también veía las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Ezio no se movió durante casi 5 minutos. Parecido a una estatua se mantuvo firme en su posición hasta que un gélido gruñido ascendió desde sus entrañas y salió lastimero de sus labios, al tiempo que golpeaba el muro más cercano con tanta fuerza que dejo la impresión de su puño.  Su rostro, parcialmente iluminado por las luces de la calle estaba contraído por el dolor y un par de lágrimas solitarias corrían por sus mejillas, acariciando su rostro.

Leonardo deseo correr hacia él en ese momento, abrazarlo, profesarle su eterno amor. Pero no podía hacerlo. Había mucha gente en las calles. Él no podía darle nada, no era la persona a quien Ezio deseaba tener en sus brazos en ese momento, y él no podía darse el lujo de correr a besarlo en un gran gesto romántico. Incluso en esa atmosfera festiva las parejas alternativas festejaban en fiestas temáticas y privadas. Un momento de duda pareció una eternidad.

Cuando volvió la mirada Ezio había desaparecido. Le tomo casi 2 horas y unos 1500 florines, pagados a las cortesanas correctas para darle indicaciones, encontrar lo que quedaba de Ezio.

Estaba en una cantina cerca del canal principal. Justo en el medio del bullicio del Carnaval, un local con un fuerte olor a colonia barata, lleno a rebosar de cortesanas y ebrios que cantaban y se besaban entre música estruendosa y de mal gusto. Ezio estaba sentado en la barra, completamente solo. Cuando Leonardo se sentó a su lado ya tenía dos botellas vacías de vino en frente y estaba por la mitad de una más.

— ¿Ezio? —.Pregunto Leonardo, tocándole suavemente el hombro. El aludido tardó un momento en reaccionar, pero volteo a mirarlo con una sonrisa miserable y los ojos vidriosos, tal vez por el llanto, tal vez por el alcohol. El corazón de Leonardo se comprimió dentro de su pecho. Acercó un vaso que Ezio llenó de vino. Esta noche él también pensaba beber por el amor no correspondido.

—Cristina me odia—. Susurró Ezio pasados unos minutos de beber en silencio. Su voz sonaba rasposa y extrañamente húmeda. Hablaba lentamente y Leonardo pudo darse cuenta de que estaba completamente ebrio.

—Anda Ezio, te llevaré a casa para que puedas dormir—. Intentó ponerlo de pie pero era imposible, Ezio era mucho más grande y pesado que él.

—Disculpe—.Preguntó al cantinero. —De casualidad tendrán habitaciones disponibles sobre la tienda, me temo que mi amigo no podrá caminar a casa, signore.

—No tiene mucho espíritu de festival ¿verdad? Venga conmigo—. El hombre ayudo a Leonardo a cargar a Ezio hasta una habitación privada escaleras arriba. Ezio aún aferraba la botella de vino firmemente en su mano y le dio un trago estruendoso cuando el cantinero se alejó de ellos para abrir la puerta y dejarlos pasar. La estancia era apenas una cama y una silla. En la mesita de noche había una vela a medio consumir y las cortinas raídas le causaron nauseas a Leonardo. Sin embargo ayudo a sentar a Ezio en la cama antes de darle suficiente dinero al hombre para cubrir los gastos de la bebida y aquella habitación. Cerró la puerta cuando este se fue y miró a Ezio, desplomado y casi inerte.

—Debí casarme con ella. Debí llevarla conmigo a Monteriggioni… Ella me ayudó a enterrar a mi padre y a mis hermanos… Estuvo conmigo a pesar de todo. Y ahora me repudia como alguna clase de rata, como a los hombres que rechazaba cuando la conocí. Soy un perro miserable y un cobarde.

Leonardo escuchaba en silencio. Se había quitado la capa y el sombrero y miraba a Ezio con comprensión.

—Su piel es tan suave, y su voz cuando llama mi nombre… por años no he deseado despertar a otro sonido. Le di mi corazón y ella me daba su virtud cada noche, a espaldas de todos, en secreto de sus padres… Cristina, mi preciosa Cristina de ojos brillantes y lengua afilada…

Ezio le dio un último trago a la botella antes de ofrecérsela a Leonardo, el rubio le dio un buen trago. Sintió el calor del alcohol calentarle el estómago y las mejillas. No era el mejor bebedor, de hecho con apenas vasos de vino ya estaba bastante confundido, eso sin mencionar todo lo que había bebido a lo largo del día. El dolor parecía un acelerador a su ebriedad. Y mirar a Ezio destrozado y recordando a Cristina con lágrimas en los ojos, reducido a lo más bajo en que puede convertirse en un ser humano no era precisamente de ayuda.

—Ezio. Si Cristina se hubiera ido contigo esta noche, ¿La habrías tomado? —
—Sabes que sí, hasta hacerla gritar mi nombre…hasta olvidar el mío.

Ezio dejo de moverse. A pesar de su juventud de pronto se veía sumamente viejo y cansado, con los labios entre abiertos y la mente perdida en el futuro imposible.

— Le hiciste mucho daño.
—Lo sé. Y me hice mucho más daño a mí mismo. La venganza, Leonardo, es todo lo que tengo, una convicción ciega y ridícula por destruir un sistema que no logro entender del todo… Hay que pagar un precio por luchar por lo que uno cree correcto. Soy tan estúpido que el precio que pagué fue Cristina y no me había dado cuenta.
—No puedes cambiar el pasado Ezio, y tampoco tiene sentido estancarse en él.
—Desearía que fuera posible. Volver a esos días, salvar a mi Padre y a Mis Hermanos, detener esta locura antes de que se me obligara a formar parte de ella. Tomaría a Cristina y la haría mi esposa, sería banquero como mi Padre. Cada día llegaría a casa, cansado, y ella me recibiría con una sonrisa, cenaríamos juntos y jugaríamos con nuestros hijos antes de irnos a dormir. Y cada mañana la vería, tan hermosa como el alba, con el cabello revuelto y las mejillas sonrojadas por la calma del sueño.

Leonardo apuró el vaso de vino, el amor de Ezio por Cristina era puro y lo envidiaba. ¡Cómo deseaba decirle que él se sentía igual! Qué lo que más deseaba era vivir toda su vida despertando entre sus brazos, enredado en las sabanas de su cama, Ezio desnudo, con el cabello suelto fluyendo por las almohadas completamente relajado, a salvo. Juntos podrían cambiar el mundo, sin violencia, sin derramar sangre. Pero no podría darle nunca una familia, no tenía las partes adecuadas, ni deseaba tenerlas. No podría recibirlo con la cena caliente y los niños listos para ir a la cama. Esa no era su realidad. Y Ezio nunca sería suyo.

—Ezio.

El aludido dejó de hablar y lo miró, tratando de enfocar su vista en él, apenas manteniéndose erguido en la cama. Leonardo se sentó a su lado, con un trozo de tela entre las manos, sonriéndole lastimeramente y acariciándole el rostro con devoción. Ezio inclinó la cabeza en dirección a su mano y calentó su corazón con la más irresponsable e imprudente esperanza. Con cuidado envolvió sus ojos en tela, atándola firmemente detrás de su cabeza, Ezio apenas atinó a jadear mientras Leonardo los desnudaba e intento negarse a sus atenciones cuando su mano aferro su virilidad dormida.

—Leonardo… Detente…
—Está bien, Ezio. No pienses en nada, no pienses en mí. Yo sería lo que tú me pidieras y esta noche puedo ser Cristina…

Su voz estaba firme y su determinación era irrefutable. Ezio dejó escapar un jadeo escéptico que Leonardo acalló con un beso, profundo y salvaje. Se había sentado sobre él, aferrando sus miembros juntos y frotándolos mutuamente mientras su lengua exploraba la boca ajena con desconocida libertad. Lo sentía titubeante, y su siguiente beso llegó acompañado del vino restante en la botella que escurrió desde sus bocas a su pecho, Ezio se estremeció y Leonardo siguió  su trayectoria con la lengua ansiosa de afecto. Beso sus músculos y el interior de sus muslos antes de meter su longitud en su boca. Ezio dejó escapar un gemido gutural, Leonardo sonrió victorioso y no dejo de comerlo hasta que estuvo tenso, hinchado y duro entre sus labios.

Sus bocas se unieron una vez más en un beso, correspondido está vez. Las manos de Ezio se aferraron a su cadera y sus dedos se insertaron en su entrada sin piedad, arrancándole un gemido mientras hacían lo posible por prepararlo para la violenta intrusión que vino poco después.

Un beso más se llevó esa violencia. Ezio golpeaba su interior con dulzura, tan profundamente que podía sentir su punta caliente golpeando su próstata y llevándolo lentamente la locura. La oscuridad y el brillo atenuado de la luna que se colaba por las cortinas parecían competir por dar la atmosfera adecuada. Ezio se incorporó, presionándolo contra la cama con un último beso antes de levantar sus piernas sobre sus hombros y embestirlo en una cadencia demencial. Leonardo se aferró a las sabanas,  acurrucándose contra el colchón y disfrutando del ritmo que se le imponía. El moreno comenzó a aumentar la velocidad a medida que su propio cuerpo se tensaba, cuando Leonardo presto atención se dio cuenta de que murmuraba en su oído.

—No haría nada más que entregarme a ti toda la vida si pudiera. — Susurraba con una voz rasposa y animal, mordiendo suavemente el lóbulo de su oído. — No podrías levantarte por las mañanas, no podrías caminar…

Ezio soltó una risita tonta, rodeando su cuello con sus brazos y enredando sus piernas en su cintura, Ezio lo besó antes de que el mismo lo intentara, y cuando se separaron su voz era aún más dulce, casi empalagosa, Leonardo nunca lo había escuchado así.

—Ezio… — El alcohol y el placer nublaban su vista y su juicio, Ezio murmuraba en su oído palabras sobre su belleza entre mescladas con sucias descripciones de sus actividades que hacían estragos en su autocontrol. En un acto totalmente irracional y apasionado Leonardo susurró— Ezio… ¡Ah, Ezio, te amo!

Las palabras salieron de sus labios y de pronto su cuerpo se sintió liviano. Estaba hecho. Había confesado su amor en un momento de vulnerabilidad,  le había entregado su corazón.  Lo repitió una y otra vez mientras sentía ambos cuerpos acercándose peligrosamente al orgasmo. Ezio perecía perdido pero se vino dentro de él con un salvaje:

—Te amo, maldita sea. ¡Te amo, Cristina!

El peso de Ezio sobre él cuando quedó rendido no fue nada comparado al peso que cayó sobre su corazón. Él lo sabía. Por un segundo realmente creyó que ese Te amo era para él. Pero no era así, Ezio amaba tanto a Cristina que podía disociar su cuerpo de la persona. Incluso con su misma anatomía Ezio estaba haciendo el amor con Cristina, no dándole a Leonardo el más dulce sexo de su vida. Ezio se quedó dormido casi de inmediato, Leonardo  ya no estaba ebrio, el alcohol se le había bajado en segundos. Ahora pensaba con inmunda claridad en lo asqueroso de su comportamiento.  Se había aprovechado de Ezio, lo encontró vulnerable y decidió violarlo para tratar de imponerle sus sentimientos. Ezio estaba dolido y ebrio. Había aceptado su compañía por reflejo. Y Leonardo se había permitido dejar por sus impulsos más básicos, embriagado de amor. No podía ni culpar al vino por lo repulsivo de su comportamiento.

Y su amado Auditore, no importaba la voz, ni el cuerpo, él le profesaba a Cristina un amor total. Había gemido su nombre mientras su leche caliente desbordaba un cuerpo completamente diferente. Leonardo se llevó las manos al rostro cuando el sudor escurrió hasta su cuello. No era sudor. Estaba llorando. Por primera vez desde que era un niño Leonardo Da Vinci estaba llorando, a lágrima viva, pero en perfecto silencio como una doncella. No podía estar ahí.

Se quitó a Ezio de encima como pudo y se vistió apresuradamente. Salió de la Taberna en silencio y camino por las calles concurridas hasta llegar a un vecindario mucho más silencioso. Antes de darse cuenta estaba tocando en una puerta y casi se sorprendió cuando Francesco la abrió, algo confundido y en ropa de dormir. Abrió la boca para reclamarle, pero luego lo miró bien y entendió sin palabras lo que sucedía. Lo acompaño escaleras arriba y le presto algo de ropa antes de meterse juntos a la cama. Leonardo había dejado de llorar pero sentía los ojos hinchados y la nariz constipada.

— ¿Quieres hablar?
—No
— ¿Tienes hambre o sed?
—No—. Lo automático de sus respuestas  le irritó pero  trató de ser comprensivo.
— ¿Por qué estás aquí? — Pudo ver el rostro de su amigo contraerse mientras pensaba una respuesta.
—Conozco mucha gente. Pero eres mi más grande amigo. No tengo nadie más a quien pueda mostrarle lo patético que soy.
—Me gustas más cuando sonríes, y mucho más cuando sonríes montado en mi erección.


Francesco le sonrió con burla y Leonardo se rió con él, justo hasta el momento en que su risa se transformó en sollozos y su sonrisa en lágrimas. El pelirrojo lo miró sorprendido, era la primera vez que veía a Leonardo actuar como un ser humano. Claro que lo veía entregarse a él, pero el placer carnal no le parecía mundano, le parecía más una forma de obligarse a llegar a la iluminación divina. Pero llorar. Leonardo jamás lloraba, ni cuando alguien moría, ni cuando fracasaba. Pero lloraba ahora, con las manos cubriéndole el rostro y la voz trémula por el dolor.

Francesco no dijo nada más, pero lo abrazo, acurrucados en su cama, hasta que se quedó dormido. Lo dejo aferrarse a su cuerpo durante toda la noche y no hizo ademán alguno de dejarlo ir. Sintió una rabia ciega contra Ezio por hacerle sufrir, y al mismo tiempo mucha lástima por Leonardo, porque era el único responsable de su tragedia.


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