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El Hogar de las Bestias por Camila mku

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Mello huyó de la discoteca por la madrugada, con el sol creciente en pleno alba, y su desnudez a flor de piel. No pudo contener las lágrimas que rodaban sus mejillas ni ocultar el terror que lo sucumbía. Había matado a alguien y estaba seguro de que los ojos azules de Brian lo perseguirían hasta en las pesadillas.

Corrió desesperado a través del bosque con el único objetivo de llegar a la Wammy's House. Entró de un portazo y subió las escaleras a la velocidad de un rayo. Se metió en su cuarto, que estaba vacío; Matt aún no llegaba.

Apagó la luz y se echó sobre su cama. Se cubrió hasta la cabeza con una frazada mientras los rayos del sol entraban silenciosamente por la ventana y dibujaba sombras tenebrosas en el suelo. Sombras que se asemejaban a bestias devoradoras de humanos. Una de ellas se parecía a él, y otra a Brian. Caído en el suelo. Sangrando.

No creyó tener la fuerza de voluntad como para levantarse ese día. Acobijó la cabeza debajo de la almohada y se cubrió entero con ella, para así llorar en paz sin que nadie lo estorbase.


Cuando Near abrió los ojos, lo hizo con tanta serenidad que sintió un alivio recorrerle el cuerpo. Hacía demasiados años que no se sentía de esa manera después de una noche de luna llena, y podía estar seguro de que, a partir de ese día, glorificaría a Elle de por vida. La pócima era más que un remedio, era definitivamente la puerta mágica a su salvación.

Se levantó de la cama con la relajación de cualquier día normal de la semana. Su cuerpo no había sufrido rasguños, no tenía arañazos ni la sangre le brotaba de heridas que no tenían explicación. Estaba sano, tan sano que por un segundo se imaginó a sí mismo viviendo una vida normal, como la de cualquier adolescente de su edad. Aunque no era una idea muy descabellada, después de todo.

Creía que Elle era demasiado inteligente y que podría extender los efectos de la pócima de por vida. Solo hacía falta tiempo y esfuerzo, además ya se sentía con el deber de ayudarle. Quizás, entre los dos fuese más fácil generar mayor cantidad de ese líquido mágico para él, ¿y para Matt, Mello y Beyond?

Near levantó una ceja. Él estaba seguro de querer dejar esa vida atrás, pero no podía asegurar lo mismo de los otro dos.

Por otra parte, era consciente de que el efecto retardador de la pócima duraría lo que durara ese líquido blancuzco en ese frasco.

"No es de por vida". —Había escuchado decir a Elle—. "Cada sorbo sirve por única vez antes de la transformación".

Teniendo en cuenta sus palabras, Near daba por seguro que esa "pócima" era simplemente una retardadora de la transformación. No era un antídoto, no iba a curarlo. Sin embargo, guardaba esperanzas de que Elle fuese a hallar una cura algún día. Si Near ponía las manos en el fuego por la inteligencia de alguien, era por la del Elle.

Esperaba que pudiera.

Acabó de ponerse el pijama. Sintió ganas de bajar al comedor y servirse un té para luego sentarse en la mecedora al lado del ventanal del living y quedarse leyendo un libro el resto de la mañana, pero el sonido de un llanto desconsolado hizo que se desconcentrara.

Near caminó fuera de su habitación hacia la recámara de Mello y Matt, que quedaba frente a la suya. Se paró frente a la puerta y esperó a escuchar algo. Bastaron dos minutos para que lograra descifrar que se trataba de Mello. Aunque no había estado tan seguro en un principio, ya que nunca había oído a Mello llorando.

Abrió lentamente la puerta y se metió dentro sin hacer nada de ruido. Caminó descalzo, como era costumbre en él, hasta dar con el bollo debajo de las colchas de la cama.

Mello no se había percatado de su presencia, continuaba llorando de manera ultrajada. Sus hombros se movían de arriba abajo frenéticamente. Near estiró una mano y lo tocó con el dedo índice.

—¡Maldición! —gritó Mello, quitándose las sábanas de la cabeza con fuerza. Miró a Near de manera desafiante. Near observó el rojo de sus ojos y adivinó que Mello había estado llorando desde hacía un buen par de horas—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí? ¡Lárgate! —gruñó.

Near se jaló un bucle y, como era habitual en él, hizo eso que Mello tanto odiaba: reflexionó varios segundos antes de hablar.

—Te oí llorar —fue todo lo que dijo. La preocupación en su voz contrastaba con la paz en su rostro.

Mello resopló, e hizo fuerzas sobrehumanas para detener la angustia que no le permitía cortar ese llanto exacerbado. Se concentró en que estaba frente a Near, y no en la discoteca, no en esa habitación llena de sangre y con el cuerpo de Brian destripado en el suelo.

Sin embargo, no importaba cuánto insistiera en dejar de pensar en él. No podría; había aceptado tener su primera vez con Brian solo porque… ni siquiera se animaba a admitirlo… se parecía demasiado a Near.

—Déjame solo —exigió, limpiándose las lágrimas con los puños.

Se había recostado sobre las sábanas blancas con las heridas abiertas. Había manchado todo con sangre. Iba a tener que darse una buena ducha, sin embargo sentía tanta desolación que ponerse de pie ya representaba para él un esfuerzo sobrehumano.

Near no decía nada, enarcó una ceja y continuó en su lugar, sin mover un dedo. Mello lo inspeccionó de arriba abajo. Más allá de que Near estuviera usando su típico pijama blanco, Mello no era capaz de ver en él ninguna herida que delatara su última transformación. No tenía rasguños visibles, no sangraba, no había rastros de dolor en su expresión como para que Mello no lo considerara sospechoso.

—¿Qué hay de ti…? —preguntó Mello con suspicacia. Sus ojos azules brillaron—. No parece que te hayas transformado anoche.

Cruzaron miradas, pero ni aún así Mello fue capaz de adivinar lo que a Near se le pasaba por la cabeza. Su habilidad para ocultar sus pensamientos era, desde la perspectiva de Mello, la mayor destreza de Near.

—No lo hice… —susurró.

Mello arrugó el entrecejo. Ladeó la cabeza y soltó una carcajada seca sin gracia.

—Sí, claro… como si eso fuese posible. —Dejó de mirarlo a los ojos y, en cambio, los desvió hacia la ventana. Continuó riéndose por lo bajo.

—Es en serio —aseguró Near.

De un momento a otro Mello pareció recobrar la seriedad. Sabía que Near no era dado a las mentiras o, al menos y desde su propia experiencia, jamás lo había descubierto en una.

—¿Cómo…? —quiso saber, todavía con serias dudas.

—Gracias a una pócima —contestó Near sin expresión. Mello enarcó una ceja.

—No inventes… —gruñó. Rodó los ojos y soltó una risotada sin gracia.

—No lo hago.

—¿Estás queriendo decirme que creaste una pócima para revertir la transformación? —preguntó Mello con actitud déspota—. Cierra la boca —alegó sin más. Abrió el cajón de la cómoda para sacar una barra de chocolate. Le quitó el envoltorio y le dio un mordisco.

—Yo no… —aseguró Near—. Elle la creó.

La expresión de Mello fue mutando de una graciosa a otra analítica. No podía asegurar que fuese mentira tratándose de Elle. Estaba al tanto de que se pasaba la mayor parte del día encerrado en el sótano. Él nunca se había atrevido a interrumpirlo o siquiera a preguntarle en qué trabajaba tanto. Así que tampoco se animaba a desmentir las palabras de Near aunque sonaran descabelladas; conocía a Elle, sabía que haría lo que fuera por dejar de ser un licántropo. Y después de haber experimentado la difícil situación de haber despertado al lado de un cadáver que él mismo se había encargado de mutilar la noche anterior, creyó que el punto de vista de Elle no era tan ajeno después de todo, no era estúpido… era humano.

—¿En serio Elle creó una pócima que revierte la transformación? —preguntó Mello sin poder caer en la cuenta de la sorpresa que eso le provocaba.

—No, no hay ninguna pócima. —Ambos se giraron al oír una voz ajena ingresando a la habitación. Beyond se les acercó de manera ultrajante y se paró enfrente de Near. Lo miró altivo para provocar en él miedo, sin embargo Near no desvió sus ojos grises en ningún momento.

—Yo mismo me encargué de destruirla. —Beyond esbozó una sonrisa macabra y se agachó hasta quedar a la altura del albino. Estaba fumando, y le echó el humo en la cara a Near. Aunque aquel ni se inmutó, tampoco pestañó. Mello había quedado estático. No había visto a Beyond desde la noche anterior. Pensó que se preocuparía por sus heridas o que le preguntaría por su repentino desabrupto; pero Beyond ni siquiera lo miró. Pareció ni haber notado su presencia en esa habitación—. Y la próxima luna llena… —musitó Beyond con tono agresivo. Se acercó a Near hasta casi rozar la frente de aquél con la suya. Había un brillo peligroso en sus ojos negros que a Near le provocó escalofríos—, tú vendrás con nosotros, así te dejarás de estas pendejadas. —Sonrió, y salió de ahí a las zancadas.


Luego de que Beyond arrojara la pócima al suelo, desperdiciando todo el contenido que le había costado meses crear, y de que le rompiera los papeles con las anotaciones originales de Watari, Elle decidió encerrarse en el sótano.

Durante dos días demostró que no tenía intenciones de socializar con nadie. Después de todo, nadie más que él mismo podría comprender lo afectado que se sentía. Era el único que se interesaba realmente por crear un antídoto, a los demás les importaba un comino y se desquitaban con él tachándolo de traidor, opositor… oveja negra. Así le hacían sentir, y había veces en las que hasta él mismo se lo creía.

Mientras pensaba en el remordimiento que sentía hacia Beyond y en las ganas intensas que tenía de abofetearlo, Elle ingresó a la tienda de siempre. Abrió la puerta despacio mientras el carnicero, un sujeto grandulón con bigotes poblados, lo miró de arriba abajo, estudiándolo con detalle.

—Hola, Osvaldo —lo saludó.

—Hola —contestó aquel—. Ya me andaba preguntando por qué no te veía. Hace rato que no te apareces por acá —le dijo sonriendo.

—Am… —titubeó Elle, acercándose al mostrador a paso lento—. Estuve algo ocupado, no voy a mentirte. —Se alzó de hombros—. Muchos problemas…

—¡Vamos! —dijo el hombretón, izando los brazos—. No tienes hijos, no estás casado, eres joven y la vida te sonríe. ¿Qué problemas tan importantes puedes llegar a tener? A no ser que andes por ahí… matando gente. —El tono con el que lo había dicho dejó a Elle en jaque. Por un momento se sintió frizado y no supo qué responder—. Enseguida vuelvo con lo tuyo —dijo a los pocos segundos, dio media vuelta y bajó las escaleras hacia el sótano refrigerado. Subió de regreso, llevando una bolsa sucia en la mano. La apoyó sobre el mostrador. La bolsa despedía sangre maloliente que empezaba a formar un charco sobre la madera.

—Sigo con la curiosidad por saber qué obsesión tienen tus perros con estos órganos —dijo con una sonrisa de lado. Elle estudió su expresión y captó algo extraño. La sonrisa de Osvaldo era poco natural.

—Ya te expliqué… —dijo Elle—, fue lo primero que les di de cachorros y se acostumbraron. —Se alzó de hombros, adoptando un gesto desinteresado.

Osvaldo enarcó una ceja; de todas las veces que Elle estuvo en la tienda a punto de comprar corazones de venado, fueron muy pocas las ocasiones en que creyó que Osvaldo se había tragado sus mentiras.

Elle solía creer que aquel hombre lo miraba como si pensara que era una especie de borderline obsesionado con los corazones, pero nunca le había recriminado nada, después de todo, era su cliente más fiel.

Elle sacó dinero del bolsillo de sus jeans para pagarle, y cuando Osvaldo abrió la caja registradora para darle el vuelto, un sonido abrupto se apoderó del lugar y obligó a Elle a mirar sobre su hombro en dirección a la puerta de entrada.

Los oficiales de policía fueron tan rápidos en entrar como Osvaldo en correr hacia donde estaban ellos y dejar a Elle solo.

—¡Levanta las manos! —gritó uno de ellos, apuntándole con un arma.

Elle miró a Osvaldo, quien enseguida desvió los ojos para no tener que enfrentarlos con los suyos. Tardó pocos segundos en entender que era una trampa. El tiempo que se había tomado en ir por los corazones al cuarto refrigerado había sido el necesario para llamar a la policía sin que él lo viera.

Un sujeto alto, vestido de negro, con expresión analítica, que estaba parado detrás de los oficiales, dio un paso adelante y lo miró fijamente. Lo habían reconocido.

Inmediatamente se dio a la fuga. Osvaldo quedó impresionado al verlo corriendo del otro lado del mostrador a la velocidad de un rayo. Los oficiales lo persiguieron hacia el sótano refrigerado, donde las reses de carne, de muchos tamaños y dimensiones, colgaban de ganchos desde el techo.

Escuchó que dieron un tiro y se quedó estático.

—¡Sal ahora! —gritó uno de los oficiales—. Sabemos que eres uno de los mutiladores. —"Mutiladores", pensó Elle. Así habían apodado a los culpables de los homicidios en las fiestas de la luna. Y lo peor de todo era que en vez de estar persiguiendo a Beyond, que era el cabecilla principal de esas fiestas clandestinas, lo habían atrapado a él.

Se mordió el labio con pesar. Escuchó otro tiro en dirección adonde estaba, y unos pasos resonantes que iban hacia él.

No saldría de esta, no había manera. El sótano refrigerado no tenía ningún tipo de ventilación. No había lugar por donde huir, más allá de la puerta del sótano, que no iba a usarla porque sería un blanco demasiado fácil.

Cerró los ojos, y se lamentó internamente por haberle fallado a Watari. Él hubiese querido que la pócima hubiera sido creada años antes. Pero el tiempo, la vida y su propia indefensión aprendida lo habían obligado a retrasarse.

—Lo siento tanto, Watari —murmuró con culpa—. En verdad… lo siento.

Lo sujetaron desde detrás y, entre los dos mastodontes, le pusieron las esposas para impedir que escapara.

—¡Lo tenemos! —gritaron ambos policías al mismo tiempo.

Elle fue arrastrado escaleras arriba y llevado con fuerza bruta hacia la patrulla.

Notas finales:

Acá está la primera parte del cap 10 :3 Estaba por ser el doble, pero vi que el tiempo se estaba yeeeeeeendo, así que decidí cortarlo y aparecer antes jajajaja Los quiero .) Nos vemos en el próximo cap :)


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