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Todos aman a Light por Camila mku

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Notas del capitulo:

Espero que el cap no se les haga muy crudo. Gracias por leer chicos y por los comentarios que me dejaron. Nos estamos leyendo. Beso enorme!

Mantenía el cuerpo apoyado contra la pared del fondo de la habitación, mientras veía cómo la figura de Light permanecía con ambos puños apretados con fuerza, probablemente embarrándose en las palmas el propio filo de las uñas.

Su cuerpo, con el pasar de los minutos, iba aproximándose lentamente hacia la única salida del dormitorio, Light cada tanto ojeaba por el rabillo el picaporte dorado y lustrado de la puerta, con deseos de apoyar su mano en él, abrirla, y largarse a la fuga lo más rápido posible. Pero algo le impedía llevar a cabo aquella acción y no era nada menos que la mirada helada de Riuzaky dejándolo paralizado bajo ese efecto somnífero que producían en él las pupilas gigantescas del pelinegro, simulando el estar cascándole una por una las capas de piel trigueña que cubrían su carne. Le penetraban hasta el fondo del alma aquellos ojos aparentando ser pozos profundos casi infinitos y repletos de una gama inmensa de sentimientos… Porque si había algo que distinguía a Riuzaky, era aquello: su rostro anguloso, fuerte y joven contrastando al lucir en él un par de ojos ancianos que se veían cansados, como si su dueño ya hubiese subsistido varias vidas antes, sufriendo veces atrás tristezas profundas y melancolías asfixiantes.

Pupilas dilatadas tan negras como las sombras del infierno mismo. Porque aquellos ojos parecían ser poseedores del universo entero, eran justamente esos sentimientos los que transmitían esas orbes, y Light los sentía penetrándole con fuerza en el pecho: poder, furia, rencor, agresividad, dolor, agonía, pasión, arrebato, misterio, inocencia, tristeza, fuego, tibieza, frío, indiferencia, sufrimiento… Contradicciones en su más puro libio era lo que el castaño presentía cuando miraba quedadamente esas pupilas que aparentaban haber sufrido en carne viva las mil y un emociones que puede llegar a sufrir un ser humano y hasta podía sentir penetrándole aun aquellas emociones que no tenían nombre y que jamás había sentido en su vida… Aun esos sentimientos desconocidos para Light eran capaces de transmitir los ojos de Riuzaky.

−Si quieres largarte, ahí tienes la puerta −le dolió en el pecho lo punzante de la frase, aunque no debió de haber sido así ya que Riuzaky siempre acababa siendo descortés y desconsiderado, frío y de sentimientos huecos (en otras palabras: un ser plano de arriba abajo y de izquierda a derecha), pero aun así Light eternamente luego de un encuentro con el pelinegro acababa sorprendiéndose, era inevitable ¿por qué? Tal vez porque la mirada de ese hombre era tan impresionante, partiendo de unos ojos llenos de vida (probablemente los ojos más hermosos con los que Light se topó en la vida: lucían maduros, tiernos y sufridos), y resultaba tan absurdo que un hombre con un par de orbes como aquellas hablara de una manera tan vacía.

−Pero no te gusta sentirlo ¿no es así? –se había quedado con la frase anterior en la mente sin poder quitársela. El rostro de Riuzaky pareció desconcertarse intentando recordar todo lo que él mismo había dicho con anterioridad.

No lo comprendía, era tan impresionante que parecía poder llevarlo al borde de la cornisa: le decía que le gustaba pero por lo que se veía no era un sentimiento que al moreno le gustara cargar consigo, o al menos eso era lo que Light había percibido cuando aquel pareció escupir aquellas despectivas palabras: "mocoso, mañoso, llorón". No estaba jugando, eso era claro: podía ver la verdad en los ojos de Riuzaky; aun así lo dejaba descolocado.

−No lo he decidido aun –sentenció con una seguridad inadecuada para la ocasión. La respuesta lo decepcionó profundamente, por una milésima de segundo Light creyó estar frente a otro Riuzaky, uno con sentimientos, uno maduro que sabía lo que decía (tal y como había platicado con él antes de que toda aquella locura ocurriera), pero pronto abandonó la idea.

No estaba seguro de lo que se proponía: si buscaba convencer al castaño de que sus sentimientos eran profundos entonces debía aceptar lo lejos que estaba de eso, a decir verdad estaba quedando mas como un mentiroso patán que otra cosa.

Si tan solo pudiera salir de esa caricatura vacía y agresiva creada por él mismo tras tantos años de encierro y horror, tras tantas palizas brutales, violaciones, miedos, llantos… Quería ablandar su corazón frente a Light, demostrarle lo mucho que lo amaba con todo su espíritu, que lo quería de verdad ¡que cuando estaba cerca suyo sentía muy dentro de su estómago a todas esas estúpidas mariposas revolotear enardecidas!... Y no podía hacerlo, porque ablandarse significaría debilidad y si algo había aprendido durante su niñez es que a la debilidad se la paga con más palizas, más miedo y más horror… ¿Cuándo sería libre de todos esos prejuicios implantados durante su cruda infancia?

−No te entiendo Riuzaky –dijo temblando como una hoja arrastrada por una fuerte torrente−. Me dices que te gusto pero al parecer no te agrada tener esos sentimientos por mí. ¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Qué buscas con todo esto? ¿Por qué me llamas al móvil, vas hasta mi casa en la motocicleta, me llevas en el automóvil, me besas, te me insinúas, me proteges de una bandada de criminales y hasta de tus amigos drogadictos, me cargas hasta el hospital, te me acercas en las bailantas para hablarme, me invitas tragos, aceptas el hecho de que ingrese a tu apartamento y hasta hacemos el amor, está bien, lo admito, tuve un momento de excitación que a cualquiera puede pasarle, pero tú en cambio lo hiciste a pesar de creer que soy un estúpido mocoso mañoso –había comenzado a gritar a todo pulmón, parecía que la garganta le saldría disparando por la boca, la voz le flaqueaba entrecortadamente.

−¿Quién te dijo que eso fue "hacer el amor"? Fue simple sexo oral, fin de la historia. Y por otra parte tú también me consideras un idiota sin sentimientos ¿o no? Y aun así aceptaste el hecho de revolcarte conmigo entonces ¿Por qué juzgar mis acciones y no las tuyas que son prácticamente iguales? –levantaba su poblada ceja negra en signo de interrogante, permanecía con los brazos cruzados y la voz en un tono elevado pero no tanto como el del castaño, a decir verdad en comparación con aquel Riuzaky lucía bastante calmo.

−¡¿Qué diablos te pretendes Riuzaky?! –no lo comprendía en absoluto, pareciera como si fuese un niño que tomaba un dulce y al éste provocarle asco lo arrojaba al suelo y se marchaba para luego regresar a los dos minutos y darle otra lamida al dulce, para volver a abandonarlo y repetía esa acción todo el día, y lo peor de todo era que Light se sentía como el maldito dulce.

No obtuvo respuesta sino hasta después de unos largos minutos en silencio que sirvieron para calmar las aguas en L pero no en Light.

−Tal vez deseo pasar tiempo contigo solo para convencer a mi cerebro de que no eres tan genial como él cree.

Se le quedó mirando a los ojos con tristeza, sumidos ambos en un silencio repleto de desilusión, que para sincerarse: era una emoción compartida: Light sentía desilusión de Riuzaky y éste último sentía desilusión de sí mismo.

Mientras veía los ojos del castaño poniéndose vidriosos no pudo soportar el hecho de echar una mirada de reojo a la cajonera del armario, sus emociones ya estaban por el suelo y si continuaba con el retoño enfrente mirándole así (con una mezcla de desprecio y agonía) probablemente se largaría a llorar como un niño, como el niño en su interior, como Elle. Sabía que solamente una cosa era capaz de quitarle la amargura que le dejaba ese momento desquiciante y era su adicción, deseaba que Light se fuera cuanto antes para así acabar drogándose hasta más no poder y probablemente inconsciente hasta que lo encontrara Takada arrojado en la alfombra de su dormitorio medio muerto y a punto de perder la consciencia. Tampoco la pelinegra se merecía cargar con alguien como él en un estado de estupefacción así de tremenda y mucho menos debía preocuparse por él luego de todo el daño que provocó a la morena. Tal vez él solo lastimaba a las personas: había golpeado a Mikami hasta dejarlo inconsciente, su alter-ego produjo un enamoramiento furtivo en Light y ahora no sabía como salir de aquella situación y estaba seguro de estar quebrajándole el corazón a su adorado castaño para entonces, despreciaba el amor que le brindaba una mujer como Takada con tal de revolcarse con cualquiera que se le cruzara en el camino… Tal vez todo sería mejor si ya no existiera, ¡tal vez si se drogaba y acababa muriéndose le haría un favor a los que lo rodeaban! Si tan solo pudiera aspirar la cantidad necesaria de narcóticos como para acabar bien muerto y dejar de ser un "tumor" para los demás.

−Lárgate –ordenó con voz fría, ni siquiera lo miró a los ojos, simplemente le estaba echando como si nada−. ¿No me oíste? ¡Dije que te largaras! ¡Vete!

Light no necesitó oír ni una palabra más, con la poca dignidad que le quedaba se fue picando de aquel lugar, cerró la puerta de la entrada principal con fuerza y corrió hacia su automóvil, se mantuvo en silencio durante un tiempo allí dentro, apoyando la frente contra el volante queriendo morir por dentro. Llovía, ni siquiera se había percatado de ello mientras aun estaba con Riuzaky, ahora tenía la cabeza mojada y también las ropas por haber corrido desde el edificio hasta el automóvil. Y lloró, lloró demasiado, no podía arrancar el coche en ese estado, primero debía tranquilizarse un poco. Con los ojos acuosos veía el sol del amanecer salir del horizonte y destellar sobre el parabrisas con un color anaranjado mientras aun continuaba lloviendo a cuentagotas.

Debía aspirar algo pero no quería que fuera la maldita marihuana o esta vez realmente lo sacarían del apartamento con ayuda de los paramédicos y lo transportarían en una ambulancia hacia el Hospital. No, no debía drogarse, ¡no debía!

Comenzaron a temblequearle las manos en espasmos incontrolables, tragaba con fuerza, veía sus venas verdes debajo de la piel blanca, rogando ¡pidiendo a gritos por un tranquilizante! Se sentó sobre la cama e intentó calmar sus pensamientos, no quería ser prisionero de algo tan estúpido como un maldito estupefaciente, y aun así, aun siendo tan inteligente y aun sabiendo que lo podía la cocaína, no soportó más y se acercó por poco y corriendo desesperado hacia la cajonera.

Antes de comenzar pretendió tomar una pequeña cuerda que tenía guardada por allí, se irritó al no encontrarla. Empezó a quitar toda la ropa de los cajones del armario y así todo aquel ambiente ordenado y limpio de su dormitorio pronto se convirtió en un verdadero desastre: había ropa arrojada por doquier y él ya estaba jodidamente frustrado y con la vena de la sien hinchada por no hallar la bendita cuerda.

No la encontró pero estaba tan desesperado que improvisaría algo: tomó el cordón de una de sus zapatillas deportivas, lo arrancó con brusquedad y se lo ajustó muy fuerte a mitad del brazo, tanto que comenzaba a ponérsele amoratado con el correr de los segundos. Corrió con velocidad hacia el baño, siquiera le interesó que podría caerse y desnucarse si resbalaba con todo el agua de la tina que había caído al suelo mientras Light aun continuaba allí. Light… sentía que jamás lo tendría, que era un alma inalcanzable, siempre acababa perdiéndolo y decepcionándose a sí mismo por ello.

Empezó a arrojar al suelo todos los medicamentos y objetos que había en aquella pequeña repisa en el baño, finalmente halló lo que buscaba: tomó con desesperación el frasco negro cuadrado del fondo, le quitó la tapa y sacó de éste una jeringa nueva y un frasco repleto de un líquido aceitoso incoloro. Con cuidado colocó la aguja de la jeringa dentro del frasco con aquel líquido, extrajo un poco de éste (el que creyó necesario para hacerle olvidar, para darle un toque de felicidad en ese día repleto de emociones grises) y divisándolo como si se tratara de un objeto digno de idolatrar, se lo llevó consigo hasta la sala de estar, se sentó sobre el sofá a oscuras aunque un poco de iluminación solar ingresaba por los ventanales. No debía inyectarse, de todas las maneras que había para realizar el acto de estupefacción, aquella era a la cual realmente le temía: las inyecciones de narcóticos sin higienizar podrían llegar a contagiar el VIH, pero en aquel momento poco le importó ya que tenía la seguridad de que la jeringa era nueva, él mismo la había comprado unos días atrás.

Apoyó la inyección con fuerza sobre su piel blanca divisando la vena verdosa que estaba debajo pronto a ser pinchada.

Impulsó la aguja con ímpetu perforando su carne hasta tenerla completamente dentro.

Presionó la parte trasera de la jeringa con su puño.

Cerró los ojos.

De repente el corazón se le detuvo en un éxtasis infinito, pareció paralizarse el tiempo y quedó simplemente vagando solo en el espacio, padeciendo una felicidad impresionante, las pupilas se le empequeñecían hasta llegar a un extremo recóndito.

Sintió un placer extremo: todo estaba demasiado bien, bien con su retoño, bien con Takada, bien consigo mismo. Todo era felicidad y amor. Nada podría superar la hermosa sensación de surrealismo extrovertido, presentía afecto por doquier, lo respiraba, lo palpaba. ¡Estaba siendo tan feliz en aquel entonces! Todo brillaba e irradiaba un calor abrazante como el cariño de una madre. Sonreía, su cabeza daba vueltas, miró concentrado hacia la ventana: los cristales de ésta comenzaron a rasgarse y acabaron rompiéndose en mil pedazos, la TV se derretía, el reloj colgado en la pared ¡le hablaba! Le decía que todo estaría bien, que solo debía relajarse y disfrutar el momento de placer errabundo que lo extasiaba.

Hasta que las alucinaciones se hicieron tan mayúsculas que acabaron por doparlo completamente, sus ojos se tornaron blancos, se tambaleó. Ni siquiera sintió el porrazo que se pegó contra la mesa ratona de la sala de estar, cayó sobre ésta y una de las esquinas de la mesa de madera le dio de lleno en la frente causándole un raspón del cual comenzó a gotear un hilillo de sangre espeso… pero todo estaba bien, todo estaba perfectamente bien.

Se desmayó quedando arrojado sobre el suelo de madera lustrada, aun sentía el afecto dando vueltas e inundándole el alma pero sabía a la perfección que todo ese amor en el aire pronto se iría tan rápido como vino y las alucinaciones de conejitos blancos y tiernos saltando por todo su apartamento llenándole de dulzura acabarían convirtiéndose en unos demoños bestiales que le colmarían el corazón de agonía y miedo, para impulsarlo a consumir mas y mas de aquel líquido, inyectarse unas tres veces como mínimo y todo por dos minutos mierderos de felicidad.

Quería llorar. Llorar de rabia por no ser hombre, por no haber sido fuerte y haberse dejado llevar por los duces efectos del estupefaciente. Quería llorar porque le había prometido a Watari que ya no volvería a hacerlo, y allí estaba, arrojado en el suelo más drogado que nunca. Ya no podía ocultarlo: tenía un problema con las drogas y era un problema grave, por más que intentara ocultarlo y darle menor importancia, tenía que reconocerlo o jamás saldría de ese ciclo vicioso enfermizo que estaba tragándole el alma.

Debía ser fuerte y cumplir su promesa a Watari (si defraudaba a ese hombre que tanto amor le había dado durante su adolescencia, era lo mismo que estar defraudándose a sí mismo: ellos eran uno, eran como padre e hijo y compartían un amor incondicional), no podía fallarle, no a él, no a Watari.

Debía entrar en rehabilitación, cueste lo que cueste, debía quitarse esa adicción de encima o realmente algún día moriría gracias a ella.

Aunque ya no estaba seguro de querer continuar viviendo… no estaba seguro de cual era el sentido de vivir, ese propósito que todos buscan y nunca llegan a nada concreto. A veces creía ya estar entregado como quienes esperan la muerte con ansias, pero era demasiado joven… aun así lo vivido en su pasado lo había avejentado dándole alma de anciano.

Había visto demasiado… y sufría cada día, a cada hora, a cada minuto por ello.

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Los limpiaparabrisas despejaban continuamente las pequeñas gotitas de agua que caían de las nubes grises postradas en el cielo, y cada vez se hacían más y más grandes.

Manejó un poco flojillo hasta casa con mil y una ideas perforándole la cabeza, apretaba los dientes con furia pretendiendo comprender todo lo que había sucedido hacía unos minutos atrás, pero lo único que deducía de todo aquello era lo evidente: había sido un estúpido que se dejó llevar por la situación sin mediar las consecuencias, y ahora solo podía sentir frustración, pura y melancólica frustración.

−Oh, no ¿Y ahora qué ocurrió? –logró ver desde una cuadra antes que había dos patrullas policiacas estacionadas en la acera de su casa. Se atemorizó y presionó el acelerador lo más rápido que pudo. Al estacionarlo su padre y su madre (ambos luciendo sus pijamas) corrieron desesperados hacia el automóvil de Light. Éste salió por la puerta del conductor siendo atrapado por un par de abrazos constrictores por parte de aquellos dos.

−¡Dios mío, hijo! ¡¿Cómo se te ocurre desaparecer durante toda la noche?! ¡No tienes idea de lo desesperados que estábamos buscándote! –Light desconcertado miró a los policías a un lado de ambas patrullas, percibiendo toda la escena. Su madre emitía chillidos desgarradores.

−Light, ¿en dónde estabas? ¡Responde ahora mismo! –gritó su padre, estaban ambos sudando, realmente se habían preocupado−. ¡Te llamamos más de veinte veces! ¿Por qué no atendiste el móvil? ¿En dónde demonios te habías metido? ¡Te buscamos por toda la ciudad! Creímos que te había pasado algo grave –Soichiro comenzó a zamarrear a su hijo ejerciendo verdadera presión en los brazos de éste. Comenzaba a dolerle la carne.

Encima de todo lo ocurrido con el endemoniado de Riuzaky, ahora sucedía esto. ¡Ya no lo soportaba más! En casa lo trataban como si fuese un niño a pesar de ser ya mayor de edad, ¿acaso no podía salir tan solo una noche sin que sus padres estuvieran persiguiéndole como desesperados? Le parecía correcto ¡No encontraba paz en ningún lugar! Pronto acabaría explotando… y lo hizo.

Le dio un empujón a ambos.

−¿Era necesario llamar a la policía? ¡Solo me ausenté una noche como cualquiera de mi edad haría! ¿Pueden dejarme respirar, por favor? –gritó exhausto de los miles de problemas que estaba acarreando su vida últimamente y encima sus padres lo asfixiaban aun más. Corrió lejos de ellos, abrió la puerta con brusquedad y subió escaleras arriba.

Sus padres agradecieron a la policía por haberles ayudado a buscar a su hijo y luego de que las patrullas se retiraran previendo que allí habría una disputa familiar, Saichiro y su esposa ingresaron a la casa.

−Light, baja en este instante –ordenó su madre, pero no obtuvo respuesta alguna.

−Yo subiré –dijo Saichiro pisando los escalones con fuerza. Llegó hasta la habitación de su hijo pero al intentar abrir la puerta notó que ésta estaba cerrada bajo llave−. Light, te habla tu padre, abre la puerta –no obtuvo respuesta−. Light, ¿qué sucedió anoche?

−Un amigo se descompuso en la Universidad y no tuve otra que llevarlo hasta el Hospital, ¿está bien? Me quedé allí toda la madrugada, eso fue lo que sucedió –se oía la voz algo agitada de su hijo dentro del cuarto.

−¿Y por qué no respondiste a las llamadas? Pudiste habernos explicado los hechos a tu madre y a mí y no hubiera pasado nada de esto.

−El móvil se me apagó, no tenía más batería y no pude volver a encenderlo.

Saichiro respiró cansado, su hijo jamás mentía por lo que debía de estar diciéndole la verdad. Se sintió mal por haber dudado de él y por haberse preocupado en demasía por alguien tan responsable como era Light.

−Bien, yo… lo siento, hijo. Debes entender que me preocupé por ti. Tu madre y yo estábamos asustados. Perdónanos. La próxima vez avísanos por favor, o al menos si no puedes intenta comunicarte como sea con nosotros –acabó yéndose, dejando en paz a su hijo que probablemente estaría agotado al igual que ellos de tanto haberse preocupado durante toda la maldita noche.

Al notar que había demasiado silencio en el pasillo creyó que su padre había partido y lo había dejado solo. Se colocó el pijama y se echó sobre la cama, colocándose encima el acolchado. Miles de ideas comenzaron a bullir en su cabeza, la primera y más importante era que había mentido y jamás había hecho algo por el estilo con sus padres. Y la segunda era que definitivamente estaba pensando en Riuzaky.

De un momento a otro sintió su mano menos pesada de lo normal, como si algo que siempre llevara en ese momento no estuviera... como si algo le faltara. Le molestaba lo vacía que se sentía su muñeca, y se percató de que una reliquia que acostumbraba llevar en su mano ahora no estaba en el lugar que debía: ¡Su reloj de muñeca!

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Estaba encerrado, siempre le dejaban bajo llave en ese horripilante sitio: oscuro y húmedo, aun así le encantaba estar allí ya que permanecía lejos de esos monstruos, en completo silencio como le gustaba a él.

Últimamente se había puesto muy callado, buscaba lugares pequeños donde esconderse y que no fuera encontrado por nadie en todo el día, que le dejaran respirar, ¡Qué le permitieran estar en paz!

Tenía frío y ni siquiera le tendían una manta, pero no importaba porque estaba solo y eso era todo lo que necesitaba para acogerse en su mundo y ya no salir por el resto de las horas que le quedaban y si se cumplía su sueño: entonces no saldría por el resto de su vida, y eso le agradaba.

No oír a nadie más.

No ver a nadie más.

Estar completamente solo y en silencio.

Últimamente se había acostumbrado tanto a la soledad que cuando le hablaba uno de aquellos tres (Jared mas precisamente, él era el más charlatán del grupo y a veces –cuando Elle prestaba atención a este mundo y no andaba sumido en sus propios pensamientos− aquel hombre conversaba trivialmente con él y el pequeño le escuchaba, o al menos fingía hacerlo). Jared era el más "bueno" de los tres, a veces le llevaba comida al sótano, claro que no siempre porque no era tan considerado pero al menos no era tan bastardo como los otros dos.

−Aquí tienes –era él, le arrojó un tazón de avena, la mitad del contenido se volcó contra el suelo debido al choque y el recipiente quedó medio lleno, con el resto volcado sobre el suelo. Cerró la puerta tras retirarse, volviendo a encerrarlo bajo llave en aquel sótano oscuro donde la luz de la luna no ingresaba por ninguna grieta: estaba bajo tierra, los muros eran gruesos y nadie oiría nada de lo que podría suceder allí dentro y si intentaba gritar lo más probable fuera que Lester (el peor de los tres, lo asqueaba, le tenía rabia y repulsión) bajara las escaleras para darle una buena tunda con la gruesa hebilla metálica del cinto. No, mejor no hacer nada.

De repente la puerta volvió a abrirse de par en par con un sonido bruto.

−Levántate y sube las escaleras si no quieres que lo haga yo arrastrándote de los pelos –sí, era Lester, ni siquiera debió ver su rostro, ya conocía de memoria su voz y ese tono violento en demasía que en realidad denotaban lo débil que era aquel hombre muy en su interior, si algo había aprendido Elle todo aquel tiempo en cautiverio era que la agresividad nace de la debilidad y el dolor, y se evidenciaba que Lester era muy débil−. ¡Rápido! –gritó el hombre sin darle tiempo siquiera de respirar y ponerse de pie, instantáneamente lo tomó del cuello de la playera que llevaba desde hacía un par de semanas (estaba sucia y maloliente impregnada de moho y tierra al igual que sus pantalones), hizo fuerza hacia arriba y ahorcándolo lo zamarreó con brusquedad y le dio un empujón que casi lo hace caer de cara al suelo−. ¡Muévete, mocoso!

Caminó detrás de él haciéndole dar pasos a la fuerza para subir cuestas arriba los escalones. Salió fuera del sótano en el que había estado durante tanto tiempo (lo sintió casi como una eternidad) pero haciendo cuentas se percató que solo había estado allí unas catorce semanas, aun así no era poco: tres meses y medio, soportó la oscuridad y la soledad demasiado tiempo para alguien de tan corta edad como él. Estaba débil, todo ese tiempo había comido solo una vez al día, tenía frío, estaba sucio, hambriento y asustado (pero a éste último jamás lo demostraría, o al menos no en frente de aquellas tres lacras vivientes, prefería llorar su soledad en la oscuridad del sótano, donde sus lágrimas se perdían en los ecos de las paredes mohosas pero mudas: ellas no lo defraudarían, no lo humillarían, no lo golpearían, solo escucharían sus llantos de lamentos sufridos).

Casi ni podía caminar de las vitaminas y proteínas que le hacían falta a su cuerpo, sus músculos estaban demasiado flácidos, sin nada de vitalidad. A cado paso que daba un mareo enorme se apoderaba de su cerebro haciéndolo tambalear. Cayó al suelo más de seis veces y en todas ellas Lester se encargó de darle cintazos fuertes en la espalda para que se pusiera de pie y caminara hasta la salida de ese caserón gigantesco y abandonado en donde vivían los cuatro.

−Jared, toma el arma. Tom, ve en busca de la camioneta –ordenó el hombre de ojos grises punzantes como dos filos, mientras tanto continuaba sosteniendo a Elle del cuello de la playera. Cuando el hombre que había salido corriendo en busca de la calibre y la trajo para cedérsela en la palma de la mano a Lester, éste último apuntó al pequeño en la nuca con ella−. Iremos a una tienda, vas a hacerte pasar por mi hijo, quiero que tú entretengas al estúpido del cajero mientras Jared y Tom roban provisiones, ¿oíste?

Elle no había dicho nada, simplemente se quedó mirando al vacío, sentía un cosquilleo extraño en el estómago y los músculos se le dormían de a poco. Empezó a darle un poco de somnolencia, se sentía casi en las nubes y no comprendía la razón si hasta hace una hora atrás estaba completamente despierto y consciente, ¿y ahora de repente le agarraba un sueño de muerte?

−¿Entendiste, sí o no? –presionó con más fuerza el cañón de la pistola sobre su nuca. Elle simplemente asistió−. Jared, ve a buscar un poco de ropa limpia y vístelo –ordenó. El susodicho salió corriendo hacia un pasillo y volvió en unos pocos minutos.

Lo desvistió por completo pero el pequeño no tuvo tiempo para entrar en pavor ya que Jared volvió a vestirlo con rapidez, además sentía un anestésico potente que se apoderaba de su cuerpo… Algo le habían puesto a la comida.

Al abrir la puerta de entrada la luz del sol le dio tan fuerte en la cara (luego de tanto tiempo en la oscuridad del sótano) que lo dejó ciego durante varios segundos.

−¡Anda, camina, imbécil! –exigió al pequeño sin dejar de apuntarle con la pistola.

No quería quejarse ni decir que se sentía mareado ni con un potente dolor en la zona frontal del cráneo porque era obvio que habían sido aquellos hombres los que lo habían causado y solo lograría que se rieran a carcajadas de él.

Se montaron sobre la camioneta vieja y destartalada, con agujeros en los asientos y un poco de esa guata color marrón saliendo de ellos. Colocaron una venda negra sobre sus ojos y sintió con su inercia como el coche comenzaba a andar a gran velocidad por una calle bastante maltrecha, probablemente de tierra ya que se sentían los baches debajo. Aun así, con los mareos que se apoderaban de él era casi imposible descifrar si el automóvil doblaba hacia la derecha o hacia la izquierda, se sentía casi flotando, probablemente le hubieran colocado estupefacientes en la avena ya que comenzaba a oír sonidos extraños que no había escuchado antes, eran irreales, sabía a la perfección que se trataban de alucinaciones (el sonido de las cornetas de payasos sonando en su tímpano como si se tratara de un circo a pocos centímetros suyos, y miles de personas riendo a carcajadas), se sentía tan neurótico como en medio de un ataque esquizofrénico.

El automóvil pareció haber estacionado, él continuaba descompuesto. Lester le había quitado la venda de los ojos de un aventón y a las rastras lo sacó de la camioneta para obligarlo a ponerse de pie y a que caminara hacia la tienda que tenía en frente.

Había demasiadas personas allí dentro, podía verlas desde el estacionamiento y entró en pánico no solo por eso sino porque veía puntos de colores por doquier y oía que una voz le murmuraba al oído mil palabras por segundo pero no entendía lo que decía, no podía descifrar el habla.

Definitivamente, esos malditos habían colocado cocaína en su tazón de avena.

−Ya saben lo que tienen que hacer –escuchó decir a Lester a los otros dos mientras el pequeño Elle temblequeaba como junco a punto de quebrar en llanto, su cuerpo estaba sufriendo leves espasmos convulsivos, se sentía mal, ¡muy mal!−. Ni se te ocurra llorar o hacerte el vivo allí dentro y pedir ayuda, ¿oíste? Debes actuar como mi hijo sin salirte de tu papel o sino sabrás lo que es bueno –encima de que sufría alucinaciones graves aquel tipo le amenazaba con golpearle. Iba a regurgitar.

Ingresaron al lugar, había mucha gente dentro, buscando alimentos en unas repisas, otros viendo los CDs de música o revistas de chimentos mientras el hombre detrás de la máquina registradora iba pasando los productos por la cinta y embolsándolos para así cobrar a los clientes.

Podría largarse a llorar ahí mismo, decirle a cualquiera que ese tipo que lo acompañaba no era su padre y que lo habían secuestrados hace meses, que no le daban de comer, que lo golpeaban brutalmente y lo mantenían encerrado en un sótano donde vagabundeaban las ratas en las noches… pero si lo hacía ¿Quién le creería? Lo más seguro era que Lester fuera a reír un poco y a decir que el niño estaba enfadado con él por no haberle comprado el regalo de Navidad que le había pedido. Sí, eso era lo más probable que aquel hiciera y como todos en esa tienda parecían ser padres con la cara larga luego de una tediosa jornada de trabajo seguramente le creerían al tipo ese y no a él.

¿Quién podría llegar a creerle a un niño?

−Mi amor, ¿qué quieres? Pide lo que quieras a papá, sabes que te compraría el mundo si me lo pidieras –una sonrisa dulce se había asomado en el rostro de Lester pero sus ojos continuaban igual de helados que siempre, acariciaba los cabellos negros del niño mientras las mujeres adoraban que un hombre pasara tiempo con su pequeño. Las más endulzadas por el gesto, lo miraban y le guiñaban un ojo.

Elle comenzó a ver las etiquetas de los objetos, las letras se hacían gigantescas y luego empequeñecían tanto hasta el tamaño de una gota de mercurio: casi inexistente.

Respiró entrecortadamente, los mareos se hacían sofocantes, ya no podía tragar saliva, todo era demasiado confuso, los rostros de las personas allí dentro se volvían fieros como los de las bestias de las peores historias inimaginables. Comenzó a sudar en frío, los ojos se le ponían en blanco, los labios se amorataban tomando un color violáceo espeso y estaba pálido ¡más pálido que nunca!

−¡Oh, por Dios! ¡El niño! –gritó una mujer mientras veía como el pequeño cuerpo del pelinegro caía al suelo de espaldas dando saltos abruptos y repetitivos, estaba sufriendo convulsiones, su rostro tomaba un color azulado por la falta de oxígeno.

Las personas allí comenzaron a gritar y formaron un círculo alrededor del pequeño en pleno ataque convulsivo.

−¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Alguien llame una ambulancia! –lo había hecho a propósito, sabía que los narcóticos eran peligrosos y nocivos hasta el extremo en alguien de edad menor como Elle. Y al predecir que las personas se preocuparían por el pequeño era la situación perfecta para que ingresaran Tom y Jared a saquear el lugar sin que fueran descubiertos por nadie, todos estarían pendientes de la salud del niño.

El primero en reaccionar había sido el hombre detrás de la caja registradora que se olvidó de todo y tomó inmediatamente su móvil para así llamar a la ambulancia lo mas rápido posible.

Ese hombre era de lo más despreciable. Ni siquiera tenía consideración por los traumas que causarían los efectos de la droga en un cerebro en crecimiento como el de Elle, solo le interesaba su pellejo y mantenerse gordo con alimentos y alcohol y pasársela viendo películas pornográficas al igual que los tontos de sus secuaces… Eran unos imbéciles y Elle pronto se vengaría de ellos.

Perdió la consciencia en medio del gentío y ya no sintió más nada.

Abrió los ojos bien grandes, la luz blanca y destellante del techo lo había vuelto a la realidad. Últimamente estaba teniendo más regresiones al pasado que lo debido. Y eso le preocupaba bastante.

Respiró profundo, aun sudaba frío al igual que su pesadilla. Se aclaró la garganta y respiró profundo consciente de que estaba a salvo, ya no estaba en ese sótano, ya no estaba con aquellos tipos (a los cuales les había hecho pagar de por vida por sus crímenes atroces para con él cuando pequeño) y aún así continuaba recordándolos, sufriéndolos, hiriéndose a sí mismo una y otra vez al retenerlos en su memoria.

Limpió la transpiración que caía de su frente, largó un gran suspiro que se perdió en el aire.

−Me alegro de que despertaras –dijo la voz de una mujer. Ni siquiera había notado otra presencia en el dormitorio. La miró a los ojos, no tenía buen aspecto, a decir verdad lucía entristecida−. Te encontré inconsciente en tu apartamento y decidí traerte. Llamé a la ambulancia con mi móvil –su vos estaba entrecortada, casi lacrimosa. Takada estaba muy enfadada y eso era evidente a simple vista−. Sé que desde el principio me has dejado en claro que no puedo reclamarte nada ya que no somos pareja ni nada por el estilo, pero aun así debo preguntártelo: encontré esto en tu dormitorio, más precisamente en tu cama.

La morena alzó con su mano derecha un reloj de muñeca, era varonil y obviamente pertenecía a un hombre. No lo miraba a los ojos porque no quería enfrentar las orbes oscuras de Riuzaky, eran frías. Tampoco quería dejar en evidencia que sus ojos ahora se llenaban de lágrimas, evidenciando el llanto próximo: sus sentimientos por el pelinegro iban enserio… y eso aumentaban considerablemente el tamaño del problema.

−Sé perfectamente a quien le pertenece éste reloj –dijo la mujer con las lágrimas ya cayendo por su piel, marcando un paso salino sobre su cara−. Por favor dime que no es lo que me estoy imaginando y que no te acostaste con él.

Pasaron segundos en silencio. El reloj iba marcando minuto a minuto como si estuviera pesando la densidad del aire allí dentro, que para entonces estaba turbio como agua de cloaca.

No quería hacer sufrir a esa mujer, después de todo había sido ella quien lo trasladó al Hospital, ¿no se merecía respeto y afecto? Claro que sí, se merecía un hombre de verdad, alguien que la amara con dedicación y pasión, alguien que le brindara cariño, que la tratara como a una reina porque eso era Takada. Se merecía lo mejor y él no podía dárselo porque era incapaz de eso, ¿Cómo podría llegar a ser capaz de hacer algo por alguien más si ni siquiera se respetaba a sí mismo, ni siquiera cuidaba su inteligencia superdotada y la machacaba con narcóticos, no cuidaba su cuerpo y lo destruía con tabaco, alcohol y sexo desenfrenado? ¡Era imposible amar a otra persona si no se amaba a sí mismo!

Y entonces ¿cómo pretendía amar a Light de esa manera tan enfermiza? No podía hacerlo, no tenía la cara para continuar haciéndole tremendo daño… y tampoco quería hacer sufrir a Takada. Cada vez estaba tomándose más enserio la propuesta del suicidio que él mismo se había planteado.

−Me acosté con él, Takada –sentenció. Instantáneamente la morena cubrió su boca con la palma de la mano para retener el llanto que se aventaba en su garganta.

−Te gusta, ¿verdad? –Riuzaky no dijo nada, solo guardó silencio. La respuesta era más que obvia, saltaba a la vista−. Sabes, me lo esperaba de ti, enserio. Desde un principio supe que eres de las peores mierdas. Pero ¿de Light? No creí que él fuera tan mierda como para hacerme esto.

−No metas a Light en esto. La mierda soy yo, no él. No lo involucres, si sucedió es porque fue culpa mía solamente, él no tiene nada que ver.

Takada lloraba, y gemía por lo bajo de la rabia. Dejó el reloj con fuerza sobre una mesita de luz a un lado de la cama de Riuzaky.

Partió sin siquiera mirarle, limpiándose las lágrimas con las mangas de su polero. No estaba seguro de que fuera a perdonarle. Tampoco estaba seguro de querer que le perdonara, aunque definitivamente si alguien debía pagar ese era él, no quería que metieran a Light en todo el embrollo.

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−No, mamá, ¡por favor no! –se quejó bufando y agachó la mirada al suelo.

−Es solo por esta noche, cariño. Vamos, saludamos y nos volvemos –explicaba sonriendo, con rostro dulce e intentando persuadir a Light. Éste último al oír aquello instantáneamente colocó la pesada frazada de guata sobre su cabeza y sobre ésta la almohada, un gesto obvio de respuesta que ni siquiera una palabra hacía falta para describir. Su madre puso los ojos en blanco y acercándose al bollo que se había transformado su hijo debajo de las colchas en la cama, lo abrazó y le infundió calor−. Anda, cariño, te prometo que serán solo unos minutos.

−Siempre dices lo mismo y al final acabamos estando allí por horas y horas –se quejó con un alarido algo inaudible debido a la presión que las propias manos del trigueño ejercían para mantener la almohada sobre su cabeza.

−¿Pero es que no quieres ver a tu propia tía? ¿Acaso no la quieres? Con lo mucho que ella te adora –decía intentando persuadir a su hijo utilizando la lástima, la mayoría de las veces que había usado ese recurso había funcionado: Light acababa desistiendo.

−No es por la tía, es por la situación, sabes que no me gusta eso de los casamientos.

−¿Por qué no? Es algo hermoso que tía Himoto vaya a contraer matrimonio con un hombre de ensueño y su sobrino favorito no quiera asistir a la ceremonia –tras oír aquello Light descubrió su cabeza de la colcha para enfrentar a su madre.

−¡Mamá, ya te dije que no es por tía Himoto! Es que siempre los casamientos acaban a las seis de la madrugada y con el carnaval carioca que me resulta ensordecedor con todas esas maracas y torniquetes resonando todo el tiempo y encima esas máscaras que se ponen para hacer el trencito me resulta… es tonto, es… ¡No quiero ir! –volvió a esconder la cabeza debajo de la almohada comenzando a asfixiarse por tanto respirar el propio aire caliente que había inhalado y exhalado los últimos cinco minutos.

−No tenemos porqué quedarnos hasta el final, simplemente veremos la ceremonia, cenamos un poco, hablamos con Himoto, les sacamos alguna fotografía y nos volvemos para casa, ¿te parece? Anda cariño, tía Himoto dice que te ha extrañado demasiado este último tiempo. Y anda muy atareada con el trabajo como para venir a visitarnos. Por favor Light, será solo por un tiempo.

Bufó, su tía se había comprometido unos meses atrás y Light (quien no había asistido a la ceremonia debido al cumpleaños de Mikami) ya se esperaba que pronto sucediera el matrimonio tan esperado con aquel hombre "perfecto" según palabras de su madre (trabajador, responsable, buen mozo, buen padre –tenía un hijo de seis años con otra mujer, era divorciado− y sobre todo una excelente compañía para su tía). Aun así, por más que insistiera en que odiaba eso de los carnavales y cuando se ponían todos a beber y bailar, la verdadera razón por la cual detestaba acudir a dichas fiestas era simplemente por el hecho de que sus familiares comenzaban con el típico vaivén de preguntas inapropiadas de hacer en público ya que eran sobretodo de su vida privada:

"¿Y Light, ya encontraste pareja?"

"Light, creo que ya estás en edad de tener una noviecita"

"¿Light, que sucedió con Misa?"

"¿Soichiro, por qué este chico siempre está tan solo?"

No quería oír esas palabras, y para variar sus familiares siempre le hacían atravesar un momento de lo más incómodo en medio de la cena mientras todos se le quedaban mirando esperando por una respuesta de su parte y un silencio de tumba le causaban un sonrojo de lo más humillante.

−Anda, mi amor, será solo por unos minutos –Light exhaló con fuerza denotando en su respiración el terrible mal humor que se apoderaba de él cuando su madre se tornaba tan insistente ¡No quería ir! ¿Era tan difícil comprenderlo?

Sin responder y con una cara de perro impresionante, pegó un salto de la cama y sin dedicar ni una sola mirada a su madre abandonó la habitación, caminó por el pasillo y se metió de un portazo al baño. Luego de la ducha fue directamente hacia su habitación, buscó una y otra vez entre sus ropas y halló en unas de las cajoneras del armario el saco negro, en otra la corbata, en otra el pantalón y finalmente la camisa colgada en el perchero ¡estaba todo desparramado por cualquier parte! No recordaba haber dejado el traje fraccionado arrojado por doquier.

Lustró los zapatos negros y se echó un perfume ácido y mentolado encima. Reacomodó sus cabellos para que quedara un peinado decente, debía cortárselo un poco.

−Wow, te ves guapo Light –exclamó Sayu sobre el marco de la puerta en la recámara de su hermano.

El castaño le echó una mirada furtiva, si había algo en todo aquel semblante que a vista de Sayu andaba mal, pues definitivamente sería el rostro de Light, se veía encolerizado.

En el carro todo fue mucho más calmo pero igual de irritante, no tenía las mismas ansias de su familia por llegar a destino, sabía que estaba actuando como un gruñón o como la oveja negra en cuestión, pero le era inevitable, no estaba para fiestas si tenía en la cabeza la imagen de Riuzaky vagándole de aquí para allá. Ni siquiera él mismo podía acomodar sus sentimientos, aun deambulaban en sus pensamientos los escritos de L y ya comenzaba a creer que aquel se había olvidado por completo de él, lo había abandonado, se lo había quitado de encima, ¿acaso eso había sido para L: un peso? No quería detenerse a pensar demasiado en ello, le quitaba la respiración y le hacía sentir miserable. En la noche intentaría comunicarse nuevamente con aquel, le enviaría mensajes (ya había perdido la cuenta acerca de cuántos exactamente le había enviado: ¿131, 132? No estaba seguro, tal vez algunos más, sobre todo aquellas noches en que se apoderaba de él el sentimentalismo y comenzaban a inundarle el alma las penas y melancolía: sí, esas eran noches pico de mensajes hacia L). Pero ahora todo era demasiado confuso: también rondaba en su cabecita morbosa la imagen de Riuzaky y no podía quitársela, ¡lo invadían a cada momento del día, haciéndolo recordar! Era un hombre muy atractivo, no iba a negarlo, era inteligente y muy capaz, pero tenía deficiencias: había resultado bastante clara esa manía del pelinegro por mantener "andanzas" fuera de su relación con Takada, y eso para Light resultaba de lo más desagradable a pesar de haber participado encantado durante un encuentro fortuito con el hombre, ahora siquiera él sabía con qué cara se atrevería a mirar a Takada. Le pesaba el cuerpo de tan solo pensar en ello. Otra deficiencia de Riuzaky era su consumo de estupefacientes. Esto último hacían sentir a Light aun más miserable, el estar consciente de que alguien con una mentalidad e inteligencia elevada como la del pelinegro se drogara ¡de esa manera! Lo hacían sentir peor que nunca, casi como si se tratara de él mismo.

Y aunque lo quisiera no podía olvidar la gran carne excitada en su entrepierna de textura venosa, con cabellos púbicos tan negros que brillaban limpios aun mas que los de su cabeza y un par de testículos esféricos que lucían grandes y pesados, dándole una contextura perfecta a su hombría, casi única.

−Light, ¿te encuentras bien? –preguntó Sayu a su lado en el asiento trasero del coche, su madre instantáneamente giró para mirarle a los ojos.

Dio un respingo al oír la voz de su hermana sacándolo de sus cabales, de repente se percató de las ideas que habían estado vagando en su mente, unas bastante indecoras.

−Me encuentro bien, ¿por qué preguntas?

−Porque estas rojo como tomate –rió al decir lo último, aunque lo único que se le venía a la mente al divisar aquello era que a su hermano le estaba apretando el traje y tenía calor: eso al menos en su cabecita de niñita de doce años, claro.

No tocó sus mejillas con las manos pero las sentía calientes y podía imaginar lo enrojecidas que se verían si reflejaba su rostro ante un espejo. Decidió desviar la mirada de su hermana y su madre y dirigirla hacia el paisaje que se vislumbraba fuera del automóvil: casas y casas pasaban ante sus ojos tan rápido como el viento, se preguntó que estarían haciendo las personas que vivían dentro de aquellas.

−No me pasa nada –acabó diciendo.

El resto del viaje fue silencioso, cada integrante de la familia sumido en sus pensamientos más íntimos. Al llegar al lugar de ceremonia había poco espacio para estacionar, debieron dar vueltas a la redonda para hallar uno.

Cuando ingresaron Light notó que no se trataba de un "suceso demasiado público", había poquísimas personas (algunos conocidos ya que eran familiares suyos, otros no porque posiblemente fueran familiares y amigos del esposo), solo unas cuantas mesas, la decoración lucía sencilla pero muy bonita. Al parecer solo serían unos pocos.

Tras saludar a sus conocidos con sonrisas y abrazos luego de tanto tiempo sin verse, tomaron asiento en los banquillos de la Iglesia y esperaron a que tía Himoto apareciera por la entrada con aquella melodiosa música que se ve en las películas románticas. El futuro esposo ya estaba parado de lado en el altar, solo hacía falta ella: la novia.

Cuando finalmente ingresó todo fue maravilloso, los "sí, acepto" casi mágicos, se los veía a ambos tan felices, Light no dudaba que formarían una hermosa familia juntos. Quien había llevado los anillos había sido el pequeño hijo de Hank, también a él se lo veía bastante contento, al parecer era maduro ya que no todos los niños de esa edad aceptan ver a sus padres con otra mujer que no fuera su madre biológica.

Tras transcurrir la ceremonia en la Iglesia todos partieron a un gran caserón donde se quedarían a cenar y beber juntos en familia. Tomaron asiento los cuatro en una mesa únicamente para ellos (lo cual le dio bastante alegría a Light, de esa manera se sentía mucho más cómodo).

La velada fue encantadora, no iría a negarlo, no se aburrió en un solo momento. Pero lo mejor de todo fue el romanticismo que se respiraba en el ambiente, los rostros de los recién casados al abrir los regalos de sus seres queridos fue lo mejor de la noche. Había tanta alegría rondando en los rostros de todos quienes se hallaban ahí que Light poco se había percatado de la llovizna que ahora caía fuera, tan lejana a aquel clima festivo y acogiente de allí dentro, no habían llevado paraguas y seguramente se mojarían cuando salieran en busca del coche pero no le dio importancia.

−Escuchen, todos hagan silencio por favor, tengo una gran sorpresa que darles –dijo tía Himoto agitando una pequeña cucharita de té contra el cristal de una copa con champaña dentro. Tomó de la mano a, su ahora, esposo−. Ustedes saben que el compromiso fue hace poco tiempo y no teníamos pensado casarnos formalmente sino hasta dentro de un año. Pero una grata sorpresa nos hizo cambiar de opinión: estoy embarazada.

Todos sonrieron contentos, la madre de Light comenzó a llorar de alegría y fue su hijo quien debió acoplársela en el pecho para tranquilizarla.

Resultó ser la velada más hermosa a la cual había acudido.

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Se sentía cansado, no tanto como él mismo creyó luego de una velada, que resultó ser todo lo contrario a lo que se había esperado. Tía Himoto se vio muy feliz, estaba realmente contento por ella que finalmente y luego de varios baches en su vida logró hallar la felicidad, y la verdad era que Hank era un hombre estupendo, perfecto para ella. Sonrió de tan solo pensar en la "gran noticia" que les había dado por sorpresa: el amor era capaz de crear las cosas más bellas del mundo.

El automóvil marchaba a paso calmo, las nubes negras en el cielo anticipaban una lluvia mucho más torrentosa que la del momento, al parecer el clima venía siendo el mismo desde hacía un par de días y no parecía querer mejorar. Tal vez llovería durante todo lo que restaba de la semana.

Su mirada permanecía perdida en un punto inexistente en la ventana: la ciudad de Kanto lucía diferente cuando era azotada por las lluvias, todo era mucho mas triste, ni un alma parecía habitar esas calles desoladas. El reloj principal postrado en un pedestal gigantesco que alumbraba toda la localidad marcaba las tres y cuarto de la madrugada, por suerte su madre esta vez sí había cumplido su promesa de regresar temprano a casa. Sentía los músculos agotados, a decir verdad el aire festivo de la ocasión lo habían dejado desplomado de sueño y tanta risa, carcajadas, chistes y contento le devolvieron un poco de la alegría que había desaparecido de su agenda las últimas semanas.

Hacía frío, su padre había encendido la calefacción dentro del coche y al respirar sobre el cristal de la ventana que tenía al lado acabó empañándolo en forma circular. Cuando era tan solo un niño solía hacer garabatos sobre las empañaduras de los vidrios, casi siempre eran dibujos de niños felices tomados de las manos con sus padres y hermanos. Ahora que bajaba la vista y veía su propia musculatura y contextura corporal, notaba cuán rápido habían pasado los años. Le invadió una sensación melancólica, la típica que te inunda el pecho al memorizar los recuerdos de una época anterior, una época muy feliz que había dejado atrás. Debía hacer fuerza para adecuarse a los tiempos de ahora, que ya de por sí resultaban ser bastante complicados.

Frotó la mano sobre el vidrio húmedo para quitar el empañamiento. No había ni un alma en la ciudad, pasaron por el puente, el agua que iba por debajo de éste habría de estar corriendo con mucha rapidez.

De pronto sus pupilas se dilataron anunciando que "algo" le había llamado mucho la atención a Light. Su vista se agudizó y el corazón empezó a galopear como loco dentro de su pecho. Un hombre (empapado completamente) estaba parado frente al puente con los antebrazos apoyados sobre las barandas oxidadas que te protegían de no caer a la rivera que pasaba por debajo. Llevaba pantalones de shin hasta las pantorrillas, zapatillas negras y una campera del mismo color con una capucha que cubría toda su cabeza y parte de su frente. No había podido reconocerlo pero al ver la motocicleta negra y verde, supo inmediatamente de quien se trataba…

y tal vez esa fuera la razón por la cual su corazón palpitaba con tanta rapidez.

Miraba con detenimiento el agua que corría debajo del puente mientras llevaba las manos dentro de los bolsillos. Ni siquiera notó las luces blancas del coche que le alumbraban entre toda la oscuridad que lo acogía, o más bien no quiso prestarles atención. Continuó con la mirada gacha debajo del puente.

−¡Oh, pobre! Se está mojando –exclamó Sayu con preocupación en su voz infantil.

−Debe de habérsele roto la motocicleta –respondió al instante su madre−. Creo que sería mejor que nos detuviéramos y nos ofrezcamos a llevarlo, ¿Qué te parece Saichiro?

−No lo sé. No parece habérsele roto la motocicleta ya que de ser así estaría en este momento intentando repararla –se excusó su padre−. Que va, ha de ser algún lunático.

La frase de aquel hombre no hizo más que crearle un vuelco repentino en el estómago. La imagen de Riuzaky se alejaba a medida que el automóvil continuaba avanzando hacia destino hasta perderlo de vista por completo en la oscuridad que se traía la lluvia tormentosa consigo.

De repente toda esa alegría que le habían dejado la ceremonia de Tía Himoto se fue al diablo con la imagen gris del aura de Riuzaky. Se vio como un alma en pena. Quiso bajarse del automóvil e ir hacia aquel pero no podía a menos que se viera sospechoso para sus padres.

Miró el seguro de la puerta, no podría escabullirse.

Se tragó los impulsos que estaban carcomiéndole las entrañas. Mejor era esperar a que llegaran a casa y su padre metiera el automóvil al garaje. Luego, cuando todos se fueran a dormir, él tomaría el paraguas y se escaparía por la ventana de su recámara con la precaución de dejar un par de almohadas sobre las colchas de la cama para simular que era su cuerpo dormitando tranquilamente, solo como precaución si alguno de sus padres o su hermana ingresaban a su dormitorio durante el resto de la madrugada. Mejor irse corriendo hasta el centro sin tomar el automóvil ya que eso haría ruido y despertaría a sus padres.

La lluvia se sentía pesada, sentía las prendas pegadas a la piel del cuerpo. El móvil en el bolsillo de los pantalones seguramente ya estaría roto de tanto líquido que tuviera dentro estropeando el chip; aunque tampoco era como si lo utilizara tanto, quizá luego se compre otro.

Estaba indeciso, cuestionándose si sangraban más las heridas de su pecho o aquellas nubes negras en el cielo. La lluvia caía cada vez con mayor fuerza acoplándole los cabellos al rostro. Siempre había adorado las lluvias, aun así a ésta la sentía más triste que cualquiera que hubiera visto antes.

De repente ya no sintió la lluvia golpeándole encima. Volteó la cabeza y vio los ojos brillantes color ámbar de ese hermoso espíritu parado detrás de él, sosteniendo el paraguas con la mano derecha, cubriendo a ambos del agua que caía con fuerza sobre el piso.

Se quedaron congelados durante varios segundos, mirándose con detenimiento e intentando hallar las respuestas obvias del momento en las orbes profundas del que tenía cada uno en frente. Ya habían pasado algunos minutos en silencio. Nuevamente Light sintió la recóndita sensación de estar mirando el mundo a través de ese par de pupilas negras, ¿por qué los ojos de Riuzaky tenían el poder de hacerlo perder en un océano profundo de emociones? No sabía si algún día hallaría la respuesta a esa pregunta… pero muy en su interior creía tenerla.

−¿Qué estás haciendo aquí sólo, mojándote así? –preguntó con una preocupación que le derritió el alma al pelinegro. Yagami, siempre tan tiernamente preocupón, incluso con un drogadicto como él.

−Yo me pregunto lo mismo acerca de ti –acotó. Hideki, siempre tan evasivo y defensivo, intentando recluirse y esconder sus emociones debajo de un manto oscuro. Aun así el castaño presentía la tristeza en sus ojos, no podía actuar indiferente ante ella, era demasiado gigantesca como para eso.

−¿Quieres contarme?

−¿Qué cosa?

−El porqué estas tan triste –si, definitivamente había adivinado, había dado justo en el blanco y por más que el moreno intentara mantener su rostro inexpresivo Light lo dejó en jaque.

Volteó su rostro para nuevamente fijar la vista debajo del puente, el agua fluía con una rapidez impresionante y gracias a la lluvia cada vez aumentaba más y más en volumen.

No dijo nada, y para acabar mintiendo al castaño mejor mantener la boca cerrada, Light no era estúpido.

−¿En donde estabas, que decidiste seguirme? –interrogó con voz calma y agrietada, sin darle la cara−. No creas que pensaré que estás aquí por mera casualidad.

−Primero contesta tú por qué estas así de triste y yo responderé a tu pregunta.

Riuzaky bufó, levantando y bajando los hombros con lentitud. No tenía ánimos para empezar un enfrentamiento con Light y ver cuál de los dos resultaba ser más perseverante en retener la información que exigía el otro.

Suspiró.

−Pienso.

−¿En qué?

−Eres bastante chusma, ¿te lo habían dicho antes?

−No. ¿Me vas a decir en qué piensas?

−¿Por qué te interesa?

−Porque te ves triste… y eso me molesta.

−¿A sí? ¿Y cómo debería verme para no molestarte?

−Bueno… como eres tú siempre: fuerte.

−Jaja –rió sin ganas, una carcajada tan falsa y vacía como la expresión de su rostro en aquel momento−. No soy fuerte –continuaba sin darle la cara a Light.

−Si lo eres, cuando luchaste contra aquellos malhechores lo fuiste, también cuando me defendiste de los criminales que intentaron robarme a mí y a Mikami y acabaste llevándome al Hospital. Eres fuerte Riuzaky.

−¡Mierda, basta! ¡¿Crees que de ser fuerte me drogaría de la manera en que lo hago?! ¿Qué no ves que soy un completo imbécil? –Light se quedó duro, el moreno se había volteado para gritarle muy fuerte sobre el rostro.

Veía su agonía, la sentía brotar de sus iris, casi inexistentes detrás de esas gigantescas pupilas negras. Agachó la cabeza, la tristeza de Riuzaky parecía contagiársele.

−Sí eres fuerte –acabó diciendo con un tono de voz agrietado.

La agonía en el aire era redundante y estranguladora. Cuánta tristeza sentía bajándole por la tráquea para entonces y ni siquiera sabía por qué, aunque el simple hecho de que Riuzaky estuviera ahogándose en dolor resultaba en un efecto rebote que lo inundaba en el mismo sentimiento a Light. Y se sentía horrible.

−¿Para qué viniste? –se había volteado para darle la espalda, su voz se había calmado bastante regresando al tono tranquilo de siempre−. Estás ocupándote demasiado de mí los últimos días, yo no te pedí que fueras mi niñero.

−Desde pequeño me enseñaron a ser caritativo con los demás. Si veo mal a alguien voy a ayudarle, cueste lo que cueste.

−Vaya, luego me das un autógrafo ¿quieres, Teresa de Calcuta? –no era una broma hecha con sorna, la voz del pelinegro aun continuaba sin expresión, demasiado hueca.

−¡No me hables así! ¿Otra vez vas a empezar con lo mismo de siempre? ¿Qué no ves que intento tenderte una mano?

−No necesito que me tiendas nada. Sabes, estoy harto de que las personas vengan e intenten ayudarme a sabiendas de mi enfermedad. ¡Tengo una jodida adicción con las drogas! Estoy hasta la coronilla de que me digan "yo puedo ayudarte, yo voy a salvarte", ¡Nadie puede salvarme! ¡Yo ya estoy muerto! –su grito ronco se entremezcló con el sonido potente de la lluvia azotando el suelo.

Las gotas dulces que caían sobre su cabeza y rostro, empapándolo, se unían en un conjunto con sus lágrimas saladas. Light había bajado el paraguas sin intención y ahora ambos eran bañados en un mar de lluvia.

−No digas eso, por favor –su alma pareció quebrarse con esa afirmación de Riuzaky, pareció haberle clavado una daga en la espalda.

−Da igual, nací siendo una mierda y moriré siendo la misma mierda, nada va a cambiar si desfallezco, de todas formas.

Se quedó paralizado, con la sensación de estar intentando tragar una roca. ¡Ese hombre hablaba con una resignación impresionante! Light sabía que no iba a luchar por vencer a la droga, que se dejaría estar hasta acabar muerto por una sobredosis. No podía permitirlo ¡no debía dejar que eso sucediera!

−¡No digas eso! ¡No estas solo! Yo estoy contigo, quiero ayudarte a superarlo –lo había tomado del brazo ejerciendo presión para que Riuzaky se volteara a mirarlo.

−Ja, me causa mucha gracia la manera en la que te crees todopoderoso. No tienes idea de todas las personas que han venido hasta mí a decirme lo mismo que me dices tu ahora. Y siempre acabo defraudándolos. Siempre, y no creas que contigo será la excepción.

−¡No me creo poderoso! Solo sé que necesitas ayuda urgente con tu adicción, ¡yo puedo serte de ayuda!

−¡No, no puedes! ¿No te entra en la cabeza, acaso es tan difícil de entender? ¡Soy yo quien decide que hacer con mi vida, nadie mas que yo! ¡Tú no puedes hacer nada!

−Creo que de veras yo puedo serte muy útil si me dejas ayudarte.

Riuzaky enrabió encolerizado, varias lágrimas caían de sus ojos, apretaba los dientes emitiendo gruñidos fuertes y desgargantes. Light retrocedió asustado, temiendo que fuera a golpearle por su insistencia.

−Lárgate antes de que acabe enojándome enserio contigo -pasaron varios segundos y no se movió−. ¡Lárgate!

−No me iré.

−Eres un cabeza dura –el pelinegro agarraba con fuerza las barandas del puente, sintiendo como la sangre corría hirviendo por sus venas. No quería enloquecer y enfadarse con Light, después de todo él solo intentaba ayudarle.

−Aunque me grites, me insultes y me ignores, no moveré ni un pie de aquí –afirmó seguro de sus actos, ocultando el temor muy dentro de su interior.

−¿Por qué insistes tanto, Yagami? –se enfrentó al castaño con los ojos rojos de ira y de tanto haber llorado aquel día. Lo último que necesitaba era a un Light pesado como collar de garrafas−. ¡¿Acaso te doy lástima?! –lo empujó con fuerza, casi provocando que se resbalara con el agua de lluvia que había en el suelo−. Porque si es así, puedes guardarte tu lástima donde mejor te quepa. No necesito lástima de nadie, ¡no la quiero! Debí pasar cosas horribles durante toda mi vida como para que vengan a tenerme compasión. Nunca nadie me ayudó en nada y menos necesito que intenten hacerlo ahora y pretendan tenderme una mano: yo siempre estuve solo y así quiero estar hasta que me muera.

Le quebrantaba el pecho que le dijera esas cosas. Light desconocía lo tan terrible que Riuzaky había debido pasar en su existencia pero podía ver en los ojos de aquel, en su voz fornida, en sus pupilas lagrimosas, que debieron de haber sido unos traumas horripilantes.

−No te tengo lástima… ¡realmente quiero ayudarte, me preocupas! Es que no puedo sacarte de mi cabeza, no logro dejar de pensar en ti –intentaba hablar a los sollozos, hipeaba y cerraba los ojos cubriéndose el rostro con las manos−. Y mucho menos después de lo de la otra noche.

−Lo de la otra noche no fue nada. Fue una tontería. No pensamos en lo que hacíamos –tomaba todo el oxigeno que podía, llenando sus pulmones al máximo.

−Pero tú dijiste que yo te gustaba.

Silencio. Puro silencio.

−No era cierto, te estaba tomando el pelo –volvía a darle la espalda a Light para mirar más allá del puente.

−¡Mientes! ¡Sí era cierto! –gritó a todo lo que le daba el pulmón.

−Pero ¿y entonces quién mierda te entiende Yagami? Habías dicho que no me creías y ahora afirmas que no es mentira, ¿Por qué no primero te replanteas a ti mismo las dudas antes de imponérmelas a mí?

−Sí te gusto –impuso firme pero aun las lágrimas caían de sus mejillas.

−Da igual, ya ni me interesa.

−¡Mientes!

No dijo nada, solo se quedó allí parado sin hacer ni un movimiento, completamente callado.

Perdió los estribos, arrojó lejos el paraguas hacia el suelo. Arrebatado caminó a pasos largos y decididos hacia aquel hombre, lo tomó del brazo obligándolo a voltearse y enfrentarlo directamente.

−¡Bésame! –exigió con la voz temblorosa.

−No.

−¡Hazlo ya! ¡Te lo ordeno, Riuzaky! ¡Bésame! –le zamarreaba el brazo con todas las fuerzas de sus miedos (que eran bastantes). Jamás creyó hacer tremenda petición con lo tímido que era, ni mucho menos al pelinegro de tatuajes… pero la desesperación y la angustia eran un amortiguador gigantesco−. Por favor, te lo ruego, bésame –imploró.

−No quiero besarte ¡No así! Maldita sea Light, ¡estoy drogado! ¡Acabo de aspirar! –las gotas salinas caían de los ojos profundos de Riuzaky, pero su voz continuaba siendo varonil, clara y firme.

−Bésame, por favor, hazlo –su agarre iba perdiendo fuerza con el pasar de los segundos, debilitándose más y más.

−No me hagas esto, Light.

−Bésame.

Sus frentes se chocaban, el agua caía sobre sus rostros lavándolos, empapándolos. Y no podían dejar de observar detenidamente otra cosa que no fuera el brillo en los ojos ajenos. En contraste con aquel aire húmedo y frío, las respiraciones eran calientes, se estrellaban contra sus rostros, dándole a Light un sabor reconfortante, celestial, infinito.

Esta vez fue el castaño quien dio el paso importante. Agarró a Riuzaky del pecho de la campera que llevaba y bajándole con un manotazo la capucha que le cubría parte de su melancólica mirada, lo aprisionó contra las barandas del puente y apoyó sus labios sobre los húmedos labios del pelinegro. Saboreándolo con fogosidad, la boca de Riuzaky sabía muy bien, siempre guardaba ese delicioso gusto agridulce que le perforaba las neuronas como con un taladro. Lo apretó con mayor fuerza, el moreno hacía intentos por zafarse. Hasta que dejó de poner una barrera de fuerza entre ellos, tomó a Light por la cintura con suavidad y lo atrajo a él, respondiendo al beso con lentitud y dulzura.

Poco sabía el castaño que para entonces alguien a lo lejos estaría observando toda la escena con minoridad de detalles. Escondido entre los árboles del parque, dentro de un automóvil con las luces apagadas: lo había visto todo. Había ingresado a la recámara de Light para platicar un poco sobre lo ocurrido el día que llamaron a la policía (si, en plena madrugada, pero era el único momento en que el castaño permanecía en casa ya que sino estaba en la Universidad o por el contrario en esas desapariciones repentinas que tenía últimamente), y al destender la cama solo había hallado almohadas y una ventana a medio abrir que hablaba por sí sola. Por otra parte su esposa actuaba de manera extraña, como si estuviera ocultándole algo y los últimos días su hijo desaparecía sin dejar rastros y sin avisar. En algo raro andaba el muchacho. Ya temía que fueran las drogas, rogaba a Dios porque no fuera así. Decidió, aquella noche de lluvia, tomar el coche y sin hacer ruido salir en busca de su hijo para averiguar de una buena vez en qué estaba metido el muy escurridizo.

Y lo encontró.

Y lo vio todo.

Light estaba en medio del parque besándose con… ¡un hombre! Con lo estricto que era él, con la enseñanza rígida que había adoptado de su padre venía a encontrarse con algo así y de su propio hijo. No supo si sintió un tremendo dolor en el estómago de la patada imaginaria que le había dado esa imagen, o por el contrario era producto de la humillación, de la vergüenza, un deshonor a todo el apellido Yagami.

−Sube a la motocicleta –dijo Riuzaky, separándose estrepitosamente de aquel beso que le estaba haciendo caminar sobre las nubes a Light.

−¿Por qué? ¿A dónde vamos? –el moreno ya estaba montado sobre el rodado.

−¡Sube a la maldita motocicleta! –rodó los ojos, pero ese gesto no le enfadó, al parecer Riuzaky estaba acostumbrado a expresarse con ellos, Light ya ni siquiera los tomaba como un insulto. Se montó en el asiento detrás de él−. ¿Tomaste el paraguas?

Light asintió en una sílaba unísona.

Comenzaron a andar y al parecer el rumbo que tomaba Riuzaky no era hacia su hogar, lo cual era bueno, quería pasar más tiempo con él. Lo apretó en un abrazo alrededor de la cintura mientras las gotas de lluvia golpeaban fuerte sobre su rostro helado. Hacía mucho frío, la temperatura había bajado drásticamente.

Llegaron hasta el apartamento del moreno. Al ingresar, Riuzaky encendió las luces y fue directamente hacia su habitación dejando a Light en la sala de estar. Ambos estaban tan mojados que chorreaban agua al suelo lustrado de madera.

El castaño fijó la vista al departamento, ya no estaba ordenado y pulcro como la última vez, sino que ahora lucía bastante desarreglado: había ropa tirada por doquier, latas de cerveza vacías en el piso, papeles arrojados, bolsas con los residuos de un contenido extraño (que ya se podía imaginar qué eran) y una jeringa. Light estalló en rabia, tomó la jeringa y aquellos sacos de plástico con un contenido extraño y se dirigió a la cocina para arrojarlos con enfado al cesto de basura.

−Aquí tienes –Riuzaky había vuelto de su recámara con una toalla en el cabello y ropa seca y limpia−. ¿Por qué tienes esa cara? Si es por la jeringa, pues… yo ya te lo había dicho antes –le tendió ropa seca a Light y éste la atajó de improvisto.

−¿Y qué se supone que haga con esto?

−Pues, ponértela ¿qué más? ¿O prefieres andar todo mojado?

−¿Y debo desvestirme en frente tuyo?

−¿Por qué el sonrojo? ¿Hay algo que tengas que no haya visto? Además, ya te saqué bastante detalle la otra noche que estuviste aquí.

Sintió un calor aglomerarse en su pecho.

−De todas formas lo haré en tu habitación –respondió, y con un Riuzaky poniendo los ojos en blanco, se dirigió al lugar. La ropa le había sentado de maravilla, con la talla justa. Los shins le habían quedado bastante bien, tenían accesorios como cadenas y cintos. Le dio medias y zapatillas (eran bonitas, blancas y estaban muy limpias, casi nuevas).

−Bueno, hasta ahí llego, tampoco te voy a prestar mi ropa interior –dijo bromeando, había estado espiando por el rabillo de la puerta del dormitorio.

−¡Riuzaky! ¡No hagas eso! –se tambaleó mientras se colocaba las zapatillas, casi estuvo a punto de caerse sobre la alfombra. El pelinegro sonrió. Le sentaba bien, hacía que Light se sintiera menos preocupado por él−. Yo no te he pedido tu ropa interior, gracias.

−Tampoco iba a prestártela si me la pedías.

−¡Me espiabas mientras me vestía!

−No intentes cambiar de tema, chiquillo. Además claro que no te estaba espiando, solo veía que te quedara amenos la ropa, eso es todo.

−Si claro. Bueno ¿y qué hago con mi ropa mojada?

−Ten, ponla en la mochila –le tendió un bolso negro que fue a parar sobre la cama−. Aun llueve asique te llevaré en coche hasta tu casa.

−¿Tienes auto?

−Si, pero como prefiero las motocicletas jamás lo utilizo. Anda, apresúrate, vamos.

Ambos se dirigieron hasta el remarco de la entrada al apartamento.

─Ten ─dijo el pelinegro dándole al castaño un reloj de muñeca─. Lo olvidaste el otro día.

−¡Mi reloj! Muchas gracias Riuzaky ─se lo colocó en la muñeca presionándolo para abrocharlo. Se volvió serio de repente y retornó a la situación de siempre─. Prométeme que harás lo posible por resistirte a las ansias de drogarte. ¡Promételo! –Light caminaba con la mochila negra a cuestas en su espalda.

−Mierda, Yagami. Otra vez con eso.

−Por favor, promételo.

El pelinegro comenzó a bufar, cogió las llaves del automóvil y las del apartamento. Al salir y trabar la puerta tras él, notó que el cuerpo del castaño se volvía tenso.

−Light, ¿qué estás haciendo aquí a estas horas? –preguntó Mikami que apenas salía del apartamento de Lían−. ¿Y con él? –lo señaló con el dedo índice como si se tratara de mala yerba.


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