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Mycroft Holmes por Masamune

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Jhon Watson estaba cursando el último año de medicina y su sueño se cifraba en ser médico de guerra ya que en Hampshire donde se crió, siempre eran elogiados tales personajes como héroes mucho más valientes que los propios soldados. Paciencia era lo que sobraba al igual que sangre fría y ambas cualidades las iba a necesitar al estar mediando entre los dos Holmes que lucían ciertamente amenazadores midiéndose con la vista en medio de la habitación.

 

 -- Hey, basta ya, caballeros, no creo que aquí haya ocurrido un robo con el único objetivo de verlos discutir. Si no vuelven a sus sentidos tendré que pedirles que se marchen y dejen de estorbar al señor Lestrade - dijo el aspirante a doctor con voz semi - autoritaria.

 

 Los dos se dieron cuenta del tipo de comportamiento que estaban llevando y volvieron a sus puestos, cada quien con los brazos cruzados fingiendo suficiencia.

 

 -- Muchas gracias por su intervención, Watson - suspiró Lestrade aliviado -... vaya que tiene talento para manejar a los jóvenes Holmes. Usted será indispensable en esta investigación. Ahora deberían utilizar sus habilidades competitivas en averiguar quién cometió el robo y lo más importante ¿Exactamente qué se robaron y por qué?

 

 -- Aquí no se ha producido ningún robo - protestó Mycroft -... esa arenilla que ve usted en el mantel de la mesa no significa que las figuras de barro hayan sido arrojadas desde aquí. Todo fue revuelto para disimular su verdadero propósito.

 

 Sherlock le miró irónico paseando sobre las dos tablas de madera del piso y luego apuntando su vision contra él, preguntó. 

 

 -- ¿Y este curioso ladrón que no roba, que tiene la manía de lanzar objetos y que practica al golf con gran habilidad es alguien a quien debamos cubrir o perseguir realmente? ¿Por qué sino el futuro jefe de operaciones del Servicio Secreto vendría a un barrio de clase media como este?

 

 -- Cuánta desconfianza, Sherly - sonrió el mayor desestimando su pregunta-... he venido porque me lo han ordenado eso es todo. Deberías agradecer y aprovechar mis habilidades de forma conveniente.  Si quieres puedes llamarlo destino - agregó mirando con demasiada intensidad el rostro de Watson consiguiendo que éste apartase la mirada sin saber bien por qué.

 

 -- Caballeros...- advirtió éste alzando las manos, viendo que se elevaban nuevos aires bélicos.

 

 El rubio se dirigio a la ventana tomando un florero  y sin ceremonia lo arrojó por los aires de forma muy cercana a los objetos ya destruidos con anterioridad. Sherlock y Watson se dirigieron a la ventana contigua y el resto de guardias acudió a su vez. Fue demasiado patente que el nivel de destucción era cincuenta veces mayor. Hasta Lestrade que siempre demoraba más en comprender pudo hacerlo a simple vista.

 

 -- Las figuras de arcilla... fueron lanzadas desde un piso inferior a este..., estamos en el lugar equivocado... pero cómo...- 

 

 La mayoría se dirigió a la puerta para tomar las escaleras. Los Holmes, por el contrario, corrieron hacia el elevador de basura. Era la única forma en que los desconocidos podrían haberse movilizado sin despertar sospechas en todo el edificio.

 

 -- Creo que puedo llegar sin ti, no te necesito - desdeñó el oscuro sin quere compartir el espacio.

 

 -- Lo mismo digo - apuntó su rival tratando de hacerlo a un lado.

 

Abrieron la portezuela del elevador. Entraron juntos, jalaron las manivelas y pronto la caja cayó estrepitosamente con los hombres adentro.

 

 -- ¡Maldición! ¡Caballeros! - rugió Watson acudiendo al tragaluz para ver el final de aquella aventura - temía que se hubiesen estrellado contra el primer piso por el ímpetu que traían.

 

 El polvo levantado, el sonido de golpe, la incertidumbre, todo en conjunto movió a Watson a gritar preocupado: -- ¡Hooooooolmes!

 

 -- ¡Me encuentro bien! - sonaron al unísono las voces de los dos. Se miraron con mucha frialdad como arrogándose la capacidad de preocupar a Watson y luego de un golpe enérgico abrieron mirando de frente la cocina a donde acababan de llegar.

 

 -- ¡Jhon, piso tres, avisa a los gendarmes! - Sherlock se envanecía así disimuladamente de usar su nombre de pila como muestra de su cercana relación. Mycroft penso que se comportaba de forma infantil al marcar así su "territorio" pero no pudo reprimir un pequeño tirón en el orgullo. Sus dedos finos tocaron el nudo que había marcado el límite de bajada. Si no fuera por ese nudo el ascensor habría bajado hasta el sótano. Quizás quienes habían escapado del departamento se encontraron con el nudo y sin más remedio se vieron obligados a subir en vez de bajar. 

 

 El rubio fue tras su hermano y pronto los dos encontraron en medio de la sala a una joven de buena presencia con los cabellos rubios atados en un moño sobre su cabeza. En el pequeño mueble frente al fuego una anciana pintarrajeada, de plácida sonrisa parecía tejer con lana vieja y deshilvanada. 

 

 -- Dime, Katia ¿No son hermosos estos ángeles? -- les recibió con aire bonachón y despistado.

 

 La jovencita estaba a punto de gritar sin saber cómo reaccionar, hasta que escuchó la voz de Lestrade al otro lado de la puerta:

 

 -- ¡Abrid a los oficiales de Scotland Yard! 

 Y de inmediato observó con cierto enfado a la anciana como si ella tuviese la culpa de todo.


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