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El amor, por Riku. por heartless-loveless

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Notas del capitulo:

Esta historia, al menos por ahora, es menos ácida que la de Roxas. No sé si eso puede ser bueno o malo, personalmente creo que es necesario y lo será en un futuro próximo, pero por ahora, juzgáis vosotros.

 


- Definiciones del Amor -

El amor, por Riku

Capítulo II


– Sector 6, Midgar –

15 de octubre, 5:18 p.m


—¡Hacía ya tiempo que no nos veíamos!

La voz del castaño hizo que Riku pudiera salir de su trance, al fin. Sin embargo, pasaron unos segundos más hasta que por fin se apartó de su cuerpo, rompiendo el abrazo al que no había llegado a corresponder.

—Eres un exagerado. –fue la respuesta del mayor, que se limitó a encogerse de hombros y comenzar a caminar.

Tal y como el menor había dicho, hacía ya un tiempo que no se encontraban. Dos semanas y tres días. Había contado cada hora que había sido capaz de aguantar, evitando llamarle o sin contestar a sus llamadas, buscando excusas o tratando de no pasar por los lugares que frecuentaba. Todo lo que estaba en sus manos para evitar el acercarse a él.

Y, sin embargo, sólo había podido soportarlo durante poco más de dos semanas.

Parecía poco tiempo, y tal vez lo fuera, pero no para Riku y Sora. Ellos siempre se veían. Siempre encontraban un hueco para poder pasar tiempo juntos. Hasta hace casi un año, cuando Riku entró en la universidad y Sora aún estaba en el instituto.

El peliplateado se excusaba diciendo que tenía que estudiar, reunirse para realizar los trabajos de una u otra asignatura o hacer horas extras en su trabajo de camarero. Nunca tenía tiempo para ver a su amigo Sora… y mucho menos para verlo con su estupenda novia.

—Kairi no pudo venir hoy. Tenía que reunirse para un trabajo con sus compañeros de clase. –explicó el ojiazul.

"Lo sé, por eso he accedido a venir hoy", pensó Riku para sí.

—Qué lástima… ¡Hace mucho que no nos vemos los tres! –se lamentaba el menor, llevándose las manos detrás de la nuca.

–Supongo… –respondió Riku, encogiéndose de hombros una vez más.

Fue el animado castaño quién tuvo que romper el silencio de nuevo. Comenzó a hablar, muy deprisa, contando absolutamente todo lo que pasaba por su cabeza. Pero, sin embargo, Riku no estaba prestando atención a sus palabras; sólo observaba a su amigo con atención, con excesiva y enfermiza atención, mientras éste caminaba alegremente y no paraba de hablar en ningún momento.

Si había algo por lo que Sora destacaba, era por esos rasgos aún infantiles que se apreciaban en su rostro; piel suave, con un tono ligeramente tostado y saludable y pequeña nariz respingona. Sus pestañas eran largas, y sus ojos grandes, azules y siempre demasiado expresivos. Eso, unido a su actitud infantil y descuidada, hacían que Sora siempre pareciera más joven de lo que realmente era.

Riku sabía lo mucho que le molestaba esto al menor, especialmente cuando lo comparaban con su mejor amigo, y nunca perdía oportunidad para recordárselo e incordiarle con eso.

O, al menos, hasta que las cosas se enfriaron.

—Tengo que prepararme bien este año. –sin embargo, Sora seguía hablando, sin ser consciente de que no estaba siendo escuchado. —Necesito mejorar mi nota para poder entrar en la carrera de Medicina.

—¿Medicina? –preguntó entonces el peliplateado, intrigado. —No sabía que quisieras estudiar Medicina…

Al ver la forma en la que su amigo fruncía el ceño e inflaba ligeramente sus mofletes, Riku se dio cuenta de que sí lo había mencionado.

—¡Te lo he dicho un montón de veces! –le recordó.

El mayor se detuvo. Suspiró. No era la primera vez que su mejor amigo le hablaba de cualquier cosa y se limitaba a mirarle, sin más, ignorando sus palabras. Era más que probable que, en alguna vez que lo mencionara, no estuviera escuchando. Y se sintió terriblemente mal por ello.

—Lo siento. –se disculpó.

Sin embargo, en vez de escuchar los gritos de Sora, reprendiéndole, éste le sorprendió poniéndose delante de él. Su expresión ya no era de molestia, sino todo lo contrario; su rostro se había relajado, mostrando a un serio y preocupado castaño que parecía querer ver a través de Riku.

—¿Qué te pasa, Riku? –preguntó débilmente, entrecerrando los ojos. —Llevas… un tiempo actuando de forma extraña.

El peliplateado se limitó a negar con la cabeza y suspirar, para seguir caminando después, como si Sora no hubiera preguntado absolutamente nada.

Pudo escucharle bufar, y supo que no iba a darse por vencido. No tan pronto.

—Somos amigos. –le recordó, aún empleando ese mismo tono de voz. —Si… hice algo mal, querría saberlo.

—Nunca haces nada malo, Sora.

No mentía.

Para Riku, Sora jamás hacía nada malo. Sabía perfectamente que su atolondrado amigo castaño no era tan descuidado y despistado como todos creían; él sabía que Sora siempre velaba por los demás, siempre estaba dispuesto a hacer lo correcto y jamás buscaba dañar a nadie. Para Riku, Sora era un ángel que se había caído del cielo hacía ya muchos años.

Sora no tenía la culpa de que él lo mirara con esos ojos tan posesivos e impuros.

–Nunca. –repitió, aunque fue apenas un susurro que el menor no pudo escuchar.

Sus ojos se abrieron algo más de lo normal cuando sintió una cálida mano apretar la suya, siempre fría. Todo su cuerpo se tensó al instante, como si fuera consciente del peligro que suponía ese contacto, tan inocente y desinteresado a simple vista y que, para Riku, no era más que una insensatez por parte de su temerario amigo, que no sabía las consecuencias que podría traer aquel contacto.

Porque cada vez que Sora le tocaba, aunque fuera un simple roce, su voluntad se volvía más y más frágil hasta que, un buen día, se derrumbara.

—Somos amigos, Riku. –insistió el ojiazul, sonriéndole de aquella forma tan tierna que sólo le hacía sentir más culpable. —Somos amigos desde siempre. Puedes contarme lo que sea.

—Lo sé, Sora. Lo sé.

Como también sabía lo mucho que le destrozaba escuchar aquella palabra tan horrible. Amigos. Sólo eso, amigos. Mejores amigos, como mucho. Pero nada más.

Se mordió el labio con fuerza al sentir el apretón de manos más firme.

—Lo sé. –insistió, sonriéndole.

Era una sonrisa débil, pero tierna. No podía decirse que fuera una falsa sonrisa; era triste, pero cargada de cariño y sincera. Porque siempre, sin importar lo mal que se sintiera, era capaz de mover sus labios, aunque fuera sólo un poco, para dedicarle aquel gesto amable. Era lo único que podía hacer para compensar sus sombríos pensamientos.

Funcionó, pues el castaño no volvió a preguntar y tiró de él para que le llevara al establecimiento de comida rápida más cercano. Riku suspiró, preguntándose por enésima vez en aquellos quince años de amistad cómo aquel delgaducho muchacho podía tener un apetito tan voraz e insaciable.


– Sector 6, Midgar –

15 de octubre, 9:53 p.m


Pasaron toda la tarde juntos y, a pesar de sus temores, Riku era incapaz de negar que había sido un rato agradable, tal y como recordaba que era la compañía de su ruidoso y, a veces, algo caprichoso amigo. No tenían que hacer nada en especial, sólo pasear, dejar que Sora pudiera comer algo dulce y hablar de cualquier cosa; las horas, entonces, pasaban en un pestañeo.

Eso era lo que más le gustaba de Sora.

Ahora, ambos estaban en la casa del ojiazul, sentados sobre la alfombra, muy cerca del televisor. Sora había logrado convencerle para que se quedara a cenar y pudieran jugar a la videoconsola, a uno de los RPGs favoritos de Sora, mientras esperaban a que las pizzas que habían pedido hacía ya media hora llegaran y, por supuesto, con una generosa tarrina de helado de vainilla con galletas que tanto le gustaba al goloso castaño.

—¡Por fin derroté a Bahamut! ¡Soy un héroe, soy un héroe! –canturreaba Sora victorioso, sin apartar la mirada de la pantalla.

—Eso es porque yo te dije lo que debías hacer. –mencionó el mayor, dedicándole una de sus socarronas sonrisas que tanto sabía que le molestaban.

—¡Tonterías! Lo importante es que lo hice yo.

Riku no pudo evitar echarse a reír al ver la mueca que hizo su amigo, levantando su labio inferior y frunciendo el ceño pretendiendo parecer enfadado. Pero, como siempre, sólo se veía estúpidamente divertido.

Y lo parecía aún más cuando empezaba a murmurar tan rápido y con un tono de voz tan bajito que le resultaba imposible entenderlo. Pero sabía que era alguna clase de amenaza o advertencia de que se vengaría pronto. Aunque nunca lo hacía. O, al menos, nunca lo conseguía.

—¿Alguna vez habías pensado en un videojuego en el que el protagonista no llevara una espada? –preguntó Sora, aún pendiente de la pantalla.

—Supongo que sí. –respondió Riku, encogiéndose de hombros. –Si el protagonista es un mago, no tiene por qué llevar espada. También pueden llevar cuchillas, escudos…

—¿Y una llave gigante? ¡Nunca nadie ha llevado una llave gigante!

El peliplateado parpadeó varias veces.

—Eso es ridículo. –determinó. —¿Para qué iba alguien a llevar una espada gigante?

—¡Una espada con forma de llave! ¿No sería original?

—Insisto, ¿por qué una llave?

—Con una llave puedes… –comenzó el ojiazul, pensativo, hasta que alzó los brazos. —¡Abrir cosas! Podrías abrir los cofres con ella. ¿No es genial?

—Los cofres no necesitan llave. –le recordó el mayor. —Es una estupidez.

—¡Pues yo creo que sería guay!

—No, no lo es.

—¡Vamos, Riku! –insistió. —Piénsalo, ¡una llave con forma de espada! ¡Una Llave-Espada!

—¿Ese es el nombre más original que se te ocurría?

—Bah, eres un aburrido. Jamás lo entenderías.

—Y tú un niño.

No pudo evitar soltar una nueva carcajada cuando vio a su amigo inflar los mofletes de nuevo. Y esto sólo molestó más al castaño, quién –a pesar de que estaban llamando a la puerta– no lo pensó dos veces antes de lanzarle los cojines del sofá a su amigo cuando fue a abrirla.

—Si sigues así, te dejaré sin helado. –amenazó el mayor.

Riku abrió la puerta y pagó al repartidor, cogiendo su futura cena y, por supuesto, aquella tarrina de helado que sería el postre del castaño y sólo del castaño. Porque, seguramente, no le dejaría probarla. Las llevó a la cocina y aprovechó para mirar al castaño, que seguía concentrado en aquel videojuego.

A Sora le encantaban esas cosas. No era alguien que necesitara salir de fiesta; de hecho, jamás habían salido juntos por la noche. Cuando se veían, siempre terminaban en su casa, jugando a lo primero que encontraban o viendo una película. Y esa era otra de las cosas que le gustaban al peliplateado de su amigo: que necesitara tan poco para divertirse con él.

—Sería genial poder vivir aventuras así…

Miró al castaño en cuanto escuchó su voz, y reprimió una risilla al verle mirar a la pantalla tan emocionado y distraído. Sí, a Sora le encantaban ese tipo de videojuegos; ser un héroe y salvar al mundo. Siempre había sido así, y no importaba cuántos años pasaran, siempre era el mismo idiota que fantaseaba con esa clase de historias.

El mayor cambió de idea y decidió llevar las pizzas al salón, sabiendo que preferiría poder cenar y jugar al mismo tiempo. Y supo que había acertado al ver la amplia sonrisa que se formó en esos finos labios.

—¡Despacio, Sora! –advirtió Riku, viendo a su amigo coger ya las porciones de la pizza y llevándoselas a la boca.

—¡Auch! –se quejó al quemarse con el primer mordisco.

—Te lo dije. –dijo con un suspiro.

Pero la sonrisa que había permanecido en sus labios durante prácticamente toda la tarde desapareció al verle sacar la lengua, aparentemente para mirarla y seguir emitiendo quejidos por culpa de su impaciencia. Gesto que, con otra persona, habría pasado desapercibido para Riku. El problema era que se trataba de Sora.

Miró su lengua, pequeña y rosada. Apetecible, pensó, asustándose de ese pensamiento, que no sorprendiéndose. Después de todo, había pensado cosas aún peores acerca de ese patoso castaño.

Cosas que,desgraciadamente, estaba pensando en el lugar y momento equivocados.

Se levantó, de pronto, asustando al menor. No le dejó preguntar, no le dio tiempo ni siquiera a reaccionar cuando salió corriendo hacia el baño, encerrándose e ignorando la voz de Sora, con ese tono preocupado, llamándole y preguntándole.

Jadeó, con los ojos entrecerrados, y se miró al espejo. No entendía por qué le estaba costando cada vez más controlarse, evitar decir o hacer algo que pudiera perjudicar a Sora. ¿No se supone que debería ser al revés? Estaba convencido de que, con el tiempo, su obsesión por su mejor amigo desaparecía, junto a esos sentimientos impuros. Y más aún desde que Sora tenía novia.

Pero, sin embargo, esa extraña y deprimente sensación, esos pensamientos obsesivos y la imperiosa necesidad de encerrar al joven y evitar que nadie se relacionara con él sólo se habían vuelto más fuertes. Fuertes y peligrosos.

Estaba llegando a su límite.

—¡Riku! ¿Estás bien? ¡Abre la puerta!

La voz de Sora, al otro lado de la puerta, y los sonidos de sus puños aporreándola, le sacaron de esos pensamientos.

Respiró agitadamente, dirigiéndose hasta el lavabo. Se lavó la cara, una, dos, tres y hasta cuatro veces. Se miró al espejo después, repitiéndose mentalmente una y otra vez las palabras que siempre conseguían mantenerle cuerdo:

"Lo haces por él. No puedes hacerle esto."

Cuando se secó la cara y, por fin, se sintió más tranquilo, fue hacia la puerta del baño para abrirla. Esperaba no derrumbarse al ver el rostro preocupado de su amigo, así que evitó su mirada desde que salió del baño. Procuró no mover ni un solo músculo de su cara. No quería asustar al menor, y mucho menos hacerle ver algo que no deseaba que fuera descubierto.

Aunque, después de todo, Sora era demasiado despistado para darse cuenta de algo así sólo mirándole.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada, creo que… no me sentó bien la cena.

—¡Podrías habérmelo dicho! Habríamos pedido otra cosa, o quiz-

—Querías cenar eso, ¿no? –lo cortó el mayor, atreviéndose al fin a mirarle, dedicándole otra amable y, a la vez, triste sonrisa.

Se sintió más tranquilo al ver que el ojiazul le devolvía la sonrisa. Y, una vez más, se repitió que debía conformarse con eso; con poder ver la sonrisa de su mejor amigo, con ser capaz de provocarla. Sólo con eso, debía bastarle.

Y, sin embargo, esa vocecilla en su cabeza, posesiva y retorcida, le gritaba que sólo él podía hacerle sonreír de aquella manera. Sólo él y nadie más. Porque era la persona que había estado al lado del castaño durante más tiempo; tenía derecho.

Sora era suyo.


– Sector 6, Midgar –

15 de octubre, 11:19 p.m


—¿Ya te vas?

Riku estaba en la puerta, ya abierta, pero al escuchar esa voz, dulce y algo apagada, volteó para mirar al castaño, que no parecía especialmente contento con la idea de dejarle marchar.

—Hemos pasado toda la tarde juntos, ¿no?

Y así era. Habían terminado de cenar, Sora pudo probar su delicioso helado e incluso le dejó probarlo a Riku. También continuaron jugando, hasta que el peliplateado miró la hora en su teléfono móvil y se dio cuenta de que el tiempo había pasado más rápido de lo que creía.

—Pero… echaba de menos esto.

—Nos volveremos a ver pronto, ya lo sabes. –quiso consolarle, acercándose a su cabizbajo amigo para llevar la mano a su alborotado cabello castaño y revolverlo aún más.

—Siempre dices eso. –murmuró. –Pero nunca puedes verme.

Riku desvió la mirada, incapaz de negar aquella acusación. Era cierto, después de todo.

—Las cosas… han cambiado, Sora. –repitió, su misma excusa de siempre. —La vida universitaria es dura. Lo verás cuando empieces la carrera de Medicina.

No esperó que el castaño le abrazara, apretándole tan fuerte, escondiéndose en su pecho. No lo esperaba, pero debió predecirlo. Porque Sora siempre era así.

—Quédate. –suplicó. —Mis padres no están en casa. No quiero quedarme solo.

—Sora, yo…

—Por favor, Riku.

Cerró los ojos, mordiéndose el labio inferior y apretando los puños, rindiéndose. Sora había ganado esta vez. Como siempre que suplicaba. En el momento en el que Sora lo pedía por favor, con aquella voz queda, esa forma desesperada de aferrarse a él y el modo de pronunciar su nombre, Riku era incapaz de mantenerse frío y firme.

Con él, nunca podía.

Y, en el fondo, le gustaba. De alguna manera, el joven peliplateado disfrutaba escuchando las súplicas de Sora. Esa sensación de satisfacción que recorría su cuerpo y su mente cada vez que sentía que el castaño le necesitaba, a él y sólo a él, le ayudaba a mantener sus deseos reprimidos. Saber que su mejor amigo recurría a él, que dependía de él, le producía un inexplicable y enfermizo placer.

Sonrió, de forma casi maliciosa.

—Claro.

Instantes después, Sora se apartó, con una radiante sonrisa en el rostro. Sostuvo las manos del mayor, tirando de él y guiándole por los pasillos de la casa, hasta llegar a la puerta en la que estaba su habitación.

—¿Crees que no me acuerdo de dónde duermes? –preguntó el invitado, arqueando una ceja.

Aunque, en el fondo, sólo procuraba no pensar en que Sora acaba de arrastarle hasta su habitación con demasiada urgencia. De noche, sin sus padres.

—¡Hace tanto tiempo que no vienes, que no me extrañaría nada!

Cuando abrió la puerta, Riku pudo ver que la habitación de su amigo seguía exactamente igual que siempre. Un completo desastre; calcetines y ropa del menor tirada por todas partes, un par de peluches sobre la cama que, al parecer, Sora había olvidado esconder y una pequeña montaña de libros, probablemente del instituto, apilados sobre el escritorio. Con las paredes pintadas de un azul pálido, decoradas con un par de pósters y un enorme corcho en el que aún podía reconocer varias fotos de ambos juntos, un par de años atrás.

Pero no quiso mirarlo mucho, porque también podía distinguir cierta cabellera pelirroja en algunas de esas fotos.

—Veo que sigues siendo un maldito desastre. –comentó, llevándose la mano a la frente y dejando escapar un suspiro.

—¡Cállate!

Llevó unos cuantos minutos que el ojiazul deshiciera la cama y la preparara para los dos. Mientras, Riku revisó en su armario, en busca de un pijama que pudiera utilizar, convencido de que todos le estarían pequeños. Y así era, podía incluso apreciarlo a simple vista.

—Voy a… quitarme la ropa al baño. –dijo sin más, saliendo de la habitación.

Dejó la ropa perfectamente doblada encima de la silla del menor cuando volvió, mirando después hacia la cama, sorprendido al encontrarse con que su amigo no había sacado la cama de abajo. Y reprimiendo una risilla al ver el pijama de su amigo, de pantalones y camiseta rojos y un dibujo del ratón Mickey en él.

—¡No tiene gracia! Lo eligió mi madre. –se excusó, desviando la mirada y cruzándose de brazos. –Ya sabes cómo es.

Riku negó con la cabeza, aún con una tranquila sonrisa dibujada en sus labios, y fue a sentarse en la cama.

—¿No vas a sacar la otra cama?

—¿Ah? Oh… no. Compramos otra. –respondió. —Esta no tiene segunda cama.

Al escucharlo, el peliplateado trató de mantenerse impasible, sin mostrar ningún tipo de cambio en su expresión. Tragó saliva, sintiendo el temblor de sus extremidades sólo de imaginarse durmiendo con Sora en la misma cama. En una cama individual.

—¿Tus padres no sospechan cuando invitas a Kairi? –preguntó, pronunciando el nombre de la novia de su amigo como si de cristales rotos desgarrando su garganta se tratara.

Le sorprendió ver el rostro de su amigo enrojecer de aquella forma tan exagerada, mientras negaba casi frenéticamente con la cabeza y le lanzaba algunos de los peluches.

—¿¡Estás loco!? ¡Kairi nunca duerme aquí!

Aunque Sora probablemente interpretara esa sonrisa del mayor como una mueca de burla, en realidad no era más que una sonrisa de puro alivio. La pelirroja jamás había dormido en casa de Sora; eso era un prestigio que, por ahora, estaba reservado para él.

Por ahora. Y pensar en eso logró irritarle.

Cuando volvió a mirar al castaño, éste ya se había metido en la cama, dándole la espalda. Estaba molesto y muy avergonzado por su comentario. Pero había merecido la pena; ahora se sentía más tranquilo sabiendo que Kairi no había estado tumbada en esa cama.

Se tumbó junto a él, mirando su estrecha espalda.

—Vamos, Sora. No te enfades. –le pidió, empleando ese tono jocoso que tanto le irritaba. —Para una vez que me quedo… –añadió, lamentándose de manera fingida.

—¡Tú lo has dicho! Para una vez que te quedas, y encima te burlas de mí. ¡Eres una persona horrible, Riku!

El aludido sonrió de forma amarga. "No sabes cuánto, Sora.", pensó.

Pero, tal y como esperaba, Sora no tardó demasiado en volver a darse la vuelta y mirarle. Aunque pretendía parecer enfadado, pudo percibir esas casi imperceptibles curvas en la comisura de sus labios, formando una disimulada sonrisa.

—Gracias por quedarte. –susurró.

Riku no respondió, sólo vio cómo cerraba sus ojos, con esa sonrisa tranquila y dulce que siempre quedaba en sus labios antes de que durmiera.

—Realmente te echaba de menos.

Siguió en silencio, escuchando la respiración del menor, que poco a poco se volvía más profunda y pausada. Ese rostro, tranquilo, en cuestión de minutos ya casi dormido, con sus labios entreabiertos y su cuerpo ligeramente encogido, a su lado, casi pegado a él.

Si Sora supiera el peligro que corría a su lado, no dormiría tan pacíficamente, ni mucho menos tan cerca de él.

Y, una vez más, Riku se preguntó con temor cuándo pasaría. Cuándo se dejaría llevar por sus deseos y dañaría a su mejor amigo, sin remedio.

Notas finales:

Hasta aquí el capítulo. No me convence del todo, y espero que el hecho de que tenga un toque ligeramente más suave que la historia de Roxas no os haya disgustado. Ya lo veré en vuestros comentarios y, ahora sí, nos vemos en dos semanas, aproximadamente.

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