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Viento. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

¡Hijoles!

Merezco una jitomatiza y unas buenas mentadas de madre por el retraso, lo reconozco: sientanse en libertad de despotricar en mi contra. Una disculpota, pero creanme que no fue falta de ganas sino de tiempo. Si me pusiera a enumeraros todas las aventuras que he tenido en este mes no me las creerian.

Un besote y ojala disfruten este ultimo capitulo.

 

 

 

Era tan absurdo que Alfonso dudó de la veracidad conductora del aire. Se rascó cerca de una oreja y miró al pelinegro, semidesnudo hombre frente a él.

 

-Quédate de capataz de la hacienda.- insistió Arturo llegándose a él, pegando su pecho al del rural y mirándolo un poco para arriba, acariciando su mejilla sin afeitar y enfocando su mirada en uno y otro de los ojos castaños, sombreados por largas pestañas, el único rasgo delicado de su amigo, de su amor. -Tendrás dinero y me tendrás a mi, para repetir esto tantas veces como quieras...

 

La voz de Arturo murió en un beso-lamida sobre el cuello sudoroso de Alfonso. El rural nunca había sido tentado por el diablo, pero imaginó con las estratagemas de seducción del príncipe de la materia no diferirían demasiado de las del bello de ojos negros. La oferta era tentadora como la promesa del maligno de darte la tierra, pero, a semejanza de los santos (y Alfonso no consideraba ni por equivocación dentro de esta categoría) no sentía debilidad, ni atracción, sus ojos no miraban con codicia el tesoro prometido ni sus manos se retorcían en frenética sudoración.

 

Alfonso se dio cuenta de que estaba más allá del deseo: frío, muerto... libre. Estrechó tenuemente a Arturo entre sus brazos, por un sentido del deber a lo soldado, que regia su vida. Una disciplina a rajatabla para hacer lo que tienes que hacer, sin importar tu opinión al respecto. Abrazó a Arturito contra su pecho y le acarició los cabellos, besándolo luego suavemente por todo el rostro, con lo que la dicha del hacendado no tuvo limites y creyó aquella empresa coronada con tanta facilidad como todas las que se había propuesto.

 

Arturo de la Canal y Silva jamás se había enfrentado con un no como respuesta, ni había mirado cara a cara al fracaso. Lo que su dinero no compraba su alta posición en aquella sociedad fuertemente jerarquizada se lo conseguía; el de los negros ojos jamás había libado la copa amarga de la derrota.

 

Su boca sonriente se cerró a besos sobre el cuello del amado, se fusionó con él en un boca a boca afrancesado, intenso, largo; que los puso en condiciones de volver a amarse.

 

Y se amaron sobre las alfombras orientales casi hasta el amanecer.

 

Cuando la temprana aurora extendía sus rosáceos dedos y la gente de la casa comenzaba a meter jaleo Arturo se separó del cuerpo rendido de su amante y se deslizó subrepticiamente hasta sus habitaciones. El rural cogió su ropa y salió así, encuerado, al patio trasero a darse un baño con la helada agua de la fuente. Una criada que veía entrando con una canasta de hortalizas las dejó caer mientras abría la boca, incapaz de gritar por lo bello de la aparición. Alfonso la calló poniendo un dedo sobre sus labios, desnudo y mojado al amanecer, perdiéndose luego en las olorosas oscuridades de la troje, el sitio donde se almacenaba grano y paja, y ahí, sintiéndose en su elemento se vistió (con las broncíneas grebas) y se tiró a dormir.

 

Y cerca del mediodía, cuando su viejo amor aun yacía en brazos del hermano de la muerte, abrazando la almohada y llamándola por su nombre, Alfonso sacó al Pinto de la caballeriza y retomó su camino.

 

Lleno de dudas salió del pueblo, cabalgó bajo un cielo muy azul moteado de blancas nubes, cabalgó sin darle mas que dos breves descansos al Pinto y cuando la noche ya era bien cerrada y el airesito le traía el olor lejano de tierra mojada; signo de lluvia en otra parte y quizá agüero de lluvia ahí mismo, llegó a una ranchería cerca de las minas, y ahí pernoctó.

 

Muy temprano retomó su camino, y antes de las nueve ya resonaban los cascos de su caballo contra las pétreas losas que pavimentaban el centro de la ciudad Real, y entre las miradas admiradas de los hombres y deseosas de las mujeres arribó a la comandancia, y le entrego al alguacil su tétrico trofeo.

 

El hombrecillo lo examinó minuciosamente, aunque con asco, comparándolo con el cartel en el que se ofrecían mil reales al que llevara, vivo a muerto, al Perdonavidas con las autoridades. Tras asegurarse de que la cabeza en estado de putrefacción era la del bandido el alguacil llamó al tesorero y entreambos le entregaron, real sobre real, los mil prometidos, y el escribano lo interrogó para levantar el acta. A mediodía salió Alfonso, a la ciudad llena de gente y de actividad, y con mas plata en la bolsa de la que recordaba haber tenido en mucho tiempo acarició el pescuezo del Pinto mientras se preguntaba que hacer con ella.

 

Aquella visita a su pueblo removió las cenizas de su apagado corazón, ése que en la soledad se había acostumbrado a no latir más de lo estrictamente necesario. A no sentir.

 

Se había quedado tanto rato ahí parado sin saber que hacer que la mejilla sobre la que el sol caía le ardía y él ni cuenta se daba, no hasta que el viento, siempre cambiante, acarició su mejilla con su refrescante contacto. Siguió con la mirada la dirección del viento por un callejón hasta desembocar en una plazuela sombreada por arboles en la que cantaba una fuente. Condujo al Pinto por la brida hasta esta y lo dejo saciar su sed ahí. Le acarició los ijares y la crin, pegando luego su frente con la del noble bruto, y suspiró.

 

Su cuate suspiró en solidaridad con él, y desde el callejón arribaron, danzando en ligeros remolinos, unas basuritas en aras del viento; tan insignificantes, tan bellas... tan fugaces, pues unos segundos después volvían a ser solo basura tirada en el suelo.

 

La plata le quemaba en la bolsa a Alfonso, quería írsela a tronar en la cantina, bebiendo de lo bueno, fumando de lo mejor, y si la suerte lo acompañaba hasta por la bragueta se le iría una poca, en la discreta casa del chulo francés que regenteaba putos y putas.

 

Ya estaba muy decidido a hacer eso cuando recordó un par de ojitos negros. Un par de iris negros que estaban como para que los pintaran Velázquez, Goya, o alguno de esos españoles muertos. Sopesó la bolsa de la plata: si iba a regresar por ellos la necesitaría toda, para comprarle lo que hiciera falta.

 

Alfonso se mordió los labios: tenía dos opciones, como salidas tenía aquella plazuela; en uno y otro callejón las visualizó. Podía irse por el camino de la izquierda y chingarse la lana en gustos, y seguir como siempre, enamorado y solo por los montes, o podía tomar el de la derecha y salvar una vida. Salvarla dentro de las restricciones de su limitada capacidad, donde la ultima palabra, la de ley, la tenia el destino.

 

Alfonso se miro las manos, esas manos que con todo lo grandes y hábiles que eran no eran capaces de modelar algo tan delicado como un ser humano. Esas manos que habían matado y habían acariciado los deliciosos contornos del pecado, esas manos podían romper una piedra de un putazo pero no podían modelarla con los caprichosos espirales con que el viento (cientos de años de viento) dota a las piedras de los montes.

 

Apretó la bolsa que contenía el precio de un bandido y se sinceró consigo mismo, tratando de decidir. ¿Valía la pena sacrificar su libertad, la calma de espíritu que tanto le había costado obtener? ¿Valía la pena echarse una responsabilidad de ese vuelo a cambio de la certeza de nada? El chico bien podía ya estar hechado a perder, en cuyo caso nada de lo que el hiciera valdría para nada.

 

Pero recordó los ojos muy grandes y muy puros que miraban el suelo como si no lo vieran y volvió a pensar, con todo su corazón, que ningún niño debería de poseer una mirada como esa.

 

 

Don Arturito se había puesto nervioso al descubrir, en la tarde que se despertó, que su amante no estaba. Luego recordó la asquerosa cabeza, y la recompensa que por ella se daba. Ponchito debía de haber ido a cobrarla, por eso no estaba, no había otra explicación. No podía concebir el ser rechazado, aun así, estaba nervioso. Con Alfonso nunca se sabía. Era un albur, era tan excitante: los mejores años de su vida fueron los que paso con él, en su juventud, en Guanajuato. Y ahora que sentía su vida estancada quería recuperarlos, traerlos de vuelta, vivir con Poncho y que todo fuera como en los viejos tiempos, inconsciente el iluso de que ningún hechizo, ninguna invocación susurrada el viento ha de traer de vuelta lo que ha sido llevado por el tiempo.

 

De alguna manera, Arturo había permanecido muy inocente, demasiado, flotando en su burbuja de riqueza y estatus; y la sonrisa de la fortuna era como una fina mascada de seda en torno a sus ojos. Cuando salía a la calle Arturito no veía sino aquello que quería ver, lo que le habían enseñado a ver, y por eso, para el, un niño pobre de mirada triste y sabia no era sino una mancha en el paisaje, algo feo pero necesario, como al abono de los campos. Algo que si pudiera, lo eliminaría.

 

En contra de su costumbre salió de su mansión sin tener ningún asunto en particular, y recorrió arriba y abajo la bulliciosa calle de los mesones, tan sucia y llena de actividad, casi un mercado, esperando ver llegar a Alfonso, o escuchar su risa, su característica carcajada cristalina y contagiosa. Desesperaba por volver estar en sus brazos, los minutos le parecían horas y hasta acechaba los silbidos del viento por si acaso ellos le traían el eco de su voz, un poco de su aroma...

 

Por eso, el corazón le dio un vuelco cuando por fin lo vio llegar, a la caída de la tarde, con el rostro moreno por el calor del día, la ropa sucia, tan atractivo que dolía mirarlo. Fue alegremente hacia él y él lo recibió con una sonrisa, tan suya, tan cálida, tan de siempre. Apartó de un manotazo al molesto chiquillo que recibía las cabalgaduras de los clientes del mesón sin importarle tirarlo al suelo. Estaba tan contento de tener a Alfonso de vuelta que ni siquiera se fijo en que éste frunció el ceño.

 

-Ponchito, te había estado esperando, hombre, ya me tenias preocupado, ¿Por qué te fuiste así sin avisar?

 

-Porque yo no tengo dueño Arturo, yo soy libre.

 

Arturito hizo un mohín encantador: estaba bien, podía aceptarlo, las poses de machote del otro. Estaba bien.

 

-No te lo tomes tan a pecho, es que me tenias preocupado.  

 

Tenia ganas de comérselo a besos ahí mismo, pero como estaban en publico simplemente le puso la mano sobre el brazo, y se lo apretó un poco. Un contacto tierno que agrado mas a Alfonso que los apasionados exabruptos que Arturo acostumbraba.

 

-No te preocupes hombre.- rió el, palmeándole la espalda- ¿Qué es lo peor que me puede pasar? Que me muera, ¿y que?

 

Arturito se quedo helado, sin dar crédito a sus oídos. ¿Cómo podía Alfonso exteriorizar así su peor miedo, tan a la ligera?

 

-Hombre, Ponchito, no te mandes. Con esas cosas no se juega.

 

-¿Por qué no? -retó el otro.

 

-Porque es algo serio.

 

-Algo serio.- repitió el otro, como reflexionando.- Algo serio.

 

Luego se rió; tenia gracia que Arturo lo dijera, él, hablando de algo serio. El mismo, por eso, mejor no se tomaba nada en serio, era algo demasiado grande para osar tocarlo con algo que no fuera en espíritu ligero.

 

-Eres imposible.- negó Arturo con la cabeza, y luego, poniéndose de puntitas para alcanzar su oído, agregó- Por eso me gustas tanto.

 

Alfonso sonrió, complacido, y se dejó llevar a la mansión con aroma a jazmines y madreselvas. Arturito enamorado de él, ahora. Ahora ya pa' que chingaos, pensaba mientras bebía y compartía la velada con él y con sus niños que parecían muñequitos de porcelana.

 

Ahora ya pa'que chingaos, se repetía, así me hubiera amado hace quince años y otro gallo nos habría cantado. Así me hubiera correspondido cuando yo todavía lo amaba a él y no a la idea de él, al reflejo idealizado que terminé adorando en mis soledades, el que se construyó delicado como una escultura de vidrio soplado con base en el Arturo que conocí, limando sus asperezas y perfeccionando sus formas con detalles salidos de mi imaginación, rellenando con el ideal los huecos que el olvido iba dejando.

 

Ahora este es otro Arturo, uno que no ya no conozco tan bien, y que si lo conociera a fondo tal vez ya no me gustaría. Así como también el otro Alfonso, uno del que estaba muy satisfecho, y si iba a perturbar la beatitud que había alcanzado con su retiro anacoreta en los montes iba a ser por algo mas importante que el amor, o el recuerdo de un amor, mejor dicho. Un recuerdo tan dulce y tan querido que no quería reemplazarlo por el amor real, el de ahora. Por miedo a decepcionarse, a que la escultura de vidrio soplado se hiciera añicos.

 

Por eso, cuando se quedaron solos y el sereno paso dando la media noche le hizo el amor con ganas, esmerándose en hacerlo perfecto, para dejarle un recuerdo dulce que lo consolara en sus horas de soledad. Imprimió en cada beso la ternura que le profesó de joven, la pasión que lo consumió en su adolescencia, y a todo eso unió la habilidad amatoria que los años le habían dejado: dosificó la fuerza de sus embestidas y con su miembro buscó ese algo en su interior que lo haría deshacerse de placer, de ese placer que a Arturito tanto le gustaba. Dejo marcas en sus tetillas, de chupárselas tan recio y cuando acabaron los dos tenían los labios resecos de tanto besar.

 

-Adiós.- le dijo a su amodorrado amante antes de que este pasara de sus brazos a los de Morfeo. - Adiós. - le repitió al cuerpo inconsciente que yacía a su lado, dibujando con un dedo su contorno perfecto y oscilante a la luz de las velas que se extinguían.

 

Luego se vistió y salió, procurando no hacer ruido, condujo al Pinto por la brida hasta la calle de Mesones, hasta el portal donde el niño jugaba con la tierra y ahí se sentó, con el sombrero bien calado y el cuello subido, mirando como su aliento salía en nubecitas que rápidamente se disolvían en el frio aire, mirando como la noche perdía negrura y al rayar el alba el niño abrió.

 

Iba descalzo, y con un cubo.

 

-¿Va a querer que le cuide su caballo el señor? - pregunto mecánicamente.

 

-No. ‘Perate. Ven acá. - lo sentó sobre su pierna- ¿Cómo te llamas?

 

El niño parpadeó y sus ojos indiferentes lo miraron como si no lo vieran, como si no entendieran lo que le decía. Pero poco a poco parpadeo, despertando de un largo letargo.

 

-No sé, señor.- dijo al fin. - No me acuerdo.

 

La expresión de Alfonso era muy seria.

 

-¿Cómo te dicen?

 

-Escuincle... mocoso.

 

-¿Y tu mamá?

 

El niño recordó un poco antes de contestar.

 

-Esta morida.

 

-¿Y tu papá?

 

-Yo no tengo papá. - aseguró.

 

-¡Escuincle canijo!- tronó la voz del mesonero- ¿'Onde andas jijo de la... - el hombre, seco de puro tacaño calló al ver al imponente rural.

 

-Cálmese don. No se enoje, que es malo pa'la bilis.

 

-Pos es este pinche chamaco que nomas esta de huevón.

 

-Si tanto le molesta, me lo llevo.

 

El mesonero miró a Alfonso con suspicacia, calculando. El niño trabajaba mas de lo que su edad podía hacer esperar de el, pero el dinero en efectivo siempre era mejor. Total: niños abandonados no era lo que escaseaba.

 

-”igame no, si yo le tengo rete harto aprecio con todo y lo canijo que es.

 

-¿Cómo se llama?

 

El mesonero recordó un poco antes de contestar.

 

-Se llama Méndez. Bueno, así se llamaba su madre, era la Méndez. - al ver que los ojos cafecitos seguían fijos en el, añadió- Era una puta del Calderas.- explicó- La mas bonita, pero se murió del mal francés, y botaron al chamaco y yo lo recogí. Ha sido como un hijo para mi.- mintió, en espera de mejorar el precio.

 

-”rale.- dijo Alfonso, asqueado por la ruindad del tipo. Después de tanto tiempo de conocer la naturaleza humana y todavía no se curaba de ascos. .- Ocho de a ocho. - ofreció- Plata ley de Guanajuato.- hizo sonar la bolsa.-Por las molestias.

 

-El chamaquito es bien trabajador.- lo alabó, estirando la mano para palparle los escuálidos bracitos- Vale lo menos veinte.

 

Alfonso se carcajeó, con esa risa suya tan franca y tan cristalina.

 

-Oiga usté: ¿sabe que don Porfirio fundó un orfanato grandote allá en la capital? - señaló con la cabeza al sur- Nuestro presidente se preocupa por los niños, y se tomaría muy a mal si se enterara que los venden.

 

La amenaza flotaba en aire, como un cuchillo, pero la ambición pudo más en el mesonero.

 

-Y yo me voy a creer que un vago como usté habla con el presidente.

 

-Don Porfirio nos tiene mucho aprecio a nosotros sus rurales.- sonrió de oreja  a oreja - Nos ha dado manga ancha para acabar con los criminales, y usté tiene cara de eso amigo. Oiga.- se paro cuan largo era, intimidando al otro.- ¿Sabe que es la ley fuga?

 

El miedo y la rabia pugnaban y contorsionaban la cara de rata del mesonero.

 

-Lléveselo, al jijo de la fregada.- espetó con rabia- Pero lléveselo ya.

 

-No oiga. A mi no me gusta que me digan lo que tengo que hacer. Nunca obedecí a naiden; ni a mí ‘ama cuando era chico: imagínese si lo voy a obedecer a usté.- sonrió- Hágame un papel, que me lo piden en el orfanato. De su puño y letra.- lo apremió- Póngame por escrito lo que me contó, como llego a tutor del niño y como me cede, de buen grado- se tocó el sombrero- la tutoría.

 

El mesonero rechinó los dientes pero hizo lo que se le mandaba: escribió un papel con pésima caligrafía y peor ortografía, pero que era válido. Y que orfanato ni que ocho cuartos, ese niño era para él, pero mejor tener en regla la adopción. Cuando tuvo el papel en sus manos Alfonso mandó al niño a buscar sus cosas.

 

-Cuales cosas.- se burló el mesonero.

 

-Siempre se tienen cosas.- dijo Alfonso- Aunque se sea un huérfano miserable, siempre se tiene algo que no se quiere dejar atrás.

 

El mesonero se encogió de hombros y desapareció. El niño volvió al poco rato, con un hatito. Alfonso moría de ganas por ver cuales eran los tesoros de su hijo, ese hijo que creyó nunca tendría, con unos ojotes negros que le recordaban los de Arturo. Había algo en ese niño que le recordaba mucho a Arturito, y por eso lo quiso a primera vista. A lo mejor en ese niño podía salvar a Arturito, porque ese niño ya era lúcido. Ya había caminado los cien pasos que te separan para siempre del resto de la humanidad. Ese niño valía mucho.

 

Alfonso lo montó en el Pinto y le preguntó:

 

-¿Cómo te gustaría llamarte?

 

-No sé.

 

-¿Te gustaría llamarte Arturo?

 

-Arturo... ¿Cómo don Arturo? -preguntó el niño extrañado.

 

-Aja.- asintió Alfonso- Como don Arturo.

 

-Si.

 

-Bueno, pues entonces ya está. Te llamas Arturo. Arturo Álvarez de la Peña, ¿entendido? Y vas a aprender a escribirlo. Y vas a aprender un chorro de cosas. -sonrió y le acarició la cabeza. Luego montó detrás del niño y con una mano lo detuvo y con otra tomo las riendas.-Vámonos.

 

-¿A dónde vamos señor?

 

-A donde el viento nos lleve: será mejor que este lugar, por lo menos para ti y para mí.- negó con la cabeza, rememorando el cálido cuerpo entre sus brazos... ¡por Dios! Si todavía tenía su aroma en la piel; Arturo, Arturito... - Y no me diga señor, dígame ‘apa.

 

-¿Usté es mi papá?

 

-Claro.- aseguró Alfonso mirándolo a los ojitos- Y te voy a querer mucho.- lo estrechó e hizo que el Pinto comenzara a trotar en dirección a las montañas libres y sin dueño en las que el viento soplaba silbando melodías de antaño.

 

Cuando dejaron atrás el valle y el lago el niño abrió mucho sus ojos, mientras una sonrisa se iba dibujando en su rostro, una sonrisa inocente, pura, brutal, que devolvía al pequeño a su edad, a donde le correspondía estar. Después de todo, tenia toda la vida por delante para explorar cada recoveco de los laberintos de la soledad.

 

Laberintos en cuyos misterios, don Arturito, que despertaba en su lujosa cama, iba a iniciarse ese día sin sospecharlo siquiera.

 

 

                             

                                                                      Nezal, 2009

Notas finales:

Muchas gracias por haber leido (y esperado); si ya llegaron hasta aqui me gustaria conocer su opinion al respecto.

El proximo elemento de la serie sera Tierra, y por ahi tambien mis fans (huy, que pretencioso sono eso xd! jajaja!) esten a las vivas por si ven algo titulado The poet and the pendulum.

Sin mas por el momento reciban un cordial saludo. Que formal sono eso: el trabajo ya me esta afectando el cerebro xd!


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