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Cita en el cementerio de Praga por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Más lemon en este capítulo! Aunque no de 45 min, Julxen ;)

Se casaron al llegar la primavera. Nadie quería celebrar otra cosa que la navidad durante el invierno, además, las bodas apresuradas siempre daban de que hablar. No había motivos para empañar una fama tan lustrosa como la de Juha; si bien su papá algo sospechó, no dijo nada para conservarla.

La suerte siguió acompañando al pelirrojo doncel, pegándose también a su prometido: por fortuna nadie los pilló entregándose a su amor antes de la ceremonia, pues en su apasionamiento llegaban a ser indiscretos.

Juha y su papá fueron a Helsinki a comprar el vestido de novio, y Marco los escoltó, para, de paso, comprar el anillo de compromiso y los de boda. Juha se hizo el que ningún vestido le complacía mientras Marco tramitaba su ingreso a la logia de los Norther Kings, cosa por otro lado fácil, pues Marco era uno de sus cuatro cabecillas, así que prácticamente lo que tuvo que hacer fue notificar a los otros tres por telégrafo, pero Tony estaba en Nueva York y las líneas trasatlánticas eran una pesadilla.

Cuando estuvo todo arreglado volvieron a Oulu para la boda. Marco fue su propio padrino de bebida y los invitados bebieron de su vodka hasta caer ebrios. Permanecieron ahí hasta que la primavera derritió los hielos y los campos se volvieron verdes una vez más, para que Juha pudiera despedirse de la tierra que lo vio nacer.

Luego emprendieron su viaje de novios por Europa del este, visitando ciudades en una trayectoria que era marcada por los devaneos políticos de dos emperadores, un zar y un rey doncel.

 

***

 

El pueblo, o mejor dicho, los pueblos que gobernaba estaban descontentos de Francisco José, emperador de Austria, rey de Hungría, Bohemia, Croacia, Eslavonia, Dalmacia, Galicia, Lodomeria e Iliria. El imperio austrohúngaro era una mezcla explosiva e inestable de naciones de Europa del este: los eslavos no toleraban a los croatas ni los dálmatas a los ilirios ni los húngaros a los Habsburgo. No olvidaban casi cinco siglos de sometimiento por parte de esta casa austríaca. No olvidaban que Francisco José comenzó su reinado sofocando la rebelión de los poetas como se sofocan todas las rebeliones: con sangre.

El emperador se obstinaba en mantener una política centralista como la del imperio británico, política que no podía funcionarle teniendo súbditos de nueve naciones distintas, todos muy patrióticos… de su nación, no de su imperio. El único heredero al trono, el archiduque Rodolfo, era un donceliego irresponsable. El imperio estaba viejo y gastado: no tenía colonias que exprimir y se empeñaba en ostentar a lo grande.

Aquello no podía durar mucho más, y la logia lo sabía. Intuían que el temido conflicto armado brotaría de ahí, y Marco sondeaba si seria mejor postergarlo o acelerarlo, puesto que era inevitable. Francmasones, rosacruces, horrocruxes, templarios, norther kings y cuantas hermandades hubiera estaban de acuerdo. Un conflicto de dimensiones colosales, una guerra que bien podría llamarse mundial, estaba en el aire, sólo esperando el momento oportuno.

A Praga los había llevado la invitación de un contacto que se hacía llamar Vetsera, quien aseguraba no pertenecer a logia alguna y sólo ser un patriota. Un patriota húngaro. Lo único que sabían de él era que era muy cuidadoso, pues no había dejado rastro alguno para poder investigarlo.

Lord Marco se alojó con su esposo donde el misterioso contacto se lo solicitó y tomó por cochero al hombre que encontró sentado en la segunda banca a la derecha de la entrada de la catedral de san Vito (la iglesia de cuento de hadas) la mañana siguiente de su llegada luego de misa de ocho.

-Busco un carro tirado por nueve mulos. – dijo. Si no era el contacto, lo tomaría por un chiflado.

-Yo tengo uno señor.

-¿Cuánto me cobras por llevarme a la iglesia de nuestro señor de Týn?

-Es gratis, señor. – el hombre por fin levantó la cara. No era muy viejo pero si estaba maltratado por la vida. Tenía un ojo enfermo, medio cegado por cataratas o alguna afección similar. Reflejaba con un efecto macabro la luz, incluso la del día. – Soy Vlatislav, señor. Su cochero.

-Lleva esta tarjeta al capitán Otakar, del 7° regimiento de húsares. Luego puedes descansar hasta la hora nona, Vlatislav. – Marco bostezó de manera aparatosa. Había preferido amar que dormir y luego tuvo que levantarse muy temprano – Mi esposo y yo almorzaremos en algún lugar que nos recomiendes, si el capitán no nos invita.

-Como ordene, señor.

Marco se dio cuenta que no esperaba lo del capitán de húsares. Mejor, dijo. Un farol. Por si esto es una trampa.

*

Los esposos se dejaron ver. Trabajaban en pareja y lo hacían muy bien: había ocasiones en las que un doncel era más apropiado para la misión, y mutuamente se tapaban; eran la coartada el uno del otro. Nadie sospechaba que unos recién casados en luna de miel fueran en realidad un par de agentes.

Asistieron al estreno de Otelo, musicalizado por Verdi, en el teatro Rudolfinum. Juha fue invitado a la tertulia del esposo del regente y Marco se fue de juerga una noche con el capitán y sus excelentes amigos del regimiento. Pasearon por la ciudad que durante el siglo XVII fue capital de la magia y el saber oculto. Tomados del brazo recorrieron las calles de apariencia brillante y húmeda del cascote medieval, calles que, decían, conservaban el eco de los pasos de Agripa y Paracelso. Cruzaron los siete puentes antiguos, cuyas estatuas no lucían tan amenazadoras a la luz del día.

Vlatislav era un excelente criado: casi se habían olvidado de que era un agente de su contacto hasta una mañana, al llevarles el pan caliente del desayuno, les dijo:

-Mi señor desea entrevistarse esta noche.

-¿Dónde? – preguntó  Marco. Juha continúo comiendo su toronja con una cucharilla de plata.

-En la ópera. – se refería al Rudolfinum – Y en el cementerio judío.

-¿Cómo? – preguntó Marco.

-Mi señor solicita que vaya uno a la ópera y otro al cementerio judío. A donde acudirá, ni yo lo sé. Obra así por motivos de seguridad.

-¡Esto es intolerable! – exclamó Marco. -¿Qué hay de nuestra seguridad? Tantos motivos tiene de desconfiar tu señor como nosotros. Incluso nosotros más, pues hemos venido aquí sin ninguna garantía.

-Mi señor os presenta excusas… me autorizó  a decirles que esta noche os confiará su plan, para ponerse de acuerdo sobre la ayuda que mutuamente puedan darse.

Marco resoplaba, molesto. Iba a protestar más cuando Juha posó la mano sobre su brazo.

-Está bien querido. – dijo – Pero tampoco Vlatislav ni su señor sabrán quién acudirá a dónde.

-Retírate Vlatislav: hoy no requeriremos tus servicios.

-Me permito recordar a los señores que el patrón había quedado de ir a conocer el jardín de lady Novak.

-¡Para jardines esta hoy mi esposo! – refunfuñó  Marco.

-Preséntale mis disculpas a lady Novak; una terrible jaqueca.

-Como ordene, señor. Hasta mañana. – con una reverencia Vlatislav se retiró.

Tan pronto como se aseguró que Vlatislav se había ido Marco dijo:

-No voy a dejarte ir solo.

-¿Quién esta dejando que sus sentimientos nublen su razón? – reprochó Juha – No es tan tremendo lo que nos piden.

-¿Y si es un espía del emperador?

-Nuestra desaparición generaría muchas sospechas…  En todo caso, mejor que desaparezca uno solo.

Marco abrazó a su esposo.

-¡Juha! – hundió su rostro en su cuello – lamento tanto haberte metido en esto.

-Me metí porque quise. – respondió. Cogió su rostro entre sus manos – A donde tu vayas, iré.

Lo besó. Luego se separó y volvió a tomar su toronja.

-Creo que el lugar más peligroso es la ópera. – dijo.

-Yo creo que es el cementerio judío.

Juha pareció pensárselo. O quizá solo sabía amarga la toronja.

-No Marco, la ópera es mas peligrosa. El cementerio es demasiado obvio.

-Entonces  yo iré a la ópera.

-Perfecto. Yo iré al cementerio.

-¿No te da miedo? – lo habían visitado ya de día, y, aunque era peculiar, Marco no sentía deseos de volver ahí.

-El habitual… pero para conjurarlo llevo mi pistola.

Marco lo miró, orgulloso.

-Ese es mi Juha. – lo recompensó con un terroncito de azúcar en la boca.

El pelirrojo se lo comió con sensualidad, lamiéndose los labios al terminar.

-¿Te apetece salir hoy?

-Prefiero quedarme. – respondió, abriéndose la bata y dejando ver su torso viril, con un poco de vello rubio que destacó como un aura a la luz de la mañana.

Juha caminó sus dedos por el pecho descubierto de su marido, sintiendo su vellito. Marco lo dejó hacer: desde aquella primera vez descubrió que dejarlo curiosear por su cuerpo le deparaba gratas sorpresas. Viendo que su esposo tenía tal facilidad para el arte de amar le facilitó no sólo la lectura de Ovidio, sino también la de muchos otros autores, árabes e hindús, que cualquier sociedad a favor de las buenas costumbres habrían calificado de inmorales.

-De todos modos tendrá usted que vestirse, lord Marco. – Juha usaba para jugar, a veces, aquel modo de hablar que usaban los matrimonios que no se querían – Es completamente inaceptable que permanezca en esas fachas.

-Pero milady, me encuentro muy cómodo así. – protestó, tirando de la cinta que cerraba su bata de seda.

-¡Milord! – exclamó escandalizado, dándole un manazo en la mano y anudándose de nuevo la cinta – Venga, seré su ayuda de cámara.

Eso ya le gustaba más a Marco. Tomó la mano que el pelirrojo le extendía y se dejó conducir enfrente del armario. Juha abrió las puertas de par en par y se vieron reflejados en las dos lunas de cuerpo completo. Juha se situó detrás de Marco, poniéndose de puntitas para asomar detrás de su hombro. Lo miraba a los ojos a través de uno de los espejos, pícaro, mientras pasaba sus manos por debajo de sus brazos, acariciando sus costados, llevando sus caricias hasta el pecho.

Juha se abrazaba por detrás a Marco, pegando su pecho a su espalda sólida. Le gustaba muchísimo su marido. Muchísimo. Para él, no había hombre más guapo. Quería verlo y sentirlo a la vez: que el espejo le mostrara su varonil cuerpo, su varonil cuerpo tocado por él. Sentía los músculos firmes bajo sus dedos, el calor de su piel, el suave cosquilleo de su vello, en el pecho y en el bajo vientre.

Acariciaba su bajo vientre, bajando aquellos pantalones de dormir bajo los cuales, en el espejo, podía apreciar su despierto miembro. No lo tocó aún. Siguió sobando su abdomen, besando su cuello desde atrás, aspirando el aroma de su cabello. Marco ladeó el rostro para besarlo y él lo complació. Se besaron. Pero cuando el rubio quiso voltearse Juha se lo impidió. Le quitó la bata y lo abrazó con fuerza. Luego volvió a acariciarlo. También las mangas de su bata, bordadas con pequeñas flores de cerezo, lo acariciaban.

Juha no lo veía pues estaba hociqueándole la espalda a través del pelo. Tenia que hurgar con su nariz entre el abundante y dorado cabello para llegar a su piel. Le gustaba su cabello también: como lo llevaba largo como los antiguos vikingos. Mojado, las puntas rozaban sus nalgas.

¡Sus nalgas! Juha las acarició; eran firmes, poco abundantes, de varón. Pero como le gustaba apretarlas cuando Marco estaba dentro suyo, a punto de terminar, para meterlo más.

Se arrodilló detrás de él para bajarle los pantalones, y quedo frente a aquellas curvas tan bien resguardadas por los varones. Se las besó y volvió a apretarlas. Acarició sus muslos y asomó el rostro al lado de uno. Sonrió al ver la expresión de Marco, que miraba su reflejo y luego el de su erecto pene. Lo ignoró y siguió besando sus muslos: el fino vellito cosquilleaba sus labios. Acarició sus piernas y subió las manos por el interior de sus muslos. Marco separó las piernas para dejarlo hacer y sintió que acariciaba lo alto de sus muslos, la parte baja de sus nalgas y el área detrás de sus bolas. Presionó ahí con sus deditos y él sintió que no podía soportar más tanto tenue placer.

-Juha, por favor… - dobló la cintura para acariciar su cabeza.

Juha dejó de presionarle ahí detrás para masajearle el escroto, mordisqueándole el muslo. Sobó cuidadosamente las bolas, sintiéndolas hinchadas, pesadas, bien cargadas de semen que depositaría en él. Las dejó colgar y pasó la punta del dedo por la división entre ambas, una y otra vez…

-Juha… - esta vez el tono era un poco amenazante.

El pelirrojo se las apretó ligeramente mientras mordía su muslo. Luego se levantó, se despojó de la bata, quedando sólo en un camisón vaporoso, que se trasparentaba y que no le llegaba abajo de la rodilla. Volvió a repegarse a su marido por detrás, rodeando su cuerpo tan masculino. Luego empezó a masturbarlo. Cogió su polla a dos manos, frotando el tronco de arriba abajo y cubriendo la punta con la palma de la otra mano. Marco expulsó un poco de fluido que facilitó la labor de su esposo. Juha escupió en su otra palma y entonces frotó el tronco con las dos manos extendidas, como si quisiera prenderle fuego.

Marco disfrutaba. En el espejo Juha lo veía hacer ese gesto tan suyo, con la cabeza ligeramente ladeada y la ceja enarcada. Bien pegado como estaba a su espalda y trasero se puso a frotarse contra él: si se ponía de puntitas, a través del camisón, alcanzaba a frotar su necesitado miembro contra sus nalgas, y si no, contra sus muslos. Volvió a masturbarlo con una mano entrecerrada en torno a su grosor, frotando su longitud de arriba abajo. Con la mano libre se levantó el camisón mas arriba de la cintura para restregar su miembro desnudo.

Marco disfrutaba también de este estímulo: tenía algo de morboso sentir la polla de tu doncel contra las nalgas, oír su respiración en tu nuca. Todo esto mientras  veías como te masturbaba. Se preguntó si su pelirrojo querría hacerlo terminar así. Pero no. Lo condujo hasta los umbrales del máximo placer y entonces se detuvo. Apretó firmemente la base de su pene mientras tenía el suyo de plano metido entre sus nalgas, moviendo la cadera como un varón para frotarlo entre estas, sin penetrar.

Cuando sintió su corazón menos agitado y su miembro listo para acometer, Marco se dio la vuelta. Besó a su hermoso doncel. Le parecía encantador cuando se dejaba llevar por sus fantasías seme. Pero era un uke, por más apasionado que fuera. Lo que de verdad le gustaba era lo que iba a darle. Le quitó el camisón y pellizcó un pezón mientras lo obligaba a abrir la boca para recibir su lengua hasta el fondo. Repasó la curva entre su espalda y sus nalgas mientras lo dejaba sin aliento. Luego le ordenó que se pusiera a gatas frente al espejo y se acomodó detrás suyo. Le untó una pomada que facilitaba el placer y lo penetró de una estocada hasta el fondo.

Juha se arqueó y gritó. Le había dolido un poco pero le había gustado mucho más. Relajó su agujerito para facilitar el mete y saca de su marido, a quien veía acariciarle la espalda y el cabello por el espejo. Veía su expresión de deleite, los músculos de su abdomen marcados por el exfuerzo que hacia al penetrarlo. Veía su melena rubia moviéndose, ligeramente retrasada en relación al resto de su cuerpo. Ver a un hombre tan hermoso haciéndolo suyo lo ponía como gato en celo. Soltó unos gemiditos y llevó su mano a su entrepierna, masturbándose.

Marco lo veía todo y lo disfrutaba bastante. Jaló del cabello de Juha para obligarlo a incorporarse y ver mejor como se acariciaba a sí mismo. Se comió su cuello y sus hombros deliciosos mientras lo penetraba, mientras lo veía satisfacerse por el otro lado. Recorrió su torso delgado, pellizcando de nuevo sus pezones para luego asirlo firmemente por las caderas y penetrarlo con más ímpetu.

Era tanta la fuerza con que su vikingo se lo metía que Juha volvió a apoyar un brazo en el piso. Con los ojos llorosos de placer veía al espejo, pero cada vez más frecuentemente el placer le obligaba a cerrarlos, retrayéndose en sí mismo, en el placer que crecía en su interior y en su pene. Estalló por los dos lados, salpicando la duela con su blanco fluido al tiempo que apretaba el pene de Marco en su interior, rítmicamente, involuntariamente, buscando exprimirlo también.

Su orgasmo había pasado y Marco seguía con sus embates, tan pero tan placenteros: un día iba a volverlo loco de placer. Gritó su nombre mientras volvía a experimentar el clímax, acompañado esta vez por su amante que pujaba, guardando el resuello para la vigorosa actividad que ejecutaba con sus caderas.

Cuando terminó, permaneció dentro suyo, acariciando sus nalgas y su baja espalda, mirando su espléndida cabellera roja desordenada sobre la duela, cubriendo  parcialmente el rostro que Juha tenía pegado al piso. Se salió de él y se sentó sobre sus rodillas. Pasó primero su dedo y luego su lengua sobre el agujerito dilatado, impregnado de su semen. Juha gimió cuando metió su lengua en él, buscando su propio sabor, pero como el gemido no fue muy lastimero se dio gusto con su culito.

Cuando se sintió satisfecho se acostó en la duela junto a Juha. Este se estiró y luego se recostó a medias sobre su marido, besándolo suavemente. Permanecieron así, tocándose en medio de la luz que se filtraba por las cortinas. La cadencia de sus caricias aumentó poco a poco, hasta que, de nuevo duro, el rubio se puso las piernas de Juha sobre los hombros para volver a penetrarlo.

 

*

 

Luego de hacer el amor todo el día salieron de su pensión alrededor de las cinco de la tarde. Era demasiado temprano para una cena y demasiado tarde por un almuerzo, por lo que entraron a una confitería y cumplieron el sueño de cualquier niño, llevándose cuanto confite se les antojó y comiéndolos como un par de tortolitos por las plazas de Praga.

La ópera empezaba a las ocho de la noche, así que a las siete y media se despidieron. Marco se sentía renuente y cogió hasta el último instante la enguantada mano de Juha. Sintió una bola en lo alto del estomago cuando lo vio partir en un coche de alquiler.

Se dirigió a paso vivo al teatro y compró una entrada. Se sentó en una de las mesitas con parasoles (a esa hora inútiles) que había afuera del teatro, donde servían tragos y postres. Pidió un vodka, pues necesitaba mantener la cabeza despejada.

Conforme se acercaba la hora de la función mas gente circulaba: donceles con primorosos vestidos, cubiertos de joyas, caballeros de levita y chistera. Se fijaba en estos últimos, tratando de adivinar quien seria el misterioso Vetsera.

La última llamada sonó y la gente, que había estado luciéndose, se apresuró a entrar. Un doncel en el que se había fijado por su lo atrevido de su vestido se acercó a el.

-¿No me dais el brazo?

-Soy casado señorito, y espero a mi esposo.

-No creo que su esposo llegue; esta en el cementerio judío. – Marco lo cogió bruscamente del brazo – No se alarme, él esta bien. Envié a Vlatislav a recogerlo. Aunque, de hecho, pensé que lo recogería a usted.

-¿Vetsera?

-Baroneso Vetsera, por favor. Entremos, tengo reservado un palco, debí advertírselo para que no gastara en una entrada. – tomó la entrada que lord Marco lucía en el ojal de su levita y la entregó  a un acomodador- Muchacho, ve afuera y regálasela al primero que veas pasar.

El acomodador asintió y ellos entraron. El palco del baroneso era casi el más cercano a la salida. No era muy apropiado para disfrutar de las funciones.

-Los vi el día del estreno de Otelo. – dijo, sacando sus impertinentes – Su esposo es muy hermoso.

-Gracias. Usted también lo es. – lo dijo procurando que su entonación dejara bien clara su intensión: un cumplido de pura cortesía.

-Como le comenté, esperaba entrevistarme con él. Creí que podríamos entendernos mejor de doncel a doncel.

Lo miró como preguntándose porque envió a su esposo al lugar más peligroso. Marco se maldijo por su ingenuidad.

-Hable con toda confianza; yo también tengo mi lado doncellil.

El baroneso le rió quedamente la gracia. Dominaba a la perfección el arte de la coquetería. Dejo los impertinentes sobre la falda de su vestido y se volvió a mirarlo con unos ojos de hielo.

-Pretendo matar al archiduque  Rodolfo. – dijo.

 

 

Notas finales:

Donceliego vendria a ser el equivalente a mujeriego en este universo de donceles. Es una palabra horrible, pero suena peor y sacaba de ritmo "aficionado a los donceles".

Baroneso por barón doncel tambien suena raro, pero se me hacia una gran, gran cacofonía y contradicción eso de barón doncel.

No me desmaye ayer y eso que trabaje 24 horas corridas, pero luego me dormi como un muerto. Hoy volvi en mi y cumplí con lo prometido :) Ya solo queda un capitulo de ese relato, a ver si lo subo el fin de semana, cuando termine el recuento "voto por voto y casilla por casilla" que pidió un imbécil que perdió por siete puntos la presidencia de México. Yo creo que se quiere coronar emperador, como Maximiliano :P


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