Jim Moriarty no tenía sentimientos, solo era un psicópata con tendencia al egocentrismo que desfrutaba manipulando y acechando a aquellos que creía inferiores a él. Solo Sherlock era la excepción. Una mente brillante capaz de hacerle frente y leer en sus pensamientos los más oscuros y siniestros deseos. Y sin embargo, con el tiempo se había percatado de que Sherlock no era completamente suyo.
Había realizado macabros juegos que le debían conducir hasta él y había bombardeado su vida con fragmentos de su presencia para que al final del día, solo pudiera pensar en él. En una mente tan brillante que supondría el mayor reto de su carrera poder atraparlo. Había disfrutado de su atención de manera fugaz y se había aficionado a ella. Pero, y a pesar de sus esfuerzos, Holmes parecía vacunado contra la locura en la que deseaba sumergirle.
Fue todo un descubrimiento la comprensión de tal enigma, quizás por que no se lo esperaba, o simplemente porque no creía que Sherlock tendría semejante capacidad humana. El niño con síndrome de asperger había empatizado con un chucho callejero que le seguía fielmente a todas partes. Por que en el fondo John Watson no tenía mayor coeficiente intelectual que un perro callejero. Era imposible comprender que cualidad había sido la que había captado la atención del detective-consultor.
Moriarty volvió a mirar a aquel hombre rubicundo y se rió en alto. No había nada que le hiciera especial y sin embargo ahí volvía a estar él. Sofocado, asustado y protegido por su Sherlock, aún sin saberlo. Arrebatándole el lugar que por derecho le había sido asignado. Los sentidos de Holmes no serían suyos, sus ojos solo miraban al militar, su piel solo se rozaba con la suya, y lo más frustrante de todo, su mente solo buscaba la manera de mantenerle a salvo.
Y es que, en el fondo Jim Moriarty era un mal perdedor. A lo mejor por eso le llevo a aquella azotea y le recriminó que no habría sido más listo. O quizás esa fue la razón por la que no dudo en llevarse la mano al bolsillo y sacar la semi-automática de calibre 45 que se llevó a la boca para descerrajarse un tiro que le hizo volar medio cráneo. Por la simple razón de que ahora Holmes solo le vería a él.
Una sonrisa de triunfo se dibujo en su cadavérico rostro, pero Sherlock a penas lo miró. Sus sentidos le apremiaron y corriendo se irguió sobre la balaustrada para poder ver por última vez a la persona que le había llevado a esa situación. John Watson observo el cielo y le dedicó una mirada preocupada. Sabía lo que acontecía cuando contesto la llamada y más aún cuando lo vio saltar.
Pobre Moriarty pensó el castaño tan solo un segundo antes de saltar, ni siquiera su último pensamiento sería para él, pues todo le pertenecía a John Watson. Médico ex -militar, de coeficiente normal, y paciencia sobrenatural.
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