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Rapto en la época vikinga. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

"Over the hills and far away,
he swears he will return one day.
Far from the mountains and the seas,
back in her arms again he'll be."

"Sobre las colinas y más allá,

él jura que regresará un día.

Lejos desde las montañas y los mares,

de nuevo en sus brazos él estará."

Gary Moore, Over the hills and far away, fragmento.

Se vivía muy bien en el harén del sultán. La comida poseía una gama de sabores inimaginables para quien ha saboreado la mantequilla como el no va más de exquisitez por veinte años. A su estomago le costó un par de malestares acostumbrarse a tanta especia y Sibel le advertía que moderara su boca si no quería terminar como ella.

En el harén se las educaba permanentemente. Las lecciones sobre como complacer a un varón eran las más importantes, por supuesto, y aunque lo básico se aprendía en seis meses se podía seguir practicando, perfeccionándose para alcanzar grados paradisiacos en el arte de apretar las cavidades del amor o acariciar con la lengua… Artes que, ni que hay que decirlo, eran completamente desconocidas en su lejana tierra del norte (allá el varón metía su pene en la cavidad preferida de la mujer o en la única del doncel, y punto).

Juha se sonrojaba de imaginar que siquiera le explicaba a Jarmo los más suaves tipos de besos y sentía que jamás sería capaz de decirle que había más de mil formas de realizar el coito, aunque se aplicara a enroscarse y estirarse para ser capaz de practicarlas todas… con Marco. No sabía cómo, pero saldría de ahí y se casaría con él.

Los efebos (en este país no era necesario ser capaz de tener bebés, bastaba con ser hermoso para ser admitido como doncel) tomaban todas las lecciones tomadas por las mujeres y luego otras más, pues en virtud a sus diferencias anatómicas estaban en posición de dar placer también con su pene (otra diferencia con su país, donde los donceles recibían y punto).

Eran usados también para las lecciones prácticas sobre cómo dar placer al pene con la boca, tanto con practicantes efebos como muchachas y estaba permitido, aunque no abiertamente, que juguetearan entre ellos, tanto entre efebos como con las muchachas, siempre que no hubiera penetración. (Los que se penetraban entre sí o a las muchachas debían ser sumamente discretos)

Se rumoreaba que las habitaciones poseían mirillas ocultas desde las que el sultán espiaba regocijado los jugueteos de sus beldades, y bien podía ser, entre tanta decoración de filigrana de madera o quizá los ojos de animales tan perfectamente ejecutados que parecía que los tigres iban a saltar o los ánades a emprender el vuelo.

Pero lo que más le gustaba a Juha era la música. Había instrumentos de cuerda de todas partes del mundo, instrumentos de percusión, instrumentos de viento y hasta instrumentos que no sabía clasificar, como el aro con pequeños timbales que sonaba al agitarlo o las pulseras y los velos que se ponía para bailar.

Adoraba bailar, y cantar a la vez. No había aprendido bien el idioma pero no le hacía falta para cantar: bastaba con vocalizar. Era feliz como nunca cuando vestido con aquellas coloridas y hermosas ropas que su hermano jamás le hubiera permitido usar (mostraba el vientre y los brazos) movía su cuerpo en sintonía con la música, añadiéndole notas con los tintineos de su cadera, muñecas y tobillos, con su voz.

Se movía con tanta gracia y sensualidad que su fama había traslucido los muros del serrallo. El visir del sultán, que era su primo, quiso asegurarse de que la odalisca fuera tan buena como decían y quedó impresionado con lo que vio. Sintió tentación de llevarse al hermoso de cabellos rojos, pues el sultán ignoraba que poseía ese rubí, pero lo detuvo el recuerdo del castigo aplicado a quienes osaban tocar a una del harén, ya no digamos robársela. Le pareció buena idea presentársela en su cumpleaños: obsequiarle un regalo que el sultán mismo había pagado y llevarse el crédito.

 

*

 

Siraj fue el primero en oír el rumor de que Juha sería la atracción principal de los festejos por el cumpleaños del sultán. Deseaba destacarse ante los ojos de su amo, tener la oportunidad de seducirlo antes de que las zorras pelirrojas lo hicieran. ¡Malditas fueran! Si tan solo no fueran tan hermosas, con ese aire exótico. La blancura de su piel era tal que ni untándose cremas de concha nácar lograba su tono.

A veces deseaba recorrer con sus dedos el cuello de Juha, lenta, muy lentamente. Hundir sus dedos entre sus cabellos y probar sus labios a ver si eran tan hábiles como hermosos. Otras veces quería estrangularlo. Como ahora. ¡Su turno era en cinco meses! ¡Para ese entonces Juha ya sería el favorito!

Era un rival de temerse aunque su trasero no fuera ni por asomo tan carnoso como el suyo. Y además tenia ese hermano tan parecido a él. Por separado podría enfrentarlos, pero si se unían para seducir al sultán no tendría oportunidad: dos bellezas casi reflejo una de la otra, besándose, seduciéndote con la seducción entre ellas…

Eso era seducción multiplicada por sí misma. Algo que un solo doncel, por más seductor que fuera, no podría igualar. Tan distraído se hallaba calibrándolo que no vio acercarse a Miko hasta que estuvo delante de él. El chismorreo le había hecho aprender el árabe al dedillo.

-Alégrate Siraj, que has sido elegido para bailar en el cumpleaños del sultán… como parte del coro.

Los cuatro donceles de su misma edad que lo acompañaban siempre se rieron.

-Al menos estaré frente al sultán, no como tú, - Siraj solía tomarse las rivalidades del harén con más estilo. Pero ese día estaba hormonal. Ni siquiera le importaba que Miko fuera veinte centímetros más alto - mocoso gigantesco.

-¿Qué dijiste? – Miko se irguió amenazador.

-Que eres tan alto como una palmera. E igual de liso. – adquirió una pose en la que su generoso trasero resaltaba.

-Aun así mejor que tú, enano gordo.

Siraj se lanzó con las uñas de fuera hacia la cara de Miko. Pero este tenía bastante experiencia peleando. Le detuvo las manos y lo aventó al suelo. Siraj lo jaló con él. Rodaron por el pasto, uno sobre el otro, en estrecho abrazo, rumbo a un estanque que fungía de centro de jardín. Trataban de hacerse daño: a rodillazos, entrelazando los muslos, jalándose las manos, pegando el pecho.

Ranas y nenúfares saltaron por el aire cuando cayeron al agua. El estanque era más profundo de lo que imaginaban y Siraj no sabía nadar. Se aferró a Miko como una lapa.

-¡Suéltame! – forcejeaba para quitarse el peso muerto de Siraj, que lo hundía - ¡Aaa, suéltame! – volvía a gritar cuando sus cabezas salían a flote.

-¡Sálvame!

-¡Muérete! – le respondía y volvían a chapotear.

Aunque todos los que paseaban por el jardín se habían acercado ninguno era para ayudar. Sekure, la maestra de Siraj, llamó a los guardias, pero en lo estos llegaban Miko logró arrastrar a la orilla a Siraj. Ahí reanudó el ataque, sacudiéndolo por los hombros.

-¡Querías ahogarme zorra!

Pero el otro no le contestó. Le dio una bofetada y escupió un gorgorito de agua. Pero seguía sin reaccionar.

-¡Oh no! – exclamó fastidiado antes de montarse sobre Siraj, ponerle las manos en el pecho y unir sus labios a los suyos.

-¡Que haces! – gritó Sekure. Los guardias venían tras ella y no era nada conveniente que vieran los jueguecitos que acostumbraban los donceles del harén.

Llegó a jalarlo, pero Miko se opuso. Seguía besándolo y los guardias tenían gesto de encontrarse ya en el paraíso.

-¡Ayúdenme! – gritó Sekure a los guardias - ¡Sepárenlos!

Pero los guardias no los hubieran separado ni porque Mahoma se los hubiera pedido (que no creo que se los hubiera pedido). Abarcaban todo con la mirada: tanto las boquitas juntas del par de hermosos hasta el trasero de Miko, cuya forma y casi color podían apreciar perfectamente a través de su ropa mojada.

Cuando los brazos de Siraj lo rodearon y su lengua trató de adentrarse en su boca Miko lo soltó.

-Solo le salvé la vida a este idiota. – declaró limpiándose las comisuras de la boca con el dorso de la mano. – No te emociones. – añadió mirando su entrepierna, donde cierta cosa revivía también.

Siraj lamentó haber cedido al deseo y regresó al odio. Pero le resultaba difícil odiar la sonrisita satisfecha de Miko cuando regresó con su grupito de adoradores.

 

***

 

La pesca en la época vikinga era un asunto complicado, que demoraba varios meses. Había que equipar un navío de madera, velas y remos de gran tonelaje, tirar redes a lo largo de la ruta en el mar del Norte, generalmente picado y tan cabroncete como suele ser cualquier mar, regresar recogiendo las redes; vacías, rotas o repletas de bacalao, salar la carga, guarnecerla y volver a empezar. Algo así como la moderna Pesca mortal de centollas en Alaska, sólo que sin botes salvavidas, gps ni ropa térmica.

Aun así era una actividad recreativa. Fuera de algún borracho barrido de la cubierta por alguna ola gigante no solía haber muertos, pero aquí la diversión consistía en el relajamiento: nada de stress mientras navegabas en los días sin noches del verano boreal. Nada de batallas con clanes enemigos, ni de esposas que querían que partieras leña.

Si de vez en cuando aparecía un cetáceo, chocabas con él y te ibas a pique, pues paciencia. Una nadadita no le hace mal a nadie, sobre todo cuando el agua está a unos agradables ocho grados sobre cero y la costa a la vista, pocos kilómetros mas allá.

Jarmo lo pasó bomba pescando en compañía de su hijo menor Ville y el resto de la tripulación del “Eternas lágrimas de sufrimiento” (ameno el nombre, como la actividad). Cargó el pescado que le correspondía en una carreta y emprendió el camino de regreso a casa. Cuando se la encontró abandonada se llevó el susto de su vida.

Removió la construcción hasta los cimientos (literalmente) buscando a su hermanito y a su hijo mayor. Tampoco los sirvientes estaban. Con la carreta cargada de pescado salado y su hijo menor recorrió de prisa los dos kilómetros que separaban su casa de la de los vecinos más cercanos; su hermana la mayor.  Los niños podían haber ido de visita con ella o con algún otro pariente.

-¡Eelisa! – la llamó con un vozarrón que no necesitaba del futuro invento de la megafonía para hacerse oír en un kilometro a la redonda.

-¡Jarmo! – acudió esta desde la sala de bordado. Las Kylmänen eran demasiado bonitas para hacer trabajos pesados, como la elaboración de mantequilla.

La levantó en el aire como quien levanta una pajita y luego le preguntó:

-¿Están Juha y Miko contigo?

Aunque era su hermana, tenía miedo de darle la mala noticia. No porque fuera a pegarle a ella, en absoluto, pero el arranque de ira que sufriría podría costarle caro al huerto que cuidaba con tanto esmero.

-Se los robaron.

-¡¡¡Como que se los robaron!!! – gritó con la potencia del viento del norte.

-Sí, unos suecos – Eelisa se acomodaba el peinado -. El día de la feria de la oveja asaltaron el puerto y se llevaron un par de naves, algunas personas y muchas ovejas.

-¡¿Y ese gusano de tu marido no hizo nada por defenderlos?!

-Mi marido estaba protegiéndome a mí.

-¡Si te hubieras casado con un varón y no con un enclenque los hubiera protegido a los tres! – para Jarmo era un enclenque cualquiera incapaz de arrancar un árbol de cuajo-  ¡Arrrg!

-Fueron los del clan Gustafsson. – a la joven no le costó mucho trabajo averiguarlo: vestían como los Gustafsson y gritaban el grito de guerra de los Gustafsson.

-¡Voy a arrancarle la cabeza a todos los Gustafsson! ¡Bailaré en sus huesos hasta hacerlos harina y entonces haré pan para los perros!

-¡Asi sea! – juró su hermana puño en alto. - ¿Cuándo?

-¡Ahora mismo! Eelisa, guárdame el pescado.

-¿Te cuido también a Ville? – acarició la cabeza de su sobrinito, que se apostaba siempre a la derecha de su papá.

-El sabe cuidarse solo. – lo miró con orgullo. También lo había tenido con la madre de Miko, y este sí era varón.

-Tiene seis años. – protestó su hermana.

-Es grande. – Jarmo poseía una perspectiva única que lo hacía ver a Ville capaz y autosuficiente como si tuviera catorce años, a Miko como si fuera un inútil de la misma edad y a Juha como si aun fuera el adorable y dependiente bebé que su mamá le entregó antes de irse a recorrer el mundo con su padre.

El niño le repegó la cabeza como un cachorro de lobo. Jarmo desenjaezó a los caballos, montó a Ville en uno y se montó en el otro.

-Regresaré con Juha y Miko. – declaró a modo de despedida. – Lo festejaremos bebiendo cerveza en el cráneo de un Gustafsson.

-¡Asi sea! – juró su hermana - ¿Quieres mantequilla para el viaje?

-Sí, gracias. Y miel para Ville.

 

***

 

El golpe del tambor resonó, solitario, haciéndolo mover la cadera hacia la izquierda. El aire y Juha permanecieron quietos por un tiempo hasta que la siguiente percusión resonó, solitaria de nuevo, haciéndolo mover tan rápido como el sonido su cadera hacia la derecha.

Las manos permanecían arriba, juntas, quietas, convertidas en instrumentos musicales por las pulseras que las adornaban. Sostenía un velo en cada una, rojos, como su atuendo. Un velo trasparente dejaba contemplar la mitad del rostro que debería haber tapado, convirtiendo así la prenda de pudor en una de seducción.

Una especie de camisita ombliguera, mas diríase unas mangas que tapaban el pecho y una falda que se abrazaba a su cadera, larga hasta los tobillos pero con aberturas a través de toda su longitud sobre los muslos, de una seda tan fina que casi se podía ver a través de ella conformaban su traje. Un cinturón, que, como las pulseras poseía varios pendientes convertía su cadera en instrumento musical, al igual que sus pies, manos y cabeza, pues llevaba una especie de corona que ajustaba sobre su frente, orlada también con filigranas que sonaban.

Una flauta entró en escena, acompañada de percusiones rítmicas y bajas, y Juha empezó a deslizarse sobre la melodía, inclinándose mientras ondulaba todo su cuerpo, girando, recostándose en el aire, sostenido en tierra solo por un pie mientras el otro y las manos se agitaban contribuyendo con su cascabeleo a la melodía.

Lanzó al aire el primero de los siete velos, que pareció tardaba una eternidad en caer mientras Juha permanecía inmóvil en cuclillas. Luego se levantó lenta, muy lentamente, haciendo sonar sus caderas de un lado a otro, estirándose hacia arriba como una serpiente encantada, contoneándose entonces de espaldas, arqueando la espalda  hacia atrás tanto que su rostro era visible y su cabello rojo caía como el más hermoso de los velos.

En tan incomoda posición lanzaba el segundo velo y entonces comenzaba a danzar de un lado al otro del escenario, no hasta los bordes, solo a la mitad, más o menos a donde el cuarto bailarín del coro hacia cada lado meneaba también sus caderas, sirviendo de fondo a Juha.

Siraj estaba ahí, mirándolo fijamente, encendido tanto de rabia como de deseo. Desearía levantar las piernas con tanta gracia, tan arriba, permanecer tanto tiempo empinado, sacudiéndose, vocalizando sin perder el aliento ni el equilibrio. Las promesas que Juha hacía en el baile las cumpliría en el lecho. Ese era el objetivo del baile: encender el deseo, hacerte saborear por anticipado las posturas que sería capaz de adoptar tu amante, la rapidez con la que menearía sus caderas con tu miembro dentro, los jadeos que soltaría entonces…

Siraj ya estaba excitado, y eso que solo era un doncel. Y a juzgar por las vocalizaciones de Juha el también lo estaba. Por supuesto que sí: tenias que sentirlo para provocarlo… Esas caderas frenéticas, esas manos agitándose en el aire, esos “aaah” tan sensuales, eran avisos todos del clímax que se acercaba: los tambores, las flautas, las cuerdas y los castañeos lo anticipaban también, marcaban el ritmo de las embestidas.

El ultimo velo voló por el aire y Juha cayó de hinojos, con las rodillas separadas y la espalda arqueada, su vientre y su pecho moviéndose agitados, toda su piel visible perlada en sudor y en el rostro dibujada una expresión de placer, de satisfacción, que todo varón desea grabarle a una belleza así.

-¡Magnífico! – Sibel y el público rompieron en aplausos.

La mitad del harén se había apretujado en la estancia mayor para observar el ensayo general del baile para el cumpleaños del sultán, y aunque las rivalidades eran la base de las relaciones entre las bellezas que poblaban el serrallo la objetividad al calificar las habilidades y belleza de otra eran necesarias para saber a quien podías enfrentarte y ante quien debías inclinarte.

Y para desesperación de Siraj, que había crecido en el harén y ambicionaba llegar a ser esposo del sultán, parecía que después de los festejos de cumpleaños el extranjero pelirrojo iba a ser aquel ante quien todas inclinan la cabeza y buscan su favor.

Juha, inconsciente de las pasiones que despertaba y despertaría se acercó a su sobrino. No conseguía adaptarse tan bien como Miko a la vida a la que el destino, en forma de unos suecos despistados, lo había conducido y lejos de su querido hermano, de su amado, se refugiaba en Miko, en la música y en el baile.

Los dos pelirrojos se abrazaron y la envidia que despertaba Miko era tanto por ser el hermano (y por consiguiente el más favorecido) de Juha como por ser el único que pudo tenerlo en sus brazos, como todos deseaban, después del baile.

Al sentirse observado por Siraj, Miko le sacó la lengua, abrazó de nuevo a su tío y se alejó con él por los corredores.

 

Continuará...

 

Notas finales:

Espero hayan disfrutado del homoyuri de este capitulo tanto como los participantes jejeje ;)

Les dejo un enlace a un video donde se ve a Juha y Miko en el escenario... desgraciadamente no hacen bellydance sino rock alternativo. Whatever. Juha aun se mueve "como un fideo fetuchini" (esta al microfono y canta)  y jamas he visto a un guitarrista que se menee tanto como Miko (tiene una guitarra y un sombrerito). Pretty hard to do it xd!

http://www.youtube.com/watch?v=aGP9rrzPTg4&feature=relmfu

Aqui están tambien unas fotos de Marco, la primera en su juventud:

http://i1026.photobucket.com/albums/y326/NezalXuchitl/marcoenlos20s.jpg

y la segunda como los buenos vinos, entre mas viejos, mejor ;)

http://i1026.photobucket.com/albums/y326/NezalXuchitl/marcoenlos40s.jpg

Y bueno, muchas gracias por leer. Si tienen la oportunidad practiquen el bellydance, es genial!

Kiitos!


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