El azul mostrado ante sus ojos era tan impecable, tan puro, como si el cielo supiera el motivo de su viaje.
La carretera siendo atravesada a una velocidad elevada lograba formar una sonrisa en ambos. La moto gruñía furiosa, acelerada, firme, inconforme con aquello que el destino les había puesto al frente y resignada lloraba lo que sus ocupantes no podían demostrar.
El reflejo del conductor dividido por aquella fractura en el espejo lateral, recuerdo de aquel atardecer cuando movidos por un placer inigualable ignoraron el camino ante sus ojos, acabañado contra la cerca de alguna casa del vecindario, llenos de heridas, sonrisas y regaños por parte de sus familias. A pesar que siempre se propusieron cambiarla nunca lo hicieron.
-“Le da personalidad.”-
Alguna vez se escuchó comentar a Akira mientras el castaño solo asentía. Aquella conexión entre ambos era otra de las cosas envidiables de su relación, aún cuando eran niños coincidían en casi todo, y en lo que no lo arreglaban con un intercambio de golpes y besos que los hacía felices.
-Aún no, ¡Shima!-
El conductor sintió como el agarre de su acompañante se hacía más débil.
-Solo espera un poco más.-
Y el motor resonó haciendo eco en las montañas, acelerando más y más poco importando el peligro, solo debían llegar.
En el pavimento las huellas de las llantas parecían grabadas con fuego, firme evidencia de las incontables veces que habían recorrido ese mismo camino, que habían buscado el mismo destino, aquel lugar entre las nubes en el que podían respirar, sentir que conforme avanzaban los problemas que los perseguían se quedaban atrás y agotados decidían esperar a su retorno.
Aquel lugar que encontraron una tarde hace muchos años atrás cuando intentando huir de sus vidas decidieron solo avanzar y avanzar hasta que su moto, fiel amiga, eligió por ellos deteniéndose cuando supo que era suficiente, obligando a que ellos se limpiaran las lágrimas y contemplaran al frente, que notaran que lo habían logrado, en donde se tomaron de las manos y bajo el sol brillante marcaran la promesa que ese día cumplirían.
La oscuridad era interrumpida por los faroles de los autos, aquel túnel que les parecía más corto cada vez que viajaban en esta oportunidad era eterno, agobiante.
Ya no había más llanto, aún cuando el dolor estaba ahí la tristeza los había abandonado, resignados a la noticia habían aprendido a lamerse las heridas, a sanarse, mientras esperaban por el día que en empezarían el viaje hacia el amor inmortal.
-No lo lograré.-
El viento los chocó con más fuerza mientras Akira se aferraba al acelerador.
-Solo un poco más, por favor, solo un poco más.-
Sus brazos temblaban como aquella tarde en la cual su mundo fue derrumbado por las palabras de un doctor.
-“Solo 24 meses más si se cuida desde ahora.”-
Y no había más que decir.
-“También es recomendable que no viaje más, descanse.”-
Las risas que invadieron el lugar en aquel momento fueron inexplicables para todos. Al salir de aquel lugar, entre llantos, viajaron también a ese lugar y en un abrazo irrompible se quedaron dormidos a merced de la luna, quien llena de compasión, se dedicó a alumbraros durante la primera de sus últimas noches.
-Te amo.-
Kouyou susurró cerca al oído de su pareja mientras iba reconociendo los últimos parajes de su recorrido, él siempre fue sincero y aún en su timidez era el más libre al expresarlo.
Akira solo sonrió, para él jamás fue tan fácil por lo que se esforzaba en demostrarlo durante los incontables días que pasaron juntos, sus torpes acciones lo gritaban, motivo por el que ambas familias siempre lo supieron, aún ahora sus madres lloraban sabiendo el camino que habían decidido recorrer y el cual no podían evitar.
Frenaron y ambos temblaban, el rubio se relajó recostándose en el pecho de su pareja y este lo recibía en un abrazo.
-No es necesario que lo hagas.-
-Sí lo es Shima.-
Ambos sonrieron, una vez más se aferraron a aquel mutuo acuerdo, se aferraron a su amor, se aferraron a su amistad.
Ambos al lado del camino, dos simples personas en una moto, como siempre lo habían sido, como siempre lo serían.
-Ya es hora.-
El rubio notó la falta de color en las mejillas ajenas.
-Te amo.-
Agregó siendo la cuarta vez que lo decía.
-¿Siempre juntos?-
-Siempre juntos.-
Un último beso y la moto volvió a gruñir a manera de despedida, observaron aquel barranco con la emoción marcada en sus ojos, allí sobre las nubes, sobre los problemas, sobre todo el mundo, solo dos jóvenes en una moto y abajo el vacío.
Regresaron algunos metros en el camino con una lentitud irreconocible en ellos, giraron hacia el paisaje al que eran familiares, los brazos del castaño se aferraron con más fuerza, el acelerador era preparado.
Uno… Dos… Tres… avanzaron hacia el infinito mientras que la promesa se repetía en sus mentes.
-“Aquí acabarán nuestros días.”-
Aún antes que la muerte se llevara a Kouyou ambos se arrojaron a sus brazos, ambos jóvenes en su moto.