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El amor más puro. por kozzha

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Notas del capitulo:

Hola.

Espero y sea de su agrado el nuevo cap. 

Ya falta poco. 

Besos

Entró a la recámara y miró de soslayo a joven de piel tostada que yacía plácidamente dormido sobre su cama. Soltó un resoplido. ¿Qué carajos había hecho?, se preguntó. Había dejado que un estudiante de preparatoria lo sedujera y lo peor es que había terminado teniendo sexo con el jovencito.

Ceñudo caminó hacia la cama y con brusquedad retiró la sábana que cubría al muchacho.

-Levántate-instó. Daiki gruñó y le dio la espalda a Kise quién chasqueó la lengua y furibundo zarandeó al otro-Te dije que te levantaras-masculló.

-No quiero-musitó el muchacho, cubriéndose el rostro con una almohada.

-¡No te estoy preguntando!-gritó con exasperación-Tienes que irte a tu casa, tus padres de seguro han de estar buscándote.

-No lo creo.

-¿Eh? ¿Cómo?-pestañeó-¡No me digas que te has escapado!-exclamó Kise.

-Claro que no-refunfuñó Daiki, enderezándose. El sueño se le había ido por culpa del rubio-Les dije a mis padres que me quedaría todo el fin de semana en casa de un amigo-se rascó la cabeza y bostezó con pereza. Barrió a Kise con la mirada y esbozó una sonrisa al verlo solo con calzoncillos-Por cierto…se ve muy guapo así-Ryota se sonrojó y salió de la recámara.  Regresó a los pocos minutos  con la ropa de Daiki la cuál le lanzó con brusquedad.

-Vístete, niño-dijo molesto-Tienes que irte de aquí, ¿Entiendes?

-¿Por qué?

-¿Cómo que por qué?-vociferó Kise-Por qué no es correcto que estés aquí- buscó en su armario algo que ponerse y mientras se decidía, Aomine comenzó a vestirse.

-Eso no lo pensó ayer en la noche-y soltó una risilla-Hasta creí que terminaría afónico-esas palabras  provocaron la ira de Kise, furibundo caminó hacia donde estaba el muchacho y le dio una bofetada.

-Eso dolió, sensei-se quejó Aomine.

-Fuera de mi casa-masculló.

-No quiero-dijo con firmeza el otro.

-No te estoy peguntando-vociferó encabritado-Vete-le haló del brazo pero no logro ni siquiera mover al menor. Chasqueó la lengua, frustrado. En un rápido movimiento, Aomine lo tumbó sobre la cama y se posicionó encima de él; Ryota forcejeó.

-Debería de tranquilizarse, sensei-susurró Aomine sobre los labios del rubio.

-Quíta…-fue acallado por los labios del muchacho de piel tostada. Como el beso se iba profundizando, Kise se fue relajando hasta que terminó por corresponder al fogoso beso.

-Mucho mejor-dijo con satisfacción Daiki-Me gusta cuando es así de sumiso-hundió su rostro en la curvatura del cuello del rubio y lo recorrió con  su lengua. Kise lanzó un leve gemido y se retoricó bajó el cuerpo del muchacho-¿Le parece si vamos por la primera ronda del día?-le preguntó antes de volver a besarlo.

Y como había sucedido la noche anterior, Kise fue seducido de nuevo por aquél muchacho.

 

 

Aquél sábado, Kuroko había aprovechado para mudarse al pequeño apartamento de su prometido Kagami. Estaba sacando el contenido de una de las cajas cuando el pelirrojo lo abrazó por la espalda.

-Kagami-kun-musitó Kuroko cuando sintió el aliento cálido de su prometido chocar contra su cuello.

-Aún no puedo creérmelo-dijo éste.

-¿Creer qué?

-Que eres mi novio y te vas a casar conmigo.

Kuroko quitó con delicadeza los brazos del pelirrojo y se giró lentamente, tomó entre sus pequeñas manos el rostro de Taiga y musitó.

-Todo esto es real, Kagami-kun-dicho esto le dio un dulce beso al más alto.

-Te amo tanto, Kuroko-le abrazó con posesividad.

-Yo también te amo-sonrió Kuroko y correspondió al abrazo.

Permanecieron por largo rato así, disfrutando el calor del otro y escuchando el latir de sus corazones.

 

 

-¡Shin-chan! Mira-gritó Kazunari lleno de jovialidad, mientras se lanzaba del tobogán  más alto de todo el parque.

-Ten cuidado, Takao-vociferó el niño de lentes.

Kazunari se deslizó con rapidez sobre el juego y terminó de sentón sobre la arena. Soltó una carcajada feliz y se puso de pie.  Shintaro corrió hacia su amigo.

-A Kazu le gustan los toboganes-exclamó-Anda,Shin-chan-tomó la mano de su amigo-Kazu quiere que te lances con él, hagamos el trenecito.

-Pero…

-Vamos Shin-chan, Kazu te cuidará.

-Eso no-dijo ceñudo el niño-Yo debo de cuidarte a ti, Takao-y decidido tomó de la manos a su amigo y lo guio hacia las escaleras del tobogán-Yo iré primero, ¿sí?-el moreno asintió.

Los dos se subieron y antes de lanzarse, Takao le gritó a su mamá.

-¡Na-chan! Mira a Kazu y a Shin-chan-movió los brazos para que su madre le viera.

-Suerte niños-le gritó la señora que era una mujer que estaba en la mitad de los treinta. Su cabello era largo, liso y oscuro al igual que el de su hijo.

Los niños se lanzaron por el tobogán, y sin poderlo evitar, Shintaro soltó un grito de horror.

-Kazunari sigue sin decirte mamá. Es curioso, Natsuki-le dijo una mujer de ojos verdes y cabello castaño que estaba junto a la señora Takao.

-Mi hijo es muy peculiar-asintió Natsuki- Pero aun así es lo que más amo de mi vida.

-Estoy de acuerdo contigo-dijo la mujer de ojos verdes-Shintaro es el niño de mis ojos.-soltó un suspiro al ver a los niños correr hacia la caja de arena-¿Quién iba a pesar que nuestros hijos serían tan inseparables como nosotras?

-Lo sé-sonrió la señora Takao-Ojalá y su amistad dure tanto como la nuestra, Mizuki.

-Espero que sí.

-Si Kazunari fuese niña, tenlo por seguro que la hubiera casado con Shintaro.

Mizuki soltó una gran carcajada.

 

 

Después del incidente de la noche anterior, Himuro trató de localizar a Nijimura para ofrecerle una disculpa, pero como era de esperarse, el hombre no respondió a las llamadas del profesor.  Resignado, Himuro se dedicó a ponerse al día respecto al aseo de su casa. Mientras escombrara su armario que estaba hecho un desastre, se topó con un álbum de recuerdos. Cansado, tomó asiento sobre el tatami y se dispuso a hojear aquél álbum. Sonrió nostálgico al ver algunos dibujos hechos por antiguos alumnos de él. Había una que otra carta o envoltura de algún dulce. Su sonrisa se borró cuando vio un anillo hecho de un trébol. Por el color de éste estaba claro que había marchitado ya hace tiempo. Acarició con delicadeza aquél anillo. Ese era el símbolo de la promesa que había hecho con su antiguo alumno.

Remembró el día que Atsushi había llegado al Hoikuen. Él, como en la actualidad, era el maestro encargado de los niños de cinco años. La familia de Atsushi se había mucho de Akita a la ciudad de Tokio. La primera impresión que tuvo de él fue que era muy pequeño, por lo que le sorprendió de que tuviera cinco años, pues dada su estatura, pareciera de tres años. 

 

En su primer día de clases, como todo niño, el pequeño se encontraba nervioso y por lo mismo se había aislado de sus demás compañeros. Fue después de que Himuro le ofreciera un caramelo y le preguntara su nombre que el niño comenzó a hablar con naturalidad.

Todos sus alumnos durante todos esos años habían dejado huella en su corazón, pero Atsushi había dejado una muy profunda. ¿La razón? La verdad es que no la sabía. Podría ser por sus lindos ojos violetas, tal vez sería porque era el único que le llamaba sin formalidad y le había bautizado con el sobrenombre de Muro-chin, tal vez porque siempre le compartía de sus dulces, algo que no hacía con nadie más, o tal vez fue el que aquél niño le siguiera a todos lados, jurando que jamás le abandonaría y así, la lista podría alargarse.

Aún recordaba como si hubiese sido ayer el último día que el niño estuvo en el Hoikuen. Todo el día se la había pasado llorando y Momoi, su profesara en ese tiempo, no lo pudo consolar con nada. En la tarde, cuando su madre pasó por él, Atsushi corrió hacia el aula de Himuro y se aferró a su pierna.

-No dejes que me vaya, Muro-chin-le pidió llorando con desesperación.

Himuro, desconcertado con la actitud de su ex alumno lo único que atinó a hacer fue tomarle en brazos y abrazarlo con fuerza.

-Puede venir a visitarme los días que quieras-le dijo con voz dulce.

-¡No quiero!-chilló, aferrándose al cuello del mayor-No quiero alejarme de Muro-chin.

-Atsushi, ¿Recuerdas nuestra promesa?-el niño se alejó un poco para mirar al moreno y sollozando asintió-Yo te prometí que te esperaría hasta que fueras grande.

-¿Me vas a esperar, Muro-chin?

-Así es, así que apúrate en crecer-le guiñó un ojo.

El niño hizo un puchero y volvió a llorar.

-Yo te amo, Muro-chin.

-Yo también-fue lo único que atinó a decir.

Soltó un doloroso suspiro al evocar esos viejos recuerdos y sin poderlo evitar, un nudo en su garganta se formó. Atsushi había sido el único niño que le había llorado.

 

 

-Y tuvimos sexo todo el fin de semana-suspiró Kise antes de engullir una galleta.

Himuro y Momoi le miraron boquiabiertos, mientras que Kuroko, ceñudo, negaba con la cabeza.

-Asaltacunas-le acusó el chico de ojos azules.

-¡Lo sé!-vociferó Kise y se haló sus cabellos rubios-¡Me he enrollado con un niño! Y lo peor es que es el hermano de una de mis alumnas. No he sido capaz de mirarla en lo que va de la mañana-lloriqueó.

-Creo que no te queda juzgar a Ryota-chan, Tetsu-chan-replicó Momoi-¿Se te olvida que le llevas algunos añitos a tu prometido?-la chica le miró con los ojos entornados.

-Pero Kagami-kun no es menor de edad-replicó Kuroko, sonrojado.

-¿Tú qué opinas, Tatsu-chan?-le preguntó Momoi, ignorando a Kuroko.

Himuro se atragantó con su café y comenzó a toser como desesperado.

-¿Sobre qué?-dijo en un hilillo de voz.

-Sobre el salir con alguien mucho más pequeño que tú-Momoi, Kise y Kuroko centraron su atención en el moreno, quién deseó que la tierra se lo tragara. ¿Por qué le hacía aquella pregunta a él? ¿A caso Satsuki sabía lo de Atsushi? Tragó saliva.

-Bueno…yo…-musitó dubitativo-Pienso que…-carraspeó-¿Qué en el amor no existe edad?-se encogió de hombros.

-Tienes razón-asintió Momoi.

-Yo pienso lo mismo-terció Kuroko.

-Muy acertado-continuó Kise.

Tatsuya resopló con alivio.

Cuando dio la una, la hora de la siesta de los niños había llegado a su fin y los profesores tenían que regresar a sus aulas para continuar con sus labores.

El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos para los profesores y cuando menos se dieron cuenta, ya eran las tres, la hora en el que muchos padres pasaban a recoger a sus hijos y como era de esperarse, Daiki apareció para recoger a su hermana Sakura. El profesor salió hacia su encuentro y de manera tosca le habló en clave.

-Hoy…mi casa…hablar…tú ...yo-dicho esto, le entregó a su hermana a la que le dedico una hermosa sonrisa.

-Por supuesto, sensei-dijo Daiki y  le guiñó un ojo al rubio quién no puedo evitar ponerse rojo.

 

 

Para las siete, todos los niños ya se habían ido y los profesores se dedicaban a recoger sus aulas. Himuro aprovechó el tiempo para preparar el material para las actividades del siguiente día y mientras  recortaba algunas cosas, la voz de Masako le hizo dar un respingo.

-¿Aún sigues aquí?-le preguntó la directora.

-Si.

-Pero ya todos se han ido.

-Quería adelantar el trabajo.

-Ya veo-asintió la mujer.

-Si gusta, yo puedo cerrar el Hoikuen.

-Te lo agradecería-la mujer le tendió las llaves-Abrígate antes de salir, al parecer no tarda en nevar.

-Gracias-aceptó la llaves-Buenas noches, Araki-san.

-Buenas noches Himuro.

Himuro salió del Hoikuen pasadas de las ocho. Como le había dicho Masako, afuera caía una ligera escarcha. El moreno cerró el Hoikuen y se embutió las manos en los bolsillos del abrigo. Cruzó el gran jardín y estando a unos pasos de la rendija, el profesor vislumbró a alguien que estaba recargado en ella, era un hombre de cabellera larga. A Himuro le dio la impresión de que esperaba a alguien. Caminó hacia aquella persona y dio un gran respingo al ver lo grande que era.

-Dis…disculpe, me temo que ya no hay nadie en el Hoikuen-musitó con su voz dulce, muy característico de él.

El hombre se giró y miro con seriedad al moreno. El viento comenzó a soplar, alborotando la gran melena del extraño. Himuro le miró detalladamente y se sorprendió de lo joven que era. El otro se acercó aún más a Tatsuya  y fue en ese momento que el moreno le pudo ver con más detalle, sus ojos se abrieron de sorpresa al ver ese par de ojos violetas.

-Atsushi…-susurró en un hilillo de voz.

La imagen de aquél niño con el que había hecho la promesa vino a su mente.


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