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Oscuro azul de medianoche por Gaaybriela

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Un remolino de sensaciones se formaba en mi estomago otra vez. Cerré los ojos tratando de pensar en lo que pasó después porque de un momento a otro estaba encima de mi propia cama en el apartamento vacío. Recuerdo la mirada café sobre mí, recuerdo como su cara se distorsionada cuando estuvimos frente a frente, recuerdo como por miedo a lo que fuese a decir salí corriendo. Corrí hasta el instituto. Me tire en la banqueta justo en frente, las piernas me temblaban como la gelatina, mi cara empapada de lágrimas. Cuando tuve suficiente sintiendo auto compasión regresé y le mande un mensaje de texto a Ioe diciendo que había tenido una muy buena noche y había despertado en la cama de alguien muy guapo, la mejor mentira que se me ocurrió en 3 minutos.

Desearía que Andrés se hubiese enterado de forma bonita.

"Andrés, soy un chico.

Bien. Igual me gustas."

Y una mierda. Tomándolo por el lado más gracioso que encuentro dada mi posición es el karma por orinar sobre las plantas.

El domingo Zar se enteró que volví, mas nunca le abrí la puerta, mañana, tarde y noche golpeaba la madera con el puño, a veces con monedas y se iba con el mismo mensaje de "Llámame". Ioe era persistente con las llamadas, que como estaba, que si me paso algo. Era tan molesto que decidí desconectar todo.

Aislamiento. Pasar todo el día encerrado se sentía bien, no tengo que agradarle a nadie. A la madrugada del lunes recordé que tenía mas vida social que pasar las horas pegado al televisor viendo una novela romántica melosa y pegajosa que nunca tendré.

Ya casi no tenía uñas al pensar en cómo ir vestido, seguir en falda o usar el pantalón que alguna vez compré pensando en ponérmelo si Ioe se arrepentía o si me daba frío con la falda.

No más. Terminé usando el pantalón, la camiseta del uniforme que quedaba algo flojo y agarrándome el cabello en un moñito medio gay todo desaliñado. Me pego un tiro si la gente me confunde con una mujer.

–Vamos  –Suspiré.

Llegué más temprano que de costumbre y las pocas personas que me miraban al pasar se frotaban los ojos con los puños febrilmente porque pensaban que soñaban, sus bocas hacían unas pequeñas "o" también algunas ponían cara de asco pero alguien por ahí se sonrojó.

El salón estaba desierto e ignoraba a las personas que iban llegando, concentradísimo en el libro. Tenía un nudo en el estomago pensando en lo que Andrés diría si me ve. Puede que me ignore y para mi, sería lo mejor... Y lo más doloroso.

Ioe me saco de la clase a media mañana, tirándome dentro del salón donde el consejo estudiantil tiene reuniones. Sus brazos estaban fuertemente apretados como sus cejas. Mi abuelo logró algo, ahora tenía el cabello negro un poco mas corto.

–        ¿Qué haces? –sonreí esperando no verme cínico.

–        ¿Tú qué haces? –Bufo- Así que se ha terminado la apuesta.

Levanté las cejas cuando me di cuenta. Puede que no pasó el año que duraría pero ni Ioe tenía el cabello rosa ni yo traía falda. Lleve una mano a mi boca para tapar la sonrisita nerviosa, mis mejillas se sentían tibias y húmedas, mis ojos escocían. Si ese día me hubiera quedado en casa esperando al abuelo la apuesta habría roto y Ann no lo descubriría después.

La vida y el destino son unas perras. Encogiéndome en el sillón de cuero tratando de hacerme invisible Ioe tomó las manos que ahogaban mi cara.

–        Andrés sabe –los gemidos que salían impedían que se me entendiese la mitad de lo que decía- ¡Andrés sabe que no soy una chica y ahora me odia!

–        ¿Se lo contaste? –Me apretaba entre sus brazos.

–        Él me vio...

–        ¿Te dijo que te odia?

Si no me sintiese tan débil le daría un golpe, hace preguntas tan inútiles y nunca de los nunca concibe bien un consuelo.

–        No. –Me alejé de él limpiándose los mocos con los puños- Salí corriendo.

–        Idiota –halo mi muñeca hasta la puerta llevándome escaleras arriba al tejado. Me dejó ahí en medio de las nubes grises en el cielo- Espera ahí.

–        ¿Me veo mal? –medio milímetro de sonrisa.

–        Te ves hermoso –entrecerró sus pestañas haciendo una sonrisa de lado cuando salía.

Nervios a flor de piel. Caminé buscando una superficie para apoyar la espalda pensando en mantener la calma. Cada 3 segundos miraba mi reflejo usando el celular como espejo. Escuché el chirrido de la puerta abriendo y miré a todos lados sin idea de a donde posar la mirada, las pupilas se congelaron en el cuerpo de enfrente. Se detuvo a una distancia considerable, donde pudiese escucharle y no tocarle, con la oportunidad de escapar si se daba la vuelta. Suspiramos al mismo tiempo.

–        Esto eres en verdad.

–        Sí.

Su miraba congelaba hasta las cálidas costas de las Bahamas pero estaba perdida en algún punto del suelo. No parecía tener sentimientos.

–        No te preocupes, no le diré a nadie. Aunque, todos los sabrá si vistes así –Hizo amago de darse la vuelta, corrí hasta tomarle del antebrazo.

–        Andrés –trague- me gustas.

Se apartó como si le quemara, dando media vuelta. Su expresión seguía distante.

–        ¿Cómo puedes decir eso? Los dos somos hombres.

–        ¡Pero yo te gustaba! Lo sé, si no, ¡no me hubieras besado!

–        La persona a quien besé no eres tú. No sé quien eres.

–        Soy la misma persona.

–        No puedo confiar en alguien que miente sobre si mismo -entonaba las palabras para que sonaran como pedradas.

–        ¡Yo no quería hacerlo!

–        Dices que te obligaron –su risa era floja y nada alegre, al contrario, tenía una rana en la garganta.

Callé. Le daba la razón. Nadie me obligó, ¿por qué acepte vestirme así? Que le den a quien hizo un juramento como palabra de hombre. No es que fuese totalmente hombre cumpliendo la apuesta.

–        Andrés –Le llamé, pero las palabras no salían.

–        No mal entiendas, Casey. No tengo nada en contra de ti, de ustedes –movió la mano quitándole importancia- solo, no me gustas y ya. Nunca me gustaste, fueses lo que fueses.

La lluvia se fundía con mis lágrimas. En medio de la azotea solo quedaba un cuerpo, el alma de ese cuerpo se fue buscando un chico mal teñido de celeste. Él no me conocía y yo tampoco le conocía, extrañamente le quería muchísimo, tanto que terminé derramando lágrimas por un desconocido.

Desperté de un sueño muy largo, tan irreal que casi lo creí. Creía que le gustaba a un chico que nunca me miró, creía que me gustaba un chico que conocía. Mis piernas temblorosas como el espagueti sucumbieron al peso de la ropa mojada. El sonido hueco de la lluvia no se iba, todo era negro.

Levanté la vista cuando me tomaron en brazos, era Ioe. Me llevo a casa, me puso un pijama del que no me acuerdo, me secó con una toalla que no era mía y me acostó en una cama mil veces más suave que la que yo tenía.

–        Él un día dijo "ámame" y después, ¿qué quería que hiciera?

La persona que estaba junto a mi tampoco habló, tocaba mis mejillas para limpiar las lágrimas de vez en cuando, hacía frío pero sudaba.

–        Tú siempre estás aquí, ¿por qué no me enamoré de ti?

Lo dije en broma, sobretodo en valor de que mi pecho aún me dolía y mis entrañas bailaban en mi interior pero él levantó las cejas y me abrazó. Se tambaleaba tanto que pensé que lloraba pero su suave risa noqueó a mi cerebro.

–        Estemos siempre juntos, Casey.

Suspiré.

–        Bien.

 

 

Notas finales:

Damn.

Se supone que aquí termina, ¿cómo esto terminó triste?

Merece un epílogo, lo sé.

nos vemos en un futuro cercano y no triste, espero.

 

 

 


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