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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Al fin logré volver. No tengo excusa o forma de pedir disculpas por la tardanza. Sólo decir que uno a veces tiene cosas de la vida diaria y también inconvenientes para sentarse a escribir a gusto. Aunque llegó un momento donde no quise hacer nada hasta publicar este capítulo porque de verdad tardé mucho. En fin, aquí está.

No tengo mucho para decir. Espero que les guste y ya me seguiré quejando en las notas finales.

Saint Seiya y Seint Seiya The Lost Canvas no me pertenecen a mí, son de Masami, Teshirogi, Toei, etc.

Sabía que en ese momento tenía que tener más cuidado que nunca. Cualquier error o tambaleo de más y todo acabaría en desastre. Quizás exageraba, pero Camus no estaba dispuesto a tirar ni una gota de agua de ese vaso que traía y protegía de algún posible accidente. Caminó un poco más e ingresó otra vez a su salón de clases. Ahora la situación era un tanto más complicada. Una cosa era caminar entre los pasillos de la escuela y otra muy distinta era hacerlo entre sus compañeros, que parecían volverse salvajes a la hora de la clase de arte.

Por lo general los viernes era un buen día, ya que tenían dos horas las cuales eran dedicadas a las artes plásticas. Les enseñaban a hacer manualidades, podían dibujar, pintar e incluso solían hacer regalos para días festivos o carteles para decorar la escuela. Era bastante entretenida la clase. También podían hablar libremente y hasta juntar sus bancos con los de otros compañeros para charlar más a gusto. A Camus no le emocionaba mucho esta clase, ni ninguna otra, pero esta era un poquito distinta a las demás. El exceso de libertad volvía algo más descontrolados y ruidosos a sus compañeros, además de que la profesora no parecía importarle mucho que hicieran barullo. La mujer se sentaba en su escritorio, les explicaba qué harían ese día y luego dejaba que hicieran cuanto quisieran a sus anchas. Cero disciplina, una de las principales políticas de esa hippie y rara mujer.

El desarrollo de la clase aquí no era lo importante, Camus tenía que pasar por esa jungla hasta llegar a su banco y continuar con la tarea. Había ido a buscar un poco de agua para limpiar el pincel que estaba usando. No era muy bueno con el tema de pinturas, pero era lo que mejor se le daba en estos casos. La maestra les pidió que realizaran alguna obra que transmitiera sus sentimientos internos y el deseo oculto en sus almas, o algo más o menos así dijo antes de que alguno de sus compañeros preguntara el significado de "transmitiera". Podían usar lo que sea que hayan traído. Pinturas, acuarelas, lápices o incluso crayones. Todo era válido. Camus no había traído casi nada para esa clase, pero Mu le había hecho el favor de compartirle unas pinturas y lápices de más que traía consigo. Eso lo había salvado. Por lo tanto, se ofreció a ir por el agua y luego pensaría qué hacer.

Caminó un poco, adentrándose en el salón y al instante esquivó pincel con pintura verde, que había lanzado Aioria a Shura en un arrebato de furia. No le interesaba saber por qué esos dos estaban peleando, ni qué ocurriría luego de eso. Estuvo a punto de llegar a su lugar sin mayores contratiempos, cuando algo le llamó la atención. Pasó por atrás del asiento de Milo y, por lo visto, éste no lo notó. Camus no estaba seguro si sus ojos lo engañaban o quizá era una broma.

—Milo, ¿qué haces? —El niño nombrado pegó un salto en su lugar, asustándose al oír esa voz y en seguida tapó con sus brazos el dibujo que hacía. De todas las personas que podían pararse a sus espaldas, ¿tenía que ser justo él?

—¡Ho-Hola, Camus! —dijo sin poder contener su nerviosismo—. ¿Linda clase, no?

—¿Qué estás escondiendo? —preguntó sin vacilar.

—Nada —ocultó un poco mejor contra él ese dibujo.

—¿Estás haciendo algo para mi hermano? —Milo se puso blanco de la impresión al instante que Camus soltó aquellas palabras y luego su cara se tornó roja. Había sido descubierto—. ¿Acaso te gusta?

—¡No! ¡Claro que no! —Negó alzando un poco la voz y mirando molesto al otro niño—. ¿Y tú por qué me estás espiando?

—Yo no te espío, sólo pasaba por aquí.

—"Sólo pasaba por aquí" —se burló imitando la voz de Camus para hacerlo rabiar—. ¿No será que estás celoso?

—¿Celoso? ¿Yo? —Arqueó una ceja ante aquel argumento, completamente absurdo—. ¿Por qué habría de estarlo? Eso no tiene sentido.

—No lo sé, tú eres el que me anda espiando de atrás, ¿quién es el que hace cosas sin sentido, eh?

Casi se golpeó la frente al oír esas palabras. Camus ya había notado que era imposible discutir con Milo, pero aun así seguía haciéndolo y, en cierta forma, era bastante divertido ver cuando el otro niño se veía derrotado cuando no tenía nada con qué refutar.

—Sólo te diré que "Dégel" se escribe con G no con J.

Milo dejó de respirar en ese instante. Miró su hoja con el dibujo y al instante lo hizo un bollo furioso. ¡Estúpido Camus! ¿Para qué se metía? Aunque menos mal que le dijo o iba a quedar en ridículo. Sólo a él se le ocurría hacer un dibujo, escribir para quién era y con faltas de ortografía.

—¡Qué no me gusta! —espetó fuerte y llamó la atención de sus otros amigos en consecuencia.

—¿A quién le gusta quién? —preguntó Aioria, quien venía junto a Shura. Los dos traían algo de pintura en el pelo, además de algunos embaces y témperas entre las manos; se ve que oyeron lo que gritó Milo y pararon con su pequeña guerra.

—A Milo le gusta el hermano de Camus —contestó Shaka, quien había oído todo porque estaba sentado junto a ellos, pero ni siquiera levantó la cabeza para hablar.

—¡No es cierto! —se quejó nuevamente Milo.

—¿Tienes un hermano? —Le dijo Shura a Camus y éste asintió.

—Ah, mira lo enamorado que está —Aioria no tardó en comenzar a reír, molestando más a su amigo.

—¡Qué no me gusta! —¿Podía ser posible que nadie le creyera?

—¿Que quién tiene novia?

—Nadie, a Milo solamente le gusta el hermano de Camus, Kanon —contestó Shaka al recién llegado y éste se unió a las risas de los otros muchachos.

—¿En serio? —Kanon se acercó tiró de una de las mejillas de Milo, sólo para hacerlo enojar más—. ¡Qué rápido creciste! Y yo que pensé que nunca pasaría.

—¡Suéltame, estúpido! —Milo se lo quitó de encima. Era difícil lidiar con Kanon, más si el hermano de éste no estaba presente. Además, ¿qué hacía él ahí? ¡Si ni siquiera eran del mismo curso!—. ¡Que no me gusta nadie!

—Qué mentira, si hasta estás todo rojo.

Los chicos volvieron a reírse juntos, pero al instante otra persona interrumpió el ambiente.

—¿Quién está rojo por qué?

—Saga, ¿tú también?

—Yo sólo vengo para llevarme a Kanon, se escapó de la clase.

—Shion tuvo que salir un momento y nos pidió que nos quedáramos "tranquilos" —explicó a los demás y luego se volteó a su hermano mayor—. No lo vas a creer, Milo tiene su primer amor.

—¿En serio?

—¡Que no lo tengo!

—¿Quién está enamorado?

¡Ah, sólo esos dos faltaban! Death Mask y Afrodita entraron al salón también, uniéndose a la discusión. ¿Es que nadie vigilaba esos pasillos o daba clases los viernes?

—Milo del hermano de Camus.

—¡Mu!, ¿en serio?

—No es que lo crea, Milo. Sólo comentaba lo que estaban hablando —explicó parándose junto a gran grupo que comenzaba a formarse. Tuvo el presentimiento de que esto no terminaría bien.

—Si es mayor dudo que se llegue a fijar en ti —Por supuesto que Afrodita tenía que acotar algo, pero Milo ya se estaba cansando de esto. ¡Quería que lo dejaran de molestar!

Por su parte, Camus disfrutaba en silencio aquel pequeño circo. Era hilarante la imagen de todos sus compañeros molestando a ese niño, quien estaba a punto de explotar de furia. Eso se buscaba por querer llevarle la contra, ahora le tocaba a él reír, aunque no lo haría abiertamente.

Milo siguió negando a muerte aquellas declaraciones y, debido a sus reacciones, los demás seguían burlándose a más no poder. Los chistes siguieron hasta que Death Mask tomó uno de los pinceles que Aioria cargaba mientras preguntaba qué estaban haciendo con eso y, en un descuido, un poco de pintura salpicó la cara y el cabello de Afrodita a su lado. Todos sudaron frío y un fuerte silencio se cernió sobre ese grupo, al mismo tiempo que todos veían cómo la cara de ese muchacho se iba transformando. Está bien que él se afanara de ser la flor más bella, pero en ese momento se estaba convirtiendo en el monstruo malvado de algún pantano. Todos corrieron cuando Afrodita tomó un bote de pintura y lo tiró contra la cara de su compañero, quien lo esquivó y el que terminó cubierto de rojo fue Mu.

A partir de ahí fue que comenzó la guerra. Una lluvia de colores, gritos, papeles y varios útiles más fue lo que se suscitó en aquel instante. Ni la profesora hippie fue capaz de detenerlos, y ella sufrió ataques por parte de algunos de los niños. Finalmente, Shion tuvo que venir a poner orden.

-O-o-o-o-O-

Bebió apurado todo el contenido de aquel vaso. El agua fría le dolió al momento en que pasó por su garganta. Suspiró mientras pasaba aire por su nariz. Nada. No podía respirar por sus condenadas fosas nasales. Además de que le dolía absolutamente todo. Cada célula de su cuerpo parecía dispuesta a joderle su día. Definitivamente, estaba pasándola horrible y para colmo tenía que estar ahí trabajando. Suerte que dentro de un rato se iría, sólo le quedaban menos de dos horas y podría largarse a su casa. Lo único que deseaba era tirarse en su cama para morir y volver a nacer.

—Kardia, ¿qué haces aquí?

Reconoció a la perfección aquella voz que le hablaba. Miró a la joven que le hablaba al otro lado de la barra y suspiró hastiado.

—Planea cómo conquistar el mundo al otro lado de este pedazo de basura, lo usual —En cierta forma, se contentó al ver que su tontería hizo reír a la chica. La risa de ella siempre solía animarlo—. ¿Qué quieres, Sasha?

—Calvera se molestará si te ve haciendo nada de nuevo.

—¡Pero si no hay nadie! —se defendió, porque a esa hora siempre era increíblemente tranquilo. Sólo un par de personas tomando algo había, por eso se permitió descansar—. Esa bruja busca cualquier excusa para andar gritando.

—No hables así de ella, sólo quiere alentarte a hacer un buen trabajo.

No dijo nada ante eso. Sasha siempre veía el lado bueno de todo y de todas las personas. Esa niña siempre creía que todo el mundo tenía algo de bondad interna, no importa qué tipo de persona fuera. Más allá de eso, le caía bien ella. Se conocían hace bastante, incluso antes de trabajar juntos en ese lugar.

—¿Y tú qué haces? —le preguntó repentinamente—. Más te vale que el imbécil del noviecito ese que tienes no se vuelva a aparecer por aquí o lo tendré que echar a patadas.

—¡Qué Tenma no es mi novio! —aclaró por milésima vez Sasha—. Es un amigo de la infancia mío y de mi hermano Alone, además…

—Sí, sí, sí, no me importa —la cortó y ella lo miró molesta, cosa que le parecía increíblemente divertida—. Si no me haces caso les diré a tu padre y al loco de Sísifo que andas viéndote con hombres en el trabajo.

—¡Eso no es justo! Además, nunca te creerían.

—Bien, tienes un punto ahí —Digamos que él no era la persona más confiable en el mundo y Sasha sabía eso perfectamente. Sin embargo, ella sí confiaba en él. Se habían vuelto amigos, más allá de las cosas/personas que pudieran estar en contra.

Kardia se pasó las manos por los ojos, sintiéndose más cansado de lo normal y esto Sasha lo notó. Habías sido algo gradual, pero tenía la certeza de haberlo visto desmejorar a lo largo del día. La idea de que estaría enfermo llegó a la cabeza de la chica y, sin pensarlo, estiró su mano hasta tocar la frente de su compañero.

—¿Qué crees que…?

—¡Tienes fiebre! —Le cortó ella, alarmada por ese descubrimiento—. No puedes estar así en el trabajo.

—Déjalo, no es nada —Kardia ni se inmutó ante la nueva información. Asumía que Sasha estaba teniendo una reacción exagerada y la fiebre o temperaturas corporales altas eran algo normal para él.

—Claro que lo es —insistió—. Le diré a Calvera que estás enfermo, así te permite ir antes.

—¡Ni te atrevas a decirle algo a esa bruja!

—¡Kardia, es tu salud!

—¡La maldita se burlará de mí!

Para su desgracia, esa discusión fue oída por su jefa, quien acudió de inmediato y Sasha no tardó en decirle qué ocurría. Por más que Kardia lo negó a absolutamente, Calvera oyó a la muchacha. Le dijo a Kardia que podía irse y que no quería que contaminara su negocio con ningún tipo de enfermedad. Además de que más le valía ir al médico o lo colgaría de sus partes nobles en algún árbol del parque que estaba a dos calles de ahí.

Internamente, se rió un poco por eso, pero también sospechó de la veracidad de esas palabras. Calvera no jugaba cuando decía algo, pero tampoco tenía ganas de ir a ver a un doctor. Kardia sabía cómo cuidarse solo. Aunque quizá podría conseguir algún certificado médico falso para convencer a la mujer. De todas formas, acabó marchándose del recinto y el camino a casa nunca le pareció tan largo como en esta ocasión.

-O-o-o-o-O-

—Así que ustedes no empezaron —Fueron las palabras de Dégel mientras entraba al edificio, seguido por los otros dos niños.

—¡En serio! —aseguró Milo—. Vinieron chicos de otros cursos y se armó una guerra de pintura, no fue nuestra culpa.

—Pero sí participaron.

No hubo forma de refutar esas palabras. Dégel lo sabía y ellos no eran capaces de contrariarlo. Ambos niños estaban cubiertos de manchas de pintura, en la cara, el cabello y la ropa. Camus tenía la corona de la cabeza pintada de amarillo, al igual que distintos colores como negro o magenta también; mientras que Milo tenía unas graciosas aureolas rojas a lo largo de la cara. Había sido una intensa guerra.

—¿Estás enojado? —Le preguntó Camus a su hermano, quien se volteó a verlo luego de cerrar la puerta del edificio.

—No —contestó—, sólo pienso cómo haremos para sacarles esos colores de encima.

Un par de ideas rápidas surcaron la mente de Dégel y se preguntó si eso le correspondía. Después de todo, ese niño no era su hermano ni llevaba un mes cuidándolo, pero no podía dejarlo así. Ahora los mandaría a ambos a bañarse y pensaría una forma de remover esa pintura seca que tenían en el cabello.

Subieron el primer piso, los niños iban corriendo mientras él ascendía en las escaleras con tranquilidad. Cuando estuvo listo para ir hasta al segundo piso, la puerta de uno de los departamentos se abrió. Dégel no estuvo seguro de por qué lo hizo, quizá fue la inercia de escuchar un ruido y sentir que algo se movía cerca de él, pero acabó volteando y un escalofrío le recorrió la columna. Casi no conocía a la gente de ese edificio, además de Kardia y Milo, los ancianos de la planta baja y creía haber visto a un hombre calvo el día que se mudaron, pero jamás se cruzó antes con la mujer que salió de ese apartamento. La puerta incluso parecía estar recluida en un rincón oscuro del pasillo, que apenas se notaba, y, al abrirse, un espantoso aire caliente le chocó con la cara. Una mujer se asomó por el umbral, parecía tratarse de una señora mayor con unos grandes ojos que se clavaron en él, tan saltones que amenazaban con salirse de esas cuencas femeninas.

Ni siquiera estuvo seguro qué lo paralizó exactamente. Quizá fue la impresión que le causaba encontrarse a alguien de esa manera o la persona en sí que veía. La mujer se acercó a él un par de pasos. Tenía el cabello blanco, corto y con partes mal teñidas de rubio, además de que era incapaz de identificar su vestuario, el cual sólo le pareció una acumulación de telas con colores opacos puestas por esa señora para cubrirse, una encima de la otra. Dégel no era una persona que se impresionara fácilmente, pero el estremecimiento que le recorrió cuando esa persona se le acercó fue indescriptible.

—Buenas tardes —dijo tratando de recuperar la compostura. Casi lo logró, hasta que echó un rápido vistazo al departamento de donde había salido esa señora, el cual tenía la puerta abierta. Estaba oscuro, iluminado escasamente con montones de velas y creó divisar estatuillas de figuras que no deseaba reconocer, aunque la mayoría no tenían cabeza o esa impresión le dio.

La señora, la cual se paró muy cerca de él y comprobó lo pequeña que era, podía sacarle dos cabezas sin problema alguno. Aunque también notó que se agachaba, haciendo nacer una pequeña, pero vistosa joroba en su espalda. Su sentido común le decía que debía alejarse, pero la parte racional de sí mismo le impedía ser descortés, hasta con esa extraña persona.

—Me mudé hace poco…

—Lo sé —lo cortó ella con una voz aguda y chillona, mostrando una sonrisa de escasos dientes amarillentos, destruida por el tabaco.

No le pareció extraño, en un edificio tan pequeño se sabían la mayoría de los movimientos grandes, como una mudanza por ejemplo.

—En ese caso, un placer conocerle —Amagó en estirar la mano para saludar a la señora, pero no lo hizo. Sin embargo, ella fue quien se acercó a tomarla. Los dedos huesudos y húmedos le atacaron la piel como un par de serpientes, encerrando su mano con una fuerza que le hizo sobresaltarse.

¿Qué clase de escena de película de terror era esta? Dégel no tenía ni idea, sólo deseaba alejarse lo más pronto posible.

—Debo irme ya —mencionó, pero aquella mujer no lo soltaba y comenzó a meditar si debía apartarse con algún tirón brusco, pero ella le volvió a hablar.

—Qué muchacho más guapo —dijo—. Tienes ojos que dicen que has pasado por mucho y aún pasas.

Esas palabras le dejaron perplejo. En ese instante, Dégel se encontró tragando saliva y con el corazón latiéndole cada vez más rápido mientras esa señora lo miraba fijamente, negando con la cabeza y con una expresión casi compasiva.

—Deberías preocuparte más por ti —continuó ella—. Tu vida, tu felicidad… el amor. ¿Tienes algún amor, niño lindo?

—Ah… —Abrió la boca, pero no fue capaz de contestar. Ni siquiera era capaz de comprender esas palabras tan raras, como si aquella señora hablara en otro idioma que sus oídos no podían diferenciar y a la vez sí.

—Algo puede estar muy cerca de ti…

Esas palabras, pronunciadas susurrantes por esa voz chillona, seguro sólo las escucharía en las pesadillas más retorcidas. Unos bajos instintos nacieron en él. De repente se sentía como un niño pequeño, que le aterraba la sola idea de irse a dormir porque había monstruos en su armario. No fue capaz de controlarse en ese momento, su alma se sintió desnuda y siendo estrujada de la misma forma la que era su mano. Con aquel pavor naciéndole desde el fondo de su mente, como si algo fuera aparecerle de atrás mientras esa anciana lo distraía con cuentos.

El momento era muy tétrico para explicarlo y lo fue más cuando sintió el peso de una mano caerle sobre un hombro, una mano completamente ajena a él o a esa mujer. Dégel dio un respingo en su lugar y no supo explicar cómo, pero sintió aliviado viendo a Kardia junto a él.

—Señora Grace —dijo el recién llegado—. ¿Tan temprano haciendo sociales? Esta no es su hora común de trabajar.

—Kardia, Kardia, mi niño favorito, ¿cuándo piensas venir a verme?

—Usted y yo sabemos cuándo será —El joven pasó sus ojos en Dégel, quién aún lo miraba como si dudara de la veracidad de su presencia ahí—. Veo que ya conoce a Dégel, espero que no haya estado queriendo casarlo con su nieta.

—Estaba comentando algo al respecto —contestó ella—. Adoro lo perspicaz que eres, a mi niña le encantarías, pero le estaba comentando a este joven…

—Créame que nos encantaría quedarnos a oír su historia, pero tenemos algunas cosas que hacer —Kardia apretó más el agarre que tenía sobre el hombro de Dégel, casi volviendo ese toque como un abrazo. Incluso deslizó su mano libre por el brazo del francés y lo liberó del agarre de la señora, quien aún no se decidía a soltarlo. Kardia enredó los dedos con los de Dégel y eso le proporcionó una gran tranquilidad, cosa que no supo explicar—. ¿Cierto, Dégel?

No fue capaz de contestar. Sólo asintió con la cabeza y se dejó guiar por Kardia, encontrándose libre de aquel trance extraño cuando sus pies tocaron los escalones y pudo volver a respirar con normalidad. Dégel se sentía asqueado y nervioso, casi sin poder creerse lo que acaba de pasar.

—Le rezaré a la virgen sin marote por ambos —dijo esa extraña señora a modo de despedida y oyó cómo Kardia se lo agradecía.

No pudo preguntar o decir nada. Simplemente siguió subiendo los escalones y, cuando estuvieron libres de la mirada de esa mujer, Kardia lo miró con una seriedad que no había logrado apreciar antes. No hizo mención de ninguna palabra, sólo lo vio negar con la cabeza y las explicaciones resultaron innecesarias, al igual que las palabras. Olvidarían el asunto y tampoco hablarían de él, además de que Dégel tenía muy en claro de que no quería volver a acercarse a esa señora ni mucho menos dejar que su hermanito lo hiciese.

En ese instante recordó a los niños y su mente volvió a colocarse en el lugar indicado mientras ascendían al segundo piso. Ese momento había sido demasiado raro, lo suficiente para desestabilizarlo. Reaccionó al momento que Milo y Camus se acercaron a él.

—¿Kardia? —espetó Milo al ver a su hermano mayor—. ¿Qué haces aquí?

—¿Qué forma de saludar es esa, enano? Deberías estar feliz de verme —contestó para luego suspirar sin muchos ánimos—. Salí un poco antes.

—¿Por qué? —indagó el infante.

—Qué te importa y… ¿qué te pasó? —Miró de arriba abajo a Milo y luego arqueó una ceja—. ¿Te vomitó un arcoíris y no estuve ahí para verlo?

—Tuvieron una pequeña guerra en la clase de arte —explicó Dégel, luego de recuperar su habitual semblante y Kardia, en lugar de preocuparse o algo similar, sólo se puso a reír.

—¿En serio? Espero que no haya sido entre ustedes dos.

—No —contestó Camus—. Algunos chicos de otros cursos se metieron y comenzaron a pelear.

—Sí, y vaciamos un bote de pintura verde en la cabeza de Kanon junto a Saga.

—¿Lo gemelos participaron? Seguramente fue un caos.

—Shion tuvo que venir a detener la guerra, estaba muy enojado. Casi tanto como cuando tú y Manigoldo lo molestaron diciendo que era pariente de El Increíble Hulk.

—Tendría que haber estado ahí —Kardia sonrió un poco, recordando ese chiste que jamás le parecería aburrido—. Anda, vamos, que tienes que bañarte.

Al decir eso, Milo miró a Camus con cierta duda. Claro, Kardia estaba ahí, por lo que no tenía por qué ir a la casa del otro niño ni que Dégel lo cuidara hoy. Un poco de decepción le llenó. Ni siquiera había notado qué tan rápido se estaba acostumbrando a pasar tiempo en la casa de Camus y ahora que no era necesario que lo haga se sentía extraño. Kardia notó aquel cambio en su hermanito y entrecerró un poco los ojos, tratando de ver qué tanto estaba pasando y él no lo notaba.

—Luego que tomes un baño y te saques toda esa pintura puedes ir a jugar con él —informó, haciendo que Milo lo mirara con una gran sonrisa.

—¿En serio?

—Claro, así que quita esa cara —dijo para luego voltearse a Dégel, quien seguía a su lado, parado junto a las escaleras—. Siento decirte que no podré librarte de él hoy.

—No es nada —contestó al instante—, pero ¿podrías soltarme?

Dégel miró su mano, la cual aún era sostenida por la de Kardia y éste, al notar eso, lo soltó de inmediato. Ni siquiera lo había notado, mucho menos que aún seguía agarrándolo. Quizá la fatiga y el cansancio lo tenían un poco más atontado. Subir las escaleras le había costado un suplicio en esta ocasión, sin mencionar que el momento en que vio a Dégel hablando con la vieja que hacía vudú le pareció casi una alucinación. Hizo lo primero que se le salió porque a Kardia no le agradaba esa señora, sus santos sin cabeza y la manía que tenía ella de andar ofreciendo a su nieta en casorio. Ya muchas veces le había pasado a él, a Manigoldo, Alba o al resto de sus amigos que iban a visitarlo. Así que no creyó apropiado dejar a su vecino en manos de esa señora, que parecía la madre del Gollum.

Acabó despidiéndose mientras Milo lo seguía para su casa. No tenía ganas de conversar o seguir parado. Le dolía formular idea ya. Sólo deseaba acomodarse en su cama y dormir hasta hartarse.

Por su parte, Dégel apretó su mano, sintiéndola hirviendo y con un poco de sudor. Eso le extrañó. Sus manos siempre eran frías, en cualquier época o momento del año, por lo que ese calor no era suyo. Miró un poco en la dirección en que Kardia se había marchado y juntó las cejas inevitablemente. ¿Por qué sería que había vuelto tan temprano? Y, quizá era su imaginación, pero lo percibió ligeramente más apagado. ¿Le habría ocurrido algo?

—¿Dégel, estás bien? —La voz de Camus volvió a traerlo a la realidad. No dijo nada, sólo asintió y se dirigieron para su casa. Aunque aún tenía muchas dudas rondándole la cabeza. Por más que ese edificio fuera pequeño, le generaba peculiares intrigas.

-O-o-o-o-O-

Milo se revolvió el cabello con una toalla para secarlo. Ya había acabado de bañarse y toda la pintura se diluyó con el agua. No le tomó tanto trabajo como se lo esperaba y era una suerte que no necesitara de ningún adulto que le ayudara con su baño. En otra época era su madre quien lo bañaba, pero desde que comenzó a vivir con Kardia solamente tuvo que acostumbrarse a que su hermano no haría eso por él. Con mucho trabajo, recordaba un par de veces en las cuales lo había bañado cuando tenía alrededor de cinco años, pero más que nada para explicarle cómo debía hacerlo porque ya tenía edad para bañarse solo.

Cuidadosamente, se subió a una banqueta pequeña para verse al espejo y poder cepillar sus dientes. Todavía su altura no era muy generosa con él, así que seguía usando ese pequeño mueble para manipular las cosas del lavamanos con más facilidad. Había sido idea de Kardia, cuando descubrió que un niño pequeño tenía ciertas dificultades para alcanzar algunos lugares altos. Por más fuera un poco extraño y extraño, se preocupaba por Milo y también le había enseñado muchas cosas. Su hermano tenía una forma de vivir algo extraña a la que siempre estuvo acostumbrado. Milo tuvo que aprender a seguirlo y adaptarse al ritmo acelerado de Kardia. Aprendió bastantes, desde bañarse por sí mismo, servirse cereal sin ayuda, utilizar la lavadora o calentar algo por si tenía hambre y estaba solo. Kardia le enseñaba a ser independiente y no necesitarlo, pero al mismo tiempo sin duda lo necesitaba. Aunque su hermano no fuera siempre la mejor persona del mundo y viviera molestándolo o poniéndole motes, no quería vivir sin él.

Milo sabía que no tenía nada más. No quería saber qué sería de él si Kardia no estuviera, aunque una idea se daba y no era agradable. Por algo fue que había ido a parar con su hermano mayor, porque era lo mejor y único que tenía. Aunque en un principio había sido difícil, ambos aprendieron a llevarse bien. En Kardia había encontrado un refugio cuando creyó que estaba completamente solo, un apoyo que le ayudó a seguir creciendo y entender cosas que para un niño pequeño aún eran complicadas. Por más de que fuera un total idiota, y Milo entendía que Kardia era así, lo quería mucho y le agradecía que estuviera con él. Porque también entendía que Kardia podría haberse negado, dejándolo para seguir con su vida, pero no lo hizo. Se quedó con él, lo cuidó y ahí estaban. Había tomado responsabilidad por un niño que era su hermano, pero con el que poco había interactuado en sus primeros años de vida. No fueron importantes las complicaciones o el escaso conocimiento, porque ambos habían logrado salir adelante.

Miró sus dientes luego de terminar de cepillarse y se bajó del banquito. Milo salió del baño, pensando que aún tenía ganas de ir a jugar un poco con Camus. Además le agradaba estar a ahí con él y con Dégel. Una sonrisa tonta se formó en su rostro mientras se encaminaba a la puerta, pero antes de salir recordó que no le dijo a Kardia que se marchaba. Ahí fue cuando el pequeño notó el ambiente raro que cubría su hogar. Todo estaba muy silencioso y oscuro. La luz del atardecer estaba casi extinta, dando paso a la noche y no había una sola luz encendida más que la del pasillo. Milo dirigió sus pasos al living, prendió la luz y vio que no había nadie, ni la televisión estaba encendida. Esto le causó demasiada extrañeza porque, por más que fuera mínimo a veces, siempre que Kardia estaba en casa había ruido y ahora se sentía como si estuviera solo. ¿Será que su hermano había salido?

Se dirigió al único lugar que le faltaba buscar: La habitación de Kardia. La oscuridad lo recibió cuando abrió la puerta del cuarto. Encendió la luz y vio a su hermano acostado en la cama, pero se veía extraño. Milo se acercó un segundo, para comprobar si dormía, pero algo le parecía raro.

—Kardia, me voy aquí enfrente —dijo con la intención de despertarlo, pero no funcionó—. ¿Kardia? —Movió un poco a su hermano, pero éste seguía sin despertar—. ¡Kardia, levántate!

No lo hizo. Ni siquiera se movió un centímetro. Incluso Milo le pegó en la cara, pero no logró despertarlo. Una desesperación espantosa lo atacó. Milo retrocedió unos pasos mientras miraba horrorizado a su hermano, que seguía sin levantarse, y el corazón comenzó a latirle con fuerza. ¿Por qué no despertaba? Una maliciosa respuesta llegó en seguida a su mente, pero no podía aceptarla. Milo ya había visto esto antes, justo ese mismo escenario y no quería experimentar ese desenlace.

Con lágrimas en los ojos, salió corriendo de esa habitación. No tenía idea qué hacer y, como antes le había pasado, fue a pedir ayuda a quien tuviera más cerca. Golpeó repetidas veces la puerta del apartamento de enfrente, hasta que Dégel le abrió. El adulto se asustó al verlo en ese estado, llorando a mares, agitado y con la cara empapada en sudor.

—¿Milo, qué pasa? ¿Por qué estás así? ¿Estás bien? —preguntó agachándose junto al niño, tomándole del rostro, revisándoselo y mojándose los dedos con esas lágrimas que no dejaban de caer por los ojos infantiles. Camus inmediatamente apareció a su lado, pero se quedó en silencio, confundido por la escena tan inesperada.

—Es… Es… Es Kardia —Le costaba hablar debido al llanto incontrolable. Intentó tomar aire y volver a hablar—. No puedo despertarlo… No sé… No se mueve.

—¿Cómo dices? —Apenas articuló, sorprendido por las palabras que le había dicho ese niño.

—No sé, él… él… —Volvió a balbucear, pero al instante tomó una de las manos de Dégel y tiró de él—. ¡Por favor, Dégel! ¡Ven conmigo!

No se sintió capaz de decir nada en ese momento. Simplemente se dejó guiar por el niño a esa casa que sólo había visitado una vez, a esa habitación que nunca creyó pisar, contemplado a una persona en un estado que nunca imaginó ver. Dégel se acercó a Kardia y lo observó con cuidado. Él no era médico, pero haría lo que su sentido común le indicaba. Le acercó una mano al rostro, para luego apretar unos dedos en el cuello. Comprobó que había pulso y no sólo eso, Kardia estaba ardiendo en fiebre. Quizás él mismo estuviera demasiado frío y le daba esa impresión, pero cuando su mano tocó la piel de aquel hombre le causó demasiada impresión sentir ese calor que emanaba.

Recordó un poco cómo lo había visto cuando llegó y se preguntó cómo no había notado que estaba enfermo, si había sentido su piel afiebrada incluso, tanto que hasta le transmitió ese calor infernal.

—Dégel —Milo aún seguía a su lado y se volteó al niño, quien esperaba ansioso que le dijera algo—, ¿Kardia está…?

—Enfermo —completó la frase—. Tiene mucha fiebre.

—¿En serio? —El pequeño miró un segundo a su hermano en la cama y volvió a posar los ojos en Dégel—. Pero él estará bien, ¿verdad?

—No lo sé, habría que llevarlo al hospital —Luego de decir eso, comenzó a meditar que lo mejor sería llamar una ambulancia, porque no tenía medio para llevar él mismo a Kardia hasta algún centro de salud cercano y menos con dos niños que cuidar.

Dégel no continuó pensando al respecto ni tampoco se movió, porque Milo se abrazó a él y lloró de nuevo. Estaba asustado, tenía miedo, no necesitaba ser ningún experto para que se lo dijeran; pero no sabía cómo contenerlo. Ese niño estaba solo, con un adulto enfermo quién sabe de qué, y temía que algo peor pudiera pasar. Milo era muy efusivo, eso lo había visto ya, pero ahora también comprobaba que era igual hasta para demostrar su tristeza.

—No quiero que Kardia se… —dijo entre sollozos, los cuales eran casi lastimeros.

—Tranquilo —Dégel se volvió a poner en cuclillas, para quedar a la altura del pequeño y le limpió las lágrimas—. Él estará bien, unos médicos lo atenderán y no pasará nada de eso.

—Una vez… —Intentó decir Milo, controlado su respiración y sorbiéndose el llanto—. Mi mamá me contó que Kardia se enfermaba mucho de niño y casi se muere de una fiebre muy fuerte —Sin que pudiera evitarlo, más lágrimas se agolparon en sus ojos y contrajo el rostro para detenerlas—. No quiero que muera.

Una parte en su interior se sintió desgarrada con las palabras de ese niño y una sorpresa que no era capaz de contener lo dejó sin palabras. Abrazó a Milo con fuerza y le acarició la cabeza, dejando que el niño llore ahí con él.

—Te prometo que no dejaré que eso pase —le dijo en un susurro, por más sabía que quizá no sería capaz de cumplir esa promesa, pero lo único que quería era tranquilizar a ese pequeño en sus brazos.

Cuando al fin los sollozos se calmaron un poco, apartó al infante de él y nuevamente volvió con su plan de contingencia. Él no era médico, lo único que sabía analizar eran textos, no personas, por lo que no podía decidir qué era lo que tenía Kardia. Debía llamar a un hospital.

—Milo, ve con Camus un momento y yo llamaré un médico para Kardia —le dijo al niño, pero éste no le hizo caso.

—Yo sé de uno —informó Milo, desconcertando a Dégel—. Él conoce a Kardia también, es su amigo, llámalo.

No tuvo tiempo de decirle que no. Milo fue a la mesa junto a la cama, tomó el celular de Kardia marcó unas cosas que no supo qué eran y le pasó el teléfono. Dégel pensó en colgar y hacer valer su opinión, más lógica a su perspectiva, que los deseos de ese niño. Sin embargo, la mirada preocupada y suplicante de Milo pudo más con él, por lo que terminó tomando el teléfono, esperando que nadie conteste del otro lado.

"Copia Idiota 1 Llamando…" ni se molestó en razonar el porqué del nombre de ese contacto ni nada parecido. Era extraño, como todo lo que rodeaba a Kardia. Aunque así fuera, alguien terminó contestando al otro lado de la línea. Más bien, alguien gritó al otro lado de la línea.

—¿Kardia, qué demonios quieres? Será mejor que sea algo importante, estoy de guardia y si llamas de nuevo para que te firme recetas bien te puedes ir a…

—Eh… Disculpe —Dégel lo cortó, antes de que esa persona siguiera un discurso que él no tenía tiempo para escuchar. Milo lo miraba muy ansioso y él tenía que encargarse de la situación—. Buenas noches, lamento molestarlo, señor. Efectivamente, este es el número de Kardia, pero él se encuentra enfermo. Su hermano Milo me pasó su teléfono para comunicarme con usted e informarle sobre este acontecimiento actual.

Luego de decir aquellas palabras, siendo lo más educado posible, esperó alguna reacción, la cual tardó en llegar. No supo con quién estaba hablando, como sería o su nombre siquiera, por lo que trató de hablar correctamente. Aunque aquella voz le pareció la de un hombre joven.

—Ya veo —oyó finalmente. Ahora sonaba mucho más calmado que en un principio y eso le alivió—. ¿Tú eres…?

—Dégel, soy el vecino frente a su apartamento —informó.

—Ah, eres el francés que se mudó a esa pocilga de edificio, ¿ya tan pronto te está causando problemas? —Dégel pegó un respingo al oír esas palabras. Miró a Kardia, convaleciente aún en la cama, y se preguntó qué clase de cosas decía sobre él con otras personas. Esto ya era demasiado, pero después se encargaría de indagar—. Bien, Dégel —oyó que el hombre continuaba—. Como asumo que nadie te dijo, mi nombre es Aspros. Soy médico y amigo de la infancia de Kardia. Te lo digo porque deduzco que no estás informado y el idiota me tiene anotado con algún sobrenombre incoherente —No supo decir qué lo sorprendió más, la naturalidad con la que esa persona decía las palabras o el que supiera exactamente todo ese contexto sin que tuviera la necesidad de decírselo—. Ahora necesito que me describas qué le ocurre.

—¿No debería mandar una ambulancia?

—Primero haz lo que te digo y rápido porque tengo mucho trabajo —ordenó con una voz firme y Dégel se volteó a ver a Kardia, quien se movía un poco. Esto llamó la atención de Milo, quien trataba de despertarlo, pero no servía. Kardia simplemente daba inquietos movimientos y decía palabras inentendibles.

—Tiene mucha fiebre —comenzó diciendo—. No se ha despertado con nada, hace un momento ni se movía y ahora parece balbucear algunas cosas, como si delirara. También está sudando mucho. Más temprano parecía estar bastante cansado y no estoy muy seguro de qué más decirle.

—Lo de siempre —dijo Aspros sin inmutarse, confundiéndolo más.

—¿Cómo dice?

—No te asustes por la fiebre —le explicó—. En simples palabras, el cuerpo de Kardia está un poco más acostumbrado naturalmente a las temperaturas altas. Cuando él se enferma, siempre sufre mucha fiebre, pero eso significa que su organismo está contrarrestando lo que sea que tenga. Por ahí en su casa debe tener unas medicinas que le receté para estos casos. Dásela y si no funciona, llámame de nuevo.

—¿Sólo eso? —A Dégel le costaba creer que fuera así de simple, con lo mal que se veía Kardia delante de él—. ¿Está seguro de que no necesita ir a un hospital?

—Como te dije, inténtalo y si no mejora, me llamas de nuevo o a mi hermano, Milo sabrá cuál es el número.

Una parte de Dégel se negó a aceptar aquello, porque le parecía completamente irreal que algo, que parecía grave, se solucionara tan fácilmente. Pero aquel hombre decía ser amigo de hace mucho tiempo de Kardia y Milo lo conocía, por lo tanto confiaban en él. Quizás eso le dio un poco el impulso de aceptar, además de que el tal Aspros sonaba bastante seguro de lo que decía. Percibía credibilidad en sus palabras.

—Está bien, yo le avisaré cualquier cosa —contestó con cierta resignación.

—Las compresas de agua fría también son muy útiles —agregó Aspros—. Y no te preocupes, a ese bicho no lo mata ni una bomba.

Un vacío que no supo describir le embargó cuando cortó esa llamada. Quizá se debiera a la conmoción que había sufrido en ese momento y la carga emocional proporcionada por la situación, además del pequeño niño que había ido a él en busca de ayuda y consuelo, pero no pudo apelar nada ante esas indicaciones tan poco formales. ¿Sería médico de verdad ese sujeto? De nuevo dudó y pensó en llamar una ambulancia, sin importarle lo que le haya dicho ese hombre, pero se contuvo. Respiró hondo, trataría de confiar, lo haría y si no resultaba, llamaba al hospital de nuevo.

Buscó a Milo, quien no se había apartado de su lado y lo miraba expectante en busca de respuestas. Hubo un instante en que Dégel trató de razonar cómo se había metido en todo esto, pero ya no se acordaba. Eso sólo significaba que ya estaba muy inmiscuido con ese par de personas, aunque eso realmente no le molestaba.

—Ya está —le dijo al niño, sin saber cómo contarle exactamente—. Me dijo que Kardia estará bien, sólo necesito darle unos medicamentos, ¿tienes idea dónde pueden estar?

—En el baño hay un botiquín —mencionó Milo, luego de pensar un momento.

Dégel salió del cuarto al instante, viendo que Camus esperaba afuera y también lo miró con ojos ansiosos, esperando saber qué ocurría adentro. Sabía que su hermanito había ido con él, pero Camus era muy correcto y no entraría al cuarto a menos que fuera necesario o lo llamaran. Le hizo una seña al niño para que lo esperara ahí, a lo que éste asintió, permaneciendo quieto mientras Dégel entraba al baño. No había nada que le llamara mucho la atención, sólo se concentró en buscar aquella medicina. Abrió las puertas bajo el lavamanos y junto al espejo, revisando con rapidez, hasta que por fin encontró lo que a su parecer era el botiquín.

La modesta cajita de plástico, malgastada y con varios años encima, se abrió rápidamente, dejando a la muestra vendas, gasas, diferentes pastillas que Dégel se puso a leer para ver si era lo que buscaba; hasta que se encontró con un suero más unas jeringas. Leyó mil veces el prospecto tan rápido como pudo, sólo para convencerse de que ese era el potente medicamento que debía suministrarle a Kardia. ¿Acaso ese médico era consciente de, quizá, él no sabía cómo aplicar una medicina inyectable? ¿Quién le había dado la licencia a ese hombre? No meditó más al respecto porque sólo perdería el tiempo. Tomó el suero y una de las jeringas descartables para salir del baño. Ahí afuera se encontró con Camus y Milo, quienes aún esperaban impacientes por una respuesta.

—Niños, necesito que me hagan un favor —comenzó diciendo, tratando de obviar la atención de los pequeños—. Quiero que me preparen agua fría y unos paños, así le bajaremos la fiebre a Kardia. Yo mientras tanto le daré una medicina.

—¿Será suficiente? —Fue una sorpresa que el que preguntara esta vez fuera Camus, quien no había mencionado nada del asunto hasta ahora, pero se notaba ligeramente movilizado.

—Estará bien —contestó, aunque ni el mismo Dégel estaba seguro.

Cuando entró al cuarto, después de mandar a los niños a hacer esa pequeña tarea, se encontró con un escenario un poco más preocupante. Kardia parecía despierto, pero se removía inquieto entre sus sábanas, quejándose y diciendo cosas que no era capaz de entender. Con cuidado se acercó, dejando los medicamentos en la mesa de noche y trató de bajar la ansiedad de ese hombre, hacerlo entrar en razón o golpearlo para que se quedara dormido de nuevo, aunque esa última opción no era muy ética, pero Dégel ya se estaba acercando al límite de su paciencia.

Lo llamó un par de veces y hasta alzó la voz, con tal de hacer que Kardia lo escuche entre sus delirios de fiebre. Acabó sentándose al borde de la cama, sosteniendo a Kardia para que se quedara quieto y escuchara. Le dio la impresión que transcurrió una eternidad hasta que ese par de ojos lo vieron de verdad.

—¿Qué? —La voz atontada de Kardia le sonó casi como la de un niño perdido y eso lo dejó bastante perplejo—. ¿Qué haces? ¿Dónde…?

—Estás enfermo —dijo Dégel firme y un tanto tajante, demasiado quizá, pero sabía que el otro no le estaba entendiendo del todo—. Necesito que estés tranquilo y te ayudaré.

—Quiero irme —Aquellas palabras sonaron casi como un ruego, hecho por una persona angustiada y con las cuerdas vocales quebradas—. No me gusta aquí… Quiero irme a casa.

—Esta es tu casa.

Por más que lo explicara, sabía que Kardia no era él mismo en esos instantes, pero necesitaba que cooperara para poder darle la medicación. Dégel llevó ambas manos al rostro empapado de sudor y ardiente. Sentía que la piel de Kardia le quemaba, pero no le importó. Quitó algunos mechones de cabello, los cuales se le habían pegado a la cara, y le proporcionó una par de caricias relajantes. En ese momento, recordó que había visto a Kardia como una persona desalineada cuando lo conoció, tosco, raro y maleducado. Luego descubrió que tenía un particular ingenio, además de que era un buen hermano a su manera y había tenido una considerable cantidad de gestos altruistas con él, por más que se conocieran hacía muy poco. Ahora lo veía así, indefenso y desorientado, sin entender qué pasaba a su alrededor. ¿Cuántas facetas más podía encontrar?

Era como si cada vez fuera descubriendo, sin quererlo, un poco más de aquella persona. Él no se esforzaba por lograr esto, pero sin duda era Kardia el que le permitía vislumbrarlo y un poco confuso le resultaba. ¿Tanta confianza podía tenerle ese hombre? Quizá Kardia fuera así con todo el mundo, probablemente esa era su forma de comportarse y nada más. Ya había notado que era una persona bastante transparente, así que no debía asombrarse tanto por el comportamiento que éste presentase, pero era difícil acostumbrarse.

Kardia tomó una de las manos de Dégel y la apretó más contra su rostro.

—No te vayas —habló nuevamente con aquel tono cansado y doloroso—. No importa lo que te digan, no lo hagas.

—No me iré —informó, aunque no entendiera bien las palabras de Kardia—. Me quedaré hasta que te sientas mejor.

—Ni aun así te vayas —Cerró los ojos un momento y los abrió con dificultad. Se estaba quedando dormido—. Duerme aquí conmigo.

En un principio, no dijo nada. Sólo se quedó quieto en su lugar, lo pensó con cuidado y contestó:

—Si me dejas darte esta medicina lo haré —Se alejó un momento para mostrar el pequeño frasquito con la jeringa, los cuales fueron vistos con desagrado por parte de Kardia—. Te harán bien, en serio.

—Ya sé —contestó Kardia, para luego suspirar—. Está bien.

Así consiguió la cooperación que necesitaba. Dégel tuvo que apelar a toda su memoria para recordar cómo se hacía esto de los medicamentos inyectables, aunque no le agradaba mucho recordar ciertas partes de su vida, pero en este momento admitía que eran útiles. Abrió el paquete de la jeringa, la llenó de la cantidad necesaria y luego de aplicarla, observó a Kardia quien ni se había inmutado por el pinchazo, sólo lo miraba a él absolutamente concentrado. No tenía idea qué tipo de pensamientos estarían pasando por su cabeza o si estaría pensando en algo siquiera.

No pasó mucho tiempo para que Kardia comenzara a quedarse dormido. Le hizo un lugar a Dégel para que se acostara con él y, por más que se tratara de una persona fuera de su plena consciencia, lo había prometido. Acabó sentado contra el respaldo de la cama con Kardia junto a él, lo rodeó con un brazo y le permitió que se acostara sobre sí. Dégel enredó algunos dedos entre los cabellos de Kardia, algo nervioso y preso de cierta ansiedad, intentó proporcionarle algunas caricias en la cabeza para que se durmiera más rápido, pero nunca fue muy bueno en eso.

—Si viene la gorda despiértame, yo la echaré a la mierda —murmuró Kardia cada vez más adormilado y Dégel afirmó con un sonido un tanto gutural. Hasta la garganta se le había secado después de tanto ajetreo. Aún tenía una increíble fiebre, lo sabía con sólo sentir cómo le ardía la cabeza, quizá después debería medirla con un termómetro. Sus pensamientos se cortaron cuando Kardia pasó un brazo encima de su cuerpo y lo apretó, en un abrazo no muy fuerte pero sí lo suficiente como para pillarlo por sorpresa—. Gracias por venir, no creí que lo harías, espero poder irme pronto de este lugar… Te quiero.

Un escalofrío lo dejó inmóvil y Kardia ya estaba dormido cuando Dégel volvió a respirar con normalidad. ¿Le había dicho…? No, no. Estaba enfermo, deliraba, no era nada de eso. Pero admitía que se había sentido extraño, demasiado y no tenía ánimos para hondar qué tanto. Sin embargo, algo dentro de él se oprimió al oír eso y más en aquella situación, pero prefirió ignorarlo porque definitivamente no era el momento de pensar en esas cosas, las cuales consideraba simples trivialidades.

Luego de un rato más, oyó que tocaban la puerta. Dégel, con cuidado, dejó a Kardia sobre la cama y se levantó para abrir, encontrándose con Camus y Milo al otro lado. Los niños traían el agua y algunas toallas pequeñas que encontraron. Les agradeció, diciéndoles que Kardia ya estaba mucho mejor, cosa que pareció alegrar a los infantes. Les pidió que buscaran algún termómetro y él se dedicó a aplicar las compresas frías para ayudar a bajar la fiebre.

Pasaron alrededor de dos horas. Sus manos mojadas escurrieron nuevamente una de las toallas y la colocó sobre la frente de Kardia. Quedó bastante conforme cuando notó que el cuenco con agua también traía hielo, para mantenerla fresca. Los niños habían pensado en todo y se retiraron luego de dejarle el termómetro. Dégel les pidió que fueran a la otra habitación y cualquier cosa él los llamaba. Camus se encargó de persuadir a Milo, ya que el niño no quiso irse tan fácilmente. Le resultaba bastante adorable la forma en que ese pequeño quería tanto a su hermano y era bastante lógico, porque parecían no tener más parientes. Ciertamente no estaba seguro, pero creía que la madre había muerto porque algunas veces que oyó a Milo hablar de ella, refiriéndose a su mamá con formas pasadas, como si no estuviera más. Aunque quizás eran sólo sus ideas. Probablemente tenían a alguien más, pero, de ser así, ¿dónde estaba?

Un sonido diferente le hizo prestar atención nuevamente a Kardia. Éste se quejó un par de veces antes de despertar. Abrió los ojos con una dificultad casi dolorosa y, cuando logró enfocar la vista, lo primero que divisó fue a Dégel. Por poco se asustó de verlo ahí, realmente no lo esperaba.

—¿Dégel? —mencionó con la voz rasposa—. ¿Qué haces aquí?

Se tomó un segundo para observarlo, comprobando satisfactoriamente que estaba más consciente esta vez. Parecía que la medicación ya estaba haciendo efecto.

—Estás enfermo —le volvió a decir, esperando que esta vez retuviera la información—. Milo se asustó porque no te levantabas y fue a buscarme.

—Oh —mencionó asintiendo con la cabeza—. ¿Otra vez las fiebres? —Dégel no comprendió la simpleza de esa pregunta. ¿De verdad era tan común eso que le pasaba? Afirmó sin deseos de indagar en esa rara aceptación de su condición—. Recuerdo que estaba cansado, me acosté antes de medicarme, soy un imbécil… ¿Cómo supiste hacer…?

—Milo me dijo que llamara a un tal Aspros —contestó, creyendo saber qué le preguntaría y había acertado—. Él me dijo lo que debía hacer.

—Así que hablaste con la copia barata número 1 —Kardia casi rió por sus palabras, pero le generaba un esfuerzo que su cuerpo no era capaz de soportar en ese instante—. ¿Qué tal estuvo?

—Algo peculiar para ser médico —dijo simplemente.

—Y eso que no viste a su hermano gemelo, son extrañamente iguales y muy raros, más que yo.

Intentó levantarse, pero le fue imposible. Dégel le pidió que se quedara recostado y, ya que estaba, le volvió a colocar el termómetro bajo el brazo para comprobar su temperatura. Kardia por lo general era bastante hiperactivo, pero ahora que debería descansar, le daban ganas de conversar. Posiblemente esto se debiera a la fiebre o a la enfermedad que aún lo aquejaba, que le impedían dormir con tranquilidad nuevamente.

—Sabes —continuó Kardia mientras Dégel cambiaba el paño en su frente—. Recuerdo una vez que Milo era pequeño, tenía como seis si no me equivoco y estos gemelos cumplían años. Así que yo fui con Milo, pero el día anterior le dijimos, junto a Manigoldo, que ese cumpleaños era especial porque era el número veinticinco. Entonces le inventamos que las personas, al cumplir veinticinco años cambian de sexo por el opuesto que habían tenido hasta el momento. Y como Aspros es el mayor, él cambiaría primero. Así que Milo hizo un dibujo de Aspros con vestido rosa, moños y cuando se lo regaló le preguntó si había dolido mucho levantarse esa mañana siendo una niña.

Kardia no supo si era por la influenza o qué, pero cuando vio a Dégel reír por su historia de verdad creyó que alucinaba. Él también rió, en la medida que pudo, porque realmente era un recuerdo divertido. Por más que no había sido una gran carcajada lo que escuchó, se sentía feliz de ver sonreír a esa persona delante de él.

—Eso es bastante cruel —comentó Dégel aún con una pequeña sonrisa, sintiéndose bastante relajado. Quizás era un poco sin sentido, pero junto a Kardia se sentía relajado bastante a menudo.

—Pero fue increíblemente divertido, hasta a ti te causó gracia, aunque Aspros después casi nos mata.

Eso era cierto y no lo podía negar. Sin embargo, el momento cómico pasó. El termómetro sonó, haciendo un pequeño pitido, anunciando que ya había terminado de tomar la temperatura. Era bastante útil esa clase de termómetros eléctricos. Miró éste, comprobando que la temperatura seguía próxima a los 39°, pero ya había bajado considerablemente. Aún faltaba más. Volvió a cambiarle la compresa, y Kardia aún no se decidía a volver a dormirse.

—¿Y Milo? —preguntó.

—Está en su habitación con Camus —informó, pero agregó algo más—. Estaba muy preocupado por ti.

—Supongo que se asustó al verme así —Una sonrisa irónica se formó en sus labios—. Me tocará explicarle después que no fue nada.

—Él mencionó… —Dégel dudó un segundo si debía o no contar lo que dijo el niño, pero finalmente se aclaró la garganta antes de continuar—. Dijo que tu madre le contó que estuviste enfermo de niño y se asustó pensando que podrías pasar por lo mismo ahora.

Posiblemente lo más desconcertante de esa escena, fue la reacción de Kardia cuando mencionó esas palabras. Por un momento creyó que no debería haberlas dicho, pero ya no podía retractarse.

—¿Qué? No, es imposible —aseguró mirándolo con los ojos bien abiertos—. Esa vieja zorra no pudo haberle dicho nada, apenas ha hablado con él y está mejor así, alguien más debe haberle contado.

—Creí que ella había fallecido —confesó, porque evidentemente Kardia hablaba de esa persona como si estuviera viva y de una forma muy despectiva, todo lo contrario a Milo.

—Para nada, a veces pienso que me enterrará a mí —Al decir eso, algo de la conversación le extrañó. Por más que estuviera volando de fiebre, ésta ya estaba bajando y coordinaba mucho mejor las ideas—. ¿Milo dijo que ella murió?

—No, yo lo supuse por algunas cosas que habló.

—Debe haberse referido a su madre —Fue muy claro que Dégel no entendió cuando expresó esa oración, así que fue más preciso—. Milo y yo no tenemos la misma madre. La de él murió y la mía es una vieja loca que anda perdida por ahí.

Aquella nueva e inesperada información se sintió como un golpe directo a la cara. Jamás se había imaginado nada parecido. Milo y Kardia eran muy parecidos, demasiado, tanto en forma de ser como en aspecto, así nunca se le pasó por la cabeza el detalle que tuvieran madres distintas. Ahora se sentía un poco imprudente, indagando en asuntos que no le correspondían.

—Disculpa, no sabía que así era —dijo al instante.

—No tenías por qué saberlo —Kardia se rascó la ceja, corriéndose un poco la pequeña toalla blanca de la frente—. Un día que esté más lúcido te cuento cómo Milo acabó conmigo, para su desgracia.

—De acuerdo —asintió y no supo por qué, le gustaría compartir esa charla.

—También podrías contarme algo de ti —continuó Kardia—. Digo, así estamos parejos.

—¿Algo como qué?

—No lo sé, lo que sea —pensó por un momento, ignorando lo aturdida que se sentía su cabeza—. La gran historia de que cómo rompiste tu primer plato y dejaste de ser tan perfecto como pareces.

Ese comentario casi le causó gracia. ¿Perfecto él? Definitivamente estaba muy lejos de esa definición. Podría considerarse ordenado, casi siempre, pero para nada era perfecto.

—He roto muchos —Sin querer, Dégel también divagó un poco en su memoria, recordando la vez que más cosas rompió—. Cuando tenía dieciséis tuve mi primer empleo como camarero. Apenas sabía hablar griego, rompí como cinco platos el primer día, vasos, esas tazas donde van los aderezos, olvidé llevar pedidos a la cocina, los platos a los clientes o los confundía y tampoco tenía idea de cómo destapar una botella de cerveza. En resumen: Me despidieron luego de dos días. No soy tan perfecto, más bien diría que soy como cualquiera.

—Vaya… —Kardia no podía creer lo que acababa de oír y realmente esperaba no estar soñando, pero pensó en confirmarlo—. Si esto no es un sueño, luego quiero la versión extendida de esa historia.

—Cuando mejores, quizá.

Se sintió satisfecho al oír eso. El ambiente entre ellos era increíblemente agradable y ameno, por más que se hubiera dado de una forma improvisada. Ninguno había esperado eso, hablar de esa forma o estar así juntos como estaban, compartiendo algo tan íntimo. Dégel sentía que poco a poco podía abrirse más con Kardia, estaban construyendo una interesante confianza y ambos los sabían.

—Creo que soñé contigo —dijo de repente Kardia, recordando algo que vio entre sus sueños—. Estaba en el hospital y yo era pequeño, como cuando estuve enfermo, había una enfermera gorda que nunca me dejaba hacer nada y era maligna, con escamas, cuernos y dientes podridos. Era horrible todo, el lugar más que nada. Sentía que el cuarto estaba en llamas, a la vez que la cama era de hielo y las sábanas estaban hechas de papel de diario. Quería escapar, pero no me dejaba la gorda de mierda esa. Luego apareciste y todo estuvo mejor… Al final comimos gelatina de manzana, no recuerdo mucho más.

Dégel no mencionó nada ni tampoco quiso recordar lo que pasó mientras Kardia soñaba preso por la fiebre. Era mejor que las cosas permanecieran así. Aunque le pareció bastante espantoso los contrastes torturantes que prestaban esos sueños inducidos por el malestar físico. Se alegró porque el otro joven esté mejor. Ignoró los comentarios de éste, los cuales eran sobre que seguramente se enfermó así porque la vieja de abajo le había hecho algún maleficio cuando se la cruzaron esa tarde. Dejó que Milo y Camus pasaran después de un rato. El pequeño corrió a abrazar a su hermano, diciéndole que era un tonto por hacer eso y que no lo repitiera. Kardia no tuvo fuerzas de molestar a Milo en esa ocasión, sólo lo dejó quejarse entre sus brazos y le dijo que ya no lloriqueara, que el enfermero había solucionado todo.

No se hizo cargo de ese título ni de nada más esa noche. De lo único que se ocuparía sería que Kardia fuera a un médico al otro día, porque no pensaban lidiar nuevamente con estos inconvenientes, aunque no se sintió como algo desagradable al hacerlo.

Notas finales:

Qué capítulo largo. Lo loco es que yo nunca mido qué tan largo quiero que sea, simplemente sale así. Pobre Dégel, le tocó hacer mucho y encima bancarse a esa vieja fea. Cada vez aparecen más de los personajes, como los chicos en el colegio, se me dificulta manejarlos, pero me divierto un montón. En el capítulo anterior lloró Camus y hoy le tocó a Milo. Mis amores chiquitos, pero tienen a Kardia y Dégel para cuidarlos. También poco a poco se van contando sus vidas. Nada raro tampoco. Deberían contratarme para guionar telenovelas(?

No sé si existen santos sin cabeza, pero como la idea me parece horrible, lo incluí. Yo invento estas cosas, ni idea si de verdad hay. De la misma forma, no soy médica, así que los síntomas de la gripe trato de recordarlos a través de experiencia propia y conozco quienes han usado medicinas inyectables. Kardia el drogadicto(?)

Bueno, creo que no tengo más para decir. Gracias a todos los que leyeron, lamento mucho los increíbles retrasos y espero vernos pronto. Sepan que por más que tarde no dejaré el fanfic. Lo amo demasiado y disfruto mucho haciéndolo. Ojalá hayan pasado una gran Navidad. Tengo el plan de publicar algo antes de Año Nuevo, pero por si no llegó ¡que tengan un gran Año Nuevo!

Besos!


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