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Locus amoenus por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

¡El fénix siempre resurge de las cenizas!

Nah, mentira. Me quiero hacer el fénix y no me sale, soy más como un soldado raso, de esos que tienen ahí en el Santuario de carne de cañón(?)

En fin, volví. Amo tanto este fanfic, aunque no parezca. Sólo que es difícil de escribir. Es un bebé difícil y siempre lo fue, desde el comienzo, pero lo adoro con todo mi corazón. Tengo montones de cosas para decir y quejarme, pero lo haré después. por ahora lean.

Nada para comentar del capítulo... Cosas(?)

Saint Seiya, Saint Seiya The Lost Canvas no me pertenecen, son de Masami, Teshirogi, Toei, etc.

—¿Elegiste el supermercado para vernos por algo en especial?

—Porque somos amigos y no importa el lugar para vernos después de tanto tiempo.

—Quieres que te ayude a llevar tus compras, ¿verdad?

Deuteros suspiró resignado, porque sabía que había dado en el clavo. Kardia simplemente se encogió de hombros, sonriendo mientras trataba de contener la risa, por más que fuera muy obvio lo que pretendía. Incluso sospechaba que Deuteros fue a su encuentro sabiendo sus segundas intenciones, pero tampoco le era un problema acompañarlo, si fuera así se hubiera negado desde un principio.

Ya era hora de que fuera a comprar cosas para su casa, Kardia no podía seguir evitando esa situación. Aprovechó que debía encontrarse con el menor de los gemelos para matar dos pájaros de un tiro. Él había tomado un carro, en el cual iba recargado –por no decir tirado prácticamente–, observando qué cosas debía adquirir para su hogar. Miró cómo Deuteros tomaba una bolsa de café, lo que le llamó la atención, porque sabía que él no era muy afecto a ese tipo de bebidas.

—¿Comprándole las drogas a tu hermano? —dijo al instante que supo para quién sería ese café.

—No sé cómo hace para terminarse el café tan rápido —admitió mientras pensaba que debería decirle a su gemelo que cambie ese hábito o le ocasionaría algún daño.

—Deberías pensar en inyectárselo, así seguro le gustaría más —bromeó pensando si él también debería comprar algo de esa góndola.

—Eso me recuerda —Deuteros buscó entre sus cosas y sacó un papel, el cual le extendió—. Tu certificado.

—¿Alguna vez te dije cuánto te quiero y que eres mi fotocopia favorita?

Una risa se le escapó mientras Kardia tomaba esa nota que aseguraba que había ido al médico, cosa que claramente era una mentira. Luego de caer enfermo, pero ya sentirse más recuperado, supo que necesitaría valerse de un certificado y no sólo para presentar en su trabajo; sino también para mostrarle a Dégel que "había ido al médico".

Aún le costaba creer la insistencia de su vecino porque concurriera a un especialista, si lo que tuvo no fue nada más que algo simple y completamente controlado. Bueno, quizá no tan controlado, pero tampoco hubiera muerto; le habían pasado cosas muchísimo peores que una fiebre. Sin embargo, Dégel le insistió e incluso se ofreció a acompañarlo, cosa que lo dejó desconcertado. ¿Desde cuándo le importaba tanto al francesito? El argumento que éste usó para justificarse fue que él estaba a cargo de un niño pequeño, por lo que debería cuidarse y no pretender que Milo pague los platos rotos de su ineptitud. Lejos de enojarse, Kardia se rió y le dio la razón, asegurándole que iría al doctor y que ya se sentía bien, por lo que no necesitaba compañía.

Así que, en vistas de que él no pensaba pisar ningún hospital por más que le cortaran las piernas, acabó llamando a Deuteros y pidiéndole el favor de darle un certificado, el cual los dejaría a todos contentos. No podía pedirle algo semejante a Aspros porque estaba seguro que lo sacaría a patadas, ya habían tenido problemas en el pasado por asuntos similares, pero con Deuteros tenía una relación distinta. Al igual que Manigoldo, Kardia conocía a los gemelos desde que tenía memoria y había más confianza entre ellos de la que era capaz de contar.

—¿Sabes algo de la rubia?

Deuteros se encogió de hombros y no necesitó explicación para saber que Kardia se refería a Asmita, así le llamaba "cariñosamente".

—Ya sabes cómo es —contestó—. Va, viene, hace lo que quiere.

—Por eso me agrada —sonrió mientras miraba la fecha de caducidad de un embace de leche, tratando de recordar en qué día estaban—. Siempre aparece cuando menos te lo esperas.

Y Deuteros sabía que estaba en lo cierto. Kardia, y la mayoría de los muchachos, ya estaban acostumbrados al ritmo atípico de Asmita. Sobre todo Kardia, porque él lo había conocido de una forma demasiado particular y compartieron historias demasiado intrincadas. Desde entonces, cada tanto le hacía faltar verlo, pero extrañamente siempre sentía que la rubia estaba pendiente de él y aparecía si lo necesitaba. Con Manigoldo solían decir que Asmita era como Jesús, el mesías, la mamá que nunca tuvieron; porque parecía resolver y mejorar cualquier cosa a su alrededor.

En ese instante, Milo apareció corriendo y se acercó a ellos con un paquete de galletas en las manos.

—¡Kardia, mira! —espetó contento—. Aquí las venden, ¿podemos comprarlas?

—¿Esas no son las que te dan pesadillas? —preguntó Deuteros, recordando un comentario hecho por Kardia en el pasado sobre esa marca de golosinas. Milo hizo un puchero enojado porque le mencionaran ese detalle.

—Sólo si las como en las noches —aclaró, para luego volver a insistir—. Por favor, hermano. ¿Puedo llevarlas?

Kardia suspiró con exagerado desgano. Milo lo estaba haciendo de nuevo. Sólo lo llamaba "hermano" con ese tono condescendiente y ponía aquella cara de ojitos brillantes cuando quería algo. El enano ya debería saber que ese tipo de cosas no surtían efecto en él. Sin embargo, cada tanto se dejaba darle un gusto.

—Bien, pero después no me andes despertando porque no puedes dormir —Tomó el paquete y lo tiró en el carrito—. Ve por otras, esas no te durarán ni una tarde con lo tragón que eres.

Aquellas palabras no desanimaron al niño, al contrario, con paso presuroso volvió a perderse entre el supermercado a buscar otro paquete de esas galletas rebosantes de chocolate y azúcar.

—Qué buen padre resultaste —comentó Deuteros, pero Kardia notó cierto deje de ironía en sus palabras.

—No creo que un buen padre lo deje atragantarse con esa mierda —dijo mientras siguió avanzando por el poco poblado supermercado—. Y no sé de qué hablas, si tú tienes un hijo de tu misma edad.

—Es mi hermano, no mi hijo —contestó sabiendo que hablaba de Aspros, pero aun así le causó gracia el comentario.

—Te hace caso en todo —Por un instante, Kardia pensó en sus palabras y se corrigió—. En realidad, diría que es más como una mascota, un gato de esos que le sisean a cualquiera, pero a ti te ronronea. Tengo la teoría de que es porque son iguales y el desgraciado narcisista sólo te deja que lo acaricies porque eres idéntico a él.

Por más que sonara como una broma, lo decía bastante en serio. Aspros era extraño, pero no le molestaba, ya estaba totalmente habituado a esto, pero era más que evidente la preferencia que hacía por su hermano sobre cualquier persona. Deuteros no le daba mucha importancia a esto y simplemente lo dejaba. ¿Qué más podía hacer? No pensaba cambiar a Aspros ni nunca lo meditó, ya era así, con su personalidad de gato huraño, aunque sabía que su gemelo no era muy fanático de los animales en general.

—Aspros me contó que tienes un vecino que te estuvo cuidando —soltó de pronto y Kardia detuvo su andar al instante.

—El maldito chismoso ya tenía que ir con el cuento, ¿verdad?

—En realidad, nos enteramos por Shion, que se enteró por Dohko, a quien Manigoldo y Albafica le contaron sobre tu pequeña aventura.

—Son peor que una mafia —dijo sin poder contener la sorpresa de que los bocones de sus amigos ya supieran qué pasaba en su vida sin que él dijera nada—. Y ya paren con eso, pareciera que prácticamente me están casando.

—Shion y Aspros dijeron que no te vendría mal alguien que "te ponga una correa".

—No me importa lo que digan la gorda y la mascota de tu hermano —Hizo énfasis despectivo en ambos "apodos"—. Deberías ponerle un bozal y Dohko poner a dieta a su oveja.

—Anda, no te enojes —dijo conteniendo la risa—. Sólo quieren lo mejor para ti, son tus amigos.

—Con amigos así, me dan ganas de prenderles fuego la casa.

—Te recuerdo que ya una vez lo intentaste, cuando pasamos ese Año Nuevo en casa de Manigoldo.

—Ah sí —Se puso una mano en el mentón y miró al horizonte perdido en sus memorias—. Estaba ebrio, tiré el árbol de Navidad y las luces explotaron prendiéndolo fuego… No entiendo como el viejo Sage no me mató.

—Varios nos preguntamos eso y más cuando quisiste apagar el incendio echándole vodka al fuego.

Una carcajada salió de sus labios. Sí, había hecho sus locuras, pero en ese momento era un adolescente y ahora, siendo adulto, realmente no había cambiado mucho. Tenía que controlarse un poco más, pero aún hacía de las suyas cada tanto. A veces pensaba que tal vez había hecho demasiado ya, y por eso ahora podía darse la oportunidad de ir con un poco más de tranquilidad.

No siguieron avanzando más porque Milo volvió a ellos, con otro paquete de galletas, pero con una cara asustada. El pequeño dijo que había tirado, sin querer hacerlo, un estante con muchas cajas de cereal y se desparramó por todo el suelo. Kardia, como buen hermano mayor, le preguntó si alguien lo vio y cuando el niño dijo que no sólo le contestó "actúa como si nada". Ni loco pensaba pagar por los destrozos del enano en ese momento. Así que prefirió apurarse a salir, esperando que nadie lo notara. Deuteros siguió con ellos, preguntándose si Kardia no había notado que el supermercado estaba repleto de cámaras de seguridad y por lo tanto era inútil su estrategia. No importaba, ya acabaría dándose cuenta.

.

El agua dejó de caer al instante en que cerró la llave de paso. Se restregó la cara un instante, para luego escurrir su cabello. Quizá lo más difícil de tomar una ducha era la parte de lavar su pelo, pero por suerte era bastante dócil y ese era uno de los motivos que le permitían llevarlo tan largo como quisiera. Dégel corrió la cortina de baño para salir de la tina y envolverse en una bata blanca. Era domingo, así que no tenía la necesidad de correr a ninguna parte, podía relajarse tranquilo, aunque recordaba levemente que tenía algo de trabajo que hacer. En realidad sólo unas cosas que repasar para el día siguiente, pero nada muy intrincado.

Un par de pensamientos se abrieron paso en su mente mientras tomaba una toalla para cercarse el cabello. ¿Cómo estaría su vecino de enfrente? Después de la caída que tuvo el viernes, al día siguiente había ido a ver cómo seguía y le insistió con el tema del médico. Se sorprendió al ver cómo Kardia se veía casi recuperado, tanto que le aseguró que iría al doctor, pero que no se preocupara. No entendía cómo aquel hombre había pasado de estar muy enfermo, a aparentar sólo tener un resfriado en poco tiempo. ¿Sería la medicina o su impresión? No lo sabía, pero quizá debería asegurarse hoy también. Su intención no era ser un entrometido ni mucho menos, sólo estaba preocupado. Kardia vivía con un niño muy pequeño, no sabía mucho sobre la vida de ambos, pero no se quería imaginar qué pasaría con Milo si a su hermano le ocurriese algo. Probablemente, Kardia desearía que el niño estuviera en buenas manos y, estando solo con un infante, siempre es bueno contar con un poco de ayuda.

Suspiró mientras se miraba un segundo en el espejo empañado y pasaba las manos sobre el cristal para apreciar su reflejo. Parecían un gato mojado con todo el pelo pegado en la cara. Continuó secando su cabello y al instante el baño se oscureció. Parpadeó confundido. ¿Será que el bombillo se había quemado? Por instinto, presionó el interruptor y nada cambio. Salió del baño y se encontró con Camus en el pasillo, la casa estaba un poco más oscura debido a que el sol estaba prácticamente oculto y al parecer no había luz tampoco.

—Se cortó la luz —dijo su pequeño hermanito y él asintió.

—Así parece —contestó parándose a su lado—. ¿Conectaste algo? —El niño negó con la cabeza y Dégel se dirigió a una de las paredes, donde se abrió una puertita con los interruptores de luz, pero no pasó nada por más que los movió—. Me pregunto si será sólo aquí o en todo el edificio.

No necesitó ni siquiera pensar en una posible respuesta para sus inquietudes, algo externo se las contestó, más bien alguien. Una voz fuera del departamento amenazó con destruirle los tímpanos y hacer volar su paciencia.

—¡Dégel! —Oyó con claridad como esa persona pronunciaba su nombre a gritos—. ¡¿Tienes luz?! ¡No se ve nada!

Exhaló un pequeño suspiro mientras se dirigía a la puerta. ¿Cuál era la necesidad de gritar? ¿No podía ir hasta su casa y tocar la puerta como una persona normal? No, claro que no. Kardia hacía las cosas a su manera. Seguramente ni siquiera había ido hasta su casa para hablarle, ya lo imaginaba gritando desde el pasillo. Ahí fue donde lo encontró, justo enfrente de su casa, aunque le resultó difícil distinguirlo con la penumbra del pasillo.

—¿También te quedaste sin luz? —reiteró su pregunta, pero no esperó respuesta alguna de Dégel—. Odio estos malditos cortes, ahora qué habrán hecho.

Dégel entrecerró los ojos un poco, sin querer indagar en esas cuestiones, debido a que su estancia en el edificio aún era muy poca como para tener una opinión similar formada. Por inercia, quiso acomodar los lentes sobre sus ojos, pero no los llevaba debido a que recién salía de la ducha. Suspiró e intentó pensar la solución más práctica para ese momento.

—Tengo unas velas si mal no recuerdo —mencionó y no fue capaz de distinguir el gesto que hizo Kardia.

—¿En serio? Préstame algunas, siempre olvido comprar.

Asintió, afirmando que sí le prestaría. No supo si el otro fue capaz de distinguir su gesto, pero al instante llamó a Milo y le dijo que cruzaría enfrente a robarle unas velas al vecino. El niño apareció junto a su hermano al instante, alegando que también quería ir. Kardia se quejó, diciendo que no se trataba de un juego, pero le restó importancia y permitió a Milo ir. Después de todo, no modificaba mucho la situación.

Kardia se acercó a la puerta de Dégel y entró junto con Milo, quien saludó luego de pasar por el marco. La poca y mínima luz del final de tarde dejó al par de adultos vislumbrarse con un poco más de detalle, ahora que se tenían frente a frente. Dégel era consciente que aún llevaba la bata de baño blanca, pero eso no le importó. Su concentración se redujo a la extrañeza que le causó la vestimenta de Kardia: Delantal magenta, ligeramente rosa, con flores amarillas; pañuelo en la cabeza y guantes de hule naranjas. Hubiera esperado muchas cosas de ese hombre, pero ésta en definitiva era la última.

—Día de limpieza —contestó casi adivinando lo que Dégel pensaba—. ¿A ti también te tocó limpieza?

No contestó a esa broma, le parecía innecesario. Se dedicó a guiar a sus vecinos de enfrente hacia la cocina. Kardia observó lo que pudo entre la casi completa oscuridad, ya que era su primera vez en esa casa.

—No imaginé que fueras afín a las tareas del hogar —comentó después de unos instantes buscando entre los cajones.

—Alguien tiene que hacerlas —dijo simplemente, sin mucho interés en hablar de eso. Kardia estaba más concentrado en lo que había a su alrededor, sin olvidarse de Milo detrás de él.

Normalmente tenía buena vista y se vanagloriaba de eso, pero de noche o en la penumbra le costaba un poco más de trabajo distinguir las formas a su alrededor. Incluso tenía problemas para distinguir señales, carteles luminosos o los números del autobús, pero solamente en la noche. Nunca pensó en ese detalle y tampoco tenía la intención de estudiarlo. ¿Ir a un oculista? ¡Ja, ni en sueños!

Con curiosidad, observó cada rincón que le fue posible, hasta que su vista recayó en Dégel. ¿Será que le había interrumpido el baño y por eso salió atenderlo así? Parecía no tener ninguna vergüenza de mostrarse ante él cubierto por aquella salida de baño y la pregunta de si traería algo más debajo le carcomió la cabeza. Quizá su vista no fuera la mejor en esos momentos, pero su olfato sí; el olor a jabón, perfume florar del shampoo, mezclado con otro aroma que no era capaz de identificar, le invadieron desde que entró en esa casa. Asumió que ese olor agradable y suave no podía identificar provenía de nadie más que de Dégel. ¿Naturalmente olería así? Quizá se estaba haciendo demasiadas preguntas para llevar menos de dos minutos dentro de ese departamento.

Últimamente se había relajado ante la presencia de Dégel y ya no estaba atento a todos los movimientos que hiciera éste, después de malinterpretar varias situaciones decidió dejar de pensar tanto al respecto y ya no prestar atención. Kardia siempre trabajaba mucho por conseguir lo que quería, pero no forzaría nada porque esa no era su forma de ser. Sabía que todo llegaba en su momento justo, por más ansia que le causara la espera.

Tuvo la intención de convencerse ese hecho y dejar de observar a su vecino como un acosador rebosante de calentura, pero a veces parecía que el condenado francés se lo hacía a propósito. Como en ese instante, porque Kardia tenía sus ojos clavados en él sin poder creer lo que veía. Dégel simplemente se agachó a ver si encontraba las velas detrás de unas pequeñas puertas bajo el fregadero de la cocina, flexionó sus rodillas y parte de la piel de una de sus piernas quedó al descubierto. No se vio nada demasiado revelador, pero Kardia apreció con claridad la piel blanca de ese muslo, rodilla y hasta un poco más; teniendo la ligera sensación de que resaltaba entre la oscuridad que cada vez se hacía más densa.

¿Sería en serio su imaginación o Dégel haría eso para provocarlo? A veces creía fervientemente que sí, mientras que otras pensaba que sólo debía tratarse de su loca imaginación. No le parecería extraño que fuera la segunda opción, pero situaciones como la que se daba frente a sus ojos le hacían dudar.

—Parece que sólo tenemos un paquete —La voz de Dégel lo trajo de nuevo a la realidad.

¿Paquete? Ah, las velas, claro. Cierto que se había cortado la luz.

—No importa, puedo ir yo por algunas —contestó y al instante otra idea cruzó por su mente. ¿Qué se hacía en estos casos?—. Creo que iré a ver al encargado para saber qué pasó con la luz.

—Te acompaño —dijo Dégel, más entusiasmado por la idea de ver a ese tal encargado. Hasta el momento no creía que ese edificio tan... "desolado" contara con uno—. Si me dejas cambiarme.

—Si me dejas ayudar...

Su broma quedó flotando en el aire y sólo recibió un leve levantamiento de ceja de aquella persona que tenía enfrente. Kardia se rió en silencio mientras Dégel pasaba a su lado y se dirigía a alguna otra parte de la casa. ¿Será que se había ofendido y no iría con él? En ese caso seguramente no le habría importado. Quizá ni siquiera le importó, aunque tampoco tendría que ser así, después de todo Kardia tenía la costumbre de decir cosas así a varios de sus amigos.

Milo había desaparecido cuando no se dio cuenta y descubrió que estaba solo. Seguramente su hermanito había ido en busca del niño que habitaba en esa casa, después de todo conocía el lugar mejor que él.

Kardia se sintió ansioso en ese momento, por más que llevara menos de cinco minutos esperando, ya estaba con ganas de salir a buscar a alguien. La oscuridad y el silencio le estaban cansando. No tuvo la necesidad de salir porque Dégel apareció de nuevo, ya cambiado y con los niños junto a él.

—Camus —llamó al pequeño que alzó la vista con atención—. Iré con Kardia a ver qué pasó con la luz, quédate aquí con Milo y no salgan —Dégel prendió una de las velas y la puso dentro de una taza de café. No, no tenían candelabros, pero serían útiles para estos momentos—. Les dejo esta vela, pero tengan mucho cuidado. No tardaremos.

Dégel acarició la cabeza de su hermanito y la de Milo por igual antes de salir, luego de hacerlos prometer que se portarían bien y no jugarían con la vela, sólo la dejaba porque ya estaba muy oscuro y no verían nada.

—No vayas a quemar la casa haciendo alguna de tus monstruosidades, enano —mencionó Kardia antes de retirarse.

—¡No lo haré! —se quejó Milo pero el sonido de la puerta cerrándose fue la única respuesta que obtuvo—. Ese Kardia es un tonto, todo porque una vez quemé uno de mis juguetes.

—¿En serio? —preguntó Camus tomando la taza con la vela entre sus manos.

—Se suponía que debía apagar un incendio, pero todo se salió un poco de control.

Por las dudas, Camus se haría cargo de la vela. Era lo mejor. El señor Sísifo se enojó mucho con él y con Aioria por ese incidente, debido a que estaban en la casa de este último, aunque el que tuvo que soportar la parte más cruda del regaño fue Kardia y dar la cara por su hermano, el monstruo pirómano de la destrucción.

En otra parte, Kardia y Dégel hablaron con algunas de las personas del edificio, el encargado, y hasta con la compañía de luz. Había ocurrido un desperfecto que dejó a toda la manzana sin electricidad y en algunas horas volvería, esa fue la respuesta que obtuvieron. Luego de resolver esa cuestión, Kardia le pidió a su vecino que le acompañara a un lugar, alegando que sería sólo un momento, no tardarían mucho y también le convenía a él; por lo que Dégel accedió, más por curiosidad que por otra cosa.

—¿Comida para llevar? —espetó ni bien llegaron al lugar donde Kardia pretendía ir.

—Claro, ¿o acaso pensabas cocinar en la oscuridad? —No hubo respuesta para esa extraña pregunta. A decir verdad, Dégel en lo último que pensó fue en la cena.

—Dijeron que el corte sólo duraría unas horas —citó las palabras de encargado.

—Sí, claro —dijo rodando los ojos—. ¿Cuánto quieres apostar a que volverá a las tres de la mañana? —No tenía forma en realidad de contrarrestar ese argumento y Kardia sonrió satisfecho por su silencio—. Anda, vamos. Yo te invito.

Acabó aceptando, por más que siguiera sin estar del todo convencido. Aunque debía admitir que el lugar que eligió Kardia se veía bastante bien y era a unas pocas calles de donde vivían, cosa que le hizo preguntarse cómo no lo había notado antes. Posiblemente se debía a que nunca en su vida le había prestado atención a los establecimientos de comida rápida y no era su plan empezar a hacerlo ahora, pero el ambiente cálido de aquél donde estaban le dio una agradable sensación y el aroma a comida casera fue otra de las cosas que lo llevó a aceptar también.

No supo qué pedir en un primer momento, por lo que Kardia terminó por decirse por un plato que, sin notarlo, no tenía carne. Eso le hizo pensar en Asmita. Su amigo no comía carne ni nunca lo había visto romper esa forma... De hecho nunca lo había visto comer, pero eso quizás se debía a que era muy distraído o Asmita no era humano. ¿O era que sólo no comía vacas? Bah, ya no se acordaba. Quería mucho a Asmita por distintas cuestiones y cosas de la vida, pero a veces no lo entendía. Incluso solía oír algo como "blah, blah, blah" en ocasiones cuando éste le hablaba, pero era inevitable. Aun así eran amigos y preferiría creer que era porque la versión barbie de Buda veía algo bueno en él.

Tuvieron que esperar unos veinte minutos y Kardia comenzó a preocuparse. Llevaban casi una hora fuera y esperaba que el duende no haya hecho algún destrozo. Si era cierto que, tanto él como su hermano, tenían la semilla del mal en su interior, deseaba que no se manifestase ahora.

Todo estuvo bien por suerte. Milo y Camus estaban sentados en la mesa, con la vela cerca de ellos consumiendo, mientras jugaban a las cartas.

—Le estaba enseñando a Camus a jugar al póker, pero con estas cartas es difícil —explicó Milo y Kardia lo miró extrañado, más cuando logró ver con qué jugaban.

—Claro que sí, pequeño idiota, si son cartas de Uno —rió sin poder evitarlo—. ¿Qué es eso de póker? No recuerdo haberte enseñado.

—Manigoldo una vez nos explicó a Saga, Kanon y a mí por si algún día queremos ganar dinero fácil.

—Pero si el idiota no sabe jugar cartas, menos apostar, pierde hasta las llaves de su casa —mencionó recordando las veces que le había ganado a su amigo mientras ambos estaban ebrios. Manigoldo con un par de tragos de whisky encima perdía la capacidad de distinguir los números y cualquier cosa que no fuera Albafica.

—Niños, eso no es algo que deban hacer —dijo Dégel un poco alarmado por las palabras de Milo y la actitud despreocupada que presentaba Kardia sobre el tema.

—Pero Dégel, yo estaba ganando —interrumpió Camus y su hermano mayor le miró con el rostro duro, levemente más pálido por la impresión. ¿Así sería cómo se sintió Kardia cuando dijo que le habían cambiado a su hermano? Seguramente.

—Sólo fue suerte, ya verás que yo te ganaré.

Tanto Dégel como Kardia pudieron intuir cómo una pelea se avecinaba y pararon el juego para comer. Esta no era la cena a la luz de las velas que Kardia había pensado compartir con su vecino en alguna de sus retorcidas imaginaciones, pero la aceptaba. Ya que él compró la comida, el dueño de casa ofreció su morada para la cena. Comieron un calzone de espinaca con queso y crema. Se les hizo delicioso a todos, incluso a la bestia glotona que era Milo y a Camus quien era algo arisco con algunos alimentos.

Cenaron y luego se pusieron a jugar al Uno, esta vez al juego de verdad, en el cual los adultos también participaban. Dégel felicitaba a Milo cada vez que ganaba o hacía alguna jugada bien, recibiendo una mirada embelesada por parte del niño; Kardia, por su lado, le decía cómo tirar las cartas a Camus para tener una victoria segura y cuál era mejor reservar hasta el final. El "cambio de color" nunca fallaba para dejarla como última carta, era una muy pensada estrategia.

El momento indicado para detener el juego lo impuso Kardia, luego de cansarse de ser el que siempre perdía.

—Kardia, ¿me prestas tu teléfono? —preguntó Milo—. Quiero mostrarle ese juego que tienes a Camus.

—Tenlo —Sacó el celular y se lo tendió a su hermano—, aunque no tiene mucha batería, a menos que sepan hacer magia para cargarlo sin luz.

Milo le sacó la lengua en respuesta, para luego concentrarse en explicarle a Camus el juego. El unicornio del espacio ahora también venía con su aplicación para el celular, oh sí.

Los hermanos mayores se dedicaron a lavar la vajilla, tarea bastante engorrosa considerando que sólo tenían la luz de una vela, porque habían olvidado comprar más cuando fueron por la comida. Dégel lavó los platos con agua fría, la cual parecía no incomodarle en absoluto, y Kardia los iba secando, más que nada para hacer algo.

—Veo que estás perdiendo los rastros de la enfermedad —comentó Dégel. Ya lo había notado claramente, pero no habían hecho mucho comentario al respecto. Aunque Kardia sí dijo que fue al médico, incluso le mostró orgulloso el certificado mientras esperaban la comida en aquel establecimiento.

—Gracias a un potente medicamento —Seguramente si no estuviera acostumbrado a esa droga, lo hubiera tumbado— y un médico lo bastante osado como para recetarlo.

—Es bueno que estés más tranquilo —dijo mientras enjuagaba un plato— y Milo también.

Kardia resopló con cansancio y puso una mueca un tanto extraña. Quizá lo más difícil del asunto era convencer a Milo de que ya estaba bien. Ese par de días su hermanito casi no se había despegado de él, no decía ni hacía ningún movimiento de más, pero Kardia podía distinguir en los ojos del niño la preocupación y la forma en que lo miraba, o vigilaba mejor dicho, a cada instante. No se quejaba de esto ni tampoco lo haría. Lo que ocurrió fue por un descuido suyo, pero aquellas dudas de Milo venían junto con recuerdos del pasado. Por más que se tratara sólo de un mocoso, era increíblemente inteligente y perceptivo, situación con la que Kardia a veces dudaba en cómo lidiar, pero lo hacía de la mejor forma.

Permaneció un rato en silencio, pensando en muchas cosas, las cuales le venían rondando en la cabeza hace un par de días. Dégel pareció notar aquel estado, porque se giró a verlo y permaneció así, hasta que Kardia al fin volvió a reparar en él.

—Ah, ya acabaste —dijo mientras tomaba el último vaso helado y mojado—. Están muy callados, ¿no crees? —mencionó refiriéndose a Milo y Camus.

—Deben estar con ese juego —contestó Dégel secándose las manos.

—Me sorprende del enano, siempre es muy ruidoso —Una sonrisa se le escapó al decir eso, que no era más que la pura verdad.

—Difiero un poco de esa observación —No hacía mucho tiempo que Dégel conocía a Milo, ni a Kardia, pero pasaba el suficiente tiempo diario con el pequeño como para comenzar a tener su propia crítica. Milo era un niño con mucha energía y bastante alegre, pero no le parecía algo negativo, además de que siempre era muy respetuoso. No tenía ninguna queja.

—No lo harías si hubieras conocido a Milo de más chico —espetó Kardia al tiempo que un brillo nostálgico y alegre le bañó los ojos, el cual apenas era apreciable por la pobre luz que les daba esa vela—. Era uno de esos niños terremoto, que gritan, saltan, se trepan a todos lados y no los puedes alcanzar con nada.

Dégel arqueó levemente las cejas y no se sintió sorprendido por esa explicación, incluso se lo podía imaginar perfectamente. Hasta no le parecería extraño que Kardia haya sido un niño similar, pero al crecer uno suele ir cambiando y madurando, aunque no estaba seguro de hasta qué punto el otro lo había hecho. Cada quien lo hace de una forma distinta, se recordó.

—Camus siempre fue muy tranquilo —comentó mientras le venían a la mente algunos sucesos vividos con su hermano—. De hecho, creo que ahora está siendo un poco más sociable.

—Es parte de crecer —Kardia dejó el vaso a un lado y el trapo con el que secaba, para colocarse junto a Dégel, ambos apoyados en la mesada de esa cocina—. Cuando Milo vino conmigo ni siquiera me hablaba, no sé cómo logré que confiara en mí y me respetara. Ese momento parece algo muy lejano ahora.

—Bueno… eres su hermano después de todo.

—Sí, pero él vino a vivir conmigo a los cuatro años y no se acordaba quién era yo —Dejó un segundo la vista fija en la nada, de verdad sintiendo que los momentos de los que hablaba había ocurrido en otra vida, a otra persona, con la cual no tenía absolutamente nada que ver—. Hubo un par de años en que viví en el exterior. Cuando me fui Milo era una cosita pequeña que no hacía más que llorar, dormir y hacer caca; pero al regresar ya era más grande y por supuesto no se acordaba de mí.

—Es lógico —asintió y una pequeña duda le picó. Estaba consciente de que podía ser inapropiado, pero se animó a decirla de todas formas—. ¿Por qué fue que decidiste regresar si vivías en otra parte?

—Esa historia es larga, francesito cuatro ojos, pero puedo contártela —dijo riéndose, captando la leve molestia del otro por sus palabras—. Aunque quizá debería hablarte un poco de mis aventuras por el mundo… ¡Ya sé! Te puedo mostrar algunas fotos, tengo un montón de esas mierdas. Así no tendré que hablar tanto. Espérame aquí.

Estuvo a punto de objetar algo, pero Kardia salió disparado a perderse entre la penumbra. Ni siquiera se llevó una vela consigo y tampoco volvió a buscarla, Dégel en ningún momento pensó en llevársela. Aspiró un poco de aire mientras dirigía sus pasos para ver qué hacían los niños, a quienes encontró en el cuarto, en su propio cuarto, acostados y durmiendo. Una sonrisa se le escapó al ver lo calmados que estaban. No era muy tarde en realidad, pero sí una hora adecuada para que dos pequeños durmieran. Le causó gracia ver cómo Camus dormía hecho un bollito y Milo se pegaba a él, como si fuese su almohada o alguna clase de calentador. Sin duda ambos eran encantadores. Tomó una manta que había a los pies de la cama y los arropó para que descansaran más cómodamente. Le alegraba mucho de que su pequeño hermano tuviera un amigo cercano, con el que parecía llevarse muy bien y no incomodarle para nada estar a su lado hasta para dormir.

No estuvo seguro de cuánto tiempo pasó, pero Dégel tuvo la idea de que Kardia también se había quedado dormido, hasta que regresó con una pequeña caja entre sus manos, alegando que era imposible buscar algo con la mísera luz de un encendedor. Internamente, Dégel se preguntó cómo no prendió fuego nada por accidente, pero al instante alejó eso de su mente. Kardia lo obligó a ir hasta la sala, con suficiente cantidad de velas como para una sesión de espiritismo, donde se sentaron en el sofá y comenzaron a esculcar el contenido.

Fue como abrir una caja con distintos tipos de té, traídos de montones de lugares diferentes y con sabores que uno nunca podría imaginar estarían en un pequeño y simple cofre.

Grecia. Italia. Suiza. Francia. Holanda. España. Alemania. Polonia. ¿La India? Kardia había estado en muchísimos lugares. Dentro de la caja había muchas cosas además de todos los recuerdos y "tonterías" como el otro les llamaba. La historia comenzó con que se había marchado de su casa a los quince años para recorrer el mundo y buscar su propio camino. Según lo explicado, Kardia dijo que le agarró un "ataque idiota de adolescente" y él, como siempre fue tan impulsivo y perseverante con sus deseos, hizo su voluntad. Costó bastante, pero así fue.

—¿Sabes cinco idiomas? —preguntó Dégel incrédulo, cortándolo en cierta parte del relato, donde explicaba las cosas que fueron cambiando en él.

—Quizá me falte un poco de gramática y mi ruso sea cavernícola, pero sí —En su mente los contó, el griego era su lengua materna, pero había aprendido bastante bien el inglés, francés, español y ruso durante sus viajes. Todo eso gracias a que tenía una buena memoria y oído—. Debía que aprender para conseguir un trabajo y vivir.

—¿Y de qué trabajabas?

—De todo —Buscó entre la cajita y sacó un antifaz. Era sencillo, con un ligero toque veneciano, muy lindo e ideal para una fiesta de máscaras—. En Francia yo vendía de estas en la puerta de un baile, ahí conocí a una señora que me ayudó mucho. Me vio como un mocoso sin rumbo, pero que parecía buen muchacho o algo así. Era extraña en realidad, fumaba plantas raras mientras caminaba por los jardines del palacio de Versailles y a mí eso me parecía genial.

—Pareces que has hecho de todo —mencionó Dégel, aunque no estaba seguro de qué decir en realidad. Observaba las fotos de algunos lugares que podía reconocer y otros que no, pero cada imagen tenía anotada en la parte de atrás un lugar y una fecha. Quién diría que Kardia fuera así de ordenado, quizá era para no olvidar nada en el futuro.

—Bastante, pero tuve mucha suerte también, como conocer a esa vieja. Acabó viajando conmigo, tenía como setenta años y era la cosa más arrugada y trotamundos que he visto. Luego en Rusia me regaló un pasaje y se fue, dijo que quería irse para otro lado a buscar un vikingo o algo así.

—¿Te regaló un pasaje?

—Ajá, ni siquiera sabía para dónde, me enteré cuando ya estaba en el avión y terminé en la India. Quise dormir en la puerta de un templo budista y me echaron a patadas.

—En realidad suena como algo que harías —Tenía poco de conocer a Kardia, pero lo intuía perfectamente, y éste rió por su comentario.

—Sí, pero fue divertido —Tomó algunas fotografías y se las tendió a Dégel—. Fui a una ciudad con unos templos con un montón de esculturas en posiciones sexuales. Era como el Kamasutra hecho en piedra.

Tal y como dijo Kardia, Dégel pudo apreciar en las imágenes a lo que éste se refería. Incluso se rió cuando, en algunas fotos, aparecía Kardia haciendo caras graciosas a la cámara o junto a las figuras de piedra. Sin embargo, también notó a otra persona que aparecía reiteradas veces en esas fotos y comenzó a creer que no era casualidad cuando los vio juntos en una.

—¿Quién es él? —preguntó señalando al hombre de la fotografía.

—Ah, es Asmita —contestó con una sonrisa—. Él fue quien me echó del templo el día que llegué a la India, luego se apiadó de mí y me guió un poco. Por suerte él sabía hablar griego, porque yo no entendía un carajo de hindú o lo que sea que se hablase allí.

—¿Por qué tiene los ojos cerrados?

—Por algo que tiene que ver con Buda y porque es ciego, aunque se te olvida cuando estás junto a él. Es un poco raro.

No quiso preguntar más, porque para que Kadia dijera que alguien era raro entonces debía serlo, pero admitía que cierta curiosidad le había causado. ¿Será que aún eran amigos? Sin darse cuenta, estaba conociendo cada vez más sobre las personas que rodeaban a ese hombre frente a su casa e incluso el mundo que éste habitaba. La corriente lo estaba arrastrando, pero por alguna razón no parecía tan malo.

—Él me decía que no hable con extraños, casi como una madre —continuó relatando Kardia—. Por supuesto que no le hice caso, hablé medio a las señas con unos sujetos preguntándoles si no tenían algo para beber y me dieron una cosa que parecía té o licor. Lo tomé y lo siguiente que recuerdo es despertar en la cárcel. Asmita me fue a sacar, pagó mi fianza y dijo que me estuvo persiguiendo por dos semanas. Además de que me denunciaron por daños a la propiedad privada en algunos templos, casas e instalaciones gubernamentales, y que me volví activista político hindú… La verdad no me acuerdo de nada.

Había quedado con la boca levemente entreabierta al oír eso. Sí que no se lo esperó, pero luego de salir de su estupefacción, se rió. Ambos lo hicieron. Kardia contó un par situaciones graciosas más que ocurrieron en el momento, como el regaño de Asmita, de la policía o los seguidores políticos que había obtenido en tan sólo dos semanas que le duró el efecto de ese té, que hasta el día de hoy no sabía qué contenía. El relato terminó cuando le dijo que volvió definitivamente a Grecia luego de la aventura en la India.

—Has hecho más de lo que imaginaba —confesó Dégel, presintiendo que eso sólo agrandaba más el ego del otro—. Yo detesto subirme a los aviones.

—¿Te asusta? —preguntó ahora sintiéndose interesado por escuchar.

—No en realidad, de todas formas lo hago, pero nunca en un viaje por disfrute o por una aventura, siempre es por algo más —Divagó levemente con algunas de las fotos de Kardia aún entre sus manos—. La primera vez que viajé iba con Camus siendo un bebé prácticamente y el avión casi se cae.

—Se ve que tuvieron suerte igual —Intentó dar ánimo, pero quería que Dégel le dijera más, aunque parecía medio reacio a contar, mas no tanto como en otras ocasiones—. ¿Ibas solo con él? — preguntó y recibió un asentimiento como respuesta.

—Veníamos a vivir aquí de hecho —Un suspiro suave escapó por sus labios mientras se tiraba contra el respaldo del sillón—. En serio parece algo muy lejano.

—Oye, no se vale —dijo repentinamente Kardia con un tono entre reproche y divertido—. Dijiste que me contarías un poco más de tu historia.

—¿Tengo que recordarte quién fue el que se emocionó hablando de sus aventuras psicodélicas por el mundo?

Una carcajada se escapó de sus labios y se volteó para ver mejor a Dégel. Ahí se cuestionó un poco, notando lo peculiar de la situación, la cual se había dado sin que se lo propusiera. Ambos solos, ahí sentados, con la tenue luz de las velas y hablando de la vida. ¿Sería esto alguna clase de señal? No estaba seguro ni tampoco se iba a detener a pensarlo, como todo en su vida, sólo lo dejaría fluir. Un instinto diferente se activó en su cabeza. Volvió a percibir ese aroma que le llamó la atención cuando entró a esa casa, ese mismo que venía sintiendo todo el día, pero que indudablemente ahora era más fuerte. Ya no tenía dudas, debía provenir de Dégel y eso, en cierta forma, le resultaba atrayente.

—Bueno, la noche aún es joven —Realmente no tenía idea de qué hora sería ni tampoco le interesaba mucho saber.

—Quizá para la próxima —dijo Dégel, haciéndole arquear una ceja.

—¿Existirá una próxima? —Ahora, Kardia tampoco tenía ida a qué iba referida esa pregunta y a la vez sí.

—¿Por qué no habría de existir?

La conversación se había tornado demasiado confusa y escabrosa, cosa que le parecía completamente excitante. A diferencia de otras personas, lo desconocido a Kardia le causaba mucho entusiasmo en lugar de miedo. Ahora incluso, Dégel le estaba provocando una sensación incierta, un instinto que nacía con fuerza de su interior y él no tenía ninguna voluntad para detenerlo ni tampoco deseo de hacerlo. Llevó su mano a aquel rostro que unas cuantas veces se preguntó cómo se sentiría tocar y algunos de sus dedos acariciaron el largo cabello. ¿Plumas, porcelana, satén, terciopelo? No sabía con qué comparar la sensación que embargó sus sentidos al rozarlo, sólo era consciente de que tenía ansias de hacerlo con más ímpetu.

Dégel no se apartó de él ni cuando se acercó nuevamente. Posiblemente la influencia del momento y el ambiente hayan contribuido, pero Kardia quería creer que era diferente. Que eso que notaba en los ojos de su vecino era una muestra de deseo disimulado, reflejado en ese iris oculto tras un par de vidrios la mayoría de las veces. ¿Hoy tampoco traía lentes? Ya lo había notado antes, pero lo recordó recién cuando su rostro estuvo a centímetros del otro.

No hubo vergüenza, ni lamentos o algo similar. Acciones guiadas por movimientos impulsivos o, como realmente lo creía Kardia, era algo que tarde o temprano pasaría. Sea como fuese, no tuvieron inconveniente alguno de estar uno junto al otro aquel instante y compartir juntos un momento con tal magnitud de intimidad; como tampoco les costó separarse cuando sintieron un estruendo que les trajo una leve reminiscencia.

Kardia ahora necesitaba un nuevo celular y Dégel meditar sobre hasta qué punto conviene dejarse llevar.

Notas finales:

Por si no se entendió qué pasó al final: Milo estaba durmiendo, con el celular de Kardia por ahí, se movió y el aparato se destruyó contra el piso. Debería haber sido más cuidadoso(?

Saben que ya empecé la facultad. Sí, volví a estudiar después del verano. Ojo, que haya vuelto a estudiar no quiere decir que deje de publicar cosas. Ya me organizaré.

Pasaron cosas, aparecen otros personajes. No tengo idea en qué terminará esto. Algo lindo, supongo.

Camus y Milo no hicieron nada en este capítulo, pero en el próximo sí que harán... 1313(?)

Mis fanfics tienen un sabor peculiar, sobre todo éste. Los amo igual, con todo su sabor a drogas. Por cierto, como dato curioso, el lugar que Kardia menciona que fue en la India con templos de esculturas locas existe: Es una ciudad que se llama Khajuraho. Lo gracioso es que en mi celular tengo una aplicación de viajes, que tira destinos al azar, un día jugando me salió esa ciudad y pensé que estaría bueno para el fanfic. También me salió Sorrento, Italia... Otra señal para escribir más fanfics de Saint Seiya(?)

Bueno, ya paro que voy a hablar eternamente si no. Un millón de gracias a todos los que leen este fanfic. Los amo, los besaría a todos. Espero que este capítulo les haya gustado.

Aprovecho para hacerme promoción: Estoy escribiendo un Dohko/Shion que es en el mismo universo de este fanfic, donde ellos crían a Mu desde que es bien bebito. Será un fic corto y se llama Nada fácil. Quien quiere puede ir a leerlo y quien no... Les lameré la frente(?

Muchas gracias de nuevo. Perdonen los retrasos, gracias por entender y leer. Besos y nos veremos pronto!


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