Perfecto.
¿Cuán perfecta puede ser una persona? Mycroft se había estado preguntando eso desde que volvió a ver al inspector. De joven ya se había planteado ante esa cuestión y valla que se la había pensado hasta quebrarse la cabeza pero al no encontrarle una respuesta lógica o razonable opto posiblemente por lo más fácil y decidió dejarlo al olvido. Quizá como siempre el tiempo amortiguaría todo recuerdo y toda pregunta sin solución. Treinta años más tarde se encontraba con la misma pregunta burda de su infancia. ¿Cuán perfecta puede ser una persona? ¿Realmente existe la perfección humana? Posiblemente muchos contestarían que no. El mismo Mycroft si le hubieran hecho esas preguntas antes.-(ridículas preguntas por cierto) contestaría que no. Que era imposible, que ninguna persona racional pensaría de esa manera, que estaba loco de remate, que era un idiota. La perfección en una persona no existe salvo…
Esos ojos, esa sonrisa, ese cabello, esa voz, ese todo en Lestrade era prácticamente perfecto. En todo el rechoncho del mundo no existía nada más bello, más hermoso, más sutil que ver aquella silueta moverse graciosa entre las personas.
Nadie podía culpar al pelirrojo Holmes por quedarse admirando frente a su monitor ese bien formado cuerpo caminar delante suyo, o cruzar la banqueta con su típico baso de café o correr de aquí para haya en su oficina buscando cualquier cosa que había perdido. Lestrade era un hombre con muchos defectos, con muchos cambios de humor, con muchos problemas y muchos monstruos pero aun así a pesar de todos y cada uno de ellos era perfecto.
Y, aun así no podía evitar alejarlo es decir: ¿cómo te atreverías a combinar excremento con oro?, ¿Cómo juntar la basura con diamantes?, ¿Cómo obligar a la bondad a besar con lujuria a la maldad? No. Era imposible tener a Lestrade en sus brazos y no por que no pudiera a cortejar a un hombre completamente heterosexual-(hasta los hombres más heteros podían sucumbir a sus encantos siempre y cuando él quisiera) pero era incorrecto incluir en su malvado mundo a un hombre tan bueno como lo era el Inspector en jefe Lestrade.
Mycroft Holmes se conocía mejor que nadie, mejor que su madre o su padre, mejor que su hermano. Sabía que era un controlador, un nervioso, un avaricioso, codicioso, perfeccionista, embustero, adicto al trabajo, posesivo, obstinado, testarudo, empecinado, obcecado, tozudo, minucioso, cabezota, porfiado, de pensamiento polarizado, obsesivo, celoso ¿ya había mencionado posesivo?
Si tenía algo lo quería simplemente para él solito. Odiaba compartir sus cosas con los demás y aunque el inspector no fuera de su propiedad se molestaba bastante cuando Lestrade le sonreía a alguien más. Siendo así tanto su enojo cuando se enteró que estaba saliendo con Molly Hopper que tuvo un impulso asesino de ir a matarla; gracias a dios jamás obedecía a sus instintos y arranques y se controlaba en todo momento porque entonces otra cosa seria.
Se había hecho a la idea de que Lestrade no era más que el “niñero” de su hermano y se había repetido constantemente que tener sentimientos lo aturdiría y ofuscaría su trabajo. Tanto como para alejarlo e insultarlo cada que lo tenía tres metros cerca y aun así lo deseaba con tanta pasión y con tanto fervor que nunca, absolutamente nunca había deseado tanto y querido algo como para preferir su bien por encima de su necesidad de quererlo. El sentimiento de su infancia y adolescencia que había enterrado bajo su corazón había florecido con solo verlo y ahora no podía hacer otra cosa que pensar en el cano. Tanto lo amaba que no quería que le pasara nada malo o peligroso. El mismo examinaba sus casos y aquellos que le parecían peligrosos o mortales mejor se los pasaba a alguien menos importante que Lestrade, alguien fácil de remplazar o simplemente a su hermano adicto al peligro; Pero no previo que eso molestara al cano enormemente, sabía que lo hacía sentir menos y que lo único que ganaba es que el otro comenzara a tomarle rencor.
“- Lo único que va a lograr un día de estos va hacer que el Inspector se canse y cuando valla a verlo le entregue los casos para que se largue cuanto antes de su oficina señor. Mejor opte por invitarlo a salir, una cena estaría bien y resuelvan las cosas como adultos al fin y al cabo el detective no es una persona prejuiciosa que lo valla a insultar o a odiar solo por decirle que usted era obeso en la infancia.-
Le había dicho un día Anthea después de verlos discutir pero la ignoro, claro las probabilidades estaban en su cabeza pero estaba seguro que eso no pasaría Greg jamás cedería un caso y menos a él.”
“- ¡Basta! ¡Por tu culpa el Inspector no me da casos interesantes! Cree que si me los enseña se los quitaras y ¡cómo no! Si, si se los quitas. Si solo quieres un pretexto para ir a verlo no pongas las muertes y casos importantes para hablar con él. Confiésatele, dile que lo quieres, que te agrada su presencia o algo ridículo que se te ocurra pero deja de hostigarlo quitándole los casos porque lo molestas a él y ¡me molestas a mí!-“
Le había prácticamente gritado su hermano esa noche y lo obligo a ir a Scotland Yard para que resolviera los malentendidos con el Inspector. Su amenaza fue muy clara, ruda y malvada incluso para Sherlock:
- te acusare con mamá –
- No te atreverías –
- No me tientes, porque sabes de lo que soy capaz.-
Y bueno… ahí estaba Mycroft, después de media noche, en la oficina del inspector. De todo corazón que tenía pensado arreglar el gran mal entendido que él mismo había ocasionado gracias a su paranoia y desconfianza, nunca imagino que las cosas terminarían así. Se arrepentía de haberle dado esa cachetada al hombre que amaba pero tan solo pensar que el otro quería la muerte y que posiblemente se suicidaría lo altero y entro en pánico. No supo de qué otra manera reaccionar y su cuerpo siempre controlado se salió de control y lo abofeteo.
- Nunca… y escúchame bien Gregory. Nunca más en tu vida prefieras la muerte antes que a tu vida.-
Gruño con una gruesa voz, bajando la mano con lentitud y arrinconando a Greg contra la pared quien se llevó la mano al rostro temblando. Oh, rayos parecía molesto, con probabilidades de que lo golpearía en la cara, que le regresaría la cachetada y bueno tendría que aceptar cualquier reacción por parte del otro aunque cuando observó bien, no esperaba esa mirada herida, ese temblor indignado ¿Qué tan diferente era el monstruo Mycroft del resto de los demás? La diferencia era notoria… él lo amaba, amaba a ese hombre desde que lo conoció en su infancia, amo su valentía y su estupidez, amo la primera vez que lo escucho hablar, su revuelto cabello café, su mirada simpática, incluso amo ese uniforme viejo que portaba con sus zapatos desgastados. Y lo volvió a amar después de que lo obligo a correr aunque odiara sudar, amo ese cabello con canas, esa piel apiñonada, esa maldita chaqueta negra, esas manos lastimadas de tanto trabajar, esa fuerte espalda que seguía andando frente a él, amo el embriagador aroma a cigarro rubio, amo esa sonrisa y por sobre todas las cosas amo esos labios, esas fuerzas y ese fuego que no se apagaba en su mirada.
Pesadamente volvió a la realidad, ese amor que no se había apagado con el tiempo le lo vio tan débil y frágil que no pudo seguir haciéndole caso a la razón. Mycroft arrepentido se acercó al inspector antes de que articulara cualquier cosa, lo tomo con suavidad de los hombros temiendo romperlo, le cogió del rostro, le levanto la quijada. Se miraron por unos instantes el primero dejando que su cuerpo se moviera simplemente por necesidad y, el segundo sin poderse mover por el chock de la situación.
Mycroft sujeto con fuerza la cintura del otro y se acercó al rostro ajeno peligrosamente. Sintió la tibieza de su respiración, el temblor bajo la piel, respiro el delicioso aroma de Gregory. Podía analizar cada ingrediente por separado: café con leche y alcohol. Pomelo, canela y vodka, seguramente por su colonia. La débil pero sin lugar a dudas esencia de jazmín por el jabón de baño. Y ese aroma a menta que despedía de su inspector, más su propia esencia peligrosa, que no sabría cómo definir o siquiera si definir como aroma pero que sin lugar a dudas parecía gritar anarquía y fuego, las dos palabras que definían a Greg.
Lentamente como si estuviera hipnotizado en una estación de policía cómplice de ese silencio, se acercó sin perder aquel contacto visual hasta que rompió aquel espacio que separaba sus labios de los ajenos. Se sorprendió de lo bien que encajaban sus bocas y de lo perfecto del beso. Aquel frio invierno que ahogaba a Mycroft se volvió un torbellino de fuego ardiente que le comenzaba a volver cenizas los labios.
Así es, el grandioso Mycroft Holmes estaba besando a un hombre ¡Dios! ¡Lo estaba besando! Había juntado sus labios a los ajenos en un acto puramente egoísta y humano, recorriéndolos lentamente con la lengua. Gregory Lestrade no le había dado tiempo ni de reaccionar, aún tenía los ojos abiertos y sintió como el mayor de los Holmes comenzaba a besarlo. Sus manos se quedaron flotando en el aire en el mar de la discordia o así es como lo sentía. Quiso resistirse pero simplemente no pudo es como si su cuerpo le exigiera con su necedad que necesitaba de ese tacto y de esa lengua.
En un gemido Greg abrió la boca y no creyó que sería posible pero aquel “aprovechado pelirrojo Holmes” no dudo en introducir la lengua y desplazarla de un lugar a otro y se permitió saborearla. La boca de Mycroft era tan tibia, tan dulce, tan apasionada que creyó que era delirante, tuvo que tomar todas sus fuerzas de voluntad para alejarlo con lentitud y se llevó una mano sorprendido a la boca para mirar los codiciosos ojos de Mycroft frente a los suyos.
Quiso retroceder pero la mano de Mycroft era más fuerte que sus torpes movimientos “¡Oh, dios! ¿Enserio el pelirrojo era más fuerte que un inspector de policía?”. Vio con temor como el pelirrojo se relamió los labios con lujuria. Su corazón latía rápidamente ¿Cómo tenía que reaccionar? ¿Qué tenía que hacer? ¡En la academia nunca le enseñaron como confrontar este tipo de situaciones!
- lamentaras mi atrevimiento Gregory… pero, ya tendré tiempo para disculparme y arrepentirme después.
-N-no, My-myc…¡Mmmm!-
Sin darle más tregua al inspector Mycroft volvió a besarlo. ¡Ah! Esos labios eran tan delicados y deliciosos. Tan tersos que podría volver a ellos una y otra vez sin descanso. Ese sabor a nicotina que tanto buscaba en los cigarrillos no se comparaba ni se acercaba a la suave respiración y esa dulce saliva.
Lestrade al principio trato de forcejear ante aquel beso pero por más que trataba se dio cuenta que realmente apreciaba ese tacto y tímidamente lo envolvió en sus brazos, temeroso de que el gobierno Británico lo alejara bruscamente, que estuviese soñando. No terminaba de creer que se estuviera derritiendo en los fríos brazos ajenos y que sus pies prácticamente siguieran sosteniéndolo cuando era más que claro que todo a su alrededor se caía en pedazos y el ardía en deseo.
Por primera vez en su vida sintió una sensación en el estómago y en el pecho que lo embargan de felicidad y no podía creer que esa felicidad, esa alegría esa sensación de comodidad se la estuviera dando un hombre. Sin poderse contener tampoco por su parte Lestrade empezó a besarlo también.
Era una lucha por el dominio de la boca ajena, el choque entre los dientes y los arrebatos de lujuria demostraban que Lestrade era el fuego, ardiente y danzante, descontrolado y Mycroft era el hielo mudo, quieto y desabrido que aun así lo quemaba por dentro como mil soles. Lo único que necesitaba para encenderse era aquel hombre de hielo.
De alguna u otra manera fueron a dar al escritorio donde Mycroft coloco con cuidado a Lestrade quien a su vez movido por el impulso del deseo tiro todas las cosas al suelo y envolvió al pelirrojo entre sus piernas para poder pegarse más al contrario. Sintió aquella calidez en el pecho ajeno y un temblor en las manos congeladas del pelirrojo.
Una mano traviesa bajo hacia el abdomen del inspector introduciéndose de lleno en esa camisa blanca que cubría su desnudez. El saco obscuro del político comenzaba a incomodar, la corbata a asfixiarlo y aquellos pantalones comenzaban a apretarle. Casi con desesperación empezó a descender de su boca al cuello, sin querer despegarse de esa rebelde piel apiñonada e incluso con un hambre voraz empezó a morder partes de ese perfecto cuerpo. Bajo a una de esas tetillas que tanto había soñado con probar. En cuanto empezó besar una de ellas y a complacer a la otra Lestrade lo recompenso con un alto gemido que rápidamente callo llevándose las manos a la boca.
Mycroft creyó que moriría al ver al inspector con los ojos serrados, por no decir apretados, la respiración entre cortada, ese leve rubor que surcaba sus mejillas y ¡oh, dios! Pero que sensual se veía.
– No ha comido bien últimamente.- recrimino Holmes besando el abdomen del inspector que enseguida se estremeció ante su tacto.
- N-no me ha dado mucha hambre que digamos – respondió casi en un susurro.
- bajaste trece kilos en dos meses…- y Mycroft continuo besando ese abdomen fuerte que tenía el inspector. Subió con lentitud a una de esas tetillas para succionarla y mordisquearla lentamente como si de un caramelo fino y delicioso se tratara.
- ¡ah! S-soy con-sciente…. del estado de mi ¡Oh dios Mycroft! - había soltado en un gemido el inspector sin terminar su oración completa al sentir como esa lengua experta le producía cierto placer de solo al lamer.
- Parece que no Gregory - Mycroft descendió en besos y mordidas al pantalón del inspector donde lo desabrocho y lo retiro para mostrar un poco de vello púbico y ese miembro que no dudo en introducir en su boca, lo lamio desde el tronco hasta la base. – Me preocupo por ti…- dijo besándolo con cariño.
Greg se desconcertó bastante y en postura defensiva hecho la cabeza hacia atrás excitado.
- Mycroft…. N- ¡Myck! Oh dios…. Mycroft…-
Hace tiempo que no se tocaba y realmente lo que estaba haciendo el político era la gloria. No sabía que decir, o cómo reaccionar ¡maldita sea! estaba en su despacho, en su sagrado lugar de trabajo teniendo relaciones con un hombre como su primera vez y parecía que no le importaba. Mycroft siguió con empeño esa tarea arrancando de la boca del Inspector sonoros gemidos de placer y lujuria. Lestrade sentía que probaba el cielo con cada lamida que le daba el político y no podía evitar que su cuerpo reaccionara de esa manera tan necesitada y urgente.
-Mycroft… My…croft.- su voz se escuchaba como una súplica y tuvo que recargarse en sus codos para poder ver que realmente era el grandioso Mycroft Holmes quien se encontraba succionando su miembro con gran afán y no era uno de esos sueños húmedos que a veces tenía con él. - ¡Dios!- grito en un gemido ronco y tembló ante esos labios tibios. Temeroso alargo una mano para acariciar el cabello rojo, paso sus dedos por la suave y sedosa cabeza del pelirrojo temiendo que desapareciera antes de que una corriente eléctrica recorriera su espina dorsal haciendo que se echara por completo hacia atrás ante unos espasmos que comunicaban que estaba por venirse.
- My-Mycroft…. Yo…. voy a venirme…P-por… por favor…
Pero el mayor Holmes pareció no escucharlo y aunque sintió las manos desesperadas de Lestrade tratando de alejarlo de ese glorioso miembro simplemente trato de degustarse tanto como pudo de aquel. La esencia de Lestrade broto de repente tras un angustioso orgasmo dejando su miembro flácido y su cuerpo cansado reposado sobre el escritorio.
Gregory Lestrade respiraba agitadamente tratando de tranquilizarse. La mejor mamada de su puta, maldita y desquiciada vida. No era algo que se pudiera describir con simples términos humanos y si existían las palabras con que explicar aquel orgasmo seguramente serian “perfección”
Mycroft se levantó de su lugar, se limpió la comisura de sus labios y sonrió al ver al Lestrade tapándose el rostro con las manos completamente avergonzado por lo que había hecho tratando de controlar esa agitada respiración.
- Hiciste un gran trabajo - dijo Mycroft sacando una servilleta de bolsillo para limpiar al inspector de los residuos que había dejado. Internamente Mycroft pensó que pudo hacer que ese climax, ese maravilloso momento se aplazara un poco más, para que ambos llegaran al orgasmo; pero eso sería egoísta y ruin, considerando que era la primera vez con un hombre para Gregory Lestrade y tenía que quitarle el miedo. Ya que no pasó desapercibido el ligero temblor que durante todo el rato presento el inspector y aquellos ojos temerosos que simplemente no podían dejar de mirarlo.- Y no se angustie tanto inspector, casi nadie lo escucho gemir…-
Greg se quitó las manos del sonrojado rostro y volvió a taparlo ahora si con verdadera angustia –oh no...- murmuro recordando que aún estaban en el trabajo y Mycroft tuvo que acercársele para apartarle las manos del rostro y colmarlo de besos que el Inspector por más que quiso no aparto. Sintió con pesar como Holmes se apartaba de su boca para empezar a acomodarle la ropa desacomodada.
- Puedo hacerlo solo Mycroft.- dijo avergonzado el Inspector poniéndose de pie para poder subirse los pantalones pero una mano fría lo interrumpió para continuar fajándolo.
- sé que puedes Gregory, pero yo quiero hacerlo. Últimamente te has descuidado mucho tanto en tu salud como en tu aspecto ¿Qué dirán nuestros conocidos si te ven así de desarreglado? Creerán que no te amo.
Lestrade se desconcertó bastante por ese comentario. Inconscientemente comenzó a arreglar el saco que había desabrochado del pelirrojo cuando empezaban a besarse y tímidamente cual colegiala pregunto casi inaudiblemente sonrojándose por sus cursilerías -“¿me amas?”- Creyó que Mycroft no lo había escuchado mucha fue su sorpresa al ver la sonrisa coqueta que el pelirrojo le dedicaba.
-Por supuesto Gregory… aunque no lo diga o no te lo valla a decir todos los días tenlo en cuenta siempre.-
- ¿me estas invitando a salir en un futuro?- pregunto contagiado por esa sonrisa sonando juguetón el cano, acomodando la corbata contraria.
-No. Te estoy pidiendo que seas algo más que el niñero de mi hermano y más que un amigo para mí. Te estoy pidiendo que seas mi pez dorado Lestrade, mi pez de colores, mi único Nemo.- Greg sonrió ante ese término y esa comparación. Sabía que Mycroft era un hombre sin corazón o algo por el estilo. Sin sentimientos y sin amor a otras personas pero al verlo ahí con el proponiéndole esas cosas muy apresuradas que ni en mil años creyó que le dirían a su edad, se quedó meditando. – Debe poner a consideración inspector…- interrumpió sus pensamiento la voz de un Mycroft pulcro y elegante – que ya no somos niños o jóvenes y que no quiero perder más el tiempo con modismos estúpidos y falsas promesas. Quiero aprovechar todo el tiempo que podamos para estar juntos aunque eso sea precipitado y egoísta por mi parte. Le recuerdo que soy una persona celosa y posesiva, con bastante imaginación que no puede estar lejos de algo que quiere… y usted se volvió un deseo incontrolable que no puedo suprimir.-
¡La maldita mejor declaración que le habían hecho en toda su maldita vida! ¡Joder! Que en este momento lo único que quería el inspector era desnudar al hermano mayor de Sherlock y hacerle el amor hasta que su cuerpo pidiera a gritos que se detuvieran; Greg estaba viéndolo directamente a esos ojos azules que tantas veces admiro con miedo y que siempre comparo con tímpanos de hielo. A esa distancia podía ver que no, que siempre estuvo equivocado, avergonzado y feliz sin decir nada empezó a besar al “gobierno peligroso Holmes” con lentitud envolviéndolo con sus brazos tratando de saborear un poco más esos labios salados para responderle a su declaración con una afirmación positiva. Cuando se separó lo miro curioso.
-Solo por curiosidad ¿Qué pasa si digo que no? – Mycroft lo tomo de la cintura y lo volvió a besar con pasión.
- supongo que el Gobierno británico tendrá que secuestrarte y amarrarte a su cama hasta que te haga cambiar de parecer.-
- Oh…. Suena muy tentador.-
Lestrade sonrió y volvió a besar a Mycroft, para su primera ¿cita? ¿Confesión? Lo que fuera eran muchos besos para empezar pero no le molestaba, le encantaba sentir esa piel cálida entre sus manos, esos labios suaves y ese calor que le quemaba por dentro.
- ¿quieres acompañarme a cenar Gregory?- pregunto Mycroft con una gran sonrisa susurrando al oído del inspector.
- Por eso hubiéramos empezado Mycroft…-
- si… pero no hubiera sido perfecto.- respondió el pelirrojo devorando el lóbulo ajeno sin más pudor.