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50 Sombras de Park. (ChanBaek, BaekYeol) por firelights

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Bésame, maldita sea!, le suplico, pero no puedo moverme. Un extraño y desconocido deseo me paraliza. Estoy totalmente cautivado. Observo fascinado la boca de Park ChanYeol, y él me observa a mí con una mirada velada, con ojos cada vez más impenetrables. Respira más deprisa de lo normal, y yo he dejado de respirar. Estoy entre tus brazos. Bésame, por favor. Cierra los ojos, respira muy hondo y mueve ligeramente la cabeza, como si respondiera a mi silenciosa petición. Cuando vuelve a abrirlos, ha recuperado la determinación, ha tomado una férrea decisión.
—BaekHyun, deberías mantenerte alejado de mí. No soy un hombre para ti —suspira.
¿Qué? ¿A qué viene esto? Se supone que soy yo el que debería decidirlo. Frunzo el ceño y muevo la cabeza en señal de negación.
—Respira, BaekHyun, respira. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar —me dice en voz baja.
Y me aparta suavemente.
Me ha subido la adrenalina por todo el cuerpo, por el ciclista que casi me atropella o por la embriagadora proximidad de ChanYeol, y me siento paralizado y
débil. ¡NO!, grita mi mente mientras se aparta dejándome desampardo. Apoya las manos en mis hombros, a cierta distancia, y observa atentamente mi reacción. Y lo único que puedo pensar es que quería que me besara, que era obvio, pero no lo ha hecho. No me desea. La verdad es que no me desea. He fastidiado soberanamente la cita.
—Quiero decirte una cosa —le digo tras recuperar la voz—: Gracias —musito hundido en la humillación.
¿Cómo he podido malinterpretar hasta tal punto la situación entre nosotros?
Tengo que apartarme de él.
—¿Por qué?
Frunce el ceño. No ha retirado las manos de mis hombros.

—Por salvarme —susurro.
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. ¿Quieres venir a sentarte un momento en el hotel?
Me suelta y baja las manos. Estoy frente a él y me siento como un tonto niño pequeño, asustado. Intento aclararme las ideas. Solo quiero marcharme. Todas mis vagas e incoherentes esperanzas se han frustrado. No me desea. ¿En qué estaba pensando?, me riño a mí mismo. ¿Qué iba a interesarle de ti a Park ChanYeol?, se burla mi subconsciente. Me rodeo con los brazos, me giro hacia la carretera y veo aliviado que en el semáforo ha aparecido el hombrecillo verde. Cruzo rápidamente, consciente de que Park me sigue. Frente al hotel, vuelvo un instante la cara hacia él, pero no puedo mirarlo a los ojos.
—Gracias por el té y por la sesión de fotos —murmuro.
—BaekHyun… Yo…
Se calla. Su tono angustiado me llama la atención, de modo que lo miro involuntariamente. Se pasa la mano por el pelo con mirada desolada. Parece destrozado, frustrado y con expresión alterada. Su prudente control ha desaparecido.
—¿Qué, ChanYeol? —le pregunto bruscamente al ver que no dice nada.
Quiero marcharme. Necesito llevarme mi frágil orgullo herido y mimarlo para que se cure.
—Buena suerte en los exámenes —murmura.
¿Cómo? ¿Por eso parece tan desolado? ¿Es esta su fantástica despedida? ¿Desearme suerte en los exámenes?
—Gracias —le contesto sin disimular el sarcasmo—. Adiós, señor Park.
Doy media vuelta, me sorprende un poco no tropezar y, sin volver a dirigirle la mirada, desaparezco por la acera en dirección al parking subterráneo.
Ya en el oscuro y frío cemento del parking, bajo su débil luz de fluorescente, me apoyo en la pared y me cubro la cara con las manos. ¿En qué estaba pensando? No puedo evitar que se me llenen los ojos de lágrimas. ¿Por qué lloro? Me dejo caer al suelo, enfadado conmigo mismo por esta absurda reacción. Levanto las rodillas y
las rodeo con los brazos. Quiero hacerme lo más pequeño posible. Quizá este disparatado dolor sea menor cuanto más pequeño me haga. Apoyo la cabeza en las
rodillas y dejo que las irracionales lágrimas fluyan sin freno. Estoy llorando la pérdida de algo que nunca he tenido. Qué ridículo. Lamentando la pérdida de algo
que nunca ha existido… mis esperanzas frustradas, mis sueños frustrados y mis expectativas destrozadas.
Nunca me habían rechazado. Bueno, siempre era uno de los últimos a los que elegían para jugar al baloncesto o al voleibol, pero eso lo entendía. Correr y hacer
algo más a la vez, como botar o lanzar una pelota, no es lo mío. Soy un auténtico negado para cualquier deporte.
Pero en el plano sentimental, nunca me he expuesto. Toda mi vida he sido muy inseguro. Soy demasiado pálido, demasiado delgado, demasiado desaliñado, torpe
y tantos otros defectos más, así que siempre he sido yo el que ha rechazado a cualquier posible admirador. En mi clase de química hubo un tipo al que le gustaba, pero nadie había despertado mi interés… Nadie excepto el maldito Park ChanYeol. Quizá debería ser más agradable con gente como JackSon Clayton y Oh SeHun, aunque estoy seguro de que ninguno de ellos ha acabado llorando solo en la oscuridad. Quizá solo necesite pegarme una buena llantera.
¡Basta! ¡Basta ya!, me grita metafóricamente mi subconsciente con los brazos cruzados, apoyada en una pierna y dando golpecitos en el suelo con la otra. Métete
en el coche, vete a casa y ponte a estudiar. Olvídalo… ¡Ahora mismo! Y deja ya de autocompadecerte, de castigarte y toda esta mierda.
Respiro hondo varias veces y me levanto. Ánimo, Byun. Me dirijo al coche de Kyung secándome las lágrimas. No volveré a pensar en él. Anotaré este incidente en la lista de las experiencias de la vida y me centraré en los exámenes.
Cuando llego, Kyung está sentado a la mesa del comedor con el portátil. La sonrisa con la que me recibe se desvanece en cuanto me ve.
—Baek, ¿qué pasa?
Oh, no… El santo inquisidor Do KyungSoo. Muevo la cabeza como hace él cuando quiere dar a entender que no está para historias, pero no sirve de nada.
—Has llorado.
A veces tiene un don especial para decir lo que es obvio.
—¿Qué te ha hecho ese hijo de puta? —gruñe con una cara que da miedo.
—Nada, Kyung.
En realidad, ese es el problema. Al pensarlo, sonrío con ironía.
—¿Y por qué has llorado? Tú nunca lloras —me dice en tono más suave.
Se levanta. Sus ojos marrones me miran preocupados. Me abraza. Tengo que decir
lo que sea para quitármelo de encima.
—Casi me atropella un ciclista.
Es lo mejor que se me ocurre decirle para que por un momento se olvide de Park.
—Dios mío, Baek… ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?
Se aparta un poco y me echa un rápido vistazo para comprobar si todo está bien.
—No. ChanYeol me ha salvado —susurro—. Pero me he pegado un susto de muerte.
—No me extraña. ¿Qué tal el café? Sé que odias el café.
—He tomado un té. Ha ido bien. Nada que comentar, la verdad. No sé por qué me lo ha pedido.
—Le gustas, Baek —me dice soltándome.
—Ya no. No voy a volver a verlo.
Sí, consigo sonar como si no me importara.
—¿Cómo?
Maldita sea. Está intrigado. Me meto en la cocina para que no pueda verme la cara.
—Sí… No tiene demasiado que ver conmigo, Kyung —le digo lo más fríamente que puedo.
—¿Qué quieres decir?
—Kyung, es obvio.
Me vuelvo y me coloco frente a él, que está de pie en la puerta de la cocina.
—Para mí no —me dice—. Vale, tiene más dinero que tú, pero tiene más dinero
que casi todo el mundo en este país.
—Kyung, es…
Me encojo de hombros.
—¡Baek, por favor! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Eres un crío que parece no querer tener nada con el mundo —me interrumpe.
Oh, no. Ya estamos otra vez con ese rollo.
—Kyung, por favor, tengo que estudiar —lo corto.
Pone mala cara.

—¿Quieres ver el artículo? Está acabado. SeHun ha hecho algunas fotos buenísimas.
¿Tengo ahora que ver al guapo de Park ChanYeol, quien no siente el menor interés por mí?
—Claro.
Me saco una sonrisa de la manga y me acerco al portátil. Y ahí está, mirándome en blanco y negro, mirándome y encontrándome indignado de su interés. Finjo leer el artículo, pero no aparto los ojos de su firme mirada gris. Busco en la foto alguna pista de por qué no es un hombre para mí, como me ha dicho. Y de
repente me parece obvio. Es demasiado guapo. Somos polos opuestos, y de dos mundos muy diferentes. Me veo a mí mismo como a Ícaro cuando se acerca demasiado al sol, se quema y se estrella. Tiene razón. No es un hombre para mí. Es lo que ha querido decirme, y eso hace más fácil aceptar su rechazo… Bueno, casi.
Podré soportarlo. Lo entiendo.
—Muy bueno, Kyung —logro decirle—. Me voy a estudiar.
Me propongo no volver a pensar en él de momento. Abro los apuntes y empiezo a leer.
Solo cuando estoy en la cama, intentando dormir, permito que mis pensamientos se trasladen a mi extraña mañana. No dejo de pensar en lo que me ha dicho de que no tiene parejas, y me enfado por no haber tenido en cuenta esa información antes de estar entre sus brazos, suplicándole mentalmente con todos los poros de mi piel que me besara. Lo había dicho. No me quería como novio. Me tumbo de lado. Me pregunto si quizá no tiene relaciones sexuales. Cierro los ojos y empiezo a quedarme dormido. Quizá esté reservándose. Bueno, no para ti. Mi adormilada subconsciente me da un último golpe antes de sumergirse en mis sueños.
Y esa noche sueño con ojos grises y dibujos de hojas en la espuma de la leche, y
corro por lugares apenas iluminados por una luz fantasmagórica, y no sé si corro
en dirección a algo o huyendo de algo… No queda claro.
Suelto el bolígrafo. Se acabó. He terminado mi último examen. Sonrío de oreja a
oreja. Probablemente sea la primera vez que sonrío en toda la semana. Es viernes, y
esta noche lo celebraremos. Lo celebraremos por todo lo alto. Seguramente hasta
me emborracharé. Nunca me he emborrachado. Miro a Kyung, que está en el otro
extremo de la clase, todavía escribiendo como un loco. Faltan cinco minutos para
que se acabe el examen. Esto es todo. Se acabó mi carrera académica. Ya no tendré
que volver a sentarme en filas de alumnos nerviosos. En mi mente doy graciosas
volteretas, aunque sé de sobra que mis volteretas solo pueden ser graciosas en mi
mente. Kyung deja de escribir y suelta el bolígrafo. Me mira también con una sonrisa
de oreja a oreja.
De camino a casa, en su Mercedes, nos negamos a hablar del examen. Kyung está
mucho más preocupado por lo que va a ponerse esta noche. Yo intento encontrar
las llaves en el bolso.
—Baek, hay un paquete para ti.
Kyung está en la escalera, frente a la puerta de la calle, con un paquete envuelto en
papel de embalar. Qué raro. No recuerdo haber encargado nada en Amazon. Kyung
me da el paquete y coge mis llaves para abrir la puerta. El paquete está dirigido al Señor Byun BaekHyun. No lleva remitente. Quizá sea de mi madre o de Mark.
—Seguramente será de mis padres.
—¡Ábrelo! —exclama Kyung nervioso.
Se mete en la cocina para ir a buscar el champán con el que vamos a celebrar que
hemos terminado los exámenes.
Abro el paquete y encuentro un estuche de piel que contiene tres viejos libros,
aparentemente idénticos, con cubiertas de tela, en perfecto estado, y una tarjeta de
color blanco. En una cara, en tinta negra y una bonita caligrafía, se lee:
Reconozco la cita de Tess. Me sorprende la casualidad de que hace un momento
haya pasado tres horas escribiendo sobre las novelas de Thomas Hardy en mi
examen final. Quizá no sea casualidad… quizá sea deliberado. Miro los libros con
atención. Tres volúmenes de Tess, la de los d’Urberville. Abro la cubierta de uno. En
la primera página, en una tipografía antigua, leo:
¡Son primeras ediciones! Deben de valer una fortuna. E inmediatamente sé quién
me las ha mandado. Kyung observa los libros por encima de mi hombro. Coge la
tarjeta.
—Primeras ediciones —susurro.
—No… —dice abriendo los ojos incrédulo—. ¿Park?
Asiento.
—No se me ocurre nadie más.
—¿Qué quiere decir la tarjeta?
—No tengo ni idea. Creo que es una advertencia… La verdad es que sigue
previniéndome. No tengo ni idea de por qué. No es que me haya dedicado a tirarle
la puerta abajo precisamente —digo frunciendo el ceño.
—Sé que no quieres hablar de él, Baek, pero no hay duda de que le interesas, te
advierta o no.
No me he permitido pensar demasiado en Park ChanYeol en la última semana.
Bueno… sus ojos grises siguen invadiendo mis sueños, y sé que tardaré una
eternidad en eliminar de mi cerebro la sensación de sus brazos rodeándome y su
maravilloso olor. ¿Por qué me ha mandado estos libros? Me dijo que yo no era para
él.
—He encontrado una primera edición de Tess en venta, en Nueva York, por
catorce mil dólares, pero los tuyos están en mucho mejor estado. Deben de haber
costado más —me dice Kyung consultando a su buen amigo Google.
—La cita… Tess se lo dice a su madre después de lo que le hace Alec
d’Urberville.
—Lo sé —me contesta Kyung, pensativo—. ¿Qué intenta decir?
—Ni lo sé ni me importa. No puedo aceptarlos. Se los devolveré con otra cita tan
desconcertante como esta de alguna parte confusa del libro.
—¿El pasaje en el que Angel Clare la manda a la mierda? —me pregunta KyungSoo
muy serio.
—Sí, ese —le contesto riéndome.

Quiero a Kyung. Es leal y me apoya. Envuelvo los libros y los dejo en la mesa del
comedor. Kyung me ofrece una copa de champán.
—Por el final de los exámenes y nuestra nueva vida en Seattle —dice con una
sonrisa.
—Por el final de los exámenes, nuestra nueva vida en Seattle y por que todo nos
vaya bien.
Chocamos las copas y bebemos.
El bar es ruidoso y está lleno de gente, de futuros licenciados que han salido a
pillar una buena cogorza. SeHun ha venido con nosotros. No se graduará hasta el año
que viene, pero le apetecía salir. Nos trae una jarra de margaritas para ponernos en
la onda de nuestra recién estrenada libertad. Mientras me bebo la quinta copa,
pienso que no es buena idea beber tantos margaritas después del champán.
—¿Y ahora qué, Baek? —me grita SeHun.
—Kyung y yo nos vamos a vivir a Seattle. Sus padres le han comprado un
piso.
—Dios mío, cómo viven algunos… Pero volveréis para mi exposición, ¿no?
—Por supuesto, SeHun. No me la perdería por nada del mundo —le contesto
sonriendo.
Me pasa el brazo por la cintura y me acerca a él.
—Es muy importante para mí que vengas, Baek —me susurra al oído—. ¿Otro
margarita?
—Oh SeHun… ¿estás intentando emborracharme? Porque creo que lo
estás consiguiendo —le digo riéndome—. Creo que mejor me tomo una cerveza.
Voy a buscar una jarra para todos.
—¡Más bebida, Baek! —grita Kyung.
KyungSoo es fuerte como un toro. Ha pasado el brazo por los hombros de Levi, un
compañero de la clase de inglés y su fotógrafo habitual en la revista de la facultad,
que ha dejado de hacer fotos de los borrachos que lo rodean. Solo tiene ojos para
Kyung, que se ha puesto una camisa ceñida al cuerpo y vaqueros ajustados. Lleva
el pelo despeinado, con unos mechones que le caen con gracia en la cara. Está despampanante, como siempre. Yo soy más bien de Converse y
camisetas, pero me he puesto los vaqueros que más me favorecen. Me aparto de
SeHun y me levanto de nuestra mesa.
Uf, me da vueltas la cabeza.
Tengo que agarrarme al respaldo de la silla. Los cócteles con tequila no son una
buena idea.
Me dirijo a la barra y decido que debería ir al baño ahora que todavía me
mantengo en pie. Bien pensado, Baek. Me abro camino entre el gentío
tambaleándome. Por supuesto hay cola, pero al menos el pasillo está tranquilo y
fresco. Saco el móvil para pasar el rato mientras espero. A ver… ¿cuál ha sido mi
última llamada? ¿A SeHun? Antes hay un número que no sé de quién es. Ah, sí. Park.
Creo que es su número. Me río. No tengo ni idea de la hora que es. Quizá lo
despierte. Quizá pueda explicarme por qué me ha mandado esos libros y el
críptico mensaje. Si quiere que me mantenga alejado de él, debería dejarme en paz.
Reprimo una sonrisa de borracho y pulso el botón de llamar. Contesta a la segunda
señal.
—¿BaekHyun?
Le ha sorprendido que lo llamara. Bueno, la verdad es que a mí me sorprende
estar llamándolo. A continuación mi ofuscado cerebro se pregunta cómo sabe que
soy yo.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —le pregunto arrastrando las palabras.
—BaekHyun, ¿estás bien? Tienes una voz rara —me dice en tono muy
preocupado.
—El raro no soy yo, sino tú —le digo animado por el alcohol.
—BaekHyun, ¿has bebido?
—¿A ti qué te importa?
—Tengo… curiosidad. ¿Dónde estás?
—En un bar.
—¿En qué bar? —me pregunta nervioso.
—Un bar de Portland.
—¿Cómo vas a volver a casa?
—Ya me las apañaré.
La conversación no está yendo como esperaba.
—¿En qué bar estás?
—¿Por qué me has mandado esos libros, ChanYeol?
—Byun, ¿dónde estás? Dímelo ahora mismo.

Su tono es tan… tan dictatorial. El controlador obsesivo de siempre. Lo imagino
como a un director de cine de los viejos tiempos, con pantalones de montar, un
megáfono pasado de moda y una fusta. La imagen me provoca una carcajada.
—Eres tan… dominante —le digo riéndome.
—Baek, contéstame: ¿dónde cojones estás?
Park ChanYeol diciendo palabrotas. Vuelvo a reírme.
—En Portland… Bastante lejos de Seattle.
—¿Dónde exactamente?
—Buenas noches, ChanYeol.
—¡Baek!
Cuelgo. Vaya, no me ha dicho nada de los libros. Frunzo el ceño. Misión no
cumplida. Estoy bastante borracho, la verdad. La cabeza me da vueltas mientras
avanzo en la cola. Bueno, el objetivo era emborracharse, y lo he conseguido. Ya veo
lo que es… Me temo que no merece la pena repetirlo. La cola ha avanzado y ya me
toca. Observo embobado el póster de la puerta del cuarto de baño, que ensalza las
virtudes del sexo seguro. Maldita sea, ¿acabo de llamar a Park ChanYeol? Mierda.
Me suena el teléfono, pego un salto y grito del susto.
—Hola —digo en voz baja.
No había previsto que me llamara.
—Voy a buscarte —me dice.
Y cuelga. Solo Park ChanYeol podría hablar con tanta tranquilidad y parecer tan
amenazador a la vez.

Notas finales:


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