V: Perdiendo el control
Ya había removido todo lo que sus manos y fuerza pudieran levantar, y no había funcionado. No lo encontraba. Sus ojos, prestos a la hora de analizar movimientos de ninjas de altos rangos y leer pilas tras pilas de documentos, habían fallado miserablemente en esta ocasión, llenándolo de desesperación. Ni siquiera la avanzada tecnología de la que ahora disponía Konoha podría salvarlo del abismo.
Él era el Séptimo Hokage, Uzumaki Naruto. Héroe de la Cuarta Gran Guerra Ninja. Jinchūriki del Kyūbi; el primero en controlar su enorme poder. Hijo de Namikaze Minato, Cuarto Hokage, y Kushina Uzumaki, anterior portador del Kyūbi. Alumno de Jiraiya, uno de los Tres Legendarios Sannin, y de Kakashi Hatake, Sexto Hokage. Y sentía que comenzaba a perder en control.
Literalmente, lo había perdido.
Naruto tomó su teléfono móvil de la mesita de la sala, buscó rápida y ágilmente el número de contacto que le concernía y no dudó en deslizar el dedo sobre el círculo verde que envolvía el ícono de llamada.
—Sasuke —habló tan pronto el pitido dejó paso a la llamada aceptada—, ¿tienes alguna idea de dónde está el control de la tv?
Del otro lado, un suspiro se escuchó.
—Naruto —dijeron suavemente—, ¿eres consciente de la hora que es?
Las tres de la madrugada. Naruto lo sabía porque acababa de llegar a su casa luego de extenuantes horas tras el escritorio. Ser Hokage era más difícil y laborioso de lo que había llegado a imaginar.
—No lo encuentro por ninguna parte, Sasuke —pronunció casi suplicante.
Otro suspiro se escuchó del otro lado de la llamada.
—Ve a dormir, Naruto.
—No puedo, realmente quería ver ese programa.
No. No era verdad. Sasuke lo sabía muy bien, pues Naruto nunca podía conciliar el sueño luego de que él se marchara otra vez de la aldea. Eso le hacía sentir un ligero pinchazo de culpa, más comparado con el piquete de un mosquito que otra cosa, pero a fin de cuentas allí estaba. Otra vez.
Cuando Sasuke regresaba a la aldea, ni él ni Naruto se andaban con rodeos. Sin importar que fuera en la oficina del Hokage (lugar al que Naruto guardaba un respeto profundo y el cual tardaron mucho tiempo en estrenar debido a esos escrúpulos) o en el cómodo apartamento que ambos compartían por fugaces dos días, máximo, en el cual Naruto residía actualmente. Y luego del desfogue llegaban los dulces momentos, que ni en el más loco de sus sueños Sasuke habría imaginado que coprotagonizaría.
Eran esos instantes que ambos intentaban alargar los que luego les cobraban factura. Porque Naruto no era el único que sufría, dejándolo en evidencia con un arrasador insomnio la primera noche luego de la separación; Sasuke también sobrellevaba la desazón a su manera.
—¿Entonces, qué? —le preguntó, levantando la mirada hacia la copa de árboles bañada por luz de luna. Él tampoco podía dormir esa noche.
—No sé —agregó compungido, dejándose caer sentado en el sofá tapizado en negro, el favorito de Sasuke—. ¿Te parece si hablamos por un rato más, hasta que olvide ese maldito control?
—Si no hay más remedio.
No hacía falta estar cara a cara, ambos adivinaban la sonrisa adolescente que irremediablemente se había dibujado en el otro.
Nuevamente caían en la monotonía de la primera noche de separación, aunque luego la factura de teléfono del Séptimo Hokage amenazara con provocarle un paro cardíaco. De nuevo.
.
.
.