Se puso un suéter vino tinto, unos jeans ligeramente ajustados negros y unos botines marrones, todo cortesía de Mitsuki. Se miró al espejo de cuerpo completo que estaba en el baño, y asintió satisfecho. La ropa no estaba nada mal, aunque él poco o nada sabía de moda.
Peinó su cabello con los dedos, para darle un aire informal como le había enseñado la castaña. Lavo sus dientes y se echó unas gotas de perfume.
Se sentó en la cama, donde estiradas estaban su chaqueta y bufanda. Era otoño y el viento helado parecía afectarlo más que a los otros habitantes de la mansión.
En 15 minutos se cumplían las dos horas, pensaba bajar en 10 minutos. Estaba nervioso, muy nervioso. ¿Y si Zero se enojaba otra vez con él? O, mejor dicho ¿Y si Zero aún estaba muy molesto con él? Porque no hay que ser un genio para saber que el peli plateado estaba molesto con él. Tenía un vago recuerdo de su voz gritándole.
El tipo le daba miedo, estaba seguro que de un golpe lo tiraba al suelo y él con su cuerpo aún débil quedaría como tapete.
– Ok, exageras.
Sí, exageraba pero igual estaba nervioso. Suspiró, tomo su abrigo y, olvidando los 10 minutos que pensaba esperar, bajó al salón.
El silencio de la mansión lo envolvió acogedoramente. Se había acostumbrado al silencio extremo cuando la castaña no estaba cerca, un silencio ideal para leer.
Se sentó en el elegante sofá individual cruzando una pierna sobre la otra y tomo el libro que estaba en la mesita de noche: "Kafka en la orilla". Desde la primera página había sido totalmente cautivado por el libro. Había en él una magia sutil, intelectual, simplemente hermosa.
Se entregó a la lectura esos 20 minutos de espera, inmerso en el mundo retorcido y metafórico de Murakami.
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Gruñó exasperado, no se suponía que bajara 20 minutos tarde. El cansancio le pasó factura, y odiaba que la puntualidad fuera una cualidad tan marcada en él. Estúpida culpa.
Llegó al salón a paso relajado, no quería que el ex-vampiro lo viera arrepentido por el retraso. Otra vez parecía un mocoso orgulloso.
Se quedó parado, aguanto la respiración, cuando sus ojos captaron la figura del castaño. Esa pose elegante sumado a su rostro sin expresión, le recordó al Kuran vampiro; era como si estuviera en frente a ese ser que tanto dolor le había causado; era como si volviera a estar frente a esa presencia imponente. Cerró los puños con fuerza, y chasqueo la lengua frustrado. Una parte de él, una mínima e insignificante parte, extrañaba al arrogante Kuran.
El ruidito, ínfimo, logró desconcentrar a Kaname de su lectura. El joven dio un saltito para nada elegante y se levantó torpemente.
– ¡Lo siento!– Fue lo primero que se le ocurrió decir al castaño.
Todo rastro del antiguo Kaname se esfumó en cuanto el castaño se dio cuenta de su presencia, y con él su frustración. Relajó el semblante y dio media vuelta, dispuesto a salir de su hogar.
–Vámonos.
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Si antes se sentía nervioso, ahora estaba a punto de darle un ataque de ansiedad. Se aferraba con fuerza a la cintura del peli plateado mientras su rostro se refugiaba en su fuerte espalda.
Cuando Zero le había aventado el casco, su mente no conectó los puntos hasta que el cazador, ya montado en la enorme motocicleta, le dijo un simple "súbete".
–Sólo sujétate bien y no hagas movimientos bruscos.
Y así lo había hecho. Obediente. ¡Pero el peli plata era un kamikaze! -ni idea de donde su mente amnésica había sacado aquella referencia- Estaba seguro de que hace rato habían pasado los 120 km/h legales.
El cosquilleo de adrenalina en su estómago era fuertísimo, tanto que en el calor del momento abrió los ojos y se permitió, por fin, ver el paisaje borroso a su alrededor. Se arrepintió de no haberlo hecho antes, y su risa nerviosa retumbó entre ambos cuerpos.
El viento golpeando con fuerza su rostro, sus ojos lagrimeaban, sus mejillas estaban rojas y en sus labios una sonrisa nerviosa bailaba. Se sentía, de alguna forma, libre.
Zero, por su parte, no pudo evitar la pequeña sonrisa al ver la cara del castaño por el espejo. Esa fue, probablemente, su misma expresión al montar por primera vez una moto. El nerviosismo sumado a la adrenalina, seguido por la sensación de libertad. No había nada mejor que eso.
Redujo la velocidad un poco, para que Kaname pudiera apreciar mejor el paisaje. A esa hora la carretera estaba casi desolada, y los arboles formaban un túnel natural color ocre.
Hasta ahora su plan funcionaba, le estaba dando una oportunidad al castaño, y aunque no lo admitiría en voz alta, era su forma de disculparse.