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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—¿Le gustaría un poco más de té, señor Sesshomaru? —preguntó Rin levantándose para servir más de aquella infusión—. Es extraño que no haya venido con el señor Jaken. ¿Le pasó algo? ¿Él está bien?

 

Aquellas inocentes cuestiones no fueron contestadas instantáneamente por Sesshomaru y, cuando lo hizo, sólo mencionó que había mandado a Jaken a hacer otra cosa. Eso pareció suficiente respuesta para Rin, así que ella continuó hablándole de diversas cosas y Sesshomaru se mantuvo en silencio, como siempre. Por su parte, Inuyasha permaneció alejado de esa escena lo más que pudo, prácticamente estaba en otra punta de la casa y pensaba que no era suficientemente lejos. ¿Por qué demonios aún no había salido de allí? ¿Qué lo mantenía estancado en ese lugar? Cosas sin sentido.

 

Inuyasha no había mencionado ni una sola palabra y no planeaba hacerlo, porque temía estar al borde de enloquecer si abría la boca. Aunque posiblemente estaba exagerando. Sólo pasó que uno de los bastardos más grandes que conocía, quien era además su hermano y con quien nunca tuvo la mejor de las relaciones, lo había llamado compañero… No, definitivamente sonaba a locura.

 

Hacía un rato que se encontraban ellos solos con la pequeña Rin, Kaede había salido un momento a buscar algunos vegetales para la cena, pero en opinión de Inuyasha ya se había tardado o tal vez estaba volviendo a exagerar. No sabía, ahora ya no estaba seguro de nada. Incluso estaba meditando si toda esa escena que presenciaba no era más que un simple sueño. Eso sonaba como algo más lógico, mucho más que el idiota de Sesshomaru diciendo que eran compañeros.

 

Luego de ser encontrados por Rin, ella les pidió volver a la cabaña y se mostró muy emocionada con la presencia de Sesshomaru, como siempre. Sin embargo, Inuyasha se sentía como la viva antítesis de la emoción. Su cabeza estaba tan turbada que apenas pensó en lo que hacía y sólo siguió a la niña hasta la cabaña, donde allí se encontraban. No había dicho nada en el camino y aún ahora se mantenía callado. Mierda, se sentía como un tonto, ¡pero es que el bastardo era de lo peor! ¿Cómo podía llegar y decirle algo tan… tan…? ¡Lo que sea! ¡No podía!

 

Por un instante, sus ojos cayeron sobre aquel idiota y no pudo evitar apretar los dientes mientras lo veía. ¿Quién se creía que era además? ¿El amo y señor de todo lo existente en el mundo? Aunque si lo pensaba con detenimiento, Sesshomaru siempre había tenido esos aires de soberano absoluto de la Tierra, no debía sorprenderse. Sin embargo, no pudo evitar que su cuerpo diera un respingo cuando los ojos del yōkai se encontraron con los suyos.

 

Inuyasha ya se sintió incapaz de soportar esa situación y se levantó dispuesto a marcharse. No quería verlo ni que le mirara de aquella forma arrogante que tanto le disgustaba, como si quisiera demostrarle que en serio podía leer su mente y sabía exactamente qué pensaba, eso le molestaba enormemente.

 

—¿Inuyasha? —La voz de Rin lo detuvo justo antes que pudiera salir—. ¿A dónde vas?

 

¿Cómo explicarle a esa pequeña que él no disfrutaba la presencia de ese imbécil igual que ella? No podía hacerlo, por más que ganas de decirlo no le faltaban.

 

—Ya vengo —contestó eso que no era más que una mentira y pasó por la esterilla sin intercambiar más palabras.

 

Aunque técnicamente no era una mentira, porque en algún momento iba a volver y de preferencia cuando ese tonto se fuera. Nunca le había agradado mucho su presencia, pero ahora llegaba hasta a irritarlo. Durante la mayor parte de su vida, Sesshomaru sólo le causó inquietud, más que nada por la amenaza que siempre infería sobre sí y eso lo obligaba a estar atento todas las veces que lo veía; pero ahora algo había cambiado. Se sentía molesto, enojado, con unas grandes ganas de partirle la cara y descargar un poco esa frustración que no abandonaba su cuerpo.

 

¿Por qué se dejaba perturbar tanto por ese idiota? Porque justamente él le perturbaba. Desde que era niño, Sesshomaru le causaba esa sensación de desasosiego, pero ya no se trataba sólo de eso y precisamente ese cambio era lo que le molestaba tanto.

 

Apenas dio unos pasos lejos de la cabaña cuando se cruzó con la anciana Kaede. Menos mal que la vio, porque venía tan furioso que la hubiera pasado por encima sin notarlo.

 

—¿Ya te vas, Inuyasha? —mencionó la mujer cargando una cesta con diferentes verduras—. Normalmente lo haces después de la cena. ¿Huyes de algo?

 

Una cosa que lo hacía detestar a esa vieja y a la vez respetarla era que la mujer era astuta. Ella sabía el motivo por el cual se estaba yendo y, posiblemente, fuera la que menos le incomodaba, porque si veía a alguno de los otros tontos iba a arrancarles la cabeza.

 

—No molestes, anciana —contestó de mala forma, como siempre hacía, cruzándose de brazos y mirando hacia otra parte—. No tengo hambre.

 

—¿Ah, sí? —dijo ella con un tono que demostraba que no le creía ni una palabra—. Qué raro viniendo de ti, ¿seguro que no huyes de nada?

 

—No seas ridícula —escupió apretando los dientes y se preguntó por qué aún seguía allí parado—. Eso no te importa.

 

Odiaba admitir que eso era una confirmación inconsciente a la pregunta de la vieja. ¿Estaba huyendo? Probablemente ese sería el término correcto para describir lo que hacía y se molestó consigo mismo por eso. Inuyasha se consideraba como alguien que enfrentaba todos los inconvenientes que se le presentaban sin temor alguno, en ese caso ¿por qué ahora huía?

 

Maldito Sesshomaru y maldito sea el momento en que todo eso pasó.

 

No llegó a dar más de dos zancadas que la voz de la sacerdotisa lo detuvo una vez más.

 

—Huyendo no se resolverá —habló la mujer y él se paró en seco—. El problema seguirá allí y en algún momento tendrás que enfrentarlo.

 

—¡¿Y qué pretendes que haga?! —explotó apretando los puños y volteándose hacia esa sacerdotisa, quien tomaba sus alborotados cuestionamientos y se los tiraba en el rostro para que no pudiera ignorarlos como deseaba—. ¿Que regrese allí y finja que él no me saca de quicio? Ni que estuviera loco.

 

En ese instante, Inuyasha estuvo seguro de su sentencia y la consideró definitiva, pero Kaede lo seguía mirando como si no le creyera. La vieja zorra tenía sus propias ideas e Inuyasha, en vez de disiparlas, sólo le reconfirmaba lo que inevitablemente se notaba: estaba asustado y, ante los ojos de la sacerdotisa, era imposible que lo ocultara.

 

—Yo no pretendo nada ni tampoco te diré qué hacer —aclaró con la intención de reiterar con sus palabras que, pasara lo que pasara, ese asunto no le pertenecía y tampoco le correspondía decidir al respecto; pero aun así le diría lo que pensaba—. Sin embargo, huir no lo resolverá. Esto es algo en lo que tú te metiste y escapar no será sencillo.

 

Las palabras de Kaede le recordaron a las de Myoga de una forma amarga. ¿Por qué todo el mundo insistía en que debía aceptar toda esa situación ridícula o hacer algo al respecto? Algo haría, definitivamente, pero no volvería a acceder y menos para ser la esposa sumisa de su hermano.

 

—Antes de ser la perra de ese idiota prefiero estar muerto —dijo sin ningún cuidado, pero nada de lo que dijera podría inmutar a esa anciana.

 

—Nunca te imaginé siéndolo —asintió Kaede, pero en ese instante miró a Inuyasha de una forma más analítica con un par de ideas cruzándosele por la cabeza—, pero… —continuó hablando sin perder la atención del hanyō—. Si esto sucedió fue porque algo aceptaste. Matrimonio o no. Apareamiento o no. También llevas parte de esta responsabilidad, ¿o no es así?

 

Estuvo a punto de contestar que no, pero guardó silencio. Técnicamente, si lo pensaba bien, no podía negarse. En ningún momento había aceptado nada con Sesshomaru referente a ser compañeros y todo eso, pero sí aceptó eso que hicieron aquella vez. Bien, admitía que se apareó con él, había aceptado eso, pero no significaba que ese acto trajera otras implicaciones consigo ¿o sí? Ese mundo yōkai y sus reglas de mierda ya lo tenían harto.

 

Apretó los puños y sintió las garras rozarle la piel. ¿Qué podía contestarle a la vieja? Reconocer que no tenía nada para decir era le hacía sentir impotente, pero en general toda esa situación que estaba viviendo lo hacía sentir así. No iba a decir en voz alta que accedió, jamás, pero permitir que a raíz de eso Sesshomaru venga a joderlo era algo que no iba a dejar pasar.

 

—No importa qué fue lo que pasó ni si lo acepté o no —dijo mirando fijamente a esa mujer y habló con un tono más serio de lo usual, pero que no ocultaba la gran molestia que le generaba esa situación. Aunque no estaba seguro si eso lo decía para convencer a la mujer o a él mismo—. Lo que realmente interesa aquí es que yo no quiero ver la cara de ese imbécil ni ser su…

 

Algo en su garganta se comprimió antes que pudiera terminar esa frase. Una sensación similar a un cosquilleo le acarició la nuca e Inuyasha divisó que alguien se había parado detrás de la vieja sacerdotisa. Justamente el imbécil que menos ganas tenía de ver. ¿Qué demonios quería ahora? Tal vez ya se iba, mejor en ese caso, que se largara y no regresara de nuevo.

 

Kaede notó el repentino silencio de Inuyasha y allí se dio cuenta que detrás de ella se encontraba aquel yōkai que tanto revuelo estaba causando. Era consciente que el hanyō aún era muy inmaduro para ciertas cuestiones y demasiado terco también, por lo que no le parecía extraño que tuviera estas reacciones en ese momento. A pesar de esto, sabía que, por más que Sesshomaru fuera un despiadado demonio, en ese instante ella fue capaz de ver que el camino que le esperaba con su hermano pequeño no sería sencillo.

 

—Los dejaré solos —dijo la mujer antes de retirarse. En esta conversación no podría aportar nada, era una cuestión que ellos mismos debía resolver.

 

Cuando la vieja desapareció, Inuyasha se preguntó por qué rayos se había quedado y no desapareció también. ¿Tal vez porque sería inútil? Él no le temía a Sesshomaru, sólo aborrecía la situación y al verlo la recordaba inevitablemente. Además, ¿para qué mierda los dejaba solos? Ni que necesitaran intimidad o algo así. Esto era ridículo.

 

El silencio se prolongó un rato más, el cual le pareció eterno y, por costumbre, no bajó la guardia ni un sólo instante, por más que Sesshomaru no parecía tener intenciones de atacarlo.

 

—Si vas a largarte puedes hacerlo tranquilo —cortó aquel tenso ambiente con un comentario mordaz, el cual no ayudó a aminorar la atmósfera para nada— y mejor si no regresas nunca más.

 

A veces, o la mayoría del tiempo en realidad, tenía la sensación que, sin importar cuánto gritase, a Sesshomaru no le importaba nada de lo que decía y una corazonada le indicaba que estaba en lo cierto. Ese imbécil se creía superior a él y siempre sería así, no importa cuántas cosas cambiaran entre ellos.

 

Un suspiro salió de la boca del yōkai mientras cerraba los ojos un instante y los volvía a abrir, como si intentase serenarse en ese momento, cosa que Inuyasha no entendió.

 

—Esto no es algo con lo que esté conforme tampoco —habló tajante e Inuyasha arqueó una ceja al oírlo, como si no acabara de comprender qué había dicho.

 

—¿Y por qué sigues aquí? —inquirió con muchas ansias de recibir una respuesta rápida—. Si no te gusta y a mí tampoco, ¿por qué vienes y dices tanta mierda? Ya acabemos con esto.

 

—Creo haberte dicho que no es algo tan sencillo.

 

—Y yo creo haberte dicho que me importa un carajo —espetó sintiendo que en cualquier momento estallaría, pero no pensaba desistir—. Olvídalo, yo también lo haré. No hay nada por lo que debamos preocuparnos, así que no volvamos a mencionarlo.

 

En un principio, estuvo totalmente seguro que Sesshomaru aceptaría y diría que también se olvidaría de todo, pero esa seguridad comenzó a menguar cuando no obtuvo respuesta. Contrario a esto, su hermano comenzó a acercarse a él otra vez e Inuyasha retrocedió instintivamente.

 

—Antes te dije que todos los actos tienen consecuencias —recordó Sesshomaru llegando frente a él e impidiendo que huya. Apartó la ropa de Inuyasha, lo suficiente para descubrirle el hombro y mostrar esa cantidad de mordeduras y vestigios que le había hecho, los cuales no habían acabado de curarse— y están marcadas en la piel.

 

Cuando sintió ese aire fresco acariciarle causándole un escalofrío, Inuyasha volvió a cubrirse el cuello, pero no se alejó de su hermano, sólo lo miró desconcertado por sus palabras y acciones.

 

—Se curarán —aseguró—. Como cualquier herida.

 

—¿Eso crees?

 

Al oír eso, no pudo evitar tragar saliva y ciertas dudas lo invadieron. Sin embargo, Inuyasha tuvo otra intriga mucho más fuerte y no fue capaz de contenerla. Esta vez, fue él quien se acercó a Sesshomaru y apartó un poco el kimono para examinarle el cuello y se impresionó al descubrir que él también traía marcas de dientes y algunos magullones. Por un segundo, a Inuyasha le costó creer que él había hecho eso e intentó recordar los momentos exactos, pero su memoria estaba plagada de ilícitas imágenes borrosas.

 

Retrocedió un paso aún con el asombro bañándole el rostro y se quedó sin palabras mientras se acordaba de esos momentos que tanto se esforzó por ignorar. Sí, sin duda había aceptado lo que pasó, pero eso no significaba que debía pasar algo más. Sin embargo, algo en su interior le alertaba que esto no se acabaría allí.

 

—Podrán notarse menos con el tiempo, pero hay algo que ya no podemos borrar —dijo Sesshomaru acercándose de nuevo a él e Inuyasha no lo alejó como pensó en un primer momento.

 

Prácticamente dejó de respirar en ese instante que su hermano lo rodeó con un brazo para juntar sus cuerpos y le olfateó el cuello una vez más. Tal vez en otro momento lo habría mandado a la mierda y acabarían peleando, pero en esta ocasión se sintió incapaz. Un estado de adormecimiento le bañó el cuerpo, casi como un hechizo y en un principio creyó eso, pero se dio cuenta que no era más que el yōki de su hermano envolviéndolo. Era una sensación familiar, esa misma comodidad que sintió cuando Sesshomaru le cuidó al tener fiebre, era como eso y a la vez levemente diferente. Se sentía bien, tranquilo y casi como si fuese a caer dormido en cualquier momento producto de esa relajación, pero eso sólo era una ilusión de su mente delirante.

 

Permaneció quieto, dejando que ese suave y agradable calor le rodease un poco más. Ese mismo calor que le relajaba hasta el punto de transformarse en un cachorro en los brazos de su hermano. ¿Cómo era esto posible? No sabía, algo le daba esta sensación de tranquilidad. Sesshomaru se le daba, pero estaba tan confundido que era incapaz de admitirlo.

 

—¿Lo entiendes ahora? —mencionó Sesshomaru apartándose de él.

 

No, claro que no entendía nada, pero estaba seguro que algo extraño estaba pasando. No era capaz de explicárselo, pero sí podía percibirlo. Entre ellos algo había cambiado, por más que no pudiera darle nombre.

 

—Sin embargo, no tenemos que estar todo el tiempo juntos —continuó hablando el yōkai—. La situación me complace tan poco como a ti, pero, por más que seamos compañeros, no es necesario que estemos juntos en todo momento y yo tampoco deseo quedarme aquí.

 

Inuyasha guardó silencio mientras veía a su hermano voltearse para comenzar a retirarse. ¿Qué mierda acababa de decirle? A pesar del letargo en el que aún se encontraba, escuchó perfectamente qué le dijo.

 

—¿Qué? —espetó fuerte provocando que Sesshomaru se detenga—. ¿Es así? ¿Vienes, me dices lo que quieres y tengo que aceptarlo? No soy tu jodida perra sumisa.

 

Toda la tranquilidad que había sentido hace un momento se fue al carajo en un segundo, aunque no le extrañaba recibir algo bueno y luego mierda de ese idiota, siempre había sido así.

 

—Me he esforzado por evitarlo, pero ni siquiera yo, Sesshomaru, soy capaz de ir en contra de ciertas cosas que están pactadas incluso antes del origen de la vida misma —mencionó a modo de reflexión, recordando varios sucesos en su vida, pero ese no era el momento para comentárselo a su hermano menor.

 

Inuyasha, por su parte, no entendió ni una sola palabra de lo que dijo, pero eso sólo sirvió para enojarlo más. ¿Qué era todo esto? ¿Planeaba distraerlo para que aceptara su papel de perrita sumisa que espera por su alfa? Antes muerto, o mejor aún, él lo mataría.

 

En ese instante, una vieja reminiscencia invadió su cuerpo y su mano acarició la empuñadura de Tessaiga. ¿No era para eso que vivían? Sesshomaru una vez se lo dijo, que ellos acabarían matándose el uno al otro. Entonces, ¿por qué eso debía cambiar ahora? No, no tenía por qué ser así.

 

Una sonrisa feroz se asomó en su rostro ante la solución innegable y se puso a correr para alcanzar a su hermano, quien ya había desaparecido en el bosque. Esto acabaría aquí ahora y esos sucesos no se convertirían más que en manchas de sangre que teñirían el filo de su espada.

Notas finales:

Ahora Inuyasha es el atrevido(?) Pobre, aún está procesando lo que pasó. Hay que tener paciencia, ya lo va a amar a Sesshomaru(?)

En el próximo capítulo posiblemente haya una escena sexy. Sólo eso diré.

Hasta la semana que viene.

Saludos~


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