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Haciendo irlandesitos. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Dóchas

(dójas)

esperanza

 

La bebida les alcanzo a los vikingos para celebrar esa noche y a Gwaine para aplazar su dolor. Volvio a la vida con los toques cariñosos de una mano de turra.

-Mo chuistle… - la cogio cariñosamente entre sus manos y hundio la nariz en ella.

Pero el aroma que inundo sus pulmones no era el de lo que agitaba su corazón. Recordo todo de golpe y abrió los ojos, decepcionado.

-Will. – le dijo con ternura, poniéndose de pie algo avergonzado por el sonrojo de la turra - ¿Dónde están Burton y Wilde?

–En el granero… - el sonrojo se hizo aun mayor.

– Me lo imagino… ¿Dónde esta Juha Pekka?

-Bañandose.

Gwaine se olio las axilas como el rey pirata.

-No me vendría mal. – y luego - ¡¿En la bañera de Domhnall?!

-No, en los acantilados. El y otros vikingos se suicidaron en la mañana, es decir, parecía que lo harian.

-Trata de despertarlos, ¿si? “Trollhammarem”, gritado como si fueras el capitán Aubrey, los hace saltar de la cama. – dijo, pateando suavemente el brazo de uno para poder apoyar el pie ahí y salir.

Brendan, que ya había escuchado que esa turra viejona que se había dormido a los pies de Gwaine como un gato era su concubina, lo saludo con un balde de agua fría.

-Ahora estas presentable. Ven, necesito decirte algo…

Pero justo en aquel momento el rey pirata se le colgó del cuello.

-Oye – le toco el pecho con su copa vacia - ¿Dónde hay mas alcohol?

Miro a su suegro.

-Se han bebido hasta el de consagrar.

-¿En Kenmare? – sugirió Brian, que se ceñia la ultima pistola al cinto.

-¡A Kenmare! – aullo el rey pirata, y sus seguidores, a los que había conquistado con sus habilidades diplomáticas, lo corearon.

-Oye no, espera… - intento Gwaine, pero Rollo, líder de la expedición, abrazo a la turra lascivamente contra su cuerpo y dijo:

-¡A Kenmare! Hace mucho que no tomamos Kenmare.

-Gloriosa expedición, la nuestra. – dijo Juha Pekka, conmovido, perennemente, en apariencia, por el brazo en cabestrillo. – Tortuga, Moher, Kenmare, y…

-Sintra. – lo ayudo Gwaine.

-… Sintra!

Mary le dio un garrotazo en la nuca.

-A tomar por culo se van, pero no sin antes pagar la cuenta.

Rollo la alzo por la cintura y trato de darle un beso, pero recibió un garrotazo en los labios.

-Asi me gustan. – escupio Rollo la sangre, mirándolo con ganas. - ¿Cuánto por la bebida?! – grito para que le hicieran ruidos de animo de fondo los vikingos.

-Seiscientas libras.

-¡Traigan el cofrecito! – lo hecho a sus pies, con lo que botaron fuera monedas de oro- ¿Y cuanto por un beso? – volvió a agarrarselo como Rodolfo Valentino.

Mary se llevo la mano a la barbilla e hizo gesto de pensárselo.

-¡Mary! – la reprendio su esposo.

-¿Qué? El negocio es el negocio.

Pero Brendan la aparto interponiendo su fornida humanidad, con la barriga por delante.

-¡Ahora compañeros – animo Juha Pekka, para que se entararan los que venían desperazandose – raudos y veloces a robarnos al doncel!

Aquello era algo que hubiera convencido al mas reacio vikingo.

-De hecho – apunto Gwaine – si dejaramos el tesoro encargado con mis suegros, viajaríamos mas raudos y veloces al ir mas ligeros.

-¡Dejemoslo! – gritaron los vikingos, pero el rey pirata se abrazo a otro cofrecito como si fuera su niño de pecho. - ¡Y tambien los cañones! – gritaron otros, emocionados con aventar cosas por la borda, aunque fuera a las lanchas.

-¡No, los cañones no, los necesitamos! – dijo la turra inglesa.

 

***

 

Vinny entro intempestivamente en su despacho. Casi se fue para atrás, en su silla reclinable, puesto que no lo esperaba.

-Mi amor… - comenzó.

-Ya se que maltrataste a Domhnall – le dijo con su voz de italiana mandona – y ya estaba harto de la Surprise: es una locura que un almirante comande una fragata: no había espacio ni para el moises de Enzo.

Le mostro su nuevo, flamante bebe.

-Mi amor, es precioso.

Lo era, sonrosadito y dormido, con pelusilla castaña en su cabezita fragante.

Pacino lo recibió en brazos, temeroso, y luego miro a Vinny.

-No deberías pararte tan pronto…

-Stephen dice que estoy bien.

El doctor Maturin le había dado el visto bueno; incluso, había estado presente en su alumbramiento. De cuerpo, mientras que su asistente, el doctor Jacob, atendia el parto por demás rutinario, que llenaba de temor a los tripulantes de la fragata del marido del primo de Pacino.

-Si Stephen lo dice es porque asi es… Aun asi, no quisiera que te exaltes.

-¿Cómo no me voy a exaltar, si maltratas a una pobre turra embarazada?

-Domhnall esta bien, lo mismo que el bebe.

Vinny lo miro feo por dos segundos mas.

-Mas te vale que asi sea. – dijo, retomando a su mas reciente retoño.

-Solo trataba de que fuera mas… dócil, como al principio.

-Al principio te tenia miedo. ¿Quieres que te tenga miedo?

Un brillo en los ojos de Pacino. Ojos que Vinny sabia leer muy bien.

-No todas pueden ser lesbianas, tio. – le acaricio la mano.

-Domhnall si. – se emberrincho – Su seme esta muerto. Si quieres que tenga mas bebes, tu marido puede servirle.

-¡Y asi sus bebes serian hermanitos de verdad con los nuestros! - se emociono Vinny – Si, eso era lo que había pensado.

Duval estaria de acuerdo, y, si no estuviera, a nadie le importaría.

-Pero había que hacerlo con paciencia – seguía acariciándole la mano – porque el estaba enamorado, tal vez lo este para siempre, pero podríamos haberlo convencido de… participar en nuestro cariño.

-¿Tanto asi te gusta?

-Lo quiero…

En oir esas palabras Pacino se puso celoso. Mas al ver la carita tan hermosa con que las decía, mirando a lo lejos.

Nunca creyo que el vinculo que generaría de madre a madre fuera tan fuerte, y detestaba cometer errores.

-Solo tu puedes elegir en que placeres participar.

-¿Quién se caso con el?

Vinny si se había sentido un poquito celoso, de verdad. El, que no había tenido el velo ni el vestido, ni la caminata al final de la cual Pacino lo esperaba.

-Tuve que hacerlo. – ahora era Pacino quien le acariciaba las manos.

Vinny lo jalo y Pacino hizo todo el exfuerzo para pasar sobre el escritorio. Con el brazo libre, Vinny rodeo su cabeza, apretándola contra su pecho.

-Odio tanto que no podamos estar juntos.

-Lo estamos cariño, lo estamos.

Vinny negaba con la cabeza. Cuando las lagrimas se aplacaron solto a su tio, se saco graciosamente del pecho un pañuelo para enjugarse, arrullo a su bebe, le dio un par de besos y le dijo:

-Ire a presentarle a Enzo.

 

*

 

Voreno vio a la domina avanzar al frente de un banquete que le hubiera hecho agua la boca a un santo. Olia tan delicioso como se veía, y, plato tras plato, entraban en la habitación donde la atónita irlandesa había estado recluida.

-¡Dommy! – le dio dos besos al tiempo que le ponía al bebe entre los brazos– Mira a Enzo.

-¡Es precioso! – exclamo genuinamente conmovido Domhnall – Pero, ¿no es muy pequeño?

-Caro, si los bebes fuera del tamaño de la panza, no saldrían.  Vinny tomo asiento. – Huele su cabecita; te volveras adicto.

Como el doctor Maturin al láudano.

-Es delicioso. – salivo al aspirar profundamente.

-Como estos pasteles de pera con frambuesa. Come, come. – el ya estaba entrándole a uno.

Recibio al bebe con habilidad para dejar a Dom comer a dos manos.

Los pasteles, galletas y delicatesen dulces estaban deliciosos. La predilección que Domhnall sentía por lo dulce le parecía una señal de que seria turra, su bebe. Asi le había pasado a el. Dulce con las turritas y salado con el varoncito.

Se hartaron de manjares. Le dio la cunita plegable que el capitán Pullings, madre, le había hecho cuando supo que tendría un bebe.

-… y hubiera vuelto antes, pero ya veras como es mi tio de preocupon: cuando uno tiene un bebe, se pone blanco y hasta quiere sacar el libro de Romain du Draguan para hacer pacto con el diablo por la salud de uno.

Dom se estremecio: no creía que Pacino necesitara hacer pacto con nadie.

-Lo importante es que tu y el bebe están bien.

-Si. El primero es el difícil – beso al cuarto – los demás salen como agua. Veras que te va a gustar mucho tenerlos.

Como siempre, una sombra paso sobre su rostro. Claro que quería tenerlos, pero con quien amaba. El, que podía.

-Dom, se que mi tio fue rudo contigo. Lo siento. El no es asi, te lo garantizo, estaba preocupado, y odia no ver cumplidos sus caprichos, especialmente los sexuales.

Domhnall estaba rojo como un tomate. Pensando en escapar, solo sentía culpa con respecto a Vinny.

-¿No te gustan ni un poquito las turras?

Le acariciaba la mano y el casi se atragantaba.

-No es eso. – trago saliva. Le costaba mucho decírselo. A Vinny – Pero cuando me reuna con Gwaine… eso es algo que solo quiero tener con el, y el conmigo…

Vinny lo veía dolido, pero compasivo.

-¿Y si no se reúnen en este mundo? ¿Vas a desperdiciar tu vida? Querras tener mas bebes, te lo garantizo, y la soledad… se hace larga.

Domhnall volvió a bajar la mirada, pero por otro motivo. Vinny tampoco creía que Gwaine estaba vivo. Solo el estaba seguro de que se encontrarían y serian felices juntos.

Vinny buscaba darle un besito. Se lo acepto. Pero solo uno, suavemente.

-Ya veremos. – respondio – Mas besos han dado las olas a los riscos, sin lograr que se les acerquen. – termino, con la frase típica de Kerry.

 

 

Los semes son mas llorones que las turras, y prueba de ello es que Gwaine llevaba peor que Domhnall la perspectiva de ya no verlo. Sufria, mientras avanzaban partiendo desconocidas aguas, en una dirección que Wilde señalaba firme desde la cofa del trinquete.

De verlo había tenido poco, bien poco, se lamentaba de su suerte. Ver las paredes de su casa, que ya no lo encerraban, lo había llenado de tanto pesar como de gozo verlas cuando todavía estaba.

Su novio, su amado novio, su hermoso novio. Desesperaba de reposar la mirada sobre su rostro otra vez, y aun, cuando creía que descansaría su alma en presencia del amado, de nuevo, le dolia que ya no pudieran casarse. Ser uno, con la bendición de Dios.

A Dios, a Patricio, a Brigid: a todos pedia que los reunieran pronto, que estuviera bien. Que lo del embarazo, que se empecinaba en creer no había oído bien, fuera falso, porque un bebe era lo que Domhnall y el tenían que tener, entre los dos, de ambos. Les pedia resignación, para quererlo, si era verdad.

Despues de todo, ¿Por qué no habría de quererlo? Era un bebe de Dom.

Sufria al imaginar lo que el habría sufrido, casandose con otro, creyendo que no lo volveria a ver. Creyendolo muerto, quizá.

Habia querido darle alegría, una sorpresa, y en vez le había causado mucho pesar. Y problemas. Y a sus suegros tambien, a Brian, que miraba el horizonte como el.  A su madre, si se había enterado.

A todos pediría perdón, y no mas aventuras. El, que había deseado una ultima, ahora desearía no estar enfrascado en esta, de veras la ultima, esperaba. Una después de la ultima, una imprevista, indeseada. Ojala Domhnall estuviera bien. Ojala pudiera tenerlo ya en sus brazos.

 

Continuara...

 

Notas finales:

Soy de la vieja escuela aquilina de fe, esperanza y caridad sustentando el amor, aunque con mejores justificaciones y aplicaciones practicas quel aquinate.

Queria compartir con ustedes uno de mis cuentos favoritos del Decameron, uno que me ha inspirado mucho con el amor de Gwaine hacia Domhnall, principalmente, y creo que este es el momento oportuno para hacerlo.

Ojala lo disfruten, pero si no quieren leerlo no pasa nada.

 

Jornada quinta, cuento sexto.

 

Gian de Prócida, hallado con una joven amada por él y regalada al rey Federico, para ser quemado con ella es atado a un palo, reconocido por Ruggier de Loria, se salva y la toma por mujer.

 

Terminada la historia de Neifile, que mucho había gustado a las damas, mandó la reina a Pampínea que se dispusiese a contar alguna; la cual, prestamente, levantando el claro rostro, comenzó:

 

- Grandísimas fuerzas, amables señoras, son las de Amor, y a grandes fatigas y a exorbitantes peligros exponen a los amantes, como por muchas cosas contadas hoy y otras veces, puede comprenderse; pero no dejo de querer probarlo de nuevo con la osadía de un joven enamorado.

 

Ischia es una isla muy cercana a Nápoles, en la que antiguamente hubo una jovencita entre las otras hermosa y muy alegre cuyo nombre fue Restituta, e hija de un hombre noble de la isla que Marín Bólgaro tenía por nombre; la cual, a un mozuelo que de una islita cercana a Ischia era, llamada Prócida, y por nombre tenía Gianni, amaba más que a su vida, y ella a él. El cual, no ya el día venía a pasar a Ischia para verla, sino que muchas veces de noche, no habiendo encontrado barca, desde Prócida a Ischia nadando había ido, para poder ver, si otra cosa no podía, al menos las paredes de su casa. Y durante estos amores tan ardientes sucedió que, estando la joven un día de verano sola junto al mar, yendo de roca en roca desprendiendo de las piedras conchas marinas con un cuchillito, se halló en un lugar oculto por los escollos donde, tanto por la sombra como por la comodidad de una fuente de agua fresquísima que allí había, se habían detenido con su fragata algunos jóvenes sicilianos, que de Nápoles venían. Los cuales, habiendo visto a la hermosísima joven que todavía no los veía, y viéndoia sola, decidieron entre sí cogerla y llevársela; y a la decisión siguió el acto.

 

Ellos, por mucho que ella gritara, cogiéndola, la subieron a la barca y se fueron; y llegados a Calabria empezaron a discutir de quién debía ser la joven y, en resumen, todos la querían, por lo que no hallando acuerdo entre ellos, temiendo llegar a las manos y por ella arruinar sus asuntos, llegaron al acuerdo de regalarla al rey Federico de Sicilia, que entonces era joven y con cosas semejantes se entretenía; y llegados a Palermo lo hicieron así. El rey, viéndola hermosa, le gustó; pero porque se sentía flojo de salud, hasta que se sintiese más fuerte, mandó que fuese tenida en ciertos edificios bellísimos de un jardín suyo al que llamaba La Cuba y allí servida; y así se hizo.

 

El alboroto por el rapto de la joven fue grande en lschia, y lo que más les dolía es que no podían saber quiénes habían sido los que la habían raptado. Pero Gianni, a quien más que a los demás importaba, no esperando poder averiguarlo en Ischia, sabiendo de qué lado se había ido la fragata, haciendo armar una, subió a ella y lo más pronto que pudo, recorrida toda la costa desde el Minerva hasta el Scalea en Calabria, y por todas partes preguntando por la joven, le dijeron en Scalea que había sido llevada por los marinos sicilianos a Palermo; con lo que Gianni, lo antes que pudo se hizo llevar allí, y luego de mucho buscar, encontrando que la joven había sido regalada al rey y por él estaba vigilada en La Cuba, se enfureció mucho y perdió la esperanza, no ya de poder tenerla sino de verla tan sólo.

 

Pero, retenido por el amor, despidiendo la fragata, viendo que por nadie era conocido, allí se quedó, y frecuentemente pasando por La Cuba llegó a verla un día a una ventana, y ella lo vio a él; con lo que los dos grande contento tuvieron. Y viendo Gianni que el lugar era solitario, acercándose como pudo, le habló e, informado por ella de lo que tenía que hacer si quería hablarle más de cerca, se fue, habiendo primero considerado en todos sus detalles la disposición del lugar, y esperando la noche, y dejando pasar buena parte de ella, allá se volvió, y sujetándose a sitios donde no habrían podido hincarse picos en el jardín entró, y encontrando en él una pértiga, a la ventana que le había enseñado la joven la apoyó, y por ella con bastante facilidad subió.

 

La joven, pareciéndole que ya había perdido el honor por cuya protección algo arisca había sido con él en el pasado, pensando que a ninguna otra persona más dignamente que a él podía entregarse y pensando en poder inducirlo a sacarla de allí, había decidido complacerle en todos sus deseos, y por ello había dejado la ventana abierta, para que él rápidamente pudiese entrar dentro. Encontrándola, pues, Gianni abierta, silenciosamente entró y se acostó junto a la joven que no dormía. La cual, antes de pasar a otra cosa, le manifestó toda su intención, rogándole sumamente que la sacase de allí y la llevase con él; y Gianni le dijo que nada le agradaría tanto como aquello y que, sin falta, cuando se separase de ella, de tal manera ordenaría las cosas que la primera vez que volviese allí se la llevaría. Y después de esto, abrazándose con grandísimo placer, gozaron de aquel deleite más allá del cual ninguno mayor puede conceder Amor; y luego de que lo hubieron reiterado muchas veces, sin darse cuenta se quedaron dormidos uno en los brazos del otro.

 

El rey, a quien ella había gustado mucho a primera vista, acordándose de ella, sintiéndose bien de salud, aunque estaba ya cercano el día, deliberó ir a estar un rato con ella; y con algunos de sus servidores, calladamente, se fue a La Cuba, y entrando en los edificios, haciendo abrir sin ruido la alcoba donde sabía que dormía la joven, en ella con un gran candelabro encendido por delante entró; y mirando la cama, a ella ya Gianni, desnudos y abrazados, vio que estaban durmiendo.

 

De lo que de súbito se enojó ferozmente y montó en tan grande ira, sin decir palabra, que poco faltó para que allí, con un puñal que llevaba al cinto, los matase; luego, juzgando cosa vilísima que cualquier hombre, y no ya un rey, matase a dos personas desnudas que dormían, se detuvo, y pensó hacerlos morir en público y quemados. Y volviéndose al solo compañero que tenía consigo, dijo:

 

- ¿Qué te parece esta mala mujer en quien había puesto mi esperanza?

 

Y luego le preguntó si conocía al joven que tanta audacia había tenido que había venido a su casa a causarle tan gran ultraje y disgusto. Aquel a quien preguntado había contestó que no se acordaba de haberlo visto nunca. Se fue el rey, pues, airado, de la alcoba y mandó que los dos amantes, desnudos como estaban, fuesen apresados y atados, y al hacerse día claro los llevasen a Palermo y en la plaza, atados a un poste con la espalda de uno vuelta contra la del otro y hasta la hora de tercia fueran tenidos, para que pudiesen ser vistos por todos y luego fuesen quemados como lo habían merecido; y dicho esto se volvió a Palermo a su cámara muy ceñudo.

 

Partido el rey, súbitamente muchos se arrojaron sobre los dos amantes y no solamente los despertaron sino que prestamente sin ninguna piedad los cogieron y los ataron; lo que viendo los dos jóvenes, si se dolieron y temieron por sus vidas y lloraron y se quejaron, puede estar bastante claro. Fueron, según el mandato del rey, llevados a Palermo y atados a un palo en la plaza, y delante de sus ojos se preparó la leña y el fuego para prenderla a la hora mandada por el rey. Allí rápidamente todos los palermitanos, hombres y mujeres, corrieron a ver a los dos amantes; los hombres todos venían a mirar a la joven, y lo hermosa que era por todas partes y lo bien hecha alababan, como las mujeres, que a mirar al joven corrían, a él por otra parte elogiaban por ser hermoso y sumamente bien formado. Pero los desventurados amantes, avergonzándose mucho ambos, estaban con la cabeza baja y llorando su infortunio, de hora en hora, esperando la cruel muerte por el fuego.

 

Y mientras así hasta la hora fijada eran tenidos, pregonándose por todas partes la falta cometida por ellos y llegando a los oídos de Ruggier de Lona, hombre de inestimable valor y entonces almirante del rey, para verlos se fue hacia el lugar donde estaban atados y llegado allí, primero miró a la joven y la alabó de su hermosura, y después viniendo a mirar al joven, sin demasiado trabajo lo reconoció; y acercándose más a él, le preguntó si era Gianni de Prócida.

 

Gianni, alzando el rostro y reconociendo al almirante, repuso:

 

- Señor mío, bien fui aquel por quien preguntáis, pero estoy a punto de dejar de serlo.

 

Le preguntó entonces el almirante que qué le había llevado a aquello; al cual Gianni repuso:

 

- Amor y la ira del rey.

 

Hízose el almirante explicar más la historia, y habiendo oído todo cómo había sucedido, y queriendo irse, lo llamó Gianni y le dijo:

 

- ¡Ah, señor mío! Si puede ser, alcanzadme una gracia de quien así me hace estar.

 

Ruggeri le pregunto que cuál.

 

Gianni le dijo:

 

- Veo que debo, y muy pronto, morir; quiero, pues, de gracia, que, como estoy con esta joven, a quien más que a mi vida he amado, y ella a mí, dándole la espalda, y ella a mí, que nos pongan dándonos la cara, para que al verla mientras esté muriendo pueda irme consolado.

 

Ruggier, sonriendo, dijo:

 

- Con gusto haré que la veas tanto todavía que de verla llegues a hartarte.

 

Y separándose de él, mandó a aquellos a quienes había sido ordenado poner aquello en ejecución que sin otro mandato del rey no debían hacer más de lo que habían hecho; y sin demora se fue al rey, al cual, aunque le viese airado, no dejó de decirle lo que pensaba, y le dijo:

 

- Rey, ¿en qué te han ofendido los dos jóvenes que allí arriba, en la plaza, has mandado que sean quemados?

 

El rey se lo dijo.

 

Continuó Ruggier:

 

- La falta que han cometidó lo merece, pero no de ti; y como las faltas merecen castigo, así los beneficios merecen recompensa, además de la gracia y la misericordia. ¿Sabes quiénes son esos a quienes quieres que quemen?

 

El rey repuso que no.

 

Dijo entonces Ruggier:

 

- Y yo quiero que lo sepas para que veas cuán indiscretamente te abandonas a los impulsos de la ira. El joven es hijo de Landolfo de Prócida, hermano carnal de micer Gian de Prócida por obra de quien eres rey y señor de esta isla; la joven es hija de Marín Bólgaro, cuyo poder hace hoy que tu señorío no sea arrojado de Sicilia. Son, además de esto, jóvenes que largamente se han amado y empujados por el amor y no por el deseo de desafiar tu señoría, este pecado, si se puede llamar pecado al que por amor hacen los jóvenes, han cometido. Por lo que ¿cómo quieres hacerlos morir cuando con grandísimos placeres y presentes deberías honrarlos?

 

El rey, oyendo esto y cerciorándose de que Ruggier decía verdad, no solamente no procedió a hacer lo peor contra ellos sino que se arrepintió de lo que había hecho, por lo que insufacto mandó que los dos jóvenes fuesen desatados de la estaca y llevados ante él; y así se hizo. Y habiendo conocido enteramente su condición pensó que con honores y con dones tenía que como pensar la injuria; y haciéndolos vestir honorablemente, viendo que era de mutuo consentimiento, a Gianni y a la joven hizo casarse, y haciéndoles magníficos presentes, contentos los mandó a su casa, donde, recibidos con grandísima fiesta, largamente en placer y en gozo vivieron juntos.

 


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