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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—¿Crees que sea buena idea ir hoy? —indagó Sango a su esposo sin dejar de caminar.

 

—Tarde o temprano se terminará sabiendo —contestó el monje—. Y debemos aprovechar el tiempo que Kohaku esté aquí antes que vuelva a marcharse.

 

—Lo sé, pero… —Sacudió la cabeza sin acabar su frase, queriendo alejar las ideas raras que se le venían a la cabeza.

 

Sango no lo diría, pero estaba preocupada. En realidad, todos lo estaban. Desde que Inuyasha regresó lo estaban para ser honestos. Realmente nadie se había esperado verlo llegando de la nada y, por más que preguntaron qué ocurrió, el hanyō dijo que no era nada que les importe. Sin embargo, sí les importaba y no necesitaban de ninguna magia o intuición especial para saber que las cosas con Sesshomaru no habían resultado, el mismo Inuyasha lo demostraba con su actitud. A pesar de eso, presentían que algo no andaba bien, pero sabían que no obtendrían ninguna respuesta preguntándole a su terco amigo.

 

Rin se sintió muy decepcionada, Shippo dijo que era obvio que no se llevaran bien, Miroku opinó que eran cosas de pareja y Sango no se sintió conforme con ninguna de esas opciones. Era difícil no darse cuenta que a Inuyasha le ocurría algo. Estaba más distante, gritaba un poco menos y se sumergía mucho en sus pensamientos. Casi les trajo reminiscencias de cuando el hanyō esperaba a Kagome las veces que ésta regresaba a su mundo. Inuyasha se sumía tanto en su impaciencia que solía aislarse y quedarse dentro de su cabeza, hasta que no lo soportaba más e iba por ella. En esta ocasión, el silencio no estaba marcado por la impaciencia, sino por un deje de soledad y eso les resultaba preocupante.

 

Por más impensado que fuera, quizá Inuyasha en verdad le había tomado cariño a Sesshomaru o tuvo esperanzas en eso que estaban construyendo. A pesar que gritó tanto en contra, tal vez finalmente acabó creyendo que no era tan malo y algo los apartó. Ninguno era capaz de imaginarse eso, ni siquiera podían creer en la teoría de Inuyasha queriendo, aunque sea un poco, a Sesshomaru. Era raro y casi imposible, pero ¿qué más podía ser?

 

Luego de una caminata junto a sus hijas llegaron a la casa de la anciana Kaede, donde encontraron a Kohaku con Rin y la sacerdotisa iba a preparar un almuerzo al cual los invitó. El momento se desarrolló muy ameno y todos rieron cuando las pequeñas gemelas tiraron de Shippo, peleándose por jugar con él, hasta que Miroku fue a rescatarlo.

 

El último en unirse fue Inuyasha y todos lo observaron con cuidado, pero nadie dijo nada, aunque el mismo hanyō parecía no prestarles mucha atención. Llevaba un par de semanas desde que regresó y estaba intentando adaptarse a su vida en la aldea, por lo que todos estuvieron dispuesto a ayudar en eso. Se comportaron como siempre, fingiendo que nada había ocurrido, pero no era fácil. Sobre todo con un Inuyasha tan distraído.

 

—Hermana —la llamó repentinamente Kohaku cuando ya el almuerzo había pasado y tomaban un té—. Dijiste que querías contar algo.

 

Una suave risa se escapó de la exterminadora y miró con complicidad a su marido, quien ya sabía qué quería decir. Todos miraron a la pareja muy expectantes.

 

—Bueno… —comenzó Sango sonriendo con suavidad—. Se trata de algo que confirmamos con Kaede —Levantó la vista hacia la sacerdotisa, quien asintió con la cabeza sabiendo qué diría también, y las niñas se acercaron curiosas a su madre—. Vamos a tener otro bebé.

 

Al decir eso, recibió una exclamación de sorpresa por parte de todos, pero al instante se mostraron felices. Sus niñas eran pequeñas, no esperaba tener otro hijo tan pronto, pero desde hace algún tiempo venía sintiéndose mal y, tras una charla con la señora Kaede, confirmó lo que sospechaba. Tendrían su tercer hijo y era algo que les generó mucha alegría.

 

—¡Eso es muy bueno! —comentó Rin muy emocionada—. Estoy muy contenta por ustedes. ¿Nacerá pronto? No creo porque aún no se nota, pero espero que el tiempo pase rápido. ¡Seguro será muy lindo!

 

—Por supuesto, será hijo mío —comentó el monje con orgullo y su esposa rodó los ojos, consciente que ese tonto nunca cambiaría.

 

—Felicidades, hermana —asintió Kohaku con una sonrisa sincera.

 

—¡Tendremos un hermano! —dijeron asombradas las niñas.

 

—Así es —mencionó su madre—. Y tendrán que cuidarlo mucho, nada de tirar de él como hacen con Shippo.

 

—Espero que no sea como ellas… —murmuró el zorro con un escalofrío. Ya era difícil soportar a dos niñas, ahora que sabía que vendría un bebé nuevo temía por su vida—. Tal vez emprenda un nuevo viaje.

 

Todos rieron por las ocurrencias del pequeño, pero hubo alguien que no rió. La misma persona que estuvo bastante callada durante todo ese tiempo. No esperaban que dijera nada en realidad, pero Inuyasha solía hacer un comentario o tirar alguna palabra soez, ahora ni siquiera eso.

 

—¿Inuyasha? —preguntó Sango llamando la atención del distraído hanyō, quien sacudió levemente la cabeza y la miró como si no entendiera qué pasaba—. ¿Ocurre algo?

 

Es pregunta llamó la atención de todos y clavaron sus ojos en él, impacientes porque contestara. Era difícil hablar últimamente con Inuyasha, después de todo lo que pasó con Sesshomaru y la intriga que causaba su regreso repentino.

 

—¿Eh? No —espetó él arqueando una ceja y tomó su posición habitual—. Felicidades, creo… Y no pienso cuidarles otro de esos monstruos.

 

Esa advertencia causó gracia en la mayoría, porque era un comentario que hubieran esperado de Inuyasha, pero no todos se rieron. Había algo raro y la única que parecía no dejar de pensar en eso era la misma Sango. Por su cabeza daban vueltas bastantes cosas y no podía evitar sentirse preocupada por Inuyasha. Eran amigos, familia en realidad, y para ella el hanyō significaba mucho. Por lo que no podía dejar pasar esta situación. Era consciente que Inuyasha no quería contar nada o dar explicaciones, pero resultaba evidente que se sentía perturbado.

 

La forma en la que él actuaba no era normal, sobre todo esa no-reacción que tuvo cuando ella comentó lo de su embarazo. En ese momento, Sango tuvo una idea que no se atrevió a comentar. Tal vez fuese su intuición o la misma sensibilidad que le provocaba su estado, pero tuvo la sensación que Inuyasha no le agradó la noticia. Quizá no al punto de provocarle disgusto, sino otro tipo de emoción que ella no se atrevía a describir.

 

Pasado un rato, observó cómo su amigo se levantaba para retirarse y no pudo evitar compartir una mirada con Miroku. Él solía entender muy bien las cosas que pensaba, algo que la hacía sentirse más enamorada, sin importar todo lo que la hiciera rabiar.

 

—Creo que iré —le dijo a él solamente y éste asintió. Ya ninguno de los dos podía soportar más este asunto.

 

—¿Necesitas apoyo? —preguntó Miroku y su mujer negó con la cabeza.

 

—No, tú quédate con las niñas —mencionó con una sonrisa y su esposo suspiró resignado—. Saldré a tomar un poco de aire, volveré en un momento.

 

Luego de decir aquella pequeña excusa a todos, salió de la casa de la sacerdotisa para buscar al hanyō. Hablar con Inuyasha no era algo fácil, pero alguien debía hacerlo. Por más cerrado que fuese, era obvio que necesitaba hablar. Intentaron darle su espacio y no abordarlo tan deprisa, pero sabían que ya ese asunto no podía esperar más. Tanto Sango como Miroku eran consciente que, apenas llegó a la aldea, Inuyasha no hablaría de nada y era inútil intentar que lo haga. Le dieron su espacio, tiempo para que pensara solo y volviera adaptarse, pero ya sabían que no se podía esperar más. Aunque Inuyasha no pidiera hablar con nadie de sus problemas, ellos sabían que lo necesitaba, porque todo el mundo debía tener un momento donde desahogarse y él parecía necesitarlo.

 

Después de caminar un rato lo encontró sentado en la rama de un árbol. La exterminadora miró hacia arriba, observando al hanyō contemplar el bosque y la nada misma. Ella se cruzó los brazos y suspiró, dándose fuerzas porque esto no sería sencillo.

 

—Inuyasha —lo llamó porque él parecía dispuesto a ignorarla—. ¿Puedes bajar un momento?

 

—¿Qué quieres, Sango? —dijo mirándola con fastidio y ella sólo le sonrió.

 

—Hablar un poco —contestó con tranquilidad—. Hace mucho que no lo hacemos.

 

—Creo que tienes a un monje idiota y una manada entera para hablar —Volvió a su misma posición, dispuesto a seguir ignorándola hasta que se fuera, pero ella no parecía querer hacerlo.

 

—Pero yo quiero hablar contigo —insistió sin perder el ánimo. Una de las cosas que había aprendido con su marido e hijas fue trabajar la paciencia y se sentía orgullosa de decir que había progresado—. Bien, si no quieres bajar podemos hablar así —mencionó sentándose a los pies del árbol—. Me quedaré aquí.

 

El hanyō rodó los ojos ante la terquedad de esa mujer y el recuerdo de Kagome apareció inesperadamente en su cabeza. Seguro aquella chica habría usado su palabra mágica para hacerlo bajar y que estuviera a su lado. Ese recuerdo parecía tan lejano e Inuyasha se sorprendió al darse cuenta que hacía un largo tiempo que no pensaba en ella y eso lo sorprendió.

 

No pasó un largo rato hasta que Inuyasha bajó del árbol y se sentó junto a Sango, quien sonrió satisfecha porque él hubiera decidido acercarse. Eso la hacía pensar que tenía razón al pensar que debía tener ganas de hablar, aunque seguro era una necesidad inconsciente.

 

—¿Qué quieres? —espetó finalmente y ella rió por lo bajo.

 

—¿Cómo estás? —preguntó Sango con simpleza, recibiendo una mirada confundida de parte de Inuyasha.

 

—Ya dime qué quieres —exigió impaciente.

 

—Nada —Se alzó de hombros despreocupada—. Sólo quiero saber cómo estás, después de todo te fuiste un largo tiempo y hace mucho que no hablamos.

 

Hubo un gran silencio después que dijo eso y seguramente Inuyasha ya se había dado cuenta hacia dónde quería ir. Agradecía que no haya querido huir o la haya insultado para no tener que oírla más. Eso lo sintió como un disimulado pie para que continuara.

 

—Fue difícil, ¿verdad? —mencionó con suavidad para inspeccionar el terreno y observó con cuidado a Inuyasha. Él no la miraba directamente, pero sí parecía muy pensativo.

 

—No sé de qué hablas —contestó intentando hacerse el desentendido, pero su tono de voz, ligeramente afligido, no ayudó.

 

Ella casi se rió al escuchar esas palabras tan típicas de su amigo, pero era incapaz de imaginarse qué ocultaba detrás. Decidió seguir intentando, porque sentía que Inuyasha estaba, aunque sea un poco, dispuesto a esta charla.

 

—Claro… —Sonrió un poco mientras apartaba su vista y miraba el cielo. El día estaba muy bonito y el sol brillaba de una forma increíble, perfecto para estar bajo un árbol—. Sabes… Yo creí que podrían.

 

Al decir esas palabras, llamó suficiente la atención de Inuyasha como para que éste se girara a verla desconcertado.

 

—¿Eh? —espetó con una ceja arqueada.

 

—Es cierto —aseguró ella—. Por más chocante que resultó al principio, creí que podrían —reiteró con sinceridad, provocando sorpresa en su amigo—. Tal vez hablar de destino sea un poco exagerado, pero también llegué a pensar en eso —comentó riéndose de sí misma, pero luego una melancolía peculiar tiñó su expresión—. Por más que seas un hanyō es obvio que vivirás más que cualquiera de nosotros y quizá esto que pasó fue lo que tenía que pasar. Quiero decir, sé que estabas enamorado de Kagome, pero ella era humana como nosotros y, comparado con lo que pueden vivir los demonios o tú, su vida no sería mucha. Y… me preocupabas. Supongo que quise ver el lado positivo cuando te fuiste con Sesshomaru y ése fue que no tendrías que preocuparte porque vivirías más que él.

 

Guardó silencio luego de acabar de decir eso que pensaba y ni siquiera había comentado con Miroku. Muchas veces temió por Inuyasha, porque no quería que él estuviera solo y, por más amor que se tuvieran en su pequeña familia, él seguiría viviendo más allá de ellos. Sango era consciente de lo finita que era su existencia como la de cualquier humano, comparada con la vida de los yōkai, pero eso no significaba que no iba a preocuparse por el destino de Inuyasha.

 

Ninguno de los dos dijo nada por un largo rato, quizá porque lo que dijo Sango era algo cierto, sobre que los humanos no vivían tanto, e Inuyasha a veces solía obviar ese detalle. En ciertas ocasiones, pensó cómo hubiera sido su vida con Kagome. Él seguiría siendo un hanyō que, hasta el momento, llevaba vivo más de dos siglos y seguiría vivo, con apariencia joven, cuando su esposa fuese mayor e incluso muriera. Estaba seguro que la apariencia nunca influiría en sus sentimientos, pero la tristeza de perder a la persona que amaba y seguir viviendo hubiese sido desgarrante. Pensar en ese futuro era engorroso, pero no tenía dudas que eso habría pasado si ellos no se separaban.

 

¿Será como dijo Sango? ¿Cosa de destino? No, claro que no. Lo que pasó con Sesshomaru había sido pura casualidad, nada predestinado ni parte de algún plan. Sólo una desventura que ya había acabado.

 

—No digas tonterías —dijo sin querer darle importancia al asunto, pero sin duda lo turbaba—. Tener cualquier cosa con él es… imposible.

 

—Entiendo —asintió Sango y torció los labios sin estar segura de decir lo que llevaba un rato dentro de su cabeza—. Y… pasó algo, ¿cierto?

 

Dijo aquello por intuición, pero el respingo que dio el cuerpo de Inuyasha le confirmó que tenía razón. El hanyō miró hacia un lado, sin dejar que vea su rostro en ningún momento.

 

—Ya di qué quieres saber —mencionó Inuyasha algo hostil, pero cansado de oír a esa mujer dando vueltas sin decir lo que realmente pensaba, por más que supiera que seguramente no sería agradable para él.

 

—¿Por qué no te agradó saber que estoy embarazada? —preguntó finalmente y no obtuvo respuesta al principio. Sango estaba segura que no eran ideas suyas y había sentido algo extraño en su amigo cuando comunicó su estado.

 

—¿Debería agradarme?

 

—No… —dijo ladeando la cabeza, pero el tono de voz de Inuyasha, que parecía despreocupado, no la engañaba—. No tiene por qué agradarte, pero no entiendo por qué te disgusta.

 

—Otra vez estás diciendo tonterías —espetó con desgano—. Qué me importan las crías de mierda que vayan a tener con el idiota de Miroku.

 

—¿Crías? —repitió ella ese término y observó a Inuyasha aturdido al darse cuenta de la palabra que usó, algo típico de los yōkai.

 

Una idea pasó por la mente de Sango y dudó en exponerla. Sabía que Inuyasha jamás le desearía ningún mal y el hecho que se sintiese afectado al saber que estaba embarazada radicaba en otra cosa. Pasó un rato donde volvieron a quedar en silencio, el cual fue roto por un suspiro del hanyō.

 

—No es por ti —dijo finalmente con una voz que parecía cansada—. Ni por tu… bebé.

 

La forma en que arrastraba las palabras era extraña y la exterminadora pensó un poco más antes de seguir hablando. No era por ella, lo sabía. Sin embargo, ¿por qué Inuyasha podría estar mal? Por más que tuviera una idea, no acababa de formularla.

 

—Inuyasha, perdón si te molesta esto, pero… —Tragó saliva antes de continuar y suspiró para darse fuerzas—. ¿Lo intentaron con Sesshomaru?

 

Hablar de hijos con Inuyasha era extraño, más por la situación en la que estaban, pero no pudo evitar hacerlo. Entre dos compañeros yōkai era normal que buscasen tener crías, además era consciente que la temporada de celo había pasado no hace tanto tiempo, pero seguía sin explicarse qué pudo haber pasado para que Inuyasha estuviera molesto y haya vuelto.

 

—Te dije que tener cualquier cosa con él es imposible —reiteró Inuyasha intentando hablar sin que le costara trabajo—. Pero eso… fue mi culpa —Apretó los dientes bajando la cabeza—. Si no hubiera sido un idiota tal vez… habría sobrevivido.

 

Cuando dijo esas palabras tan fuertes, Sango permaneció impactada a tal punto que su respiración se cortó por unos instantes. Ella llevó las manos a su rostro, cubriéndose la boca por la impresión, y sin poderse creer lo que acababa de oír. ¿Había entendido bien? ¿En serio su amigo pasó por… eso? No podía ser.

 

Sus ojos temblaron y cayeron sobre Inuyasha, como si buscase que él negara esos pensamientos que recorrían su mente, que le dijera que no pasó y que se equivocaba. Suponía que Inuyasha, tal vez, fuese a tener algún bebé con Sesshomaru. Era obvio, pero jamás imaginó que pudiese perderlo.

 

—Inuyasha, eso es… —No pudo continuar, un dolor en su pecho la asaltó y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. Nunca lo hubiera imaginado… Lo siento.

 

Sango se cubrió el rostro mientras lloraba y ni siquiera quiso pensar en cómo ocurrió. Por las palabras de Inuyasha sólo podía imaginarse algo horrible. ¿Qué peor cosa podría existir que perder un hijo? Ella, que estaba embarazada, no podía pensarlo sin que el corazón le doliese.

 

—Eh… N-No llores —dijo Inuyasha sin saber cómo hacerla parar—. Eso fue… Ya pasó.

 

—¡No puedes pedirme que no llore! —Alzó la voz sin darse cuenta, algo molesta por sus palabras, pero sin poder dejar de estar triste—. ¡Para mí eres como Kohaku y siempre voy a llorar por un hermano! Sobre todo si has perdido un hijo. Yo… Lo lamento tanto, Inuyasha. Es terrible.

 

Sin esperárselo, ella lo abrazó y casi se cayó hacia atrás, pero la corteza del árbol a sus espaldas lo mantuvo erguido. Su amiga lloraba apretándolo mientras él seguía en silencio y con la garganta cerrada al punto de pensar que se ahogaría en cualquier instante. Lo que le ocurrió era terrible, ¿verdad? Para Sango lo era, pero ¿y para Inuyasha? Él nunca quiso tener un hijo y menos con ese idiota de su hermano, pero cuando la tuvo no supo cómo actuar. Sus instintos le exigieron proteger a ese pequeño con todas sus fuerzas cuando fue necesario y no lo logró. La decepción que le embargó fue impresionante. La culpa de no haberlo hecho como debía le desgarraba e intentó no pensar en eso, pero ahora, con Sango abrazándolo entre lágrimas para darle consuelo, no podía evitarlo.

 

Tragó saliva mientras apartaba a la mujer de él y se volteaba para no verla. No quería pensar en eso, porque recordar a su cachorro lo llevaba a pensar en sus fallos y inevitablemente pensaba en Sesshomaru también. No quería recordar a su hermano y mucho menos la inquietud que se albergaba en su cuerpo desde que se separaron. Intentaba creer que la razón no era porque estaba lejos de Sesshomaru, pero le era imposible no pensar en él cuando intentaba darle motivo a su malestar.

 

—Basta —dijo cruzándose de brazos, dándole la espalda a Sango y sintiendo un picor molesto en sus ojos—. Dije que… ya pasó.

 

La joven no dijo nada más sobre el tema ni tampoco mencionó algo sobre las lágrimas que vio cayendo de sus ojos. Sería un pequeño secreto entre los dos, pero Sango sabía que la mejor forma en la que Inuyasha podía dejarlo ir era expresándolo, llorando y comenzando de nuevo. Tal vez no debía seguir con Sesshomaru o sí, pero eso sólo el tiempo lo diría.

Notas finales:

Bueno, con este capítulo vamos a cerrar un poco esta etapa triste. Sinceramente, para mí fue muy difícil llegar a este punto. No tengo hijos, pero sí he vivido de cerca el sufrimiento de un padre al perder un hijo. Por lo que, a pesar que Inuyasha no haya tenido el tiempo suficiente para encariñarse con su cría, es lógico que esté triste por lo que pasó y lo saque un poco afuera para seguir adelante. Así que, de esta forma, vamos a seguir avanzando.

En fin, hasta el miércoles.


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