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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—¿Para qué mierda tengo que esperar? —Se quejó nuevamente Inuyasha—. No necesito ningún curandero.

 

—Inuyasha, por favor —pidió Aya, quien estaba allí acompañándolo o, más bien, vigilaba que no quiera escapar de su habitación—. La señorita Satomi llegará en un momento y saldremos de dudas.

 

Un bufido inconforme salió de la boca del hanyō y se cruzó de brazos cual niño ofendido. Él no necesitaba ningún médico, esto era una total pérdida de tiempo, aunque todos sospechaban qué ocurría. Ya había sentido esa misma sensación molesta en su garganta, la inapetencia, el jodido dolor de cabeza y de nuevo estaba durmiendo como un oso. ¿Qué más podía ser? En un principio, no prestó atención a todas esas cosas, pero ese día se había sentido especialmente mal y vomitó un largo rato. Sesshomaru pareció notar que algo no andaba bien y tuvo que soportar que lo olfateara para luego decirle que espere en la habitación.

 

Desde entonces estaba allí solo con esa niña mientras esperaban. Al parecer, su hermano tenía la idea que podía huir, así que mandó a esa sirvienta a cumplir la función de centinela. No iba a escaparse, aunque ganas no le faltaron.

 

Era algo estúpido traer al médico para que le dijese qué tenía si ya lo sabían. ¿Cómo no iba a ser eso? Si después de aquel celo bullicioso que vivieron era de esperarse. Inuyasha recordaba haber caído rendido después de la cuarta vez, pero no contaba con que su hermano lo buscase nuevamente y quisiera más incluso después del celo. Maldito degenerado. ¿Acaso así le demostraba su interés, tocándolo? Siempre supo que era un tipo raro, pero ya se estaba excediendo. Por más que se quejara ahora, Inuyasha no dijo nada en ninguno de esos momentos, así que ahora, pasado poco tiempo, no le parecía extraño tener que pasar de nuevo por eso.

 

Al final tuvo que esperar hasta que esa mujer llegara acompañada de la otra criada que siempre le rondaba, pero no contó que su hermano vendría también. Inuyasha lo miró muy sorprendido y se preguntó si planeaba quedarse allí, pero no necesitó palabras para saberlo. No mencionó nada y dejó a esa mujer hacer todo lo necesario.

 

Satomi hizo los exámenes necesario para dar la confirmación absoluta y finalmente llegó a la ansiada conclusión: Inuyasha esperaba un cachorro nuevamente. Por más que ya imaginaran esa respuesta, oír la confirmación resultó impactante. Las criadas se emocionaron mientras que Inuyasha y Sesshomaru no dijeron nada. ¿Qué podían decir? Sesshomaru ya lo sabía cuando lo olió e Inuyasha se hundió en sus pensamientos unos instantes.

 

Le costaba un poco asimilar esa situación, pero definitivamente no quería que fuese como la última vez. Inuyasha tragó saliva y se esforzó por poner voluntad en esta ocasión. La primera vez que esa mujer le dijo que tenía una cría, se negó a escuchar cualquier cosa referente. Ahora lo haría, por más que le pusiera incómodo.

 

—Debe cuidarse mucho, señor Inuyasha —mencionó la curandera—. La cría es muy pequeña, pero le aseguro que los malestares que presenta su cuerpo desaparecerán en poco tiempo.

 

—Sí… —murmuró con la cabeza inclinada y su gesto pensativo—. Y… ¿Cuánto tiempo pasará hasta que nazca?

 

La pregunta sorprendió un poco la joven, pero enseguida sonrió. La última vez que lo vio fue en una situación desbastadora y ahora se alegraba porque el hanyō se mostrase interesado por su cachorro. Eso era una buena señal. Además, ella no tenía ningún problema en explicárselo.

 

—Eso varía según la especie de yōkai —contestó—, pero como usted es un hanyō calculo más o menos… entre seis y nueve meses.

 

—Mierda, ¿tanto? —espetó abriendo los ojos con sorpresa. El paso de los meses para él era totalmente rápido, pero se imaginó que no sería así cargando con algo dentro de él que crecía.

 

—Naturalmente —Satomi sonrió con dulzura y hubiera reído por el asombro de Inuyasha, pero se abstuvo—. El cachorro debe desarrollarse apropiadamente y, cuando esté listo y completamente formado, podrá salir.

 

—¿Salir…? —masculló con una mueca que no demostraba ningún deleite.

 

—No es necesario que hablemos de eso ahora —aclaró y pudo percibir cierto alivio en sus ojos—. De todas formas, se requieren ciertos cuidados para que su cría llegue en óptimas condiciones a su nacimiento —Sus palabras llamaron lo suficiente la atención de Inuyasha para que éste le mirara fijamente—. Deberá hacer algunos cambios en su alimentación y tener en cuenta que este tipo de embarazos son algo difíciles —Hizo una pequeña pausa antes de continuar. Ya le había explicado esto al señor Sesshomaru, pero debía ser cuidadosa con sus palabras ahora—. Como usted es un hanyō, debe cuidarse un poco más, sobre todo en los días donde se convierte en humano. Allí, sus energías disminuirán y la cría quedará más desprotegida ya que su yōki no le proporciona sustento al desaparecer su parte de demonio. ¿Entiende?

 

Con cierta dificultad, Inuyasha comprendió, pero le impactaba. Nunca creyó que en la luna nueva su cachorro podía correr peligro, pero era lógico. En la especie humana, los humanos no llevaban hijos en su interior, y, cuando se convertía uno, entendía que su cuerpo quedaba vulnerable al punto de poner en peligro a la cría que llevara dentro. Su cachorro podía seguir viviendo, pero en una situación delicada durante esas noches, eso le explicó la joven curandera. La matriz con la que estaba dotado su cuerpo no desaparecería, sólo se volvería más débil, pero el cachorro podría sobrevivir si era cuidadoso y no hacía ningún esfuerzo innecesario durante esas noches.

 

—En casos como este, el padre juega un rol fundamental —continuó explicando Satomi y señaló a Sesshomaru, quien no había dicho una sola palabra durante esa consulta, pero sí prestaba atención—. Ya que usted no podrá proporcionarle el yōki que la criatura necesita, el señor Sesshomaru le ayudará. Aunque yo recomiendo que realicen esta práctica durante toda la gestación. Fortalecerá su vínculo como manada y el cachorro reconocerá fácilmente quiénes son sus padres.

 

Inuyasha asintió al oír esas palabras y no se imaginó que hubiera tantas complicaciones al tener un hijo, pero debía imaginarlo. Aún no había nacido y ya debía preocuparse por una infinidad de cosas.

 

La señorita Satomi aseguró que volvería a verlo cada mes y le deseó buena suerte, además de felicidades. Las gemelas acompañaron a la médica y dejaron solos a Inuyasha y Sesshomaru, quienes probablemente quisieran privacidad. Aun así, después que se retiraron, ninguno de los dos habló. Inuyasha todavía no procesaba la noticia y Sesshomaru parecía estar dándole tiempo para hacerlo.

 

¿Ahora dentro de él tenía una cría? Inuyasha no pudo evitar tocarse el estómago, el cual se sentía plano y como siempre, pero sus dedos le hormiguearon en una extraña sensación. Era difícil creer que allí había algo que le aseguraron que crecería y sería su hijo, suyo y de Sesshomaru. Alzó la vista en ese instante para mirar a su hermano, quien permanecía de pie mientras Inuyasha no se había levantado del futón. ¿Qué debían decir ahora? ¿Felicitarse mutuamente? Eso era ridículo, pero tampoco sabía qué era lo indicado.

 

—¿Te encuentras bien? —preguntó Sesshomaru al verlo cabizbajo y se inclinó a su lado.

 

—Eso creo… —contestó volteando el rostro para ver a su hermano—. Era obvio después de todo lo que jodiste con mi culo.

 

—Sí, lo era… —mencionó Sesshomaru, pensando que tal vez exageraron un poco—. Todo saldrá bien.

 

—Es increíble que digas eso con tu cara de imbécil y aun así te crea.

 

—Eso es porque sabes que tengo razón —dijo con cierta arrogancia, pero Inuyasha se rió porque su hermano era un tonto y porque lo que decía era cierto.

 

Sesshomaru no dijo nada más y estiró su brazo para aproximar a Inuyasha hacia él. En un principio, se sorprendió por aquel gesto, pero al instante el hanyō notó cómo la energía demoníaca de su hermano lo cubría. ¿Esto no era lo que la curandera le pidió que haga? Al parecer sí, probablemente quería mostrarle lo que era e Inuyasha suspiró acurrucándose en los brazos de su hermano. Repentinamente, comenzó a sentirse cansado y con sueño. ¿Cómo estar entre los brazos de su hermano idiota podía sentirse tan bien? No tenía idea, pero definitivamente no quería moverse. Otra vez le embargó esa tranquilidad que Sesshomaru le regalaba y cualquier inquietud que tuviera desapareció.

 

Inuyasha se quedó dormido y no tuvo idea cuánto durmió, pero cuando despertó estaba solo. Sesshomaru se había ido y el único que lo acompañaba era Raiden, quien dormía cómodamente entre su cabello. El perrito se despertó cuando él lo hizo y se acercó a lamerle el rostro. Solía dormir con él casi todas las noches, aunque a veces tenía momentos donde se desaparecía e Inuyasha no se preocupaba. El hōkō ya estaba más acostumbrado a vivir en el palacio y recorrer sus alrededores, pero sabía que podía cuidarse sin que lo vigilara. Ya no mordía tanto cualquier cosa ni robaba, así que mucho no se tensaba si no lo veía.

 

Acarició al pequeño yōkai y éste se acomodó contra él para seguir durmiendo. Inuyasha estuvo descansando en posición fetal y Raiden se acurrucó contra su estómago. ¿Será que sabía sobre su estado? Suponía que sí o tal vez simplemente se acercó para no pasar frío.

 

Decidió acostarse un rato más, pero no para dormir. Su cabeza le dolía un poco y no deseaba levantarse. Satomi dijo que esas molestias desaparecerían en poco tiempo, pero no dijo exactamente cuándo. Esperaba que esas sensaciones nauseabundas y los dolores se desvanecieran pronto, porque se arrancaría la cabeza si tenía que pasar así todos los meses hasta que el cachorro nazca. Aunque ahora no se sentía tan mal, tal vez porque descansó o porque su hermano estuvo con él antes de dormirse y le compartió parte de su yōki. Inuyasha suspiró mientras pensaba que aún seguía preocupándole el tema de la luna nueva. La vez pasada, había perdido a la cría por un descuido suyo y ahora no quería que volviese a pasar. Acataría todas las sugerencias que la curandera le dio, por más que tenía el presentimiento que muchas no le gustarían.

 

A pesar de ser sólo un presentimiento, Inuyasha acabó descubriendo que todas esas condiciones que debía seguir eran una mierda. Ahora debía comer obligadamente un montón de comida que supuestamente le haría bien, pero para él tenía un gusto horrible y sólo le provocaba arcadas. Se negó a comer varias veces e incluso su hermano tuvo que obligarlo a que coma, y no se pudo negar en esas circunstancias.

 

Desde que Sesshomaru recibió la confirmación del embarazo, se había puesto ligeramente más estricto con él y por estricto se refería a que era un pesado hijo de puta. Ahora su hermano lo veía todos los días y, cuando él no estaba, le tenía prohibido a los sirvientes que lo dejaran solo, además debían informarle si todo se realizaba en óptimas condiciones. No creyó que su hermano pudiese ponerse así, pero una parte de él lo entendía. Sesshomaru tampoco quería perder este cachorro, así que no quería que se descuide, pero ya se estaba pasando el idiota.

 

Pasaron pocas semanas desde la señorita Satomi confirmó su estado e Inuyasha seguía sintiéndose horrible. Las criadas le proporcionaron todos los baldes y cosas que él necesitó, pero lo que en verdad quería era dejar de vomitar. Cuando esa condenada médica viniera le diría unas cuantas cosas o tal vez sólo la vomitara en la cara, lo primero que pasara.

 

—¿Ya está mejor, Inuyasha? —preguntó Aya notando que había levantado la cabeza de ese balde.

 

No contestó la pregunta, no tenía fuerzas. Las arcadas había parado un momento, por suerte, pero no se sentía mejor. Dejó a un lado ese cubo que olía pésimo y suspiró agotado. Ya no quería sentirse más así. Ojalá el cachorro saliera pronto, pero ni siquiera se le notaba. ¿Y aún quedaban todos esos meses? No era capaz de imaginarse lo que le esperaba.

 

Aya tomó ese balde para llevárselo del cuarto y traer otro, pero su gemela entró al cuarto enseguida trayendo un pequeña bandeja con un té. Raiden, quien estaba fiel sentado junto a Inuyasha, también lo cuidaba e intentaba darle ánimos como podía. El pequeño hōkō sabía que su amo estaba pasando momentos duros y no planeaba dejarlo solo. Se acomodó sobre las piernas de Inuyasha cuando éste dejó de vomitar y allí se quedó acurrucado, cosa que ya era costumbre entre ellos.

 

Al instante que Inuyasha percibió el olor de ese té, volteó la cabeza con un gesto de asco en el rostro.

 

—Aleja esa basura de mí —ordenó, pero la chica no le hizo caso.

 

Siempre era lo mismo. Él debía tomar eso y no quería, se comportaba como un niño caprichoso, pero debía beber esa infusión. Aunque, lo que no sabía las sirvientas, que el olor de ese brebaje le resultaba asqueroso y le daba ganas de continuar vomitando, además el sabor no era muy diferente.

 

—Inuyasha, ya sabe que debe tomarlo —insistió la chica acercándole el gran cuenco, que más parecía para una sopa—. Tiene muchos nutrientes que ayudan al crecimiento de su cachorro, la señorita Satomi dijo que debe beberlo dos veces al día.

 

—Esa mierda casi me hace vomitar en la mañana —recordó queriendo lanzar ese té lejos de él.

 

—Haga un esfuerzo, por favor —pidió Aya mirándolo con cierta súplica—. Por el príncipe o princesa.

 

Un suspiro agotado salió de la boca de Inuyasha. Era por su cachorro, debía hacerlo. Conteniendo la respiración, tomó ese té e intentó beberlo. Fue difícil, pero lo logró después de un rato y sin vomitar nada. Rayos, ¿cómo sobreviviría él a este embarazo? No tenía idea.

 

Recargó su espalda contra la pared, intentando recuperar fuerzas y con miedo de moverse porque no quería devolver la nada que había en su estómago. Era difícil retener comida. Siempre se alimentó veloz y ahora debía comer lento porque vomitaba cada vez que se daba un atracón. Le resultaba desesperante tener que hacer todo con tanta parsimonia y tranquilidad. Nunca imaginó que hasta debía aprender ese tipo de cosas por su hijo.

 

—¿Necesita algo más, Inuyasha? —preguntó Aya y él negó con la cabeza.

 

—No, creo que estaré bien —contestó acariciando al hōkō que aún seguía entre sus piernas—. Aunque deja cerca ese otro balde.

 

Ellas rieron y dejaron el cubo vacío a un lado de él. Esa niñas eran bastante amables y muy serviciales, sobre todo en esos días donde se daba cuenta que solo no podría con esta situación.

 

—¿Prefiere que lo dejemos dormir? —sugirió Maya y estuvo de acuerdo, se sentía bastante cansado, además que el único momento cuando lo dejaban solo era cuando dormía.

 

—Descanse —mencionó Aya tomando el balde sucio y levantándose para retirarse junto a su hermana—. Cuide bien de la princesa.

 

—¿Princesa? —repitió su gemela con una ceja arqueada—. ¿Y cómo sabes que no será niño?

 

—Porque me gustaría que fuera niña.

 

Ambas salieron discutieron ese tema, pero Inuyasha les prestó poca atención. No tenía idea qué sería su cachorro, lo único que le importara era que creciera bien y sin ningún riesgo. Aunque, al pensar en eso, se puso a hacer cuentas y se dio cuenta que esa noche la luna no se vería en el cielo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse cuenta de esto y cierta preocupación le azotó. Entre tanto ajetreo, se había olvidado de ese día donde se convertía en humano.

 

Agitó la cabeza un poco intentando librarse de esos pensamientos insoportables. La culpa que sentía por lo que pasó con su otro cachorro seguía corroyendo su interior y le atormentaba. No quería pensar en eso. Recordó lo que la médica dijo, que su cachorro estaría bien incluso en esos días y confió en eso, pero era difícil relajarse. Raiden notó que estaba inquieto y se levantó para mirarlo con atención. Inuyasha acarició a su hōkō un momento, mostrándole que estaba bien e intentó convencerse que así sería.

 

En verdad creyó en eso, pero el sol no tardó en bajar. Inuyasha se sintió estremecer cuando sus características demoníacas comenzaron a desvanecerse y se abrazó a sí mismo sin darse cuenta. Estaba demasiado cansado y ni siquiera se sintió con fuerzas de levantarse de la cama. ¿El cachorro estaría bien? Eso esperaba.

 

Inuyasha no quiso dormirse, pero el sueño lo estaba tirando cada vez más. Se acurrucó en la cama bien tapado con las mantas y su mente comenzó a divagar. Nunca, en todas las veces que se había convertido en humano, se sintió tan débil. ¿Su cría le estaba consumiendo todas sus energías? Algo en él sospechaba que sí. Raiden permaneció sentado observándolo preocupado y le tocó el rostro con su hocico, pero ni así su amo respondió. El hōkō exhaló un gemido lastimero y ladró, pero eso tampoco funcionó.

 

Inuyasha oía cómo lo llamaba, pero no podía ni abrir los ojos, por más que quisiera hacerlo. Hubo un instante donde sintió que su perro hizo un sonido más y se alejó de él. Por más cansado que estuviera, sospechó que algo estaba pasando. Juntó todas las fuerzas para despertarse e intentó alzarse, alarmado porque alguna cosa mala estuviera sucediendo, pero algo se lo impidió.

 

—Inuyasha —Oyó una voz en su oído susurrándole. Él conocía perfectamente esa voz y el escalofrío que le causó—. Estoy aquí, descansa.

 

No dijo nada, no pudo hacerlo. Sólo volvió a recostarse y Sesshomaru se quedó con él. Que estuviese ahí le generó un gran alivio, más de lo que pudo imaginarse. Incluso se sintió mejor cuando percibió la energía de éste cubriéndolo, protegiéndolo a él y a su cachorro. Casi fue una fantasía onírica, pero sabía que era real.

 

Inuyasha se durmió dándole la espalda a Sesshomaru, sintiendo los brazos de éste rodeándole y no se apartó en ningún momento de él. Su hermano no olvidó ni siquiera los inconvenientes que producía la luna nueva y estuvo dispuesto a cuidarlo. Le resultaba increíble, pero sin duda le llenaba de un cálido sentimiento. Hubiera deseado que esa noche fuera eterna, pero en algún momento despertaría, sólo esperaba que Sesshomaru siguiera allí a su lado.

Notas finales:

Tengo hambre, mucha, pero primero el capítulo y después el almuerzo.

¡Tenemos cachorro!... Otra vez(?) Esta vez esperemos que esté todo bien, Inuyasha al menos está más preocupado al respecto y Sesshomaru también. La escena final para mí es re linda. Muchas gracias a quienes leyeron. Vayan haciendo sus apuestas sobre qué quieren que sea(?

Nos vemos el sábado.


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