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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—Princesa, por favor baje de ahí —pidió Aya nuevamente pero aquella niña no la escuchó y siguió trepando en el árbol—. Puede caerse…

 

—¡Claro que no! —espetó con mucha decisión mientras enterraba sus garras en la corteza—. Creo que los veo…

 

Entrecerró un poco sus ojos queriendo enfocar su vista, pero fue su olfato quien le alertó que estaba en lo cierto.

 

Yuzuki, la princesa de las Tierras del Oeste. Hija de Sesshomaru e Inuyasha, a quienes en este momento ella esperaba. Ya se había acostumbrado totalmente a su naturaleza de hanyō. Su madre fue quien se encargó de entrenarla y explicarle cómo usar sus sentidos. Inuyasha le enseñó a ser fuerte, a conocer sus límites y cómo superarlos sin importar el mestizaje de su sangre. A Yuzu no le importaba esto, ella nunca se sintió inferior y aprendió que no debía sentirse así.

 

Ahora ya tenía la suficiente edad para entender a dónde sus padres se habían ido y por ese mismo motivo los esperaba con tantas ansias. La guerra. Por más que fueran el reino más poderoso y tuvieran una fuerza impenetrable, siempre había quienes se levantaban en contra de aquellos que poseían poder. Porque el poder atraía la ambición, pero sus padres no eran para nada fáciles de vencer y de eso fue cantándose a lo largo de todos los territorios. Ya hacía un tiempo bastante largo que ellos se fueron y deseaba verlos más que nunca. A pesar de ser consciente de la posición que cada uno ocupaba dentro de ese imperio, ella era una niña antes de ser princesa y quería ver a esas personas tan importantes en su vida.

 

Hubo un pequeño instante donde creyó ver algo, pero la rama donde estaba parada se quebró y comenzó a caer. Rayos, esto dolería, aunque ya estaba acostumbrada a golpearse por sus descuidos. Al final, Aya tenía razón. Yuzu esperó un golpe que nunca llegó y supo que alguien la sostuvo evitando que cayera. Cuando la niña abrió los ojos se encontró con la persona que menos esperaba cargándola.

 

—¿Ko-Koga? —dijo impresiona al reconocer al líder de los lobos. ¿Qué hacía él allí?

 

—Hola, nena —saludó con mucha familiaridad—. Ten más cuidado, no queremos que tu madre ande por ahí gritando como loco porque te lastimaste.

 

—No me habría lastimado —contestó ella volteando el rostro fingiendo estar ofendida por su comentario, pero en realidad no quería que se notase lo avergonzada que estaba—. Yo… quería verlos llegar.

 

—Están un poco más atrás —Koga la dejó finalmente en el suelo y la observó con detenimiento—. Carajo, has crecido mucho, nena.

 

Ese comentario volvió a causarle pena, pero no mencionó nada. Claro que había crecido, ahora ya tenía casi diez años y era natural que se viese más grande. Estaba más alta y su cabello blanco mucho más largo, pero sus facciones dulces seguían siendo las de una niña. Todos la veían así, incluso Koga, quien la despeinó con gracia pero Yuzu suspiró hastiada. Ella no quería ser tratada como una bebé, pero era inevitable. No dijo nada y esperó hasta que sus padres aparecieran.

 

Por más que quisiese parecer un poco más adulta, no pudo evitar correr a los brazos de sus padres al verlos. Inuyasha recibió a su hija con cálido abrazo, el cual pareció durar una eternidad, y Sesshomaru fue quien la cargó en sus brazos como solía hacer. Habían pasado demasiado tiempo fuera de su hogar muy lejos de su familia, pero al fin podían regresar.

 

—¡Los extrañé tanto! —dijo Yuzu abrazando a su padre—. ¿Cómo estuvo todo? ¿Fue peligroso? ¿Vencieron muchos enemigos? ¿Mamá causó problemas?

 

—Ya cálmate, mocosa —espetó Inuyasha viendo a su hija—. ¿Y qué significa eso? El idiota de tu padre es quien me causa problemas.

 

—Koga dijo que siempre eres tú el problemático —comentó la niña con una sonrisa.

 

—¿Qué dijiste de mí, idiota? —vociferó viendo al lobo con ganas de golpearlo—. ¡Ni siquiera sé por qué te llevamos!

 

—Eso es porque las perras como tú no saben pelear.

 

Así pasaron un rato más discutiendo mientras Sesshomaru seguía con su hija y se acercó la sirvienta que allí permaneció. Aya hizo una pequeña reverencia y le dio la bienvenida.

 

—¿Cómo ha estado todo? —indagó y la joven le regaló una sonrisa.

 

—Muy bien, señor —contestó—. En el palacio se pondrán muy felices por su regreso. Agradezco que hayan vuelto sanos y salvos.

 

—No podría ser de otra forma —mencionó con total seguridad Sesshomaru. Era momento de regresar a su hogar, aún había mucho por hacer.

 

Claro que todo salió como se esperaban, pero, por más que terminaran con esas batallas, aún debían continuar. Toda guerra tenía un fuerte costo y sacrificio, por lo que debían ser precavidos. A pesar de volver con una victoria entre sus manos, todavía faltaba discutir cuál sería la decisión que tomarían en base a los reinos más aledaños.

 

Durante esos años que pasaron, Inuyasha regresó a prestarle su fuerza a Sesshomaru y dio su opinión, por más que al principio sus conocimientos sobre estrategia militar se basaran en agitar una espada y destruir a los enemigos que tuvieran enfrente. Dirigir un imperio era más que sólo fuerza bruta y eso fue algo que el hanyō aprendió junto a su hermano mayor. Inuyasha se instruyó en cuanto a estrategia, relaciones políticas y económicas, además del arte de la negociación, pero también utilizó esa fuerza heredada por Inu no Taisho y la perfeccionó. Ya sus habilidades de lucha no eran toscas y sus movimientos con la espada dejaron de ser azarosos. Ahora, Inuyasha se alzaba como uno de los guerreros más fuertes junto a Sesshomaru. Ambos dirigían ese imperio que estaban creando, lo expandieron y lo estaba convirtiendo en algo que, en unos años más, sería una gran potencia.

 

Una de las cosas que Inuyasha aprendió en ese tiempo es que Sesshomaru era demasiado inteligente además de fuerte. Era astuto e instruido, por lo que tuvo que esforzarse mucho para alcanzar ese nivel. Trabajó muy duro para estar a la altura. Porque sabía muy bien que, si su hermano quería, era capaz de dominar el mundo entero y algo similar era lo que esperaba de él. Por más que en la mayor parte de su vida jamás pretendió ser rey ni dueño de nada, Inuyasha se esforzó esta vez, lo hizo por su hermano y por la familia que habían armado. Ya era consciente que no era un simple invitado en esas tierras, su posición era la de un gobernante como su hermano y debía actuar como tal.

 

En un principio, fue muy difícil acostumbrarse a esta vida, pero ya se sentía mucho más cómodo y creía que nada era imposible para él. ¿De dónde nació tanta confianza? Quién sabe, tal vez fuese el mismo poder que ganó el que la generó. Sesshomaru era el Señor de las Tierras del Oeste, pero Inuyasha era su compañero. La persona en la que Sesshomaru más confiaba y quien estaría con él en todo momento. Juntos habían creado una coalición que significó el gran auge que su reino estaba comenzando a experimentar.

 

¿Será algo así lo que Inu no Taisho esperó cuando pensó en ellos dos juntos como compañeros? Tal vez, pero no lo sabían con certeza. Esta era su vida ahora y así la aceptaban.

 

La situación, sin embargo, siempre era inquietante. Habían logrado extender sus territorios de una forma considerable durante las conquistas que lideraron. A pesar de eso, debían resolver cómo procederían con los demás reinos. Muchos habían acordado un completo vasallaje a ellos a cambio de conservar su autonomía mientras que otros aún se mostraban rebeldes y seguían manteniendo su firme postura ante la amenaza de ser invadidos.

 

Por su parte, Inuyasha no deseaba partir por algún tiempo. Pasaron varios meses lejos de su hogar y no quería marcharse nuevamente. Quizá firmasen algún tratado o acuerdo de no agresión. De todas formas, también había muchos que deseaban unirse con ellos, como es el caso de Koga. La tribu de los Lobos del Norte participaba activamente de las campañas militares hace algún tiempo, pero esto se debía a la peculiar amistad que compartían los líderes de ambos territorios. Inuyasha supo que la alianza era la mejor forma de proseguir, por más que odiase verle la cara a ese lobo rabioso. Ambos eran amigos y no deseaba que una guerra así destruyera eso, aunque en muchos momentos quisiera matar a Koga más que nada por ser un idiota de mierda. Algo que, sin duda, ese sarnoso no podía negar era que esa alianza lo benefició bastante y ahora su Tribu creció considerablemente también. Por este motivo, los lobos formaban parte de ese ejército que salía a luchar.

 

No eran necesarios muchos soldados, porque Inuyasha y Sesshomaru tenían la fuerza para derrotar a centenares de demonios, pero incluso así sabían que solos no podían. Un solo hombre no puede ganar una guerra, ni siquiera cuando son dos. Sin embargo, la realidad era que no existía nadie que pudiese comparárseles y, debido a eso, muchos prefirieron agachar sus cabezas para conservar sus vidas.

 

Todavía no habían discutido cómo les afectaba la reciente campaña de forma económica ni política, pero eventualmente lo harían. En este momento sólo deseaban volver a casa.

 

Cuando finalmente entraron a su palacio fue como dar un respiro de alivio. No podía existir nada mejor como volver a ese hogar que tanto extrañaron. Los sirvientes los recibieron con mucha emoción, agradeciendo por verlos volver con bien. ¿De qué otra forma sería? Si nadie podía vencerlos.

 

—¡Mamá!

 

Aquel grito resonó en los pasillos e Inuyasha pegó un respingo al oír esa voz, de aquella otra persona que lo llamaba de esa forma. Sus ojos buscaron rápidamente y allí vio cómo corría hasta sus brazos como si no le importara perder el aliento por sus rápidos pasos.

 

—¡Al fin regresaron! —dijo con emoción estrechando fuertemente a su madre.

 

Su segundo hijo, Ryūsei, sin duda creció bastante en su ausencia. Inuyasha se apartó un momento para poder mirarlo con cuidado. Apenas tenía cinco años, era muy pequeño, pero tenía la sensación que su niño creció mucho desde que partieron y lamentó eso. Quería estar con sus hijos ahora. Los extrañó mucho al estar separados ese tiempo. No lo diría en voz alta, porque admitir eso era algo vergonzoso, pero incluso extrañó cuando le llamaban de esa desagradable forma.

 

Inuyasha se inclinó a la altura de su hijo y le miró detalladamente. No pudo evitar contagiarse de la sonrisa que ese niño tenía plasmada en el rostro. Observó con cuidado sus facciones, como si no lo viese hace mucho tiempo y quisiera notar qué más había cambiado. Al igual que su hija mayor, Ryūsei nació con normalidad, pero sin duda trajo muchas sorpresas a sus padres y a todos los que lo vieron. El niño nació como un demonio completo para empezar, cosa que dejó impactado a Inuyasha. Jamás creyó que uno de sus hijos podría llegar a ser algo más que un hanyō y tardó en salir de su asombro.

 

Acarició la cabeza de su hijo, dándose cuenta que el cabello blanco creció mucho, pero él también lo hizo. Los ojos dorados del niño le miraron con un encantador brillo, cosa que le fascinaba apreciar. Aún no podía dejar de sorprenderse al ver esas expresiones en su cachorro, más que nada porque éste se parecía demasiado a Sesshomaru. Ryūsei era un demonio completo, al igual que su padre, pero además era idéntico a él. La facciones, las marcas en su rostro, la forma de la cara, esas orejas puntiagudas de demonio. Parecía ser hijo solamente de Sesshomaru. Sin embargo, el pequeño príncipe tenía una actitud muy diferente. Era mucho más conversador, expresivo, dulce y, en ciertas ocasiones, poseía una picardía que Inuyasha no estaba seguro dónde aprendió. El niño, a pesar de ser pequeño, era inteligente y conseguía fácilmente todo lo que deseaba.

 

Preguntarse las razones tras el comportamiento de su hijo ya era algo que no hacía. Desde que nació, ese pequeño trajo muchas sorpresas y ya no valía la pena encontrar las razones al respecto. Los médicos le habían explicado que el motivo por el cual su segundo hijo era yōkai y la primera hanyō era simple casualidad. Al ser ellos dos, Sesshomaru e Inuyasha, yōkai y hanyō, las posibilidades de que todos sus hijos fueran hanyō o yōkai eran demasiado inciertas. Entre ambos había más sangre demoníaca que humana, por lo que decir qué podría salir de esa combinación era demasiado arriesgado.

 

Luego de ver a su pequeño y comprobar que era un demonio completo comprendió muchas cosas. Por eso fue que su abdomen era tan grande al tenerlo dentro quizá y, seguramente, al ser un yōkai también le exigía una cantidad de yōki estando en su vientre que Inuyasha, como hanyō, a veces era incapaz de darle, lo que provocaba su falta de energía tan grande durante esos meses y en las noches de luna nueva. Condenado mocoso, desde el inicio fue un dolor de cabeza. A pesar de decir eso, ver aquella cara sonriente lo hacía olvidarse de todo.

 

—Estamos en casa —mencionó a su hijo y éste asintió contento.

 

Una cosa que se sabía pero nadie decía en voz alta, era que ese niño tenía cierto cariño especial por su madre, aunque eso no se comentaban. No es que Ryūsei no lo quisiera a Sesshomaru, todo lo contrario, amaba mucho a su padre y lo respetaba, pero con Inuyasha tenían una relación diferente.

 

—No vuelvan a irse tanto —pidió el niño con un gesto triste, esperando poder convencerlos como hacía su hermana, pero sólo provocaba risa en sus padres.

 

—No será así por el momento —contestó Sesshomaru y acarició la cabeza de su hijo, quien recibió ese gesto con gusto.

 

—Eso espero —Ryūsei miró al resto de personas que allí venía y vislumbró a alguien que no esperó—. ¡Koga!

 

—Ey, cachorro —saludó al niño que se acercó a él—. Tú también estás enorme.

 

—¡Lo sé! —espetó contento—. Pronto seré más alto que mi hermana.

 

—Claro que no —aseguró la niña. Ella aún tenía un tamaño mucho mayor y se lo hizo notar a su hermanito midiéndose en ese instante—. ¿Ves? Eres un enano.

 

—¡No soy enano! Tú estiras tus orejas para verte más alta.

 

—Cállate, enano.

 

—Ya paren ustedes dos —vociferó Inuyasha para detener esa infantil discusión y suspiró hastiado. Sus hijos eran buenos, pero a veces discutían hasta darle dolor de cabeza, mocosos insoportables—. A veces olvido que son insufribles...

 

—Mamá, ella empezó —Ryūsei se acercó a Inuyasha buscando su protección y la niña hizo lo mismo con Sesshomaru.

 

—¡No es cierto! —espetó Yuzu—. Papá… —Lo miró con un puchero lastimero mientras bajaba las orejas, eso solía convencerlo.

 

—¡Mentirosa...!

 

—Suficiente —espetó Sesshomaru con una voz imponente y fuerte, lo necesario para que sus cachorros guarden silencio—. No toleraré este tipo de actitud apenas llegamos —informó mirando a ambos niños, quienes bajaron la cabeza apenados—. Entremos.

 

Luego de decir eso, sus hijos guardaron silencio e ingresaron completamente al palacio. Inuyasha rodó los ojos sin tener idea cuántas veces vivieron escenas parecidas. Sus niños a veces se ponían un poco inquietos y él solía pararlos, pero a veces un par de palabras de Sesshomaru eran suficientes para que ese par de críos se tranquilizaran. ¿Cómo demonios hacía eso tan fácil? El maldito tenía una presencia tan imponente que hacía temblar a sus propios hijos. Inuyasha ya lo conocía tan bien que ni sus palabras más fuertes le afectaban. Por su parte, Koga no se sorprendió por ese momento, pero consideró que no deseaba tener hijos por un largo tiempo.

 

Después de tanto tiempo lejos de su hogar, se dieron el gusto de descansar un poco. Inuyasha comió con placer como hace algún tiempo no hacía y se relajó mientras contestaba junto con Sesshomaru las preguntas de sus niños. Sin embargo, no podían calmarse mucho, aún debía decidir qué harían. Así que tuvieron que dejar a sus niños nuevamente al cuidado de los sirvientes de confianza y realizaron una reunión que sería definitiva.

 

No supieron cuánto tiempo estuvieron debatiendo con varios de los daimyō de sus tierras, junto con algunos de sus aliados como Koga, cuáles eran las consecuencias de las batallas vividas y qué era lo que les convenía a partir de ahora. No estaban en una mala posición, esa era la verdad, tenían todas las de ganar pero ni aun así podían confiarse. Existían muchos rumores de intrigas y quienes aún pensaban que eran capaces de destruirlos. Para Sesshomaru, eso no representaba ninguna amenaza, pero Inuyasha se sentía un poco intranquilo. No creía que existiese un enemigo lo suficientemente poderoso para vencerlos, pero temía que pudieran tomar represalias contra su familia. Sus hijos eran un gran punto débil de ambos, pero por ese motivo los protegían más que a nada. Aun así, ¿eso sería suficiente?

 

No pudo evitar sentirse más nervioso cuando la decisión final fue la de realizar ese tratado de paz y, para ello, era necesaria una reunión multitudinaria. Acordaron invitar a los líderes de los diferentes territorios con los cuales acordaron establecer una relación de completo vasallaje y con esos que aún parecían inflexibles. Sería una cumbre de magnitudes colosales que no ocurría hace siglos y ese evento sería lo suficiente para acabar con ese conflicto que parecía no tener fin.

 

Todos estuvieron de acuerdo en que esa decisión fue la mejor, pero Inuyasha no podía dejar de sentirse turbado, sobre todo por saber que ese suceso tendría lugar en su palacio. De sólo pensar en la cantidad de gente que asistiría le daban escalofríos. Mierda, ¿por qué tenían que pasar por esto? Porque eran el reino más grande y poderoso, ¿a qué debían temer? A nada y lo sabía. Sin embargo, seguía poniéndole nervioso pensar en ello.

 

Por fin pudieron tener un momento de privacidad cuando todo el mundo se retiró y los dejó solos. Sesshomaru se aproximó a Inuyasha y no necesitó que éste le dijese nada para saber que esa situación no le agradaba.

 

—No digas nada —interrumpió Inuyasha sin querer dejarlo hablar—. Sé que es lo mejor. Sé que todo estará bien y debo soportarlo por más que me parezca una mierda eso de tener a tanta gente aquí.

 

—No es necesario preocuparse —dijo de todas formas— y será por poco tiempo.

 

—Lo sé —suspiró cansado—. De todas formas será una molestia.

 

No quería imaginarse lo que sería organizar un evento así de monstruoso y lo que tardarían, pero en ese momento su cuerpo y mente estaban tan agotados que no deseó siquiera imaginarlo. Sesshomaru lo distrajo en ese momento alzándole el rostro para que lo mirara. No importaba cuántos años pasasen, ese desgraciado seguía poniéndole los pelos de punta cada vez que lo miraba. Sin pensarlo dos veces, Inuyasha se acercó a su hermano para besarlo y sintió ese contacto revitalizador, como agua fresca de una fuente misteriosa y atrayente.

 

Durante las campañas militares, solían tener sus momentos de intimidad, pero no eran muchos. Debían dejar sus asuntos personales para después porque su concentración absoluta tenía que estar puesta en sus objetivos, pero el deseo a veces les sobrepasaba. Abrazó a su hermano mayor y apretó la ropa de éste entre sus garras. Besarlo siempre le hacía olvidarse incluso de dónde estaba parado y dejase de estar ansioso por lo que fuese a pasar.

 

¿En qué momento se había hecho de noche? Inuyasha apenas lo notó cuando salieron de esa sala donde hicieron la reunión. Cuando buscó a sus hijos los encontró jugando con Koga. ¿Qué demonios tenía el lobo idiota que le caía bien a sus niños? Explicarse eso ya no tenía sentido. Koga era amable con sus cachorros, por más que Inuyasha no dejase de pelear con él como siempre. A pesar de llevarse bien con ellos, él y su título de madre seguían siendo más importantes que cualquier otra cosa. Finalmente, pudo contestar todas las preguntas y cuestiones de sus dos monstruos.

 

Yuzu era muy curiosa, pero no podía negar que estaba mucho más grande y iba en camino de convertirse en una joven magnífica. Ella tenía mucha energía, pero también poseía una gran hambre de conocimientos. Solía encerrarse en la biblioteca a leer por horas, cosa que no supo de dónde sacó, pero parecía entusiasmarle saber un poco de todo. Ryūsei, en cambio, era muchísimo más inquieto e hiperactivo, por no decir travieso. Era un niño bueno, quien aún era muy pequeño para manejar su naturaleza de demonio, pero que poco a poco iba creciendo junto con sus habilidades.

 

A la hora de dormir, su hija se retiró a sus aposentos, pero Ryūsei quiso permanecer un poco más allí con él.

 

—¿Podría dormir hoy aquí? —preguntó el niño llamándole la atención.

 

—¿Por qué? —indagó—. ¿Hay algo malo con tu habitación?

 

—No, es sólo que… —titubeó cabizbajo— los extrañé y no me quiero ir.

 

Sin poder evitarlo, una pequeña risa se le escapó y no pudo negarse. Muchas veces, Yuzu había hecho eso, pero ya era mayor y no pedía dormir con ellos, aunque en determinada ocasión lo hacía. Su hijo aún le gustaba escabullirse en su cama.

 

—Claro que puedes —aseguró viendo la sonrisa del niño—. Tu papá seguro se aparecerá más tarde.

 

Inuyasha sabía que Sesshomaru todavía seguiría viendo los pormenores para comenzar a organizar esa dichosa cumbre, pero él ya se había cansado. Quería estar con sus hijos y que le dejasen de joder un rato con esa maldita política. Todavía seguía sintiéndose turbado al pensar en ello, por más que estaba seguro que era inevitable. De todas formas, pasaría, así que debía comenzar a acostumbrarse e involucrarse con ese tema, sin importar lo mucho que le molestara.

 

—Mamá —llamó Ryūsei sacándolo de sus pensamientos—. Cuando sea grande… —continuó hablando provocando que Inuyasha arqueara una ceja sin querer imaginarse a dónde quería llegar—. Quiero ser tu compañero.

 

Cuando oyó eso quedó impactado por unos instantes, pero luego una carcajada se le escapó finalmente. ¿Qué acababa de decirle su hijo? ¿Que quería ser su compañero? Qué mocoso loco.

 

—¿Qué dices, hijo? —preguntó sin que la situación dejase de parecerle divertida—. No digas tonterías.

 

—¡Es en serio! —aseguró muy decidido, pero al ver cómo Inuyasha se burlaba entristeció—. ¿No me quieres, mamá?

 

—No es eso, enano —contestó mientras lo rodeaba con un brazo para acercarlo más a él—. Yo los quiero mucho a ti y a tu hermana —explicó—, pero no puedo ser tu compañero.

 

Sus palabras decepcionaron aún más al niño quien miró a su madre esperando que le diga una razón de por qué le negaba eso que quería.

 

—Yo soy el compañero de tu padre y tú eres mi hijo —resaltó esas obviedades que, a su parecer, eran suficientes motivos. Sin embargo, Inuyasha sabía que, de la misma forma que él se unió con su hermano, había muchos casos donde padres se emparejaban con sus hijos; pero este no sería el caso—. Cuando seas grande tendrás tu propio compañero.

 

—¿Y tiene que ser mi hermana? —preguntó mirándolo con atención—. Como tú y papá.

 

—No necesariamente… —contestó ladeando la cabeza mientras lo pensaba—. Puede ser alguien más, quien desees.

 

—No quiero que Yuzu sea mi compañera… —mencionó con una mueca de desagrado que divirtió más a Inuyasha.

 

—Estás demasiado chico para pensar en eso —dijo con los ojos entrecerrados sin querer saber de dónde sacó esas ideas su hijo. Sólo tenía cinco años, demasiado pequeño para preocuparse de esas cuestiones—. Vamos a dormir.

 

Ryūsei asintió y se metió entre las mantas junto a su madre. Pareció olvidar completamente ese asunto e Inuyasha también lo hizo. Sólo eran ideas extrañas que tenía su niño, quien aún iba creciendo y entendiendo cómo funcionaban esos patrones peculiares en los que vivían. Él podría ser lo que quisiese, sin duda siempre lo protegería. Inuyasha se rió al pensar en qué diría Sesshomaru si escuchase que su pequeño hijo andaba diciendo esas cosas, quizá después se lo comentase. Abrazó a su hijo y no durmió hasta que su tonto hermano apareció. Jamás podría tener otro compañero que no fuese él, era algo que sabía y revivía cada vez que lo tenía cerca.

Notas finales:

AVISO IMPORTANTE

Bueno, como saben, ya pasamos el capítulo 40 y he sido fiel en cuanto a actualizaciones, pero ahora tengo malas noticias al respecto. Tampoco es tan grave, el fanfic no va a entrar en hiatus, sino que volveremos al ritmo de una vez por semana. Esto es debido a que no cuento con tiempo en este momento ni una amplia disponibilidad para poder escribir, editar los capítulos y subirlos. Por lo que decidí volver a este ritmo para darme el tiempo necesario de evalular los capítulos con más dedicación para subirlos, porque no quiero entregar cualquier cosa como siento que estoy haciendo. Yo no soy así y quiero dar lo mejor, pero en este momento me es imposible hacerlo dos veces por semana. Esto lo hago justamente para no entrar en hiatus ni tener que dejar esta historia por tiempo indeterminado. Quiero terminar el fanfic y no dejarlo, pero necesito tiempo. Además, estoy sufriendo hace un par de meses un bloqueo para terminarla, por lo que me voy a dedicar a trabajar en ello. Así que pido disculpas por este cambio y daré lo mejor de mí para poder llegar al final. De todas formas, la falta de comentarios me hace creer que la historia no está yendo por buen camino, cosa que también me desmotiva, no porque no tenga muchos reviews porque nunca fui una de esas autoras que llora por comentarios, sino porque al tener una cierta cantidad y ver cómo ha disminuido me hace pensar que algo estoy haciendo mal con la historia que no está gustando. Así que voy a tomarme mi tiempo también para replantearme eso, si debo cambiar algo o dejarlo.

Por lo pronto, me verán el próximo miércoles y también quiero decirles que no falta mucho para que la historia termine, espero que lo haga más allá de mis crisis existenciales(? En fin, nos vemos y gracias a quienes siguen la historia. Besitos.


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