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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

—¿Es necesario que nos quedemos aquí?

 

Ryūsei no parecía nada conforme con esa decisión, pero no haría cambiar de opinión a su madre por más que lo intentara. Inuyasha ya no tenía ganas de contestar esa pregunta, sus hijos eran demasiado tercos y no tuvo deseos de indagar de dónde heredaron ese rasgo.

 

—Será por poco tiempo —aseguró una vez más—. Es mejor que se queden en esta parte del palacio durante las reuniones, luego podrán andar donde ustedes quieran, así que ya dejen de quejarse.

 

Por más que le hastiara, esa era la verdad. Después de varios meses de organización, el día de la cumbre había llegado e Inuyasha no podía sentirse más fastidiado al respecto. Pasó bastante tiempo hasta llegar a este momento. Entre la regularización del evento, confirmar las asistencias de los participantes, disponer el lugar del palacio dónde estarían y cuánto tiempo les tomaría ponerse de acuerdo. Todo eso llevó demasiado tiempo, pero finalmente estaba a punto de realizarse y esperaba que no durase mucho. Sin embargo, Inuyasha temía que esas negociaciones se estiraran más de lo previsto y sólo de imaginarlo quería huir de esa maldita reunión, aunque era consciente que no podía hacerlo y debía estar allí presente.

 

Algo que habían estado de acuerdo con Sesshomaru al momento de discutir sobre los pormenores de esa cumbre, era la seguridad de sus hijos. Nada les pasaría a sus niños estando ellos bajo el mismo techo, pero aun así no dejarían ningún cabo suelto. Sus hijos permanecerían un ala específica del palacio donde estaban sus habitaciones privadas y allí estarían seguros. Sin embargo, esa misma reclusión, que era por motivos de seguridad, a sus hijos les molestaba muchísimo.

 

—¿Por qué no podemos acompañarlos? —preguntó Yuzu esta vez mirando a su madre.

 

—Serán un montón de reuniones aburridas —contestó restándole importancia al asunto—. Es mejor que se queden aquí y nosotros vendremos apenas termine.

 

—Papá ya casi no viene a vernos… —Ryūsei bajó la cabeza algo triste luego de decir eso. Amaba estar con su mamá, pero también extrañaba a su padre.

 

Inuyasha mordió sus labios y no tuvo forma de negar eso. Con todos estos problemas, Sesshomaru había estado muy ocupado y distante, incluso de él. Claro que Inuyasha también sentía la ausencia de su compañero, pero era inevitable. Incluso él había estado con la cabeza en cualquier lado debido a esa cumbre de mierda, pero definitivamente Sesshomaru era quien se ocupaba mucho más del asunto. Entendía la situación sin embargo y no se quejaba, pero sus hijos aún eran jóvenes y deseaban ver a su padre. Acarició la cabeza del niño y le sonrió con confianza para que deje de estar tan decaído.

 

—Ha estado muy ocupado —admitió—, pero les aseguro que apenas termine todo este escándalo lo traeré de los pelos si es necesario.

 

—¿Lo harás, mamá? —Yuzu lo miró con mucha emoción cuando oyó eso. Desde que ambos hermanos aprendieron a hablar, también eran capaces de dilucidar el lenguaje soez de Inuyasha y sabían que no haría literal lo que decía—. ¿Crees que podríamos… dar un paseo juntos?

 

—¡Sí! —Ryūsei concordó con su hermana—. Salgamos, mamá.

 

—Bueno… —meditó Inuyasha al respecto—. Hace mucho que no visitamos la aldea.

 

Lo que decía era muy cierto. Ya llevaba mucho tiempo sin ver a sus amigos y a sus hijos les agradó mucho la idea. Después que todos esos sucesos pesados acabaran les vendría bien un tiempo de descanso. Los niños ya habían crecido mucho y quería regresar a visitar a ese grupo de tontos que tanto extrañaba, suponía que Sesshomaru estaría de acuerdo con la idea, aunque su atención estuviera fija en estos próximos acontecimientos y no lo culpaba, Inuyasha también se sentía alterado debido a eso. Dejó a sus pequeños en manos de sus sirvientas de confianza y se dirigió a donde debía encontrarse con su compañero.

 

En el camino, Inuyasha localizó a Raiden antes de llegar. El hōkō permaneció firme y se dirigió a él cuando lo llamó. Desde hace algún tiempo, Raiden le gustaba más vivir fuera del palacio, pero nunca se mantenía alejado y, durante el día, siempre estaba cerca de él o los niños. El yōkai blanco se convirtió en un buen amigo de Inuyasha desde que lo adoptó. Por más que fuese algo torpe en un principio, el hōkō también se perfeccionó al punto de volverse un magnífico aliado, el mejor que podía tener en batalla.

 

No dudaba de la lealtad de esa sabandija ni de su eficiencia y confiaba en él ciegamente. Se fijó que no hubiese nadie en ese momento cerca y clavó los ojos nuevamente en el hōkō.

 

—No los dejes solos en ningún momento —ordenó con claridad, sin que hiciese falta especificar que hablaba de sus hijos, Raiden entendió y asintió con su cabeza antes de marcharse en dirección hacia donde los niños estarían.

 

Eso le tranquilizó un poco más. Sabía la fortaleza de ese demonio de cinco colas y estaba seguro que podría proteger a sus hijos o, si algo malo pasaba, escapar con ellos. De todas formas, Inuyasha sabía que nada malo ocurriría. ¿Serán sus instintos los que le hacían sobreproteger a sus crías? Tal vez, pero no se detuvo a razonar mucho eso.

 

Si Inuyasha tenía que decir una de las cosas que más odiaba de este evento de mierda era esperar a que todos esos condenados invitados llegaran. ¿Por qué tenía que recibirlos a todos junto a Sesshomaru? Decir aburrido para describir esas malditas horas era poco. Inuyasha no era Señor del Oeste, pero ocupaba una posición de poder y debía hacerse cargo de eso. Sesshomaru era quien ostentaba el título, pero él era su compañero y quien siempre estaba a su lado. Si el tonto de su hermano no estaba, quien se quedaba a cargo era él y las decisiones solían tomarlas juntos. Por ese motivo, ahora no podía hacerse el distraído en estos momentos que eran fundamentales. Inuyasha decía que él no portaba ningún título, pero era el compañero de Sesshomaru, el otro padre de sus hijos, quien le acompañaba gobernando y en las campañas militares.

 

Por más que le costaba horrores, tuvo que poner su mejor cara al recibir a todos aquellos que fueron llegando y a muchos los consideraba grandes idiotas, pero esas palabras no podían salir de su boca si quería que todo esto acabara pronto y de una forma pacífica para que esos desgraciados se largaran de su casa. Sin embargo, lo peor era recibir a los que no conocía. Tuvo que aprenderse varios nombres antes de ese día y lo hizo de mala gana, para no hacer quedar mal a Sesshomaru. Algo que lo hizo sentirse hastiado fue la falsedad y exagerada amabilidad con la que se presentaban con él. ¿Quién mierda invitó a esos lamesuelas? Ya tenía suficiente con Jaken lustrando las botas de su hermano para que vengan idiotas a querer hacerlo con él, esta cumbre sería horrible.

 

Cada líder llegó con un pequeño cortejo y sus familias en algunos casos, los cuales eran ubicados en otras secciones del palacio mientras que los líderes se dirigían en un salón para comenzar la reunión. Sin embargo, hubo quienes no asistieron y eso sólo podía significar una cosa. ¿Posible declaración de guerra? Vaya que algunos no querían dejar de joder, pero ahora tenían varios temas que tratar.

 

Uno de los últimos hombres que llegó ni Inuyasha o Sesshomaru lo reconocieron. Hubo un pequeño desconcierto al verlo. ¿Quién demonios era ese sujeto? Todos allí habían llegado con varios acompañantes pero ese tipo se presentó solo.

 

—Es un honor estar en su presencia, señores —saludó con absoluta cortesía haciendo una reverencia—. Mi nombre es Hisao y he venido en representación de mi señor Eiji de las Islas del Sur, líder de los tigres del mar.

 

Al decir esto, mostró dos cartas perfectamente enrolladas y provocó más intriga. Sesshomaru verificó esos papeles e Inuyasha también lo hizo. Uno era la invitación que ellos habían enviado, la cual funcionaba como una garantía para pasar al evento mientras que el otro pergamino era una carta escrita por el señor de los Suiko y explicaba que una situación de máxima urgencia impedía su asistencia a la cumbre, pero que su hombre de confianza iba en su lugar. ¿Qué demonios era eso? ¿Qué podía ser más importante que asistir a ese maldito evento multitudinario?

 

—Mi señor se lamenta mucho por no poder asistir —dijo nuevamente aquel hombre llamándoles la atención.

 

—No recuerdo que el líder de los tigres de agua se llamase Eiji —confesó Sesshomaru mirando a ese sujeto con los ojos entrecerrados—. ¿Qué ha sucedido con Masayoshi?

 

—Nuestro señor Masayoshi no ha podido asistir porque partió de este mundo de forma imprevista y su hijo asumió su cargo —explicó y una expresión de pesar se formó en su rostro—. Este motivo es por el cual no cuenta con la presencia del señor Eiji, quien manda sus disculpas, y me autorizó a tomar las decisiones que me parezcan pertinentes. Pueden confiar en mí.

 

Aunque ese sujeto no demostrase ninguna hostilidad, traía algo raro. Inuyasha miró de reojo a Sesshomaru y después clavó los ojos en ese tal Hisao. No parecía sospechoso en apariencia. Incluso lucía elegante, con finas ropas y no recordaba alguna vez haber visto alguien con un color de cabello tan extraño, ¿qué era? ¿Verde agua? ¿Azul claro? Quién sabe, pero sospechaba que se mezclaría bien en el agua. Además, poseía unos toques brillantes de ese mismo color raro bajo sus ojos, ¿acaso eran escamas? Al parecer.

 

—Siendo así… —mencionó Inuyasha y suspiró aceptando eso que decía aquel hombre.

 

Sea quién fuese ese tigre marino, no le importaba y quería terminar pronto con éste asunto, aunque no necesitaba compartir palabra alguna con su hermano para saber que él no estaba conforme. Lo dejaron ingresar a la cumbre y no tardó mucho más en comenzar, por suerte.

 

Las horas transcurrieron de una forma insoportable e Inuyasha quiso destrozar a varios imbéciles. ¿Por qué tenía que soportar a esos idiotas? Sus garras se tensaron más de una vez con ganas de cortar cabezas, pero se contuvo. Lo primero en discutir fueron los temas que giraban en torno al territorio. Varios de los líderes no tuvieron inconveniente alguno en conservar parte de sus tierras a cambio de someterse a una relación de vasallaje, pero otros no se mostraban tan conformes. Las negociaciones se volvieron interminables, pero por suerte lograron concretar un acuerdo antes de tener que llegar a las amenazas. ¿Acaso esos idiotas no se daban cuenta que estaban siendo amables con ellos? Si llegaban a seguir abusándose ni él ni Sesshomaru tendrían paciencia para soportarlo.

 

Debía admitir que sólo bastó una mirada de Sesshomaru para que varios allí temblaran, pero cuando éste hizo una pequeña insinuación sobre lo poco beneficioso que sería para algunos entrar nuevamente en guerra, alcanzó para suavizar la ambición de esos ineptos.

 

Tomaron una pequeña pausa luego de horas de estar discutiendo. Esa cumbre estaba siendo tan mierda como se la imaginó, pero al menos ahora tenía un rato para respirar. Inuyasha se apartó para tomar un poco de agua y Koga se aproximó a él.

 

—Mierda, casi matas a ese imbécil con cara de cerdo —mencionó el lobo refiriéndose a una discusión acalorada que compartió Inuyasha con uno de los líderes y el hanyō rodó los ojos fastidiado.

 

—Lo hubiera hecho si no fuera por esa tontería de ser diplomático —rió junto a Koga sin poder evitarlo consciente que ambos eran igual de impacientes para esos asuntos.

 

—Sí, espero que esto no se estire tanto o que al menos pase algo más interesante.

 

—Lo dudo —Inuyasha suspiró cansado y sabía que faltaría mucho más para que acabaran con esas reuniones—. Iré a ver a los niños, mantén a esos tontos controlados.

 

—Yo no soy tu esclavo, cara de perro —espetó molesto, pero Inuyasha sabía que podía confiar en él, a pesar de todo—. Ya, ve, no creo que tus instintos de madre te dejen sobrevivir mucho lejos de tus cachorros.

 

—Cállate, sarnoso de mierda.

 

Odiaba cuando ese estúpido le jodía, pero en ese momento no podía golpearlo como deseaba y nunca admitiría que sí, estaba un poco impaciente por ver a sus hijos. Sabía que nada malo habría pasado, ellos estaban bien, podía olerlos y sabían que no estaban lejos, pero aun así necesitaba verlos. Ya no le importaba sentirse humillado por esos impulsos sobreprotectores que tenía con sus dos crías y lo único que cruzó su cabeza en esos instantes era retirarse de ese salón infernal.

 

Inuyasha caminó por los pasillos con un paso rápido que demostraba su ansiedad y procuraba no ser visto. No quería que alguien viniese a joderlo ahora, pero sus deseos no fueron cumplidos. Detuvo su andar y se volteó hacia aquel que le interrumpía, el único que no podía molestarlo tanto.

 

—¿Aprovechas el primer momento para escapar? —dijo Sesshomaru aproximándose a su hermano quien le gruñó molesto.

 

—Iba a ver a nuestros hijos —contestó como si eso fuese suficiente razón y para él lo era.

 

—Ellos están bien —aseguró, pero eso Inuyasha ya lo sabía.

 

—Quiero estar lejos de esos idiotas un rato —admitió con pesadez. No planeaba mentirle, en ningún momento ocultó lo molesto que le resultaba ese acontecimiento.

 

Contrario a enojarse, Sesshomaru lo miró con un ceja arqueada y asintió, gesto que sorprendió a Inuyasha.

 

—En eso estoy de acuerdo contigo.

 

No pudo evitar reírse cuando oyó a su hermano pronunciar esas palabras. A él tampoco le agradaba toda esa cumbre de mierda, pero disimulaba mucho mejor su desagrado. Inuyasha se alzó de hombros y comenzó a caminar junto a su hermano hasta su cuarto, donde deberían estar sus niños, pero no los encontraron allí. Algo de incomodidad le produjo no verlos en la habitación, pero quizá estuvieran en otro o los hayan llevado a comer. Por el olor del cuarto, sabía que no se habían marchado hace mucho.

 

—Podemos ir a buscarlos —sugirió Sesshomaru, más que nada porque sentía lo inquieto que estaba su compañero al no ver a sus cachorros donde deberían estar.

 

—No… —meditó unos instantes mientras miraba la habitación y luego a su hermano—. Aya y Maya deben estar con ellos, y no podemos demorarnos mucho.

 

Hubo algunos instantes donde dudó y tuvo ganas de ir con sus hijos en vez de volver a esa reunión, pero sabía que no podían retrasarse mucho. Es más, ya deberían estar volviendo. Bufó con desgano deseando con fuerza que estos molestos momentos acabaran, pero sabía que irremediablemente sería así y debía soportarlo. Su hermano era alguien importante y, por más que le molestase toda la burocracia política, debía acompañarlo también en esto. De eso se trataba el compañerismo, ¿verdad? Sesshomaru contaba con él y defraudarlo no era un opción.

 

Inuyasha sintió un escalofrío recorrer su columna cuando la mano frío de Sesshomaru le acarició el rostro. Alzó la vista hasta encontrarse con los ojos de su hermano y no pudo evitar sonreír al ver. ¿Cuándo se acercó tanto? Maldito idiota sigiloso.

 

—¿Qué haces? —preguntó mirándolo con cierta intriga, aunque una parte de él sospechaba qué hacía, no era la primera vez que notaba la forma en que Sesshomaru le miraba.

 

Había costado algo de tiempo, pero ya se sentía capaz de dilucidar algunas de las miradas de su hermano. A pesar de tener tan poca expresión, Sesshomaru le transmitía muchos cosas al verlo. Ya no era el desprecio del pasado, era algo cálido y que le hacía temblar todo su interior al percibirlo. En esos instantes, sólo deseó acercarse más a él. ¿Cómo ese estúpido era tan magnético? Quizá sólo fuese Inuyasha quien se sentía tan atraído y más valía que sí, nadie más podía recibir esa mirada.

 

—Pueden esperar un poco más —dijo Sesshomaru con esa voz profunda que estremecía a su pequeño hermano. Dejó que sus manos descendieran por el cuerpo de Inuyasha y lo atrajo hacia él para robarle el aliento como hace un tiempo no disfrutaba.

 

Ese beso funcionó casi como un elixir revitalizador para ambos. Inuyasha se aferró a su hermano con desespero y la forma en que su boca se movió resultó casi salvaje. ¿De dónde nacían tantas ansias? Tal vez porque hacía algo de tiempo que no se tocaban con suficiente intimidad y ahora, con tan solo un simple beso, bastaba para desatar ese deseo acumulado. Sintió cómo Sesshomaru pasaba las garras por su ropa e Inuyasha enredó algunos dedos entre los cabellos de su hermano. Rayos, qué bien sabía la boca de ese desgraciado.

 

Un suspiro se le escapó entre los labios de su hermano y se separó estando agitando, aunque también notó cómo a éste le pesaba un poco su respiración. Apreciar la forma en que lo deseaba era algo espectacular.

 

—¿Hay que volver ya? —murmuró Inuyasha sin querer dejar de abrazarlo y parecía que Sesshomaru tampoco deseaba soltarlo.

 

—Sí… —contestó, pero ni aun así se apartaron. Sus manos acariciaron la espalda de su hermanito y volvió a darle otro beso.

 

A ese le siguieron otros y más, pero finalmente debían volver. Por más que desearan otras cosas, sabían que para eso no tenían tiempo. Era una gran decepción, pero no les convenía dejar a ese grupo de idiotas esperándolos demasiado. Se fundieron un poco más en la boca del otro, cosa que les dio el suficiente ánimo para seguir y forjaron una muda promesa de continuar después.

 

Inuyasha sabía que necesitaba de mucho autocontrol para no matar a nadie hasta que esa jodida cumbre acabara, pero Sesshomaru se encargaría de él.

 

.

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—Mamá va a molestarse mucho… —dijo nuevamente Yuzu y su pequeño hermano se volteó a verla.

 

—Por eso no se lo diremos —aseguró Ryūsei, pero la niña no parecía convencida.

 

Tampoco era tan grave, sólo habían salido a dar un paseo por los jardines sin que los sirvientes los vean. Aya y Maya eran divertidas, pero nunca les dejaban hacer ciertas cosas por temor a que algo malo pasara. Además, Inuyasha aclaró que no quería que saliesen de esa ala del palacio y sólo habían ido a los jardines privados, así que no estaban desobedeciendo y además nada malo pasaría. Sólo sería un rato y Raiden los acompañaba. El hōkō los obedecía casi tanto como si fuesen el mismo Inuyasha y, técnicamente, no estaban solos si él los acompañaba.

 

Después de un rato, Yuzu pareció relajarse y jugó con su hermano. Ryūsei era pequeño, pero era mucho más salvaje que ella, incluso fue él quien tuvo la idea de salir a jugar afuera. El niño se aburría fácilmente estando dentro, le gustaba más andar entre la naturaleza y a veces luchaba con su hermana, aunque Yuzu estaba mucho más experimentada que él en combate. Su madre hacía algunos años que venía entrenándole y Sesshomaru también participaba de esas lecciones, además le mostraban cómo usar sus sentidos de una forma apropiada. Más de una vez, Inuyasha la había llevado a cazar con él. Su velocidad, agilidad y astucia se habían incrementado, incluso le explicaba cómo sobrevivir fuera, asumiendo que ella desearía realizar sus propias exploraciones cuando fuese mayor.

 

En cambio, Ryūsei aún estaba empezando con ese desarrollo y el ansioso niño estaba impaciente por conseguir más fuerza. Quería ser como sus padres, poderoso como ellos, y deseaba crecer para lograr un nivel similar. Aprendía bastante rápido, aunque no lo suficiente para lograr vencer a su hermana, quien le llevaba unos cuantos años de experiencia. Realizar alguno de esos entrenamientos dentro era difícil, así que era mejor hacerlo afuera.

 

Intentó alcanzar a Yuzu con sus garras, pero ella lo esquivó fácilmente y con un rápido movimiento apartó a su hermanito provocando que cayese al suelo. Tenía que usar la fuerza del oponente en su contra, eso le enseñó su padre y cada vez iba aprendiendo más.

 

—Eso no se vale… —se quejó Ryūsei mientras se tocaba la cabeza donde se había golpeado al caer.

 

—Sólo es práctica —aseguró ella acercándose al niño para ayudarlo a pararse—. Pronto a ti también te saldrá.

 

El niño no pareció conforme y Raiden se aproximó a ellos en ese instante. El hōkō lamió la mano de su pequeño amo para animarlo y eso le provocó una sonrisa. Algún día sería tan fuerte como sus padres y vencería a su hermana. Quién sabe, tal vez también tendría su propio colmillo.

 

Estuvieron a punto de comenzar algún otro juego o lo que sea, pero algo raro en el ambiente les llamó la atención. Alguien que no conocían se estaba acercando a donde estaban, pero eso no podía ser, se supone que nadie vendría hasta donde estaban. Raiden cambió a su forma más grande y mostró los dientes mientras observaba a ese intruso. Aquel gesto demostró a los hermanos que no se trataba de nadie conocido y si el hōkō alzaba tanto la guardia no podían esperar nada bueno. Sin embargo, al ver a ese sujeto tuvieron la sensación que Raiden estaba equivocado.

 

—Buenas tardes, príncipes —saludó con amabilidad y Raiden se puso en medio para evitar que se acerque más—. Es un honor conocerlos, soy Hisao de las Islas del Sur —se presentó observando a los niños y luego a la bestia blanca que lo miraba amenazante—. Admiro la tenacidad de su guardián al protegerlos, pero les aseguro que no hay nada que temer.

 

Esas palabras ni sus gestos se venían con alguna mala intención, pero aun así Raiden no se movió y ambos hermanos no dijeron nada por algunos instantes. Ellos conocían a pocos líderes de tribus, a excepción de Koga, y no podían confiarse de aquel extraño. Yuzu fue quien se alzó, erguida con elegancia como le habían enseñado, acarició el lomo de Raiden para tranquilizarlo y que dejara de gruñirle a ese sujeto.

 

—No suele confiarse de los que no conoce —contestó con la voz firme mirando al hombre con seriedad. En ese momento ya no era una niña que estaba jugando con su hermano, era la princesa de las Tierras del Oeste y debía demostrarlo—. Menos de aquellos que rompen las reglas, señor Hisao del Sur.

 

Aquel sujeto miró sorprendido a la niña por su forma de hablarle, pero al instante le sonrió. Ella sabía que esa parte del palacio estaba prohibida para los participantes de la cumbre y su presencia allí podría ser fácilmente interpretada como una traición al acuerdo.

 

—Oh, no me malentienda, princesa —mencionó apenado, colocando una mano sobre su pecho—. He llegado aquí dando un paseo por el palacio y decidí acercarme a saludarlos cuando los vi —Alzó su cabeza para mirar el castillo que se mostraba imponente junto a ellos—. Es una estructura maravillosa, no tenemos nada parecido en…

 

—Señor —interrumpió Yuzu—, le recomiendo que regrese a las habitaciones asignadas a los invitados. Esta ala del castillo no está dispuesta para tal fin.

 

La impaciencia de la niña se notó con claridad. Ella quería que ese hombre se marchara pronto y que no se creara ningún alboroto. No parecía dispuesto a atacarlos o algo similar, pero su presencia allí sin duda era sospechosa. No se creía la excusa de que se había “perdido” y terminó donde ellos estaban por casualidad. Era joven, no estúpida. De todas formas, no debía mostrarse intranquila ante ese hombre y menos transmitirle esos sentimientos a su hermano. Ryūsei no dijo nada, sólo se mantuvo cerca de su ella y miró a ese tipo con sus ojos entrecerrados, deseando que se vaya con las mismas ganas.

 

—Tiene razón —asintió Hisao—. Lamento haberlos importunado, príncipes, aunque debo decir que es una sorpresa conocerles —Observó con detenimiento a ambos. Ella se parecía mucho a su madre y el niño al padre. Una hanyō y un yōkai, qué interesante casualidad—. Ha heredado los rasgos de su madre, princesa —dijo con una sonrisa y la niña le miró sorprendida por sus palabras—. Y el joven príncipe ha de ser tan fuerte como el señor Sesshomaru.

 

Ryūsei se tensó cuando sintió que se dirigía a él y le miraba de esa misma forma que a Yuzu. No quería contestar eso y tuvo ganas de soltar algún insulto, pero nada se le ocurría. Ojalá su mamá estuviera allí, a él siempre se le ocurría algo que decir.

 

—Son nuestros padres —mencionó Yuzu comenzando a sentir cómo su impaciencia se transformaba en molestia—. Es natural que nos parezcamos a ellos.

 

—Estoy de acuerdo —aseguró con suavidad—. Sin embargo… Me intriga la naturaleza de los hanyō —Aquel comentario asombró al par de hermanos y les dio aún más desconfianza—. Usted es como su madre, lo que significa que posee sangre humana en sus venas y…

 

—Si nos disculpa —lo cortó la niña nuevamente sin querer hablar más con él—. Nos retiraremos —anunció haciéndole una señal a su hermano para que subiese al lomo de Raiden—. Le pido que no se demore en regresar y respete las normas estipuladas, señor Hisao.

 

El hombre supo que ese sería el final de la conversación, más aún cuando observó a la niña subirse también sobre aquella bestia. ¿Había hecho algo malo queriendo conversar? Posiblemente. Por lo visto, los señores del Oeste habían criado a sus hijos cautelosos y precavidos.

 

—Le agradezco su atención, princesa —Hizo una reverencia nuevamente—. Que tengan un buen día.

 

Observó cómo el blanco hōkō emprendía el vuelo con los jóvenes príncipes en su lomo y desaparecían de su vista. Poco se sabía sobre los herederos de Sesshomaru e Inuyasha, pero algunos rumores se desprendían. Qué interesante noticia confirmar que se trataban de un hanyō y un yōkai. ¿Ella sería tan fuerte como su madre? ¿Y el niño tan feroz como el mismo Señor del Oeste? Era un duda que muchos tenían y tantos otros aún meditaban. Regresó a la reunión que estaba a punto de volver a reanudarse mientras seguía pensando al respecto de toda esa información que acababa de reunir.

 

Notas finales:

Algo que quería comentar que me olvidé en el capítulo pasado es una cosa que me pasó. Después de escribir estos capítulos, me había puesto a leer un fanfic en inglés de Inuyasha donde tenía un hijo que se llama Ryusei y me quedé impactada, ni que fuera un nombre tan común, qué sé yo. El fanfic no me gustó de todas formas, no lo terminé de leer, me dejó con un sabor amargo... y mi Ryusei es mejor(? jajaja

Muchas gracias a todos los que leen y los comentarios con ánimos, eso ayuda a mi espíritu cansado y aliviana mi depresión maníaca. Tengo muchas cuestiones dando vueltas alrededor de mi cabeza, pero me siento fuerte en este momento. El fanfic va a estar bien, no va a ser cancelado ni entrar en hiatus, se los recuerdo. Al menos esto quiero hacerlo bien.

Me despido hasta la semana que viene y les deseo una Feliz Navidad. Que se rían, se diviertan con sus familias y coman muchísimo. Nos vemos la próxima!


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