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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Notas del capitulo:

Inuyasha no me pertenece a mí, es de Rumiko Takahashi y estudio Sunrise.

Aquellos instantes de tenso silencio parecieron eternos. Inuyasha no podía dejar de ver a Sesshomaru y se asombró al percibirlo tan molesto, pero al parecer no fue el único. Muchos allí los estaban observando, prestando atención y alertas por lo que ocurría. ¿Acaso habían percibido alguna sensación de peligro? Quizá, porque la mirada que tenía su hermano era gélida, pero no necesitaba hacer ninguna mueca o decir una sola palabra para demostrar la furia que recorría su ser. ¿Qué le pasaba? Inuyasha no fue capaz de contestárselo. Sólo permaneció viéndolo mientras esa mano seguía apretando su hombro.

 

—Señor Sesshomaru —mencionó en forma de saludo aquel hombre. Su voz sonaba tranquila, pero sin duda también había notado la hostilidad que le dirigía.

 

—Señor Eiji —habló Sesshomaru de la misma forma entrecerrando los ojos un poco más sin dejar de mirarlo—. ¿Qué conversaba con mi compañero?

 

Esa pregunta causó un escalofrío en Inuyasha y abrió los ojos sin poder creer lo que dijo. No recordaba alguna vez haberlo escuchado decir mi compañero para referirse a él ante otros y eso, además de la misma pregunta, le dejó confundido. Sin duda, Sesshomaru había escuchado qué le dijo ese tipo, pero de todas formas exigía saberlo y que se lo dijera en su cara.

 

—Nada que usted no sepa —contestó con amabilidad—. Sólo halagaba a Inuyasha por su fortaleza en las batallas y me presentó a sus hijos —Sus ojos cayeron un segundo en ambos niños, quienes observaban la escena muy atentos también, y luego regresó a ese daiyōkai—. Maravillosos.

 

Sesshomaru apretó los dientes inconforme al oír eso, porque sabía que esas no fueron las palabras ni lo que quiso decir. Una gran furia le recorrió cada parte de su cuerpo y sus garras le hormiguearon con deseos de atravesar a ese imbécil. Sin embargo, debía desistir. Esa reunión era para acordar paz, ¿verdad? Comenzar una pelea sólo significaría una declaración de guerra y eso no fue lo que prometió. No le asustaba entrar en conflicto, pero si quería que ese imperio que construía se mantenga y se expanda no podía exasperarse por cada idiota que se le cruzara enfrente.

 

—Será mejor que se ocupe de sus asuntos —sentenció Sesshomaru de una forma tajante, dándole a entender que a él no lo tomaría por estúpido—. No olvide dónde está parado.

 

Esa era su casa, sus tierras, su familia. Nadie podía venir a querer desear o siquiera mirar lo que le pertenecía. Antes mataría a cualquier desgraciado que se atreviera a cometer tal osadía y lo dejó muy claro en aquel instante.

 

Inuyasha parpadeó al oír esas palabras de la boca de su hermano, asombrándose de la hostilidad con la que las dijo. Él no comprendía qué pasaba por la cabeza de Sesshomaru en ese instante, pero la piel se le erizó por completo cuando esa mano que apretaba por su hombro descendió por su espalda en una firme caricia y le abrazó la cintura. Ese acto, esa cercanía en público, le produjo un picor vergonzoso y muy conocido en las mejillas. Maldito Sesshomaru, por qué tenía que hacer esas cosas tan impredecibles.

 

—Jamás lo haría, señor Sesshomaru —aseguró Eiji sin cambiar mucho su expresión cortés y una suave sonrisa se formó en sus labios—. No se preocupe y me disculpo si mi comportamiento se mal interpretó —dijo dirigiéndose a ambos—. Agradezco esta velada, pero ya me retiraré. Que pasen buena noche.

 

—Así lo haré —declaró Sesshomaru sin soltar a Inuyasha—, con mi familia.

 

La conversación acabó allí, pero la tensión no desapareció fácilmente, aunque poco a poco todos volvieron a inmiscuirse en el normal bullicio que había tomado esa celebración. El líder de los suiko se marchó de la fiesta y en ese instante, Sesshomaru se apartó de Inuyasha. Ambos compartieron una mirada rápida, pero no dijeron nada. Inuyasha quiso hablar, pero su tonto hermano se marchó antes que pudiera decirle algo o preguntarle qué mierda le pasaba. Era frustrante que el idiota fuese así de cerrado, pero no lo dejaría huir tan fácilmente.

 

Inuyasha quiso seguirlo, pero recordó que aún estaba con sus hijos y eso lo detuvo. Koga se acercó en ese instante a él silbando impresionado.

 

—Vaya… —meditó con asombro, para luego sonreír como siempre—. Qué escándalo armaste, perra promiscua.

 

—¿A quién llamas perra, lobo sarnoso? —espetó como de costumbre, pero las palabras de Koga le confundieron—. ¿Qué escándalo? Yo no hice nada.

 

—No, claro… —dijo con un muy marcado sarcasmo—. Sólo un tipo te quiso abordar y Sesshomaru tuvo que salir a reclamar a su hembra idiota.

 

—Voy a arrancarte esa lengua asquerosa… —masculló Inuyasha horriblemente molesto por todo lo que dijo. ¿Que Sesshomaru hizo qué? Era tan imbécil, eso y todas las estúpidas ideas de aquel lobo. Además, no lo habían querido… ¿abordar? ¿Qué mierda de término era ese? Estúpido Koga.

 

—Ya, haz lo que quieras —contestó alzando los hombros—. Cierto que además de perra promiscua eres el idiota más grande.

 

Tuvo muchísimas ganas de darle un golpe en el medio de la cara, pero aún seguía con su hijo en brazos y el niño decidió hacerse notar justo en ese instante.

 

—¿Qué es promiscua? —preguntó sin entender por qué Koga llamaba así a su madre.

 

—Nada… —dijo Inuyasha con los dientes apretados y el lobo idiota sólo se rió de él. A veces lo odiaba demasiado.

 

—Madre… —Yuzu lo llamó y él bajó la vista para verla, sorprendiéndose al encontrarla preocupada—. Nuestro padre estaba molesto, ¿verdad?

 

Ella quería saber qué ocurrió con Sesshomaru e Inuyasha la entendía perfectamente, porque estaba igual. Aún no se acostumbraba a esos instantes donde Yuzu hablaba de una manera más formal, sobre todo frente a otras personas. Era una niña muy perceptiva y con muchos modales. Ryūsei también comprendía que habían vivido una situación extraña, pero él no se mostraba tan consternado.

 

—Iré a hablar con él —dijo Inuyasha a sus niños y luego miró a Koga. Mierda, pedirle un favor le dolía más que cualquier combate definitivamente—. Cuídalos.

 

—¿Me viste cara de niñera, idiota? —espetó el lobo arqueando una ceja, pero al instante aceptó. Por más que peleara con Inuyasha, quería bastante a los niños. Se llevaba bien con ambos y no le molestaba ponerse a jugar con ellos un rato más. Aceptó a Ryūsei cuando se lo entregó en brazos y suspiró resignado—. Vamos, niños —mencionó comenzando a marcharse—. Juguemos mientras su madre va a contentar a su papá.

 

—¿Contentar? —repitió Yuzu sin comprenderlo y Koga se rió.

 

—Cuando sean más grandes se los diré.

 

El lobo sólo estaba bromeando, por supuesto, pero Inuyasha lo ignoró. Lo vio retirarse con sus hijos y Raiden los siguió de cerca. Podía estar tranquilo así y concentrarse en Sesshomaru. Aunque se llevase terrible con Koga, era un buen amigo y sabía que le tenía cariño sincero a sus niños, así que dejarlos con él y su fiel hōkō era lo mejor mientras resolvía lo que sea que estuviese pasando.

 

¿Dónde carajo se había metido ese estúpido? No le costó mucho encontrarlo con su olfato, aunque le sorprendió que Sesshomaru se haya ido a la habitación que ambos compartían. ¿Para qué fue ahí? Es más, ¿qué fue todo eso que sucedió? Sí, admitía que ese tipo había dicho cosas muy extrañas, pero no creía que algo así pudiera enojar tanto a su hermano. Después de esa conversación tan tensa y peculiar, Inuyasha no sabía qué esperar cuando entró a la habitación. Sesshomaru seguía molesto, podía sentirlo. Por más que no lo expresara en sus facciones o lo exteriorizara de otra forma, no le era difícil percibirlo.

 

—Sesshomaru… —mencionó acercándose a él un poco, su hermano le daba la espalda—. ¿Qué ocurre? ¿Te aburriste de esa fiesta? —preguntó esperando lograr alguna reacción, pero su tontería no funcionó y decidió no dar más vueltas. Estiró una de sus manos para poder tocarlo—. Oye…

 

No alcanzó a rozar un solo cabello de Sesshomaru que éste volteó y le sostuvo la mano con gran firmeza. Los ojos de su hermano lo miraron de una forma filosa y casi espeluznante. Inuyasha sintió que algo dentro de él temblaba sin poder apartar la vista de esos ojos dorados que eran tan similares a los suyos. ¿De dónde nacía esa ferocidad que veía allí reflejada? No fue capaz de razonarlo, porque Sesshomaru se aproximó a él sin decir una sola palabra y lo besó con un salvajismo semejante que Inuyasha no pudo evitar exhalar un suspiro de la impresión.

 

¿Qué significaba eso? No logró comprenderlo y Sesshomaru no se lo dijo. El yōkai apenas podía creer lo que acaba de pasar en sus territorios y más inaudito le pareció que Inuyasha se aproximara a él para hacerle esas preguntas. La frustración que le recorrió el cuerpo por no ceder a sus asesinos deseos resultó incontrolable y, al clavar los ojos en su hermanito, inevitablemente recordó lo que ese tipo le dijo, la forma en que se acercó y lo miraba. Sin pensarlo mucho hizo lo que sus instintos le exigían. Se adentro en la boca de su pequeño hermano y compañero mientras lo acorralaba contra la pared. El estruendo de sus cuerpos sólo fue opacado por los sonidos de sorpresa que le oyó emitir. No le importó eso, sólo deseaba tocar a Inuyasha, hacerlo suyo y olvidar a ése que lo miró con deseo. Nadie podía hacer eso. Sólo él podía tenerlo.

 

¿Cómo siquiera había podido mirarlo con semejante deseo? Eso era imperdonable, pero Sesshomaru estaba dispuesto a despejar su mente a través del cuerpo de Inuyasha. Lo necesitaba con fervor.

 

Para el hanyō la vehemencia con la que Sesshomaru lo tocó y empujó contra la pared fue realmente inesperada. ¿Qué significaba esto? ¿Qué mierda le pasaba ahora? Inuyasha se sostuvo de sus ropas y se separó cuando el beso terminó. Estaba agotado y desconcertado. Le gustaba cuando Sesshomaru lo tocaba pero no entendía muy bien qué estaba pasado y costaba más hacerlo al tenerlo tan cerca.

 

—¿Qué ocurre, Sesshomaru? —preguntó agitado y respiró sobre su boca.

 

Sus brazos estaban agarrados a la ropa de Sesshomaru y su peinado se había desarmado un poco cuando su hermano lo estrelló contra la pared. No le importó en absoluto que el cabello volviera a rozarle los hombros, sólo podía concentrarse en esos ojos clavados en él.

 

No hubo una respuesta instantánea. La respiración dificultosa de ambos se mezcló, producto de ese beso tan demandante. Sin embargo, Sesshomaru sólo era consciente de una cosa: que eso no era suficiente para calmar la sed que tenía por su hermanito.

 

—No me gusta cómo te miró —espetó demostrando un poco la furia que aún le recorría, pero no le importaba hacerlo frente a Inuyasha, frente a su compañero.

 

Cuando oyó esas palabras, no las entendió y tuvo que tomarse unos segundos para poder pensar a qué mierda se refería Sesshomaru, pero al final lo hizo. Miró incrédulo a su hermano sin poder comprenderlo.

 

—¿Hablas de ese tipo raro? No me miró de ninguna forma —exclamó pero Sesshomaru volvió a besarlo y sus jadeos suaves le hicieron difícil pensar con claridad.

 

La lengua de su hermano recorrió su boca y la llenó por completo. Le fue difícil seguir concentrándose en lo que hablaban de esa forma. Aquellos besos le atraparon por completo, como siempre ocurría, y rechazarlos jamás era una opción. ¿Por qué rechazaría algo que le enloquecía y hacía arder cada parte de su piel? Ni que estuviera loco. Inuyasha se dejó hacer en ese instante, exhalando suaves gemidos cuando los besos se hacían demasiado profundos. Se aferró de su cuello para no caer, pues Sesshomaru lo tenía apretado contra la pared y si se separaba sabía que iba a caer al suelo.

 

Cuando se apartaron Inuyasha respiró pesadamente y jadeó intentando buscar aire.

 

—Sesshomaru... él no me miró de ninguna… forma.

 

Por más que siguiera asegurando eso, Sesshomaru no estuvo de acuerdo. Su hermanito estaba siendo muy ingenuo y eso le desesperaba. Nadie tocaría lo que le pertenecía, sólo él tenía derecho de hacerlo.

 

—Sólo yo puedo mirarte así... —mencionó observando los ojos de Inuyasha—. Sólo yo puedo tocarte —Sus manos acariciaron el cuerpo de su hermanito hasta llegar a los muslos y lo pegó más contra él—. Eres mío, Inuyasha... Mío.

 

Besó nuevamente con fuerza esos labios queriendo devorarlos y sus garras rasgaron las ropas de gala que Inuyasha se había puesto. No le importaba nada, sólo quería marcarlo y bajar esa furia que lo carcomía. ¿Por qué dejaba que esa bestia se apoderara de él? ¿Por qué tenía esa necesidad de volver a marcarlo si ya sabía que Inuyasha sólo era suyo? No era capaz de responderse esas preguntas, pero el sólo pensar que alguien podía mirar y desear a su compañero le llenaba de rabia. Jamás pasaría eso, nunca lo permitiría.

 

Por su parte, Inuyasha sintió que algo dentro de él temblaba al oír esas palabras. No recordaba alguna vez que Sesshomaru haya dicho algo semejante. Con ese vigor y de forma tan clara. Casi pensó que esto debía ser un sueño o parte de su imaginación, pero esas manos en su cuerpo se sentían muy reales. Esos ojos que lo miraban con ansias voraces, su piel afiebrada contra el cuerpo de Sesshomaru y la cercanía sofocante; todo era real, todo estaba pasando en verdad.

 

En lo único que pudo pensar en ese momento fue que su hermano era un tonto. ¿Sesshomaru aún dudaba de su relación y su lealtad? No, claro que no. Sólo estaba celoso. Era un estúpido celoso y deseaba oír que le pertenecía con fervor. Lo entendía, porque Inuyasha era igual de celoso con él. Concedería sus deseos, sólo por esta vez, aunque supiera que eso volvería a repetirse seguramente y no le importaría decirlo una vez más.

 

—Sabes... que soy tuyo —murmuró volviéndolo a besar. Aunque lo dijo nuevamente entre sus labios, agitado y gimiendo levemente.

 

El deseo borró por unos momentos su cordura, dejándose llevar por cada uno de esos toques magníficos, pero pronto reaccionó al recordar que todo el palacio estaba lleno de gente y una fiesta en marcha de la cual ellos eran anfitriones. No era el momento para esto definitivamente, porque la forma en que Sesshomaru le arrancó la ropa sólo indicaba un solo camino.

 

—E-Espera... —jadeó separándose un poco—. No podemos ahora, Sesshomaru. Está la fiesta y nos van a oír…

 

Al parecer su tonto hermano no reaccionó ante sus palabras ni hicieron mella en él y sus manos le siguieron tocando, cosa que le arrancó más gemidos. Quiso retenerlos, avergonzado porque alguien pudiera oírlos, pero le era imposible no sucumbir ante la sensualidad de ese yōkai. Sesshomaru se acercó a morderle el cuello con hambre, cosa que siempre le hacía quejarse aún más.

 

—Que escuchen... —dijo sin querer separarse de su cuello—. Que escuchen y sepan que eres mío…

 

Le importaba muy poco si todos en el castillo los oían. Que lo hicieran, que ese bastardo en especial lo hiciera, y supiera que sólo le pertenecía a él. Tocó a Inuyasha, disfrutando lo caliente que estaba su piel y tuvo ganas de hacerlo suyo sin esperar un instante. Estas cosas sólo les ocurrían en el apareamiento, pero hoy se sentía casi tan voraz como en esas épocas. La necesidad, sin embargo, no era reproductiva como solía ser en el celo. Ahora sus toques estaban manchados con unas ansias posesivas y salvajes. Quería marcar a Inuyasha, reclamarlo y hacerlo suyo sin estar dispuesto a ceder esos derechos a nadie.

 

Definitivamente, no quería ser escuchado, pero detener a su hermano parecía algo imposible en ese instante. Inuyasha no quería resignarse, pero la excitación y el placer que le estaban recorriendo eran más fuertes. Siempre era más fuerte, no debía sorprenderse. Sesshomaru era capaz de lograr que se olvide de todo el mundo durante esos instantes y sólo pudiera concentrarse en lo que pasaba entre ambos. Odiaba admitir que ese idiota tenía tanto poder sobre él, pero sin duda lo amaba más de cualquier odio que pudiera sentir.

 

—Ah, Sesshomaru... —gimió disfrutando esos toques y fricciones, pero así no era suficiente.

 

En ese momento, Inuyasha le quitó la ropa a su hermano también. No era capaz de describir el placer que le generaba desnudarlo y verlo sin nada, un placer que ambos compartían y se transmitían. Cuando sus pieles se juntaron un gruñido se les escapó. Ya era oficial, todo el resto del mundo podía irse bien a la mierda, pero ellos no se detendrían.

 

Sus ojos se cruzaron con los de Sesshomaru en el momento exacto en que éste lo alzó, apoyándolo contra la pared, e Inuyasha le rodeó la cintura con las piernas. El momento se estaba volviendo cada vez más salvaje y a ninguno de los dos les importó. Al contrario, eso les excitaba más aún. Sus cuerpos se apretaron e Inuyasha clavó las garras en los hombros de su hermano, agarrándose fuerte de él, sobre todo cuando sintió su miembro chocar con el de éste en unas caricias que le arrancaron fuertes bramidos placenteros.

 

Eso era justamente lo que quería, que Inuyasha temblara entre sus manos y volvieran a sentir esa excitación única que se regalaban entre ellos. Sus garras se aferraron a los muslos de su hermano pequeño y disfrutaron esa fricción hasta que no pudieron más. No quería esperar, la paciencia no era algo con lo que contara en ese momento y poco le importaron sus movimientos bruscos. Sesshomaru levantó un poco más a Inuyasha para poder acomodarlo y entrar en él como tanto deseaba. Los alaridos que le oyó alzar al aire le erizaron la piel, sobre todo cuando ese calor único lo abrazó.

 

—Dilo... —exigió Sesshomaru entre jadeos—. Di que eres mío...

 

No esperó a que su hermanito acabara de acostumbrarse y comenzó a arremeter contra él mientras disfrutaba al oír sus gemidos cada vez más altos. Confiaba en Inuyasha y sabía que podía soportarlo. Era fuerte, como él, fuerte y todo suyo.

 

Jamás dejaría de ser una molestia esos primeros momentos, pero Inuyasha no lo alejó. Desde que su hermano se abalanzó a él como una bestia hambrienta, intuyó que todo terminaría de esta forma y tampoco estaba muy en desacuerdo. Sus orejas caídas, su boca abriera y sus ojitos brillando de excitación eran testigos de cuanto lo disfrutaba y lo poco que le importaba ser oído en ese momento.

 

—Soy tuyo... Sesshomaru —gritó lo más despacio que pudo mientras intentaba seguir el frenético ritmo en que lo movía su hermano—. Soy todo tuyo, de nadie más.

 

Aunque en otro momento decir eso lo hubiese humillado, ahora era diferente; que sus alaridos gritaran su pertenencia a Sesshomaru sólo le hacía disfrutar más el momento. Le encantaba ver a su hermano tan fuera de sí y sentirlo loco por él. La fiereza con la que lo trataba solo le provocaba gritar más, hasta quedarse sin voz.

 

Oír eso, sólo le provocaron más ganas de estar cerca de Inuyasha. Mordió el cuello de su hermanito mientras seguía moviéndose. Sesshomaru admitía que en los instantes donde Inuyasha era más dócil eran estos, aunque con el tiempo ellos dos habían aprendido a equilibrarse y se conocían lo suficiente como para que ya no hubieran problemas como los que enfrentaron en el pasado. Ahora ellos tenían una relación de verdad y no les importaba reclamarse mutuamente las veces que sean necesarias.

 

—Sólo mío, de nadie más... —repitió Sesshomaru en un murmullo y alzó el rostro para poder verlo—. Nadie más te tocará —dijo mientras clavaba los ojos en los de su hermanito y que éste supiera que estaba hablando en serio—. A nadie más le darás crías, sólo a mí…

 

Nuevamente se adentró en los labios de Inuyasha con desespero y recordó la forma en que ese tipo lo deseó. No, sería sólo suyo, jamás permitiría que alguien ostentara a su compañero o algo de lo que tenía. Asesinaría a cualquiera que lo haga. Sólo podía ser suyo. Con nadie más tendría crías y tampoco otra le tocaría un solo cabello.

 

—No... —Inuyasha jadeó de forma lastimera y se tomó un segundo para verlo a los ojos.

 

Se había acostumbrado a ver un poco más expresivo a Sesshomaru desde que comenzaron a quererse, pero a veces se asombraba de lo distinto que estaba su hermano, de las expresiones y sentimientos que le dejaba ver; celos, posesividad, amor, incluso preocupación. Tantos sentimientos que creyó que éste no poseía, pero se equivocó finalmente y se alegraba de haberlo descubierto.

 

—Sólo a ti —murmuró uniendo sus labios y compartiendo un beso mientras sentía a su hermano moverse con fuerza dentro de él—. Sólo a ti, siempre —Eso cerraba toda posibilidad, aunque hacía mucho que habían acordado eso. Serían sólo ellos y eso era incuestionable—. Nadie más.

 

Nadie podría intervenir entre ambos. Desde que tuvieron hijos, desde esos besos ardientes y cariñosos en la cueva cuando era humano, desde esos te amo furtivos cuando volvió Kagome; desde todo eso fue que ambos habían pactado en silencio ser sólo ellos. Nunca lo dijeron, pero no era necesario. Inuyasha sería suyo y Sesshomaru también. Ese acuerdo que aceptaron y vivían cada día.

 

Sesshomaru podía incluso tener otros compañeros, pero eso no le interesaba. Su mente estaba encantada por su pequeño hermano. Inuyasha había hecho algo impresionante y la vez monstruoso con él, pero quizás esa era una de las cosas que más le gustaba, lo impredecible que era. Estaba seguro que, con el pasar de los siglos, sus ojos jamás podrían mirar hacia otro lago que no fuera en dirección a Inuyasha. ¿Cómo podía llamar a esto? Tal vez de la misma forma que lo hacían los humanos, amor. Su hermanito, con esa sangre mestiza, fue quien le contagió de esas cosas atípicas para los yōkai, pero eso era justamente lo que le fascinaba. Su relación era diferente a cualquier otra, única y hechizante. Quizá fue por eso que tardó tanto en encontrar una pareja, porque el único capaz de encajar con él a la perfección era Inuyasha. Si el día que muriese, se encontraba a su padre en el mundo de los muertos, le daría la razón que le negó siglos atrás.

 

Su cuerpo se apretó más contra el de su hermano pequeño y esas palabras que le dijo, las cuales quería escuchar con fervor, le hicieron vibrar cada parte de su ser. Ni siquiera notó en qué momento ese ritmo acelerado les dominó y Sesshomaru tuvo que esforzarse por no lastimar a Inuyasha en ese momento de vehemencia. Sólo quería estar así, tenerlo con él, marcarlo como suyo y volver a hacerlo por siempre. Inuyasha lo revolucionaba y eso jamás lo encontraría con nadie más. Era su compañero, el único digno y quien solamente podía provocar algo tan magnífico en su interior.

 

Con cierto desespero, Inuyasha se aferró a su hermano y hundió su rostro en el hombro de éste cuando no pudo más.Sesshomaru arremetió contra él y sintió cómo comenzaba su cuerpo comenzaba a temblar cuando su interior se cerró con fuerza alrededor de su hermano, produciéndole un gruñido estruendoso. Los espasmos lo sobrepasaron y un gritó se le escapó cuando terminó en medio de ambos. No necesitó ninguna alerta para saber que su hermano lo había hecho dentro de él una vez más, como siempre en realidad. No le importó en ese momento. Se sostuvo aún de él para no caer y luego lo miró con una sonrisa casada.

 

—No quiero volver a la fiesta… —murmuró sin querer soltarse, mucho menos cuando los recuerdos sobre el mundo exterior lo asaltaron.

 

—Hay que volver —sentenció Sesshomaru intentando recuperar el aliento.

 

Bajó a su hermano luego de salir de su interior, pero no se apartó de él. No deseaba hacerlo. Si pudiera seguir sus deseos egoístas, volvería a hundirse en otra de esas faenas singulares que siempre los envolvían, pero no podían ahora. Ya habían tardado demasiado y aún debía seguir cumpliendo con su deber, a pesar de ese pequeño encuentro al cual se habían escabullido. Ahora era momento de salir de su cómodo mundo privado y volver a esa guerra que les aguardaba.

 

—Ponte algo más —sugirió al notar que había roto la ropa de Inuyasha y además deberían asearse, pero definitivamente debían regresar—. Aunque puedes quedarte si lo prefieres.

 

Inuyasha lo pensó con muchas fuerzas y casi dice que sí, porque el cansancio que lo atacó fue impresionante, pero rechazó esa oferta. Regresaría un rato más y vería a sus hijos antes de retirarse. Después de lo que habían vivido, no deseaba separarse de Sesshomaru, aunque ahora tendrían que arreglarse rápidamente para regresar. ¿Habrían tardado mucho? Quizá nadie lo haya notado.

 

Luego cuando acabaron de limpiar cualquier vestigio de su furtivo encuentro y volvieron a vestirse, regresaron a la fiesta. Inuyasha no se fijó si iba bien arreglado o no y sabía que su cabello ahora estaba libre sobre su espalda, pero no creía que nadie lo note. La gente en la fiesta seguía en su ritmo normal, pero, al verlos regresar juntos, todos los ojos se enfocaron en ellos. ¿Qué le pasaba a toda esa gente? ¿Será que aún seguían preguntándose por lo que pasó con ese sujeto u otra cosa? Inuyasha no quería respondérselo. Sesshomaru no prestó atención a ninguna de esas miradas y todo en aquel ambiente volvió a fluir con normalidad luego de unos instantes. Compartió una mirada con Sesshomaru antes de retirarse a buscar a sus hijos, quienes estaban con Koga jugando afuera.

 

Sus niños lo ignoraron y siguieron jugando entre ellos con Raiden mientras el líder de los lobos los miraba. Le pareció extraño ver a Koga solo en ese instante, porque sabía que él había ido acompañado de varios de sus lobos.

 

—¿Ya se relajó? —indagó Koga cuando Inuyasha llegó a su lado y alzó la cabeza para verlo.

 

—Es un idiota —contestó sin darle importancia y sintió que la cara se le calentaba un poco al pensar en cómo se relajaron.

 

—¿Cumpliste con tus deberes de esposa? —dijo con sorna e Inuyasha lo miró con ganas de asesinarlo, cosa que le causó más gracia—. ¿Qué? Si todos lo notaron.

 

—¿To-Todos? —balbuceó impresionando y el lobo carcajeó de nuevo al ver el terror en su rostro.

 

—Si se tienen oídos… —mencionó Koga haciéndose el tonto, pero al instante negó con la cabeza—. Es broma, imbécil.

 

—Eres un lobo de mierda —masculló con los dientes apretados sin saber por qué aún no lo echaba de su casa.

 

—No es mi culpa que seas una perra promiscua y escandalosa cuando te apareas con tu macho.

 

—¡Dijiste que no se oyó…!

 

—¿Entonces sí pasó? —Arqueó una ceja al oír esas palabras y la expresión avergonzada de Inuyasha le causó más gracia—. Tranquilo, los cachorros estuvieron aquí afuera para no traumarse por los aullidos de su madre.

 

Estuvo a punto de estrujar entre sus manos el pescuezo de ese imbécil, pero sus hijos finalmente notaron su presencia y decidieron acercarse a ellos. Los niños indagaron con respecto a su padre y quisieron saber si seguía enojado o por qué lo estaba. Inuyasha sólo contestó que todo estaba bien y que ya era demasiado tarde, debían regresar. Sus hijos no se mostraron conformes con esa decisión, alegando que querían jugar un rato más e Inuyasha acabó diciendo que sí sólo porque estaba muy cansado para soportar algún infantil berrinche. Un rato más no haría daño.

 

Ya la noche estaba muy entrada y la luna brillaba ampliamente en el cielo. En ese instante, recordó que no comprendía por qué los lacayos de Koga no estaban allí lamiéndole las botas cual Jaken con Sesshomaru.

 

—¿Y tus esclavos? —preguntó y Koga chasqueó la lengua sin darle mucho importancia al asunto.

 

—Les encargué algo.

 

Inuyasha arqueó una ceja sin comprender, pero tampoco tuvo ganas de seguir indagando. Koga no se había quedado conforme con lo que sucedió en la fiesta, aunque tal vez estaba exagerando, pero ese tipo del sur tenía algo raro. No había oído todo lo que le dijo al perro tonto, pero la forma en que lo miró fue evidente. Sesshomaru lo notó y él también. Sospechar un poco le fue inevitable y su instinto le decía que hacía bien.

 

Sus lobos siguieron con cuidado a ese sujeto y a su sirviente cuando se retiraron. Eran rápidos, ágiles, criaturas cazadoras, rastreadoras y muy sigilosas cuando era necesario. Koga sabía que podía confiar en ellos y le traería la información necesaria que acrecentaría sus pensamientos o los cancelaría. Los lobos encontraron finalmente a ese par y no se dejaron ver, pero lamentablemente perdieron el rastro rápidamente. Sin embargo, lograron escuchar una conversación peculiar.

 

—¿Qué le pareció? —preguntó Hisao a su señor y éste le sonrió.

 

—Interesante —contestó—. Mejor de lo que me habías dicho.

 

—Sabe que yo nunca le mentiría.

 

—Lo sé —asintió Eiji—. Regresemos, hay que aprovechar el tiempo.

 

Esa simple conversación no quiso decir nada y a la vez sonaba muy sospechosa aún, Koga se sintió muy desconfiado cuando recibió esa información. No era nada incriminatorio, pero tampoco parecían palabras inocentes. Habría que cuidarse de ese sujeto definitivamente.

 

Notas finales:

No tengo mucho que decir. A uno siempre le pasan cosas, como saben, pero no crean que abandoné la historia. Sé que el lemon no lo compensa, pero espero que les gustara. Nos vemos la próxima. Saludos!


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