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Flor de Almendro por Zils

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos! Sé que ha pasado muchísimo tiempo; así que me pondré al corriente.

Dejé de publicar en esta página por lo engorroso que fue en algun momento. Comencé a postergar el publicar; en wattpad era más sencillo así que empecé a actualizar solamente allí.

Me disculpo con aquellos que esperaban una actualiación por aquí. u.u

Espero disfruten los siguientes capítulos.

Muchísimas gracias por leer. Un fuerte abrazo de oso.

 

La convivencia resultó mucho mejor de lo que esperó. Kaname se veía tranquilo y feliz, y eso lo ayudaba mucho, más aun con todas las cosas que tenía encima.

Se había quedado prácticamente solo con el caso de los vampiros sin presencia; antes tenía la ayuda de Kaito y un pequeño grupo de subordinados; ahora quedaba él solito. Kaito había sido designado a la zona sur, donde se presume, un grupo de niveles D atacaron a la unidad C; sus subordinados habían sido enviados a la zona G, donde se había reportado extraño comportamiento por parte de los niveles E.

Múltiples casos se habían presentado, casi como si de una distracción se tratara.

Una distracción. ¿Una distracción para qué?

Dejó la carpeta con múltiples informes en la mesa. Suspiró. Miró el reloj de muñeca: 3:30 am.

Otra noche sin dormir. ¿Cuánto llevaba así? ¿Una semana? ¿Dos? Por muy vampiro que fuera, le hacía falta un descanso.

Se levantó, dando un largo suspiro. Al menos tenía libre el día siguiente.

Mejor dicho hoy.

Se aseguró que todo estuviera en orden antes de partir a casa. Tenía unas 4 horas de sueño antes de que comenzara el día.

A las 4:20, llegó a la mansión.

— ¡Bienvenido, Zero! —las gemelas lo recibieron con una adorable sonrisa.

No podía evitar pensar en Sayori al ver a esas dos, eran el vivo retrato de la chica, excepto en personalidad.

—Hola. — acaricio ambas cabecitas con cariño. Debía admitir que las pequeñas consiguieron ganarse una partecita de su corazón.

Satisfechas, ambas salieron corriendo escaleras arriba.

Caminó directo a su despacho, faltaban dos informes por revisar y si los terminaba esa noche tendría al menos la siguiente para dormir lo suficiente.

La puerta abierta de la biblioteca lo distrajo. Sus pasos se detuvieron en seco al visualizar la imagen en el interior. Kaname estaba dormido en el sofá, pero ese no era el problema, por supuesto que no, muchas veces el castaño se había quedado dormido en el mismo sofá; el problema era la persona sobre la cual estaba dormida el castaño.

Kaname estaba sentado en las piernas de Takuma, siendo rodeado por los brazos del rubio, mientras ambos dormían plácidamente.

Se quedó de pie, en el marco de la puerta, sin comprenderse a sí mismo. ¿Por qué sentía esa horrible molestia en el estómago?

¿Celos? ¿Ira?... Es estúpido. Son amigos ¿Qué problema hay en que duerman juntos? Incluso yo he dormido con él ¿Cuál es el problema que duerma con Takuma?

Que no eres tú.

Detuvo en seco el curso de sus pensamientos, alarmado, y salió lo más rápido del pasillo. Fue a su habitación, se encerró en ella como lo haría un niño. Se encerró en su lugar seguro.

Algo estaba mal. Algo estaba cambiando, y no quería siquiera pensarlo. Le confundía, le aterraba. Era imposible.

Mucho trabajo. Eso es. Un buen descanso y tendrás la cabeza donde debe estar.





*

*

*



— ¿No te enoja?

— ¿El qué?

—Que nos vean como monstruos, como demonios. Que intenten matarnos aún sin conocernos.

— Antes lo hacía, me enfurecía tanto que quería ser yo quien los matara a ellos por ignorantes. Hizo una larga pausa, miró al cielo y dejó que el aire puro ingresara a sus pulmones. Nací en un pequeño pueblo del sur. Mi padre enfermó y murió antes que yo naciera. Mi madre siempre supo que era diferente a ellos, pero jamás me vio como un demonio o algo perverso. Me enseñó tratar a Gaia, la diosa de la tierra; me enseñó la bondad y el amor; el valor de cada ser viviente e inerte en este mundo. Pero también me enseñó la crueldad de las personas, el temor a lo desconocido, el temor a que las cosas salgan de su control. Pero era demasiado pequeño para entender algo que jamás había vivido en carne propia.

El sonido de las olas al reventar era lo único que lo mantenía en aquel lugar, y no vagando en sus pensamientos.

Unos campesinos me vieron bebiendo de un conejo, creían que era un demonio y que mi madre era una bruja. No tardaron mucho tiempo en ir tras nosotros. Ella me ocultó, pero pude ver cómo la golpeaban, como le gritaron, como la mataron. Por primera vez entendí la crueldad que crea el temor. En ese momento me enfurecí, los odié. Eliminé a cada ser vivo de ese pueblo, me deshice por completo de él. Después de cientos de años entendí las palabras de mi madre... Los humanos tienen una vida tan corta que temen a cualquier cosa que atente contra ella, quieren protegerla a toda costa, aun si viven en la oscuridad por ello. Temen a la muerte, temen a lo que pueda provocarla. Y aun así existen algunos que en contra de su temor natural, quieren entender, quieren escuchar y aprender aún si les cuesta la vida. ¿Cómo podría odiarlos?

Su temor no es justificación. Alfhild apoyó la cabeza en su hombro.

¿Nuestro temor lo fue? Nosotros hemos destruido a muchos por ira, por venganza. ¿Acaso era justificado?

Claro que sí. ¡Ellos atacaron primero! ¡Nosotros nos defendimos!ella se levantó indignada.

"Evitaremos que nos maten" eso pensaron ellos, cuando nos atacaron... Dime, ¿acaso no somos iguales? Nosotros nacimos de humanos, venimos de ellos. Tenemos temores similares, incluso vidas similares. "Todos vivimos bajo la protección de Gaia".

Mi padre siempre decía que existían humanos buenos y malos; Yfed buenos y malos. Es la regla de la vida. la voz de Aled los hizo voltear. Se sentó a su lado, balanceando las piernas despreocupadamente.

— ¿Yfed?

—Bebedores. En esos años no se nos conocía como vampiros... El punto es: para que la luz exista debe existir oscuridad, ambas se complementan y permiten la vida. Lo malo y lo bueno, ambos son necesarios.

Yo los odié por mucho tiempo. Pero después de ver eso...no se lo merecen. Es demasiado cruel.Alfhild se sentó otra vez. Tienen la misma mirada de esos bastardos que se hacían llamar guardianes.

La diferencia está, a fin de cuentas, en lo que hacemos con nuestra vida, con nuestro poder. Si hacemos algo que ayude al más débil, si los protegemos ¿Acaso no es eso romper el círculo de odio?

Después de todo, humanos y vampiros no son tan diferentes.



*

*

*



Se acomodó mejor en la calientita almohada en la que dormía. Aunque su costado estaba un tanto dolorido; cuando intentó cambiar de posición sintió unos brazos rodeándole. Eso logró despertarlo por completo.

Sus ojos pasearon de la persona que lo sostenía a la habitación; se había quedado dormido mientras Takuma le contaba sus experiencias en las grandes cocinas de Francia. Se levantó con cuidado, no queriendo despertar al rubio que parecía tan cómodo durmiendo, pero apenas se apartó del cuerpo ajeno, Takuma abrió los ojos.

—Buenos días. — saludó el rubio con una sonrisa.

—Buenos días. —su cuerpo le pedía estirarse, y así lo hizo. — No olvides que te toca preparar el desayuno, señor chef.

—Ah, pensé que lo habrías olvidado. —imitó la acción del castaño, tronando el cuello y los hombros. Realmente aquella posición no era buena para la espalda.

— Nop. —Kaname emprendió el camino fuera de la biblioteca, pero antes de salir se giró hacia el rubio. — ¡Espero que estés al nivel de Zero!

— ¡Eso es muy alto!

El castaño se alejó riendo. Sería muy difícil igualar la cocina del peli plata.

Después de una relajante ducha, y de dar unas vueltas en la cama aun somnoliento, salió de su habitación. Faltaban unas cuantas horas para que las gemelas despertaran y lo arrastraran por la casa para jugar. Así que aprovecharía ese tiempo de paz para leer.

Bajando las escaleras, Zero parecía perdido en sus pensamientos; apenas sus ojos lo divisaron corrió hasta él. Hace tiempo que por culpa del trabajo no lo veía; realmente le había extrañado durante esos días.

— ¡Buenos días!—saludó con una sonrisa al peli plata.

­—Buenos días. —intentó responder con el mismo entusiasmo de siempre, pero al parecer el castaño notó algo en él. Aún no estaba preparado para verlo, no cuando la imagen de la noche anterior seguía fresca en su memoria, haciendo que esos absurdos sentimientos bulleran en su interior.

— ¿Muchos problemas en el trabajo? —preguntó preocupado.

—Un poco... ¿Qué quieres para desayunar? —cambió de tema.

—Takuma va preparar algo.

Ugh.

— No te preocupes, según él cocina delicioso. —su cara de desagrado fue demasiado obvia para el castaño. — Aunque dudo mucho que llegue a tu nivel. ¡Tú cocinas como los dioses!

El cumplido logró subirle el ánimo. Un poquito.

— ¡Kaname! Preparé algo que sé te va a encantar.

Y aquello logró bajarlo. Bastante.

La mesa del comedor estaba dispuesta para tres personas. Él se sentó en la cabecera, Kaname a su lado derecho y Takuma al izquierdo.

El rubio preparó un típico desayuno francés: croissant de mantequilla, brioches pan con uvas, Baguette, tartines, zumo de naranja y té Earl Grey. Todo se veía y olía delicioso. Al castaño se le hizo agua la boca. Tardó unos buenos segundos en decidir que comería primero, y cuando comenzó no pudo parar hasta comer dos porciones de cada cosa.

Realmente estaba delicioso, pero prefería la comida del cazador.

Estaba tan inmerso en su desayuno y sus impresiones, que ni se percató del ambiente pesado en el comedor. Zero emitía un aura de molestia mientras bebía su té. Takuma sabía que algo pasaba allí pero prefería mantenerse al margen, manteniendo una sonrisa dulce sin apartar la vista del castaño que comía en su propio mundo.

— ¿Qué tal? ¿Superé al dios? — preguntó el rubio una vez terminaron con el desayuno.

—Estuvo delicioso. Pero... Nop. Zero sigue siendo el mejor.

— ¡Jaja! Bueno, bueno... Era de esperarse. — miró de reojo al peli plata que miraba su móvil, haciéndose el desentendido. — Bueno, yo iré a dormir antes que los pequeños diablillos despierten.

—Dulces sueños, Takuma.

Con una sonrisa el rubio se marchó a su habitación. Y ellos quedaron solos.

— ¿Iras a dormir? Te ves cansado.

—No, en realidad pensaba en salir a dar una vuelta. Necesito despejarme un poco. —dejó el móvil a un lado, y estiró el cuello. — ¿Me acompañas?

— ¿Eh? — aquello lo tomó por sorpresa, una feliz sorpresa. Cuando el menor dijo que saldría su humor disminuyó ¾ ; él quería pasar tiempo a su lado como hace unas semanas atrás, cuando solo eran ellos dos la mayor parte del tiempo. Extrañaba tanto esos momentos. — ¡Claro!

— Bien entonces ve a abrigarte. Te espero en la entrada.

— ¡No tardo!

Kaname salió corriendo escaleras arriba, como un niño entusiasmado.

Sí, solamente era un niño.

Un niño.



*

*

*



No tenía un destino exacto. Conducía sin prisas por la carretera medianamente vacía. Sabía que el castaño disfrutaba el paisaje por la forma en que sus manos apretaban o soltaban su chaqueta, por cómo se recargaba en su espalda, y esa hermosa sonrisa que veía perfectamente a través del espejo izquierdo.

Para él eso era suficiente.

Giró a la derecha, donde se abría entre los arboles cubiertos de escarcha un angosto camino. Serpenteó unos dos kilómetros hasta llegar a un lago.

Aquel era su lugar secreto. Un lugar que ni siquiera a Yuuki le había mostrado. Lo más curioso es que en ningún momento se detuvo a pensar en aquel detalle: ¿Por qué le mostraba aquel lugar a Kaname?

Los troncos cubiertos de una suave capa de nieve, se alzaban intimidantes, protectores. Entre la nieve fresca pequeños espacios de verde maleza eran visibles. Y en medio de todo aquello, un lago de cristalinas aguas.

— ¡Es hermoso!

El mayor miraba asombrado el bello paisaje frente a sus ojos. Era esa clase belleza que siente el alma; podría llamarla una "belleza verdadera", esa que captan los sentidos y llega al corazón; esa que puede apreciarse solo en el momento y lugar correctos, y que sin embargo puede ser cualquier cosa; esa que no sigue un pensamiento de la sociedad sino que cambia de persona a persona. ¿Dónde habría sacado tal concepto de belleza? Seguramente lo habría formado a lo largo de los años.

— Lo es... En primavera se llena de dientes de león e Ilusiones; en la noche cientos de libélulas iluminan el lago. Es de esos lugares que son hermosos todo el año. — sacudió la nieve que había sobre un tronco que usaba de asiento, y se dejó caer en él. Kaname no tardó en sentarse a su lado.

— Me gustaría verlo en primavera.

— Vendremos en primavera.

— ¿Lo prometes?

— Te dije que vendríamos ¿no?

— Así no vale. Tienes que prometerlo. —Alzó su meñique muy serio— Por el meñique.

— ¡Eres un niño! — rio, alzando su meñique para enlazarlo con el contrario.

— Admite que te gusto así. — sacó su lengua infantilmente. Una mala costumbre que le pegaron las gemelas.

— No seas engreído. — revolvió con saña las hebras castañas.

— ¡Hey! ¡El pelo se cae!

— Tienes mucho, no te que...— una bola de nieve directo en la cara cortó la frase. ¡Ese mocoso se las iba a pagar!

Kaname reía a carcajada limpia. ¡Eso le pasaba por meterse con su pelo!

Tres bolas de nieve lo callaron.

— Esto ya es guerra. — murmuró quitándose la nieve de la boca.

Y así comenzó una agresiva guerra de bolas de nieve.

Kaname ya no tenía ese cuerpo débil y tembloroso; ahora cada músculo se marcaba firme, con la fuerza suficiente para dar una satisfactoria y reñida guerra de nieve. En resumen, jugaban a lo bruto sin llegar a lastimarse.

— ¡Tiempo, tiempo! —jadeó el castaño, agotado por el esfuerzo de dar pelea 30 minutos sin parar. — Me rindo... ¡Eres un demonio!

— El mismísimo Lucifer. —sonrió con superioridad, recostándose a un lado del mayor.

— ¡Oh, señor del averno, tenga piedad con esta pobre criatura que ha osado desafiarlo!

— Lo pensaré. —de inmediato recibió un golpe en el brazo— ¡Auch!... Te lo ganaste. No tendré piedad. —se abalanzó sobre el castaño, esta vez a base de cosquillas, iniciando otra mini guerra.

Rodaron en la nieve sin dejar su ataque al contrario. Otros 20 minutos de guerra. Terminaron aún más cubiertos de nieve, con las mejillas sonrosadas de tanto reír, desmadejados en el suelo uno al lado del otro.

Las sonrisas tranquilas se quedaron en sus rostros por largo rato. Disfrutaban de la tranquilidad, de la compañía del otro.

— Eres la primera persona que traigo aquí. —comentó el cazador sin apartar la mirada del cielo. Unas esponjosas nubes flotaban entre el celeste.

—Es un honor. —murmuró con los ojos cerrados.

—Un gran honor. Disfrútalo. —afirmó arrogante.

El que pretendía ser un puñetazo amistoso terminó en un empujoncito desganado; Kaname estaba felizmente agotado.

Extrañaba pasar el rato con el peli plata aún más de lo que imaginaba. Le hacía falta. A pesar de que mantenía una buena relación con los nobles aún estaba la sombra de su pasado sobre ellos; lo notaba por sus acciones, aunque intentaban disimularlas la mayor parte del tiempo siempre se les escapaba una que otra reverencia innecesaria o el honorifico al final de su nombre. Le incomodaba porque sabía perfectamente que lo comparaban todo el tiempo con su antiguo yo.

Ser comparado consigo mismo era algo sumamente perturbador.

A pesar de que Zero conocía parte de su pasado y convivió con su "yo vampiro", le trataba como si aquel pasado no hubiese existido nunca; como si ambos: vampiro y humano, fueran personas totalmente diferentes. Ciertamente en un principio no fue así, su pasado se interponía entre ambos, pero el cazador se había adaptado a la nueva situación de una forma increíble.

Sí... en un principio Zero parecía odiarle. ¿Qué habría hecho para merecer su odio? Era una duda que no se había atrevido a preguntar antes. ¿Le habría lastimado? ¿Le habría arrebatado algo?

Abrió los ojos. Se dejó llevar por la suave brisa y las esponjosas nubes. Esa parecía un conejo.

Inspiró con fuerza.

— ¿Fue muy cruel?

— ¿Qué cosa?

— Lo que te hice... ¿Fue muy cruel?

Zero frunció el ceño.

— ¿Por qué piensas que me hiciste algo? —giró la cabeza para mirar el perfil del mayor. Kaname tenía la vista fija en el cielo.

— Cuando desperté parecías odiarme. Con el tiempo cambiaste; el dejo de resentimiento en tus ojos desapareció... Siempre me he cuestionado sobre eso, qué te habría hecho antes para que odiaras.

El suspiro que dio el menor hizo que se pusiera nervioso. Si había algo después de todo.

— No pasó nada...Tengo un carácter de mierda la mayor parte del tiempo. — regresó la mirada al cielo. La bella vista fue eclipsada por la mirada dolida del mayor.

— Dime...Por favor. —pidió angustiado. — Últimamente no paro de recordar y lo acepto... o eso intento. Pero jamás he recordado nada sobre ti...y quiero entender. Sé que te herí.

El peli plata se sentó frente al mayor, mirándolo directamente, intentado transmitirle tranquilidad.

— Hiciste lo que creías era correcto. —acaricio suavemente los cabellos castaños. — No te preocupes por eso. No fuiste "tú", quien lo hizo.

— Fui "yo", sigo siendo yo.

— No. El "tú" de ese tiempo jamás estaría hablando así conmigo. Jamás me dejaría consolarlo o hacerle cosquillas; jamás reiría libremente, sin el peso de los años en su espalda... ¿Recuerdas lo que te dije en el hotel, después del ataque en el parque de diversiones? —Kaname ladeó la cabeza, dudoso. — Te dije que ahora eres humano. Quien seas será algo que forjes de a poco... Tu pasado te perseguirá siempre, pero ahora no estás solo. Ahora puedes tomarlo de manera diferente, puedes darte el tiempo de llorar las pérdidas, de gritar si te enfadas, de reír... Ahora puedes hacerlo libremente. Nadie te exige nada.

El oji borgoña bajó la mirada. La angustia aún permanecía en su pecho.

— No te martirices por algo que ni siquiera recuerdas...Cuando lo hagas, pensaremos que hacer. Mientras disfruta el momento. —le dio un ligero piquete en la frente, ganando un adorable ceño fruncido raro en el castaño.

Zero le dedico una gran sonrisa, y su mundo volvió a iluminarse. El cazador tenía ese efecto en él; ya ni siquiera se podía imaginar sin el peli plata a su lado.

Las sonrisas volvieron, al igual que los juegos, como si ese pequeño momento jamás hubiera existido.

Esa noche Kaname soñó con un anciano y una gran familia.



*

*

*



— Abuelo. —llamó, respetuoso, entrando a la habitación con una suave sonrisa.

— ¡Mi alumno favorito a regresado! —su abuelo se levantó de su asiento y le dio un efusivo abrazo. — Los chicos estaban preocupados. No paraban de cuchichear estupideces de que te había enviado a la muerte. ¡Pura mierda! —el anciano rio con fuerza.

Ambos se sentaron en el sofá de cuero.

Su pequeña familia de cinco se había vuelto bastante grande con los años. Ya eran 100, y el número seguía en aumento. Todos eran niños como él, abandonados por el mundo; el abuelo los recogió uno a uno, les enseñó a defenderse, a usar su fuerza y astucia. Fue un entrenamiento duro, aún para él que era un fenómeno.

No recordaba cuantos años tenía en ese entonces cuando recién llegó a aquella familia, pero su apariencia era la de un muchacho de 17 años. Aún mantenía esa apariencia. El abuelo jamás le dijo demonio por ello, ni siquiera cuando le confesó que para vivir debía beber sangre. Él solo lo miró y con toda tranquilidad le dijo: "Te puedes comer a todos mis enemigos. Te enseñé a matar ¿no? ¡Ahora deja de lloriquear y ponte a trabajar!"

Ese anciano estaba loco. Pero fue el único loco que le aceptó y lo cuidó cuando se desvaneció por falta de alimento en medio de esa calle congelada.

— ¿Alguien nuevo? — preguntó tras dar un sorbo a al vino caliente.

—7— suspiró— El imperio avanza a paso agigantado. Destruyen todo a su paso, incluyendo a la familia Tao...No quedó nada.

—Vendrán por nosotros...Saben que trabajamos para los Tao.

— Sí... Este lugar es muy grande para ser ignorado. —desvió la mirada a la ventana. — Solo 50 están aptos para la batalla. Los demás no podrán hacer nada...Morirán.

— "Somos herreros. Preparamos las armas, no la guerra. Pero si tenemos que luchar, lucharemos como el más aguerrido soldado."—recitó las palabras dichas por el anciano. — Somos una familia. Y si para defendernos tenemos que pelear, pelearemos hasta la muerte.

El viejo sonrió.

—Eres mi más grande orgullo, Kaname. — su abuelo se levantó, solemne, y dio palmaditas cariñosas en su hombro. — Tienes razón, mi muchacho. ¡Somos Sarkans! ¡Los más fieros herreros del país!... El emperador se arrepentirá se retarnos. No sabrán lo que les espera.

A él no le gustaba la guerra, mucho menos el asesinar a sangre fría, pero si eso era necesario para proteger a su nueva familia, estaría en la primera fila.



*

*

*



—Así que... ¿ésta es tu humilde morada? —la peli morada miraba deslumbrada la mansión donde vivía su amigo.

Cuando le invitó a su casa no imaginó que esa sería su casa. Decir que estaba impresionada era poco. Aunque si hubiera prestado mayor atención se habría percatado de los abrigos y ropa cara que vestía el castaño; pero no lo hizo y ahí se encontraba casi babeando.

—Dijiste que Zerote trabajaba en algo parecido a la policía ¿no?

—Sí, algo parecido.

— ¿Seguro no es traficante? ¿Mafioso? ¿Benefactor del mercado negro? ¿Sicario?

El castaño negó, sonriendo. Tal vez eso último se acercaba más al trabajo del cazador; pero su pequeña amiga no debía saberlo.

Entraron a la mansión con calma. Neith se deleitaba con cada cosa que veía; ese lugar gritaba lujo por todos lados. Era simplemente majestuoso.

— ¿No te pierdes? —preguntó con genuina curiosidad la chica.

—Más seguido de lo que me gustaría. Pero eso es lo divertido.

—Ajá. Y yo que pensaba que te aburrías solo en casa. Teniendo semejante castillo para explorar dudo mucho que te aburras.

—Cuando te quedas atrapado en las paredes no es muy entretenido que digamos.

— ¡Dioses! ¡No tocaré ni una sola pared!

Recorrieron la casa entre risas y uno que otro empujoncito amistoso. Faltaban unas tres horas para que los amigos de Zero despertaran; Mitsuki estaba en una reunión de la Corte, Ren al parecer la había acompañado ­—la actitud de los menores le decía que algo malo pasaba allí—, y Zero estaba en la Asociación. Lo que significaba que tenían bastante tiempo para recorrer el lugar.

Terminaron su recorrido en el extenso patio. Por un momento pensó en mostrarle su lugar secreto tras el invernadero, pero tan rápido como la idea llegó a su mente se esfumó; aquel lugar era especial, solo Zero y él conocían su existencia, y así estaba bien.

Jugaron unos minutos con la nieve acumulada. Esa época navideña se le hacía nostálgica y feliz al mismo tiempo; un extraño sentimiento que no lograba descifrar si le gustaba o no.

—Deben volverse locos decorando todo. —comentó la peli morada sin dejar de mover sus brazos y piernas.

—No han mencionado nada sobre navidad, aunque últimamente he visto varias películas sobre eso con las gemelas.

­­ —En casa, mamá está vuelta loca con la decoración. Es una fanática, en serio. — Paró el movimiento de sus extremidades y se levantó a contemplar su obra. — Mi hermano dice que es una fiesta de consumismo; ya sabes, por los regalos y todo eso. ¡Puro gastadero de dinero! —se agachó con cuidado de no borrar ni una sola línea de nieve, y con su dedo dibujó unas curiosas orejitas sobre la cabeza del ángel, y una esponjosa cola del lado derecho. —Mamá dice que los regalos no son lo importante, sino ese aire cálido, el aroma a chocolate caliente y velas de vainilla, las melodías alegres y la cordialidad que entre todos se forma. Claro que si vas a una tienda la cordialidad se la pasan por donde mejor les cae, solo quieren comprar.

—Tu madre ve la navidad con la inocencia de una niña. Ve el espíritu navideño, no la desagradable avaricia humana del cual viene acompañado.

—Exacto. —Se sentó al lado del castaño, en un tronco que al parecer habían puesto allí para ese propósito. —Me gustaría ver toda esta época como ella lo ve, pero cuando vives en la ciudad y miras a tu alrededor es como si esa masa de consumismo, de avaricia, se derramara por todos lados. Lo mancha todo.

Ambos admiraron el atardecer en silencio. Las nubes se teñían de tonos anaranjados, empujadas por el viento cambiaban de forma una y otra vez, siempre avanzando. El tono naranja no tardó en transformarse en un morado azulino, y aquel en un tono azul oscuro hasta convertirse en negro. Había anochecido. Las luces de la casa se habían encendido, al igual que los postes que iluminaban el terreno.

Las estrellas brillaban con fuerza, como si la contaminación lumínica formada por la mansión no les afectara en absoluto. Era una noche hermosa, fría y al mismo tiempo reconfortante.

— ¿Tus nuevos amigos habrán despertado? ­­

—Deben estar por hacerlo.

—Son como vampiros.

—En realidad si salen de día. Se duermen como a las 3 de la tarde y la siesta les dura hasta las 9 de la noche.

— ¡Y yo que pensaba que dos horas de siesta era mucho!

No pudieron evitar reír, aunque por razones diferentes. A Kaname no le gustaba mentirle a la chica pero no tenía opción. Ya la exponía a mucho peligro al invitarla a su hogar, no quería sumarle un riesgo más a que ella supiera, aun cuando no veía del todo malo que se enterara.

Era una caja de contradicciones.

—Bueno, será mejor volver. —se levantó de su incomodo asiento y sacudió, con la mano, su retaguardia.

Neith imitó su acción y emprendieron camino de vuelta a la calidez del hogar.

Avanzaron unos pocos metros cuando un crujido alertó al castaño. El sonido de alguien pisando una rama. Kaname inmediatamente tomó la mano de su pequeña amiga, apretándola un poco. Se quedó quieto, aguzando en oído a cualquier cambio sonoro.

Treinta segundos más tarde, otros tres crujidos se escucharon, acompañados de débiles rugidos.

¿Niveles E? ¿Cómo llegaron hasta ahí? No, tal vez era un animal... ¡¿Pero qué animal lo podría asechar en aquel lugar?! ¡Ni siquiera habitaban osos o lobos por la zona! ¡Ni siquiera un mísero conejo!

Relájate y avanza.

Apretó el agarre en la mano ajena y echó a correr. Neith apenas le podía seguir el paso, pero no se detendría a preguntar de qué corrían. ¡No cuando escuchaba pasos presurosos a su espalda!

Vale. Vamos a morir. ¡La vamos a palmar! Lo siento, hermano. ¡Yo me comí tu pudin, no fue el gato!

El castaño miró hacia atrás un segundo, tres niveles E los seguían.

— ¡Al frente!

Sintió su brazo ser jalado con fuerza, apenas pudo mantener el equilibrio para no caer. Frente a ellos había tres hombres que no tenían pinta de ser niveles E. Lo más extraño es que era como si no estuvieran allí; como si solo fueran ilusiones. Pero por el temblor en Neith, no eran ilusiones.

—Lo lamento, señor Kuran. Pero Usted debe morir. ­—habló con una tranquilizadora sonrisa el tipo alto del medio.

¡Qué amabilidad!

Eran demasiados, tenía que proteger a Neith y no tenía ni una sola arma. Maldita sea la hora en la que dejó la cuchilla sobre la mesita de noche.

Solo quedaba una opción.

— ¡Ayuda! —grito a todo lo que sus pulmones daban. Neith le miró de reojo y lo imitó, alcanzando unos buenos decibeles más que él.

Los vampiros no se inmutaron con el grito; de hecho, aquello parecía parte del plan.

¿Habrían matado a los demás y ellos ni cuenta se dieron? ¿Tenían siquiera una oportunidad?

— ¡Kaname!

El grito de Hanabusa le devolvió una partecita del alma al cuerpo. Ruka, Akatsuki, Takuma, Hanabusa, Annie y Tsubaki corrían en su dirección. Retuvo el aire expectante.

El vampiro que antes le había hablado, ahora sonreía triunfante. Aquello no le gustó nada.

Tras esa sonrisa, se desató el caos. Fue todo demasiado rápido, tanto que apenas si alcanzó a soltar el aire retenido, mientras cubría con su cuerpo a Neith.

Uno de los vampiros tiró de su brazo con fuerza, separándolo de la chica, apresándolo. Su mente quedó en blanco, su cuerpo actuó por mero instinto. Su brazo de aferro al contrario, torció el torso a la derecha girando sobre su eje, quedando frente a su oponente. Pasó su pierna derecha tras del vampiro, y lo desestabilizó. Sus brazos y piernas se movían con una precisión y fuerza que solo era posible por la adrenalina.

Intercambiaron golpes durante unos segundos. Kaname solo quería un espacio para alejarse lo más posible y ayudar a su amiga; sabía perfectamente que sin un arma poco podría hacer.

Pero nada de aquello sirvió contra el vampiro de sonrisa eterna. De un movimiento lo derribó; sujetó su cuello con una mano, asfixiándolo. Llevó sus manos al brazo contrario, en acto reflejo, intentando apartarlo en vano.

Las garras se extendieron, el brazo desocupado subió, preparándose para el golpe.

Moriría.

¿No se supone que debería ver toda su vida pasar frente a sus ojos, o, al menos, los momentos más memorables? ¿Por qué solo un nombre se le pasaba por la cabeza?

Zero...

­— ¡Kana!

¿Por qué de repente todo se había vuelto negro y frío?

 

 

 

Notas finales:

Muchas gracias por leer. ¡Un abrazo de oso!


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