Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Flor de Almendro por Zils

[Reviews - 34]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Sentía la sangre caer por su brazo derecho. Estaba demasiado débil como para curar sus heridas.

Se lo merecía, por descuidado.

Arrugó la nariz. Sus sentidos estaban adormecidos. No sentía presencia alguna, ni aroma, ni sonido; sus ojos, con mucho esfuerzo, captaban sombras.

Morir ahí no sonaba tan mal.

S...o...r

-—Se...or.

Captó unas suaves voces.

Se forzó a abrir los ojos; apenas lo logró. Había dos siluetas pequeñas frente a él. Los cerró.

¿Señor?...Zero, no responde.

No podemos hacer nada. Papá y mamá no están en casa, y no sabemos curar heridas.

He visto a mamá hacerlo. Zero, no podemos dejarlo morir aquí.

Eran niños.

Su vida estaba en manos de un par de niños.

Es muy grande. No podemos llevarlo a casa.

Bueno, voy a ir a buscar las vendas. Tú busca a Khaos, haremos que él lo tire al granero.

Que lo tiraran como muñeco no le hacía ilusión alguna. ¿No podrían simplemente dejarle allí?

No escuchó cuando los niños se alejaron, ni mucho menos cuando volvieron, pero si sintió unas torpes y pequeñas manos en su brazo herido; algo húmedo y pringoso en su piel y luego una tela cubriéndola, vendas, seguramente.

También sintió sus pies siendo atados a algo, y ese "algo" tirando de su cuerpo.

Un niño afirmaba su brazo mientras esa cosa, que podría ser un perro, lo tiraba en la nieve.

Agradecía no sentir tanto dolor.

Resista señor, ya casi llegamos.

Ajá.

Ichiru, tira de ese brazo. Con cuidado. Eso es.

Para ese entonces retenía las ganas de reír. Ese par se las había ingeniado para dejarlo sobre un montoncito de paja. Le pusieron una manta encima y desataron sus pies.

¿Y ahora?

Esperemos a que despierte.

—¿Y si no despierta? —su voz, más suave que la del otro niño, sonó temerosa.

Lo sacamos y aquí no pasó nada.

Eres un bruto, hermano.

*

*

*

Abrió los ojos. Estaba tan oscuro que ni sus manos lograba visualizar.

No sentía su cuerpo. Sus parpados le pedían a gritos cerrarse y volver al mundo de los sueños. Su cerebro guardaba celosamente cada recuerdo del sueño vivido.

Ichiru...Zero...

Sus parpados se cerraron involuntariamente.

*

*

*

—¡Zero, ya despertó! — el grito retumbó en sus sensibles oídos. —¿Cómo se siente?

Bien. —murmuró. Dirigió la mirada al tosco vendaje en su brazo. —Gracias.

El niño sonrió ampliamente.

Su brazo había dejado de sangrar y, estaba seguro, que sus heridas ya estaban cicatrizando.

¿Quiere un té? Mi hermano está preparando la cena. Comeremos juntos en cuanto esté lista.

¿Tus padres?

El niño hizo un mohín, desganado.

Trabajando. ¿Por qué estaba herido? —otra vez lo miraba curioso.

Me caí.

Una caída muy estúpida para haber terminado así. — la voz en la puerta captó su atención.

¡Zero!

Ayúdame con esto, luego puedes interrogarlo.

El niño sentado a su lado, Ichiru, suponía, se levantó corriendo para llegar con su hermano.

Ambos gemelos volvieron luego con una bandeja. Cenaron juntos, en silencio.

¿Dónde se cayó? —Ichiru volvió con las preguntas.

No lo recuerdo.

Bueno, cuando termine se puede ir. — Zero recibió un empujón de parte de su hermano.

¿Qué edad tienen?

6 ¿y usted? —Ichiru era el más hablador. Contestaba todas sus preguntas y le hacía muchas otras.

25. —mintió.

¿Es extranjero? Su acento y su ropa son raros.

Bueno, venía de vuelta de un viaje. No había cambiado su ropa antes del vergonzoso accidente.

Algo así. —ambos niños lo miraron con curiosidad. — Viví muchos años en otro país.

¿Por qué volvió? —Zero se atrevió a preguntar.

Mi padre me llamó.

¿No estará preocupado por usted? —Ichiru parecía realmente acongojado.

No lo creo. Debía llegar la próxima semana.

Puede quedarse aquí hasta sentirse mejor. Si quiere mandar una carta tendrá que ir al pueblo.

Gracias.

Era la primera sonrisa genuina que daba en años.

*

*

*


La cabeza le daba vueltas y le dolía horrores. La garganta le ardía, tenía la nariz taponeada y respiraba como pez fuera del agua.

¿Eso era un resfrío? ¡Se sentía fatal!

Le dolían las piernas. Todo el cuerpo, en realidad. Se cubrió hasta la cabeza con las mantas, pero no era suficiente; aún tenía frio.

Estiró el brazo al mando de la cama, subió unos grados la temperatura y sintió que, por fin, su cuerpo dejaba de temblar.

¡Benditos sean los colchones con calefacción!

Para su suerte las gruesas cortinas color vino mantenían la habitación en penumbras.

Se acurrucó en la cama. Si dormía un poco, tal vez, su cabeza dejaría de latir.

*

*

*

¿Sus padres no tardan mucho? —preguntó mientras desayunaban.

Son cazadores. Están de...cacería. — susurró Ichiru en su oído, mientras Zero volvía con una taza de té.

Asintió. Entendió perfectamente aquello; además la presencia de ambos niños los delataba.

Te cambiaré los vendajes. —asintió en silencio.

Pudo haberle dicho que podía hacerlo solo, pero la mirada decidida en el menor de los gemelos le causó ternura.

Ahora que lo pensaba, era raro ver gemelos entre los cazadores.

Tras terminar su taza de té, comenzó el proceso de limpiar sus heridas. La cosa pringosa en su brazo era un ungüento, según palabras de Ichiru, que ayudaba a la cicatrización. Lo usaban cuando tenían alguna herida causada por animales de la zona.

Zero fue el encargado de vendar su brazo nuevamente. Lo hizo con firmeza y cuidado, como si estuviera acostumbrado a hacerlo a pesar de su corta edad.

¡Juguemos!— Ichiru se levantó entusiasmado. ¯ No te preocupes, yo tampoco puedo hacer mucho esfuerzo físico. —le sonrió. —¡Iré a buscar los juegos! —salió corriendo a la salida.

¡No corras! —el grito, seguramente, apenas fue escuchado por su hermano.

El silencio se instaló en ambos.

El perro, que se había pasado desde la tarde anterior dormido, se acercó a él. Lo miró unos instantes, como si quisiera leer su alma, decidió que le agradaba y se tiró a su lado, dejando su enorme cabeza peluda sobre sus piernas.

Parecía un oso.

No le extrañaba que hubiese podido tirarlo.

Le agradas. Eso es raro.

Quizás me ve como un juguete. —acarició la cabeza del perro. Era suave y cálido.

Eres una buena persona. Las buenas personas le agradan.

 

Detuvo las caricias.

Ese perro no era de fiar.

*

*

*


Trago las pastillas con dificultad. A pesar de que estaba acostumbrado, y que su insípido sabor había mejorado mucho en los últimos años, le costó más trabajo de lo normal.

Suspiró. Pronto debería tener una comida decente.

Unos suaves toques en la puerta llamaron su atención.

—Adelante.

Mitsuki se asomó, miró alrededor buscando algo y luego infló las mejillas.

—¿Has visto a Kana?

—No. Tal vez está con Eylean.

— No, ella está con las gemelas en la biblioteca. — puso ambas manos en jarra. —Supuse que estaría contigo... Tal vez siga dormido.

— ¿A esta hora? Suele despertarse temprano.

—Bueno, ayer sucedieron muchas cosas. — Zero asintió. —Iré a verlo.

—Iré contigo.

Mitsuki mordió el interior de su mejilla, guardando la pregunta que pujaba por salir de sus labios. Era mejor dejarlo así. Por ahora.

*

*

*

 

¡Kaname!

No corras, Ichiru.

El pequeño lo ignoró por completo, continuó disfrutando de los copos de nieve que caían suavemente sobre sus cabezas. La diversión se detuvo abruptamente por un ataque de tos.

Se apresuró a llegar con el niño. En cuclillas, dio masajes circulares en la pequeña espalda.

Gracias. —jadeó el menor, totalmente agotado.

Vamos, te llevaré a casa.

Con su brazo sano tomó el pequeño cuerpecito. No tardó en llegar a la cabaña.

Una vez dentro, acomodó a Ichiru en el sofá, cubriéndolo con una manta que había en el mismo.

Una vez el bollito humano estuvo acomodado, se permitió observar la estancia. Era la primera vez que entraba.

Era un lugar cálido, hogareño; totalmente diferente al castillo en el que había vivido los últimos dos años.

¿Qué pasó?

Zero no esperó su respuesta. Se acercó a su hermano lo más rápido que pudo; verificó su temperatura, respiración e incluso su pulso, con un temple y rapidez insólitos en un niño de su edad.

Estoy bien, hermano. Sólo fue un poco de tos. Kaname me arropó como si fuera sushi; es igual de exagerado que tú.

No exagero, me preocupo. —le dio un golpecito en la frente.

Lo mismo pensaba él.

Pero estaba maravillado y perturbado en partes iguales.

¿Cuánto tiempo habrían estado solos, cuidándose mutuamente, para que supieran curar heridas y verificar signos vitales?

¡Eran niños!

Niños que deberían estar jugando, siendo mimados y protegidos por sus padres.

Niños que parecían abandonados a su suerte en aquellas montañas.

*

*

*


—¿Kaname?

La habitación estaba en penumbras; algo extraño para ser medio día. Hacía muchísimo calor, como si hubiesen prendido la calefacción al tope. Era asfixiante.

Mitsuki se apresuró a bajar unos grados la calefacción, mientras él comprobaba el bulto en la cama.

Apenas puso su mano sobre las mantas buscó el control del calienta camas. Estaba al máximo. Lo apagó, y empezó a desenvolver el nudo de mantas en el que estaba envuelto el mayor.

A pesar de ser invierno, aquello era extremo. Kaname no era tan friolento como para temblar de esa forma.

Una vez consiguió destapar la cabeza lo entendió todo.

— Tiene fiebre. —murmuró, mientras pasaba su mano por la frente sudorosa del castaño. — Mitsuki, trae el botiquín de mi habitación, por favor.

—No morirá ¿verdad? — no podían culparla por estar preocupada. Kaname, parecía un tomate tembloroso y jadeante.

—No. Seguramente es un resfrío. —y de esos él sabía bastante.

Mientras su pequeña buscaba el botiquín, él se dedicó a desenvolver al castaño. Tiro de las mantas acomodándolas a los pies de la cama. Para ese momento, Kaname, temblando se acurrucaba sobre sí mismo buscando calor.

—¿Zero?

La voz gangosa y ronca, delató de inmediato gripe.

—¿Te duele la cabeza? —conocía la respuesta pero, aunque fuera malvado de su parte, le resultaba tierna esa voz gangosa.

—Todo... Tengo frío.—murmuró manteniendo los ojos cerrados.

—Tienes fiebre, no puedo abrigarte más. —apartó las hebras castañas del rostro del mayor.

—Humm.

Se dedicó a dar suaves masajes en la frente del mayor. Era su primer resfrío, el pobre debería estar fatal.

Mitsuki no tardó en llegar con el botiquín. Luego de asegurarse que los medicamentos no estuviesen caducados, ayudó al castaño a incorporarse.

—Toma. Te sentirás mejor en unas horas.

Kaname tomó lentamente las pastillas, apenas abriendo los ojos; él apuro el vaso de agua y, después de abanicarlo unos segundos para disminuir las náuseas, el castaño dormía aferrado a su pierna derecha.

Annie entró unos segundos más tarde con un bol de agua y una toalla pequeña que dejó al lado de Zero. Mitsuki se retiró con ella; su papá cuidaría bien de Kaname. Mientras, ella llamaría a un médico.

*

*

*

¿Sus padres no tardan mucho?

Suelen tardar una semana. Aunque la señora Lily o el señor Ryu suelen venir a cuidarnos. Deberían haber llegado ayer.

Ichiru no parecía darle mucha importancia al tema. Aunque él estaba preocupado. Bastante.

No quería marcharse y dejar a esos niños solos en medio del bosque.

Era impensable.

Jaque mate.

Es injusto. ¡Ya son tres veces seguidas!

La práctica hace al maestro.

¿Cuántos años llevas jugando? —ordenó las piezas nuevamente. Hizo la primera jugada.

17. —7.600 años, para ser exactos. —Un amigo me enseñó. Lo jugaba todos los días. Me costó seis meses recordar todas las reglas; otros seis aprender cada movimiento y cómo contrarrestarlos; y diez años para vencer a mi amigo en un juego. —una verdad que extrañaría a quienes lo habían visto jugar.

¡Wow! Es mucho tiempo.

La práctica hace al maestro. —repitió.

Pasaron la tarde jugando ajedrez. Zero se les unió una vez terminó de leer.

Una fuerte ventisca los sorprendió al anochecer.

*

*

*


Una pequeña sonrisa surcó sus labios. La fiebre había bajado; Kaname dormía tranquilamente murmurando sabrá Dios qué, y él permanecía al lado del castaño, relajado por la presencia ajena.

Por un momento olvidó todos los problemas; los mando bien al fondo de su mente, en silencio. Se permitió cerrar los ojos, sentir la respiración cálida del mayor en su frente, y caer en los brazos de Morfeo.

*

*

*

Está mucho mejor.

Un experto me ha atendido. —sonrió.

Las mejillas de Zero tomaron un color rosado.

Su brazo tenía mejor aspecto. Una costra negruzca cubría la herida. Si hubiese estado en mejores condiciones aquello no se habría formado, pero bueno, al menos parecía la herida de un humano.

Ya paró de nevar. ¡Vamos a jugar afuera!—Ichiru, ya con su chaqueta, bufanda, gorro y guantes puestos, miraba emocionado a su hermano mayor.

No.

De inmediato los ojitos suplicantes se posaron sobre su persona.

Simplemente se encogió de hombros.

Solo serán diez minutos. ¡Por fis! —juntó ambas manos en súplica.

Zero se lo pensó un minuto, para después asentir desganado.

Sólo diez minutos.

¡Sí!

Él fue arrastrado a esos diez minutos de juego.

Se lanzaban bolas de nieve los unos a los otros. Ichiru había tomado por refugio un tronco tumbado; tenía a Khaos de su parte. Zero se mantenía al descubierto secundando a su hermano en el ataque al castaño.

Y él...Bueno, él intentaba que la nieve no le entrara en la boca.

Sus sentidos aturdidos por la falta de alimento no se percataron de la presencia extraña asechándolos.

A duras penas logró captar el movimiento tras Ichiru.

Su cuerpo reaccionó al instante. Cubrió al niño con su cuerpo, recibiendo las garras en su espalda.

Nivel E...

Ignoró el dolor y corrió hacia Zero.

Entren a la casa. ¡Rápido!

Un nuevo ataque en su hombro herido lo hizo voltear.

Agradecía que fuera un nivel E, de lo contrario terminaría mucho peor.

El vampiro arremetió de frente, sus garras apuntaban a su garganta.

Con el brazo sano detuvo el ataque; sosteniendo los brazos contrarios dio una vuelta, dejando la espalda la criatura contra su pecho.

Sus colmillos no dudaron en clavarse en el cuello ajeno. La sangre de un nivel E no le serviría de mucho, pero ayudaría a cerrar sus heridas.

Bebió hasta la última gota.

La repentina acción provocó que sus heridas se abrieran aún más, pero había eliminado a ese ser.

Un fuerte mareo casi lo hace caer. Sus sentidos volvían a estar al máximo.

Y podía sentir a unos cazadores acercándose.

Y a los niños a su espalda.

Eres uno de ellos...un vampiro...—reconocía la voz de Zero, aunque solo fuera un susurro ahogado.

Se volteó. Veía el terror en los ojos amatistas.

Sentía la presencia de esos cazadores cada vez más cerca.

Se acercó a ambos niños y se agachó a su altura. Pudo sentir el impulso se correr en ambos, pero, tal vez, la ligera esperanza de un error en aquella afirmación los hizo permanecer en su lugar.

Mantuvo ambas manos a la altura de sus frentes. Un halo de energía brotando de ellas.

Lo soy... Pero eso no deben recordarlo.

Eliminó los recuerdos de su persona, de aquellos cinco días que permaneció bajo su cuidado, y los reemplazó por momentos triviales.

Los cuidadores de aquellos pequeños por fin se hacían notar, y era hora de que él se marchara.

Dejó a ambos recostados en el sofá frente a la chimenea, y partió.

Arriesgándose a ser descubierto, vigiló la cabaña hasta que tres cazadores entraron en ella. Dos de ellos los había visto en múltiples fotografías.

Ocultando su débil presencia, se marchó del lugar.

Esperaba que con aquel incidente no volvieran a dejar solos a los niños.

Esperaba que ambos se convirtieran en fuertes y justas personas.

Esperaba que ambos vivieran felices.

*

*

*

No podía apartar la mirada del cuerpo durmiente. Todo rastro de aquel pequeño niño de sus sueños había desaparecido; la vida se había encargado de ocultarlo en lo más hondo de su ser. Ahora sólo podía ver el rostro de un hombre cansado; un hombre que había pasado por mucho y aun así se mantenía luchando.

— ¿Eres feliz? ¿Fuiste feliz? —pensó, temiendo que el más mínimo murmullo despertara al peli plateado.

Tal vez fue por la fiebre —que, agradecía enormemente, había bajado y se sentía menos trapo usado—, tal vez fue porque era Zero, pero podía recordar cada detalle de aquel largo sueño.

Recordaba perfectamente la mirada aterrada de ambos niños al descubrir lo que era; recordaba sus pequeñas manos curando su brazo; recordaba las risas, las comidas, las bolas de nieve, la mirada anhelante de los gemelos al mirar las fotos de sus padres.

Recordaba sus propios sentimientos al verlos.

Y le dolía. Mucho.

Le dolía porque esos momentos jamás se repetirían; le dolía porque sabía, desde que vio al cazador por primera vez, que de alguna forma él lo había destrozado.

Él había dañado a esos pequeños gemelos, y no recordaba cómo.

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).