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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 3. PARANOIA


«¡¿Piensa robarme a Viktor?! ¡¿Lo dijo en serio?!».


Yuuri ni siquiera fue capaz de prestar atención a las observaciones del entrenador peliplateado sobre su desempeño en el primer día de entrenamiento. Tenía las palabras del Punk Ruso dándole vueltas en la cabeza.


«¿Desde cuándo le gusta?».


Intentó hacer memoria de cualquier indicio, mas la razón y sus sentimientos volvían todo muy confuso y contradictorio. ¿Yurio había estado celoso de su acercamiento con Viktor desde el primer momento? ¿Por eso no concibió quedarse de brazos cruzados cuando el mayor decidió viajar a Japón y convertirse en su entrenador personal? ¿Se había enamorado de él mucho antes del Grand Prix? ¿O fue posterior a su guía en la búsqueda del amor incondicional, Ágape?


—Yuuri…


—¡¿?!


—Te pregunté si crees que es mejor incrementar tu fuerza en los tobillos y centrarte en el movimiento de cadera para clavar este salto, o bastará con aumentar la velocidad —señaló sus apuntes en el bloc para luego dibujar una curva punteada en otro cuaderno, marcando el trayecto y la elevación.


—Ehh… ¿Velocidad? —el entrenador ladeó la cabeza, no muy convencido de su respuesta—. ¿Fuerza?


—No estás poniendo atención, ¿verdad?


—S-Sí. Estoy atento. Perdón —inhaló profundo y se concentró de lleno.


«Piensa en el programa. Sólo en el programa».


El rubio estaba impaciente por irse, pero Viktor lo obligó a esperar su turno. En parte porque sabía que si hubiera hablado con él primero, era muy probable que no se preocupara en ayudar a su compañero a regresar al departamento.


—No olviden que tienen tres meses para obtener el mejor resultado.


Con base en sus anotaciones, armó un plan de entrenamiento personalizado para ambos patinadores.


—Será pan comido.


—Daré lo mejor de mí —Yuuri observó detenidamente la hoja donde especificaba lo que debía trabajar todos los días para perfeccionar su técnica.


—Confío en ustedes.


«Es ahora o nunca. Dile que quieres verlo esta tarde. No puedes dejar pasar más tiempo para aclarar las cosas».


—Viktor… —la voz le tembló, pero no iba a echarse para atrás en el último segundo.


—Viktor, ¿puedo verte esta tarde?


Esa voz definitivamente no había salido de su boca. Con los ojos muy abiertos, volteó a ver al avispado oportunista que se había adelantado a su propuesta.


—Quiero hablar contigo de algo importante —miró al pelinegro por el rabillo del ojo.


—Sí, claro.


—Excelente —sonrió con malicia.


—¿Quieres que vaya al departamento?, ¿a las cinco estaría bien?


—Mejor te veo en la cafetería Moonlight, a las seis.


—De acuerdo, a las seis entonces. Llevaré el bloc —por su actitud relajada, evidentemente asumió que discutirían sobre la rutina.


«Esto no me gusta».


De regreso al departamento, ninguno de los dos patinadores habló.


Y aunque esta vez Yuuri sí tenía oportunidad de echar un vistazo al paisaje, estaba tan ensimismado en la aparente “cita” de su entrenador con Yurio, que no prestó atención. No podía sacarse el montón de ideas desagradables formándose en su cabeza.


«No quiero que se vean. No quiero que estén a solas».


Tenía los puños apretados con fuerza sobre sus rodillas. El rubio no especificó un motivo, y tampoco insinuó nada fuera de lo común. Pero es que ni siquiera tuvo la decencia de decirle a Viktor que no necesitarían el bloc de notas para verse, porque en realidad no discutirían nada relacionado con el entrenamiento.


«Ni siquiera yo puedo estar seguro de sus intenciones». Mas descartó esa resolutiva tan pronto como apareció. «¡Pero, por favor! Si él mismo me lo dijo en la cara. Quiere a Viktor e intentará…».


Se rehusó a que la palabra “seducirlo” se materializara en su cabeza, pues sólo alimentaría el vacío que se estaba formado en lo profundo de su pecho, tornándose cada vez más doloroso.


En definitiva, necesitaba escapar de esa paranoia dominante antes de que consiguiera atormentarle lo suficiente, instándole a cometer alguna tontería, sumándose a su ya de por sí cuantioso historial de acciones desafortunadas.


Si lo pensaba fríamente, tampoco tenía sentido que tomara muy en serio su amenaza. Cabía la posibilidad de que sólo quisiera intimidarlo, confundirlo o estresarlo. ¿Y a quién pretendía engañar? En caso de que ese fuera su objetivo, ya lo había conseguido.


«Es mucho más joven que Viktor. Se llevan más de diez años de diferencia. No lo tomará en serio. Y con lo engreído que es, imposible que… Que yo sepa nunca antes había dado indicios de que él le guste. Ni siquiera le muestra un mínimo de respeto, a pesar de ser su entrenador. Es igual de prepotente y caprichoso que con todo el mundo».


«Y tal vez sí, ha sido posesivo con él en varias ocasiones, pero de seguro sólo era una cuestión de orgullo y ambición por superarse en el patinaje artístico. Nada del otro mundo. Porque, si en verdad le gustara, lo trataría diferente. Sería menos agresivo, más cálido. Quizás más cariñoso… y afectivo».


Suspiró al tomar conciencia de lo mucho que lamentaba no haber demostrado todas esas virtudes en tanto tiempo. Era algo que había germinado en un inicio pero se quedó estancado, estático. Si no fuera por el acoso de los medios, no se habrían distanciado.


«Aunque, por otro lado…», y retomó sus sospechas sobre Yurio como si se tratara de una fuerza magnética difícil de repeler «…esa puede ser su forma retorcida de amar. Siendo posesivo, pero sin mostrar ninguna clase debilidad, como un felino que marca su territorio y da por hecho que la presa es suya hasta que alguien se interpone».


Sin darse cuenta, se había encasillado una lucha interna que en lugar de esclarecer el panorama, esbozaba un desesperado intento por justificar sus inseguridades.


«¿Y qué si quiere conquistar a Viktor? Él nunca le daría luz verde. Es a mí a quien ama, y eso no va a cambiar de la noche a la mañana». Le habría encantado decir que estaba convencido de ello, ¿pero cómo no preocuparse si la boda fue cancelada por su culpa? Y encima le había dicho que estaba enamorado de su mejor amigo.


Aún si para él había sonado como el disparate más grande del universo, para Viktor pudo significar mucho más, considerando que lo dijo tras haber pasado dos semanas con Phichit, excluyendo a su prometido y embriagándose la víspera del tan esperado viaje a San Petersburgo.


Cualquiera que hubiera sido testigo de los hechos sin estar directamente involucrado habría llegado a la misma conclusión: «Escapé del compromiso de la manera más descarada posible, y he aquí las consecuencias».


Se derritió en su asiento, sin ánimos de nada. Y al bajarse del transporte le quedó la sensación de haber cargado un elefante sobre sus hombros.


 —¿Qué tal les fue en su primer día de entrenamiento? —los recibió la chica, quien recién se sentaba a comer.


—¡De maravilla! —enfatizó el rubio.


—Me alegra —aunque no podía decir lo mismo del otro patinador—. Yuuri, ¿estás bien? Te ves…


—Barrí el piso con él —apostilló Plisetsky, sonriendo de oreja a oreja. Y pasó de largo en dirección a su habitación, cerrando la puerta detrás de sí.


—Vaya… ¿No pensará comer?


Katsuki apoyó la mejilla y los antebrazos sobre la mesa.


—Emh… si quieres te sirvo. Te ves muy cansado.


—No te preocupes, yo me sirvo. Gracias.


—¿Seguro? No sería ninguna molestia.


—Sí, seguro. Estoy bien —su tono de voz indicaba lo contrario—. Por cierto, muchas gracias por el desayuno.


La chica se ruborizó al instante, pero trató de mitigar su nerviosismo.


—Debo decir que, me hace muy feliz poder cocinar para ti.


—Los afortunados somos nosotros. Contar con una nutrióloga que además ha demostrado ser una chef muy habilidosa —se sintió más animado al ver la sonrisa de Katia—. No sé qué haríamos sin ti.


—Para mí es un placer.


Al poco rato, Yurio hizo un acto de presencia esporádico, se sirvió su parte y rápidamente volvió a encerrarse.


—¿Siempre es así?


—A veces. No tiene mucho que lo conozco, pero el tiempo que llevamos compartiendo piso, casi siempre comimos juntos. Con él y Viktor, hasta hace poco. Excepto en contadas ocasiones, sobre todo cuando estoy ocupada con mis deberes. Mmh… ¿está molesto contigo?


«O celoso», con la mano disipó ese nubarrón de pensamiento.


—Es muy voluble. No sabría decirte. Puede ser.


Katia rio por lo bajo.


—Eres su rival por excelencia, así que no me extraña. Sabes, antes yo dormía en la habitación donde están ahora. Y él se quedaba en la otra pieza.


—¿Compartías habitación con Viktor?


—No, no. Esa habitación era para mí sola, la cama extra me servía por si tenía visitas de familiares o compañeros de la universidad. Viktor vino después, y fue cuando intercambiamos. Él se quedó algunas noches con Yuri.


«¡¿Viktor y Yurio dormían juntos?!».


—Sólo que no quiso que quitara la almohada ni los cojines. Y me suplicó que se los regalara para llevárselos a su casa, pero le dije que no.


La cara de Yuuri se encendió como una bombilla. Más rojo no pudo ponerse.


—Igual le prometí que encargaría un duplicado.


—¿A-Ah, sí?


—Se emocionó tanto que pagó una docena de cada ejemplar. No sé si ya le habrá llegado el pedido.


El avergonzado patinador se tapó la mitad del rostro con el antebrazo y se apresuró en terminar su comida, sin decir nada.


—Lo amas mucho, ¿cierto? Cuando me enteré que se habían comprometido me puse un poco celosa, lo admito. Pero no tardé en superarlo. Lo importante es que seas feliz.


—G-Gracias…


«No quiero hablar de esto con ella. Por favor que no me pregunte nada».


—Eres el patinador más perseverante y asombroso en todo Japón, no me cabe duda.


El chirrido de los goznes alertó a los presentes. Yurio volvió a salir, esta vez llevando su bandeja con los platos vacíos.


—Delicioso —dijo mientras lavaba lo suyo, aunque no se molestó en ocuparse de la vajilla del desayuno ni las pesadas ollas y sartenes del día anterior.


—Spasìba.


«Si voy a la habitación, estaré el resto de la tarde con Yurio hasta la hora de su encuentro con Viktor, y no quiero morir del estrés. Necesito hacer cualquier otra actividad para distraerme. De preferencia en la ciudad. Pero tampoco es como si supiera a dónde ir».


Por fortuna, Katia terminó siendo su salvación. La chica se tomó un tiempo revisando la lista de ingredientes que tenía en su celular, hasta que sentenció en voz alta:


—Me hacen falta varias cosas. La semana pasada no hice la despensa por falta de tiempo. Creo que iré después de darme una ducha y terminar unos deberes.


—Espera… ¿puedo acompañarte?


Se le quedó mirando algo sorprendida.


—Por favor —su sonrisa trémula no era suficiente para ocultar su abatido semblante que pedía ayuda a gritos.


—Claro. Estaré lista en una hora.


Yuuri también quería meterse a bañar, pero la única ducha disponible estaba en el cuarto de baño del pasillo, así que decidió que lo mejor sería limpiar la cocina mientras Katia se bañaba.


Con tanta dedicación, al final había dejado la cocina impecable.


Curiosamente, creyó escuchar a la chica aproximándose desde el pasillo. Y su voz distante lo confirmó:


—Dejé un mantel sucio y unas servilletas de tela en... ¿Yuuri? ¿Tú limpiaste la cocina? —recién había salido de bañarse y llevaba puesto un albornoz grisáceo.


El chico asintió.


—Pero, era el turno de Yuri. Olvidé darte una copia de la hoja donde nos repartimos las actividades.


«Estupendo. Ahora resulta que hice el trabajo de Yurio». Ya no sabía si reír o llorar. Y como si Katia lo hubiera invocado al mencionarlo, el susodicho cruzó el pasillo, asomándose a la cocina.


—Wooow, qué buen trabajo, Katsudon. Sigue así.


«Hoy no es mi día».


Los pasos de Yuuri se deslizaron con la ligereza de un fantasma hasta llegar a la ducha. Allí, se obligó a poner la mente en blanco, mientras los cansados músculos de su espalda recibían el suave masaje del chorro de agua tibia.


Tan siquiera, acompañar a la chica había sido una buena idea.


Esta vez sí que avistó el paisaje en todo su esplendor. Desde que arribó a San Petersburgo, no se había percatado de lo hermosa que era la ciudad, y le sorprendió ver que había canales en medio de los edificios.


—No esperaba ver agua atravesando la ciudad. Es igual que en Venecia  —observaba todo desde la ventanilla del marshrutka en el que viajaban.


—Por eso a San Petersburgo también se le conoce como la Venecia del norte, aunque no hay tantos canales como en Venecia.


—¡Esto es genial!


—También hay paseos en crucero. Por si un día quieres ir.


El chico asintió, emocionado.


Hicieron la parada correspondiente frente al mercado Kuznechny.


—Me gusta mucho venir aquí por el surtido que tienen. Siempre encuentro todo lo que necesito.


—¿Y sueles venir sola? ¿Yurio no te acompaña?


—A veces. Depende. Más bien acostumbro venir con mi novio. Pero hoy le avisé que vendría contigo.


—¡¿Ehh?!


—No te asustes. Él sabe cuánto te admiro y no se pone celoso ni nada. Al contrario, me dijo que le gustaría conocerte.


La risita nerviosa de Yuuri evidenciaba su temor.


«No puedo evitar imaginarlo tronándose los nudillos, a punto de golpearme. Y eso que todavía no lo conozco».


—Pero, si antes dormías donde Yurio y yo estamos ahora, ¿tu novio no…?


—Me visita en ocasiones. Al menos en temporada de exámenes siempre se queda conmigo, pero de visita solamente. Lo cierto es que se hospeda en el dormitorio para estudiantes de la universidad.


—Oh, ya veo.


—Sí. Hay una sección exclusiva para varones. La ventaja es que es barato y céntrico. Mi novio se llama Derek, y también estudia gastronomía. Tiene un trabajo de medio tiempo en una tienda de ropa, así que suele estar muy ocupado. Mhh, en cuanto a Yuri… bueno él detesta hacer las compras. Y como tampoco tiene mucha idea de cómo elegir, prefiero no agobiarlo. Aunque sí ha venido varias veces con Viktor.


El pelinegro aplastó uno de los tomates que acababa de elegir, lo hizo puré en su puño, y más de una persona se le quedó viendo.


—¡Lo siento! Yo… no sé qué…


—No te preocupes, debió estar muy maduro ese tomate —de inmediato le ofreció un pañuelo para limpiarse la mano.


« ¡Venían por la despensa juntos, y dormían juntos! ¡¿Algo más?! Maldición, ahora quiero regresar al departamento y seguir a Yurio para asegurarme que no se le acerque a menos de dos metros a Viktor».


Llenó sus pulmones de aire y exhaló lo más lento y suave posible.


«Estoy paranoico. Es eso».


Estuvo a punto de escoger las naranjas de la compra, pero Katia lo detuvo.


—Emh, mejor lo hago yo. Creo que estás algo estresado. ¿Fue un mal día en el centro deportivo? —no estaba muy segura de preguntarle.


—Algo así —respondió cabizbajo.


—Estoy segura de que podrás sobrellevar cualquier reto que se te presente. Ya lo has hecho antes, al tocar fondo y aun así ser capaz de ponerte de pie una vez más. Por eso te admiro.


—Siento que no merezco tanta admiración —se rascó el cuello, denotando inseguridad.


—Cuando patinas sobre el hielo luces mucho más serio y frío. Es bueno saber que tienes un lado más amable en persona.


—¿Ah, sí?


«¿Aparento frivolidad cuando patino?».


—Eres muy expresivo. Menos mal que tu carácter no es tan áspero como el de Yuri, aunque sus movimientos tienden a ser más delicados y gráciles. Es un tanto contradictorio.


—Mhh…


«¿Sus ademanes estilizados llaman la atención de Viktor? ¿Pensará que esa faceta suya sobre la pista lo hace ver… lindo?».


Su subconsciente replanteaba, una y otra vez, cualquier conjetura que lo llevara a sospechar que Yurio podría tomar su lugar en el corazón del peliplateado.


«Mi Eros lo sedujo y robó su atención por unos instantes. Pero, ¿el Ágape de un patinador con la gracia y sutileza de una prima ballerina, lo cautivó?».


 


 


 


 


 


 


 


Seis en punto, y estoy cien por ciento seguro de que el único muriéndose de los nervios soy yo.


Hace treinta minutos, Yurio había salido del departamento más sexy que nunca: luciendo unos pantalones negros de cuero y una camiseta a juego, de malla y sin mangas, que dejaba entrever su abdomen hasta un par de centímetros por debajo del ombligo; una sudadera con estampado de piel de leopardo en gamuza; y finalmente, unos botines de hebilla plateada.


Se había recogido el cabello en media coleta, dándole una apariencia menos desaliñada que de costumbre. Y el aroma de su loción todavía se percibía en el aire. Me habría encantado decir que era un olor insoportable, pero mentiría. Tenía una ligera fragancia a ciclamen y lirio, así que no hostigaba en lo absoluto.


«Maldito, te odio».


De camino a casa me había comprado un bote de helado de dos litros, sabor chocolate y almendra. Así que a las dieciocho horas ya me encontraba solo en la habitación, comiendo directo del bote.


Por otro lado, tardé casi una hora poniendo al corriente a Phichit por mensajes de texto. Habría sido más rápido si lo llamaba, pero no planeaba apartar la cuchara de mi boca hasta terminar con todo el helado.


Phichit: ¡Qué lío! Pero deberías tomarlo con calma.


Yuuri: No puedo.


Phichit: Viktor no se fijaría en alguien más. Lo sabes.


Yuuri: Eso es lo q’ me repito 1 y otra vez. Ya deben estar en la cafetería.


Phichit: Dices que se llama “Moonlight”, ¿vrd?


Yuuri: Sí, ¿por?


Phichit: Encontré que es nuevo, un café-Bar. Tiene muchas bebidas exóticas, no está mal.


Yuuri: …


Phichit: No puedo decirte q’ no se vea como un lugar para citas. Tiene luces de neón y todo.


«Una cita romántica en un café-bar, y el sensual Punk Ruso se arregló para la ocasión». Mi pesadilla iba tomando forma.


Phichit: Yuuri, ¿sigues ahí?


Yuuri: Sí.


Phichit: Ah… ¿no estás llorando verdad?


Yuuri: ¡¿Por qué voy a estar llorando?! ¡¿Ya es un hecho, no?! C-I-T-A


Phichit: ¡Ey! calma, calma.


Yuuri: Tienen una cita romántica.


Phichit: Viktor sabe que lo amas. No te haría eso.


Yuuri: Él cree que amo a otra persona.


Phichit: ¡¿Qué?! ¿Por qué?


Esa era la única parte que no le había mencionado. Preferí omitirlo para ahorrarme explicaciones.


Yuuri: Larga historia. Sólo dije algo sin pensar.


Phichit: Entiendo.


Yuuri: ¿Y si voy? ¿Crees que Katia sepa dónde es?


Phichit: Puede ser…


Yuuri: Iré.


Phichit: ¡Espera! Piénsalo bien.


Yuuri: ¿Qué tengo que pensar? No es como si fuera a “interrumpir” algo.


Phichit: Espero que no.


Yuuri: “¿Esperas?”!!!!!


«Joder. Por supuesto que él también cree que podría estar pasando algo más».


¿Qué más podía suceder si voy? Llegaría en el momento menos oportuno, Yurio me gritaría por aparecer de improviso y entrometerme en su cita. Y las palabras que menos querría escuchar de boca de Viktor se enterrarían en mis oídos como cuchillos.


Mi teléfono vibró. Phichit intentaba llamarme, pero colgué.


Yuuri: Aún no termino con el helado.


Phichit: ¿Sigues en casa, vrd?


Yuuri: Sí.


Phichit: No quise decir que fueras a “interrumpir algo”.


Yuuri: …


Phichit: Quise decir que podrías interpretar cosas que no son. Y hacer algo estúpido.


Yuuri: Pero si no voy, Viktor puede pensar q’ no me importa.


Phichit: En eso tienes razón.


Yuuri: Iré.


Phichit: ¿Y qué harás cuando llegues?


Yuuri: No sé.


Phichit: Sigo pensando que es 1pésima idea. Mejor llámalo.


«¿Llamar a Viktor?». Lo peor es que tenía mucho sentido. En realidad era lo más sensato que podía hacer. Si los nervios y el estrés me traicionaban, bastaría con que le dijera lo que siento. Aún si no podía articular más de dos palabras, con decirle “te amo” sería suficiente.


Así, sabría que no me daba igual que saliera con otro. Se daría cuenta de cuánto me importa a pesar de lo que pasó en el aeropuerto, y a pesar de evadirlo constantemente. Esperaría a vernos frente a frente para hablar de todo lo que haga falta.


Y le habría marcado, de no ser por el último mensaje de texto:


Phichit: ¿Ya viste el Instagram de Yurio?


 


 


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