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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 7. NOVIAZGO CONDICIONADO

 

«El día de hoy hace mucho calor como para ponerme ropa de cuero».

 

Escogí un short guinda tipo bóxer, y una camiseta blanca con huellas de gato en color rosa blush. Unas gafas de sol tampoco podían faltar.

 

Estuve a punto de subirme al colectivo, pero…

 

—No llevo dinero.

 

Al volver, me di cuenta que tampoco traía las llaves para abrir.

 

—¡Estupendo! —exclamé sarcástico, y pateé la puerta, para luego presionar el timbre repetidamente, como poseso. Claro que fue inútil, porque no había nadie en el departamento—. Maldición.

 

«Y de nada me sirve molestar a los vecinos ya que obviamente no tienen las llaves de mi departamento».

 

Marqué al número de Katia, pero resulta que se había ido a visitar a su familia en Moscú y regresaría el domingo.

 

«Plan B: Katsudon». Desgraciadamente, mi saldo se había agotado.

 

—¡¡Noooo!! ¡¿Por qué a mí?!

 

«Los tipos de la caseta deben tener el número de Viktor. Tuvo que dárselos para que le avisen en caso de que aparezca el taxista ese. No creo que se opongan a llamarle si se los pido amablemente. ¡Esto también es una emergencia!».

 

—Disculpa, ¿me harías un favor? —pregunté desde la ventanilla.

 

El chico estaba ocupado con algo de papeleo, así que fue la chica quien se acercó.

 

—¿Qué necesitas?

 

—Ustedes tienen el número de Viktor Nikiforov, ¿no es así?

 

—¿Ocurrió algo?

 

—Me quedé afuera del departamento, y no hay nadie más que pueda ayudarme.

 

—Vale, espera un segundo —fue impresionante lo rápido que Viktor contestó—. Aquí tienes.

 

—¿Viktor?

 

“¿Yurio?”. No esperaba que fuera yo quien le llamara.

 

—Necesito un favor.

 

“Pensé que por fin había aparecido ese sujeto”.

 

—No. Pero sigue siendo una emergencia. Como ya sabes, quedé con Beka, y sin querer salí sin nada de dinero. Tampoco traigo las llaves. Tú tienes una copia, ven a abrirme.

 

“¿De la noche a la mañana ya no es ‘Otabek Altin’ sino ‘Beka’? Eso fue rápido. ¿Qué tanto había en la caja que te dio?”.

 

—¡¡Viktor, que vengas al departamento!! ¡No quiero llegar tarde!

 

“Mhh… Lo siento, pero no iré”.

 

Su réplica me dejó sin habla por un buen lapso.

 

De pronto temí que colgara.

 

—Por favor —supliqué.

 

Quizás no soné tan preocupado. Pero si lo pensaba detenidamente, Yuuri llegaría hasta la noche. ¿Se suponía que me quedara allí hasta entonces? No iba a pedir dinero prestado a los de la caseta. Ni siquiera sé si lo harían. Aunque, de esa forma por lo menos iría con Beka.

 

“Voy para allá”.

 

Sentí un alivio indescriptible al escuchar eso.

 

—Spasiba.

 

Me senté a esperar en el umbral de la puerta principal, aprovechando que tenía un escalón muy amplio.

 

«Ojalá no tarde más de veinte o treinta minutos. ¿Por qué tenía que vivir tan lejos? Debí decirle que pise el acelerador hasta el fondo y se salte todos los semáforos».

 

Estiré las piernas y recargué la cabeza en la puerta.

 

«Y yo que creí que saldría con mucho tiempo de sobra».

 

Me habría quedado ahí, echando raíces, de no ser porque estorbaba el paso a los demás inquilinos. Así que, después de la tercera persona que me pidió permiso para entrar, decidí ir a la fuente de piedra del jardín central.

 

—Viktor, date pisa —murmuré, recostado en la orilla de piedra, mientras observaba la estrella tridimensional en lo alto de la fuente—. Si no llegas pronto, el calor me va a derretir.

 

Mis ojos estaban a salvo por las gafas de sol, pero mi piel ya empezaba a irritarse con una quemazón nada agradable. Por fortuna, el agua desprendía una brisa ligera al precipitarse de vuelta en sus tres niveles y el límpido estanque, aminorando el bochorno.

 

Y fue bajo el influjo de esa refrescante sensación, que vino a mi mente la frase bordada por Beka en el sedoso pañuelo negro:

 

Ya lyublyu tebya, kotik  (Te quiero, gatito).

 

«Tonto». Cubrí mi rostro con el antebrazo, presa de la vergüenza; aún si no había nadie observándome.

 

Y es que, si lo hubiera dicho otra persona no dudaría en tomarlo como una asquerosa burla. Pero viniendo de él, era distinto. Él no lo diría con mala intención. Siempre me ha tratado como su igual a pesar de ser unos años mayor. Aunque, también es cierto que jamás había dicho algo tan cursi.

 

«Pensándolo bien, se parece al tipo de frase que una chica enamorada le diría a su novio, o viceversa».

 

Eso era más extraño todavía. Así que descarté la idea.

 

«Viktor ya debió haber llegado».

 

No exageraría si dijera que esperé una eternidad. Mi paciencia era casi nula, pero esta vez sí que tenía razones de sobra para ponerme histérico.

 

—¡Suficiente! ¡Es imposible que tarde tanto!

 

Volví a la caseta y le pedí a la chica que le llamara otra vez.

 

—…Marca ocupado.

 

—¿Cómo que marca ocupado? ¿Estás de broma? ¡No puede quedarse de brazos cruzados mientras el loco del taxi podría estar rondando por aquí! Dame el teléfono —pero no conseguí que me lo diera.

 

Repitió una y otra vez que seguramente no tardaba en llegar.

 

—¡¿Qué no tarda?! ¡Pero te dije que ya tiene DOS HORAS que venía para acá! ¡No es normal, no puede ‘seguir en camino’!

 

—Deja de molestar a la señorita, Koneko-chan.

 

Milagrosamente hizo acto de presencia.

 

Volteé dispuesto a reclamarle, pero se adelantó acercando su rostro al mío en actitud dominante, desprendiendo un aura obscura y amenazante. Cuando sujetó mi hombro, tuve la sensación de haber sido petrificado con un hechizo.

 

—Tómalo como una merecida venganza por haber hecho sufrir a Yuuri.

 

Había llegado tarde a propósito. Lo que me faltaba.

 

Incluso le dijo a la chica de la caseta que si yo le pedía llamarlo de nuevo, no marcara dos veces seguidas, y colgara en el primer timbre.

 

Si no fuera porque Beka estaba esperándome, me habría quedado allí mismo hasta la noche y rechazado su “ayuda”. Pero tuve que tragarme mi orgullo. Ciertamente el auto de Viktor llegaría mucho más rápido que cualquier transporte público.

 

En cuanto guardé el dinero y las llaves en mis bolsillos, subí a la parte trasera del coche y me crucé de brazos.

 

—¿Ya no olvidas nada más?

 

No le respondí.

 

Aunado a que evité su mirada de principio a fin, observando el bullicio a través de la ventana y en ocasiones fijando la vista en el respaldo del asiento de enfrente.

 

«No me arrepiento de lo que hice».

 

—Yurio.

 

Di un sobresalto. No es que me hubiera asustado porque el sentimiento de culpa me tuviese jodidamente tenso, sólo me tomó por sorpresa.

 

—¿Qué?

 

—Quiero escuchar que te disculpes con él —se detuvo en el estacionamiento de una tienda de conveniencia que estaba de paso—. ¿Serías tan amable de llamarlo y disculparte?

 

Vi que mi celular acababa de recibir una transferencia de saldo.

 

—¡Viktor, es muy tarde, Beka debe pensar que lo dejé plantado!

 

—De aquí no me moveré hasta que lo hagas —se cruzó de brazos.

 

«¡¡¿Va en serio?!!».

 

—Vale, ya. Lo haré —marqué de inmediato, pero advirtió mi mueca de fastidio.

 

—Si no me convence tu disculpa, aquí mismo te dejo.

 

—¡¿Qué?!

 

—O te llevo de vuelta al departamento, tú eliges.

 

“¿Bueno?”, se escuchó la contestación de Yuuri a través del auricular.

 

—Tu novio me está torturando de una forma tan sádica, que ya imagino lo que te espera si lo engañas con Phichit.

 

“¿Ehh?”.

 

No fue difícil imaginar la cara de incredulidad y espanto que debió poner.

 

Sin embargo, y como buen aguafiestas que era, Viktor suspiró con impaciencia, observando su reloj fijamente para presionarme.

 

—Quería decirte, que siento mucho haberte hecho creer que tu prometido me gustaba —miré al susodicho de reojo, esperando una señal de que estuviera satisfecho con mi disculpa—. Y lamento haber tomado esas fotos.

 

“Descuida. Cuando Viktor me llevó al departamento…”.

 

—No me interrumpas, todavía no termino —atajé, aclarando mi garganta—. No fue mi intención hacerte tanto daño. Y perdón por no haberte enseñado debidamente el camino para llegar al centro deportivo. Y por haber dejado que lavaras los platos a pesar de que era mi turno. Y… si me hace falta algo más agrégalo a la lista, que también te pido perdón por eso.

 

Viktor se quitó el cinturón de seguridad para poder estirarse hasta mi asiento y robarme el móvil.

 

—Yurio te recompensará con un enorme obsequio —sentenció con toda tranquilidad—. Ya me dijo lo que es, y estoy seguro de que te va a fascinar. Ah, y no olvides que tú y yo nos veremos mañana. Espero que la estés pasando muy bien con tu amigo. Te amo.

 

Y colgó.

 

—¡¿Obsequio?! ¡¿Qué obsequio?!

 

—Se me acaba de ocurrir. Así que será mejor que pienses en algo realmente bueno, porque si no lo sorprendes, o no le gusta lo que escojas para él, mi venganza tendrá una secuela con doble dosis de tortura.

 

—¡No pienso darle nada al Katsudon!

 

—Perfecto. Dile adiós a la piscina, para siempre —me lanzó el celular de vuelta, y lo atrapé en el aire.

 

—¡Está bien, ya! Pensaré en algo.

 

Por fin terminó mi suplicio, y llegué al parque donde Beka y yo habíamos quedado. Dado que Viktor se marchó enseguida, una indiscutible sensación de libertad corrió por mis venas.

 

Y allí estaba. Lo vi sentado en la banca más cercana a la intersección de calles que tomé de referencia, bajo la sombra de un frondoso abedul.

 

—Yo… siento mucho…

 

Alzó la mirada, y antes de que terminara la oración, se lanzó a abrazarme.

 

—No te preocupes. Salí de la casa de tu entrenador hace apenas media hora. Me dijo que tuviste un percance, y que pasaría por ti más tarde.

 

—Con que eso te dijo —mis palabras destilaban veneno.

 

«¡¡Ese maldito!! ¡Pero me las va a pagar!».

 

—Por cierto, no sabía que este parque estuviera tan cerca de su casa, aunque imagino que a ti te queda muy lejos.

 

—Sí, algo. ¿Nos vamos ya?

 

Obviamente notó mi profundo agobio.

 

—¿Está todo bien?

 

—Sí. No es nada.

 

«No voy a perder los estribos enfrente de Beka. Además, Viktor ya me arruinó el día lo suficiente como para seguirlo recordando toda la tarde».

 

—Me habías dicho que te gustaba venir aquí por algo en especial.

 

—Ah, sí. Cierto. Vamos a una tienda y te muestro.

 

Ladeó la cabeza, extrañado. Pero cuando salimos de la tienda con un sobre de alimento para gato, cayó en la cuenta.

 

Abrí el sobre justo debajo del abedul, y poco a poco fueron llegando casi una docena de gatos. Algunos salían de los arbustos, otros cruzaban el parque a la distancia y varios simplemente bajaron de un salto desde el follaje del árbol, con asombrosa precisión.

 

—No sé de dónde salieron tantos —se puso en cuclillas a un lado mío, imitándome, aunque no se animó a tocarlos.

 

—Acarícialos. No te morderán. Me conocen muy bien y son amigables con la mayoría de la gente que viene a alimentarlos.

 

En lugar de extender su mano hacia uno de los felinos, acarició mi cabello.

 

«¿Qué está haciendo?». Me paralicé por completo, y sin querer presioné tanto el sobre entre mis manos, que una cuantiosa porción de paté me salpicó en la cara y todos los gatos se me echaron encima al mismo tiempo.

 

—¡Aaaaaaah!

 

Cuando me di cuenta, Beka ya me había alzado en vilo y separado del montón de mininos lamiéndome la cara.

 

—Estoy lleno de baba de gato.

 

—Entremos a un negocio que tenga baños para que puedas lavarte.

 

—Buena idea. Por aquí cerca hay una heladería.

 

Y así lo hicimos.

 

Aguardó en una de las mesas, mientras yo me enjuagaba la cara con agua y triple ración de jabón. También lavé mis gafas de sol cuidadosamente, y las coloqué en el cuello de mi camiseta.

 

«Es la primera vez que él…». Me vi en el espejo, y toqué mi cabello, justo donde lo había hecho Beka minutos antes. «No soy un gato».

 

No obstante, a mi mente volvía la imagen de esa frase bordada en el lienzo de tela, y mis mejillas se tornaron carmín.

 

Por más que me enjuagaba el rostro, el color no se iba. «Estúpidas manchas de paté». Sentí como si mi propio reflejo en el espejo acentuara una sonrisa, haciendo escarnio de mi situación.

 

—Ya contrólate —murmuré en una represalia autoimpuesta—, estás actuando como un tonto. Sólo tienes que preguntarle por qué escribió eso, y listo.

 

Antes de entrar al baño, había encargado un banana split con chocolate doble, así que al salir ya estaba mi pedido sobre la mesa.

 

—Se ve muy rico —tomé asiento frente a Beka, aunque la mesa era tan pequeña que solamente daba espacio para dos personas—. El tuyo tampoco se ve nada mal.

 

—Es té de menta con helado flotante de limón. ¿Quieres probar?

 

—No, gracias. —Pero sí que estaba ansioso por comerme el banana split, y no tardé en coger un gran bocado con la cuchara, devorándolo—. ¡Mhh, sí está delicioso!

 

Realmente me supo a gloria. Y me hallaba tan entretenido degustando mi preciado manjar que olvidé hacerle la misma pregunta:

 

—Nh… ¿Tú quieres un poco? —inquirí, todavía con la cuchara en la boca y algo de crema batida esparcida por mi barbilla y mejillas.

 

Pero como movió la cabeza en negativa, seguí con lo mío.

 

Por poco me olvido de “eso”. Hasta que terminé de comer, me limpié la cara, y entonces cometí el grave error de mirarlo directo a los ojos sin razón aparente, provocando que Beka volteara casi en automático.

 

Mis pensamientos se quedaron en blanco.

 

—¿Tengo algo en la cara? —se limpió con una servilleta, por si acaso.

 

—N-No. Es… Más bien…

 

«¡Cálmate ya! Se trata de Beka, no de un viejo y feo acosador con el que te hayas topado en una taberna de mala muerte».

 

—Oye, ¿yo te gusto?

 

A pesar de tener el coraje de preguntar directamente, debo admitir que me invadió una sensación de vértigo que contrajo mi estómago.

 

—Sí, mucho.

 

Mi mundo se desdibujó, y como un sinfín de pliegues encajando en una nueva realidad, se reconstruyó con un aspecto mucho más nítido y reluciente.

 

Por desgracia, el chico que atendió nuestra mesa se acercó justo en el peor momento para preguntar si queríamos algo más.

 

—¡No interrumpas! —espeté con la mano en alto, ahuyentando al estorbo de manera tajante, pero con la mirada fija en los ojos de Beka—. ¿Por eso pusiste esa frase en el pañuelo?

 

—¿Te molestó? Fue lo primero que se me ocurrió. Ya sabes, como tu club de fans siempre lleva esas diademas con orejas de gato, y a ti te gustan los gatos… Pero si te molesta, puedo deshacer los puntos para borrarlo.

 

—Yo no dije que me molestara —sentí la cara muy caliente. De seguro me había sonrojado otra vez. Odiaba que fuese una reacción involuntaria—. Nunca habías sido tan cursi… ¿Fue una declaración de amor, verdad?

 

No respondió.

 

—¿O no?

 

Me estaba inclinando demasiado hacia el frente, en una postura que exigía una respuesta rápida, concreta, y sobre todo sincera.

 

—No me detuve a pensarlo cuando lo hice. Sabes que te quiero, como amigos, grandes amigos en realidad. Te aprecio bastante.

 

Estaba nervioso. Lo sé porque unas gotas de sudor perlaban su frente, a pesar de mantenerse aparentemente inexpresivo. Pero yo necesitaba una resolutiva en ese mismo instante.

 

Mis hombros se relajaron y, luego de una corta exhalación, volví a sentarme.

 

—Seamos novios —propuse sin rodeos.

 

Por supuesto que él conocía mi manera de pensar mejor que nadie. Sólo aceptaría una respuesta decisiva, ya fuese en aceptación o rechazo a mi proposición. Porque si dudaba, o se atrevía a irse por las ramas, no se lo perdonaría.

 

—Está bien.

 

Esbocé una amplia sonrisa de autosuficiencia.

 

—Pues ya está. Ahora somos novios oficiales.

 

Curiosamente lo primero que enrojeció en él fueron las orejas. «Quién diría que alguien tan serio como tú iba a sonrojarse tan fácilmente». Me vi tentado a acariciar su lóbulo, así que froté un poco esa área tan suave y enrojecida, y pronto el rubor se extendió por el resto de su cara.

 

—Pagaré la cuenta —su voz era apenas un murmullo.

 

«¿Tan rápido y ya quieres escapar?».

 

Esperé en mi sitio, dejando que fuera él solo a la caja. Al menos así tuvo un poco de espacio para respirar y procesar lo que acababa de suceder.

 

Pero en cuanto volvió, puntualicé:

 

—Sólo tengo dos condiciones —me miró con suma atención—. La primera, es que tú serás el único con derecho a llamarme “kotik”, por eso, sugiero que sólo lo hagas cuando estemos a solas. No quiero que nadie más se atreva a decirme gatito.

 

—Aunque, Viktor…

 

—¡Sí, ya lo sé, es odioso! —bufé y me llevé las manos a la cabeza—. No deja de llamarme Koneko-chan, pero kotik será exclusivo para ti. ¿Entendido?

 

—De acuerdo.

 

—Frente a los demás me dirás Yura, o Yuratchka si quieres.

 

Él es el único aparte de mi abuelo que puede referirse a mí de esa forma. Mi confianza hacia Beka llega hasta ese nivel.

 

—¿Y la segunda condición?

 

—La segunda es más bien un castigo —alcé el mentón y mostré mis afilados colmillos—. Estuve mucho tiempo sin saber casi nada de ti. Y ya sé que no fue culpa tuya, pero aun así exijo una compensación.

 

—Estoy de acuerdo con eso.

 

No esperaba que lo aceptara antes de siquiera conocer los detalles de mi condición. Quizás por eso fui un poco menos estricto.

 

—Actuarás bajo mis reglas. Así que no te quieras pasar de listo, porque no dejaré que te me acerques ni me abraces cuando sea.

 

—Hecho.

 

—Aunque yo sí podré hacer lo que quiera —no sé en qué momento salió eso de mi boca. Ni siquiera yo supe muy bien a qué me refería. Pero por algún motivo esperaba que me contradijera, que se quejara o dijera cualquier cosa para reclamar el papel dominante en la relación.

 

—De acuerdo. Aceptaré todo lo que me pidas.

 

En ese preciso segundo, sentí un raudal de adrenalina fluyendo por mis venas. No voy a negar que el grado de satisfacción fue inconmensurable. Y es que era justo lo que tanto ansiaba escuchar.

 

«Beka es completamente mío. Mío y de nadie más».

 

 

 

 


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