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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 8. SED INSTINTIVA

 

—¿Nos vamos? —sentenció Yuri, acariciando la espalda baja del atractivo kazajo.

 

Lo cierto es que Otabek había dejado propina al chico que los atendió, a modo de disculpa por el desplante del rubio.

 

—Me habías dicho que querías ir al billar.

 

—Está a unas cuadras, así que podemos ir caminando —sujetó su pantalón de la trabilla, como había visto alguna vez en otras parejas que andaban por la calle.

 

Internamente, se preguntaba si hacer eso le parecería un descaro a su novio, pero no obtuvo réplica. Así que a mitad de un cruce de autos, probó con algo mucho más atrevido: lo sujetó de la playera, y pasó de una suave caricia en su cuello a jalarlo hacia sí para besarlo.

 

Al no estar seguro de cómo hacerlo, optó por saborear el contorno de sus labios con la lengua, recorriéndolos como un gatito hambriento, y abriéndose paso en el interior de su boca… Hasta que sintió un escalofrío tan fuerte y extraño que se vio obligado a parar.

 

Había dejado escapar un gemido ahogado que le costó mitigar.

 

«Mi cabeza da vueltas. ¿Por qué no puedo controlar esto?».

 

Nunca antes había experimentado una sensación tan placentera, y aun después de haberse separado, sentía una vibración deliciosa recorriendo sus extremidades, haciendo latir su corazón tan rápido que le costaba respirar.

 

El claxon de varios automóviles en fila no tardó en orquestar un sonoro reclamo conjunto, a pesar de que el semáforo todavía estaba en rojo. Habían llamado la atención de la pareja, y uno de los conductores no perdió oportunidad para vociferar un insulto homofóbico, a lo que el ojiverde contestó mostrando el dedo medio.

 

Una vez que se pusieron a salvo en la acera, Yurio se echó a reír.

 

—¡¿Viste sus caras?! ¡No tuvo precio!

 

Otabek lo tomó entre sus brazos en un gesto protector pero a la vez posesivo, recargando el mentón en su hombro.

 

—¿Qué haces? —cuando recién notó que olisqueaba su cuello, el pelinegro depositó un suave beso justo en esa zona, haciéndolo temblar—. Nhh… N-No…

 

Kotik, si me besas de esa forma no seré consciente del semáforo —tomó su mentón y unió sus labios de nuevo, apenas rozando la comisura.

 

—B-Buen punto. No lo pensé.

 

—Me tomaste por sorpresa. ¿Ya habías besado a alguien más antes?

 

—¡Obviamente! —respondió lo más rápido que pudo, como si lo estuviera evaluando—. Tengo mucha experiencia en esto.

 

Su novio deshizo el agarre, y la vívida cara de estupor e indignación que había puesto de pronto, confundió a Yuri.

 

—¿Cuántas parejas has tenido? —cuestionó con mayor urgencia de la que pretendía—. Dime sus nombres. ¿Los conociste aquí en Rusia? ¿Fueron otros chicos, o chicas? ¿También son patinadores? ¿Y por qué nunca me contaste sobre eso?

 

«Es la primera vez que lo veo tan exaltado».

 

—Ah… porque siempre estabas ocupado.

 

El ojiverde trataba de escudriñar en sus reacciones. Pero cuando vio que frunció el ceño y su quijada se tensó, supo que estaba muy lejos de sentir admiración por su presunta experiencia en relaciones amorosas.

 

—Debí quedarme en Rusia —exhaló con pesadez, y presionó el tabique de su nariz en señal de frustración—. Vamos al parque para sentarnos en una banca. Necesito que me cuentes todo lo que no sé.

 

Se había puesto tan serio, que asustó al rubio. Incluso el cielo se había opacado, acentuando su semblante sombrío y repentinamente apesadumbrado.

 

«¿Qué demonios acaba de pasar?».

 

—Beka… no es necesario, vamos al billar —lo tomó de la mano, acariciando su dorso—. ¿Por qué le das tanta importancia?

 

—Porque la tiene —lo miró extrañado—. ¿Acaso pasaron cosas que no quieres contarme?

 

—¡No! Esto es absurdo, ya vámonos —lo jaló, obligándolo a moverse.

 

—Yura, quiero saber —espetó con ahínco, mas no se opuso a continuar en la dirección que le impuso el menor, pues hacer lo que él le pidiera había sido una de sus condiciones.

 

—No sé qué te ocurre. De pronto te pusiste muy raro. Pero si sirve de algo, te diré que eres mi primer novio, y mi primer beso también. Nunca estuve con otra persona.

 

—Pero acabas de decir…

 

—Mentí, ¿ya?

 

—No entiendo porque mentirías en algo tan serio.

 

—¿Y yo cómo iba a saber que te pondrías así?

 

—…

 

—¡Que es mentira! —reiteró enfático—. Lo juro. Sólo no quiero que te creas la gran cosa por tener más experiencia que yo, o te burles.

 

—Sabes que no haría eso.

 

—Tampoco necesito que me instruyas, por si lo pensaste —se detuvo enfrente de la entrada del billar, desde donde ya se escuchaba el sonido de los esféricos chocando entre sí sobre el tablero, y el parloteo de los jugadores—. A todo esto, ¿tú has tenido a alguien más?

 

—No.

 

—Lo supuse. Aunque me extraña que aceptaras ser mi novio —se anticipó en pagar y elegir una de las mesas disponibles al fondo del local.

 

—Si no te lo propuse antes, fue porque no pensé que te interesara.

 

—¿Qué exactamente?, ¿iniciar una relación, o un noviazgo con otro hombre?

 

—Ambos.

 

—Por favor, ¿en serio dudaste que quisiera estar contigo? —y evaluó para sus adentros: «¿Acaso hay otra forma de que seas solo mío?».

 

—Como pareja sí, dudé bastante.

 

—Ninguno de los dos se habría conformado con una amistad, ¿no crees? —le guiño el ojo. Y después observó de reojo a los demás jugadores, tratando de imitar su postura.

 

Mas fue Otabek quien acomodó el triángulo al centro, después de que el ojiverde lo situara en una esquina. Se colocó detrás de su chico, tocando su cintura, y entrelazando sus dedos para guiarlo y hacer que sostuviera el taco con firmeza.

 

«Está tan cerca que puedo sentir su respiración en mi oreja». Los latidos de su corazón se aceleraron otra vez. «Sus manos son muy cálidas. Ni siquiera puedo concentrarme».

 

—Debes apuntar aquí debajo, y si haces esto… —apresó su otra mano, inclinando su cuerpo y amoldándolo al de su pareja de una manera tan poco sutil que Yuri pasó de un estado de suma tensión a relajarse más de la cuenta—… puedes calcular la trayectoria.

 

«Se siente tan bien».

 

—Puedo hacerlo solo —pronunció en un murmullo aterciopelado, tan ajeno a sí mismo que le incomodó sobremanera—. Suéltame.

 

El pelinegro obedeció de inmediato, y Yuri cedió su turno:

 

—Sabes qué, hazlo tú —por más que trató de ocultarlo, sus manos estaban temblando, todo su cuerpo era un manojo de nervios andante.

 

Al contrario le bastó un mínimo número de jugadas para terminar la partida e iniciar una nueva. «Es realmente bueno».

 

El repiqueteo constante de las bolas de billar en el resto de la sala infundía al rubio un renovado deseo por aprender los trucos del kazajo, así que no tardó en pedirle que siguiera enseñándole. Con tal de dominar la jugada, se concentró en observar detalladamente cada movimiento, y evadió el contacto físico que fungía como su principal distractor.

 

Su método estaba rindiendo frutos, mas un pequeño inconveniente fuera de sus planes se interpuso cual frenética orquesta de chillidos agudos.

 

—¡¡¡Yuriiii~!!!

 

«Yuri Angels».

 

—¡Allí está!

 

—¡Vamos!

 

—¡Preguntémosle si es verdad!

 

—¡Que es verdad, yo los vi! ¡Anya les tomó fotos desde el coche de sus padres!

 

—¡A mí me pasó las fotos, por eso vine corriendo!

 

En medio del escándalo, Otabek logró encontrar un escondite perfecto, justo a un lado de los baños, como una especie de bodega con acceso a la azotea.

 

—¿Por qué no sólo nos quedamos en el baño y ya? No entrarían, ¿o sí? —preguntó antes de comenzar a subir unas escaleras de metal.

 

—Son muy persistentes. Es más fácil que muramos de hambre allí encerrados a que desistan y se vayan.

 

«Ni como contradecirte».

 

Quizás el mayor de los dos habría pensado en la alternativa de escabullirse por unas escaleras al costado del mismo edificio, de no ser por el empleado que había dejado la puerta abierta en primer lugar, y los descubrió huyendo sospechosamente.

 

—¡Ey! ¡¿Qué hacen allí arriba?!

 

Plisetsky nunca en su vida corrió tan rápido. Saltó imparable como un puma entre los techos de los edificios. Al menos optaba por los que no tenían una división muy pronunciada, evitando cualquier riesgo de caer al vacío.

 

—¡Espera! ¡Yura!

 

Hizo caso omiso. Y no se detuvo hasta que llegó a un edificio muy alto, con varias escaleras en caracol, de cuyo barandal se deslizó hasta la planta baja, y entonces se topó con el grueso muro de un callejón sin salida.

 

—No tenías… que ir… tan lejos —sentenció al darle alcance, tomando grandes bocanadas de aire para recuperar el aliento—. Corriste como si nos siguiera la policía.

 

Yuri sacó su celular y revisó las publicaciones más recientes de su club de fans.

 

—Lo sabía.

 

—¿Qué?

 

—¿No oíste lo que dijo esa chica? Una de ellas nos vio y compartió esta foto en el grupo oficial de las Yuri Angels —le mostró la imagen donde resaltaba el primer plano de una ventanilla y varios automóviles frente a la escena del beso que le había robado a mitad de la calle.

 

Bajo la foto habían colocado el hashtag “OtayuriIsReal”.

 

—Qué mala suerte.

 

—Están en todas partes. No me sorprendería que me espiaran por la ventana mientras duermo.

 

Esta vez fue Otabek quien emprendió una exhaustiva revisión en su celular de todas las publicaciones del grupo.

 

—¡Era broma! No pueden ingresar al complejo departamental. Tienen la entrada vetada, al igual que cierto sujeto indeseable acosa-cerditos que hay por ahí. Como sea, vámonos ya, antes de que su olfato las guíe hasta nosotros —volvió a colocarse las gafas oscuras.

 

—Deberían darte un respiro —sujetó su mano, y tras asomarse en la esquina para cerciorarse de que ninguna chica los había seguido, salió del solitario callejón, convencido de no soltar a su amado ruso hasta llegar al cine.

 

—Me gusta que seas posesivo —alzó la mano para besar su dorso.

 

Kotik —murmuró con cariño, y besó su frente—. ¿Y ya sabes qué película quieres ver?

 

—La verdad es que me da igual, mientras pueda resguardarme en tus fuertes y cálidos brazos —lo había dicho en un tonito meloso a propósito. Y su sonrisa sugestiva consiguió alterar el ritmo cardíaco del kazajo.

 

«Si supieras cuánto me divierte causar esas reacciones en ti. Amo provocarte».

 

Terminaron comprando los boletos de una película al azar, y se sentaron a esperar un rato en los sillones junto al área de dulces y palomitas.

 

—Todavía falta mucho para que empiece.

 

—Sí… Beka, se me antojó una crepa. El helado me dejó con hambre.

 

—Enseguida te traigo una.

 

Yuri se quedó en el sillón, revisando las notificaciones de su celular, y notó que tenía un mensaje de su fastidioso entrenador.

 

Viktor: ¡Felicidades, koneko-chan!

 

Lo envió junto a la captura de la publicación con la aclamada fotografía, que ya circulaba por todo Internet.

 

Yuri: ¿No tienes nada mejor q’ hacer? Deja d’ stalkear a mis fans y ocúpate de tu amado cerdito, ah olvidé q’ tiene 1cita cn su mejor amigo.

 

Pero en lugar de responderle por mensaje, le marcó:

 

“¿Qué tal? Pensé que estarías muy ocupado en tu primera cita. ¿Tan pronto y ya lo espantaste?, ¿o por qué te dejó solo?”.

 

—Cállate, sólo fue a comprar una crepa que le pedí. Entraremos al cine en un rato. ¿Para qué me llamas? ¿Se te ofrece algo?

 

“Qué gruñón. ¿Ya ni siquiera puedo llamar para saludarte? La verdad hace un muy buen clima y aproveché para tomar el sol en el jardín de mi casa mientras superviso la limpieza de mi piscina. Quiero que esté impecable para mañana que venga Yuuri”.

 

El ojiverde estrujó su celular con fuerza.

 

“¿Qué pasa? ¿Sigues ahí? ¿Te mordiste la lengua?”, contuvo una risita burlona.

 

Yurio tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no soltar un elaborado compendio de insultos y colgarle.

 

—Pues me alegra —no podía sonar más falso, apretando los dientes de la rabia que sentía.

 

“Ah, y también estás invitado. Será por la mañana. Si puedes date una vuelta entre diez y once. Y no olvides el obsequio que le prometiste a Yuuri, lo espero con ansias. Disfruta de tu cita. Nos vemoos~”.

 

—Ese idiota me colgó —siseó el improperio justo cuando Otabek volvía con una crepa para cada uno.

 

—¿Con quién hablabas?

 

—Viktor —se acostó en el sillón y estiró el brazo para recibir su crepa—. Gracias.

 

—De nada.

 

«Seguramente esperaba que lo insultara para no invitarme. Y ese tonto regalo… No sé qué comprar. Pero si no llevo nada, no me dejará usar su piscina, lo presiento. Viejo abusivo. Hasta cree que me quedaré de brazos cruzados cuando sé que MI novio estará en su casa luciendo un sexy traje de baño».

 

Podría decirse que cada mordida que le daba a la crepa era como si quisiera dársela a Viktor. De una manera u otra, siempre que intentaba desquitarse, el peliplateado conseguía hacerlo enojar el doble.

 

—Aún faltan dieciocho minutos. Podríamos hacer algo más antes de entrar a la sala —sugirió Otabek al ver que el ruso ya se había acabado la crepa, y por poco se come el cartón con todo y servilleta por estar absorto en su nube de furia interna.

 

—Cierto… Vamos a las máquinas —se puso de pie al instante, y sus facciones se tornaron menos agresivas que hacía unos segundos—. ¿Traes efectivo? Me quedé sin cambio.

 

Entraron al salón arcade, y aunque estaba repleto de niños y adolescentes, la máquina de peluches se hallaba completamente sola.

 

—¿Sólo ésta? ¿En serio no hay otra disponible?

 

—Parece que no.

 

Yurio lo intentó dos veces, pero al no conseguir nada, pateó un costado del aparato.

 

—¡Qué aburrido! Tengo una mejor idea —tronó sus nudillos—. Vamos a quitar a esos niños de las motos.

 

—A mí me gustaría intentarlo —insertó una moneda más y comenzó a operar la garra metálica, que emitía un rechinido constante mientras se oía la melodía programada.

 

—Dudo que obtengas algo. Esa cosa está amañada.

 

Plisetsky observó el recorrido de reojo, pero cuando el puñado de muñecos pequeños cayeron en el borde del agujero rectangular y ninguno entró, rodó los ojos.

 

—¿Ves? Te lo dije —dio un par de golpecitos al cristal con sus nudillos, mas no se fijó que un pequeño tigre blanco de peluche se había quedado muy cerca, y bastó ese nimio empujón para caer al centro de la abertura.

 

—¡Tenemos uno!

 

El ruso estaba perplejo.

 

Aunque no tardo en afirmar:

 

—Sí, bueno. Fue gracias a mí. Si no hubiera golpeado la máquina, no habría caído nunca.

 

—Es verdad —cogió al tigre blanco con delicadeza e hizo que su patita tocara la nariz de Yuri—. Es todo tuyo.

 

—P-Pero tú pusiste el dinero. Es tuyo.

 

—No, me refiero a que quiero regalártelo.

 

—¡¿Qué?! ¡¿Es en serio?! Ya van tres regalos que me das. Beka, yo no te he dado nada. Me estás haciendo quedar como el peor novio de la historia.

 

—A mí me hace feliz obsequiarte cosas —acarició su cabello, pero el ruso detuvo su mano en el acto.

 

—No más regalos. Éste es el último que acepto hasta que yo te dé algo —vio que el tigre tenía una argolla en la espalda. «Es un llavero». Así que lo colgó de su short para no perderlo.

 

—Si lo prefieres así…

 

—Sí. Ya vámonos, la película debe estar a punto de empezar.

 

Llegaron a mitad de los anuncios. Las luces ya estaban apagadas y sólo contaban con el brillo de la pantalla para encontrar sus asientos en las últimas filas.

 

—¿Qué es…? —pisó un bote de palomitas vacío, y tuvo que sujetarse de la espalda de Otabek para no tropezar.

 

—Es aquí.

 

—Hubiéramos comprado palomitas —tomó asiento y, cómodamente, subió los pies al respaldo de enfrente.

 

—Puedo ir por unas, si quieres.

 

—Nooo —lo jaló del pantalón—. Quiero sentarme en tus piernas.

 

Había dicho esa última frase en el único lapso de silencio entre los comerciales y el inicio de la película, así que varios espectadores lograron escucharlo.

 

—Está bien.

 

Dejó que el rubio se acomodara en su regazo y le abrazara del cuello.

 

«Se ve mucho más hermoso así de cerca. Su piel tan blanca… Y sus ojos lucen como dos gemas preciosas».

 

Al percatarse del escrutinio, el chico unió sus labios en un beso incluso más demandante que el primero. Ahora que no se encontraban de pie, podía perderse en el sabor de su boca sin temor a caer cuando el mundo se volteara de cabeza.

 

Lamió cada rincón, y frotó la lengua con la suya. Creyendo que podría resistir las oleadas de placer que recorrían sus extremidades, causándole una sensación electrizante en la punta de los dedos y sobre todo en los labios.

 

—Nhh… Ahh… —se cubrió la boca.

 

«¡Mala idea!». Saciar su sed instintiva iba a ser más complicado de lo que parecía. Aún si deseaba tanto seguir besándolo…

 

—No pueden escucharte.

 

Tenía razón, el volumen de la película no permitía que los de enfrente oyeran sus vergonzosos jadeos.

 

—Pero tú sí.

 

Odiaba que él sí consiguiera controlarse, apenas y tenía la respiración acelerada.

 

—¿No quieres que yo te escuche?

 

Se abstuvo de contestarle.

 

En vez de ello, colocó su mano sobre el pecho del kazajo, y no sólo sintió los fuertes latidos a través de su piel, sino que se percató de cómo ese ritmo compenetraba con el de su propio corazón.

 

«Laten al unísono».

 

Ladeó su rostro, acercándose a la oreja del mayor hasta depositar un beso suave que lo hizo estremecer. De inmediato atrapó su oreja con los labios, y pasó su lengua por el interior, recorriéndole con mayor insistencia a medida que los sonidos que profería se asemejaban a los suyos.

 

«Bingo. Encontré tu punto débil».

 

Sujetó sus manos en cuanto opuso un mínimo de resistencia.

 

—Yura… para… Aaahhh…

 

Sin detenerse, jaló su playera hacia arriba, acariciando sus pectorales y abdomen. A sabiendas de que entraría en conflicto por la condición de dejarle hacer lo que quisiera.

 

Y como si hubiera sido invocado por decreto divino, el dependiente de la sala hizo acto de presencia, recorriendo las filas con linterna en mano.

 

En un raudo movimiento, el rubio volvió a su asiento, manteniendo una expresión estoica a pesar de que el sujeto se aproximaba lentamente hasta su fila.

 

«Menos mal que no alcancé a quitarle la playera. Aunque habría sido divertido ver su reacción. Me pregunto si corren a la gente por algo así».

 

Ya que se fue, dejó pasar unos minutos antes de acercar su mano a la pierna de su novio, y deslizarla desde la rodilla hasta el muslo en una caricia provocativa.

 

—Traeré palomitas —se había puesto de pie incluso antes de terminar la frase.

 

«¡No huyas, cobarde!».

 

En realidad pudo haberle ordenado que se quedara, pero lo dejó ir. Después de todo, había excedido sus propios límites. Y ahora que se habían distanciado, estaba en total libertad de respirar profundo y hundirse en el asiento.

 

«Mi cuerpo tiembla, ¿por qué? Se siente bien, pero es tan extraño».

 

Determinó que si seguía abusando de los efectos de ese nuevo placer, saldría del cine en un estado lamentable. Y su prioridad consistía en mantener un control absoluto de la situación.

 

«De otra forma, perdería autoridad frente a Beka. Y no puedo dejar que eso pase. No quiero ni pensar lo que se le ocurriría si descubre que puede dominarme con caricias y besos».

 

Se cruzó de brazos, y con esa firme decisión en mente, esperó a que el pelinegro volviera para confiscarle el bote de palomitas y entretenerse comiendo hasta que terminara la función.

 

—¿Trajiste algo de tomar? Tengo sed.

 

—Soda y un smoothie.

 

—Mhh, el smoothie —besó su mejilla al coger el vaso, aunque permaneció atento al filme.

 

Cuando las luces se encendieron, la concurrencia enfiló su marcha rumbo a la salida, y Yurio aguardó para robarle un beso fugaz a su chico.

 

—Vayamos a una joyería.

 

—¿Eh?

 

—Quiero comprar unas cosas.

 

—¿En una joyería?

 

Durante la película, Otabek había fantaseado con la posibilidad de compartir unos anillos de compromiso como los de Viktor y Yuuri.

 

Por supuesto que lo imaginó como una probabilidad muy a futuro, dentro de unos cinco o siete años quizás. Ni por asomo lo había considerado un hecho consumado y mucho menos viable a corto plazo, pero escuchar la palabra “joyería”, le hizo dudar si sólo había sido una desafortunada coincidencia, o si Yuri estaría teniendo los mismos divagues, y era tan impulsivo como para pedirle matrimonio en la primera cita.

 

«No me atrevo a preguntar».

 

—Y más vale que nos demos prisa, no quiero que tengamos la mala suerte de encontrar el negocio cerrado. Porque si es así, no pienso seguir buscando.

 

—Si está cerrado, podemos ir otro día.

 

—Tiene que ser hoy —tomó la delantera, como de costumbre—. Vamos, antes de que me arrepienta.

 

«No lo haría… creo».

 

 


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