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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 9. RUPTURA


Mientras íbamos en el marshrutka de camino a la joyería, noté que Yura no dejaba de ver y acariciar el tigre de peluche.


«¿Está nervioso? No, creo que sólo son ideas mías. Debería preguntarle qué piensa comprar. Tal vez. O mejor no».


Acaricié su brazo. Y aunque se quedó quieto por varios minutos, sin decirme nada, me percaté de la forma tan llamativa y curiosa en que se le erizó la piel cuando murmuré:


Kotik.


—Te dije que no me digas así frente a otras personas —se quejó apenas moviendo los labios. Y más que nada, atento a los demás pasajeros.


—Lo siento, mi error —continué acariciándole. Esta vez bajando hasta su mano para entrelazar nuestros dedos—. Sólo quería decirte que te queda muy bien esa ropa. Me gusta.


—Pues… gracias —aclaró su garganta y desvió la mirada hacia el exterior.


Se aferró a mi mano de una manera que nunca antes habría creído posible. «Somos pareja, y no le avergüenza en absoluto dejar constancia de ello». Vi que su otra mano frotaba la oreja del tigre de peluche.


«Quisiera saber qué es lo que pasa por tu mente».


—Tú también te ves muy bien —sonreí ante el cumplido, mas lo que dijo a continuación fue más atrevido de lo que esperaba—: Aunque no puedo esperar para verte en traje de baño.


Y sí, lo había expresado en voz alta.


Mi rostro enrojeció súbitamente. Aunado a que sentí mis manos empapadas en sudor, por lo que tuve que apartarlas. Realmente tampoco estaba preparado para preguntarle sobre la joyería.


Debí parecer una estatua inerte, porque no me moví hasta que descendimos en la calle correspondiente.


«Ahora no sé si podré sentirme cómodo mañana. Debería ponerme unas bermudas encima del traje antes de meterme a nadar, y una playera holgada».


En la exposición de vista al exterior de esa joyería, famosa por la calidad de su mercancía y por contar con precios razonablemente accesibles, Yura tardó poco menos de cinco minutos valorando minuciosamente cada artículo.


Sin embargo, yo tenía la sensación de que hubiera tardado más de una hora, ya que al principio se había inclinado justo en la sección de anillos, antes de pasar a los collares, relojes y pulseras; retrocediendo de vez en cuando, con no sé qué idea en mente.


Contuve la respiración. Era como si un ser invisible se tomara la libertad de vaciar un balde de agua helada sobre mis hombros, poco a poco, esperando el momento adecuado para descalabrarme con un iceberg.


«No podría». Repetí mentalmente hasta que por fin se centró en la colección de collares y descartó los anillos. No sé si fue alivio o desilusión, pero me había librado de un peso abrumador.


—Éstos —señaló dos collares bañados en plata, con corazones a juego—. Tienen un descuento del 45%.


Entramos, y la señorita que atendía el negocio nos dijo que era el último modelo del remanente para San Valentín. Y añadió:


—Hace tres años que están descontinuados. No esperaba que a alguien le interesara comprarlos. Son lindos, pero los dejamos en bodega por error y cuando los pusimos en exposición, ya habían salido nuevos modelos de la misma línea, con acabados mucho más llamativos.


«Tampoco debe ser común que mucha gente venga a comprar algo así fuera del mes de febrero. Aunque, ¿desde cuándo Yura tiene un lado romántico?».


Y es verdad que nunca hubiera imaginado convertirme en su pareja. Sólo que las reglas que impuso eran más su estilo, nada alejado de la realidad, sino algo digno de un soldado de carácter firme, que establece límites y libra las batallas en su propio territorio. En cambio esos collares…


Lejos de sentirme feliz, la intriga me tenía en un estado de tensión e incomodidad permanente.


—Me los llevo.


—Podemos escribir un nombre o una inicial en el corazón. Tomaría sólo unos minutos y no tiene un costo adicional.


—Mhh, ok. En uno iría Yuri en ruso…


—Permíteme un segundo, te daré una hoja para que anotes los nombres y se los pase al orfebre.


—No sabía que te gustaran este tipo de cosas —comenté mientras la chica buscaba un lapicero y una hoja en los cajones junto a la caja registradora.


—Sí, eso de llevar corazones a juego es demasiado ridículo. Yo preferiría ver que te tatuaras mi nombre, por ejemplo. Lo que sí, escogería un lugar en concreto.


Antes de resolver por lo menos una de tantas dudas entremezcladas en mi cabeza, la joven volvió:


—Aquí tienes.


Procedió a escribir su nombre en ruso, pero cuando creí que haría lo mismo con el mío, vi que las letras correspondían al nombre de su entrenador.


—Ya está.


—Bien. Enseguida vuelvo —desapareció tras una cortina que llevaba al taller, en la parte posterior del negocio.


«¿Viktor?».


—¿No es muy raro que le regales algo así a tu entrenador? —hice todo lo posible por controlar el tono de mi voz y evitar que sonara como un reproche.


—Le va a encantar. A él le van mucho estas cursilerías. Además, tengo que hacerlo, o no me dejará usar su piscina.


—¿Qué? —necesitaba tiempo para digerir ese hecho increíblemente nauseabundo y rastrero—. Espera un momento, ¡¿Viktor te pidió esto, a cambio de entrar a su piscina?! ¡¿Es en serio?!


—Es un viejo abusivo.


Era insólito que recurriera a artimañas tan viles para obtener esa clase de beneficios, ¡y encima teniendo pareja!


—¡¡En cuanto lo vea, juro que le romperé la cara!!


Yura me miró entre fascinado y confundido.


—No niego que me gustaría ver eso, pero…


—¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!


—No lo sé —respondió con reticencia, expectante a lo siguiente que yo diría.


Cada vez entendía menos cómo es que había surgido esa clase de insinuación por parte de Nikiforov. Y además, si tanto le interesaba tener una pieza de joyería con el nombre de ambos grabado, ¿por qué tenía que ser Yuri quien la comprara?


—Aquí están —la chica estaba de regreso.


Debido al sonido de los instrumentos con los que trabajaban en el taller, no había escuchado nuestra conversación, así que mi decisión la tomó desprevenida.


—Cambiamos de opinión. No queremos comprar nada.


Se quedó estática, con los collares en las manos, esperando a que Yura dijera algo, ya que él era el cliente que le había hecho el pedido en primer lugar.


—¿Qué? ¿Cómo que no?


—Vámonos —lo sujeté de la mano e intenté llevármelo a rastras.


—Ey, espera. ¡Beka! ¡Suéltame!


Obedecí a regañadientes, pero no planeaba quedarme callado.


—Yuri, no tienes que darle nada a ese viejo pervertido —le reprendí con severidad—. No si te está obligando a hacerlo, ¡y encima extorsionándote!


La pobre mujer no sabía ni qué pensar de todo lo que estaba escuchando.


—Opino lo mismo —sacó su celular, y después de buscar el contacto de Viktor, me lo pasó—. Arréglate tú con él.


Se cruzó de brazos, esperando con total tranquilidad a que le llamara.


—Bien.


Estaba dispuesto a ponerlo en su lugar. No obstante, escuchar su saludo fue más que suficiente para sacarme de mis casillas:


“¿Aló, Koneko-chan?”.


—¡NO ES TU GATITO, ES EL MÍO!


Nunca había odiado tanto escucharlo decir eso. De inmediato di un fuerte manotazo a la vitrina, y las piezas bajo el vidrio reforzado vibraron.


La dependienta acercó su mano temblorosa al botón de emergencia anti-robos, sólo por si acaso. Mientras que Yuri chocó contra la vitrina al echarse para atrás del susto.


Por un instante, el silencio fue sepulcral.


“…¿Otabek?”.


—¡¡Ni te atrevas a poner tus sucias manos sobre mi novio!! ¡¡No me importa si no tienes la decencia de respetar a tu prometido, pero si quieres algo con Yura tendrás que pasar sobre mi cadáver!! ¡¿TE QUEDÓ CLARO?!


—D-Disculpe… —inició la señorita con un hilo de voz—. Le agradecería que no alzara tanto la voz… O tendré que llamar a seguridad.


Salí de la joyería sin necesidad de una segunda advertencia.


Por supuesto que me sentí culpable por perder los estribos de esa forma. No era mi intención causar molestias, y menos por culpa de ese asqueroso entrenador de quinta.


“Lo siento mucho, pero no tengo idea de qué hablas. Si te calmas un poco y me explicas qué es lo que pasa…”.


—¡No te hagas el inocente! ¡Le pediste a Yuri unos collares con tu nombre y el suyo grabados en unos corazones! ¡¿Qué clase de regalo es ese?! ¡Y encima a cambio de que pueda entrar a tu tonta piscina! ¡Eso es extorsión! —esperé a que soltara cualquier pretexto, pero no dijo nada—. ¡¡Voy a demandarte por acoso, que lo sepas!!


“Otabek. Escucha. Yo no sé nada de los corazones grabados que dices. Jamás he estado interesado en Yurio. Y tampoco sé qué fue lo que te dijo, pero yo lo único que le pedí hace poco es un obsequio para Yuuri, como disculpa por haberlo hecho llorar”.


«Los nombres podrían referirse…». La luz de la lógica se asomaba a través de las tinieblas esparcidas por los celos, esclareciendo el panorama.


Aun estando en ruso, podía hacer referencia a su homólogo nipón.


«¿Cómo no lo pensé antes?», reflexioné, avergonzado de mí mismo.


“¿Qué fue lo que te dijo Yuri?”.


—Nada. Lo entendí mal. Perdón por haberle gritado de esa forma. Me equivoqué —presioné el ícono rojo, finalizando la llamada.


Quise volver y disculparme con la señorita que nos atendió, pero apenas me giré, Yura me abrazó de la cintura.


—¿Ya terminaste de gritarle a Viktor, amor?


—No sé qué me pasó, lo malinterpreté todo. Creí que él quería… ya no importa —respiré profundo.


—Compré los collares de todas formas. No creo que pudieras convencerlo de que no es mi culpa que ese Katsudon sea un llorón sin remedio.


—Entraré a disculparme.


—La chica que estaba se escondió en el taller. De hecho me cobró una compañera suya y… —vi la cortina metálica cerrándose de golpe delante de nuestras narices—…dijo que ya iban a cerrar el negocio de todas formas.


 


 


 


 


 


 


 


Al día siguiente, el patinador japonés ya se encontraba en la residencia de Viktor desde las ocho de la mañana.


Hacía un clima particularmente fresco. El tenue murmullo del trinar de las aves provenía del árbol más alto en el espacioso jardín de la parte trasera. Y aún desde la entrada, se percibía el aroma de las flores y las hojas de eucalipto. Daba la sensación de adentrarse a un espacio paradisíaco y apartado de la concurrencia urbana.


—¡Yuuriiii~! —se lanzó a sus brazos para recibirlo en el portón.


—H-Hola —correspondió al abrazo, pero se sintió intimidado por la forma en que le acariciaba la cintura.


«Huele muy bien». No era una colonia para nada discreta, y aunque se tratara de un olor algo fuerte, era de esa clase de esencia que despierta un fuerte deseo, seduciendo los sentidos.


—Esa sonrisa tan bella merece un beso —deslizó sus dedos por el mentón de su prometido. Pero cuando se acercó a besarlo, éste se apartó bruscamente y se coló al interior de la casa, corriendo escaleras arriba.


—¡Yuuri no huyas, dame amor!


El pelinegro entró a la primera habitación que encontró, y empujó la puerta para cerrarla y ponerle seguro.


«Tengo que calmar esto». Había un serio problema dentro de sus pantalones. No podía concebir que algo así sucediera en un abrir y cerrar de ojos. «Y además estoy en su casa. ¡Qué nervios!».


—Buenos días.


Antes de reconocer la voz, soltó un gritito agudo que de haber sido escuchado por su homólogo ruso, le habría servido para burlarse de él toda la semana.


—Otabek. H-Hola.


Ya no vestía el pijama, aunque se hallaba cómodamente en su cama, tomando el desayuno en bandeja.


—No sabía que ésta era tu habitación —se quedó mirando alrededor, asombrado de lo amplia que era—. Perdón por entrar así.


—Descuida, pero si planeabas huir de Viktor… —ni siquiera terminó la frase, cuando el ojiazul apareció en el balcón, al otro lado de la pieza.


Yuuri no tuvo tiempo de reaccionar, sólo sintió el peso de su entrenador arrojándolo contra la cama y sometiéndolo a un ataque masivo de besos.


—¡Viktor! ¡¿Qué haces?! ¡Actúas como si no me hubieras visto en años! ¡Ya quítate! —por más que lo empujó no consiguió quitárselo de encima.


El kazajo carraspeó para indicar que todavía estaba presente.


—¿Podrían seguir con eso en otra parte?


Voltearon a verlo al mismo tiempo, luciendo de una manera bastante peculiar: La mejilla de Viktor estaba pegada al rostro de un pálido Yuuri, cuya frente se encontraba llena de gotitas de sudor, al ser neutralizado por las piernas del dominante. El peliplateado incluso tenía las manos bajo su ropa, acariciando su abdomen.


—Sí, será mejor que nos vayamos —se bajó de la cama y tomó la mano de su pareja—. No querrás verlo enojado. Se transforma en un ser despiadado. Da mucho miedo.


—¿Eh?


Lo decía por la nada agradable conversación telefónica del día anterior de la que Yuuri no estaba enterado. El kazajo no dijo nada, aunque los miró por el rabillo del ojo mientras terminaba su desayuno.


Viktor no tardó en cruzar por el balcón, y allí, su invitado descubrió que conectaba con la habitación de al lado. «Vaya, tienen un solo balcón con entrada doble».


—¿Qué quisiste decir con que se transforma en un ser despiadado? ¿En serio lo has visto molesto?


«Sé que es muy serio y reservado, pero no puedo imaginármelo siendo violento, ni nada parecido», pensó.


—Ayer descubrí que puede transformare en un monstruo sediento de sangre si se pone celoso.


—¿Celoso? —enarcó una ceja—. ¿De qué estás hablando?


—No importa, ya te darás cuenta —se sentó en la cama con las piernas cruzadas. Y luego de guiñarle el ojo, declaró con una voz suave y seductora—: No sé si lo notaste, pero estamos solos. Podríamos portarnos mal un par de horas, hasta que lleguen los demás.


«Estamos solos».


Tenía frente a sí al ángel ruso más sensual sobre la faz de la Tierra. El sueño de muchas chicas, y también de muchos chicos, materializándose sólo para él.


Daba igual si su admiración inicial había sido desplazada por un choque de realidad en el que conoció el lado más humano e imperfecto de Viktor, se había enamorado de sus cualidades, pero también de sus defectos.


«Significas tanto para mí».


Desvió la mirada cuando el ojiazul se abrió la camisa, pasando su mano en un ademán que delineaba su llamativo abdomen.


—Yuuri, acércate… —murmuró suplicante—. Vamos, aprovecha que me tienes. Sabes que no me entregaría a nadie más.


La temperatura corporal del pelinegro se había elevado como nunca. Sintió un nudo en la garganta, y no sólo su cara, incluso sus brazos habían enrojecido, lo notó mientras hacía lo posible por controlar el “pequeño problema” que le atormentaba.


«Ya debió notarlo». Antes de poder responder algo coherente, tartamudeó varias sílabas en una frase ininteligible.


—¿Tratas de decirme que no me contenga y te haga mío aquí y ahora?


«¡¿Cómo puede ser tan directo?!».


“Descarado” habría sido una mejor palabra. Pero lo cierto es que Yuuri no era capaz de tomar la iniciativa, así que el sexy ruso se encargó de tomarlo por la cintura para recostarlo en la cama.


—¿Me amas?


El patinador tragó saliva. Y dado que no hizo nada por impedirlo, su prometido selló sus labios con un beso. Con movimientos pausados, unió sus bocas en un roce cálido.


—¿Te gusta?


Yuuri no lo empujó. Por el contrario, le abrazó del cuello.


—¿Sigo? ¿O quieres que me detenga? —había colocado su mano sobre el pantalón del chico, dispuesto a desabrochárselo.


—Bésame más… —apartó su mano, dejándole claro que sólo aceptaría el beso.


Viktor sonrió. Y entrelazó sus dedos en el cabello de su amado para besarlo sin interrupciones. Ninguno de los dos usó la lengua, pero no hacía falta. El sabor se intensificaba a medida que sus labios entraban en contacto.


Yuuri fue el primero en morder el labio inferior del ruso.


—Nhh... —emitió un breve quejido, y su novio se detuvo.


—P-Perdón, ¿te lastimé? —pasó la yema de sus dedos por los labios de Viktor.


—No. Se sintió muy bien.


—¿Seguro?


Tomó su rostro, y musitó:


—Hazlo de nuevo.


«No deberíamos seguir. Apuesto a que los demás llegarán antes de que Viktor quiera soltarme. Y si sigo besándolo, mi “problema” va a ser imposible de solucionar».


—¿A-Antes podríamos comer algo? No he desayunado.


—¿En serio? ¿No has desayunado?


—No.


—¿Por qué no me lo dijiste antes? —sin previo aviso, lo alzó en brazos y besó su frente—. Te llevaré a la cocina ahora mismo.


Y así lo hizo. No obstante, después de servirle se le quedó viendo fijamente, casi sin parpadear.


—Quién fuera esa cuchara.


Yuuri casi escupe la crema de champiñones.


—Viktor, déjame comer tranquilo —se cubrió el rostro con el antebrazo, y dejó la cuchara a un lado para sorber directo del plato.


—Lo siento, es que eres hermoso hasta cuando comes.


«Demasiados besos por hoy, definitivamente».


—Por cierto, ayer estuviste todo el día con Phichit.


—A-Ajá…


«¡¿Por qué lo menciona justo ahora?!».


—Cuéntame qué hicieron. ¿Se divirtieron? ¿A qué lugares fueron? —de pronto su sonrisa adquirió un lustre afilado.


—Lo normal —comió mucho más rápido que al inicio, sintiéndose vilmente interrogado.


—Yuuuriii~ —alargó las sílabas como un niño caprichoso y exigente—. Podrías ser más específico, sabes.


Al pelinegro le costó trabajo deglutir todo lo que había juntado en su boca, pero al cabo de un rato, enunció:


—Tú no me has contado lo que sucedió en Moonlight.


—Ah, es verdad. Sólo aclaré lo de la foto.


—“Una” de las fotos —enfatizó.


—Vale, pero no imagines que estuve coqueteando con ese grupo de chicas.


Yuuri sacó su móvil y, con los palillos de su tazón de arroz, señaló los puntos críticos de la foto más comprometedora.


—Esas manos no duraron ni un segundo encima de mí.


—Tu cara está toda roja, no lo niegues.


—¡Por culpa del vodka! Y en todo caso, ¿por qué tienes esas fotos? Recuerdo haberle dicho a Yurio que las eliminara de Instagram.


—Las descargué.


—Deberías borrarlas, se ven horribles.


—Sí, yo también pienso eso.


—Tal vez no haya pruebas, pero les enseñé esta preciosidad —besó su reluciente anillo de compromiso.


—¿Y cómo sé que no hiciste algo indebido?


—Fácil. Porque te amo.


—Pero tomaste alcohol —insistió.


—Estoy seguro de que Yurio le pidió al sujeto de la barra que ya no me sirviera más. Cualquiera con un buen paladar, se habría dado cuenta de que esos últimos tragos insípidos estaban rebajados.


—¿Por qué haría eso?


—Supongo que ya quería irse, y recordó que yo era el adulto responsable con auto y permiso para conducir.


—Y respecto a Yurio… Se quedó a dormir aquí.


—¿Todavía dudas que no pasara nada entre nosotros?


—No es eso —respiró profundo y dio un sorbo a su vaso de leche—. Bueno, un poco. Sólo quiero saber qué pasó.


El peliplateado acarició su mano, y le dedicó una mirada traviesa y sensual.


—Hicimos cosas de adultos…


Katsuki frunció el entrecejo, a la vez que un escalofrío mortificante recorrió su espalda.


—Obvio no. Sólo dormimos.


—Con la energía que tienes, sí claro.


—De acuerdo, admito que llegando abrí una botella de mi reserva especial —y acotó—: Pero no la compartí con Yurio, bebí yo solo en mi cuarto.


—Algo me dice que saliste al balcón para ir a molestar a Yurio —asumió que el rubio se había quedado donde actualmente se hospeda el patinador kazajo.


—Pues sí, adivinaste —confirmó cínicamente.


Katsuki rodó los ojos y apretó los labios para no expresar sus pensamientos en voz alta: «Y con lo cariñoso que eres cuando bebes».


—Sí. No fue sencillo conciliar el sueño.


—¿Este es el momento en el que me confiesas algo que no quiero saber?


Viktor se rio, y levantó la mano en un gesto solemne.


—Confieso, que le estuve hablando de ti toda la noche. Pero tuve que sujetarlo para que no me aventara cosas. Lo primero que salió volando por encima de mi cabeza fue una lámpara de noche. Se estrelló en un árbol del jardín y se hizo pedazos —rascó su mejilla, pensativo—. Me gustaba mucho esa lámpara… ¡Casi lo olvido! Quiero mostrarte algo.


Llevó a su prometido de vuelta a la habitación, y sin más preámbulos, abrió las puertas del armario de par en par.


—¡Miraaa~! ¡¿Verdad que son hermosos?!


Dejó a Yuuri con la boca abierta y los ojos como platos. Todo el espacio estaba repleto de almohadas y cojines con su foto impresa.


«¿Son los duplicados que encargó?».


Recordaba perfectamente lo que Katia le había dicho. Y acababa de comprobar con sus propios ojos que el pedido había llegado sano y salvo a su destino.


—Ayúdame a pasarlos a la cama, ¿sí?


—Dudo que tengas espacio para dormir si los pones sobre la cama.


—Eso no es ningún problema. Dormiré encima, abrazándolos. De todas formas, si los dejara en el armario tendría que seguir yendo a la habitación de Otabek por mi ropa. Y no es práctico.


—¿Tu ropa está en su habitación?


—Sí.


—¿Por qué no la pones en cajas aquí mismo?


—¿Y dejar que se llene de arrugas? —negó con la cabeza—. Tengo que lucir presentable en nuestras citas secretas, ¿no crees?


«¿No deberías priorizar compromisos de índole profesional, eventos, o asuntos de negocios?».


—Viktor, a mí me da igual cómo luzca tu ropa cuando salimos.


Sujetó sus manos y las llenó de besitos.


—Sé que me amas sin importar lo que lleve puesto, pero no es razón para andar de harapiento impresentable por la calle.


—Lo que no entiendo es para qué quieres todas estas almohadas, si me tienes a mí —había salido de su boca sin pensarlo, y casi se muerde la lengua al terminar la frase.


—Mi amado Yuuri… —sus labios se toparon con las firmes manos del pelinegro, evitando el beso que estuvo a punto de darle—. Quisiera dormir contigo, abrazándote sólo a ti. Pero ya que debemos esperar hasta que termine la competencia, necesito esta belleza a mi lado.


Restregó su mejilla en uno de los dakimakura.


—¡Ya! No hagas eso enfrente de mí. Es muy raro.


—Pero si sólo es tu imagen —hizo un puchero—. Hasta podría besarlo.


«Suficiente. No quiero ser testigo de esto».


Salió al balcón, con la esperanza de que el aire fresco aliviara su alma seriamente perturbada. Y claro que Viktor lo siguió.


—Esa es…


—Ah, sí. Es la razón de que Yurio quiera venirse a vivir aquí.


—¡Es enorme!


Desde allí se podía apreciar la tan aclamada alberca en todo su esplendor


—¿Te gusta? Es un pequeño lujo que pude permitirme.


«Con razón Yurio quería quedarse aquí en lugar del departamento. Aunque esté muy lejos del centro deportivo, estoy seguro de que valdría la pena».


—Pensé que la habías visto cuando salimos del otro cuarto.


—No me di cuenta.


—Lógicamente. Toda tu atención estaba centrada sólo en mí —sonrió, y le acarició los labios con el dedo índice.


Yuuri ni siquiera encontró las palabras adecuadas para negar su afirmación.


—Si te fijas —prosiguió Viktor—, tiene un recubrimiento de plástico transparente. Suelo usarlo para que el agua conserve el calor y no se ensucie.


—Mmh… De lejos apenas se distingue. Pero, tendríamos que quitarlo de una vez, ¿no?


—Cuando vengan los demás. Será más sencillo enrollarlo entre todos.


—Ya casi es hora.


Fue como si esa sentencia encendiera la flama de la lujuria en el ojiazul.


—¡Tenemos tiempo! —lo llevó hasta la cama, y de un leve empujón, consiguió hacer que cayera de espaldas sobre el montón de almohadas y cojines.


—¡E-Espera! ¡¿Qué crees que haces?! ¡Viktor!


Se había colocado encima, y lo había sujetado de las muñecas para besarlo. Antes de darse cuenta, ya había iniciado una serie de toqueteos subidos de tono en sus brazos, abdomen, y posteriormente en las piernas.


—Ahh… Detente —lo empujó de los hombros, aunque perdió fuerza al sentir los labios de su prometido recorriendo su cuello.


—No quiero parar —su boca insaciable siguió con toquecitos suaves y continuos en los labios de Yuuri, en un roce tan sutil como el de dos algodones húmedos.


«Son tan dulces y tersos».


—P-Para… Nhh —las oleadas de calor le descontrolaban hasta un punto tal, que su respiración se estaba convirtiendo en vergonzosos suspiros de placer—. Aahh… Viktor… mhhh, ¡¡ya!!


Se dio la vuelta y hundió su cara entre dos cojines, sujetándolos con fuerza.


—¡Tan hermoso! —exclamó el mayor.


Y en ese instante, el chico nipón sintió cómo restregaba su rostro en esa parte suya tan íntima.


—Es muy suave pero a la vez grande y firme, mucho mejor que las almohadas —la pobre víctima mordió uno de los cojines, y ni así consiguió evitar que su cuerpo reaccionara ante semejante acoso—. Ahh~ Yuuri, me encantas.


Inesperadamente, el sonido de una alarma irrumpió en la atmósfera.


Katsuki se quedó muy quieto, confundido por la inusitada intervención. Y el ojiazul se incorporó inmediatamente.


—¿Tan rápido pasó el tiempo? —suspiró cabizbajo, y apagó la alarma.


—¿Qué ocurre? —Yuuri alzó el rostro, pero no se levantó de la cama hasta que Viktor cerró la puerta que daba al balcón, y lo encaró de frente, con un semblante casi melancólico.


«No entiendo qué está pasando».


—Tienes razón, los demás están por llegar, así que necesito saber si estás de acuerdo con lo que pasará a partir de hoy.


—…


—Planeé esta reunión como fiesta de bienvenida —su sonrisa no era la misma de siempre, y sus ojos parecían un poco tristes—, pero al mismo tiempo, pensé que sería la ocasión perfecta para dejar en claro que tú y yo terminamos.


—Hablas de… fingir, ¿no? Fingir que ya no somos nada.


—Así es. Sólo fingir. Pero esta vez en serio.


—Phichit ya lo sabe. ¿No hay problema con eso, verdad?


—Será tu decisión si quieres que lo sepa después de hoy. Pero tienes que entender una cosa.


Se acercó y acarició su cabello. Podía ver cierto temor en sus ojos, mas Yuuri prefirió no decir nada hasta que Viktor planteara su argumento.


—En la semana que se llevará a cabo la competencia, habrá decenas de paparazzi agobiándote día y noche, haciéndote preguntas sobre nuestra relación, y las especulaciones se volverán un infierno en su punto clímax con la boda en puerta.


El chico asintió, aún en silencio.


—La única manera de evitarlo será tomándonos la ruptura muy en serio. Porque soy consciente de que he sido obvio, y todos dan por hecho que seguimos juntos.


—¿Aún nos veremos en secreto?


—Claro. Pero a partir de hoy no habrá más demostraciones de afecto en público, ni siquiera frente a amigos o conocidos. Nadie puede saberlo.


—Si nos descuidamos…


—Cualquier rumor podría ir directo a la prensa, y si está respaldado con fotografías, videos o testimonios, será imposible que te los quites de encima.


—No me gustaría mentirle a Phichit.


—No tienes que hacerlo, pero ¿en serio crees que pueda mantenerlo en secreto? ¿Ya olvidaste cómo anunció nuestro compromiso a los cuatro vientos con sólo ver las sortijas? ¿Y el sinfín de fotos que sube a redes sociales etiquetando a medio mundo? Y eso sin mencionar que, aún sin tener intención de empeorar las cosas, terminó confesándome que pasó algo la noche en que tú…


—¡Está bien! ¡Sí, ya entendí! —se tapó los oídos, y se puso rojo de vergüenza—. No puede saberlo ni siquiera él, o todo esto sería un desastre.


—También está la opción de descartar el plan y soportar a los medios.


—No. Nunca. Esperaré a que la competencia termine, y de los preparativos para la boda tendrás que encargarte tú solo. Yo me esconderé aquí hasta que tenga que dar la cara para pronunciar los votos en el altar.


—Ahh, mi Yuuri en un hermoso vestido blanco.


—¿Eh? ¿Cómo que un vestido? —hizo una mueca, y cruzó los brazos al frente en negación rotunda—. ¡Ni en sueños! Estás loco.


—Bueno, en un traje blanco. Eso lo decidiremos después. Aunque pienso que te verías muy bien llevando algo de encaje.


—¡¡Que no!!


—Ah, y un último detalle —volvió a emplear un tono más serio—. Tendremos que deshacernos de las sortijas.


Tenía una caja fuerte oculta en un compartimento de su armario, así que ahí guardaron los anillos.


—Aquí estarán a salvo.


—Pero, ¿cuál será el “motivo” de nuestro rompimiento?


—Tu infidelidad.


—¿Qué? ¿Infiel yo? —cuestionó ofendido—. Nadie lo creería.


—Pero es verdad.


Yuuri suspiró, denotando un agobio abismal.


—Sigues refiriéndote a Phichit…


—Es el motivo perfecto. Y lo hará más creíble, porque en serio quiero llegar a la raíz de ese asunto.


—Si tú lo dices.


Viktor apoyó sus labios en la frente de Yuuri, abrazándole.


—En caso de que realmente quieras renunciar a esta especie de plan y prefieras enfrentarte a los medios durante la competencia, tienes que decírmelo.


—Eso no va a pasar.


—Yuuri… en verdad voy a esforzarme para no arruinarlo.


Había algo en su expresión que incomodaba al pelinegro. Sentía que su corazón se encogía en un doloroso vértigo, previo al descenso vertiginoso hacia algo que todavía no alcanzaba a ver con claridad.


—Además, creo que necesitamos una palabra clave para cuando surja algo de suma importancia y tengamos que hablar por privado.


—Vale, ¿quieres que yo elija la palabra?


El ruso asintió. Y aunque Yuuri quiso pensar en ello detenidamente, el timbre de la casa resonó fuerte y claro, anunciando la llegada de un invitado.


—N-No se me ocurre nada —empezó a ponerse muy nervioso, y dudaba si debía acompañar a Viktor, quedarse en el cuarto o ir a alguna otra parte—. ¿M-Me quedo? ¿Voy? ¿Me repites qué tengo que hacer a partir de ahora?


El patinador ruso le acarició el cabello y precisó:


—La palabra clave será “Prego”.


Lo único que le dijo después de eso, fue que podrían mantenerse en contacto por mensajes, pero debía asegurarse de que nadie los leyera, ya fuera protegiéndolos con una contraseña o incluso borrándolos.


 —¿Voy contigo?


No obtuvo respuesta.


El peliplateado se detuvo en el umbral apenas unos segundos, y abandonó la habitación, dejando la puerta entreabierta.


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