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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 10. CONFIDENTE

 

«Si tan sólo supiera qué tengo que hacer».

 

No es como si esperara un instructivo ni nada medianamente parecido, sólo que había muchas ideas encontradas en su cabeza. Le costaba aceptar el hecho de tener que mentir delante de todos. No tenía la capacidad de mostrar una doble cara a su antojo, y era altamente propenso a cometer un desliz.

 

«Voy a arruinarlo, estoy seguro».

 

Sabía de sobra que sus nulos dotes actorales traerían consigo un fracaso estrepitoso. Pero, ¿qué podía hacer sino encomendarse a su suerte, y cruzar los dedos para no cometer un error que lo echara todo a perder?

 

En todo caso, Viktor no le pidió nada en concreto. Así que lo más prudente pudiera ser, simplemente, asumir que su relación con el ojiazul había terminado para siempre.

 

Un gusto muy amargo recorrió su garganta.

 

Se planteó ir abajo, pero frenó sus pasos al inicio de las escaleras. «¿Qué se supone que le diga a la persona que acaba de llegar…? ¡Mierda! ¡Ya no pienses, sólo muévete!».

 

El invitado que se presentó primero, era Yurio. Puntual a la hora convenida, llevando una voluminosa mochila a sus espaldas.

 

—¿Qué tanto traes ahí, eh? —preguntó el peliplateado, picando el misterioso bulto con el dedo—. ¿Qué es?

 

—Sí, sí. Traigo el regalo, ¡¡ya deja de picarle!!

 

De una bolsa lateral, extrajo una pequeña caja envuelta en papel metálico y se la entregó al chico nipón.

 

—Todo tuyo.

 

—¿No habías dicho que sería “enorme”? —recordó el adjetivo que Viktor había usado cuando le llamó desde el móvil del rubio.

 

—¡Es gigantesco, en sentido figurado! —apostilló, viendo de reojo al entrenador, pendiente del veredicto—. Además me costó un ojo de la cara. Hice un esfuerzo enorme por complacer tus empalagosos gustos.

 

Evidentemente mintió sobre el precio.

 

—Bueno… —abrió la caja, encontrándose con dos piezas de joyería de un plateado precioso y resplandeciente.

 

Quizás no fuera experto en cirílico, pero reconoció los nombres a primera vista. «¿Qué reacción esperas de mi parte, Viktor?». Volteó a verlo instintivamente; y el mayor tomó los collares, apenas rozando sus manos.

 

—Los guardaré.

 

—¿Cómo? —inquirió el ojiverde, confundido por la inexpresividad de su antagonista y el proceder del mayor—. ¿Eso qué significa?

 

Plisetsky sujetó el brazo de Viktor.

 

—Sé que a Yuuri le encantaría llevar este hermoso collar, y a mí también, pero necesitamos darnos un tiempo para aclarar nuestros sentimientos.

 

—¿Ehh?

 

—Debí mencionarlo antes —alzó la mano derecha para mostrarle que ya no llevaba el anillo de compromiso—, pero gracias por el obsequio de todas formas.

 

—Ay, por favor. Tú no terminarías al Katsudon ni aunque para ello tuvieras que renunciar al patinaje, déjate de tonterías, Viktor.

 

Mas tenía una réplica para eso:

 

—¿Y qué harías si el hombre que amas te engañara con su mejor amigo, y hasta la fecha no sabes nada más que el hecho, porque su amiguito prefiere mantenerlo en secreto? —cuestionó con una frustración tan marcada, que Yurio optó por no contradecirlo más.

 

E inmediatamente, Nikiforov se esfumó escaleras arriba para guardar los collares en su caja fuerte, junto a los anillos de compromiso.

 

—¿Lo engañaste con Phichit?

 

Yuuri lo acribilló con la mirada.

 

—¡Oye, yo que iba a saber! Con razón discutieron. ¿Y encima te perdonó una vez? Increíble. Yo te habría mandado al diablo en ese mismo instante.

 

—Fue porque estaba ebrio.

 

No quería resumirlo con esas palabras, pero tampoco tenía sentido explayarse, o sus respuestas lo llevarían a confesar que el rompimiento era una farsa. Aunque por otro lado, odiaba ser etiquetado como el exnovio sinvergüenza que le había sido infiel a su pobre y menospreciado prometido.

 

—Vaya excusa —enarcó una ceja—. De todas formas cumplí con el regalo.

 

—¿“Cumpliste”?

 

—Sí. Fue una condición de tu nov… quiero decir, exnovio, para dejarme nadar en su piscina.

 

«¿Hizo que Yurio comprara unos corazones de plata con nuestros nombres, para que me los diera justo este día? ¿Y con qué propósito?, ¿hacerme llorar y que la farsa sea perfecta?».

 

—Si te pregunta, dile que te fascinaron. Aunque ya se los llevó —bufó y cruzó los brazos—. Da igual, mientras cumpla con su parte.

 

«¿Cómo puedes ser tan cruel, Viktor?».

 

Escuchó el timbre por segunda ocasión, y se adelantó a abrir, movido por el creciente impulso de tomar distancia con el peliplateado, antes de que esa pequeña herida en su interior se tornara realmente dolorosa.

 

—¡Katia!

 

—¡Hola, Yuuri! —lo abrazó emocionada.

 

—Pensé que llegarías hasta la noche.

 

—Sí, yo también, pero no iba a perderme la fiesta de bienvenida con todos ustedes —pasó hacia la sala de estar que Yuuri aún no había visto—. Y ya que el próximo fin de semana es cumpleaños de mi madre, prefiero volver para esa fecha y quedarme un poco más en Moscú. El próximo lunes pediré permiso para faltar a la universidad.

 

Se recostó en el sillón individual, e inspiró profundo. Había llegado agotada del viaje desde Moscú hasta el departamento en las afueras de San Petersburgo, y de allí a la residencia, situada al otro extremo de la ciudad.

 

—Me habría gustado presentarte a mi novio, pero tiene un proyecto pendiente para mañana.

 

«Todavía no estoy seguro de querer conocerlo». Quizás su miedo injustificado desaparecería una vez que lo viera en persona. Nunca está demás hacer nuevos amigos… Aun tratándose del novio de la chica que llegó a sentir algo muy especial por ti. «Pensándolo bien, no quiero conocerlo».

 

En otro orden de ideas, Yuuri sentía la necesidad de desahogarse con alguien, y no se le ocurría nadie mejor que Katia. Sin embargo, todavía debía pensar qué decirle y cómo. «O para qué». Sería muy infantil de su parte imaginar que ella podría ayudarle a resolver sus conflictos.

 

Y tampoco es que tuvieran mucho tiempo a solas para hablar.

 

Mientras Yurio la presentaba con Otabek, el chico nipón recibió un mensaje del ojiazul, algo corto, pero puntual:

 

Viktor: Prego. Collares. Quince antes. Toreiningu.

 

«Entrenamiento… ¿Quince antes? Supongo que se refiere a que nos veamos quine minutos antes del entrenamiento de mañana».

 

Yuuri: Ok.

 

Viktor le respondió con un corazón, y enseguida lo borró.

 

«Eres un tonto». No pudo evitar sonreír, aunque le intrigaba qué diría respecto a los collares.

 

Los últimos en llegar fueron Celestino y Phichit. Y extrañamente, éste último se empezó a llevar de maravilla con la nutrióloga. Recién se conocían y parecía que hubieran sigo amigos de la infancia. «Sí que hay química entre ellos dos».

 

—Pondré a descongelar la carne para dejarla ya sazonada en el refrigerador —anunció el entrenador ruso.

 

—Te ayudo —se ofreció Celestino y lo siguió a la cocina.

 

A Yuuri le tomó por sorpresa que, de buenas a primeras, el rubio se tomara la confianza de sentarse sobre las piernas de Otabek y lo abrazara del cuello.

 

Para asegurarse de no estarlo alucinando, trató de indagar en las expresiones de los demás. No obstante, Katia y Phichit se hallaban en su propio mundo, riéndose de algún comentario random.

 

«No los mires». Pero fue como si le hubiera dictado lo contrario a su cerebro, porque no dejaba de observar cada movimiento por el rabillo del ojo.

 

El kazajo sujetaba a Yurio de la cintura, y éste le acariciaba la pierna, apenas con la punta de los dedos, en un recorrido delicado y casi felino.

 

«¿Qué está pasando aquí?».

 

En el momento en que Plisetsky clavó sus dientes en el lóbulo, y empezó a lamer la piel de su oreja, provocando un suspiro en el contrario, Yuuri apartó la mirada y tragó saliva.

 

Se sintió sumamente incómodo, aunque de una forma que no sabría explicar. Tenía el corazón acelerado, y una gran cantidad de adrenalina corría por sus venas, alterando su respiración.

 

—¡Ah, Yuuri! —sentenció Phichit, pegándole un susto—. ¿Verdad que vimos un Flash Mob a unas cuadras de la avenida principal?

 

—A-a-ah… sí.

 

—Estaban todos disfrazados de doctores y enfermeras, y cuando pensamos que se acercaban a un herido, descubrimos que habían planeado una rutina de baile enfrente de una tienda de instrumentos musicales. ¡Fue una pasada!

 

—¿No lo grabaron? —preguntó Katia.

 

—Sí. Y tomé varias fotos. Te paso mi Instagram de una vez, y mi número.

 

—Claro.

 

—Lo publiqué en la noche porque ayer que salí con Yuuri, me quedé sin datos.

 

El tiempo que se entretuvieron en ello, bastó para que el patinador japonés regresara su atención a los otros dos. Pero se arrepintió infinitamente de haber sucumbido a la curiosidad.

 

Plisetsky había alzado el mentón del kazajo, y unió sus labios en un beso. Probablemente no duró más de cinco segundos, pero Yuuri había visto con absoluta claridad cómo Otabek correspondía a la intromisión de su lengua, abriendo su boca, mientras le acariciaba la cintura.

 

Su cara se encendió al rojo vivo, cual hierro incandescente. Y esta vez sí que atrajo las miradas de Katia y Phichit.

 

—¿Yuuri? ¿Estás bien? —preguntó la chica.

 

—Estás ardiendo. —Y fue su amigo quien señaló dicha obviedad al tocar su frente—. ¿No tienes fiebre?

 

—No. Sólo tengo calor, voy a lavarme la cara —pero antes de salir del living se detuvo a preguntar—: ¿Alguien sabe dónde hay un baño?

 

—Hay uno junto a las escaleras —dijo Katia, y lo acompañó para mostrarle—. Es ahí, del lado izquierdo. Pero antes de llegar a la habitación del fondo, a mano derecha.

 

—Gracias. —Al principio dudó, pero la sujetó del brazo. Y la chica aguardó, extrañada—. Ven. Por favor.

 

Luego de echar un vistazo por encima de su hombro, la llevó hasta a la habitación del fondo.

 

—¿Sabes si está vacía?

 

—No sé. Ahí nunca he entrado.

 

Lo comprobó jalando la manija. Y efectivamente, tenían el paso libre. Así que entraron a la pequeña pieza desprovista de muebles, y Yuuri se asomó por el resquicio antes de cerrar la puerta.

 

—Espero que no venga nadie —suspiró.

 

—…Si no se tratara de ti, ya habría empezado a gritar.

 

—Lo siento —se rascó la cabeza, e hizo un ademán japonés con una mano al frente a modo de disculpa—. Tengo que pedirte un consejo.

 

—Vale.

 

A continuación, no hizo ninguna pausa, con tal de evitar que Katia le hiciera demasiadas preguntas:

 

—Viktor y yo terminamos. No confía en mí porque pasó algo que no recuerdo en la fiesta de cumpleaños de Phichit, y como bebí, el punto es… ¿Crees que realmente tenga sentido darle tanta importancia a algo que ocurrió cuando yo no estaba en mis cinco sentidos, aún si Viktor alega que “si pasó es porque subconscientemente yo deseaba que así fuera”, y alardea de conocerme mejor que nadie más para respaldar su teoría?

 

La chica frunció el ceño, pensativa.

 

—Entiendo. Pero no creo poder ayudarte.

 

Katsuki agachó la cabeza, un tanto decepcionado.

 

—Porque en parte debe tener razón.

 

—¡¿Qué?! —se tapó la boca, recordando que estaban escondiéndose de los demás—. Por supuesto que no la tiene.

 

—Entonces, ¿lo que pasó…?

 

—No quiero hablar de eso —sentenció tajante—. En verdad no quiero. Estoy harto. Y no tengo que darle explicaciones. Yo sé lo que siento por él. No sé por qué cree que lo cambiaría por Phichit. Es un bobo.

 

Se cruzó de brazos, y apretó los dientes, furioso. Aunque suavizó su semblante cuando la chica soltó una risita.

 

—¿De qué te ríes?

 

Pero le contestó con otra pregunta.

 

—¿Y Phichit qué opina al respecto?

 

—Lo dejó en el pasado. Nuestra amistad no cambió en lo absoluto. ¡Te digo que Viktor está loco!

 

—¡Shhh! Nos van a oír.

 

—Cierto. Es que… Aaagghh si tan solo pudiera…

 

—Tengo algo en mente —lo interrumpió, para decirle en voz baja lo siguiente—: Lo mejor es que esperes a que las cosas se aclaren por sí solas. Pero si es una inseguridad suya muy arraigada, no dudo que siempre te hará una escena de celos a la mínima sospecha. Deberías probar celándolo a propósito.

 

Antes de decirle que le parecía una mala idea y no estaba dispuesto a traicionar su confianza así, Katia aclaró:

 

—Ahora que rompió contigo puedes hacerlo, precisamente porque ya no son pareja. Lo importante es analizar su reacción. Si se pone como un loco irracional, menos mal que rompieron a tiempo.

 

—U-Un momento… Yo no quiero ponerlo a prueba. Lo amo. Y sé que sus celos no arruinarían nuestra relación, no a ese grado.

 

«Acabo de cometer un error. Podría interpretar que seguimos juntos. Mierda, mierda, mierda».

 

—¿Cómo que “a ese grado”?

 

—Me refiero —se apresuró en explicar—, a que tranquilamente sugirió que debíamos darnos un tiempo. Nunca me ha agredido, ni me ha hecho una escena de celos… No pasó nada grave.

 

—Ah, entiendo. Tal vez sí te preocupas por nada. Sólo dale tiempo.

 

—Puede ser. No estoy seguro.

 

Casi se le sale el corazón cuando escuchó que tocaban la puerta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«¡¿Cómo pude omitir algo tan importante?!», se reprendió mentalmente al llegar a su habitación.

 

Observó detenidamente las dos piezas de corazón, y sus labios esbozaron una sonrisa. Acto seguido, los metió en su caja para acomodarlos junto a los anillos.

 

«Ansío colocar en tu cuello el collar con mi nombre. Pero deseo mil veces más volver a colocar la sortija en tu dedo, mi amado Yuuri».

 

Si bien era cierto que él no pidió explícitamente esos collares, sino un obsequio de libre elección, había sido culpa suya no prever que Yurio los entregaría justo el día de su rompimiento.

 

«De tantas opciones disponibles, se te ocurre algo como esto».

 

Algo que simbolizara su amistad con el chico nipón habría sido más adecuado. Pero claro, estaba pensando en quedar bien con su entrenador-dueño-de-la-piscina, y qué mejor que un romántico regalo de pareja para lucirse con creces.

 

Viktor dio un par de golpecitos en su frente con el celular.

 

«Tengo que explicárselo a Yuuri, o pensará que soy un desalmado».

 

Otabek se lo había hecho saber anticipadamente, pero no iba a pedirles que pensaran en otra cosa a última hora. No sólo por educación sino porque realmente quería tener en sus manos esos collares. Eran hermosos, no podía negarlo. Además, el día anterior aún no había hablado con Yuuri, y no habría podido adivinar si estaría de acuerdo con el dichoso plan u optaría por descartarlo.

 

«Si el timbre no nos hubiera interrumpido tan pronto… ¿A quién engaño? Debí controlarme. Yuuri, tus besos me hicieron perder la cabeza».

 

Lo menos que podía hacer, era hablarlo con su prometido por privado, así que le envió un mensaje anteponiendo la palabra clave.

 

«Listo. Ahora, a recibir a mis invitados y ocuparme de los últimos detalles».

 

Lo que el pentacampeón ruso había preparado para esa tarde, era una auténtica fiesta de bienvenida con parrillada y postres para todos. Sólo hacía falta poner manos a la obra para picar el puerro, cebolla, pimientos y combinar todo con las especias que llevaba Celestino desde Tailandia. Aunado a que su ayuda le facilitaría tener todo en orden y sin prisas.

 

«Fue una buena idea dejar los postres listos desde anoche. Mhh… imagino que Yurio no querrá esperar hasta después de la parrillada. Le diré que ya puede meterse a nadar».

 

Se asomó al living, pero en cuanto vio que el pelinegro no estaba en ninguna parte, preguntó por él.

 

—Fue al baño —contestó Phichit, y el rubio agregó:

 

—Con Katia.

 

—¿Cómo dices?

 

La sonrisa del patinador más joven se curvó en un gesto malicioso, mientras juntaba su mejilla a la de Otabek, aun abrazándole del cuello.

 

—Lo que oíste. Yo vi que la agarró de la mano y se la llevó al baño. No sé para qué.

 

—Ya veo —aclaró su garganta, guardando la compostura—. Cuando vuelvan, ¿le dicen a Yuuri que vaya a la cocina a ayudarle a Celestino con lo que haga falta?

 

—Iré yo —se apuntó Phichit.

 

—Gracias.

 

En realidad no tenía pensado pedírselo a su prometido, pero fue lo único que se le ocurrió para disimular el haber preguntado por él en primer lugar.

 

«Espero que no le esté contando que la ruptura es fingida. ¿Sería capaz…? Iré a cerciorarme».

 

Avanzó hasta plantarse frente a la puerta del baño.

 

Tampoco se detuvo a considerar si debía tocar antes, y aunque creyó que tendría seguro, consiguió abrir sin más. «No hay nadie». Sin embargo, no tardó en escuchar unos murmullos provenientes de la habitación adyacente, y se acercó lo suficiente para entender de qué iban tales cuchicheos.

 

—¡Te digo que Viktor está loco!

 

—¡Shhh! Nos van a oír.

 

—Cierto. Es que… Aaagghh si tan solo pudiera…

 

—Tengo algo en mente.

 

Por más que pegó la oreja a la puerta, no logró averiguar qué tanto le decía Katia. Así que se apartó y caminó de regreso a la cocina. No obstante, la incertidumbre fue mucho más fuerte, e intentó captar alguna frase de nueva cuenta.

 

—Ahora que rompió contigo puedes hacerlo, precisamente porque ya no son pareja.

 

«¡¿Hacer qué?!». Estaba impaciente por entrar y preguntarles qué demonios estaban tramando, y sobre todo por qué tenían que esconderse de todo el mundo.

 

«Como si irrumpiendo en la habitación fueran a decírmelo… ¡¿Y por qué estoy haciendo esto?! Yo debería estar con Celestino sazonando la carne».

 

Volvió sobre sus pasos. Pero se retractó por enésima vez, y en esta ocasión, sí tocó la puerta con los nudillos.

 

—Ho… la —fue lo único que alcanzó a decir antes de que Yuuri, quien le abrió unos segundos, volviera a cerrar la puerta de golpe.

 

—Es Viktor —avisó del otro lado.

 

—¿Y por qué le cerraste la puerta?

 

Abrió de nuevo, pero esta vez se llevó a la chica de la mano hasta la sala, y en ningún momento confrontó la mirada del peliplateado.

 

«¿Con qué sí, eh? ¿Ahora vas a ignorarme? Pues bien, no me molesta. Así nuestra ruptura será más realista».

 

—¿Estás llorando?

 

—¡Yurio! ¡No aparezcas de la nada, ¿quieres?! —se limpió el lagrimal—. Y no. Me entró una basura en el ojo.

 

Su móvil vibró, pero definitivamente no iba a revisarlo enfrente del rubio.

 

—Puedes meterte a la piscina cuando quieras, no tienes que esperar hasta después de la comida. Sólo dile a los demás que te ayud... —se fue sin que terminara la oración—. Qué desesperado.

 

Rodó los ojos y, aprovechando que ya no estaba, se metió a la habitación vacía para leer el mensaje.

 

Yuuri: Prego. Confidente. Misma hora.

 

«¡¿Sí se lo dijo?! Pero acordamos que nadie más lo sabría».

 

Viktor: No quedamos en eso.

 

Yuuri: ???

 

Viktor: Nos vemos en mi habitación.

 

Yuuri: Iré a la piscina.

 

—Necesitamos hablarlo primero, Yuuri —mordió su pulgar, indeciso. Pero aunque se planteó llamarle, Phichit se había adelantado.

 

“Celestino me dijo que te llamara. Ya terminamos. ¿Vendrás a la cocina? ¿Estás arriba?”.

 

—Voy para allá.

 

Viktor: Borraré la conversación. Te amo.

 

Aguardó unos segundos, puesto que lo vio en línea y marcaba que leyó su mensaje. Pero no escribió nada más. «Habías dicho que repetirías cuánto me amas todos los días, un millón de veces, hasta hartarme…».


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