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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 12. UNA NOCHE JUNTOS


—Gracias por ayudar a Yurio con la cubierta de la piscina.


—No hay de qué. La verdad es que con la ayuda de Celestino, no fue tan difícil —esperó a que el peliplateado abriera el refrigerador para empezar a sacar los pequeños moldes con pudín y helado ruso artesanal—. Y con lo desesperado que estaba Yuri, siento que fue quien puso más empeño en quitarlo.


—Katia… —le pasó una bandeja para acomodar los postres, pero cuando la chica la sujetó, él no cedió, y en cambió dijo en voz baja—: Ya sé que Yuuri te lo contó todo. Sólo promete que no se lo dirás a nadie.


—¿E-El qué?


—Promételo.


La nutrióloga le dio su palabra, escéptica en si quería mantener en secreto la infidelidad de Yuuri, o a qué se refería exactamente.


—Te dijo que yo estaba loco, lo oí. Pero ya lo habíamos hablado, y estuvimos de acuerdo en que no hay otra forma de solucionarlo.


«¿Romper es la solución a un supuesto engaño? Si Yuuri ni siquiera recuerda lo que ocurrió. Y ninguno de los involucrados le toma importancia. ¿Por qué a ti te obsesiona tanto?».


—No considero que fuera la mejor decisión.


Mientras Viktor hacía referencia a la falsa ruptura, con motivo de eludir a la prensa; ella daba su opinión sobre las acusaciones incriminatorias del entrenador, que era lo que le había contado el pelinegro en realidad.


Katsuki en ningún momento reveló el plan de común acuerdo.


—Yo tampoco estaba muy convencido, pero Yuuri lo prefirió así. Si él hubiera querido que todo siguiera como hasta ahora, me habría retractado —soltó la bandeja, dejándosela a la chica, y volvió al refrigerador para coger el refractario con el delicioso pastel ruso conocido como ptichie moloko.


—Quieres decir… ¿que fue su decisión?


—Sí, él tiene la última palabra. En eso quedamos. Si él me dice que paremos esto, se termina. Así de simple.


—Ya veo.


«¿Entonces es Yuuri quien no quiere volver con Viktor? Ya entiendo. No perdonó su falta de confianza, ni que pusiera en duda sus sentimientos. Imagino que no querrá retomar la relación hasta que Viktor olvide ese absurdo rencor contra Phichit. Yuuri, ¿por qué no me dijiste que fuiste tú quien lo terminó?».


—Me esforzaré para no arruinarlo.


La chica le dedicó una sonrisa condescendiente, mas no pudieron seguir hablando, ya que Celestino entró.


Ciao-ciao. ¿Todo bien? Como tardaban mucho, pensé que tal vez necesitaban una mano.


Entre los tres, llevaron los aperitivos a la mesa del jardín. Posteriormente, el anfitrión partió el pastel en rebanadas, y lo repartió entre los comensales.


—Beka, ¿no quieres un poco de mi ptichie moloko? —tomó un pedazo con el tenedor, y lo acercó a los labios de su novio.


—Gracias, Yura.


El kazajo degustó el suculento soufflé, lamiendo con premura la punta del tenedor. Y por supuesto que, mientras el pelinegro desviaba la mirada y contenía la respiración, el tailandés ya había hecho varias fotografías en modo ráfaga.


—Tebe nravitsya moloko? (¿Te gusta la leche?) —preguntó el rubio en tono sugerente.


Otabek asintió, creyendo que le había preguntado si le gustó el postre. Y fue la chica rusa quien sin querer dejo caer su tenedor sobre el plato, en un vibrante restallido. Nikiforov sólo mostró una sonrisa angulosa, absteniéndose de hacer cualquier comentario.


Por lo menos ellos dos habían entendido el doble sentido que Yurio le atribuyó al nombre del aperitivo (lit. Leche de pájaro).


Ulterior a la comida y sesión fotográfica, la plática de los mayores giró en torno a la competencia de patinaje.


Viktor escuchó atentamente las apreciaciones artísticas en la coreografía que Celestino le tenía preparada a Phichit. Bueno, tal vez su atención estaba más centrada en el pelinegro de lo que aparentaba a simple vista, pero asentía de vez en cuando para disimular un poco.


«¡¿Qué le dijiste a Katia?!». Yuuri mantenía los ojos fijos en el centro de la mesa, sin decidirse a preguntar por mensaje.


«Esperaré a mañana». Él también hizo lo posible por escuchar a Celestino, pero a cada rato volvía a darle vueltas al asunto. Y sobre todo a lo que Phichit le había dicho en la habitación de Otabek.


—Yuuri, ¿no quieres venir a la piscina? —era la voz de su mejor amigo, distrayéndolo de sus cavilaciones.


La pareja de patinadores más jóvenes y la nutrióloga ya se hallaban en el agua, y el ofuscado nipón recién notó que ya no había nadie más frente a la mesa.


—¿Y Viktor?


—Él y Celestino se fueron a cambiar de ropa —para su sorpresa, Phichit lo tomó de la mano y se acercó a su oído—. Tienes que demostrarle que no lo necesitas para pasarla bien.


—C-Claro.


Fueron a sentarse en el último escalón junto a la barra metálica, donde el agua les llegaba por debajo de los hombros.


—Menos mal que no está fría.


—Sí. Es muy relajante.


La quietud del líquido cristalino y el ambiente fresco, aunado a la luminosidad difusa, hacían que Yuuri se sintiera algo adormecido, pero no lo suficiente para quedarse dormido.


En el extremo contrario, Yurio se impulsaba como una flecha silenciosa bajo el agua, y de vez en cuando se acercaba a la orilla para descansar junto a Otabek, flotando en la superficie. Aunque extrañamente ahora mantenían una distancia de por lo menos medio metro entre sí.


—¿A ti no te parece raro?


—¿Qué?


—Que ellos dos sean pareja —recargó los brazos sobre sus rodillas, y alzó la mirada al cielo despejado, trocado a un azul marino vespertino—. No creo que ser novio de Yurio sea algo lindo.


Phichit rio por lo bajo.


—Eso sólo lo puede saber Otabek.


—Lo imagino tratándolo como su esclavo de tiempo completo —arrugó la nariz y contrajo los hombros, enfatizando su desconfianza—. Y no dudo que llegue a usar ropa de cuero, o tenga un látigo guardado para enseñarle quién manda.


—Woow, qué miedo. Pero no parece tan huraño.


«Tiene razón. Ahora no lo parece».


—Mmm…


—Supongo que Otabek mantiene a la verdadera fiera bajo control.


Ekaterina no tardó en acercarse. Y durante las próximas horas parecía que ambos intentaban lo imposible por animar al nipón. Manteniéndolo lejos del peliplateado, especialmente.


Yuuri no podía creer que en verdad consiguieran eliminar toda la tensión acumulada y ayudarle a disfrutar el día.


«Gracias chicos».


—No dejaremos que ese miserable te humille —sentenció Phichit en voz baja, despeinando el cabello de Yuuri.


—Ni tampoco que desprecie tus sentimientos.


«De acuerdo, era demasiado bueno para ser verdad. Ya había olvidado que por mi culpa piensan que Viktor es un tirano».


Entrada la noche, el anfitrión preguntó si querían que los llevara de regreso al departamento y la casa de huéspedes.


—Si no es mucha molestia —concedió Celestino.


—En absoluto.


Por otro lado, vio que Yurio se había quedado dormido y Otabek lo cargaba en brazos.


—Creo que está demasiado agotado de tanto nadar.


—Podríamos quedarnos —sugirió Katsuki—. Así no tendrías que ir hasta el otro extremo de la ciudad.


—Es verdad. La casa de huéspedes de Celestino y Phichit me queda mucho más cerca. Y podría poner una colchoneta en la habitación de Otabek para que se quede…


—¡Yo! —exclamó Yuuri, con la repentina preocupación de que nombrara a Katia y lo descartara a propósito para ofrecerle su habitación.


«No quiero que el plan se eche a perder».


—Bien. Otabek, Yurio y Katsuki en la misma habitación.


«¿Le llamó por su apellido?». Dicha interrogante cruzó la mente de todos los oyentes, mas nadie se pronunció al respecto.


—Y Katia, puedes quedarte en mi cama si quieres. Yo usaré un sleeping para dormir en el piso.


—N-No es necesario. Me quedaré con Yuuri en la colchoneta —lo cogió del brazo, y el pobre incauto hasta pegó un brinco.


«¿Qué?».


—Como quieran —aceptó el ojiazul, arrastrando las sílabas. Pero procuró que la sonrisa de su rostro no se borrara.


«¡¿No sientes que te estás tomando muy en serio eso de ayudarnos a mantener la farsa, niñita?!», replicó internamente.


Y así se hizo. Viktor llevó a dos de sus invitados a la casa de huéspedes, mientras los demás se acomodaban en la habitación del kazajo.


—Perdón por invadir tu espacio —el pelinegro agachó la cabeza, disculpándose con Otabek de antemano, pues sabía que no le gustaba recibir visitas, y seguramente no le caía en gracia que se hiciera una pijamada en su cuarto.


—No te preocupes. Sólo será una noche.


Los tres se turnaron en el baño para cambiarse y ponerse su ropa otra vez, a excepción de Beka, quien sí tenía su pijama a la mano. Además, le colocó un albornoz de algodón grueso al ruso, lo recostó en su cama cuidadosamente, y luego de besar su frente, lo cubrió con las cobijas.


—Yuuri, necesito hablar contigo —soltó la chica, de pronto—. Es sobre tú y Viktor.


—… —el pelinegro volteó a ver al kazajo por un segundo, antes de preguntar—: ¿Te lo dijo?


—Sí. Y debo admitir, que también se lo conté a Phichit por mensaje, antes de meternos a la piscina.


«¡A la mierda el plan! ¡Y desde el primer día! Bien hecho, Katsuki Yuuri», fustigó contra sí mismo.


—Ya dilo. Que lo sepa Otabek de una vez —exhaló sin una pisca de ánimo y de brazos cruzados, avergonzado de su propia torpeza.


Katia no estaba muy segura, pero al final murmuró:


—Debiste decirnos que fuiste tú quien terminó con Viktor.


La expresión del chico se trocó en un gigantesco signo de interrogación. Afortunadamente, la chica sí se explayó en la hipótesis de sus conclusiones.


«Viéndolo por el lado positivo, soy el bueno y no el infiel sinvergüenza… O tal vez un poco de ambos. Entiendo por qué se supone que lo terminé, pero sigue sin gustarme cómo lo perciben los demás. De nada me sirvió decirle que había sido una ruptura pacífica».


Cuando llegó el entrenador ruso, les tendió una colchoneta en el piso y les prestó unas cobijas, así como un dakimakura de Yuuri.


—Es tan raro —se quejó el, observando su propio rostro impreso en la tela.


—Así me sentiré como en casa —disintió ella.


—Sí… disfrútalo. Además, ahora tienes al de carne y hueso a tu lado, ¿qué más puedes pedir? —luego de sacar el montón de ropa que tenía guardada en el clóset del kazajo, se marchó a su habitación.


«Parece que estuviera molesto».


Apagaron las luces, aunque todavía era relativamente temprano para dormir.


Ekaterina: Crearé 1grupo de whatsapp.


Yuuri vio que sólo lo agregó a él y a Phichit, colocando el nombre de “Ángeles de Yuuri”, para luego cambiarlo unas veinte veces y terminar poniendo “Sam”, aludiendo al número de personas que lo conformaban en Sino-coreano.


En teoría, el objetivo del grupo era ayudarle con sus problemas amorosos, y consultarlo cuando fuera necesario, así como mantenerse informados sobre cualquier cambio o percance. Aunque el patinador tailandés y la chica no pararon de escribir una letanía de mensajes superfluos, y Yuuri acabó por silenciar el grupo en un vano intento por descansar.


Al poco rato, Katia se ausentó de la habitación, diciendo que tenía una llamada de su novio.


«Por fin. Hora de dormir». Bostezó y estiró los brazos, acomodándose de lado con las manos bajo el dakimakura, ya que la temperatura descendía paulatinamente. «¿Viktor nos despertará de madrugada para ir a entrenar? Por mí no hay problema si tengo que usar los patines del centro de entrenamiento».


Se quedó mirando la luna a través de la puerta de vidrio, hasta cerrar los ojos e imaginarse a sí mismo en la pista de hielo: un numeroso público atento a su interpretación, que pronto fue disuelto por su mente en una humareda blancuzca, con tal de centrar toda su atención en los movimientos. Ganó velocidad, y se elevó en el aire, aterrizando todos sus saltos con movimientos fluidos y suaves.


Los latidos de su corazón se intensificaron en el último elemento de su rutina, pues al otro lado de la barrera se encontraba el seductor ruso, con los brazos abiertos.


No había una sola persona a su alrededor. Y a pesar de ello, las exclamaciones cargadas de emoción y energía positiva inundaron el lugar. El pelinegro abatió a sus rivales con el puntaje más alto. Pero no era la medalla, ni alzarse en el primer lugar del podio, lo que mantenía su euforia al límite, sino la expectativa de un beso por parte del peliplateado.


Esos labios tan perfectos y deliciosos, que ansiaba morder incluso en sueños, mientras el frío hielo bajo su espalda se derretía con el calor de sus cuerpos. «Viktor… Te amo. Te amo tanto». Dicha calidez se tornó sumamente placentera por las atenciones del ruso en su cuello.


Sin embargo, aún abrazándolo, escuchó el murmullo de alguien más. Una especie de jadeo sumado a una frase incomprensible. Y en medio de su aturdido despertar, notó que el cuerpo que sostenía se volvía exageradamente blando e inconsistente.


—No te muevas tanto. Los vas a despertar.


Era la voz de Yurio.


Y entonces cayó en la cuenta de que era el dakimakura, y no a Viktor, lo que abrazaba con fuerza. De alguna manera había rodado cerca de la puerta de vidrio, llevando consigo a su clon de tela relleno de algodón. «Por eso siento tanto frío».


—Nhh… Yura, te lo suplico. No sigas…


—Pero si esto te encanta.


Aun congelándose, Yuuri comenzó a sudar de los nervios. De nuevo tenía el pulso acelerado, y aunque quería regresar a la colchoneta cuanto antes, temía ser descubierto. Habría jurado que el tiempo transcurría mucho más lento de lo normal, torturándole.


«¿Por qué demonios le dije a Viktor que me quería quedar en este cuarto?». Por desgracia, ya era tarde para arrepentimientos. «Yo mismo habría bajado la colchoneta a la habitación vacía. ¿Cómo no se me ocurrió antes?».


Distinguía sus rostros gracias a la luz que se filtraba del exterior. Y aunque las sábanas cubrían la mayor parte del cuerpo, alcanzaba a ver cómo el rubio besaba la oreja de Otabek, pasando su lengua en movimientos sutiles, hasta hacerlo retorcerse de placer. Cada vez lo hacía más rápido, mordisqueando su lóbulo. Incluso recorrió el cuello y la clavícula con sus labios, descendiendo por su abdomen, sin detenerse. No obstante, al perderse bajo las sábanas, el kazajo se puso de pie, escapando del todo.


La reacción instintiva de Yuuri fue cerrar los ojos, apretándolos como si su vida dependiera de ello.


—Voy al baño.


El sonido de la puerta sobresaltó al pelinegro, pero prefirió no abrir los ojos todavía. «Cuando Otabek regrese, esperaré unos minutos y después me muevo de aquí». Apenas y soportaba ese desagradable tacto gélido del piso, en combinación con el aire helado que traspasaba el vidrio a sus espaldas.


A diferencia del pobre chico atormentado, Ekaterina dormía plácidamente, ajena al martirio que suponía para Yuuri tener que esperar mientras su piel se congelaba y sus extremidades se entumecían.


«Katsuki, eres un cobarde. ¿Qué más da si Yurio se da cuenta de que estás despierto?». Pero antes de lograr convencerse de estar exagerando la situación, un movimiento repentino del diafragma lo traicionó, obligándolo a estornudar.


Sintió que la sangre se le subía a la cabeza, porque justamente su mirada se había cruzado con la del Punk Ruso.


Si por él fuera, ya habría saltado por el balcón, mas sus piernas lo hicieron levantarse de golpe y regresar a la colchoneta, cual niño asustadizo que acababa de ver un espectro.


—No sabía que te gustara mirar.


Yuuri se quedó tieso con ese comentario.


«¡¿Cree que me puse ahí para observar lo que hacían, intencionalmente?! No puede ser».


—Sí que eres raro.


Ni siquiera se planteó una defensa ante tal difamación porque Otabek volvió, y era obvio que los había escuchado, estando el baño tan cerca.


«Por favor que no continúen». Prefería mil veces que lo tildaran de mirón y lo criticaran el resto de la noche, que seguir soportando esa clase de encuentro lascivo.


—¿Todavía te duelen mucho los hombros y la espalda? —preguntó el mayor.


—Más o menos.


—No debiste nadar tanto tiempo bajo el sol. Ni siquiera esperaste a que el bloqueador se absorbiera como es debido.


—Ya sé. Deja de regañarme. Es culpa de Viktor por invitarnos en un día soleado.


—Aunque sólo duró dos horas, y podías…


—No quise, y punto.


Katsuki escuchó un beso, aunque ya no se encontraban en su rango de visión.


—En junio habrá más días soleados, ¿no?


—Depende. Yo diría que en julio o agosto.


—¿Y sí iremos al Palacio de Peterhof?


—Si tú quieres. ¡Ah!, antes de que lo olvide. No te dije dónde estaba el segundo regalo que te traje. Hay un cierre en la parte interna de mi mochila, donde estaba la toalla.


A Otabek le bastó con estirar el brazo, pues había dejado la mochila junto a la cama. Y enseguida encontró un dije metálico.


—Ahora no se ve muy bien —se lo colocó en el cuello, guiándose sólo por el tacto—, pero la pieza es una nota musical.


Lo cual hacía alusión a su hobby como DJ.


—Y tiene un pequeño compartimento. Así que más te vale poner una foto mía allí dentro.


—Me gustaría más una donde estemos tú y yo, besándonos.


—S-Sí, también puede ser.


«Nunca había escuchado a Yurio tan… ¿En serio es el mismo Yurio que yo conozco? ¿O en qué momento cambió de lugar con su gemelo tímido-no-asesino?». Al menos ese detalle aminoró la tensión y calmó sus nervios.


—Amor… —la voz del kazajo adquirió un matiz aterciopelado—. Ya no puedo esperar a pasar una noche blanca contigo.


«¿Noche blanca? ¿Qué es eso?».


Intuía que no querría saberlo, pero no podía evitar escucharlos.


—Apuesto a que será genial. Yo tampoco puedo esperar —dio un enorme bostezo, y se recargó en el firme pectoral de su chico—. Juro que seré capaz de pasar toda la noche en vela contigo ese día, pero hoy estoy muerto. Me duele todo.


Otabek besó su mejilla y lo envolvió en un cálido abrazo.


—Descansa, amor.


El rubio estaba tan agotado, que realmente no tardó nada en volverse a dormir.


Y fue quizás a altas horas de la madrugada que el patinador nipón consiguió relajarse lo suficiente hasta ser presa de la anhelada somnolencia. Mas no contaba con la intervención de cierto peliplateado noctámbulo, escabulléndose de la comodidad de su cama para entrar sigilosamente por el balcón.


Se aproximó a hurtadillas, cubrió su boca, y le susurró al oído:


—Dejé la puerta entreabierta. Ven.


Y en efecto. El viento helado se colaba a través del pequeño resquicio.


Katsuki se rehusó a seguirlo, pero Viktor lo cargó, y en menos de un minuto ya lo había trasladado hasta su cuarto.


—¡Viktor, ¿qué haces?! —exclamó sin alzar mucho la voz, a pesar de que ya se encontraban a puerta cerrada, con total privacidad.


—Lo siento, te necesitaba conmigo —lo abrazó del cuello, acariciando su cabello, mientras depositaba un sinfín de besos por todo su rostro—. No puedo más. Todo el día estuviste tan lejos de mí, y te extrañé tanto. Además, no volveré a tenerte en mi casa hasta dentro de tres meses.


—Eso es verdad —se apartó sólo para tomar su mano y acompañarle hasta la cama—. Pero tengo que irme antes de que los demás despierten.


—Lo sé. Sólo serán quince minutos —besó el dorso de su mano—. Recuéstate encima mí, ¿quieres?


Yuuri no se opuso a su deseo. Por el contrario, atesoró cada segundo que pasaron abrazados. «Se siente tan cálido y reconfortante». Temía quedarse dormido, pero disfrutar de su compañía y las amorosas caricias en su cabeza lo instaban a confiar ciegamente en que Viktor le avisaría.


—Te amo.


Esas palabras se deslizaron en los oídos del ruso cual acordes de una dulce melodía. «Lo dijiste de nuevo… Mi hermoso Yuuri».


—¿Mucho?


El pelinegro alzó la cabeza y lo miró a los ojos. Y cuando el ojiazul creyó que le respondería, fue sorprendido con un beso muy efusivo.


Viktor entrelazó los dedos en su cabello y se dejó llevar, acatando cada demanda implícita de su boca, evitando ser él quien dominase el proceder del chico, hasta que éste atrapó su labio como había hecho la última vez.


Sus mordidas eran suaves, mesuradas, e impregnaban el sentido del gusto con un elixir adictivo e irresistible que su prometido fue incapaz de soportar.


Una terrible sed surgió en su garganta, desencadenando la urgencia que abrasaba su vientre. «Yuuri, te necesito». Frotó su espalda por debajo de la ropa, besándolo con desesperación. Y apenas lo abrazó con sus piernas, giró hasta colocarlo debajo, arrebatándole la prenda superior.


Entre besos y caricias, el chico nipón trataba de formular una frase, pero su voz se atenuaba en esa oleada de pasión desenfrenada.


—V-Viktor… Aahhh, ¡no!


Su espalda se arqueó.


Y a pesar del esfuerzo por resistirse, no logró refrenar la saciedad que sobrevino al emanar profuso de su néctar.


 


 


 


 


 


 


 


Aunque el rubio dormitaba en los brazos del kazajo, éste no conseguía mermar la inmensa alegría que sentía por el simple hecho de tener a su adorado Yura junto a él. Y en realidad, cada vez que uno de sus más íntimos sueños se materializaba, una turba de emociones se apoderaba de su albedrío, y sin importar cuánto lo sedaran, también lo mantenían muy despierto y alerta.


«No creí que Nikiforov lo dejara quedarse conmigo sin siquiera pedírselo».


Cerraba los ojos por momentos, pero estaba muy atento al respirar acompasado del ojiverde. Y pese a toda discreción, se percató de la intromisión furtiva del entrenador ruso.


«¿Qué hace aquí?».


No quería despertar a Yurio, así que no hizo ningún movimiento brusco, pero claramente vio cómo Viktor se llevaba a Yuuri a la habitación contigua.


 


 


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