Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

PRAGMA por AkumaBelial

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

CAPÍTULO 13. EVIDENCIA


«No puedo creer lo que acaba de ocurrir».


El patinador sintió un objeto vibrando bajo la almohada.


Había transcurrido tan sólo una hora desde que su núbil cuerpo —así lo percibía, independientemente de su edad, y sobre todo en relación a su experiencia nula— consintió aquellas sensaciones indescriptiblemente placenteras.


Viktor lo llevó a la habitación de Otabek como había prometido, antes de que los demás despertaran. Sin embargo, no encontraba la manera de dormir después de su encuentro.


«Sucedió tan rápido».


No es como si el peliplateado le hubiera arrebatado lo más valioso previo a contraer nupcias, pero de todas formas, nunca habían llegado tan lejos.


De sólo pensar en la lengua del ruso recorriéndole la piel, siguiendo con especial cuidado la estela blanquecina, desvaneciendo todo rastro… Volvía a sentirse con fiebre.


De camino al centro deportivo, su jaqueca empeoró. La única ventaja era que, momentáneamente, olvidó su antigua preocupación por el retorcido sujeto que se había hecho pasar por taxista. Ya no actuaba como un paranoico con delirios de persecución.


—Odio usar los patines de aquí —fue la primera queja de Yurio, al sentarse en la banca para atarse los cordones.


—No están tan mal.


—¡¿Pero, qué dices?! El filo de la orilla me corta la piel. Y más que incómodos, parece que uno metiera el pie en un molde de plástico. ¡Son horribles!


—Menos queja y más práctica Koneko-chan —terció el entrenador ruso—. Quiero ver la secuencia de giros que estuviste practicando. Y espero la perfecciones hoy mismo.


El rubio lanzó un bufido y cuchicheó para sí:


—Sí, claro. Y quiere que lo consiga con los pies metidos en estas cosas.


«En realidad, tú también estuviste de acuerdo en venir aquí sin desviarnos al departamento. Allí hubiéramos podido recoger nuestro equipo», pensó el pelinegro.


A pesar de su axiomática apatía, Plisetsky aprovechó que Otabek estaba presente para lucirse como nunca en su presentación. Y ya que tanto él como su homónimo nipón habían cambiado el orden de saltos en pos de incrementar la dificultad de la rutina y exigirse el doble, Viktor los posicionó en paralelo.


—Quiero que ejecuten el Yuratsudon con un mismo tempo.


—¿Tengo que entorpecer mi presentación? ¿En serio? —inquirió el menor, inconforme.


—Mmhh… Yo diría —frotó su barbilla con el dedo índice, juicioso—, que más te vale no descomponer la forma con tal de adelantar a Katsuki. Evaluaré la calidad de cada elemento, así que no te excedas en velocidad.


—Puedo superarlo en ambos aspectos, no me subestimes —sin aguardar a una orden, se ubicó en su sitio, listo para comenzar.


Al compás de la estación de verano de Vivaldi, la danza de los patinadores delineó una floritura, trazando la serie de giros que fungían de eslabón a un triple flip y triple toe loop, seguidos de un sit spin.


—¡Ja! ¿No puedes despegar los pies del hielo, cerdito? —había realizado el último movimiento desde el aire, mientras que Yuuri se ajustaba al giro descrito en el programa original.


—¡Buena idea Yurio! —gritó Viktor desde las gradas, aprobando la variante.


«Así es como se implementan mejoras. Mírame y aprende», pasó por un costado del nipón y se le atravesó enfrente, en una faceta de presunción absoluta.


El pelinegro hizo lo posible por seguirle el ritmo, acoplándose a los cambios. Desgraciadamente, el patinador ruso le llevaba ventaja, dado que adaptó la rutina entera a su complexión y flexibilidad.


—¿No debería armar su propia rutina cada uno? —el perspicaz kazajo ya había intuido que de no ser así, supondría una desventaja injusta.


—Nunca dije que Katsuki tuviera que adaptarse a los cambios de Yurio.


—¿Y por qué no interviene?


Viktor se puso de pie, y se acercó a la pista. Dio un par de aplausos para llamar la atención de los patinadores, y en cuanto se aproximaron, instó a que practicaran los saltos en serie, cada uno en su mitad de la pista, por separado.


«No respondió a mi pregunta», pensó Otabek, intrigado por las razones del entrenador para consentir ese tipo de omisiones, y al mismo tiempo, extrañado respecto a lo que había presenciado la noche anterior.


«Desde ayer lo llama por su apellido. Pero no entiendo por qué».


No le resultó difícil inferir que actuaban de forma muy diferente cuando creían que nadie los observaba. «Siguen juntos, no me cabe la menor duda. Sólo quisiera saber por qué lo ocultan».


Se preguntó si debería consultarlo con Yuri, ya que quizás él supiese la razón.


Por otra parte, Viktor aplazó el Prego para esa misma noche, citando al pelinegro en Moonlight. Y, por supuesto, ninguno de los dos tuvo oportunidad de aclarar las cosas en todo el día.


—Katsudon, ¿qué te ocurre? Estás más lento que de costumbre —los patines del Hada Rusa trazaron una curva antes de frenar.


—No me siento bien —se vio obligado a salir de la pista por culpa del escurrimiento nasal y la jaqueca en aumento.


Una vez en suelo firme, fue Otabek quien revisó su temperatura, colocando el dorso de su mano en la frente del patinador.


—Tienes fiebre.


El kazajo estaba muy atento a la reacción del ojiazul, mas no contaba con que fuera el ojiverde quien de inmediato jalara su brazo, molesto con ese nimio contacto.


—Sí, ya. No eres su termómetro personal.


—Así que era la fiebre… —no paró de sonarse la nariz, a pesar de que ya la tenía muy irritada.


—Será mejor que regreses a casa —fue la recomendación de Viktor. A lo que el chico asintió, y en unos minutos, ya se había retirado de la sesión.


Yurio siguió practicando como si nada. No obstante, notó que el peliplateado ya no prestaba atención a sus movimientos. Incluso disminuyó la velocidad a propósito, convirtiendo los saltos triples en dobles. Y ni siquiera cuando empezó a hacer giros de principiante sin ningún seguimiento ni coherencia, pareció inmutarse.


—¡¿Vas a evaluar mi desempeño o no?! —clavó el filo de su patín en el hielo, levantando un buen pedazo de escarcha.


—Ah… Lo siento —fue como si lo hubiera despertado de un sueño profundo, pues modificó su postura y parpadeó confundido—, ¿omití algo importante?


Plisetsky rodó los ojos y chasqueó la lengua.


—Ya olvídalo —salió de la pista, y se sentó en la banca para deshacerse del calzado que tanto detestaba.


«¡Por fin mis pies descansan de la tortura! Para la próxima, llevaré mis patines a casa de Viktor. No pienso usar éstos nunca más».


—Lo hiciste bien —Otabek se acercó a darle unas palmaditas en el hombro, pero el rubio se erizó de pies a cabeza, encogiéndose en una mueca de dolor.


—N-No me toques, duele.


—Cierto. Perdón, no quise lastimarte —beso su frente, de la forma más suave y mesurada posible.


—Vaya, uno resfriado y el otro con quemaduras… Creo que después de todo no fue una buena idea hacer una fiesta de bienvenida en mi casa.


—Estas quemaduras lo valen, completamente. Es más, si viviera en tu casa podría elegir un buen horario para nadar, siempre bajo la sombra.


—Créeme, no me complace la idea de vivir bajo el mismo techo que tú, ni en mis peores pesadillas.


—Y por eso… es que Otabek y yo cuidaríamos de tu casa. ¿Por qué no te quedas con Celestino? Debe haber muchos cuartos disponibles en esa casa de huéspedes.


Su mirada asesina fue réplica suficiente.


—Era sólo una sugerencia —se cruzó de brazos, decepcionado de haber fallado en el intento.


Viktor no pudo evitar sentir un poco de envidia, ya que a diferencia de él, Yurio y Otabek tenían el resto de la tarde libre para pasarla juntos en pareja. Y lo que más resentía, era no poder estar al cuidado de su amado Yuuri ahora que había enfermado.


Desde luego que le preguntó casi una docena de veces si necesitaba algo, pero sólo consiguió un rotundo “no, estoy bien” con el que tuvo que conformarse, aún si su estómago se encogía cada vez que el chico le colgaba al intentar comunicarse con él por teléfono.


«Estoy siendo demasiado cansino, y sólo haré que se preocupe de que alguien descubra nuestro plan».


Viktor: Ya no insistiré. Perdón por eso. Descansa.


Yuuri: Gracias. Sip.


Viktor: Cuídate mucho. Te amo <3


El pelinegro demoró en escribir, aunque el mensaje sólo contenía cuatro caracteres en su idioma nativo:


Yuuri: Ai shiteru.


—¡¡Dijo que me ama!! —poco le faltó para ponerse a brincar o rodar en el piso de la emoción.


Y no es que le importara reaccionar así en público, pero a veces las paredes tienen oídos, y como había ido a un restaurante cercano para comer algo antes de su sesión de entrenamiento con Phichit… Claro que el tailandés llegó directo al centro deportivo, y de hecho empezó el calentamiento sin Nikiforov.


—Ah, ya estás aquí —exclamó al verlo ingresar.


«Me sigue pareciendo increíble que tenga tanta confianza como para tutearme».


Analizándolo objetivamente, Otabek se diferenciaba de Phichit en que por lo menos le guardaba cierto respeto, aunque más bien mantenía la distancia por costumbre. No era únicamente una cuestión de edades, él siempre erigía una barrera afectiva hacia terceros.


—No me gusta limitarme a la mitad de la pista para practicar. ¿Te parece si nos turnamos?


—Sí, por mí no hay problema —convino el menor, cediendo su turno. Y se ubicó en las gradas, junto a Celestino para observar con atención la interpretación del mayor.


«Carece de puntos débiles. Sus movimientos son impecables. Y no sólo posee una técnica asombrosa, sino que además es preciso en los saltos».


—Sabe calcular la velocidad con exactitud, a pesar de la dificultad. ¿Te das cuenta? —comentó Celestino.


—Y por eso ostenta el título de pentacampeón —el chico grabó parte de su rutina en video, sólo como referencia—. Es asombroso.


—Vaya que sí —frotó su barbilla—. Pero no dejes que te abrume. No es insuperable. Y aunque se mantuvo en la cúspide por tanto tiempo, tendrá que aceptar que tarde o temprano será desplazado por las nuevas generaciones. Y tú tienes mucho potencial.


—Tailandia no se quedará atrás en las competencias internacionales —aseguró enérgico—. Prometo ir directo a la cima, Ciao-Ciao. Los otros países nos tendrán en la mira.


Hizo el signo de la vitoria con los dedos y abrazó a su entrenador para tomarse una selfie con él.


«Sé que lo conseguirás. Tengo fe en ti. Llegarás muy lejos, sin importar lo adverso que luzca el panorama. Nunca te rindes, tienes agallas y no temes al fracaso».


—Siempre estaré muy orgulloso de ti. No hay un solo patinador tailandés que se lo tome tan en serio como tú. Espero que inspires a muchos, y sigan tu ejemplo.


«El futuro de Tailandia en el patinaje artístico sobre hielo está en tus manos».


—Ya es mi turno.


Nikiforov no emitió ningún juicio sobre la rutina de Phichit, dado que esta vez no le correspondía. El único con la obligación de instruirlo era Celestino.


Obviamente, su experiencia no se equiparaba con la del entrenador ruso, quien sí fue capaz de notar hasta el más ínfimo detalle, sondeando sus carencias y debilidades en equilibrio con su habilidad para compensar los picos de tensión y ganar estabilidad al momento de clavar los saltos.


«Se exige bastante, pero aún no presta atención a esos pequeños errores casi imperceptibles. Si los trabajara más, no tendría que compensar con esfuerzo extra. De lo contrario, se cansará tan rápido que no podrá implementar secuencias de saltos y giros de mayor complejidad», reflexionó el ojiazul.


Ambos dieron todo de sí en una sesión que duró cuatro horas en total. Se hallaban exhaustos pero satisfechos. Y mientras iban rumbo a los vestidores, Celestino avisó que tomaría un refrigerio en el área de snacks.


«Es ahora o nunca», pensó Phichit, determinado a cumplir con su cometido. «Veamos si realmente lo amas o sólo estás siendo posesivo y egoísta».


—Yuuri se veía muy lindo con ese traje de baño —comentó justo antes de entrar a uno de los cubículos para cambiarse de ropa. Y al cerrar la puerta, agregó—: Es una lástima que terminaran. Aunque ahora es libre de elegir si quiere salir con otras personas. Siento que podría volver a enamorarse.


«¿A qué viene ese comentario?». El peliplateado mordió su labio inferior, y antes de responderle, entró al cubículo adyacente.


—Así es, es libre —declaró neutral—. Sólo que siempre lo ha sido.


—¿Ah sí?


—Por supuesto. Odiaría ser su carcelero.


«¿En serio crees que alguien tan especial como él merece ser restringido? Cuando tocó fondo, su depresión sobrevino a una falta de confianza en sí mismo. Y si nadie era capaz de incentivarle a no rendirse, esa carencia de amor y confianza propios lo habrían destruido por completo. No habría quedado nada de él. Su esencia se habría desvanecido en el olvido, y ahora no sería más que un cascarón vacío». Sintió un nudo en la garganta al recordarlo.


Phichit era consciente de que Viktor era la fuente de inspiración de su mejor amigo, el pilar que lo mantuvo en pie, y exhortó a su autorrealización. Había sido su mentor, pero más que eso, despertó en él una pasión desbordante y genuina… El amor, materializándose en su forma más pura y sublime.


No obstante, permanecía en duda que fuese recíproco.


—Fue capaz de retomar el patinaje gracias a ti.


Viktor discrepó de su punto de vista, ya que no tenía sentido ufanarse de un mérito que no era enteramente suyo:


—Yo sólo deposité mi confianza en él.


—Y él su amor en ti —abandonó del cubículo antes que el ruso—. Pero parece que esa confianza no duró mucho.


Salió de los vestidores, dejando a Nikiforov con un amargo sabor de boca, y una firme sentencia en mente:


«Te equivocas».


Esa noche le fue imposible ver a su prometido, pues el resfriado acarreó una insidiosa fiebre que no cedió hasta el día siguiente por la tarde. Aunado a que el chico le prohibió terminantemente ir a verlo.


Yuuri: Ni se te ocurra venir.


Viktor: Tengo que cuidarte.


Yuuri: No. Katia me pondrá unas compresas, y Yurio fue x medicina. Quédate en casa.


Viktor: Amor, por favor.


Yuuri: Mañana estaré mucho mejor.


Viktor: Bien, pero avísame si necesitas algo.


Yuuri: Sí.


Viktor: Lo digo en serio. No quiero que te pase nada.


Yuuri: ¡No exageres! Sólo es un resfriado, no una enfermedad incurable en etapa terminal - _ -U


Viktor: Está bien. Perdón. Me preocupé demás.


Pasaron casi diez minutos para que volviera a escribir esa frase que significaba tanto para su futuro cónyuge. Demostrándole que se mantendría fiel a su promesa.


Yuuri: Te amo.


Viktor: ¡Y YO A TI! Cuando te vea, te comeré a besos <3


En el entrenamiento matutito, Viktor tuvo que resistir la tentación de preguntarle a Yurio más de la cuenta. Bastaba con un “¿cómo se encuentra Katsuki?” para no ponerse en evidencia, aun cuando se la pasaba mensajeándose con el pelinegro cada que tenía oportunidad.


Y durante la sesión vespertina, tampoco fue capaz de concentrarse en su rutina. Aunque dicho cambio no fue notorio para Celestino y Phichit, ya que su experiencia en el patinaje le permitía camuflar esos pequeños errores, al menos fuera de las competencias más exigentes.


—Hoy no me preguntaste por Yuuri —espetó el tailandés con una ferviente mirada inquisidora, mientras tomaba asiento junto a Viktor, en la banca frente a la pista.


«Antes de que llegaras me envió un mensaje».


—¿Sigue con fiebre? —preguntó como si no supiera la respuesta de antemano.


—No. Ya está mucho mejor. Esta mañana fui a verlo y desayunamos juntos. Katia cuida su alimentación, y yo me encargo de que no olvide su medicina.


—Me alegro —contuvo la respiración para que la inflexión su voz no delatara sus sentimientos.


«¡¿Cómo puede ser tan frío?! Aun tratándose de su expareja. Es un maldito antipático».


—¡¿Ahora te da igual?! —encaró su indiferencia, aunque Celestino pudiese verlos desde las gradas.


—Yo no dije eso.


—Pues no parece que te afecte.


«Me mortifica mucho más de lo que imaginas».


Sin embargo, al no hacer explícita su réplica, Phichit lo interpretó como un vil desplante de cinismo.


—¡¿Cómo te atreves a tratarlo de esa forma?! —se había puesto de pie, con una actitud amenazante que tomó por sorpresa al peliplateado—. ¡¿No te importa hacerlo sufrir, verdad?!


—¿De qué estás hablando? —sus orbes celestes reflejaban una preocupación mayor que su incertidumbre.


El patinador tailandés respiró profundo antes de seguir. No iba a ponerse a gritar como un energúmeno incapaz de guardar la compostura.


—Discutiste con él porque no confías en su palabra. Crees que te engañará a la primera de cambios, y además, no sé si esperabas hacerlo confesar, y que se echara a llorar en tus brazos pidiéndote perdón por lo que pasó esa noche que tanto le echas en cara… pero déjame decirte una cosa, si terminó contigo a final de cuentas, es porque eres un insensible y un desgraciado —fustigó con acritud y sin un ápice de condescendencia—. Debes ser muy poco hombre para obligarlo a quedarse en tu casa sabiendo que estaríamos todos, y encima hacer que Yurio le regale algo que obviamente le destrozaría el corazón.


Viktor sintió como si hubiera vertido un balde de agua helada sobre su cabeza.


Al parecer, el asunto de los collares había afectado a Yuuri al grado de tener que refugiarse en el apoyo incondicional de su mejor amigo.


—¿Piensa que soy un monstruo, verdad?


—No insinuó lo contrario —se cruzó de brazos—. Y yo pienso que tomó la decisión correcta al dejarte.


Soltó esa frase al aire, esperando que la rebatiera, o se pusiera a la defensiva.


—Entiendo… Sí, es verdad. Soy yo quien arruinó todo.


No iba a contradecir el planteamiento de su prometido. En tanto no le afectara a él, aceptaría cualquier descrédito con gusto.


—¿Y no harás nada al respecto? ¿Ya no te importa?


—Lo amo —afirmó sin titubeos—. Y no voy a forzarlo a hacer nada que no quiera. Pienso darle su espacio, y dejar de asediarlo con preguntas sobre esa noche.


«No reaccionó como esperaba».


—Él no recuerda qué pasó —su voz había perdido todo rastro de acusación infundada.


—Lo sé.


«No debí esperar tanto tiempo». Un acerbo y opresivo sentimiento de culpa rozó una fibra sensible en la moral de Phichit.


—…Te lo diré —negó con la cabeza tan pronto como esas palabras salieron de su boca—. Mejor dicho, te lo mostraré.


Acto seguido, lo condujo hasta los vestidores, y puso el seguro a la puerta.


—En realidad no tomé ninguna fotografía en el Kachu Snack después de las veintitrés horas ese día, pero sí unos videos —hizo una pausa durante un breve escrutinio de sus expresiones faciales—. Sólo que, no le he enseñado nada de esto a Yuuri.


—¿Por qué?


No le respondió. Y en cambio buscó los archivos en su celular.


—No quiero verlo —denegó rápidamente, inquieto por aquello que en un principio exigió saber, y ahora temía descifrar.


—Tendrás la prueba que tanto estuviste buscando —sentenció sin mirarlo a los ojos, pues ya había dado con los videos.


No obstante, Viktor puso su mano sobre el móvil y lo confrontó.


—No hace falta. Hablo en serio.


—Lo dices porque sabes de sobra que no lo perdonarías después de ver algo así —le recriminó, con un rencor latente en cada sílaba.


Cuando el mayor apartó su mano, Phichit alcanzó a notar el leve temblor de sus labios; y el temor reflejado en esa mirada, tan profunda, impredecible y tempestiva como el mismo mar.


Si le hubiese mostrado una fotografía, cabría la posibilidad de que estuviera trucada, o careciera de un contexto secuencial de los acontecimientos; ya que incluso algo tan simple como el ángulo y la luz pueden tergiversar la visión del espectador.


Sin embrago, el video sólo dejó lugar a un “por qué”.


—Entonces, sí ocurrió —murmuró en voz baja.


El patinador tailandés tragó saliva, dudando si esperar una agresión física o verbal de su parte ahora que por fin lo había visto.


 


 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).