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PRAGMA por AkumaBelial

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CAPÍTULO 14. MANÍA


A pesar del escozor en su piel, Yurio consiguió descansar plácidamente en brazos del kazajo. El albornoz que le prestó para dormir resultó muy cómodo, aunque no se comparaba en absoluto con la calidez de su cuerpo.


Por otro lado, bien es cierto que el pequeño caprichoso no se habría despertado si el mayor no se hubiera levantado a abrir las cortinas de la pieza cuando Nikiforov dio el aviso para salir.


«Fue nuestra primera noche juntos. Y pensar que sería en casa de Viktor», pensó, ansioso por concluir el entrenamiento matutino, pues había quedado en ir a comer con Beka más tarde.


Al volver al departamento, demoró el tiempo estrictamente necesario en alistarse, con tal de no desaprovechar ni un segundo.


—¿Seguro que esta vez no olvidas nada?


El ojiverde asintió, sujetando su brazo y llevándole rumbo a la parada del colectivo.


—Tengo las llaves, y suficiente dinero —le guiñó el ojo.


—Bien.


Dado que Otabek aún era nuevo en la ciudad, fue Yurio quien eligió el sitio donde comerían. Aunque para sorpresa del mayor, se trataba de un establecimiento un tanto elegante.


—No pensé que te gustara venir a lugares así —inconscientemente, frotó un poco el dobladillo de su camiseta, sintiéndose algo incómodo y fuera de lugar, ya que no estaba vestido para la ocasión.


—He pasado varias veces por esta calle, pero es la primera vez que entro. Da las gracias a nuestro paparazzo privado.


Tomaron asiento en una lujosa silla acolchada que precedía a una de las mesas para dos, de largos manteles satinados adornados con fastuosa vajilla y ornamentos de cerámica al centro.


—¿Cómo? ¿Phichit hizo la reservación? —enarcó las cejas.


—Una de nuestras fans, en realidad. Él sólo se aseguró de que tuvieran el platillo que le encargué.


—¿Pirozhki?


—Sip. De katsudon.


Un mesero solícito y elegante les ofreció una copa de vino de cortesía. Y luego de presentarse como es debido, colocó unas servilletas de tela sobre su regazo.


En cuanto se ausentó para ir por el laborioso platillo, Otabek tomó aire, relajando sus hombros.


—Al menos me hubieras avisado, para vestirme de etiqueta.


—¿Para qué? Si te ves muy sexy con lo que te pongas.


Su comentario lo hizo sonrojar al instante.


—Creo que eso aplicaría en ti más bien.


El rubio sonrió con orgullo, y adoptó una postura dominante, acercando su rostro al kazajo.


—¿Crees que soy sexy?


—S-Sí —estrujó la servilleta sobre sus piernas, en un acto-reflejo del nerviosismo causado por esos seductores ademanes felinos.


«Tu mirada esmeralda me tiene hechizado. Pero por favor, Yura, aquí no…».


Y como si leyera su pensamiento, Plisetsky acarició el costado de su pierna con el pie. Mas la sutileza no duró ni diez segundos, ya que muy pronto puso la mano en su rodilla y se inclinó a besarlo, sujetándole el cuello de forma posesiva.


Un siseo generalizado llegó hasta sus oídos. Pues la atención de los clientes a su alrededor se había centrado en ellos desde que entraron con esa vestimenta tan casual y poco adecuada. Pero el escándalo que dio de qué hablar, fue precisamente ese beso.


«Tus labios, tan suaves como un durazno… tienen un sabor increíblemente delicioso».


Yurio eligió cuándo parar. Y sólo entonces, su chico se dejó caer en el asiento, aliviado de sentir el firme respaldo sosteniéndole. Además, vio cómo el rubio bebía la copa de vino de un solo trago, resistiendo el influjo de una arcada, como si estuviera más que acostumbrado a las bebidas alcohólicas.


—Sí que tenías sed.


—…Y no tienes idea de cuánta —apretó los labios, lidiando con ese sabor amargo que reemplazaba la dulce miel de sus besos.


«Si me dejo llevar, estoy perdido».


El “brebaje” había funcionado, despertándole de la ensoñación que por poco y lo apresaba. «Beka, me vuelves loco. Si supieras cuánto me fascinas».


Él era el único que podía disipar la terrible impaciencia del patinador ruso. Siendo que en otras circunstancias, habría insultado al mesero por la demora.


Cuando les sirvieron el platillo en una costosa bandeja, con guarnición de la más alta calidad, el asombro en los ojos de Yuri enterneció a su chico.


«Pareces un hermoso gatito con las pupilas dilatadas».


Le acarició el cabello, y esperó a que terminara al menos una porción antes de preguntarle qué tal estaba.


—¡¡Esta cosa es exquisita!! Aahhh jamás imaginé que lo pudieran preparar así. Mira esto, se ve tan raro con… no sé qué lleva encima, pero es perfecto. Y este aderezo. Es… es…


Como lo disfrutó tanto, Otabek le dio gran parte de su guiso.


«Lo que sea que te haga feliz, mi amado kotik».


Posterior a la comida, decidieron regresar al parque de la otra vez, en la banca bajo el abedul donde Beka le acarició la cabeza, produciéndole ese extraño pero placentero escalofrío. Y esa misma sensación se acentuaba ahora que el rubio accedía al contacto físico por voluntad propia.


Yurio se recargó en su hombro, acariciando el dorso de su mano.


—¿Te gustaron mis obsequios? —preguntó, al tiempo que pasaba los dedos por el contorno del dije metálico en su cuello.


—Me encantaron —tomó su mano para besarla, mostrándole además, la fotografía que colocó en el interior: ese beso tan icónico por el que todo Internet enloqueció; y que tanto complacía a Plisetsky, al recordarle que Beka era completamente suyo y de nadie más.


—Bien. Pues ya tienes permiso de regalarme lo que quieras —secundó el beso en su mano con otro en la frente, y una suave caricia en su mejilla.


—Por supuesto.


Yurio había cerrado los ojos, dejando que sus oídos captaran el roce de las ramas movidas por el viento y el murmullo de la gente, que por suerte no degeneraba en barullo, se mantenía en cadencia armónica con la parsimonia del lugar.


—Mm… Hoy en la mañana… —su mueca de disgusto previno al kazajo, mucho antes de que las palabras salieran de su boca—. ¿Por qué lo tocaste?


—Te refieres a Katsuki, ¿cierto?


—¿Y a quién más, si no?


—Sólo revisé su temperatura.


—Nadie te lo pidió —replicó un tanto hostil, ya que claramente lo consideraba una ofensa.


—Perdón. No pensé que te molestaría.


—Y lo dice quien por poco asesina a mi entrenador sólo por pedirme un obsequio para su exnovio.


—Nunca me dijiste que los collares serían para Katsuki y Nikiforov.


—¿Hacía falta una explicación? Si era tan obvio.


—También fue obvio que sólo le tomé la temperatura.


Dicha réplica sacó de sus cabales al ruso. En lo que a él concernía, nada justificaba el hecho que reprendía en base a sus celos.


—¡No es lo mismo, Beka! ¡Lo tocaste!


—Nikiforov se la pasa tocándote cada vez que entrenas —hizo referencia a la corrección de posturas donde apenas y había un mínimo contacto, algo que no tenía punto de comparación con las caricias intencionales que dedicaba a su prometido—. ¿No crees que yo debería estar seriamente molesto por eso?


—Ay, por favor.


El chico se cruzó de brazos, apartándose del contrario y eludiendo el contacto visual, como hacía siempre que la necedad afectaba su juicio.


En un vano intento por reconciliar la situación, Otabek acercó su mano a la cabeza de Yurio, pero éste le rechazó de un manotazo.


Ambos se mantuvieron en silencio por varios minutos. Y luego de una vasta reflexión, fue el mayor quien anuló la ley de hielo que el Hada Rusa impuso.


Kotik… sabes que te amo.


—No tienes derecho a reclamarme nada.


—A ti no —trató de tocar la mano de Yuri, pero éste se levantó de la banca, bruscamente—. Tú lo dijiste. Puedes hacer lo que quieras. Me quedó claro. Pero no voy a permitir que nadie se te acerque. Nunca.


—¿Y si prefiriera estar con alguien más?


Esa pregunta resonó en la cabeza de Otabek como si estuviese a varias millas de profundidad en lo más recóndito del océano.


Su primera reacción fue ponerse de pie y sujetar la muñeca de Plisetsky.


—No.


—¡¿No?! ¿Acaso eres, mi “domador”? —usó la misma palabra con la que Viktor lo había calificado alguna vez, y que tanto le había fastidiado—. ¡Yo no tengo por qué complacer a nadie!


Por mucho que su corazón le suplicaba lo contrario, Beka se obligó a soltarlo. Y apenas lo hizo a tiempo, pues el chico estuvo a punto de empujarle.


—Yura, no quiero que estés con nadie más. Lo odiaría —antes de cualquier conjetura por su parte, aclaró—: A ti no podría odiarte, lo sabes. Pero no voy a negar que me hierve la sangre de solo pensar que otro chico se atreva a ponerte una mano encima.


—Lo mismo digo —su quijada se tensó, conteniendo su ira.


—¿Prefieres estar con alguien más? —retomó, dolido—. ¿Lo dijiste en serio?


—¿Y qué si así fuera?


—…


—Puedo hacer lo que yo quiera. Y tal vez, quiero salir con varios chicos al mismo tiempo. ¿Piensas impedírmelo?


Su mirada cristalina contuvo una lágrima que no derramó.


—No.


—Más te vale —fingió petulancia, cuando realmente temía horrores traspasar esa delgada línea en la que su imposición se tornara insoportable para Beka.


—¿No sientes nada por mí?


—Si no sintiera nada, ni siquiera habríamos empezado una relación. El indeciso es Yuuri, no yo. Sé lo que quiero. Y no voy a permitir que la misma tontería por la que esos dos se separaron, nos afecte a nosotros.


«¿Crees que no confío en ti?».


—Yo jamás terminaría contigo.


—¿Aún si salgo con otros?


—¿Estás proponiendo una relación abierta?


El rubio no estaba muy seguro de lo que significaba tener una “relación abierta”, pero asintió firmemente.


—Yo no pienso salir con nadie más —aseguró el kazajo—. Pero si es lo que quieres, adelante, ten otras parejas. Sólo no me pidas que no me ponga celoso.


—Imagino que en cuanto no esté con ellos, los vas a envenenar o algo.


—No lo dudes.


—Bien. Pero primero asegúrate de que estemos saliendo, porque sería muy tonto que golpees o asesines a cualquier sujeto que me dirija la palabra. Y no te pienso sacar de prisión.


—Sólo dime una cosa.


Yurio se quedó mirándolo fijamente.


—¿Seguiré siendo tu único novio oficial?


—Nadie ocupará tu lugar. A menos que me hagas enojar.


—¿Tendrías otro novio?


—No. Qué asco.


De pronto, el kazajo se agachó y apoyó su rodilla en el piso, como quien pide matrimonio a su pareja.


—Quiero ser sólo tuyo —tomó la mano del ruso con delicadeza, y éste mostró una sonrisa ladina.


—¿Para siempre?


—Para siempre.


Con ello dejaba en claro su lealtad, ajustándose a las prioridades de Plisetsky.


«Si me traicionas, no te perdonaré… Pero sé que no lo harás, porque ya eres mío, Beka. Te hice mío. Puedo verlo en tus ojos». Se dio cuenta por la forma en que lo miraba, diferenciándolo del resto, atesorándolo.


La ventana del alma no mentía. No obstante, la naturaleza de nuestro carácter moldea la percepción que tenemos sobre el mundo, y también influye significativamente en la manera en que concebimos o expresamos nuestros sentimientos.


Por ello, el amor se manifiesta de diversas formas, otrora definidas por los griegos como arquetipos amatorios.


Aún si el amor es genuino, puede hallarse cubierto por un velo que no permite reconocer la esencia del ser amado, cuyo valor elevado es indiscutible y eterno.


En el caso de Yurio y Otabek, la característica imperante en los cimientos de su unión prematura se fundamenta en una dependencia irracional y posesiva, ligada a un egoísmo enfermizo en el que la obsesión dicta por encima de la razón y todo sentimiento altruista que pudiese emerger como fruto del amor verdadero.


El velo que los obliga a trastabillar en penumbras por el sendero de un destino sinuoso y pérfido se manifiesta a través de los celos desmedidos, como consecuencia del miedo a estar solo, o en su defecto, de no ser capaz de controlar y poseer el objeto de su obsesión. En ese sentido, la pérdida es percibida como una carencia, donde la imposibilidad de ejercer el dominio que exige la sumisión del contrario, conllevaría al fracaso.


Todo ello, define al arquetipo Manía, que comprende una mezcla entre: Eros, el amor pasional; y Ludus, la conquista, tornándose una especie de juego azaroso y adictivo que elude el compromiso formal.


Luego de pasarse el resto de la tarde paseando por el centro de la ciudad en compañía de su novio, Yurio llegó al departamento, extrañamente sumido en penumbras.


Aún si el exterior no carecía de la luminosidad característica de San Petersburgo en el mes de mayo, las cortinas y puertas cerradas, así como la falta de iluminación artificial en el pasillo y piezas adyacentes, propiciaban una atmósfera gélida, e inusualmente sombría.


—¿Katia? —tocó la puerta de su habitación, pero no hubo respuesta.


«Si van a salir por ahí, mínimo deberían avisarme».


Tampoco es que la chica acostumbrara estar fuera a altas horas de la noche. Y los fines de semana que visitaba a su familia siempre anunciaba su ausencia con antelación.


«Como sea, ya aparecerán».


Imaginó que ni siquiera Yuuri se encontraba en el cuarto, ya que su puerta también estaba cerrada, y no alcanzaba a escuchar ningún sonido que delatara su presencia. Sin mencionar que no había destello de luz alguno colándose por el resquicio inferior.


Sin embargo, no estaba bajo llave. Y lo primero que vio al entrar, fue el tenue fulgor de la mesa de noche, alumbrando la silueta de sus dos roomies.


—Esto parece un velorio.


—Ya quisieras —musitó Yuuri, con la voz mermada y algo débil debido al resfriado.


—Si murieras no tendría a quién patearle el trasero en la competencia. Quizás a Viktor, pero ya es algo viejo para superarme.


La chica revisó el termómetro. Y el patinador más joven preguntó curioso:


—¿Cuánto tiene?


—Bastante —le mostró la cifra, y se incorporó de pisa—: traeré unas compresas. ¿Puedes ir a la farmacia por estos medicamentos?


Le mostró las imágenes desde su celular, y el rubio sólo asintió antes de esfumarse escaleras abajo.


—Yuri es muy rápido, volverá en un par de minutos.


—Pero ya es de noche. ¿Está bien que vaya solo?


—Tranquilo. Hay una farmacia aquí mismo.


—¿Dentro del complejo?


—Sí. Está a dos bloques de distancia, por el lateral.


«Bueno saberlo».


Mientras Ekaterina iba por las compresas, Yuuri le escribió a Viktor, poniéndolo al tanto.


Y al día siguiente, aun si tuvo que fingir delante de su arisco pupilo no saber nada de su prometido, Nikiforov aguardó con ansias hasta la noche. Ya que finalmente le vería en Moonlight.


«Por favor, ven».


Una parte de él se mantenía a la expectativa de lo que podría arruinar el Prego por tercera vez consecutiva.


 


 


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