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Vínculo predestinado por Daena Blackfyre

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Con un suspiro cansado, Jaken siguió caminando junto a su amo de regreso al palacio. Hace sólo unos momentos habían estado volando y él se sostuvo del mokomoko de su señor, pero repentinamente Sesshomaru se detuvo para caminar sin darle ninguna explicación. Él siempre era así de todos modos. ¿Será que se había cansado? Posiblemente, aunque tampoco habían ido a hacer nada muy trascendental. Al final, esos disturbios no fueron más que unas tonterías, aunque muy extrañas. Sólo hicieron que su señor perdiera el tiempo. ¿Cómo se atrevían a algo semejante? ¡El amo Sesshomaru debería haberles cortado la cabeza a todos!, pero como siempre él era muy considerado.

A pesar que ya todo se había resuelto, esos conflictos fueron bastante ridículos. Dos tribus habían quedado enfrentadas por imaginarias afrentas que, cuando hablaron al respecto, ninguno supo explicar. La inconformidad que mostró Sesshomaru fue abrumadora, pero ya estaban regresando y dentro de poco entrarían a los límites del palacio. Jaken se sorprendió al ver a su amo caminar con cierta parsimonia, como si buscase o inspeccionara algo, pero no lograba comprender qué. El daiyōkai cambió al instante su ritmo y se dispuso a volar.

—¡Amo, no me deje! —espetó Jaken con desespero, pero alcanzó a tomarse del mokomoko de Sesshomaru y tuvo que agarrarse fuerte por la velocidad en la que surcaron el cielo.

¿Qué le pasaba a su señor? ¿Será que estaba ansioso por regresar a su casa? Tal vez. Por más que habían pasado pocos días fuera, quizá Sesshomaru quisiese ver a su familia.

Desde hace mucho, Jaken ya se había acostumbrado a las decisiones que tomó su amo y no tenía de otra. Al principio fue un poco difícil entender por qué había elegido a Inuyasha, pero era evidente que Sesshomaru había cambiado con respecto a su hermano hanyō. Esos dos cachorros que tenían eran suficiente evidencia. Ambos eran los jóvenes príncipes y herederos, pero los dos niños a veces lo molestaban demasiado, cosa que Jaken asumía sacaron de su madre. Respetaba y en cierta forma apreciaba a ese par de pequeños, pero a veces lo sacaban de quicio. No podía desobedecer cuando su amo le ordenaba vigilar a los príncipes, pero sufría cuando alguno de esos niños lo usaba para sus juegos, sobre todo el más pequeño, quien tenía demasiada fuerza para tan corta edad en su opinión.

Algo que no podía negar, era que los príncipes sería poderosos cuando crecieran. Inuyasha, por más que hubiesen tenido una relación complicada, era muy fuerte y de la unión con el amo Sesshomaru sólo podían salir crías igualmente poderosas. Jaken sólo esperaba que esos niños no lo usasen para practicar sus entrenamientos, no de nuevo.

No tuvo idea de dónde sacó la fuerza para sostenerse y no caer hasta que llegaron al palacio. Jaken estuvo un poco mareado hasta que finalmente pudo reestablecerse. Con un gran suspiro siguió a su amo dentro y se sorprendió cómo varios sirvientes llegaban hasta ellos diciendo un millón de cosas inentendibles, pero el señor yōkai parecía no estar escuchándolos y siguió su camino.

—¿Qué ocurrió? —preguntó de forma exigente a una de las sirvientas, pero estaba nerviosa y con los ojos llorosos, gesto que sólo lo impacientó más—. ¡Habla de una vez, niña!

—Señor Jaken... —murmuró Aya sin saber exactamente qué decir—. Esto... No sé, despertamos y... y...

—¡Deja de balbucear y dilo!

—¡Ya no estaban! —gritó ella ante las exigencias, dejándolo perplejo—. El señor Inuyasha ni los príncipes... Los buscamos por todos lados, pero... —Llevó una mano a su pecho, sintiéndose angustiada y sin poder contener—. Y Raiden... él... estaba muy lastimado.

Por unos instantes fue incapaz de hablar y parpadeó impactado mientras miraba a esa niña temblando prácticamente por la angustia.

—¿Qué has dicho...?

Miró en dirección a donde su amo se había dirigido y ahí comprendió por qué se apuró. Apenas era capaz de imaginarse qué pensamientos recorrían su cabeza.

Desesperación. Sesshomaru sentía exactamente eso mientras recorría con gran velocidad los pasillos del palacio, incrédulo que allí no estaba su familia. Abrió puertas y buscó con furia sin entender qué estaba pasando. Una espantosa energía monstruosa emanó de su cuerpo, tan oscura y terrible que nadie se atrevió a interrumpirlo para decir que no estaban, que habían buscado en todas partes pero no había rastro de ellos. Sesshomaru acabó en esa habitación que le pertenecía a él y a su compañero cuando aceptó finalmente que no estaban.

¿Qué mierda significaba eso? ¿Cómo era posible que hayan desaparecido sin dejar rastro? Esto era imposible. Estuvo a punto de retirarse, pero no lo hizo.

Sesshomaru entró más en el cuatro y observó las mantas que allí seguían desarregladas, evidencia que alguien durmió allí. Se inclinó para tomar esas telas entre sus manos y las acercó a su rostro. Olían a Inuyasha y no sólo a él, también percibía el aroma de sus cachorros. Era fresco, habían estado ahí hacía poco. Su compañero había dormido esa noche allí, la misma noche de luna nueva donde él y su hija perdían sus características demoníacas. Sí, también fue capaz de percibir eso en las mantas. El olor de Inuyasha cambiaba ligeramente cuando era humano, al igual que el de Yuzu; pero todo eso lo tenía grabado en su memoria.

Apretó las mantas entre sus manos sin saber qué pensar. Mientras se acercaba a su palacio, no pudo sentir a Inuyasha cerca y eso le alteró. ¿Su compañero no estaba en su hogar? Eso no podía ser cierto. Ahora, que comprobó que él ni sus hijos estaban donde se supone debían, su mente no dejaba de intentar reconstruir qué pasó. Por la forma en que lo recibieron los sirvientes, el desconcierto que tenían, le indicaba que esto no se trataba de un simple paseo que fue a dar Inuyasha con sus hijos. Algo había pasado, estaba seguro de ello.

Estuvo a punto de salir nuevamente, pero su subalterno lo interrumpió.

—Amo Sesshomaru... —interrumpió Jaken en ese instante y la mirada severa que le dirigió el daiyōkai le hizo dar un respingo asustado—. Hablé con algunos de los sirvientes y ellos parecen no saber qué ocurrió.

Esa información sacó un gruñido molesto de Sesshomaru. Esto era ridículo. ¿Acaso nadie había visto dónde Inuyasha y sus cachorros habían ido? Tuvo ganas de asesinar a cada uno de los inútiles que vivían entre esas paredes.

—Pero... —el pequeño yōkai verde volvió a llamar su atención—. Encontraron al hōkō que sirve a Inuyasha muy lastimado en los exteriores.

Eso fue suficiente para llamar la atención de Sesshomaru y salió del cuarto para buscar a Raiden. Jaken lo siguió de cerca, pero no le prestó atención. En lo único que podía pensar fue en eso que le dijo. Ese hōkō quería muchísimo a Inuyasha y a sus dos hijos, en pocos momentos se despegaba de ellos, por lo que recibir la noticia que fue herido le indicaba un sólo camino de lo que pudo suceder. Raiden más de una vez había mostrado su lealtad con Inuyasha y su familia. En varias ocasiones lo habían llevado a campañas militares, era fuerte y muy útil en combate, sin mencionar que cuidaba a los niños con gran ímpetu. Era de confianza, sin duda. Así que lo que sea que haya sucedido en su ausencia fue grave.

Cuando finalmente llegó a donde el hōkō se encontraba su gesto se contrajo asombrado al ver a esa bestia de cinco colas herida. Apenas se había curado un poco, pero el pelaje blanco estaba duro y manchado de sangre aún. Con debilidad, el pequeño yōkai se alzó de la manta donde estaba echado para verlo y esos grandes ojos lo observaron con cansancio. Sesshomaru no era capaz de explicar cómo lo supo, pero era capaz de saber sin palabras que los ojos del hōkō expresaban tristeza.

¿Por qué estaba triste? Una respuesta se presentó en su mente. Aquellas heridas sólo podían indicar una cosa. Raiden intentó, con todas sus fuerzas, luchar contra alguien. No necesitó muchas explicaciones para entender que el hōkō peleó para defender a Inuyasha y a sus cachorros. Sesshomaru se sintió incapaz de razonar al respecto y no le interesó. Las únicas cosas que pasaron por su mente en ese instante fueron que algún desgraciado había entrado en su territorio en su ausencia y se llevó a su familia.

Una incontrolable furia tomó posesión de su cuerpo en ese instante y Sesshomaru percibió cómo sus facciones se volvían feroces, al igual que sus ojos se enrojecían mientras sus garras crecían junto a su energía asesina. Atravesaría al miserable hijo de puta y lo cortaría en pedazos por atreverse a tal osadía. Sea quien fuese, estaba muerto. Lo mataría a él, a su gente y destruiría absolutamente todo. Encontraría a su familia y cobraría la venganza que su demonio interior clamaba.

Sesshomaru ignoró absolutamente todo a su alrededor y se marchó. Buscó y buscaría por cada rincón de la tierra hasta encontrarlos. No podía sentir a Inuyasha por alguna razón que era incapaz de comprender, pero tenía la certeza que no estaba muerto. Su enlace se lo confirmaba. Su pequeño hermano estaba vivo, pero necesitaba verlo. Quería a su compañero y cachorros de regreso, y mataría a quien haga falta para que eso pase.

Jamás creyó sentir una desesperación semejante, al punto de nublar su mente. Su cuerpo cambió en ese instante y creció a su forma real. Rugió con fuerza, llamó a su compañero, pero nada le contestó. ¿Dónde estaba Inuyasha? Lo encontraría, sin importar cuánto debiera recorrer, volvería con su familia.

.

.

.

Le costó una enormidad abrir los ojos e incluso cuando lo hizo creyó que seguía soñando. Inuyasha despertó en el medio de la oscuridad y parpadeó para asegurarse que no se trataba de un sueño. ¿Había quedado ciego? Parecía que sí, pero sospechaba que solamente estaba en un lugar tan oscuro que no era capaz ni de verse las manos. ¿Dónde estaba? ¿Qué fue lo que ocurrió? Su cuerpo cansado intentó moverse, pero le fue imposible. Fuertes ataduras lo inmobilizaban. ¿Qué rayos era esto? ¿Una pesadilla? ¿Qué clase de sueños monstruosos estaba teniendo? Intentó romper su yugo, pero no se explicaba por qué no podía.

Inuyasha respiró con dificultad mientras intentaba pensar qué estaba pasando y no salirse de control. ¿Cómo fue que terminó allí? ¿Dónde estaba? No era capaz de responderse sus preguntas. Sus últimos recuerdos estaban demasiado confusos. ¿Qué fue lo que había pasado? Recordaba la lluvia, un fuerte golpe, que le aquejó mucho más por su condición humana, Raiden herido y sus hijos... Al pensar en ellos volvió a querer liberarse. ¡Malditas cadenas! ¿De qué mierda estaban hechas que no podía romperlas? Necesitaba ver a sus hijos y saber que estaban bien.

Intentó olerlos, pero no pudo. Su olfato le estaba fallando y eso le desesperaba más. Sólo podía oler humedad, muerte, piedra mojada, sangre, lodo, agua estancada... Eso dibujó una imagen mental en su cabeza de un pantano, pero no era capaz de confirmarlo. ¿Dónde estaba? ¿Quién fue el que lo atacó? Sea quien fuese, lo mataría. No perdonaría a nadie que haya puesto una mano encima de sus cachorros. Inuyasha luchó contra esas ataduras, pero seguía sin poder moverse. Sus manos estaban presas por unos grandes grilletes y apenas podía moverse unos centímetros debido a las cadenas que había en su cuerpo. Lo aseguraron con mucho cuidado y fuerza, sus verdugos no eran tontos y, al parecer, sabían el nivel de su poder.

¿Quién se había atrevido a hacerle esto? ¿Quién podría ser tan desgraciado de hacerle esto al Señor del Oeste y su familia? Sesshomaru... ¿Dónde estaría? Inuyasha podía sentir, a través del lazo que compartían, que algo no andaba bien con él. No sabía dónde se encontraba, pero por dentro sabía que estaba igual de intranquilo.

Un gran furia le recorrió al pensar que algún aprovechado usó justo ese momento donde era más vulnerable. Sesshomaru no estaba y él se volvió humano. ¿Cómo lo supieron? ¿Cómo aquel desgraciado averiguó su más grande debilidad? ¿Será que alguien los estaba espiando minuciosamente sin que lo notara? No sabía y, en ese momento rodeado por esa oscuridad que casi lo ahogaba, podía imaginarlo todo.

Lo que más le preocupaba en esos instantes eran sus cachorros. Recordaba que ellos le llamaban, pero no sabía cómo estaban. ¿Se encontrarían heridos? ¿Les habrían hecho daño? Cuando los atacaron, su pequeña era una humana como él, ¿y si la habían lastimado? No quería imaginarlo. Sus hijos estaba bien, ellos tenían que estar bien. Tenía que verlos y calmar esta angustia que le crecía dentro mientras pensaba qué había sido de ambos.

¿Cómo estarían ellos? ¿Tendrían miedo? ¿Preguntarían por él también?¿Estaban encerrados de la misma forma espantosa? No podía permitir eso. Saldría de ahí e iría por ellos. No importaba sobre quien tuviera que pasar, pero primero debía sacarse esas cadenas malditas.

Apretó los dientes mientras su enojo crecía dentro de él y un fuerte grito impotente escapó de sus labios.

No. No pensaba seguir así. Él no era una criatura débil ni un perrito que pudieran tener encadenado. No perdonaría al desgraciado que lo metió en esa fosa y mucho menos que se atrevió a dañar a su familia.

Inuyasha siguió con intención de liberarse, hasta que sus orejas se movieron ante un ruido diferente. Alguien se acercaba, no sabía de dónde, pero lo sintió. Volvió a gritar un millón de improperios a quien sea que estuviera afuera y exigió su libertad. Sus ojos le dolieron cuando esa persona entró a su oscuro calabozo con una antorcha que prácticamente le quemó los ojos de sólo verla, pero no le importó.

—Maldito desgraciado —masculló con desprecio observándolo—. ¿Qué mierda es lo que quieren? ¿Dónde están mis hijos? ¿Qué hicieron con ellos? Si les hicieron daño...

—Ya cállate, perra —espetó el carcelero echándole encima agua fría que traía en un cubo—. A ver si con eso guardas silencio.

—Hijo de puta... —vociferó con rabia—. Cuando me quite esto...

—¿Cuando te quites qué? —interrumpió con una expresión burlona—. Eso no pasará, esas cadenas están tan reforzadas que ni una perra asquerosa como tú podría romperlas.

Inuyasha tuvo unas infinitas ganas de arrancarle la cabeza ese sujeto. ¿Dónde estaría su poderosa Tessaiga cuando la necesitaba? No sabía nada, desde que se desmayó por ese golpe que le dieron, no tenía idea qué estaba pasando. Además, ¿de dónde había salido ese tipo? Se veía tan grotesco, flaco como un esqueleto, sin cabello y con apenas unos cuantos dientes. Le dio asco que se le acercara, pero sus ataduras no le permitían escapar. No podía ser ese sujeto quien estaba detrás de esta afrenta, pero Inuyasha había conocido cada ser horrible en su vida que no le extrañaría.

Aquel tipo se acercó a él y lo tomó con fuerza del cabello para mirarle el rostro. Fue un momento espantoso, donde ese sujeto lo examinó como si fuera alguna clase de animal, y la sonrisa que puso sólo le causó más repulsión.

—Nada mal —murmuró el carcelero viéndolo con detalle—. Ya veo por qué el señor te echó el ojo...

Al oír esas palabras, Inuyasha no pudo contener su enojo y escupió el rostro horrible de ese tipo, pero se ganó un golpe en consecuencia.

—Hanyō de mierda... —murmuró con desprecio y golpeó una vez más su rostro—. Si quieres sobrevivir debes hacer caso... Sobre todo si quieres que esos mocosos vivan —sugirió llamándola la atención de Inuyasha, quien abrió los ojos impresionado y guardó silencio—. Muy bien, mantente así y obedece como la perra que eres.

—¿Dónde estás mis hijos? —repitió de nuevo esa misma pregunta—. ¿Qué hicieron con ellos? ¡¿Qué quieren de nosotros?!

Sólo por alzar la voz se ganó una nueva bofetada, tan fuerte que sintió sangre en su boca.

—Te dije que te calles —reiteró—. Si eres inteligente, harás lo que te dicen.

—Te mataré apenas rompa estas cadenas.

—Eres una perra muy respondona, ¿tu anterior señor no te enseñó nada?

No entendió para nada las palabras de ese carcelero, pero Inuyasha tuvo la certeza que ese tipo no estaba detrás de esto. Esos míseros golpes y su cara de imbécil se lo confirmaba. Además, habló sobre un señor, quien sospechaba era el que armó todo este circo.

—No tienes derecho alguno aquí —espetó nuevamente tomándole con fuerza del cabello—. Si quieres que tus cachorros y tú vivan, harás caso.

No dijo nada más, sólo volteó la vista y esperó que lo dejara solo. El que le mencionara a sus hijos le dejaba paralizado. No sabía en qué condiciones se encontraba, si realmente estaban vivos o si sólo le decían eso para manipularlo. Sea como fuere, Inuyasha no podía arriesgar la vida de sus hijos. Permaneció quieto, con el cuerpo helado, recostado contra una de las paredes de esa celda mientras pensaba qué iba a hacer. Debía salir de ahí, eso era lo principal, y buscar a sus hijos. Temía mucho por la seguridad de ellos, pero debía confiar que estaban bien. No pensaría de forma fatal hasta verlos. Tenía una corazonada que le decía que sus cachorros estaban a salvo, pero quizá fuese él mismo que intentaba convencerse para no caer en la histérica desesperación.

Debía permanecer con la cabeza fría y calmado. Además, suponía que Sesshomaru no se quedaría quieto al ver que ellos habían desaparecido. Inuyasha se había quejado muchísimo de su compañero en varios momentos, pero sabía que ahora no los dejaría. Era cuestión de tiempo, si él no salía antes, ese tonto aparecería buscándolos. Nadie podría hacerle frente al daiyōkai más poderoso, pero de todas formas intentaría liberarse antes que eso pasara.

No pudo evitar preguntarse cómo estaría su hōkō y si habría sobrevivido. Esperaba que sí, Raiden era fuerte y deseaba volver a verlo. Tenía que agradecerle, porque sabía que él luchó por defenderlos hasta que no pudo más. Muchos pagarían por este daño que les estaban causando.

Inuyasha no era muy consciente del por qué estaba ahí, pero sabía que se trataba de alguien que les quería hacer daño. Probablemente algún bastardo pensara que, tal vez, podría lastimar a Sesshomaru usándolos. Eso era lógico, pero pensar en ello le hizo enojar más. ¿Qué clase de truco sucio y bajo era este? Además, como si su hermano desgraciado fuese a caer en una trampa así. Debía confiar en Sesshomaru. Saldrían de esta y volverían a estar juntos con su cachorros. Deseaba tanto ver a sus hijos. ¿Por qué no podía olerlos? ¿Acaso le habían puesto alguna clase de barrera? Suponía que sí. No le quedó otra opción más que creer que sus cachorros estarían a salvo y todo terminaría bien.

Encontraría la forma, Inuyasha aún no sabía cómo, pero escaparía de ese lugar y regresaría. No era la primera situación engorrosa que enfrentaba, pero esta era diferente. Le ponía nervioso pensar que la vida de sus hijos estaba en juego. Por ese mismo motivo, debía ser cuidadoso. Los salvaría, sin importar lo que tuviera que hacer.

Pasaron algunas horas donde estuvo solo ideando cómo escapar y, por suerte, el carcelero le dejó aquel fuego, por lo que ya no estaba a oscuras. Inuyasha se alteró al sentir que alguien nuevo se acercaba y su cuerpo se tensó cuando oyó esa puerta pesada abriéndose una vez más, pero esta persona que entró no fue ese verdugo, sino alguien que sí reconoció. Sus ojos se abrieron ampliamente sin creer que era ese desgraciado.

—Espero que estés cómodo en tus aposentos, Inuyasha.

El comentario sólo le arrancó un gruñido molesto y miró con mucho desprecio a ese sujeto. Inuyasha sintió cómo sus garras vibraban con ganas de destrozar la piel de ese tigre marino y borrar esa burlona sonrisa. Apenas se soltara, le partiría la cabeza a ese imbécil.

Notas finales:

Se acerca el final el final, qué emoción. Tuve un accidente en mi mano, así que no estuve pudiendo escribir. El próximo capítulo se viene intenso. Gracias a todos los que leen esta historia. Nos vemos pronto, saludos!


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