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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Esclavo.

 

 

Una nube de vapor se extendía por la habitación con sutil gracilidad, adueñándose de cada rincón con su blancura y calidez. De la orilla de la tina, emergió la esbelta silueta de su amo.

Él desdobló las toallas rociadas del más refinado perfume, preparadas exclusivamente para su señor, y se acercó para atenderle. Con toda la delicadeza que se podría imaginar, comenzó a secarle la piel, que brillaba a la luz de la mañana como cubierta de perlas y que se sentía sedosa como los pétalos de un nardo bajo sus manos ásperas.

El amo se dejó hacer con los labios curvados en una discreta sonrisa. El esclavo no se dio cuenta de la mirada cargada de cariño que le dirigía su señor, debido a la fervorosa atención que ponía en cada caricia sincera.

¿Era su señor una belleza?

Si hablamos de su apariencia, Fugaku diría una respuesta afirmativa sin pensarlo dos veces.

Minato, el dueño de sus días y noches, decía en sus pensamientos más profundos, era la criatura más exquisita y bella entre los hombres. Era la ambición de todo aquel que le viera. Sus ojos azules, más azules que el mar de Grecia, tenían mil pasionales sobrenombres en todo lo ancho de mundo conocido. Las personas venían adorarle en secreto, acechando tras los muros de los jardines o dejando pergaminos perfumados en la puerta de su habitación.

Asimismo, su extraordinaria nobleza se expresaba en su espíritu bondadoso, en su inteligencia sin igual, en su coraje como guerrero y toda la magnificencia de sus cualidades humanas. Aunque Fugaku asegura que su amo está cerca de convertirse en algo más que un dios.

Su adoración sin medidas, probablemente tiene origen en el día más dulce y amargo de su niñez. El día en que se quedó solo en el mundo siendo el más frágil de los infantes. Su familia fue reducida a la esclavitud por la piratería; era una pena que su nombre se hubiera reducido a tan infame profesión y era aún más penoso haber terminado como esclavo. “Zeus le quita la mitad del valor a un hombre cuando lo convierte en esclavo”, decía un sabio pero Fugaku no cambiaría la suerte que le tocó aquel fatídico y glorioso día.

En aquellos tiempos, los romanos habían decidido acabar con los piratas para poder explotar las nuevas provincias del imperio sin sufrir los contratiempos que ocasionaban los secuestros y rescates de los afamados traficantes. Los pocos parientes que le quedaban murieron ese día, entre el terror de las llamas ajusticiadoras. Fugaku terminó en un mercado cualquiera, bajo el cuidado de un negociante del cual no recuerda ni la cara ni el nombre, a la merced del primer comprador.

Los Cielos lo bendijeron ese día porque estaba tendido en el suelo, deshecho de angustia y dolor, cuando una fuerza le reclamó desde arriba para que levantara sus ojos anegados en lágrimas. Y sus ojos, rojos de tanto llorar, se enlazaron para siempre con el que sería su salvación y su condena.

Minato, un pequeño lleno de riquezas espirituales, convenció a su padre de llevarlo con ellos. Desde entonces, creció uno junto al otro. Nunca se les vio separados, nunca nadie cuidó tanto de otro. Fugaku le servía en cuerpo y alma a su eterno protector, a pesar de que jamás podría terminar de agradecerle a Minato todo lo que hizo por él ese día, que había perdido toda esperanza de vivir. Su amo, su rubio y divino señor, le había dado vida a sus ganas de morir.

Y lo seguía haciendo todos los días.

Por ello, a pesar de que el moreno se ganó el derecho a poseer sus propias tierras y el derecho de la libertad con la lealtad de su servidumbre, las rechazó. Le dio la espalda a una vida de independencia y soledad. Lo único que lo apartaría del lado de su amo sería la muerte o su amo en persona.

Gracias a que nadie había puesto objeción a la única negatoria que había hecho en su vida, es que estaba ese día cumpliendo con su deber, con el mayor de los placeres.

Fugaku sostenía con delicadeza una de las torneadas piernas, secando la piel de los muslos internos y debajo de las rodillas (donde solía arrancar una risa cristalina del rubio patricio). En un gesto completamente natural, besó el pie de su señor con sumisión inmensa. Tan amorosa e intensa fue la caricia, tan llena de delirio y emociones, que Minato se sonrojó con violencia y suspiró desfallecido. El calor del beso se transportó a todos los rincones de su cuerpo debido a la secreta adoración que corría por sus venas.

—¿Está mal, mi amo?

Minato cerró los ojos con gran sentimiento, buscando el equilibrio y la voz. El toque se le había antojado erótico e irresistible.

—N-No te preocupes, continua con lo que haces.

—Debo vestirlo.

Minato creyó que iba desmayarse cuando Fugaku posó sus ojos salvajes sobre él y su cuerpo desnudo. Era algo maquinal, vestirlo era de todas las mañanas, pero siempre era distinto. Esta ocasión más que nunca.

El esclavo le vistió amorosamente con el traje que los sirvientes habían preparado con cuidado y antelación. Ambos disfrutaron en silencio con cada roce accidental.

—Una prenda digna de usted, mi amo —susurró el moreno al terminar de cerrar su traje.

—Deja las formalidades Fugaku, estamos solos.

—Sabe que no puedo —respondió el susodicho comenzando a recoger las toallas ocupadas.

—Si tú lo dices… —El noble se encogió de hombros y quiso ayudarle con la tarea.

—¿Pero qué-? ¡Deja esas cosas inmediatamente! ¡Me matarán si te ven haciendo eso!

—Me alegro que dejaras por fin las formalidades —sonrió Minato haciéndose el inocente—. Olvídate de las toallas por una vez y ven conmigo.

—¿Adónde vamos? Si me permites preguntar —preguntó el moreno siguiendo al otro por los pasillos de mármol.

—Hoy tengo una cita con el senado y con el César. Sabes que me pone de mal humor tener que verme con todos esos ancianos pervertidos pero siempre espero poder hacer algo por el bien de Roma.

—¿Y por qué debo ir yo?

—Porque después de eso, voy a necesitar de alguien especialmente dulce para pasar ese trago amargo, ¿no te parece?

—Entiendo… ¡Hey, yo no soy dulce!

Fugaku se quedó callado al ver la sonrisa que abarcaba todo el rostro de Minato y sus ojos brillantes, rebosantes de vida.

Por ver esa sonrisa, el esclavo seguiría a su amo hasta los confines del universo, aunque este se fuera al cielo y más allá. Él ponía libertad a sus cadenas. En él descansaba su felicidad.

 

Notas finales:

"Usted pone cursis a mis demonios" —Letras Secretas.


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