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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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  Pesadillas.

 

 

El auto de Minato no estaba estacionado en el garaje cuando Fugaku llegó a casa. Estaban las luces apagadas, pero no se alarmó al principio; Minato podía haber tomado a su hija e ir a hacer un mandado, pasear los perros o podía haber ido al parque. Entró a su hogar y fue al armario que estaba en el pasillo para colgar su abrigo. Fue entonces cuando notó el vacío.

No estaban los abrigos, ni bufandas ni zapatos de su familia. Apenas se veían unas zapatillas olvidadas que ya no le calzaban a la pequeña, olvidadas en un rincón. El temor le reptó por el cuerpo, haciendo que le temblaran las piernas.

Evitando correr, fue hasta el cuarto de su hija, tratando de no entrar en pánico. La habitación no estaba completamente desnuda pero el abandono asechaba por todas partes, lo miraba desde las esquinas, imponiendo silencio con un dedo sobre los labios curvados en una mueca cruel. Abrió el armario -adornado con flores y cohetes de colores vibrantes- e hizo cuenta de todos los vestidos que no estaban.

Fue hasta la cama lentamente, arrodillándose frente a ella y recorriéndola con las manos. Las almohadas daban un espectáculo solitario sin los peluches y juguetes, un espectáculo tan triste como una noche sin luna y sin estrellas.

Sacó el celular de su bolsillo y, tomando unos segundos para respirar profundamente y controlarse, llamó a Minato.

—Fugaku —la voz del otro sonaba gruesa y pesada por las emociones que cargaba.

—Es hora de la cena, quería saber si les gustaría pedir comida a domicilio. ¿A qué hora vienen? —dijo el Uchiha lo más casual que sus nervios le permitieron, mientras cerraba su mano libre en un puño apretado.

—Estás en su cuarto —afirmó Minato en un susurro, porque ambos estaban conscientes de la situación sin tener que ponerla en palabras.

Fugaku hizo una pausa para recomponerse y preguntar:

—¿Por qué?

—No puedo quedarme viendo cómo te pones en peligro y te destruyes. No puedo ni siquiera pensar en lo que pasará si un día no estás y ese peligro la alcanza.

Minato hablaba suave para que su hija no los escuchara.

—Yo jamás-

—No. Yo sé que nunca lo harías a propósito, pero tomas demasiados riesgos con los criminales que dices atrapar, eres muy temerario. Confías demasiado en tu propia inteligencia y en la ignorancia de los demás. No voy a soportar verte herido y mucho menos a ella.

—Minato, por favor… no lo hagas —insistió Fugaku en un suspiro cuando la voz lo traicionó y no encontró palabras para hacer cambiar de idea a su esposo.

—Yo no he hecho esto. Lo hiciste tú cuando te negaste a aceptar un ascenso y un trabajo más alejado de las calles…

—Pero…

—¿Sabes lo que le dicen en el colegio? Le dicen que un día cualquiera llegará una carta y unos hombres se aparecerán en nuestra puerta y le dirán que es una huérfana de padre. Hace una semana regresó a casa llorando —Minato suspiró cansado. Fugaku sentía que estaba al otro lado del mundo—. No nos busques, dale la oportunidad de vivir una vida normal.

—Nos iremos juntos, empezaremos en otro lugar —se apresuró a decir Fugaku, con una pasión y un dolor tan honesto que hizo a Minato creer que todo estaría bien, solo por un instante.

—No dejaré que olvide lo mucho que la amas —su voz comenzó a temblar—. La pondré al teléfono si prometes no decirle nada.

—No, no aún. Por favor, Minato, por favor, solo piensa en lo que haces.

—No he dejado de pensar en ello.

—He hecho todo lo que me has pedido —imploró de Fugaku de rodillas ante la cama de su niña y rogando por una pizca de piedad—. Puedo hacer más… ¡Haré más!

—Has hecho todo lo que has podido, y esto es lo mejor que puedes hacer por nosotros.

—¡No es cierto!

—No esta vez.

Hubo una pausa y el Uchiha logró percibir las voces camufladas en el fondo.

—¡Hola, papá! —le saludó alegremente su hija, agitando a su padre en lo más hondo con cada palabra que salía de su boca.

—Hola, preciosa —respondió con los ojos colmados de lágrimas.

—Me gustaría que estuvieras aquí.

—Yo también, ¿sabes dónde están?

—No, papi dice que es una sorpresa, pero no te preocupes porque te llevaré muchos regalos~

—Muchas gracias, mi niña —Fugaku no permitió que se le quebrara la voz a pesar del llanto que rodaba por sus mejillas.

—Suenas triste…

—Es que te extraño mucho. Te amo.

—¡Yo también te amo, papá! ¡Mucho, mucho, mucho!

—Debes ser una buena niña por tu papi.

—Lo prometo… Papá, no quiero ir de viaje sin ti —contestó la dulce señorita, mientras su voz se estremecía al entender que no vería a su padre por mucho tiempo.

—¿Entonces quién cuidaría a tu papi si tú no estás? ¿Harás eso por mí, verdad?

—Sí, papá, pero… ¿quién va a cuidarte?

—Tendré que ser fuerte hasta que volvamos a vernos.

—Te mandaré muchos besos todas las noches, para que no te sientas solo —suspiró su pequeña hija contra el teléfono y Fugaku odió la tristeza que seguramente inundaba su hermosa carita—. P-Papá, no quiero ir, te extraño mucho…

—Todo estará bien, lo prometo. Te voy a extrañar todo el tiempo —reiteró el padre, todavía haciéndole la guerra a su propio dolor—. Solo recuerda que no importa dónde estés o lo que hagas o qué tan lejos vayas, siempre voy a amarte.

—Fugaku…

Volvió la voz de Minato a resonar contra todos sus sentidos.

—No lo hagas, Minato. No lo hagas, no hagas esto.

—Fugaku, yo… —había duda en la manera que pronunciaba su nombre y por eso siguió rogando, implorando, una y otra vez, pidiéndole una tan sola oportunidad para demostrarle que podía convertirse en el esposo y padre que estaba destinado a ser. El esposo y padre que creía que aún podía ser…

 

 

 

—… ku, Fugaku, estoy aquí, shhh… —murmuraba alguien a su lado—. Estoy justo aquí, es solo un mal sueño.

Fugaku respiró con todo el cuerpo, como quien respira por primera vez después de haber sido arrastrado y devuelto por el océano. Durante el ejercicio mental que hacía para tratar de calmar su corazón, los jadeos y exhalaciones profundas fueron y vinieron, quemándole la garganta y los pulmones.

Una mano en su hombro lo hizo respingar y se maldijo por olvidar que Minato estaba a su lado.

—¿Qué soñaste? —le preguntó su esposo, que no tardó en abrazarlo y llenarlo de caricias.

—Contigo —contestó el Uchiha, incapaz de decir esa palabra con firmeza.

—Esta vez no es del todo halagador —dijo el rubio, que tomó una caja de pañuelos de una de las mesitas de noche y se dispuso a limpiar el rostro del otro, que estaba cubierto en sudor frío—. Estabas diciendo mi nombre… ¿te estaba haciendo daño?

—Bastante…

—¿Qué te hacía?

—Te la llevaste.

La incansable pero amable solicitud de cuidados se detuvo en el acto, porque Minato lo tomó del rostro y le obligó a mirarlo.

—Fugaku, yo no haría eso.

—Lo harías —replicó sin fuerzas, exhausto—. Incluso si antes no lo habías pensado, sabes que lo harías si creyeras que es lo mejor para ella.

Minato, sin romper el diálogo de sus ojos, retomó las caricias y guardó silencio. No negó la posibilidad.

En cambio, tomó los brazos de Fugaku y los llevó a su cintura, sorprendido por la facilidad con la que su esposo se dejaba maniobrar. Quedaron a la misma altura, enredado uno en el otro, juntaron las frentes y se rozaron la punta de la nariz. Sus manos regresaron al cabello castaño para mimarlo.

—Prométeme que si lo haces, no me dirás. Ni harás amenazas. Simplemente lo harás, porque no sé qué longitudes iría para evitar que te alejes de mí y no quiero saberlo —Minato asintió en silencio, luchando por empujar esos pensamientos caóticos fuera de la mente de su esposo con cada toque suave—. Prométeme que si te vas, me darás otra oportunidad. No hay nada que no haría con tal de tenerte a ti y a mi hija en mi vida.

—Yo sé —dijo Minato, en un rumor que parecía que hablaban de un secreto.

—Yo… haré lo mejor, lo haré mejor —prometió Fugaku, porque jamás había quebrantado su palabra y no era momento de empezar.

Minato le sonrió con serenidad, con infinita comprensión y amor. Sabía que Fugaku haría todo lo que estuviera en su poder para evitar que las pesadillas se hicieran realidad. Nunca, por ningún motivo, arriesgaría su familia por nadie ni por nada.

Ninguno de ellos volvió a decir palabra. Minato no paró de abrazarlo, ni de besarlo por todo el rostro, ni de pasar sus dedos por la espalda que cargaba con un sinfín de responsabilidades. Cayeron dormidos justo así, despertaron en la misma posición y ninguno de ellos se movió hasta que una pequeña mano tocó a su puerta y una niña hiperactiva se subía a su cama. Una niña de cabello negro como el ébano y ojos tan azules como el mar, llena de admiración y amor para sus padres, llena de alegría con la vida. Ambos harían lo que fuera necesario para que estuviera siempre feliz.

 

Notas finales:

"Como el valle se tiende, ante su amada montaña, imagíname a tus pies, continuando las hazañas..."

 

—Facundo Cabral


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