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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Amarillo.

 

 

—Fugaku, tienes que estar preparado. Cuando menos lo esperes, vendrá el día en que tengas que buscar una buena esposa y casarte, ya que es tu deber…

El joven Uchiha de veintiún años chasqueó la lengua con el mayor disimulo que fue capaz de manejar, sin provocar la ira de su progenitor. Con el entrecejo profundamente fruncido y enojado más allá de lo saludable, el moreno desvió sus ojos cansados de las fotografías de las posibles parejas que sus padres habían escogido para él, sin preguntarle.

Con una cruz muy particular a cuestas y una responsabilidad que heredaría de sus antepasados, sin haberla buscado y sin haberla pedido, Fugaku comprendía que la importancia de contraer nupcias y continuar con el liderazgo del clan, dando el ejemplo, era su futuro inexorable, inescapable e inmisericorde. El muchacho lo entendía perfectamente pero en honor a la verdad, no tenía la menor intención de desperdiciar su día libre dentro de casa, cuando podría estar dedicando sus fuerzas al entrenamiento o estudiando la historia de su clan.

Eso lo prepararía para convertirse en el líder de la familia algún día, no el estar ahí sentado mirando fotografías de mujeres.

—¡Fugaku! —lo llamó su madre, alzando la voz.

Renuente, el moreno hizo un esfuerzo monumental y le miró con ojos entrecerrados. Durante unos segundos, en donde el silencio se extendió por todos los rincones de la habitación, sostuvieron una batalla de miradas. No obstante, sabiéndose incapaz de desafiar la sublime autoridad maternal, el Uchiha tomó del suelo el conjunto de fotografías ordenadas en un álbum y se despidió de ambos con una reverencia.

Entretanto, la tarde veraniega exhalaba una brisa fresca entre los árboles, agitando las nubes, estremeciendo las flores y el corazón del muchacho, que alejándose demasiado del barrio Uchiha, optó por sentarse bajo un cerezo y examinar a las candidatas que sonreían en las fotos.

Eran todas muy lindas, por supuesto, pero casi todos los Uchiha portaban físicamente la característica firma de los ojos negros y el cabello de tonalidades oscuras. La similitud radicaba en la necesidad de mantener el Sharingan lo más puro posible, y era algo entendible, pero… eran todos los miembros muy parecidos entre sí.

Había algo siniestro y elegante acechando en la tinta que había escrito las memorias de su clan. Las sombras del pasado, que se escondían en la medianoche e imposibles de olvidar durante el día, traían consigo tinieblas de lo más extrañas, amigas del silencio y la obsidiana, refulgiendo con una malicia tan profunda que le quitaba la paz. No, contrario a la opinión popular, a Fugaku no le gustaba el color negro.

—¿Buscando esposa? —dijo una voz a su izquierda que interrumpió el hilo de sus pensamientos, tomando asiento a su lado.

Por el rabillo del ojo, Fugaku solo necesitó captar un destello amarillo y una sonrisa sincera para saber de quién se trataba.

—Sí —contestó después hojear otro par de páginas—, aunque no siento mucho interés.

—¿Por qué?

—Mientras sea inteligente y sepa conducir una conversación decente, estará bien.

Minato suspiró resignado ante las palabras del otro, pero se pegó un poco más a él para observar a las chicas con mayor detenimiento. Fugaku contuvo un gruñido exasperado, todavía pensando en una manera eficiente de invertir su tiempo, hasta que un sonido risueño de parte de su acompañante capturó su atención.

Sin haberse percatado de la cercanía de su amigo, por un instante todo lo que contempló fue de color ambarino.

—¿Qué hay de ella? —preguntó el rubio, tocando con un dedo la fotografía de una joven de cabello largo y rostro amable.

—Ella es Mikoto. Creo haberle preguntado a mi madre cómo estamos relacionados, pero lo olvidé. Son demasiados primos en diferentes grados… ¿Por qué preguntas?

—Estoy intentando ayudarte. Ella se nota mucho más alegre que las demás y ambos sabemos que necesitas un poco de alegría en tu vida, con la cara de amargura que te manejas…

Fugaku, más relajado que cuando estaba haciendo lo mismo con sus padres, dedicó un momento a observar la persona de la que Minato hablaba. Pero un momento, nada más.

La constante melodía proveniente de la boca coqueta que sonreía sin descanso a su lado, exigió, sin proponérselo, su atención.

Obedeciendo a ese llamado silencioso, el moreno pensó que, a pesar de todo, siempre estaba rodeado de amarillo. El dorado lo perseguía en todo lugar, a todas horas. Si no fuera tan listo, habría creído que alguien querría jugarle una broma… o que sus ojos tenían un problema, porque veía todo cubierto en tonos de miel.

En los feos narcisos que cultivaba su madre, en el canario que se posaba en su ventana, en la sonrisa del niño que corría a la tienda por un caramelo, en la faz del cielo cuando cambiaba la noche por un hermoso amanecer… todo lo que estuviera colmado de felicidad, se le antojaba amarillo a Fugaku. Rubio era su cabello. Tan vibrante, tan soleado, tan inmune a la impureza del mundo.

Incluso cuando se sentía asfixiado por el humo contaminado de la vida y de las personas, solo bastaba el rocío perfumado de una áurea mañana para creer en que todo podía salir bien.

Y si era lo suficientemente honesto consigo mismo, el color favorito del Uchiha era el azul, como sus ojos.

Fugaku ya sabía con quien quería casarse, lo sabía desde hacía mucho antes de que sus padres le hablaran del tema. Solo quería encontrar el momento adecuado para decírselo a ambos y no matarlos de un infarto.

 

 

Notas finales:

"Solo témeme, ámame, haz lo que digo... y seré por siempre tu esclavo."


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