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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

A mi Dobby, porque existieron muchos como él, pero yo tenía el mío, que me cuidó hasta el final.

 

31/08/2013

 

Sueños. 

“¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción;

y el mayor bien es pequeño;

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.”

Pedro Calderón de la Barca.

 

Un desfile de sombrillas negras enfilaba frente a sus ojos. Era un carnaval de negrura y desolación.

Mikoto, a su lado, se sujetó de su brazo con fuerza y él cubrió la delicada mano de su esposa con la suya. La sintió temblorosa y fría. Fugaku sostenía el inmenso paraguas que los cubría a ambos de la triste llovizna que caía del gris de los cielos, como si la natura entera se vistiera de duelo.

Mientras las personas caminaban con lentitud hacia los féretros de Minato y Kushina, el Uchiha hizo la nota mental de agradecerle a Itachi nuevamente por cuidar a su hermanito. Sasuke no soportaría ese ambiente tan lúgubre.

Con la mirada atenta, Fugaku vigilaba a toda la multitud. Toda la aldea parecía estar reunida, desde los civiles más humildes hasta los ANBU que habían salido de entre las sombras, y siendo ellos quienes eran, no podía bajar la guardia ni un instante. Por un buen motivo eran los únicos Uchiha en aquel funeral.

Buscó entre la multitud al Tercer Hokage.

En efecto, encontró al venerable anciano con el pequeño bultito en los brazos. A juzgar por las contorsiones del rostro del Tercero, Naruto le estaba dando muchos problemas.

«Naruto» pensó el moreno. ¿Qué sería del niño, ahora que los padres no estaban?

Apenas percibió el momento en que se incorporó a la fila, quizás Mikoto lo habría jalado. Ella era la única persona a su alrededor que se sentía real, por eso no la soltaba.

Pronto llegaría el turno de ellos para dar sus palabras de despedida.

La morena seguramente quería despedirse de Kushina, Mikoto se veía muy frágil en ese momento. Fugaku la atrajo con un brazo y la sostuvo por los hombros durante la caminata pausada, sosteniéndola con fuerza, recordándole que tenía alguien en quien apoyarse. Ella le sonrió totalmente agradecida.

Ambos avanzaron hasta encontrarse con su destino.

Las dos cajas mortuorias estaban resguardadas por una elegante cobertura y un millar de crisantemos blancos; cerca de cada una de las fotos habían centenares de cartas, grandes y pequeñas, llenas de palabras de amor para Minato, el Hokage más maravilloso que la aldea de la Hoja había tenido y para Kushina, que inspiró cariño y amistad para todos los que la conocieron.

Mikoto se separó un momento de él y se acercó a ellos, sin llevarse el paraguas y dejando a Fugaku atrás.

El moreno jamás se sintió tan solo como en ese instante. Real, intenso y palpable, estaba delante de él, el cadáver de la persona que más había amado en el mundo.

¿Cómo se sentía?, pregunta el lector.

¿Cómo explicar el dolor lacerante que le atravesó el pecho y le cortó la respiración? Su vista se nubló y segundos después cayó en la cuenta de que eran lágrimas. Dos diamantes surcaron sus pálidas mejillas, como estrellas derramadas de sus ojos de medianoche.

¿Cómo explicar el cruel desconsuelo que azotó su alma sin avisos y sin piedad? La pena que quebrantó su ser fue tan colosal, tan infinita y brutal que lo paralizó en su sitio. Era más de lo que se podía expresar llorando y gritando.

¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?

Si cada segundo era una eternidad de un suplicio sin principio y sin fin, sin predecesores ni sucesores, sin motivo ni explicación razonable para su mente que se negaba a aceptar que Minato –Minato, poruncarajo-, ya no estaba en este mundo.

Era su peor pesadilla hecha realidad.

En una fracción de ese tiempo indefinido, su mente hilvanó entre maldiciones y juramentos, un secreto asfixiante. Los momentos que compartieron golpearon su memoria sin dar ningún miramiento al corazón destrozado de aquel pobre hombre descompuesto.

Todo, absolutamente todo lo que amaba de Minato acudió a su mente: su sonrisa, sus virtudes silenciosas, su afán por la vida y la esperanza… todo. Él, que respiraba virtud.

Se había ido, dejándole rota el alma, porque se había llevado todo consigo y con él, una parte de Fugaku. Lo había dejado sin voz y sin llanto.

Sintió como todo desaparecía, todo perdió importancia. Sus pies cansados comenzaron a moverse.

Dio unos cuantos pasos para acercarse pero fue inútil, la distancia parecía ser la misma. Aceleró el paso pero nada parecía cambiar. Estaba tan lejos e intocable de él como lo fue en vida.

Aterrado como nunca en su vida, comenzó a correr hacia adelante, estiró los brazos y trató de gritar. No logró escucharse. Hizo un esfuerzo desgarrador por gritar, algo, lo que fuera, pero ni un sonido salió de su boca.

«Minato…» fue lo último que logró pensar antes de sumergirse en la oscuridad.

 

 

 

En el momento justo en que se dio cuenta de que se estaba despertando, gritó solo Dios sabe qué. Sujetándose el pecho con la mano extendida, Fugaku se sintió incorporado y vivo sobre una cama, con las sábanas envolviendo su cuerpo y con gotas de sudor frío resbalando por su rostro.

—¿Fugaku? —inquirió una voz a su lado, al tiempo que se dejaba oír un click y la luz de una lámpara inundaba la habitación y lastimaba su retina.

Siguiendo el sonido de la voz, el moreno giró el cuello con tanta fuerza y rapidez que sus huesos crujieron. Pero el tortícolis valdría la pena.

Restregándose la cara y bostezando con pereza, lo miraban los ojos azules más hermosos que en su vida había visto.

Minato, con un saludable olor a bebé, un pijama que le quedaba grande y una pregunta en la punta de la lengua, le dijo con voz adormilada:

—¿Qué pasa, tuviste una pesadilla?

No respondió en el instante porque no pudo.

Su rubio estaba allí, en perfecto estado y molesto por haber sido despertado. Estaba allí, vivo, junto a él.

Sorpresivamente se abalanzó sobre Minato, lo aprisionó contra la cama y le cubrió el rostro de besos mientras repetía sin parar:

—Te amo, te amo, te amo…

Minato solo atinó a reírse, aturdido por lo efusivo de las caricias.

—Yo también te amo, ¿acaso lo estabas dudando?

—Nunca, pero siempre es buen momento para amarte.

Fugaku no le contó su sueño, ni esa noche ni la siguiente. Se lo contaría muchos años después, luego de que sus hijos hubieran crecido y ya no sintiera vergüenza de los fantasmas del pasado.

Jamás había estado tan feliz de que todo fuera una pesadilla, jamás fue tan abrumadora su gratitud.

La mayor parte de los detalles se fueron desvaneciendo conforme los minutos, pero la última parte no la olvidaría.

No soportaría perder a Minato. Si ya lo había perdido una vez, se aseguraría de que no volviera a pasar. Ni en esta vida ni en las que le siguieran.

No dejaría ir esta segunda oportunidad.

 


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