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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Ejercicio.

 

 

Fugaku últimamente se enfrentaba a un grave problema. Un extraño y grave problema.

Se dio cuenta que le sucedía algo fuera de lo común el día en que intentó abrocharse el pantalón del uniforme del trabajo y le tomó trabajo hacerlo. Se abrochó la bendita prenda con cierto esfuerzo pero lo dejó pasar sin prestar atención.

La segunda ocasión sucedió cuando llegó sin avisar al apartamento de Minato y lo obligó a cocinar para él. Después de comer, el rubio descansó su cabeza sobre el cuerpo de Fugaku, perezoso como cualquier día que el jefe les daba libre.

—Se siente tan bien, es muy suave —murmuró Minato acurrucándose hasta llegar a ponerse cómodo y echarse una siesta.

Una alarma se disparó en la mente de nuestro Uchiha favorito, y habría temblado de no ser porque Fugaku era Fugaku y no mostraba emociones fácilmente.

Cuando se retiró a su casa ese mismo día, molesto por la curiosidad que no dejaba de bullir en su interior, buscó una báscula que utilizaba de pequeño.

Se quitó la ropa, y sin querer, terminó mirándose en un espejo de cuerpo entero que estaba en la esquina del baño.

Frunció el entrecejo mientras daba unos pasos hacia su reflejo. Se contempló con ojos inexpresivos y con la comisura de los labios componiendo un rictus furioso. Ya no sintió la necesidad de saber su peso con exactitud.

«Engordé» pensó con voz trémula y un aura oscura se adueñó del aire a su alrededor.

Había alcanzado su límite. El trazado firme de sus abdominales, la dureza en sus brazos y las esbeltas líneas de su espalda, que se dibujaban cada vez que estiraba su cuerpo, se habían desvanecido. Se contempló durante largo rato. No por vanidad, sino por el asombro que le causaba descubrir que ya no podía llamarse a sí mismo un pozo sin fondo.

Minato no parecía haberlo notado. Por el contrario, parecía a gusto con su… suavidad.

Se pellizcó el abdomen sin poder creer que lo veía. No había abandonado las rutinas de ejercicios en el gimnasio y seguía siendo un gran atleta, entonces ¿adónde había huido su figura?

«Si esto continua…»

Su mente malévola maquinó una imagen donde Minato ponía en la mesa un plato con comida suficiente para cuatro personas, donde le preguntaba ‘¿Deseas más, querido?’

Si bien es cierto que la idea de un Minato hogareño, atendiéndolo con las atenciones de un recién casado, era una de sus fantasías, no lo era el hecho de imaginarse a sí mismo ocupando dos sillas a causa de su gordura.

¿Qué tal si engordaba tanto que Minato ya no lo encontraba atractivo y decidía que lo mejor era dejarlo?

¿Y por qué había engordado?

“—Luce delicioso.

—Come lo que quieras —dijo Minato empujando las cajitas del bento sobre la mesa.

Fugaku continuaba mirando embobado los manjares puestos frente a él.

—¿Puedo? ¿Acaso no es tu almuerzo?

—Te lo perdonaré por hoy, pero acuérdame que debo cocinar para dos mañana.

—Te pagaré los ingredientes, te lo prometo —dijo el moreno como pudo entre bocados rápidos.

Engullía, saboreando delicias que solo había podido imaginar. Cualquier chef habría tirado la toalla con tan solo darle una probada a la comida de Minato.

—No importa, me gusta cocinar.

—¿Y no es molesto cocinar todo el tiempo?

—No cuando lo disfrutas.

—¿Disfrutarlo?

—Sí, bueno… Además, si te gusta lo que cocino ahora, puede que te guste más mañana. Dicen que cuando se cocina para otras personas, queda mejor.

Fugaku sonrió malicioso para sus adentros al ver que un discreto sonrojo adornaba las mejillas de su rubio.

—Vas a ser mi esposo, solo espera un tiempo.

—¡¿Pero de qué hablas, idiota?! ¡Cállate y come en silencio!”

Esa debía ser la razón. Desde que comenzó a almorzar lo que Minato preparaba, había roto cualquier tipo de dieta mientras se ocupaba en saborear hasta la última migaja. Fugaku debió haber notado el momento en que el otro comenzó a servirle raciones más grandes…

Mejor dejaba de pensar en cosas innecesarias. Minato lo preparaba especialmente para él, eso era más que suficiente.

Solo tenía que deshacerse de la parte sobrante, así todo estaría bien.

Comenzó a trotar todos los días, hizo más estricta su rutina en el gimnasio e inició con la natación. Podía volver rápidamente a estar en forma si se mantenía así. Sin embargo, tanto esfuerzo físico tenía que cobrarle cuentas durante el día.

Minato observó como bostezaba por todo lo ancho durante el estudio del caso que tenían entre manos.

—La víctima no pudo reconocer al atacante pero dice logró arañarlo en el rostro, cerca del ojo derecho. Aprovechó ese momento para huir y… ¿estás escuchándome?

—¿Mmm~?

Fugaku trataba de mirarlo con sus ojos somnolientos.

—¡No puedo creer que estoy trabajando y tú tienes ganas de dormir!

—Déjame en paz, estoy cansado. Encárgate tú esta vez, para variar.

—¿Tú, cansado? Pero si eres un adicto al trabajo —el Uchiha le explicó lo que hacía desde la última semana—. ¿Por qué haces tanto ejercicio?

—Solo… quiero aumentar mi resistencia.

—No me puedes mentir, Fugaku. Así que dime, ¿es por el bento?

—¡¿Qué estás diciendo?! ¡¿Alguien te dijo algo?! ¡Condenado Nara, sabía que era sospechoso que me recomendara un nutricionista! ¿Fue él? ¿Y desde cuándo son tan buenos amigos? ¡Iré a buscarlo y le meteré su dieta por el-!

—¡Fugaku, detente!

—¿Entonces no fue él?

—Nadie me ha dicho nada, es solo que he notado que cada vez te toma más trabajo terminar una porción tan grande.

Minato hablaba con una sonrisa en su rostro, pero era quebradiza y forzada. Fugaku se odió por obligar a la persona que más quería en el mundo a componer una expresión tan triste.

—No pasa nada, estoy preocupado por engordar pero me gusta hacer ejercicio. Además, tu bento es mi favorito.

—¿En serio?

—Sí, y si te preocupa tanto puedes hacer ejercicio conmigo.

—Si te parece bien…

.

.

.

 

«Esto no era lo que tenía en mente» pensó Minato con la cara y la mitad del pecho estampados literalmente contra la cama, con la cadera y los glúteos a la completa disposición del Uchiha.

—No podemos… uhmm~… hacerlo tantas veces…

—¿Por qué? Si estás muy animado por aquí.

Aunque hubiera querido, no pudo seguir con su debate, porque Fugaku en ese preciso instante utilizaba sus dedos para penetrar en la piel delicada. Mordió con fuerza su mejilla interior, desesperado por no gritar. El moreno, que estaba dispuesto a vengarse, se entretuvo al acariciar el miembro del rubio, apretando y masajeando con lentitud.

—Eres tan delicioso que prefiero comerte a ti antes que cualquier otra cosa. Puedo hacer esto muchas veces.

Fugaku sonrió con lascivia cuando los gemidos de Minato no se hicieran esperar, después de todo, eran música para sus pervertidos oídos.

De pronto, nuestro rubio favorito, sintió una húmeda y traviesa lengua hacer contacto con aquella parte tan sensible de su cuerpo. Cerró sus manos alrededor de las almohadas y trató por todos los medios de regularizar su respiración, pero fue imposible. Sentía placer al por mayor. Parecía que estaba a punto de correrse. Otra vez. Porque lo habían hecho tantas veces ya, que había perdido la cuenta.

—F-Fugaku… —gemía— ya…

—¿Ya qué?

—Ya… entra. No me… mph~... hagas esperar.

No hace falta describir como se puso Fugaku al escuchar la voz tan dulce y a la vez demandante de Minato bajo su cuerpo. Se puso de rodillas una vez más, con el cuerpo y la mente ardiendo de placer.

Minato iba a decir algo más, pero se detuvo cuando sintió algo caliente rozarle los glúteos con lujuria y con un deseo de magnitudes inconcebibles.

Fugaku optó por cerrar los ojos y adueñarse de ese calor, que lo acogía y lo hacía sentir como en su hogar. Por mucho, seguía siendo la sensación más placentera de toda su vida. Minato era un verdadero manjar. Su suavidad y su estrechez se combinaban de tal manera que sentía una presión indecible sobre su falo y en su cabeza.

Minato percibía como lo invadía aquel gran intruso en un acto de posesión. Más allá de eso, los besos colmados de amor embargaban su pensamiento, sus sentidos y su corazón.

Tuvieron sexo salvaje durante toda la noche. Se les fue el tiempo y el espacio haciendo el amor hasta que las fuerzas se les acabaron. Lo hicieron en la cama, en el suelo, en las paredes, en la sala, en la cocina; sentados, acostados, a cuatro… Hasta que el amanecer los saludó todavía ocupados en sus actividades pecaminosas.

Desde entonces, Minato comenzó a hacer bentos más pequeños. 

 

 

Notas finales:

 

 

"No soy lo que escribo, soy lo que tú sientes al leerme." —Anónimo.

 

 


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