Dulces.
Ella comenzó a trabajar en una tienda de conveniencia desde hacía unos dos meses. Fue su mejor opción debido a que su jefe resultó ser un hombre amable que le permitió tener un horario flexible para acomodarlo con sus clases, ya que trabajaba al tiempo que estudiaba. La tienda era un pequeño negocio familiar, no un súper mercado, así que la clientela era regular por los vecinos que la visitaban y no era un trabajo exhaustivo, lo cual era gratificante.
De alguna manera, era adecuado para ella ya que tenía una personalidad perezosa aunque una mente despierta. Cualquiera diría que su expresión era de indiferencia la mayor parte del tiempo, pero tenía el don de la observación. Ella recordaba a todos los clientes que visitaban el local, aunque solo llegaran una vez.
Actualmente, había un cliente en particular que llamaba su atención.
Desde la primera ocasión, la chica lo miró con atención sin preguntarse por qué. Después descubrió que era culpa del magnetismo que irradiaban sus ojos, encantadoramente negros, que expresaban un curioso desencanto.
Dicho cliente tomó una ruta peculiar la primera vez que llegó. Caminó directo a la zona de dulces y golosinas; las miró todas, las tomó todas, las examinó todas (o fingió examinarlas) hasta que por fin se aburrió y fue a la caja registradora. Ella le ofreció ayuda y él rechazó amablemente la oferta. Finalmente, cuando ya parecía derrotado, reparó en unos dulces con sabor a frambuesa que estaban puestos en una repisa. Ella se los enseñó, él se mostró satisfecho al verlos y se los llevó.
A partir de entonces, venía dos veces por semana a comprarlos. Aparecía miércoles y sábados, sin falta.
Hoy era miércoles.
«Está comprando los mismos dulces otra vez» pensó la chica mientras tomaba el efectivo y contaba la cantidad de dinero que debía devolver al misterioso cliente. «Deben gustarle mucho, aunque me pregunto si no se aburrirá de ellos pronto» Le sonrió al entregarle su compra. «Me parece lindo en un hombre, supongo que realmente ama las golosinas»
El día se fue y vino, sin mayor novedad.
El sábado próximo, mientras nuestra protagonista acomodaba nuevos productos en las estanterías, escuchó que entraban clientes. Se apresuró a poner todo en su lugar e ir a ver de quién se trataba.
—Bienvenidos —dijo por cortesía al doblar por el pasillo y recibir a los recién llegados.
Se trataba de su cliente favorito… y esta vez no venía solo. Lo acompañaba un rubio deslumbrador, dueño de unos ojos tan abrumadoramente azules que le arrebataron el aliento.
—Fugaku, ¿aquí es donde conseguiste los dulces de frambuesa?
—Sí, es aquí.
—¡Por fin! Creí que nunca ibas a decirme, me había preocupado ya que últimamente Naruto se termina las bolsas más rápido.
—Eso es porque tú también los comes, Minato.
—Son riquísimos, te habías guardado el secreto muy bien.
Tenía una voz deliciosa, cada sonido que salía de sus labios parecía único e irrepetible. Cada sílaba derramaba en el aire un poco de magia y calidez.
«¿Será un ami-? Ah, ya veo» sonrió para sus adentros, muy contenta, cuando vio que el rubio entrelaza su mano con la del moreno y le susurraba algo al oído, en un gesto muy íntimo. «No es que le guste ese dulce, mejor dicho, nunca podrá cansarse de él»
Miró un poco más a Fugaku y a Minato (¡era genial conocer sus nombres!) que ni se acordaban de ella por estar viéndose como un par de tórtolos enamorados.
Su trabajo era el mejor.