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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

Segunda Guerra Mundial.

 

Batalla de Singapur.

 

 

En una noche de febrero en 1942, un soldado se quejaba del calor, de la vida y de Dios, ubicado en la costa china. Estando muy cerca del mar no disfrutaba del susurro fascinante de las olas, no cuando aún podía escuchar el terrible estruendo que hicieron los artilleros de máquina abriendo fuego sobre Singapur.

Fugaku Uchiha maldecía en medio de la noche, mientras huía de su pequeña tienda de campaña apenas alejada unos kilómetros de la costa asiática de aquella isla. Hacía un calor del demonio y lo mejor que podía hacer aquel hombre cansado era jurar y perjurar contra la patria, las guerras y los Estados Unidos.

La invasión japonesa había comenzado en diciembre con bombardeos aéreos y atracos estratégicos a hospitales, dejando en ridículo a las famosas armas costeras de Singapur y sembrando el pánico en los cielos, en la tierra y en el corazón de los Aliados. Gracias a los treinta mil hombres del 25° Ejército japonés, la fortaleza británica ubicada en Singapur caía lento, pero seguro. Los líderes coloniales de Singapur estarían a punto de rendirse ignominiosamente.

Él ahí estaba, asombrado de haber podido sobrevivir diciembre, enero y febrero. Fugaku creía que había terminado en el ejército, en esa división y en ese lugar por puros caprichos del azar.

La madrugaba ya estaba cerca, él no tenía reloj y la verdad es que le hacía falta. Por ese día, las fuerzas enemigas se habían retirado o muerto, de los británicos no había ni señas y la particular superioridad en artillería, aviones e inteligencia militar de los japoneses le había salvado el pellejo.

Fugaku, que había mantenido a salvo a su escuadrón, se encontraba descansando unas horas antes de recibir nuevas órdenes. En la pequeña tropa había soldados encargados de que la comunicación no se perdiera en ningún momento, y contaban con mensajeros que seguramente ya estarían reportándose con los altos mandos. Fugaku se había convertido en el líder improvisado de un pequeño batallón con rapidez y experiencia, se había ganado el respeto y la admiración de los que acataron sus palabras. Por eso estaba alejado del bullicio y la risa de los hombres. Quería estar solo y los demás respetaban eso.

Fugaku caminó un poco por el bosque que lindaba con la playa Sarimbun (así la había llamado uno de los soldados familiarizado con el terreno y que se dio a la tarea de describirlo). En realidad, estaban acampando en el claro de dicho bosque y el Uchiha paseaba sin alejarse demasiado.

Estaba pensando en que tenía ganas de verle la cara de humillación a Churchill, cuando un cuerpo se abalanzó a sus espaldas y comenzó a luchar con él. Arrastró a Fugaku por el suelo y este trató de vislumbrar a su agresor entre las sombras y de asestar un golpe, pero el enemigo era más ágil, más escurridizo. Trató de mantener la cabeza fría durante el forcejeo. No podía llamar gritando a sus compañeros, podían desesperarse y dispararle por accidente. No, era una batalla de uno a uno.

¿Quién sería? ¿Un indio, un chino, un austríaco o un inglés? Si era francés, Fugaku juró que era hombre muerto. Era fuerte, pero su verdadera destreza residía en su velocidad. La luz de la luna que se filtraba entre las ramas de los árboles le dejó ver un cabello rubio y una figura esbelta. Ambos luchaban con la experiencia ganada en batalla.

Fugaku no llevaba armas consigo, pero parecía que el otro se había quedado sin ellas. Tenía que sacar ventaja de eso. Barrió el suelo en un movimiento espontáneo, asestando contra las piernas de su atacante. Al segundo en que le vio derribado se colocó encima de él, le sacó el aire de un puñetazo por si las moscas y lo inmovilizó.

Una brisa marina sacudió la copa de los árboles y la luz de la luna nuevamente, le ayudó a contemplar al enemigo.

Cuando un par de ojos azules hizo contacto con los suyos y vio una cara que debió ser desconocida pero que le resultaba extrañamente familiar, se quedó sin aire.

—T-Tú…

Fugaku sostuvo su puño en el aire, sintiendo que todas sus fuerzas se habían drenado. Tenía la mandíbula desencajada por la sorpresa. Palabras como clan, guerra, traición, masacre y ninjas empezaron a cobrar nuevos colores y nuevas dimensiones en su cabeza. Una película de imágenes le golpeó con la fuerza de una bomba atómica, tan intensa y real que casi se desmaya de la impresión. Boqueó sin poder creerlo.

Su subconsciente gritaba que aquellas imágenes eran recuerdos pero la parte consciente del moreno no quería, o no podía creerlo. El martilleo que comenzó en su cabeza anunciaba una migraña espectacular.

Observó que su enemigo le miró con el mismo pasmo. Se miraban con cautela, sudando peligro y adrenalina, con la misma respiración errática.

Ambos se levantaron y retrocedieron asustados mientras mandaban al carajo su dignidad de soldados. Los dos toparon contra un tronco y entonces se detuvieron, sobrecogidos de terror por una idea que sonaba ridícula en sus pensamientos. Se sentían atrapados en una pesadilla siniestra donde ambos sufrían el ataque inmisericorde de miles de recuerdos macabros, llenos de alegría pero también de soledad, manchados con el rojo de la sangre pero también con un sentimiento que hacía vibrar sus corazones y que tenían miedo de nombrar.

Es que parecía mentira, una ilusión. Es que simplemente no podía ser… ¿o sí?

En un instante, se habían convertido personas diferentes.

El Uchiha de hace cinco minutos estaba muerto. El Uchiha actual miró al rubio parado sobre una alfombra de hojas y dijo con la amargura de quien ha vivido mil años de sufrimiento:

—Mierda.

—Eso debería decirlo yo, Fugaku.

—Minato… Minato Namikaze… ¿Cómo…? ¿Y es que cuando…? No, pero ¿cómo…? Maldita sea, ven aquí, quiero tocarte.

—¿Sin una cita primero? Sigues siempre tan descarado.

Antes de que Minato pudiera seguir hablando, Fugaku envolvió su cuerpo en un abrazo.

¡Dioses! Su aroma, su calor, su cintura, la textura de aquella mejilla contra la suya. Todo era como lo recordaba. ¡Era tan extraño! ¡Era tan inverosímil y bizarro! Era pavoroso. Era un milagro. Se separó de él para contemplar su rostro. Sus ojos, su cabello, la curva exquisita de sus labios… Fugaku contuvo el aliento al sentir que las manos de Minato acunaban su rostro.

Minato sonrió mientras realizaba un examen parecido al suyo sobre su cara y su cuerpo. Sonrió mirando a Fugaku y desbordaba tanta felicidad, tanta belleza y tanta alegría que nada tendría que envidiarle a un diamante. Minato seguía brillando como el sol.

Fugaku quiso decir algo, lo que fuera, cuando el rubio -su eternamente sorpresivo rubio- lo atrajo hacia su boca y le robó un beso colmado de nostalgia, dolor y cariño. Minato lo besó con el alma, vertiendo todo el amor que era capaz de poner en un beso, vertiendo toda la estupenda locura de una dicha tan grande que no cabía en palabras. El Uchiha respiró dentro del beso, respiró como si fuera su primera vez.

Aquel beso les supo a miel, a magia y a vida. Sentían la frescura de aquel nuevo mundo y el fuego de un amor que se había tatuado en sus almas desde tiempos de antaño. Vieron fuegos artificiales bajo los párpados cerrados y cuando se separaron, rieron sin pena porque ambos tenían los ojos anegados en lágrimas de la gloria más sublime y eso, amigos míos… es maravilloso.

—Me alegro de que me extrañaras —dijo Minato enfatizando cada palabra con un beso en los labios del moreno.

El Uchiha quería responder algo mordaz y gracioso cuando el rostro ajeno se cubrió de miedo.

—¿Y ahora qué sucede? —tuvo que preguntar.

—Será mejor que te vayas. Soy el enemigo y si te ven conmig-

—¿Qué? ¿Me van a ejecutar por traición? Como si fuera la primera vez —sin embargo, a pesar la ironía, Fugaku tomó al otro por el brazo y lo llevó adentro del bosque—. ¿Cómo has llegado aquí?

—Soy un sobreviviente de una tropa británica que atacaron en uno de los cuarteles del este, llegué aquí huyendo.

—¿Alguien más te ha visto?

—Sí, pero… ven, te muestro.

Minato lo guió hacia la izquierda, cerca del borde de un risco donde encontraron una zanja profunda. Había cadáveres vestidos con el uniforme japonés.

—Desde que cayó el cuartel y escapé, una célula de cuatro hombres me siguió hasta aquí. Tuve que acabar con ellos. Escondí los cadáveres y he esperado por más, pero no ha venido nadie desde la costa. Por muchas horas, no vi a nadie hasta que te encontré.

—¿Dijiste “acabar”? No tienes armas.

—Con una buena emboscada y mi velocidad fue suficiente, supongo que ha sido instintivo. Además fui el Cuarto Hokage, Fugaku. No me subestimes.

—Con un recordatorio es suficiente —apuntó el moreno con el entrecejo fruncido de disgusto ante la mención del título—. ¿Qué es esto?

—¿El qué?

—Esto —señaló a Minato y luego a sí mismo—. ¿Esto es una especie de reencarnación? ¿Un sueño? ¿Por qué ha sucedido? ¿Y por qué ahora?

—Y yo qué voy a saber —espetó el rubio con la voz teñida de agotamiento—. No lo entiendo mejor que tú.

—Odio este lugar, odio las islas, odio el calor y al ejército. Espera, ¿por qué demonios estás con los Aliados?

—En esta vida me crié en Inglaterra y simpatizo con los judíos. Ni loco seguiría a ese psicópata alemán con complejo de superioridad, es un imbécil afeminado y es enano.

—No niego nada, pero no esperes que crea que bebes té por las tardes y escuchas la BBC —Minato se encogió de hombros y Fugaku hizo una mueca de fastidio—. Por mi parte, Yamashita es un buen comandante y ha logrado que ganemos esta vez, pero sigo odiando la guerra y a los estadounidenses.

—Ya no me importa nada de esto, en realidad siento que todo es falso —Minato comenzó a caminar en círculos con expresión pensativa—. Por el momento, solo puedo recordar nuestra vida anterior porque es lo que más me impacta.

—¿Algo es parecido?

—Creo que conozco a Kushina, pero la verdad es que no he recuperado los recuerdos de… la otra vida hasta que no te he visto a ti.

—¿Entonces coincidimos en que esto es una reencarnación?

—Sí es así, le rendiré tributo a Krishna, a Visnú o a quien sea —dijo Minato en el instante en que llegó al lado del Uchiha.

Fugaku quiso volver a abrazarlo, volver a besarlo y perderse en el paraíso de su cuerpo, pero su mente seguía demasiado alerta. Se contentó con tomar su mano y volver a preguntar.

—¿Cómo ha sido esta vida para ti?

—No hay nadie que me haga volver al Reino Unido. Soy huérfano, estuve en un colegio y una universidad inglesa, trabajo de cualquier cosa aunque legalmente soy maestro. Me mandaron a este sitio porque tengo mucha experiencia, he estado en esta guerra desde el ’39. No hay mucho que contar. ¿Tú?

—Lo mismo, excepto que no fui a la universidad porque me choca el sistema educativo. Soy un mecánico pero desde que me involucré en la armada, fabrico piezas de tanques, aviones o bombas. A veces las arreglo. Estuve unos años en Alemania del Este. Sin esposa, tengo una casa en Kyoto pero es alquilada… Tengo muchos ahorros.

—Perfecto, pero... ¿ahora qué hacemos?

—Huir.

—¿Huir? ¿A dónde? ¿Cómo saldremos juntos de aquí?

Fugaku miró la zanja con expresión sombría.

—Ponte el uniforme de uno de los japoneses muertos y a ese déjale tu ropa —dijo sin vacilar—. Te llevaré con mi tropa, diremos que eres un compañero alemán extraviado, que eres un amigo mío que conocí antes del ascenso de Hitler, y que no has comido en días para que nos dejen en paz; nos iremos siguiendo la Ruta de Oro por China y saldremos de Asia.

—¿Estás seguro que funcionará?

—Claro que no, pero tenemos que intentarlo.

Minato se mordió el labio mientras sopesaba esa opción.

—¿Tenemos que quedarnos en Europa?

—Iremos adonde tú quieras.

—Más te vale que salgamos vivos, Uchiha.

Minato comenzó a desvestirse, con una sonrisa impaciente. Fugaku desvistió al cadáver, anhelante.

Rogaron al Cielo que les permitiera escapar sanos, salvos y juntos.

Una nueva vida aguardaba.

 

Notas finales:

 
“Discúlpeme pero no, yo no perdí el equilibrio, usted me movió el piso.” —Locuras de una mente delirante.
 
 


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