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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

♥ ~!

 

Escaleras

 

 

No se consideraba una persona violenta. No la mayor parte del tiempo. Solamente cuando lo sacaban de sus casillas. Por ejemplo, actualmente sentía la imperiosa necesidad de acabar con la persona que vivía escaleras arriba. Era la tercera noche seguida en la que no podía dormir por culpa del crujido superlativo de la cama en el piso sobre su cabeza, gracias a su vecino que daba vueltas sin parar. Todos necesitaban el sueño del embellecimiento y él estaba perdiendo la cordura.

Mikoto le pidió que no hiciera ninguna estupidez, le pidió que tuviera paciencia hasta que su vecino consiguiera una nueva cama y él quería obedecerle a su querida amiga aunque sea una vez, pero ya era suficiente.

Salió de su cama, subió ruidosamente por las escaleras y tocó con fuerza la puerta de su vecino. Pasó un tiempo y nadie le abrió, pero esa persona estaba muy equivocada si creía que el moreno se iba a rendir. Comenzó a azotar el desvencijado pedazo de madera hasta que por fin apareció alguien tras ella.

—¿En qué puedo ayudarle? —dijo el inquilino entre bostezos y ojeras interminables.

El Uchiha también luchó en medio de su somnolencia para distinguir la figura en la oscuridad. No lucía como alguien loco (quizás maltratado debido al trabajo y un poco flaco), pero prefirió mantener su distancia. Estaba haciendo frío, por lo que el rubio frente a él se abrazaba el cuerpo y arrugaba graciosamente la nariz.

Fugaku estaba más irritado que antes y no sabía por qué.

—Es tu cama —espetó en un gruñido.

—Lo siento, sé que cruje pero… solo se me ocurre dormir en el suelo, si tanto te molesta.

—¡No, no! ¡No quiero que te mueras de neumonía! ¿Qué demonios te pasa? Solo vine a decirte que hace demasiado ruido. Quisiera que compraras una nueva cama. O tapones para mis oídos.

—Discúlpame, pero no tengo la solvencia como para comprar una cama por el momento. Trataré de no moverme —respondió el otro con un poco de vergüenza evidente en su sonrisa.

Considerando que esa era la mejor respuesta que podía obtener de su vecino por el momento, Fugaku se marchó con un suspiro de agotamiento atrapado entre los labios y regresó a la cama parar intentar dormir. Los crujidos no cesaron, pero disminuyeron considerablemente.

Pensando en sus acciones, se dio cuenta de que no había sido particularmente amable, pero eran desconocidos y él no tenía ninguna intención de hacer amigos, ya que no era bueno para hacerlos ni para conservarlos. Su única amiga era Mikoto y porque conocía a la chica de toda-la-vida, por lo que posiblemente tenían algo así como una relación simbiótica entre protozoos.

Logró descansar un poco ya que lo despertó la alarma de su celular en aquella mañana de lunes. Odiaba los lunes.

Cuando estuvo listo para enfrentar al mundo, abrió la puerta para ir a hacer su trabajo, encontrándose impedido por su vecino que bloqueaba la salida mientras le ofrecía una cajita del almuerzo. Fugaku volvió a gruñir involuntariamente.

—Sé que no es mucho pero mi cocina no es tan mala y quería disculparme por lo de anoche. Por favor, tómalo.

Antes de que el moreno pudiera rechazar la comida, el otro ya subía por las escaleras que lo conducían a su casa. El sonido de la puerta ajena cerrándose lo trajo de vuelta a la realidad. Consciente de que la conducta del individuo probablemente fuera considerada como anormal, Fugaku dudaba de que aquel almuerzo estuviera envenenado. El tipo no querría vengarse de él solo porque le había hecho un pequeño reclamo la noche anterior, ¿o sí?

Contrario a su viva imaginación, el almuerzo estuvo delicioso y fue el inicio del fin para Fugaku, que no quería admitir ni a sí mismo ni a nadie que podría comer un almuerzo así todos los días por el resto de su vida. Mikoto no se dejó impresionar, a pesar de que el Uchiha le recordaba sin descanso lo mala que era en la cocina. Le dio una brillante idea.

Más tarde fue a visitar a su vecino. Lo invitó a pasar, justo como tenía planeado.

—¿En qué puedo ayudarte ahora, Fugaku?

—¿Cómo sabes mi nombre? Yo no sé el tuyo —se extrañó el aludido mientras se sentaba sobre la chirriante cama.

—Imagino que tendrás que ser más precavido, porque alguien lo escribió en tu puerta y yo lo leí. Soy Minato Namikaze, por si te interesa.

«Mikoto», rumió Fugaku para sus adentros.

—Sí, lo que sea. Vine aquí para contratarte.

Los ojos de Minato se abrieron casi cómicamente, confusos y un poco asustados. Su mirada sorprendida vagó por toda la pose despreocupada de Fugaku sobre su cama. Sus mejillas adquirieron un ligero tono rojizo y entonces nuestro moreno se dio cuenta del malentendido. Con sus propias mejillas ardiendo, protestó efusivamente para arreglar el daño.

En otras circunstancias pensaría en Minato sobre su cama, pero no allí ni ahora. Había venido a hablar de otros temas.

—Quiero pagarte el almuerzo. Solo piénsalo: no tienes dinero para una nueva cama, y gracias a ti, no duermo lo suficiente y no me puedo despertar temprano para hacer mi comida.

Fugaku apenas y había tocado una sartén en toda su vida porque una catástrofe sucedía cuando lo intentaba. Pero Minato no necesitaba saber eso.

—¿Tenemos un trato?

Después de que el rubio lo pensara otro rato, estrechó su mano con entusiasmo.

En algún punto indefinido del tiempo, comenzaron a pasar juntos en sus ratos libres. Minato resultó ser una agradable compañía, era divertido, culto y relajado con la vida. Sin quererlo ni esperarlo, Fugaku fue conociéndolo un poco más todos los días; era bueno dibujando, le gustaba jugar al basquetbol y era increíblemente competitivo para casi todo. No le daba tregua a sus malos humores y no le dejaba salirse con la suya. Lo retaba, le ponía límites a lo que debía y le daba espacio cuando lo necesitaba.

A Mikoto también le gustaba, decía que era “una buena influencia”. Lo cual era pura ironía, ya que Minato lo consentía tanto como ella. Se aseguraba de dar lo mejor cuando cocinaba y el Uchiha se sentía obligado a pagarle por las atenciones a su paladar, aunque no le termina de gustar la idea de que su relación se basaba en el negocio. Temía que todo terminara cuando Minato reuniera el dinero necesario para comprar la cama. Estaba seguro de que dejaría de pasar tiempo con él cuando la oportunidad se le presentara.

Quería hacerse creer que solo extrañaría la cajita del almuerzo, pero no acostumbraba a mentirse a sí mismo tan seguido, razón por la cual esa estrategia era inútil. Le gustaba Minato. Mucho. Solo pensar demasiado en él lo hacía sentir tonto, sin sentido y frustrado, al punto que descargaba su enojo en lo que estuviera más cerca. Mikoto rodaba los ojos, exasperada, pero trataba de razonar con él. A veces. Solo conseguía enfurecerlo más, porque la morena no tenía pelos en la lengua para echarle en cara su torpeza y su infantil comportamiento. Pelearían con su silencio y luego ella se iba al apartamento de Minato, dejando solo a Fugaku  con sus pensamientos.

Justo como hoy. Había sido abandonado y estaba mirando el techo con el entrecejo fruncido durante su infructuoso intento de fingir que no le importaba que los otros dos estuvieran divirtiéndose sin él.

Quizás divirtiéndose demasiado, si se dejaba guiar por el crujir incansable de la cama que llegaba a sus oídos y le daba una mala sensación.

Fugaku se paró lentamente, agudizando su oído, sus puños cerrándose a medida que el crujido se aceleraba conforme pasaban los segundos. El sonido era enloquecedor debido a sus implicaciones, incluso si la situación le parecía imposible. Antes de saber lo que hacía, estaba entrado sin anunciarse en el apartamento de Minato.

—¿Qué están haciendo? —dijo en gruñido gutural.

Mikoto lo miró confusa y molesta.

Minato los miró a ambos por el rabillo del ojo; desorientado, yacía boca abajo sobre la cama, con la espalda desnuda. La morena estaba sentaba sobre sus muslos con las manos en los hombros del otro, hombros que había estado masajeando antes de ser interrumpida. Era algo que Mikoto solía hacer con frecuencia porque era una fisioterapista.

Fugaku carraspeó incómodo y trató de huir escaleras abajo, pero los ojos negros de su amiga lo detuvieron.

—Si pensaste que estábamos teniendo sexo, ¿qué habrías hecho si nos veías así?

—Mikoto, no creo qu-

—Tranquilo, Minato~ —le interrumpió ella mirando al mencionado con dulzura, solo para volver con dureza a su amigo de toda la vida—. Fugaku tiene una respuesta que darme y espero que sea educativa.

—… Yo… entré en pánico —maldijo el Uchiha entre dientes.

Mikoto se permitió una risa burlona y se bajó de la cama.

—Minato ha estado muy tenso últimamente, bajo mucho estrés (dejaré que tú descubras el porqué). Ofrecí mis servicios, sin costo alguno porque es mi amigo y los amigos hacen eso, ¿no crees?

El pobre Minato no sabía cómo intervenir para que dejaran de hablar de él como si no estuviera presente. Por otro lado, había una trampa y una pista en las palabras de Mikoto.

Ella recogió sus cosas con profesionalidad, se despidió de Minato con un saludo de la mano y besó a Fugaku sonoramente en la mejilla antes de irse.

Fugaku se limpió el moflete con el dorso de la mano, avergonzado por los actos libertinos de su amiga. Minato se levantó de la cama con nerviosismo latente, haciendo que la tontería crujiera otra vez.

—Han pasado meses, ¿y aún no consigues una nueva cama? ¿Te estoy pagando muy poco?

—… Reuní el dinero necesario hace bastante.

—Qué.

Seguro que había escuchado mal. Minato tendría que estar loco, o ser muy tonto, como para no comprar la cama teniendo el dinero. Tenía el perfecto conocimiento de que ese monstruo de ruido azotaba el sistema nervioso de Fugaku durante la noche. El moreno esperó, demasiado estupefacto como para impacientarse, observando el sonrojo gobernar sobre el rostro de Minato.

—No te preocupes, me has pagado lo justo. Además, conseguí un aumento hace poco.

—… No entiendo.

Minato se mordió el labio, haciendo que la atención del moreno fuera a parar a su boca.

—Creí que ya no íbamos a vernos después de cerrar el trato y que ya no tendrías motivos para salir conmigo. No te enojes, Mikoto ya me regañó en tu lugar.

Fugaku estaba mudo del asombro. Eso sucedía raramente. Se quedó en su sitio, procesando lo que el otro había dicho. Era lo más ridículo que había escuchado. No tomó en cuenta sus propios pensamientos, que eran similares prácticamente en todo. Fugaku sabía que no era un imán de personas. Minato, por el contrario…

—Eres un rubio tonto.

Minato jadeó de sorpresa, ofendido.

—Repite eso.

—¡Eres un rubio tonto! —reiteró el Uchiha, con las mejillas acaloradas—. ¡Creí que tú querías alejarte cuando consiguieras tu cama!

—¡¿Por qué?!

—Oh, por Dios… ¿Acaso no me has visto?

Minato se acercó a él, con los ojos peligrosamente brillantes.

—¿Estás insinuando que tengo un mal gusto?

—¡Por supuesto que sí, es obvio qu-! —se detuvo en seco—. Si estás diciendo… lo que creo que estás diciendo, entonces... ¡¿Qué?! ¡¿Lo estás diciendo?! ¡¿O qué estás diciendo?! ¡Me sacas de quicio!

—¡Sí, lo estoy diciendo! O por lo menos eso creo…

—De acuerdo, yo también lo estoy diciendo. ¿Y ahora?

—No lo sé.

Fugaku gruñó por enésima vez en la semana, exhausto por el extraño intercambio de frases. Se acercó lo que faltaba para quedar a centímetros de Minato.

No obstante, miró a nuestro rubio por el rabillo del ojo primero, quien observaba esperando a lo que sucedería a continuación. La incomodidad era frustrante.

Si Mikoto hubiese estado allí, probablemente les habría dado una paliza a ambos por su incompetencia.

Estaba nervioso, sin un buen motivo, pero por la misma razón que Minato. Tentativamente, se acercó un poquito más. Lo tomó por los codos y acarició con duda sus antebrazos.

—Creo que debería besarte… —dijo en un gruñido que pretendía disimular sus facciones adornadas por el carmesí.

A Minato los labios se le entreabrieron lentamente. Los lamió inconsciente de lo que hacía, exigiendo una vez más la atención del Uchiha sobre su boca.

—Sí, me gustaría.

 

Notas finales:

"—Necesito dormir del verbo contigo.
—Contigo no es un verbo.
—Ni dormir mi propósito."


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