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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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King and Lionheart.

 

 

Al principio sintió miedo. De no poder abrir los ojos, de ignorar todo a su alrededor. La liberación que provee la insensibilidad con respecto al mundo exterior no lo tranquilizaba. Por el contrario, le ponía nervioso.

Era un hombre acostumbrado a mantener bajo control todo aspecto que lo rodeara.

Estar exento de poder hacer debido a la fatiga era denigrante. Un golpe a su orgullo.

Ahora que veía el techo blanco de la habitación y las cortinas desvaídas sabía exactamente en donde estaba. Ese olor a medicinas y desesperación era inconfundible.

Por eso odiaba los hospitales.

Su cuarto estaba a oscuras y su incómoda cama reclinable se encontraba junto a la ventana. Su reflejo cansado y malherido le devolvió la mirada.

Venir a parar aquí luego de terminar una misión no era su idea de un trabajo bien hecho. Solo significaba que había tenido suerte de regresar con vida.

Tenía los vendajes demasiado apretados y la intravenosa dolía como el demonio, le estaba impedido cualquier movimiento. Sintió su chakra perturbado, lo que le recordó lo duro que había sido la pelea para de conseguir su objetivo.

¿Qué demonios había estado haciendo? ¿Por qué había aceptado esa misión suicida? Ya tenía un trabajo designado, existía un protocolo establecido. Él era el jefe de la policía de la aldea y en ese rol se desempeñaban todas sus responsabilidades. Su superior tenía más ninjas a su cargo de los que podía contar, ¿por qué le había llamado a él precisamente?

¡¿Y por qué había accedido, carajo?!

Escuchó a través de las paredes el caminar apresurado de varias personas dirigiéndose a su habitación, interrumpiendo su pensamiento. Pero aun entre todos ellos, había un chakra que conocía más de lo que le gustaba admitir.

No entró el mar de gente que esperaba. Por el contrario, una sola cabeza rubia asomó cuidadosamente y unos ojos azules examinaron la habitación en su búsqueda.

“Hablando del rey de Roma…”

Odió con toda su alma a la descarada máquina que delató sus latidos acelerados cuando sus ojos conectaron con los de Minato, que le sonrió con suavidad.

—Estás despierto. Es sorprendente ya que llegaste aquí en un estado muy crítico, te recuperarás pronto —comentó el Hokage mientras se acercaba a su cama.

—¿A qué debo el honor de su visita? —preguntó Fugaku al tratar de calmar a su atrevido corazón.

Minato apretó los puños al advertir la distancia que imponía su cortesía fría.

—Quería asegurarme de que estuvieras bien.

—¿Visita a todos los convalecientes, señor?

—No estás ni cerca de morir, Fugaku. El mal no cae tan fácilmente.

El moreno sonrió, un poco amargo pero sonrió.

—¿Cómo llegué aquí?

—Traías heridas por todas partes, venías sucio, desarreglado, desorientado… pero con el pergamino que te pedí.

—¿Lo traje? No lo recuerdo.

—Lo trajiste —comentó Minato con cierta alegría.

El Uchiha guardó silencio un momento antes de continuar.

—Me alegro de haber cumplido con la misión.

—¿Aunque haya sido casi a expensas de tu vida, idiota? —recriminó con voz gélida—. Estabas a punto de colapsar en las puertas de la aldea cuando unos ninjas te trajeron al hospital. Los médicos no podían controlarte, varias enfermeras tuvieron que tumbarte para que les permitieras atenderte. Estabas muy sedado cuando por fin soltaste el rollo y me lo trajeron. Ellos… dijeron que repetías que tenías que entregármelo personalmente.

—Solo quería terminar mi trabajo —respondió con sequedad.

—¿Con qué terminarlo, eh? ¿Solamente?

—¿A qué se refiere?

Minato cerró los ojos y un par de marcadas arrugas causadas por el estrés surcaron su rostro.

—Los ninjas y las enfermeras que me entregaron el pergamino dijeron que susurrabas con ansiedad, repetías que no ibas soltarlo. Estuviste a punto de incinerar a uno de los médicos… aunque de dónde sacabas fuerzas para seguir luchando es algo que nadie se explica, a pesar de que todavía manabas sangre.

—¿Y su punto es…?

—Todo el mundo está sorprendido con tu devoción. Incluido yo.

“¿Devoción?”

—¿Devoción?, ¿a quién? —repitió Fugaku sudando frío entre las sábanas.

—Es lo que yo quiero saber —espetó Minato por toda respuesta al cruzarse de brazos y mirarlo con toda la intensidad del azul cielo de sus ojos.

No contestó nada. ¿Qué podía replicar que sonara medianamente coherente? Nada. No podía decirle que aborrecía a la aldea y en lo que se había convertido, ¿de qué serviría explicarle los años de humillación que su clan llevaba a cuestas si él ya lo sabía? Fugaku no podía decirle que lo único que quería era ver al gobierno derrocado; en especial, ver caer entre las llamas a un trío decrépito de sombras que siempre estaban al acecho, a la espera de acabar con él y su familia.

Pero sobretodo, no podía decirle que todas sus fuerzas se habían concentrado en llevar a cabo la misión con éxito porque Minato se lo había pedido. No por ser el Hokage -a ese nombre no le debía ni respeto ni lealtad-, si no por ser Minato.

Quería decirle que todo su ser clamaba en ese momento porque le dejara reposar la cabeza en su cálido regazo y que quería dejarse llevar por las caricias que recibiría su cabello por sus manos atentas y siempre cariñosas.

—Estarás aquí una semana, en observación —dijo el Hokage al ver que Fugaku no respondía—. Luego tendrás otra semana de descanso, sin misiones ni trabajo.

El moreno que parecía no escucharle del todo, de repente soltó:

—Minato.

—¿Qué pasa? —dijo el aludido con la sonrisa nuevamente dibujada en su rostro.

—¿Mi familia ya sabe que he regresado?

—Todavía no. Si así deseas, mandaré a avisarles con…

—No lo hagas —dijo Fugaku con más seguridad de la que sentía—. Aún no.

—Como quieras —aceptó el rubio que se dispuso a observar la visión nocturna de la aldea a través del alfeizar.

—Y Minato…

—¿Si?

—¿Este es horario de visitas?

Minato se sonrojó con furia ante la sonrisa arrogante del Uchiha, que se complacía en saber que le había pillado.

—No —murmuró quedito y sin mirar a sus ojos negros.

—¿Quién diría que el grandioso y siempre noble Rayo Amarillo sería capaz de utilizar a su favor su poder para violar las reglas?

—Borra esa sonrisa de tu cara, Uchiha.

—¿Pero a qué honor debo que el Hokage me conceda tantos privilegios?

—Eso no te incumbe, yo no te debo explicaciones.

—No las necesito, Minato —dijo Fugaku en un tono excesivamente misterioso—. Yo sé porqué.

El rubio sacudió la cabeza y dejó la discusión para otro momento.

—Ya es tarde, dejaré que duermas. Una enfermera me ha dicho que si aprietas un botón, ella te atenderá y…

—¿Vendrás mañana? —inquirió el Uchiha, aburrido por su palabrería sin sentido.

—Solo si tú quieres que venga —respondió el Hokage, molesto consigo mismo por el rubor de sus mejillas.

—Y si yo quiero… ¿te quedarías conmigo esta noche?

Minato asintió muy levemente, mientras miraba el suelo y se mordía los labios. No lo pensó mucho cuando Fugaku se hizo a un lado en la cama y levantó la sábana para que entrara. Quitándose la capa blanca que solía andar, con cuidado se acomodó en el pequeño espacio y se abrazó a la cintura del moreno.

Fugaku sintió un poco de dolor bajo los vendajes, pero bien valía la pena.

Quizás por eso había hecho la condenada misión. Al final había obtenido una especie de recompensa.

Se daba el beneficio de la duda al pensar que existía dentro de él una parte que estaba a los pies de Minato, alguien dispuesto a venderle su alma al diablo si con ello conseguía hacer a ese rubio feliz. Difícil de creer, considerando que era un Uchiha ejemplar.

Minato ya había caído dormido y comenzaba a roncar.

“Demonios…”

Iba a ser una noche muy larga.

 

Notas finales:

Tú me lees porque piensas que te escribo, y eso es algo entendible. 

Yo escribo porque pienso que me lees, y eso es algo terrible…

Pero aunque tú no me leas, yo seguiré escribiendo para ti.


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